IGLESIA UNIVERSAL E IGLESIAS PARTICULARES.
1) Datos del Nuevo Testamento. 2) Reflexión teológica. 3) La eclesiología del
Conc. Vaticano II.
Este tema implica toda una serle de conceptos afines (I., iglesia local,
primado, episcopado, diócesis, parroquia, patriarcados, conferencias
episcopales, etc.), que si bien no pueden ser estudiados directamente aquí, no
deben ser perdidos de vista al leer la presente exposición.
1) Datos del Nuevo Testamento. La 1. primitiva, desde los primeros pasos
de su existencia terrestre, tuvo conciencia de su dimensión unitaria en cuanto
comunidad escatológica de la Nueva Alianza (v. ALIANZA [Religión] ti).
Trascendió toda tentativa de desdoblamiento en grupos más o menos dispares y
autónomos y se realizó en una rica proliferación de formas históricas y
organizaciones locales. Porque la primera comunidad cristiana de Jerusalén, una
vez equipada con el «poder de lo alto» (Le 24,49; Act 1,8) con la venida del
Espíritu Santo (Act 2) y capacitada para su misión salvífica en el mundo, nunca
se entregó a una vida esotérica de alegría satisfecha de la posesión de los
bienes de la redención, esperando tranquila e inactiva en el seno del judaísmo
la venida del Señor. La primera predicación de S. Pedro a «todo el pueblo» (Act
3,11-26; 2,14-39; 4,9-12; 5,29-32) y más allá de Jerusalén (Act 9,32-43) y la
actividad misionera de los demás Apóstoles y de otros miembros de la comunidad
les lleva a ofrecer primero a «todo Israel» la oportunidad de conversión (Act
2,38; 3,19; 5,31; Rom 1,16; 2,9) y luego a difundir con incansable celo
misionero el mensaje cristiano entre los gentiles, más allá de las fronteras de
Israel (cfr. Act 11,14-26).
Con el crecimiento sorprendentemente rápido (Act 2, 41-47; 4,4; 5,14; 6,7;
9,31-32; 11,19-26) de la comunidad de Jerusalén empiezan a actuar en la 1. de
Cristo por una parte las fuerzas expansivas, que tienden a desvincularse de
ligaduras locales abriendo a su unidad fundamental horizontes más universales,
mientras por otra parte nuevas fuerzas entran en juego, para que la l., sin
perder su dimensión unitaria, se inserte en la vida de las comunidades locales y
asimile sus tradiciones y legítimas diferencias.
La conciencia de esta unidad, que se establece y crece unitariamente sobre
el «fundamento de los Apóstoles y Profetas» (Eph 2,20) abrazando en sí todos los
miembros y grupos, precede a la formación de las comunidades locales, cuando la
predicación misionera apenas había superado los muros de la ciudad santa y la I.
venía a coincidir con el grupo de cristianos reunidos en Jerusalén en torno a
los Apóstoles todavía estrechamente vinculados en lo exterior con el judaísmo.
Con el proliferarse de las comunidades locales y con la consiguiente aceptación
de diversas formas y diferenciaciones locales la 1. no pierde su dimensión
unitaria. S. Lucas, en los Hechos, se esfuerza por poner de relieve esta unidad
y hermandad de los primeros cristianos de la 1. madre, fieles a la doctrina de
los Apóstoles (Act 2,42) y fortalecidos con la común participación del nuevo
culto cristiano, reunidos en el templo (Act 5,12) o en las casas de los miembros
de la comunidad para «partir el pan» y «tomar el alimento con alegría y
sencillez del corazón» (Act 2,42.46) y oír la palabra de Dios (Act 20,7.11). La
voluntaria comunión de bienes era otro rasgo característico, bien que algo
idealizado, de la dimensión unitaria de la primera comunidad cristiana en el
cuadro que S. Lucas ha trazado de la 1. en Jerusalén (Act 2,43-47; 5,12-16).
Este interés de S. Lucas por subrayar la unidad y armonía de la comunidad
local de los primeros cristianos le lleva a mencionar, sólo de pasada, las
primeras estridencias y tensiones de la 1. primitiva localizada en Jerusalén,
sin que, por otra parte, su fidelidad a los hechos históricos le permita
pasarlas totalmente por alto. La narración lucana se hace eco, por otra parte,
de la tendencia del grupo helenizante a apresurar una progresiva desvinculación
de la 1. de Cristo de ligaduras rituales y legalísticas (Act 6,13; 15,1)
venciendo la resistencia inicial de los judío-cristianos de Jerusalén contra el
libre ejercicio de la misión entre los gentiles y su liberación de la
observancia de la ley mosaica. El Concilio Apostólico de Jerusalén vino a
aprobar el evangelio de S. Pablo y sus afirmaciones sobre la circuncisión y la
misión entre los gentiles reforzando así la unidad de la I. realizada ya en
numerosas comunidades locales (Act 15; Gal 6,10); aunque, como es obvio, este
esfuerzo necesitó de una acción posterior para ir resolviendo los problemas que
tenía planteados la I. en su vida comunitaria (Act 15,1929; cfr. 21,20; Gal
1,1-10.11-14).
Las cartas de S. Pablo presentan la vida de la I. en la cual está
garantizada su dimensión unitaria en el ámbito de las relaciones entre lo
universal y lo local. Los vínculos que unen las comunidades paulinas no son
meramente externos y de iniciativa humana en busca de eficacia y consistencia
organizativas, sino de orden espiritual basados en los dones «de arriba» que
imponen a la I. un empeño moral en la realización de su vida eclesial y hallan
expresión en la idea que la comunidad tiene de sí misma, conforme en sus rasgos
esenciales, salvo, sin embargo, una legítima diversidad propia de las
comunidades locales. La teología neotestamentaria de la I. no permite acercarnos
al tema de las relaciones entre la I. universal y las iglesias particulares como
si se tratase de «un desdoblamiento en grupos dispares que gozasen de una
consistencia puramente externa, basada en la común confesión de Jesucristo o en
ritos o prácticas comunes, o bien que se recapitulasen de un modo ideal por una
`teología de la Iglesia', que entrase en juego posteriormente» (R. Schnackenburg,
La Iglesia en el Nuevo Testamento, Madrid 1965, 17-18). Nuestras consideraciones
sobre la situación de las iglesias particulares en la I. universal parten de la
realidad de la I. de Cristo como misterio de fe. Acercarse al misterio de la 1.
de Cristo y a las comunidades locales con enfoques meramente sociológicos
implicaría perder de vista la dimensión real de las cosas y elaborar un concepto
de 1. basado en los aspectos terrestres de la realidad eclesial, manteniéndose
cerrado a los elementos verticales de la I. misterio de fe. La teología de la 1.
no admite soluciones alternativas que excluyan o mutilen aspectos correlativos
del misterio de la 1. La solución debe buscarse por la integración de los
diversos elementos constitutivos de la realidad bipolar de la I.
La realidad de la I. primitiva y la conciencia que ella tiene de sí misma
se basan en esta cimentación y dotación «de lo alto» determinando a su vez las
relaciones entre las iglesias locales en el seno de la I. universal. Esta unión
interna de todos los cristianos, cualquiera que sea la comunidad local a la cual
están incorporados, y de todas las comunidades por dispersas que éstas se
encuentren, halla expresión en los saludos de bendición con los cuales encabeza
Pablo casi todas sus cartas; el más característico tal vez sea el de 1
Corintios. Fraccionada en grupos como estaba la comunidad cristiana, S. Pablo no
considera estas desavenencias solamente como problema de una iglesia local, sino
como lesión o al menos amenaza de la unidad de la entera I. universal empeñada
en realizar en la práctica y manifestar del modo más convincente aquella unidad
fundamental de todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Los vínculos que obligan
a los cristianos de Corinto a superar las fracciones son los que unen a todos
los «santificados en Cristo» y a todos los que «invocan el nombre de nuestro
Señor Jesucristo». La iglesia local para Pablo es la 1. una que se realiza y se
hace presente en un determinado lugar. Esta concepción paulina de la comunidad
local como realización de la única I. de Cristo en sus elementos esenciales,
bien que analógicamente realizados en cada lugar, es un presupuesto
eclesiológico fundamental para determinar las relaciones existentes entre la I.
una y las iglesias particulares. Un testimonio espontáneo, pero sumamente
convincente, de la unión íntima de todas las comunidades locales en el único
Pueblo de Dios de la Nueva Alianza, en el Cuerpo de Cristo y en el edificio del
Espíritu, lo encontramos en la gran colecta que Pablo, según lo convenido (Gal
2,10), organiza en sus comunidades a favor de los pobres o santos de Jerusalén
(1 Cor 16,1-4; 2 Cor 8-9; Rom 15,2527), expresando así eficazmente los vínculos
internos que unen a todas las iglesias particulares de la communio ecclesiarum.
S. Pablo ha dado gran importancia a este gesto de fraternidad cristiana para
documentar los vínculos íntimos de koinonia entre la comunidad de Jerusalén y
las comunidades gen tílico-cristianas. De esta unidad profunda, que une a todas
las iglesias particulares en cuanto concretas realizaciones del misterio de la
I. una, presente en todas ellas, debe partir la consideración de las relaciones
entre lo universal y lo particular en el N. T.
La autocomprensión de la comunidad cristiana primitiva expresada en los
términos adoptados para designarse a sí misma confirma estos datos bíblicos.
Parece exegéticamente fundado que los primeros cristianos se llamaron a sí
mismos los santos (Act 9,13.32.41; Rom 15,25-26; etc.) expresando con este
término y sus sinónimos, los llamados (Rom 1,6-7), los escogidos (Rom 16,13) y
los amados (Rom 1,7), la autoconciencia de constituir el Pueblo de Dios que el
Señor se ha adquirido con su sangre y ha abierto a judíos y gentiles (Act
20,18-28). Este nuevo Pueblo de Dios, todavía muy reducido en el número de
fieles, pero con un destino universal, se presentó como Iglesia de Dios (Gal
1,13; 1 Cor 15,9) aplicándose una expresión veterotestamentaria (qahal Yahwéh),
que paradójicamente sólo en pasajes en que se habla de las iglesias locales va
acompañada del genitivo tou Xristou (Rom 16, 16) o de los dativos equivalentes
Kyrio Iesou Xristó (1 Thes 1,1; 2 Thes 1,1). Se considera determinante el uso
que S. Pablo ha hecho de la expresión Iglesia de Dios atribuyéndola
originariamente a la iglesia madre de Jerusalén y extendiéndola luego a las
iglesias judío-cristianas y sucesivamente a sus comunidades étnico-cristianas en
cuanto éstas actualizan y representan la I. de Dios en un lugar determinado (1
Thes 2,14; 1 Cor 1,2; 10,32; 11,16; 2 Cor 1,1; 1 Tim 3,5). Esta representación
de la I. universal en la comunidad local adquiere su mayor intensidad y su más
profundo significado eclesiológico en la asamblea cultual reunida para celebrar
la Cena del Señor (1 Cor 11,18,19.34; 14,19.28, etc.).
Estos datos neotestamentarios sobre el uso de la expresión Iglesia de Dios
y su equivalente Iglesia de Cristo para designar la asamblea cristiana cultual,
la comunidad local y la totalidad de todos los cristianos ilustran el tema de
las relaciones entre la I. universal y las comunidades particulares. Aunque aún
queden algunos aspectos discutidos entre los exegetas, se ha impuesto la opinión
según la cual ha sido la comunidad de Jerusalén la que expresó en el término
Ekklesia su conciencia de constituir el Nuevo Israel libre de fronteras
territoriales y heredero de las promesas veterotestamentarias cumplidas en
Cristo. La I. es consciente de continuar la misión de la qahal Yahwéh con su
nueva existencia en Cristo y abrazando sin discriminación de razas a todos los
creyentes. Elementos esenciales de esta conciencia de la I. primitiva son su
continuidad esencial con el pueblo de la Antigua Alianza, cuyas promesas y
destino ha heredado y la novedad de su existencia en Cristo, por la que la I.
abierta a judíos y gentiles supera al viejo Israel. Por otra parte, la comunidad
pospascual desde sus orígenes ha ido adquiriendo conciencia de su universalidad
partiendo de la experiencia local, en cuanto el nuevo pusillus grex de creyentes
en el Señor resucitado vive su nueva existencia cristiana ligado todavía a los
vínculos locales de la ciudad santa.
2) Reflexión teológica. Quien tiene en cuenta estos datos bíblicos no
presentará el tema 1. universal e iglesias particulares en términos de una
alternativa de prioridad de la experiencia local sobre la universal en la 1.
primitiva o viceversa. El problema formulado en términos de estricto dilema es
ajeno a la mentalidad de la comunidad pospascual. Su conciencia de ser el único
pueblo de Dios de la Nueva Alianza no es en modo alguno un theologoumenon
posterior a la existencia y experiencias de las varias iglesias locales y
producto de un cristianismo fragmentado en grupos, que en un segundo paso habría
descubierto la convergencia de la fe y de las experiencias de vida eclesial en
el seno de las comunidades locales y habría adquirido la convicción de la
utilidad práctica de una organización eclesial unitaria. Al contrario, los
primeros creyentes, que aceptan el mensaje cristiano y se bautizan, se
incorporan a una comunidad eclesial que se sabe una y universal (Act 2,41), y
experimentan su pertenencia al único Pueblo de Dios o I. de Cristo localmente
todavía vinculada a Jerusalén. Con la difusión del mensaje cristiano más allá de
los muros de la Ciudad santa y de las fronteras de Israel y con el multiplicarse
de las comunidades locales no se debilita esta conciencia de la unidad y
universalidad del único Pueblo de Dios realmente presente en las comunidades
locales. Éstas implican relaciones con la I. universal de un orden más profundo
que las que existen entre la parte y el todo. Los vínculos de koinonia entre la
I. universal y las iglesias particulares radican en el misterio de la presencia
activa y salvífica del Señor resucitado y de la asistencia eficaz del Espíritu
no vinculadas a límites locales de espacio y tiempo. Es el ser mismo de la I. el
que en la realidad de su misterio está verdaderamente presente en todas y cada
una de las iglesias locales logrando realizar así su unidad fundamental en la
riqueza de una legítima diversidad local.
La I., una y universal, ha realizado siempre su misión vinculada a
elementos locales. Siendo su realidad una unidad mistérica de elementos humanos
y divinos, históricos y metahistóricos, la dimensión local y temporal es un
elemento esencial de su existencia. El hombre no entra en contacto con la I.
sino en un punto concreto dentro de las coordenadas de espacio y tiempo. Es ésta
una exigencia impuesta por la naturaleza del hombre compuesto de espíritu y
cuerpo y por la naturaleza de la 1. en cuanto comunidad escatológica encarnada
en el mundo y en la historia: el hombre encuentra, pues, a la 1. realizada y
visiblemente presente en un lugar determinado y ligada a diversos elementos de
localidad. Los diversos elementos de esta localidad derivados de varios factores
de ambiente histórico-socio-cultural determinan la localidad de la comunidad
eclesial, que realiza y hace presente la I. universal en ese lugar determinado.
La localización, por tanto, de la I. de Cristo no se da según esquemas fijos,
sino que admite formas y realizaciones diversas. Siendo esta localización de la
I. una realidad analógica, está esencialmente vinculada a la realización del
misterio de la 1. Esta vinculación se funda en un doble aspecto, que va más allá
de la mera adaptación pastoral y de los motivos de oportunidad histórica. La I.
es una comunidad de hombres vitalmente ligados a un ambiente local y a una
situación histórica. Al hombre se ha comunicado Dios entrando su acción
salvífica, su Palabra y su gracia en la historia de la humanidad, según un plan
salvífico que tiene su culminación irrevocable con la encarnación de Cristo. En
el Verbo hecho carne radica la vinculación de la I. con la historia del hombre
en su dimensión local y temporal. La I., por tanto, realiza su misión en el
mundo según esta ley de la economía de la salvación y haciendo, por tanto,
visiblemente presente al hombre en un lugar y en una situación histórica
determinados. Sin embargo, conviene observar que esta localización de la I.,
siendo análoga en sus diversas realizaciones e imprimiendo una fisonomía propia
a la I. en un lugar determinado, nunca puede entenderse en sentido de una total
identificación con toda la complejidad de factores locales propios de la
comunidad humana en dicho lugar, que equivaldría a una fijación irrevocable de
la 1. a elementos locales que comprometerían la autonomía de la I. de Cristo una
y universal y su condición de comunidad peregrina en la historia. El aspecto
histórico y el trascendente son ambos esenciales en la realización local de la
I., e implican que ésta en la unidad de sus elementos celestes y terrestres no
pueda encarnarse en un lugar determinado de modo que se identifique con su
localidad y quede totalmente prisionera de su dimensión local, ni pueda de tal
manera fijarse y aislarse en su existencia local de modo que corte su relación a
la 1. universal, se cierre a recibir los dones y riquezas que provengan de las
otras iglesias particulares o se niegue a comunicar sus dones, y carismas a las
otras comunidades de la communio ecclesiastica universal.
3) La eclesiología del Conc. Vaticano 11. En la relación 1. universal e
iglesias particulares la eclesialidad es -decíamos- una realidad analógica, así
también la localización de una iglesia particular ha adoptado en el curso de la
historia diversas formas y grados de realización, no sólo bajo el punto de vista
de un cierto pluralismo jurídico de estructuras, sino también en cuanto al
significado teológico y al modo de concebir las relaciones entre lo universal y
lo particular que son complejas y no es posible ni en la teoría ni en la
práctica reducirlas a un esquema unívoco. En las diversas épocas de su historia,
la l., obedeciendo a muy variados imperativos históricos, ha realizado
analógicamente su eclesialidad en las iglesias particulares o locales.
La eclesiología del Vaticano II parte de este principio fundamental de la
relación de analogía entre la I. universal y las iglesias particulares y
reconoce varias realizaciones y diversos grados de eclesialidad en las iglesias
locales. Entre las varias realizaciones locales de la 1. de Cristo concede un
puesto destacado a la diócesis (v.), que una tradición tan antigua casi como la
I. ha considerado como el tipo de iglesia particular o local que realiza y
manifiesta la I. una, santa, católica y apostólica (Decr. Christus Dominus, 11).
Como la unidad de la I. universal se manifiesta en su Pastor supremo, el Papa,
así también la unidad de la diócesis se hace eficazmente visible en la persona
del obispo (Const. Lumen gentium, 23). Basado en el principio de analogía entre
la 1. universal y las iglesias particulares en las cuales y a base de las cuales
está constituida la Iglesia una, el Vaticano 11 reconoce en este mismo contexto
la legítima diversidad de las iglesias locales que contribuye a que la I. de
Cristo logre la plenitud de su unidad. Entre la unidad de la I. universal y la
diversidad de las iglesias particulares vige el mismo campo de relaciones que
entre el Papa y los obispos en el seno del colegio episcopal. El Romano
Pontífice representa la unidad de la I. universal realizada en la diversidad de
las iglesias particulares, mientras los obispos, siendo principio visible y
fundamento de la unidad de sus iglesias locales junto con el Papa, «representan
a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de caridad» (Lum. gent.
23). De aquí su responsabilidad colegial por el bien universal de toda la I. Sin
excluir las tensiones propias de todo organismo vital, los pastores locales, que
garantizan una legítima diversidad en sus iglesias, contribuyen a la unidad y al
bien de la .1. universal, pues «es cierto que, rigiendo bien la propia Iglesia
como porción de la Iglesia universal contribuyen eficazmente al bien de todo el
Cuerpo místico, que es también el cuerpo de la Iglesia» (Lum. gent. 23).
El Vaticano II reconoce la existencia de otras iglesias particulares, que
conservando una relación de semejanza con la diócesis, trascienden, sin embargo,
los límites de la organización diocesana tradicional en el Occidente.
Refiriéndose a las 1. orientales católicas usa el término iglesias particulares
o ritos (Decr. Orientalium Ecclesiarum, 2). El elemento ritual en su sentido
litúrgico y disciplinar prevalece sobre el local dando por supuesta la presencia
de varios ritos en un mismo lugar (ib. 4), de tal manera íntimamente vinculados
unos con los otros, que su variedad, lejos de ir contra su unidad, la manifiesta
mejor (ib. 2; Lum. gent. 29). Respetando la diócesis como el tipo princeps de
iglesia particular el Concilio habla además de otro tipo supradiocesano de
iglesia particular en las iglesias patriarcales (Lum. gent. 23; Orient. Ecc.
7-11) independientes las unas de las otras y abrazando bajo la guía de un
patriarca varias diócesis. Varias de estas sedes patriarcales invocan un origen
directamente apostólico y una tradición disciplinar y litúrgica propia. En el
sentido de un grupo de iglesias particulares unidas hasta nuestros días con
vínculos propios de tradición y disciplina eclesial el Vaticano II habla de las
I. de Oriente y de la l. de Occidente (Decr. Unitatis redintegratio, 14). La
Const. Lum. gent. aplica también el término de iglesia particular a agrupaciones
de comunidades cristianas que sin constituir una unidad institucionalmente
organizada, ostentan un patrimonio común de tradiciones propias con sus riquezas
y carismas particulares (Lum. gent. 13).
Con la creación de las Conferencias episcopales (v.) las comunidades
diversas de un país o de un territorio se sienten agrupadas en torno a sus
pastores, que deliberan y cooperan mutuamente al bien común de las respectivas
iglesias particulares (Christus Dominus, 38; Ad gentes, 20). El Concilio
reconoce también la existencia de iglesia particular en el estadio de su
fundación y crecimiento hasta lograr el grado de comunidad autóctona
suficientemente dotada de jerarquía propia y de energías y medios para llevar
una vida plenamente cristiana (Ad gentes, 6.15.19.20).
Al nivel infradiocesano el Vaticano II nos presenta un tipo de iglesia
local que realiza su eclesialidad en la comunidad parroquial (Presbyterorum
Ordinis, 6; Lum. gent. 28) y que en torno a los presbíteros en comunión con el
obispo hace visible la I. universal (v. PARROQUIA). El Concilio desciende a
considerar la I. de Cristo realizada también en otras unidades eclesiales más
pequeñas como la iglesia doméstica (Lum. gent. 11; Apostolicam actuositatem,
11). . Finalmente considera la I. universal presente en «las legítimas reuniones
locales de fieles, que unidas a sus pastores reciben también en el N. T. el
nombre de iglesias» (Lum. gent. 26).
Si bien el corpus de los decretos del Vaticano II nos ha legado ricos
elementos sobre la teología de la iglesia particular y sobre sus relaciones con
la I. universal, sin embargo, una noción exhaustiva de iglesia local en su
dimensión teológica, jurídica y sociocultural no ha sido desarrollada
plenamente. Quedan, pues, pendientes numerosas cuestiones a fin de profundizar
en las relaciones entre lo universal y lo local, y mantener adecuadamente sea la
unidad sea la legítima diversidad en la 1.
V. t.: II, 2 y 4; IV, 3; ECLESIOLOGÍA I, 7; COLEGIALIDAD EPISCOPAL;
DIÓCESIS; PARROQUIA.
BIBL.: A. ANTÓN, Primado y Colegialidad, Madrid 1970, 79-94; W. BERTRAMS, De analogia quoad structuram hierarchicam inter Eccl. univ. et Eccl. part., «Periodicau 56 (1967) 267-308; B. P. PRUSAK, The canonical Concept ol particular Church be/ore and a/ter Vatican 1l, Roma 1967; B. MAGGIONI, La Chiesa locale nella Scrittura, «Vita e pensieron 54 (1971) 236-247; B. NEUNHEUSER, La Chiesa locale nella Tradizio Patristica, ib. 248-2651G. PHILIPS, Utrum Ecclesiae particulares sint iuris divini an non, «Periodicau 58 (1969) 143-154; v. t. la bibl. de IV, 3.
A. ANTóN GóMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991