ILUSTRACIÓN. FILOSOFIA.


1. Características generales. 2. Ilustración inglesa. 3. Ilustración francesa. 4. Ilustración alemana. 5. Ilustración italiana. 6. Ilustración española. 7. Ilustración hispanoamericana.
     
      1. Características generales. El término «Ilustración» es una categoría historiográfica unánimemente admitida, dentro de la Historia de la Filosofía y de la Cultura en general, para designar a un movimiento de ideas que se sitúa en el s. xviii, entre el Barroco (v.) y el Romanticismo (v.), y que influye poderosamente en su época (que es llamada a veces «siglo de las luces»), si bien, como es lógico, no agota el pensamiento del momento (para una visión global del periodo, v. MODERNA, EDAD 111). Refiriéndose no sólo a la Filosofía sino a la concepción del mundo en general, encontramos que pueden calificarse de «ilustradas» todas las épocas en las que la actitud cultural dominante es racionalista, en el sentido de urja razón (v.) que intenta ponerse a sí misma, abandonada a su propio juicio, como única constructora del hombre y de su mundo; así se considera ilustrada a la época de la sofística griega (v. SOFISTAS GRIEGOS). En esta acepción, 1. es una categoría de la historia cultural que expresa una actitud o tendencia característica, aparecida en diversas ocasiones en la historia de la humanidad, pero que se aplica comúnmente al fenómeno europeo. Ilustración es el término más usado en castellano, aunque a veces se utilice también el de «iluminismo» como en otras lenguas europeas; pero en castellano, iluminismo e iluministas son términos que se utilizan más para designar algunos falsos misticismos (v. ILUMINISMO). En la Historia de la Filosofía, la 1. expresa una etapa del pensamiento filosófico, la comprendida entre la aventura cartesiana (v. DESCARTES; CARTESIANOS) y la idealista (v. IDEALISMO). Es un periodo largo -rebasa el s. xviii hacia atrás y hacia adelante-, cuya filosofía no es en general muy rigurosa, que comienza con Locke, Leibniz y Bayle, y que termina con Kant, Herder y Bentham.
     
      Para mejor comprender el fenómeno histórico de la I. no debe considerarse aisladamente el pensamiento de la época, sino ver a éste en relación con todos los demás factores de la misma. Así puede conseguirse más fácilmente captar en qué consiste la transformación que acontece en la etapa dieciochesca y correlativamente las variaciones que afectan al pensamiento, con sus errores y aciertos. En el orden económico, dent_ ~,i del proceso del capitalismo (v.) y la industrialización (,, ) que comienza en el Renacimiento (v.), ha pasado la epoca de la manufactura y se está dando el crecimiento de la agricultura y del comercio junto con el primer desarrollo industrial. Efectivamente, hay un aumento del capital financiero, con un poderoso desarrollo de las Compañías y Bancos, una ruptura con el monopolio del Estado, apareciendo los fisiócratas (v. FISIOCRACIA) y la atención por la agricultura; un crecimiento del comercio gracias a la mejora de los medios de comunicación; desde mediados del s. xvili es el industrial, y no el comerciante o financiero, el que organiza la industria y busca consumidores; algo más tarde -en la primera veintena del s. xix- se aplica ya ampliamente la maquinaria nueva (telares, vapor, hulla, etc.). El hombre, en suma, en el s. xviii manipula ya racionalmente en el campo de la agricultura y la industria, aunque todavía se confía en la fundamental «naturaleza» de las cosas, que la razón no tiene sino que descubrir y desarrollar.
     
      En el aspecto político se aspira también a mantener racionalmente la situación: es el equilibrio europeo (Francia-Inglatera, Austria-Rusia) y la lucha por la hegemonía colonial en lo internacional, y el «despotismo ilustrado» (v.), monarquía autoritaria que usa la técnica y fomenta el progreso, en lo nacional. En cuanto a los cambios en la estructura social, continúa el predominio de unas clases sociales dirigentes o privilegiadas, la nobleza que ocupa la propiedad agrícola y los puestos militares y eclesiásticos, y a la que ahora se une la nobleza llamada de robe, es decir, los profesionales del derecho y de la administración; sigue dándose una sumisión de campesinos y trabajadores, aunque crece en todos los países europeos la burguesía (v.) no privilegiada: industriales, comerciantes, funcionarios; en todo caso empiezan a aparecer fenómenos de mayorías porque hay un crecimiento de la población, que en Europa se duplica entre 1700 y 1800.
     
      Correlativamente a estos factores (v. t. ir, 1-2), se produce el proceso del pensamiento. En el campo de lo científico era natural que la Química y las Ciencias Naturales fueran las más desarrolladas (Lavoisier, v.; Linneo, v.; Buffon, v.), y por supuesto también la Economía Política (F. Quesnay, A. Smith, v.). En lo filosófico, más que una filosofía, la 1. trata de construir y difundir una especie de cultura popular (v. ti), o quizá hoy se la podría llamar ideología (v.), desarrollada bastante al margen de las Universidades; si bien puede decirse que en el campo filosófico lo central es su creencia de que la razón (v.) puede y debe construir un mundo nuevo; se está contra la monarquía absoluta en el sentido del s. xvt1, y se intenta la crítica de la Religión o de la Teología entendida como un saber absoluto; hay -se dice- que dejar a la razón que desarrolle lo que está potencialmente contenido en la Naturaleza; ese desarrollo es el «progreso» (v.). Pero obsérvese que esta razón es muy distinta a la del siglo anterior. En el xvii, en efecto, la razón era algo así como la estructura central de la existencia; de ella -de la razón- había que sacar todo lo demás (innatismo de las ideas). En el xvlii, la razón es analítica de la realidad y constructora, es decir, que trabaja a partir de la sensación (v.); por eso si se quiere señalar la tendencia dominante de la filosofía de la I., hay que hablar de «racionalismo empirista» (v. RACIONALISMO).
     
      Se ha repetido muchas veces la observación de que las características del racionalismo de la I. son en cierto modo antagónicas de las del posterior racionalismo romántico; ambos exaltan la razón, de un modo a veces casi irracional, pero el Romanticismo (v.) vive y entiende la razón como una fuerza omnipotente que todo lo penetra y todo lo realiza, que tiene más de empuje poético que de cálculo científico, y que tiene rasgos de infinitud y de gran síntesis; la I., en cambio, concibe la razón como instrumento esforzado, cauteloso, finito, que actúa conectado siempre a la experiencia sensible. Ahora bien, hay que advertir que a lo largo del periodo de la I. hay un proceso en dos etapas: en la primera domina esa razón empirista, analítica y constructora, y en la segunda aparece una preferencia por la irracionalidad y el sentimiento (Rousseau, Herder, Jacobi), que no niega sino que completa la primera actitud dominante. A esta segunda etapa, que ya alcanza los primeros lustros del s. xix, se la llama «prerromanticismo». Por supuesto, la relevancia de la figura de Kant (v.) procede de que su agudeza especulativa logra abarcar -en sus tres Críticas- no sólo el racionalismo empirista sino también el valor del sentimiento.
     
      En cuanto a la aparición y a las continuidades, en el aspecto geográfico, del movimiento de la I., hay que señalar que se inicia en Inglaterra, donde la tradición empirista era dominante desde F. Bacon (v.), por lo que Locke y Newton han sido llamados por algún historiador (E. Brehier) «los maestros del s. xvin». 'Asimismo, los primeros deístas son ingleses (Toland, Collins, etc.) y el movimiento de ética naturalista, tan característico del s. xviii, tiene su primera manifestación en los filosófos de la llamada moral del sentimiento (Shaftesbury, Hutcheson, etc.) que no rebasan la primera mitad del siglo. Además, es en Inglaterra donde empieza -ya en el siglo anterior- un largo y mantenido proceso en pro de las libertades políticas y de los derechos del Parlamento (v.), que serán los elementos principales recogidos en las doctrinas sociales y políticas francesas posteriores. Un segundo lugar en el tiempo lo ocupa Francia con el movimiento enciclopedista, que, aunque tiene un precedente claro en el anterior Diccionario de Bayle como veremos, se desarrolla propiamente ya mediado el s. xviii. Cronológicamente en tercer lugar hay que citar a Alemania, donde subsiste largo tiempo la prolongación del racionalismo de Leibniz, aunque a fin de siglo surgen ya las corrientes espiritualistas (Lessing, lacobi, Herder; v. IDEALISMO I, 2), y a España, donde las nuevas tendencias se integran generalmente en un pensamiento que sigue siendo cristiano, primero, con la figura relativamente solitaria de Feijoo; después, en la segunda mitad del siglo, son las tendencias sensistas y con pensadores tradicionales, pero renovadores (Hervás, Jovellanos). Por último, hay que decir que en Italia hay un característico desarrollo de la filosofía jurídica y política (Filangieri, Beccaria, etc.) y la figura de un antiiluminista: Vico.
     
      Estudiaremos el movimiento ilustrado en los diversos países mencionados, limitándonos a simples indicaciones cuando se trate de pensadores que tienen «voz» independiente en esta Enciclopedia.
     
      2. Ilustración inglesa. Podemos agrupar los distintos movimientos y tendencias en los siguientes apartados: a) Empiristas. Son tan característicos de la tradición inglesa que con frecuencia, al hablarse de empirismo (v.), suele uno pensar en el empirismo «inglés» que empieza con F. Bacon (v.) y T. Hobbes (v.) y se continúa con J. Locke (v.), G. Berkeley (v.) y D. Hume (v.). Aquí sólo debemos indicar que lo principal de estos empiristas es considerar al sujeto como una «tabla rasa» o como un «receptáculo vacío» en el cual van entrando los datos de la experiencia; los cuales son luego asociados o combinados constituyendo conjuntos más complejos. Claro que hay muchas diferencias en el modo como son concebidos esos conjuntos más complejos, que son los conceptos universales (v.) o abstractos.
     
      Hay que advertir que es típico de los empiristas considerar que el conocimiento no sólo arranca psicológicamente de la experiencia sensible, sino que además se funda gnoseológicamente en ella, de modo que lo sintético del conocimiento (v.) es siempre a posteriori de la experiencia (v.), nunca a priori. Precisamente, la rectificación que Kant hace al empirismo es la de sostener que aunque los datos vienen de la experiencia, la síntesis procede siempre de un a priori que pone el sujeto (v.). La concepción empirista es la más coherente con el espíritu del «siglo de las luces» para el que, como hemos dicho, la razón es un instrumento que tiene que sacar todos los desarrollos de la existencia extramental.
     
      b) La moral del sentimiento. Se suele incluir aquí a una serie de autores ingleses, el primero de ellos Anthony A. Cooper, Conde de Shaftesbury (1671-1713), autor de muchos ensayos y cartas que se han publicado juntas con el título de Characteristics of Men, Manners, Opinions, times. La base de la ética es el sentido moral innato en el hombre, sentido que no se funda en la inteligencia sino en una vivencia interior que arranca del sujeto mismo. El hombre es bueno por naturaleza; no tiene más que dejar desarrollar su intimidad, que es en el fondo religiosa en un sentido natural. Ésta es una ética material, que también será rectificada por Kant, para quien la ética sólo puede ser formal (v. ÉTICA; MORAL). Un continuador de Shaftesbury, en el sentido de centrar la acción ética en un juicio moral originario, es Francis Hutcheson (1694-1747) sobre todo en su obra Sistema de la filosofía moral. Todavía más extremadamente, Joseph Butler (16921752), en sus Sermons upon human nature, ponía los fundamentos de la obediencia a la ley moral en una «razonabilidad» en la que va un mandamiento divino.
     
      No todos los moralistas ingleses de la época son optimistas al modo de Shaftesbury, interpretando el altruismo como originario, sino que otros siguen la tradición de Hobbes, según la cual lo originario es el egoísmo (v.). Así ocurre con William Paley (1743-1805), quien en sus Principles of Moral and polítical Philosophy funda la superación del egoísmo originario en la sumisión a la autoridad de Dios.
     
      Todos los mencionados pueden ser calificados de utilitaristas, posición muy coherente con el sensualismo asociacionista dominante (V. UTILITARISMO; SENSUALISMO). Pero también hay una corriente metafísica que continúa el espíritu del grupo de los platónicos de Cambridge (V. MORALISTAS INGLESES DEL s. xvii), y a la que pertenecen Samuel Clarke (1675-1729), que busca el fundamento de la acción moral en esquemas constitutivos que están en la naturaleza de las cosas, y William Wollaston (1659-1724), que hace depender también toda acción y decisión de un juicio teórico previo.
     
      En todo lo anterior hay un optimismo (v.) moral que es el ideal del s. xviii y que veremos reflejarse en el naturalismo (v.) de Rousseau; pero no faltó en la época un autor, Bernard de Mandeville (1670-1733) que escribe una Fábula de las abejas, en la que se opone a aquel optimismo, en cuanto que mantiene que sin la existencia y dinamismo de los vicios privados no habría prosperidad pública; de todos modos las reflexiones de Mandeville son netamente dieciochescas en el sentido de establecer una correlación entre lo que las cosas son naturalmente, aunque sea con todos sus vicios, y la utilidad social.
     
      c) Deísmo. Como actitud consistente en tratar de racionalizar lo revelado, sustituyendo la religión revelada por una mera «religión natural», se comprende que la encontremos como una de las tendencias características de la Ilustración. El deísmo (v.) se extiende en Francia y arraiga fuertemente en Alemania, pero empieza en Inglaterra. John Toland (1670-1722) es el primer deísta inglés, autor de la en este sentido decisiva obra Cristianismo no misterioso, que no niega la Revelación sino que afirma que toda ella y todo su contenido puede ser comprendido o demostrado por la razón. También los ya citados S. Clarke y 1. Butler explican la identidad de la Revelación con los juicios de la recta razón, entendiendo que la utilidad de aquélla está sólo y simplemente en dar mayor seguridad a las conclusiones de la razón natural, sin tener en cuenta que, aunque también se refiera a aspectos naturales, la Revelación (v.) va más allá.
      Insisten igualmente en la pura identificación de religión revelada cristiana y religión natural, sin tener en cuenta, por tanto, lo sobrenatural (v.): Mathews Tindal (1656-1733), autor de El cristianismo tan viejo como la creación, y Anthony Collins (1676-1729) que escribió un Discurso sobre el librepensamiento, porque «librepensadores» se llamó también a los deístas.
     
      El movimiento deísta provocó reacciones, por 'cuanto podía conducir -y condujo en efecto- a una descristianización de los espíritus. Incluso hubo algún autor, como Henry Saint-John Bolingbroke (1678-1751), que, aceptando el deísmo incrédulo de los salones, rechaza como peligroso el deísmo exotérico que difunde tales ideas.
     
      d) Psicólogos y economistas. El asociacionismo (v.), típico de la tendencia empirista, es recogido por una serie de autores que procedentes del campo de la medicina y las ciencias naturales estudian los mecanismos psíquicos, insistiendo en el sustrato fisiológico de todos los procesos psicológicos. Son: David Hartley (m. 1757), autor de unas Observaciones sobre el hombre, su constitución, su deber y sus esperanzas, y Joseph Priesiley (m. 1804), que escribió unas Disquisiciones sobre la materia y el espíritu; estos pensadores son los fundadores de la psicología asociacionista inglesa.
     
      Paralelamente, el optimismo naturalista propio del siglo de las Luces se manifiesta también en las ideas morales de Adam Smiih (m. 1790; v.), pero sobre todo en sus ideas económicas contenidas en su famosa obra La riqueza de las naciones, en la que todo el orden económico se apoya en el desarrollo espontáneo de los individuos, a los que hay que dejar en libertad, condenándose toda interferencia del Estado. Es la misma concepción que la de los «fisiócratas» franceses (seguidores de Quesnay), pero éstos ponen toda la base de la riqueza en la agricultura, mientras que Smith justifica teóricamente el desarrollo industrial (v. LIBERALISMO).
     
      e) La Escuela Escocesa. Se conoce con este nombre una tendencia filosófica que se centra en la noción gnoseológica de Common-sense (sentido común); tendencia que comienza y se desarrolla en la Univ. de Glasgow y luego en la de Edimburgo, prolongándose más tarde su influencia en Francia, Italia y España. El primero y principal representante de la corriente es Thomas Reid (m. 1796), autor de unos Ensayos sobre los poderes intelectuales del hombre, en los que se mantiene una actitud antilockiana en el sentido de que en lugar de considerar al conocimiento como un asunto que tiene que ver con las «ideas» de las cosas y sus combinaciones, se estima al conocimiento como fundado en el acceso a las cosas mismas por la percepción (v.). La razón capta, pues, lo inmediato que está fuera de ella; se vuelve a la confianza en el «sentido común». Esto es ponerse contra el escepticismo (v.) de Hume y contra el «ideísmo» de Locke, pero a la vez es mantenerse dentro del espíritu de la época, para el cual el entendimiento funciona a partir de realidades dadas desde fuera.
     
      Debemos incluir aquí a otros pensadores ingleses que, aunque trabajan en el primer tercio del siglo siguiente, son una simple continuación de las ideas de Reid; y es que en Inglaterra la visión cautelosa y científica de la 1. -si bien en la forma del sentido común de los escoceses- se prolonga hasta bien entrado el s. xix, y hay que esperar a Thomas Carlyle (m. 1881; v.) -que empalma con el idealismo inglés (v. IDEALISMO 1, 2)= para ver aparecer el típico entusiasmo romántico de la razón infinita. Los continuadores a los que nos referimos son: Dugald Stewart (m. 1828), en cuyos Elementos de la filosofía del espíritu humano insiste en el carácter originario e irreductible de la creencia en la existencia del yo, y Thomas Brown (m. 1820), que trata de aproximar a Reid y Hume. Esta escuela escocesa se continúa en el sensismo de Hamilton y en sus muchos continuadores en otros países (v. SENSISMO ti). Contemporáneos de esta línea escocesa de principios del s. xix son los autores de la tendencia, también típicamente inglesa, del utilitarismo (v.).
     
      3. Ilustración francesa. El espíritu del s. xviil se manifiesta en Francia en tres direcciones: un nuevo modo de entender el mundo natural (los naturalistas y la Enciclopedia), un nuevo modo de entender el hombre y el conocimiento (Condillac y la Ideología) y una característica manera de interpretar la teoría política y la sociedad (Montesquieu, Voltaire, Rousseau). Los franceses radicalizaron pronto las ideas ilustradas inglesas hacia lo más negativo y disolvente: el naturalismo se hace materialismo, el empirismo sensualismo, el deísmo ateísmo, el sentimiento moral' egoísmo; una reacción contra la frivolidad de los ilustrados destructores es Rousseau. Examinaremos sucesivamente las tres direcciones dichas antes.
     
      a) Los naturalistas y la Enciclopedia. Las ciencias naturales, concebidas como saberes descriptivos e inductivos sacados de la experiencia, tienen un desarrollo preferente en la época, y se comprende que así fuera, dado el tono empírico del periodo. El más influyente de los naturalistas es Georges Louis Leclerc de Buf fon (m. 1788; v.) que en su Historia natural, general y particular, con la descripción del museo real, se opone a Linneo (v.) y sustituye la clasificación jerárquica de los grupos (que es considerada como demasiado apriorística) por la noción de serie o cadena, formadas por las especies más semejantes.
     
      Pero donde esta nueva actitud se expresa con mayor amplitud es en una obra colectiva de enorme difusión e influencia posterior, y en la que trabajan muchos científicos y filósofos: la llamada abreviadamente Enciclopedia (v.). La Enciclopedia o Diccionario razonado de las artes y los oficios, proyectada por Denis Diderol (m. 1784; v.) y por lean Baptiste Le Rond D'Alembert (m. 1783; v.), publica su primer tomo en 1751; en seguida tiene la desaprobación y oposición de la autoridad eclesiástica de París, no obstante aparecen otros cinco tomos en años sucesivos; en 1758 es nuevamente prohibida, ahora por el Papa y por un decreto del Rey; a pesar de ello, sigue saliendo, y los últimos diez tomos aparecen en 1766. En la Enciclopedia se despliega un espíritu cuya raíz está en la tradición, tan francesa, del escepticismo (v.) que, comenzando en Montaigne (v.) y P. Charron, se continúa en Pierre Bayle (m. 1706), autor de un Diccionario histórico y crítico, que fue la primera difusión, a través de una síntesis del conocimiento científico, de la actitud escéptica que muestra ya sin timidez alguna la contradicción que cree encontrar entre ciertos contenidos revelados y lo que piensa son algunas conclusiones de la ciencia racional. Esta misma audacia para llevar a lo que se opinan sus últimas consecuencias la ciencia mecánica de la naturaleza, de Galileo, Hobbes y Descartes, la tiene Bernard le Bovier de Fontenelle (m. 1757), autor de unas Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos.
     
      En la Enciclopedia aparece también una nueva manera de entender la Matemática, que ya no es para D'Alembert la ciencia única y modelo -como para Descartessino una ciencia más; hay que ser a la vez empírico y deductivo (v. CIENCIA vti, 2). En el campo de la ciencia natural se comprende que Diderot recogiera las nuevas concepciones de Buffon a las que nos hemos referido. Amigos de Diderot y de ideas relacionadas con la Enciclopedia son tres pensadores cuyas obras tuvieron una gran difusión, aunque no eran científica ni filosóficamente importantes: lulien Offray de la Mettrie (m. 1751), autor de El hombre-máquina; Paul Thiry d'Holbach (m. 1789), que colaboró en la Enciclopedia y escribió el Sistema de la naturaleza, y el médico Claude Adrien Helvetius (m. 1771), que en El Espíritu establece que nuestras acciones espirituales se determinan totalmente desde las condiciones físicas y externas, propugnando, contra Rousseau, los beneficios de la instrucción. En conjunto, el materialismo (v.) de estos autores consiste siempre en afirmar una equívoca y equivocada unidad de los fenómenos físicos, psíquicos y sociales, en cuyo fondo está en todo caso la «naturaleza» (v.).
     
      b) Condillac y la Ideología. Étienne Bonnot de Condillac (m. 1780; v.) es el más destacado representante de ese espíritu empírico y sensualista que no podía faltar entre los ilustrados franceses. En el Ensayo sobre el origen del conocimiento humano mantiene la tesis de que el único método es el análisis (v.) que parte de lo dado; y en su Tratado de las sensaciones mantiene que a éstas se reduce en último término todo conocimiento. Finalmente, Condillac concluye que la ciencia (v.) no es otra cosa que un análisis bien hecho, es decir, en el que se han precisado bien las nociones, constituyéndose así una lengua bien organizada (cfr. su obra póstuma: Lengua del cálculo). Se advierte que no estamos lejos de la psicología asociacionista inglesa.
     
      Una continuación de este sensualismo (v.) es el pensamiento de los que se reúnen en el grupo llamado de «la ideología», que conservan el espíritu del siglo de las Luces a lo largo del primer tercio del xix. Son una serie de autores, reunidos en la Academia de Ciencias Morales y Políticas; al principio habían sido partidarios de Bonaparte (v.), pero luego tienen la oposición del Emperador, el cual quiere apoyarse más en la intuición romántica y la vuelta a un espíritu religioso. El autor más relevante de los ideólogos es Antoine Louis Claude Destutt de Tracy (m. 1836), que escribió unos Elementos de Ideología, obra en la que estudia las facultades (v.) humanas y su distinción, el signo, los medios de certeza en el juicio, la moral y la economía, y los elementos de las ciencias; es decir, una verdadera enciclopedia filosófica de inspiración sensualista, que, por cierto, tuvo una extensa influencia en países latinos, tanto europeos como americanos.
     
      c) Teorías del Estado y la sociedad. En este grupo hay que estudiar primeramente a Charles de Secondat, barón de Montesquieu (m. 1755; v.), perteneciente todavía a la primera etapa de la I. y autor de dos obras que se hicieron célebres: las Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos y, sobre todo, el Espíritu de las leyes. En ésta indaga las legislaciones positivas tratando de encontrar en ellas las «relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas»; no estudia explícitamente el Derecho natural (v.), pero dice que «antes que hubiese leyes hechas, había posibilidad de relaciones de justicia». Se trata, una vez más, del espíritu naturalista del siglo, que ahora se proyecta en la interpretación de la organización política; estamos ante una concepción que pone en el centro de la vida política la libertad (v. LIBERALISMO) entendida como limitación a los poderes públicos, limitación que no puede venir del pueblo, sino de una división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) de la que resulta una compensación de los mismos. Es clara la inspiración inglesa de este liberalismo.
     
      De un modo menos técnico, Franeois Marie Arouet, conocido por Voltaire (m. 1778; v.), tiene también una concepción del hombre y la sociedad humana basada en la estabilidad de la naturaleza. Voltaire, que vivió en Inglaterra, París, Alemania, Ginebra y, por último, otra vez, en Francia, fue autor de unas Cartas filosóficas y de otros escritos en los que se advierte su adhesión al pensamiento de Locke y de Newton; luego escribió un Ensayo sobre las costumbres, un Tratado sobre la tolerancia y el llamado Diccionario filosófico, en el que incluyó una serie de consideraciones sobre la Enciclopedia. Para Voltaire, la naturaleza (v.) es un mecanismo estático y estable en el que cabe encontrar la exigencia de un Dios entendido como «un geómetra eterno» que lo ha fabricado (Deus ex machina). En cuanto al hombre y a su historia, Voltaire los ve también centrados en la idea de estabilidad de la naturaleza humana; por eso es tan contrario al sentimiento de inquietud e inestabilidad que lleva consigo la consideración de que el cristianismo viene exigido por la naturaleza humana. Ahora bien, Voltaire no vislumbra la historia como un procesó que tiene un sentido, sino que sólo describe cuadros de una determinada época constituidos por el juego y combinación de las pasiones de los hombres. Finalmente, sobre la idea de la «tolerancia», por la que tanto combatió, entiende ingenuamente que lo único que entorpece la «tranquilidad del estado natural» es la ignorancia y los prejuicios. Su polémica antirreligiosa fue constante e injusta.
     
      La concepción del hombre y la sociedad es por fin la preocupación central de lean lacques Rousseau (m. 1778; v.). Éste, nacido en Ginebra, a lo largo de una vida muy inquieta -sabemos de sus circunstancias y carácter por sus Confesiones, publicadas póstumamente-, reside primero en Francia, después en Venecia y luego otra vez en Francia, donde entra en relación con Diderot y otros pensadores; todavía cuando tenía 50 años, y después de la publicación del Contrato social, tiene que huir a Suiza e Inglaterra (donde está en contacto con Hume), aunque termina volviendo a Francia, donde muere. Sus obras principales son: Discurso sobre las ciencias y las artes, Discurso sobre la desigualdad, la Nueva Eloísa, el Contrato social, el Emilio y la Profesión de fe del Vicario saboyano. Rousseau es la mejor representación de un nuevo espíritu que, en parte como reacción, surge en toda la Europa de fin del s. xvin: el predominio del sentimiento interior, de la evidencia de lo inmediato y de la vida sencilla, frente al culto al análisis y a la voluntad individual que era característico de los dos primeros tercios del siglo de las Luces. Es común una vuelta al sentimiento, pero no como una intuición romántica de lo infinito, sino como una ampliación de la experiencia, que no debe limitarse a los sentidos; la vida del sentimiento debe ser vivida también con sencillez, como una cosa natural, sin artificios que la obstaculicen, y en este sentido, Rousseau y el nuevo espíritu siguen siendo esencialmente «ilustrados».
     
      En los dos Discursos, Rousseau pone en el centro una idea que era cínica en su origen: el perjuicio que para el hombre significaba la civilización y las ventajas de la feliz ignorancia del estado natural; el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres reside precisamente en su presunto perfeccionamiento, el cual es radicalmente negativo para la humanidad. El autor ginebrino está lejos de los pensadores del Derecho natural para los cuales dicho Derecho sería el conjunto de relaciones básicas de justicia que pueden encontrarse en cualquier sociedad humana; en cambio, para Rousseau, que -a diferencia de otros ilustrados- tiene un sentido muy acusado de lo histórico, estado natural es la situación inicial en la que el hombre se relaciona sólo con las cosas, viniendo luego las circunstancias de necesidades que son las que llevan al hombre al estado salvaje, en que los hombres se reúnen temporalmente o permanentemente. Luego, con motivo de circunstancias casuales y extraordinarias, vienen el trabajo organizado, la propiedad, etc., y con ello la civilización (v.), que es lo que origina la desigualdad y el mal de los hombres.
     
      En el Emilio y en el Contrato social, Rousseau se plantea que, puesto que el hombre se encuentra en un estado no natural, hay que hallar el modo de evitar de la mejor manera posible los inconvenientes de la situación convencional y civilizada. En la educación (v.). se trata de propugnar un sistema pedagógico que salvaguarde las virtudes innatas en el hombre en su estado de inocencia. En lo político, hay que hallar aquello que, en el contrato organizador de la convivencia, constituye el centro de dicho contrato; Rousseau encuentra que ese centro fundamental es la «voluntad general». Ésta no se equivoca nunca y nos salva precisamente de la arbitrariedad e inseguridad de las voluntades particulares; se comprende así que si el contrato social era en Locke una renuncia de la voluntad individual en pro de la comunidad, en el teórico ginebrino es por el contrario una entrega a la voluntad general, que es la regla universal desde la que nos afirmamos como seres racionales; no hay pues ninguna pérdida, sino que la voluntad general es la que hace vivir moralmente al hombre.
     
      El pensamiento roussoniano termina en la Profesión de fe con un verdadero canto a la intimidad, a la fuerza del sentimiento inmediato interior. Lejos de la sequedad del deísmo, de la «religión natural» tan difundida hasta entonces en los medios iluministas, Rousseau quiere restaurar la confianza en el acceso directo, personal a la voluntad universal, a un Dios entendido de manera vaga y confusa. Era natural que, en una época que estaba convencida de los límites del pensamiento, se llegase a sentir como una necesidad volver a confiar en el sentimiento.
     
      4. Ilustración alemana. La 1. alemana (Auf kliirung) arraiga y se extiende más en las Universidades. Sus caracteres peculiares le vienen de que en ella se prolonga más que en ninguna otra la tradición racionalista (a) tan típicamente germana. Al lado de ello, encontramos las características manifestaciones deístas (b), más tardías sin duda que las del deísmo inglés. Y por último, también aparecen las tendencias del pensamiento comprensivo (c), paralelas al intuicionismo roussoniano, que dan paso al romanticismo e idealismo.
     
      a) Continuación del racionalismo. El gran maestro del s. xvttl en Alemania es, sin duda, G. W. Leibniz (v.), a quien hay que considerar como un verdadero ilustrado, con su típico optimismo, tratando siempre de relacionar lo empírico y lo racional, de comprender todo en una «armonía preestablecida». El continuador de esta concepción es Christian Wol f f (m. 1754), autor de unos Pensamientos racionales sobre Dios, el mundo, y el alma de los hombres, y sobre todas las cosas en' general, en los que persiste una metafísica armonizada con los contenidos de la fe cristiana, pero de tal manera que en la metafísica wolffiana los conceptos se cosifican y simplifican; se puede recordar que la crítica de Kant (v.) tomó como objetivo precisamente aquellas formulaciones. Uno de los seguidores más fecundos de Wolff fue Alexander Baumgarten (m. 1762), a quien suele considerarse el fundador de la Estética (v.).
     
      No lejos de este racionalismo, pero en una dirección no metafísica, más de acuerdo con la filosofía inglesa y con el enciclopedismo francés, hemos de mencionar aquí la corriente iniciada por el jurista Christian Thomasius (m. 1728), que fundamenta el Derecho en la necesidad que el hombre tiene de coaccionar con la fuerza de la razón las arbitrariedades de la naturaleza humana; hay aquí un fondo empirista y utilitario muy lockiano. Lo curioso es que la irreligiosidad no aparase todavía en estos pensadores que viven de la tradición protestante pietista para la que la religión, reducida a asunto sólo del sentimiento, puede convivir con el mundo científico del racionalismo (v. PIETISMO).
     
      En último lugar, hay que citar a Moses Mendelssohn (m. 1786), el más importante representante de una línea, conocida como «filosofía popular», que aúna las ideas del racionalismo con una forma asequible, literaria, socrática de sabiduría, muy coherente con el espíritu ilustrado; precisamente es el Fedón la obra más difundida de Mendelssohn.
     
      b) Deísmo y Enciclopedia. Algunos pensadores alemanes se acercan y hasta casi se identifican con el grupo enciclopedista francés; ellos constituyen una parte no menos característica de la l. alemana. Pertenecen a esta tendencia: el Emperador Federico II (m. 1786; v.), que tiene relación con Helvetius y Voltaire y protege a Rousseau: y Samuel Reimarus (m. 1768), autor de una Apología de los adoradores racionales de Dios, que con su ataque racionalista a lo revelado es el más típico representante del deísmo.
     
      c) Las tendencias antirracionalistas. Aparecen a fines del s. xvttt, cuando se va perdiendo en toda Europa la confianza en el poder de la razón. Pertenecen a estas corrientes: Golthodl Ephraim Lessing (m. 1781; v.), que es un librepensador, pero de un tipo muy distinto a Voltaire, porque él tiene un fino sentido de lo histórico y su génesis. Piensa que la religión revelada no es falsa, aunque la considera como un momento que hay que superar; es una concepción que se repetirá idénticamente en Hegel (v.). Sostiene además que las creencias religiosas tienen un carácter predominantemente práctico y no teórico.
     
      Johann Gottfried von Herder (m. 1803; v.), autor de la célebre obra: Ideas sobre la filosofía de la Historia de la humanidad, en la que frente a la concepción iluminista del «progreso», para la que la historia es un proceso indefinidamente perfectivo llevado por el continuado esfuerzo del hombre que va venciendo la ignorancia y los prejuicios, considera que los diversos momentos de la' naturaleza y de la historia son un despliegue del gran todo. Se pasa, pues, de la razón, que pensaría con conceptos fijos, a una intuición fundamental capaz de captar el esfuerzo íntimo de la naturaleza. Es coherente que en su teoría del lenguaje, Herder fuera partidario del origen natural, y no convencional, del mismo (v. IDEALISMO II).
     
      La nueva mentalidad de fin de siglo, que frente a la claridad analítica de la 1. opone su sentido de la contradicción como algo que está en el centro de la realidad, tiene su más característico pensador en Johann Georg Hamann (m. 1788), que a la inteligibilidad del concepto prefiere la sugerencia de la expresión mística y poética. Le sigue Friedrich Heinrich Jacobi (m. 1819), que desarrolla la idea de que la fe (entendida en sentido difuso) es necesaria; ella es, para él, la fuente de todo conocimiento, incluso del racional, el cual tiene en su base algo creído; por la fe, dice, se llega a captar a un Dios o sustancia universal, de la que todo lo demás no son sino manifestaciones. La fe de Iacobi está totalmente fuera de la filosofía de las Luces y forma parte de todas aquellas corrientes del prerromanticismo, pero hay que precisar que esta dirección no tuvo una continuación (v. FIDEíSMO); en cambio, la suposición por Lessing y Herder de un concepto capaz de intuir la riqueza de la realidad llegará a ser, en el s. xtx, el centro de la filosofía idealista y romántica alemana (v. IDEALISMO I), especialmente en Hegel (v.).
     
      Hay que decir, por último, que el filósofo que recoge con más desarrollo especulativo el espíritu del iluminismo es Immanuel Kant (v.); él es la personificación de aquella concepción cautelosa y analítica de la razón y presta atención también a esas otras facultades, igualmente limitadas, que son la voluntad y el sentimiento, aunque sus conclusiones, como sus puntos de partida, tampoco sean siempre acertados.
     
      5. Ilustración italiana. El s. xvll[ italiano está ocupado en su primera mitad por una,figura extraordinariamente original e incluso contraria a su época: G. B. Vico (v.) Él vio como nadie hasta entonces la problematicidad de la realidad (v.), que considera radicalmente histórica en el sentido de imprevisible, con posibilidad de caída y error. Este autor no pertenece al espíritu iluminista y ni siquiera se parece a Leibniz -de quien es contemporáneo- sino lejanamente.
     
      La 1. italiana propiamente dicha es muy poco original; es una simple resonancia del pensamiento francés. Únicamente destaca el jurista Cesare Beccaria (m. 1794; v.), con su obra De los delitos y de las penas, en la que se propugna que las penas deben contener la menor violencia posible para el ciudadano, porque de lo único de lo que se trata es de conseguir en la vida social la mayor felicidad entre el mayor número; típica concepción iluminista, que luego continuará en el utilitarismo.
     
      Otros autores, más importantes por la repercusión que tuvieron sus obras que por el valor intrínseco de las mismas, son: Antonio Genovesi (m. 1769), economista, autor de unas Meditaciones filosóficas en las que une sensismo, hedonismo y espiritualismo tradicional; Gaetano Filangieri (m. 1788), jurista, inspirado en Montesquieu, y autor de una Ciencia de la legislación; y, por último, la influencia de Condillac aparece en Gian Domenico Romagnosi (m. 1835), que escribió unos Puntos de vista fundamentales sobre el arte de la lógica, y Melchiorre Gioia (m. 1828), autor de una Ideología, los cuales prolongan el racionalismo empirista hasta muy entrado el s. xlx.
     
      6. Ilustración española. La interpretación del s. xvi[I español ha sido un asunto esencialmente polémico, dadas las características de su iluminismo. Efectivamente, ocurre que en conjunto, el pensamiento continúa siendo cristiano, lo cual trae consigo una persistencia de ciertas tesis metafísicas y éticas, y consecuentemente produce a veces un eclecticismo en que los elementos no siempre aparecen bien integrados (v. ECLECTICISMO i). Este tono es dominante a lo largo de todo el s. xviii español; ya se ha explicado -en el artículo sobre los eclécticos españoles- que en la historia de las ideas españolas hay que considerar como un periodo unitario el que va desde 1670 (final de la mentalidad barroca) hasta 1810 (en 1811 muere Jovellanos); y que dentro de dicho periodo hay que distinguir dos etapas: una, hasta 1770, que comprende toda la discusión acerca de los temas de filosofía natural (v. FILOSOFÍA NATURAL EN LA EDAD MODERNA), y otra, desde esa fecha, que se caracteriza por la recepción generalizada de las doctrinas francesas e inglesas ilustradas (que es lo que estudiaremos ahora). Hay que añadir que, como figura original, ocupa un lugar aparte, y no sólo ni principalmente por su aportación filosófica, el benedictino Benito jerónimo Feijoo (v.), que representa, en la primera mitad del siglo, con su enorme labor crítica de la cultura española, el mejor espíritu de la Ilustración.
     
      Pero en la etapa que aquí hemos de examinar, distinguiremos varios apartados: por una parte, los sensistas; por otra, un grupo de pensadores antimodernistas; y, por último, la serie más fecunda de los autores que son al mismo tiempo modernistas y tradicionales, de los cuales el más destacado en su significación general es lovellanos.
     
      a) Sensistas. Reciben todos ellos la influencia de Locke y de Condillac, directamente o a través del empirismo italiano y portugués (Genovesi, Beccaria, Filangieri y L. A. Verney). Uno de los primeros es Juan Bautista Muñoz (m. 1799), autor de un Prólogo a la Lógica del portugués Verney.
     
      En otros, el sensismo psicológico se yuxtapone a una crítica metafísica de inspiración tradicional unas veces, y otras de corte fideísta. Por ej., es el caso de Ramón Campos (m. 1808), autor de un Sistema de Lógica, y que en su trabajo El don de la palabra mantiene la teoría del origen divino del don humano del lenguaje. También, Francisco Javier Pérez y López (m. 1792), que escribió unos Principios del orden esencial de la Naturaleza.
     
      Pero quizá los más originales son: Antonio Eximeno (m. 1808), autor de unas importantes Institutiones Philosophicae et mathematicae, en las que recoge, con matizaciones personales, la ideología de Locke y las teorías de Condillac; y Juan Andrés (m. 1817), autor de una extensa obra, Del origen, progreso y estado actual de la literatura, en la que se muestra, antimetafísico.
     
      b) Antimodernistas. Agrupamos aquí a una serie de pensadores reaccionarios que adoptan una actitud de recelo y de desconfianza hacia el nuevo espíritu ilustrado, polemizando contra el sensismo psicológico y contra el enciclopedismo.
     
      Entre ellos, los más conocidos son: Fernando de Ceballos y Mier (m. 1802), que escribió con estilo violento, pero haciendo uso de un buen espíritu crítico La falsa filosofía; y Francisco de Alvarado (m. 1814), dominico, denominado «el Filósofo Rancio», autor de unas Cartas filosóficas muy representativas de este espíritu antimodernista. Menos conocidos: Juan Bautista Gener (m. 1781), Antonio Codorniu (m. 1770), y sobre todo el franciscano José de Alcántara Castro (m. 1792), autor de una notable Apologia de la theologia scholastica.
     
      Hay que mencionar aparte, aunque no está lejos de esta línea, a Juan Pablo Forner (m. 1797), defensor de la cu'.tura tradicional española frente a las novedades ilustradas extranjeras, y autor de una Oración apologética por la España y su mérito literario y de los Discursos filosóficos sobre el hombre; aunque no es propiamente un filósofo, su gran cultura le hace interesante para conocer el pensamiento de la época.
     
      c) Modernidad tradicional. Es un grupo de autores, el más fecundo de todos los del siglo, que se acercan y comprenden positivamente muchos elementos de la l., aunque en sus visiones del mundo permanecen dentro de los contenidos tradicionales. Entre ellos citamos a: Antonio José Rodríguez, que escribe El Philoteo en conversaclones del tiempo; Tomás Lapeña, y sobre todo Juan Francisco de Castro, autor de una notable obra sobre Dios y la naturaleza.
     
      Mucho más importantes son: Esteban de Arteaga (m. 1793), que ocupa un lugar en la historia de la Estética con sus Investigaciones filosóficas sobre la Belleza ideal; Lorenzo Hervás y Panduro (m. 1809; v.), autor -de una interesante Historia de la vida del hombre, que es una verdadera enciclopedia del saber y que contiene infinidad de observaciones sobre la Historia de la Filosofía; y, especialmente, Gaspar Melchor de Jovellanos (m. 1811; v.).
     
      7. Ilustración hispanoamericana. En Hispanoamérica, el proceso es completamente paralelo al español, únicamente con algunos años de retraso. También habría que señalar una primera etapa en que se da un eclecticismo y polémica en torno a los temas de filosofía natural, de la que se ha hablado en la VOZ ECLECTICISMO; y una segunda etapa en la que el influjo de las teorías enciclopedistas sobre la sociedad se hace sentir con bastante fuerza. Hay que mencionar: en Ecuador, a Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo (m. 1792) con su Nuevo Luciano, o despertador de ingenios; en Argentina, a Gregorio Funes (m. 1829), de mayor importancia política que filosófica; en Cuba, a José Agustín Caballero, autor de una Philosophia Electiva, prototipo del tan repetido eclecticismo hispánico; y en Colombia, los físicos y naturalistas José Celestino Mutis (m. 1808; v.) y Francisco José Caldas (m. 1816).
     
      Pero hay que añadir que en los distintos países de Hispanoamérica, y precisamente en las primeras décadas de la época de la Independencia, se prolongan hasta mediados del s. xlx las tendencias empiristas, que luego empalmarán directamente con el positivismo (v.) comtiano, porque en América no aparece apenas el movimiento filosófico idealista hegeliano. Esta prolongación empirista se hace bajo la influencia directa de la Ideología. Así Juan Crisóstomo Lafinur (m. 1823), Manuel Fernández Agüero (m. 1884), autor de unos Principios de Ideología elemental; Diego Alcorta y Juan Bautista Alberdi, todos ellos argentinos. En Cuba, Féliz Varela, autor de unas Institutiones philosophiae eclecticae.
     
      Otra prolongación algo tardía de una corriente europea ilustrada se produce con la presencia de algunas tendencias próximas a la filosofía escocesa del sentido común. El más importante es Andrés Bello (m. 1865; v.), nacido en Venezuela, pero que gran parte de su vida trabajó en Chile, donde murió, y se debe citar a José Joaquín Mora, que, aunque de Cádiz, trabajó en Argentina y Chile, publicando unos Cursos de Lógica y Ética, según la Escuela de Edimburgo.
     
      Para la 1. en EE. UU., v. ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA VI.
     
      V. t.: RACIONALIsmo; EMPIRISMO; DEíSMO; ENCICLOPEDIA, 3; HISTORIA V, 3 y VI; EUROPA IX; MODERNA, EDAD.
     
     

BIBL.: F. VALIAVEC, Historia de la Ilustración en Occidente, Madrid 1964; W. DILTHEY, El mundo histórico, México 1944; íD, De Leibniz a Goethe, México 1945; P. HAZARD, El pensamiento europeo del siglo XVIII, Madrid 1946; A. CRESSON, Diderot, París 1949; E. CASSIRER, La filosofía de la Ilustración, 2 ed. México 1950; B. MAGNINO, Iluminismo y cristianismo, 3 vol., Barcelona 1962-63; M. Á. GALINO, Tres hombres y un problema: Feiioo, Sarmiento y lovellanos ante la educación moderna, Madrid 1953; P. PEÑALVER, Modernidad tradicional en el pensamiento de Iovellanos, Sevilla 1933; B. NAVARRO, La introducción de la filosofía moderna en México, México 1948; 0. V. QUIROZ MARTINEZ, La introducción de la filosofía moderna en España, México 1949; L. RODRÍGUEZ ARANDA, El desarrollo de la razón en la cultura española, Madrid 1962; M. MENÉNDEZ PELAYo, Historia de los heterodoxos españoles, lib. VI cap. III, 2 ed. BAC, Madrid 1967, 486-622; 1. HIRSCHBERGER, Historia de la Filosofía, II, 2 reimpr. Barcelona 1962, 116-134; F. AMERIO, La Ilustración, en C. FARRO (dir.), Historia de la Filosofía, II, MadridMéxico 1965, 102-121.

 

P. PEÑALVER SIMÓ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991