IGLESIA. SAGRADA ESCRITURA. NUEVO TESTAMENTO.


1) Introducción. 2) Fundación de la Iglesia. 3) Carácter universal. 4) Ministerios sagrados. 5) Santos y pecadores. 6) El Primado. 7) La Iglesia, Cuerpo de Cristo. 8) Iglesia y Reino de Dios. 9) Nombres de la Iglesia. 10) El tiempo de la Iglesia.
     
      1) Introducción. La 1. es el Israel escatológico, adquirido por la redención de Cristo y edificado mediante la continua efusión de su Espíritu, cuya existencia se realiza como Cuerpo Místico de Cristo.
     
      Antes que la reflexión teológica, está latente la realidad, la existencia vivida de la I. La I. está presente en todas las páginas del N. T., allí incluso donde no se hace sensible en conceptos e imágenes explícitamente formulados. Los escritos del N. T. son una expresión de su fe y de su vida; nos trasmiten la realidad de la I. tal como era vivida en la comunidad de los fieles, en los ministerios, en el culto, etc. Normalmente hablando, el interés de los documentos es cristológico, pero fácilmente se transforma en eclesiológico al hablar de la redención y santificación que Jesucristo hace del nuevo pueblo de Dios. Así la cristología (v.) y la soteriología (v.) se transforman insensiblemente en eclesiología (v.).
     
      Los autores del N. T. no expresan solamente ideas personales. Detrás de ellos está la conciencia eclesial, una tradición que sustenta la vida cristiana. La mirada creyente de estos autores nos descubrirá mejor el misterio de la I., que no una mirada exclusivamente crítica. Por todo esto es la I. viva, la de hoy, la contemporánea a nosotros, la que juzga a la Escritura, y no al revés. No es el texto el que explica la realidad de la I., sino que es la 1. quien hace inteligible el texto. Siempre hay más en la vida de la 1. que en las formulaciones de la Escritura que de esa vida se hacen. El N. T., por lo demás, no nos da un cuadro completo de todos los aspectos de la vida de la I., ni siquiera de la I. primitiva. Si nosotros nos vamos a dedicar a descubrir la idea que la l. primitiva tenía de sí misma, precisamente a través de los documentos del N. T., es porque en ellos aparece ésta en una situación original singular, pero somos conscientes que no lo esperamos todo de ahí, precisamente porque tenemos fe en la I. y conciencia de la realidad de la tradición. La 1. es una comunidad que se realiza en la historia. Ya desde su origen no es estática, sino una realidad en formación que está configurándose en Cristo. La esperanza dilatada de la parusía (v.) la indujo a organizaciones jurídicas, que de suyo son temporales. Estas estructuras son válidas, pero son posibles diversas formas de realización. Por debajo de la proliferación de esas formas históricas, de la diversidad de organizaciones locales, de la diferenciación de las visiones teológicas de cada escritor del N. T., hay que descubrir su esencia inmutable.
     
      2) La fundación de la Iglesia. La fundación de la I. tiene en la vida de Jesús una serie de actos preparatorios que conducirán después a su realidad: la presencia de los tiempos escatológicos, la convocación y reunión en torno a él de los que esperan la salvación y en especial el grupo de los Doce, la participación de éstos en los poderes salvíficos, su instrucción en los secretos del reino, la muerte de Cristo como fundamento de una nueva alianza, las palabras de despedida del Resucitado, la vida divina infundida por el Espíritu Santo, etc. La pretensión de Jesús de ser el Mesías hacía ya esperar de él la fundación de la comunidad mesiánica. Su predicación fue dirigida a la «casa de Israel» (Mi 10,6), es decir, a todo el pueblo de Dios en cuanto tal, lo cual excluye cualquier intención de fundar una comunidad apartada y aislada. Pero sobre todo a partir del fracaso de su predicación y de los anuncios de su muerte (Me 8,31) como fundamento de la Nueva Alianza (Mc 14,24), se señala claramente que no tienen por qué ser iguales el pueblo de Israel y la comunidad mesiánica.
     
      La intención de la fundación de la I. se ha de atribuir a Jesús durante su vida pasible, como lo muestra la existencia del grupo de los Doce (v. APÓSTOLES) y el comportamiento de Cristo con ellos, puesto que les congrega a su alrededor, les instruye constantemente y, sobre todo, les hace partícipes de su plena autoridad mesiánica, lo cual presupone que la comunidad de los Doce va a continuar después de su muerte. La misma institución de la Eucaristía (v.) con un mandato de repetición en memoria suya está indicando la permanencia del grupo. La continuidad de los Doce está ampliamente formulada por Jesús resucitado (Mt 28,19-20; Le 24,44-49; lo 20, 21-23; 21,15-18).
      El nacimiento de la 1. ha de situarse en la Muerte y Resurrección del Señor, por ser el misterio en el cual se realiza la salvación: «murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación» (Rom 4,25; cfr. 1 Cor 15, 17). Su sangre es el precio que pagó para adquirirnos como pueblo suyo (Mc 10,45; 14,24; Mt 26,28; Act 20,28; 1 Cor 6,20; 7,23; 1 Pet 1,18-19; Eph 5,23.25.27) (cfr. Col. 1,22; Eph 2,16; Col 2,11). Dios puso a Cristo como cabeza de la 1. que es su cuerpo (Eph 1,22-23). Según Eph 1,19-23 uno de los efectos de la Resurrección es el constituir a Cristo cabeza de la I.; y según Col 1,18-19 el papel de cabeza de la I. le viene a Cristo por ser el primogénito de los resucitados. El cuerpo resucitado de Cristo se ha hecho espíritu vivificante (1 Cor 15,45). El cuerpo resucitado y glorioso de Cristo es nuestro manantial de salvación (Phil 3,21; Rom 8,29; 1 Cor 15, 49; Rom 1,4; cfr. Col 2,12; Eph 2,4-7) cuya fuente es Cristo. La 1. es una asamblea de muertos y resucitados con Cristo (Col 2,12; 3,1-3) mediante el bautismo (1 Cor 12,12-13; Gal 3,27-29). Por eso hasta la Resurrección del Señor había discípulos (v.), pero no había 1. La unción del Espíritu Santo sobre la 1. es un don del Cristo resucitado (lo 7,38-39) que tiene como efecto primario su capacitación profética en orden a la palabra de Dios y a su actividad salvífica (Act 5,3.9; 8,29.39; 9,31; 13,2; 15,28; 16,6; 20,23; 21,11).
     
      La Iglesia primitiva de Jerusalén. Está fuera de duda que la 1. madre nace en Jerusalén, y que se interpreta a sí misma como la comunidad del Mesías, a quien Dios exaltó a su diestra (Act 2,32-36; 3,13-15; etc.). Ella se remite constantemente a la intención y los actos fundamentales de Jesús: -la grey dispersa se vuelve a congregar de nuevo en Jerusalén; los Doce (Act 1,13) son los mismos que convivieron con Jesús (Me 3,16-19); esta comunidad de los Dóce pertenece a las tradiciones más antiguas y venerables (1 Cor 15,3-5); -la permanencia en Jerusalén se debe a una voluntad expresa de Jesús (Lc 24,47-49; Act 1,8); -la reunión y permanencia en Jerusalén, por parte de unos galileos, y dentro del seno del judaísmo, no se entiende sin las apariciones pascuales del resucitado, dato que pertenece también a la tradición (Act 1,21-22; 1 Cor 15,3-5); -los discursos misionales de los Act hacen constante referencia a la historia de Jesús (Act 2,22-24; 3,13-15; etc.); -la elección de Matías es un índice del interés por el Jesús histórico, muerto y resucitado (Act 1,21-22); -para Pablo, que no era de los Doce, ni de los judeo-cristianos (v.) de Jerusalén, el culto (la cena del Señor, 1 Cor 11,23-25) y el Kerigma (Gal 2,1-10) tienen su origen y garantía en Jerusalén. La efusión del Espíritu Santo es un don escatológico (Act 2,16-21 con loel 3,1-5; 1 Thes 4,8 con Ez 36,27; Eph 1,13) cuyos efectos son fenómenos extraordinarios (glosolalía, profecía, virtudes milagrosas) según los Act, o efectos salvíficos y fuerzas morales (Rom 8, 15.23.26 ss.; 2 Cor 1,22; 5,5; Eph 1,13 ss.) según San Pablo. Las manifestaciones carismáticas del Espíritu Santo están atestiguadas en todas las comunidades paulinas: Corinto (1 Cor 12-14; 1,7); Tesalónica (1 Thes 5,19), Galacia (Gal 3,2-5), Roma (Rom 12,6-8)... El Espíritu Santo, recibido como «poder de lo alto» (Lc 24,49; Act 1,8; 2,1-5), se da a todo bautizado (Act 2,38; 1 Cor 6, 19; Gal 4,6; Rom 5,5; 8,11) y también a la comunidad como tal (1 Cor 3,16 ss.; 2 Cor 6,16; Eph 2,22). El Espíritu Santo contiene todos los bienes de la promesa, porque es la promesa sustancial (Act 1,4-8; 2,33). El Espíritu Santo da a la 1. su peculiaridad de existencia sobrenatural (Eph 2,18-19). En los sumarios de los Act, el ideal de la vida cristiana de la 1. de Jerusalén se pone en tres cosas: la actividad de los Apóstoles, la comunidad de bienes, y el culto (Act 2,43-47; 5,12-16; etc.). Hay muchos indicios de que su vida fue muy judaizante (p. ej., Act 15,1; 21,20; Gal 2,11-14). Su dedicación misional fue más intensa que la del viejo Israel (Act 2,36; 3,22-26).
     
      Israel. La comunidad judeo-cristiana de Jerusalén se denominó a sí misma «los santos» (1 Cor 6,1-2; 14,33; Apc 20,9; 22,23). Es el título característico del pueblo de la Alianza (v.) (Ex 19,6). Es una autointerpretación de ser el pueblo escatológico de Dios. Pero el pueblo de la Nueva Alianza no es lo mismo en todos los aspectos que en la Antigua. Es verdad que en el N. T. no se habla de pueblo «nuevo» de Dios, pero sí de la Nueva Alianza que se complementa con las nociones de creación y generación (Mt 26,28 ss.; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; Eph 2,15; Gal 6,15) que ya los profetas atribuyeron al pueblo mesiánico (cfr. ler 31,31-34; etc.). Estas expresiones suponen un pueblo «nuevo». «Si somos en Xto. nueva criatura, pasó todo lo antiguo; he aquí que todo se ha hecho nuevo» (2 Cor 5,17). De aquí resulta un problema: ¿qué relación hay entre el antiguo y el nuevo pueblo de Dios? La comunidad cristiana tiene experiencia de la infidelidad de Israel, que no ha aceptado al Mesías ni la predicación apostólica. Jesús anuncia que a Israel le será quitado el reino y entregado a otro pueblo (Mt 21,43). La I. es el verdadero Israel (cfr. todo el Ev. de Mt), el nuevo Israel (Rom 2,28-29; Col 2,11-12; Phil 3,2-3). ¿Ha rechazado Dios a su pueblo? De ninguna manera. Dios es fiel a sus promesas y, por tanto, siguen en vigor los privilegios de Israel: adopción, gloria, alianza, legislación, culto, promesas (Rom 9,6-29). Pero no basta ser hijo, natural de Abraham para heredar (p. ej., Ismael, Gal 4,23; Esaú, Rom 9,13). La gratuita elección que antes hizo Dios de Abraham, Isaac, Jacob, tiene ahora su continuación en el resto de Israel y en los gentiles. Los judíos rechazan a Cristo, que es el fin de todo el A. T. (Rom 9,30-33; 10,21; cfr. 1 Thes 2,16) y por eso sus privilegios (Rom 9,4) pasan ahora a los cristianos: adopción (Gal 3,26-28; 4,6-7; Rom 8,15), gloria (2 Cor 3,10.13.18); alianza (Gal 3,15-16); legislación (Gal 5,1-12; 3,13; Rom 7,7-25; 8,2); culto (Col 2,16-17); promesas (Gal 3,14.16.29; Rom 4,13-16). Los cristianos son los descendientes de Abraham (Rom 4,11.13-16; cfr. Gal 3,16) y, por tanto, herederos. Son hijos de Abraham todos los que se justifican por la fe, séan circuncisos o incircuncisos (Rom 4,11-17). Abraham tiene una tercera generación de hijos. «No hay judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Xto.» (Gal 3,28; 6,15; cfr. Eph 2,16-18; 1 Cor 12,13; Col 3,11). Desaparecen todas las diferencias de raza, país y cultura. «No hay distinción alguna, pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios y ahora son justificados gratuitamente por su gracia, por la redención de Cristo Jesús» (Rom 3,22 ss.; cfr. Gal 2,15-18). Hay una conciencia paneclesial: una fe en Jesucristo, el Señor (1 Cor 8,5 ss.), un bautismo que conduce a la unidad en Xto. (Gal 3,26 ss.; 1 Cor 12,13; Eph 4,3-6), un único pan y un solo cuerpo (1 Cor 10,16 ss.). La incredulidad judía es sólo temporal, subordinada a la salvación de los gentiles, la cual a su vez provocará la salvación del pueblo elegido (Rom 11,1-32). Así, pues, sólo hay un verdadero Israel que es el que recibe a Cristo. Por tratarse de heredar, hay una continuidad y un cumplimiento; por tratarse de creación, hay una discontinuidad y una novedad. Los gentiles han sido injertados en el acebuche de olivo de Israel (Rom 11,16-24; Eph 2,11-22). La I. es ahora la institución salvífica querida por Dios, pero esto no autoriza a una equivalencia entre miembros de la I. y elegidos del cielo. Hay quienes perteneciendo a la I. no se salvarán, como, p. ej., los seudoprofetas que expulsaron demonios (Mt 7,22 ss.); y hay quienes aparentemente no son de la 1. y se salvarán (Mt 25,31-46). Sólo se salvarán los justos (Mt 13,41-43). (v. t. ISRAEL; RESTO DE ISRAEL).
     
      3) Carácter universal. La misión a los gentiles se debe a una intención de Jesús. Su actitud con los pecadores, publicanos, el pueblo ignorante de la Ley, los niños y las mujeres, eran ya un indicio del universalismo de la salvación. La I. representada por Me tiene una autocomprensión de sí misma como dedicada a la misión, incluida la de los gentiles, en virtud de las palabras y las obras de Jesús (Me 6,6-13; 7,24-8,26; 11,17; 13,10; 14,9). Lo mismo ocurre con la I. en el Evangelio de Mt (Mi 5,13-16; 21,43; 22,9-10). Si en el Evangelio de Le la misión a los gentiles no aparece hasta 24,47 se debe a su perspectiva histórica. Pero tiene muchos textos que indican la destinación universal del Evangelio (Le 2,30-32; 3,6; 4,16-30; 9,52.55; 10,33.37; 17,16). El «vendrán» de Le 13,29 es un anuncio escatológico y profético de la peregrinación de todos los pueblos a Sión y del convite mesiánico. La l. primitiva reconoció que la misión a los gentiles era querida por Dios y estaba fundada en un mandato expreso del Señor resucitado. La voluntad del Señor era «comenzando por Jerusalén... a todos los pueblos» (Le 24,47); «Jerusalén, Judea, Samaria, los confines de la tierra» (Act 1,8). El comportamiento de la I. responde a esta idea. Frases de Jesús como la de Mt 10,5 y 15,24 no crean ninguna dificultad si se tiene en cuenta el carácter compilatorio del Evangelio de Mt; la primera se refiere a la primera misión de los discípulos durante su vida terrena, la segunda es el marco histórico de la misión de Jesús en Israel. Jesús nunca excluyó de la salvación a los gentiles. Un caso elocuente es el del centurión (Mt 8,5-13), especialmente la frase del vers. 11: «os digo, pues, que del oriente y del occidente vendrán y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos...». En este problema nunca se puede olvidar que la salvación de los gentiles es un acontecimiento escatológico. Esto explica la metodología de Jesús. Además, en ningún momento los evangelistas han visto contradicción alguna en este problema. Es verdad que la I. primitiva estuvo Inás ligada a Israel; pero esto se debe al recuerdo de la actuación de Jesús y al hecho de que todavía no había entrado en su experiencia histórica el endurecimiento de Israel (Act 28,26 ss.); pero esta 1. sabía que se estaba construyendo un nuevo pueblo destinado a todos. Hubo titubeos e incluso resistencia inicial de los judoo-cristianos de Jerusalén, debido a su cristianismo judaizante (Act 1,6; 10,14).
     
      En forma oficial y solemne el paso de la misión a los judíos a la de los gentiles se debió a la intervención de Dios y a la autoridad de Pedro en el caso de Cornelio (Act 10,11-18). Pero antes de esto Pedro y los Apóstoles predicaron ante todo el pueblo (Act 3,11 ss.; 4,1 ss.; 5,25.40.42) como se confirma por la reacción de las autoridades judías (Act 4,1 ss.; 5,17 ss.), y por el crecimiento de la comunidad (Act 1,15; 2,41.47; 4,4; 5,14; 6,7; 9,31). La misión de Pedro entre los judíos fue más allá de Jerusalén (Act 9,32-43; Gal 2,8; l Cor 9,5). Bernabé había aprobado la conversión de los griegos en Antioquía (Act 11,20-24). También Bernabé acogió a Saulo de Tarso y le llevó a Antioquía donde ambos predicaron durante un año (Act 11,25-26). Bernabé acompañó a Pablo en su primer viaje misional (Act 13-14). Santiago estaba ya conforme con el Evangelio de Pablo y con su misión entre los gentiles (Act 15,3-4.12; Gal 2,6-10). En la 1. se admitieron sacerdotes (Act 6,7), fariseos (Act 15,5), hebreos y helenistas (Act 6,1), indígenas y extranjeros (Act 8,26-40), samaritanos (Act 8,4-8) y gentiles (Act 10; 11,19-24). La conciencia misional de la 1. no aparece, pues, como un oportunismo, sino como una exigencia de su propia naturaleza. La reflexión teológica formuló muy bien el destino universal de la salvación para los gentiles (Rom 10,14 ss.; 15,15-16.19.28; Eph 3,1-13). Pero «primero» estaban los judíos, y primero estaba Jerusalén (Act 2,38; 3,19.26; 5,31; 13,46; Me 7,27; Rom 1,16; 2,9 ss.). El mismo Pablo tiene a Jerusalén como centro de las l.: «de suerte que desde Jerusalén hasta la Iliria y en todas direcciones he predicado cumplidamente el Evangelio de Cristo» (Rom 15,19). Es la 1. de Jerusalén la que ha compartido con las 1. de la gentilidad los bienes espirituales que ella poseía (Rom 15,27; cfr. 9,4). La supremacía de la 1. madre de Jerusalén la reconoció S. Pablo buscando la aprobación de los apóstoles de Jerusalén (Gal 2,2), y con la colecta en su favor que él califica de «servicio sagrado» (2 Cor 9,12-14). Es decir, hay una economía histórica de la salvación, en la cual Israel tiene la primacía, y Jerusalén es la ciudad escatológica desde donde se extiende la salvación. Después de todo esto, Israel será salvado (Rom 11,25 ss.). (v. t. 4; 111, 3).
     
      4) Ministerios sagrados. Aunque no sabemos con todo detalle cómo estaba constituida la primitiva 1., es indiscutible que en ella existía un determinado orden querido por Dios. Ya fueran los oficios carismáticos o institucionales, permanentes o transitorios, lo importante por el momento es que implantaban un mando y una autoridad que venía de arriba. Es Dios quien gobierna a la I. mediante los ministerios sagrados. Hasta aquí todo el mundo está de acuerdo. Los católicos afirmamos más: es constitutivo para la I., por voluntad de Jesús, un orden básico determinado por Dios. En los Evangelios existe plena conciencia del «envío»: Cristo ha trasmitido un poder a sus enviados (Mt 16,19; 18,18; 28,18; lo 21,1517). La actividad de los Doce se halla por completo, en su dignidad y poder, dentro del propio obrar de Jesús (Me 3,14-15; 6,7.13; Le 10,16). El poder de atar y desatar que tienen los pastores del rebaño es sacra', magisterial y jurídico (Mt 18,18; Act 5,1-11; 6,2-6; 15,n29). En Me 1,22.27 aparece la enseñanza; en Me 3,15; 6,7 el poder sobre los demonios; en lo 20,23 la remisión de los pecados; en Mt 28,19-20 la instrucción y disciplina. La protección celeste del Padre, la guarda del mal, la santificación (lo 17,11-19) no excluyen la postestad de jurisdicción de un mandatario de Cristo (lo 21,15-17). El pueblo de Dios tiene también pastores terrenos, dirigentes de la I. o iglesias locales (1 Pet 5,2-4). Como presidentes de las comunidades locales aparecen los «epíscopoi» (Phil 1,1; 1 Tim 3,2), los «presbiteroi» (Act 11,30; 14,23; 21,18; Sant 5,14; 1 Pet 5,1-2). Los epíscopoi y los presbiteroi son los mismos en Act 20,17-28; Tit 1,5-7. También existen los profetas: Act 2,27; 13,1; etc.; 1 Thes 5,20; 1 Cor 12,10.28; cte.; 1 Cor 14. Más en concreto, en la I. madre de Jerusalén estaban los Doce, es decir, los Apóstoles (Act 1,26). En el Concilio de Jerusalén se menciona a los presbíteros junto a los Doce (Act 15,2). Los siete diáconos (Act 6,5) encargados del servicio de las masas (Act 6,2), de la predicación (Act 6,8-10) y la misión (Act 8,4-13.26-40) impulsados por el Espíritu y respaldados por milagros. Pedro que ocupa un papel singular (Act 1, 15; 2,14; 5,1-11; 8,20-33; 9,32-43; 10,4-5; 12,3-17; 1 Cor 15,5; 9,5; Gal 1,18; 2,9.11-14; 1 Cor 1,12; 3,22). Santiago, el «hermano del Señor» (Act 12,17; 15,13-21; Gal 1,19; 2,9; 2,12; Act 21,18). También había profetas (Act 11,27; 15,32). En Antioquía de Siria había profetas y doctores (Act 13,1-3), y la muchedumbre era «instruida» en la doctrina (Act 11,26).
      San Pablo también constituye presbíteros en sus iglesias (Act 14,23). En sus I. Pablo se considera dotado de una autoridad que incluye la potestad de dirigir y ordenar (2 Cor 10,8; 13,10). El modo de ejercitar esta autoridad no indica, en modo alguno, una «obediencia en libertad», sino que en vez de ir con la «vara», va con la «mansedumbre» (1 Cor 4,21). Las decisiones de Pablo no dejan a su I. libertad alguna de decisión (cfr. 1 Cor 5; 11,33-34). Las consultas que le hacen (1 Cor 7,1) indican su autoridad para decidir. En 1 Cor 7,17 dice imperativamente: «y esto lo mando en todas las Iglesias». Los colaboradores, con funciones diferentes, gozan de su autoridad y hay que acatarles (1 Thes 5,12; Rom 12,6-8). Pablo aparece no sólo como predicador, sino como organizador. Se empieza a formular el principio de tradición y sucesión: Pablo tiene el supremo poder, del cual hace partícipes a Tito y Timoteo como pastores supremos, para que éstos a su vez hagan partícipes a presbíteros para las I. locales (Tit 1,5; 2 Tim 2,2). Tienen un carácter especial la monición (1 Tim 4,11; 6,2; Tit 1,9; 2 Tim 1,9.11; 2,2; 4,2) y la doctrina (Tit 1,9; 2,1; 2 Tim 4,3). Es decir, la predicación se transforma en tarea magisterial. La tarea apostólica es una herencia recibida, entregada por Pablo a Timoteo, que ha de ser guardada por éste (1 Tim 6,20).
     
      Hay, pues, una participación en el poder de enseñar y dirigir, que originariamente estaba concentrado en los Apóstoles. Se trata de una estructura jerárquica. Las cualidades que Pablo pide a los obispos y diáconos, como buenos administradores de la casa de Dios, indican que en ésta hay un cierto orden (1 Tim 3,1-13). La 1. es como una casa bien dispuesta (2 Tim 2,20-26). Los ministerios vienen constituidos por el Pneuma (1 Cor 12,411) y por el Señor Resucitado (Eph 4,7-12). Los obispos son pastores puestos por _el Espíritu Santo (Act 20,28). Pablo no ha recibido su misión de los hombres, ni por mediación humana (Gal 1,1). Los oficios se otorgan por la ordenación: Timoteo fue consagrado (1 Tim 1,18; 4,14; 2 Tim 1,6), cosa que él debe hacer con otros varones fieles (2 Tim 2,2; cfr. 1 Tim 5,22). La imposición de las manos confiere el Espíritu Santo (1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6). Es decir, en la I. hay un pleno poder, que afecta a la salvación, y está conferido a personas determinadas que actúan como pastores. Su oficio no está fundado en cualidades humanas, ni en una simple sucesión, sino en un poder que Dios otorga. Así, el Señor conduce su rebaño por medio de su Espíritu, el cual da a la comunidad pastores, predicadores, doctores, etc. En la 1. hay un orden sagrado, que Dios ha otorgado a la comunidad, y en este orden los apóstoles son los primeros (1 Cor 12,28; Eph 4,11). Los ministerios no son sólo instrumentos de Dios y órganos del Espíritu Santo (Act 2,47; 1 Cor 4,1; 12,4-6; 15,10), sino además un servicio a la comunidad (1 Cor 4,9-13; 2 Cor 6,4-10; Phil 2,17; cfr. Mc 10,42-45; Lc 22,24-27 con Act 6,2; Mt 18).
     
      Es verdad que ha habido una evolución en los grados jerárquicos: en los Evangelios aparece bien el grupo de los Doce, y si acaso los profetas y doctores; en las principales cartas paulinas y en las de la cautividad aparece el aspecto pneumático, es decir, el servicio obrado por el Espíritu, sin embargo, en 1 Cor 12,28 se reconoce ya el orden jurídico, lo constitucional y lo ministerial; en las cartas pastorales aparece el aspecto constitucional, con cuestiones de organización, regulación y estabilización de lo eclesiástico, con instrucciones pastorales para los portadores de los ministerios. ¿Se trata de un desarrollo o de una transformación? La transformación presupone a priori una idea puramente escatológica, en contra de los textos que hablan también de una constitución, una autoridad y unos oficios. Además, la institucionalidad de la I. no impide para nada su tensión escatológica (cfr., p. ej., 2 Tim 2,11-13). El desarrollo que los oficios tienen se comprende bien cuando ya desaparece el contexto inmediato con el tiempo y la persona de Jesús, y cuando los carismas (v.) empiezan a ser menos abundantes. La 1. no solamente recibe el Evangelio, sino que administra la herencia recibida, y realiza las intenciones de Jesús. Lo que Jesús dijo a sus discípulos toma realidad en la comunidad de la 1. Hay simultáneamente una conformación y una transformación dentro de la I. histórica. Sólo se puede hablar de evolución en el sentido de que en la primitiva 1. aparecen huellas de las diversas formas y modos de realizar su vida interna. Lo que podría discutirse es hasta qué límites le queda libertad a la I. para configuraciones concretas de su estructura y establecimiento de nuevos oficios (V. JERARQUÍA ECLESIÁSTICA).
     
      Proclamación de la palabra. En la I. primitiva ocupa un lugar privilegiado el anuncio de la salvación (Act 5,42; 8,4; 1 Cor 1,17; 9,16) en Jesús crucificado y resucitado (Act 8,5; 9,20; 1 Cor 1,23; 15,12). Esta palabra de la 1. está llena de poder y fuerza, es en sí un acontecimiento escatológico (1 Cor 4,3-6) y es palabra de Dios (v.) (1 Thes 2,13). La «doctrina de los Apóstoles» en la que perseveraban los primeros cristianos (Act 2,42) tiende a la fundamentación y consolidación de la fe (Act. 4,2.18; 5,21.25.28.42; 11,26; 15,35; 18,11; 20,20; 28,31). A la instrucción acompañaba la parénesis (v.) (Act 11,23; 14,22; 15,32; 20,2; etc.). También había palabras pronunciadas por los profetas que venían directamente de Dios, pero que Pablo somete a un orden (1 Cor 14)_ En la I. primitiva había una gran riqueza de la palabra de Dios como se desprende del múltiple vocabulario, de su frecuencia y de su importancia (V. KERIGMA).
     
      El Culto. La I. más primitiva no tenía un culto muy propio desarrollado, porque todavía no se había separado completamente de la comunidad judía (Act 5,12; 21,20; 2,46; 3,1; 5,42). Pero desde los primeros momentos aparecen ya indicios de formas litúrgicas propias: reuniones privadas en las casas para comer en común (Act 2,46); la invocación deprecatoria «maranatha» (1 Cor 16,22), reflejo quizá de la celebración de un banquete cultual (cfr. 1 Cor 11,26). Se sienten segregados de «los de fuera» (1 Thes 4,12; 1 Cor 5,12; Col 4,5). Son «forasteros y huéspedes» (Heb 11,13; 1 Pet 2,11). Están en el mundo, pero no son de él: lo 17,11.14-16.
     
      Además, y sobre todo, el Bautismo (v.), la Eucaristía (v.) y los demás sacramentos existían ya desde el primer momento. El Bautismo (Act 2,38; 10,48; 19,5; cfr. 1 Cor 1,13.15) no es sólo un rito de admisión (Act 2,41), sino que da el perdón de los pecados (Act 2,38) y el Espíritu Santo (Act 19,2-6), es decir, es un verdadero sacramento (cfr. también 1 Cor 1,13-16; 6,11; Rom 6,2-$). La Eucaristía (v.) se celebraba en las primeras comunidades, que la designan bajo la expresión de «partir el pan». En Jerusalén partían el pan en las casas (Act 2,46); en Tréade partían el pan el domingo (Act 20,7-11), en Corinto celebraban la cena del Señor (1 Cor 11,20). La fracción del pan probablemente tenía lugar en el marco de un servicio divino que comprendía también la proclamación de la palabra, una comida en común y oraciones (Act 2,42), y una exaltación escatológica (Act 2,46). Las características eclesiológicas del culto eucarístico pueden enunciarse así: a) sentido escatológico: «hasta que él vuelva» (1 Cor 11, 26); maranatha (1 Cor 16,22) parece estar en un contexto litúrgico; el uso del «amén» (1 Cor 14,16) como fórmula litúrgica; b) proximidad, presencia y comunidad del Señor (1 Cor 10,16-22); c) unión de los cristianos entre sí (1 Cor 10,17; 11,18.22); d) exhortaciones parenéticas a una vida moral (1 Cor 11,20-34; 10,1-13; «No seáis objeto de escándalo ni para los judíos, ni para griegos, ni para la 1. de Dios» -1 Cor 10,32-; v. t. CENA DEL SEÑOR). Fuera de los textos referentes al Bautismo y a la Eucaristía, tenemos algunos indicios de culto cristiano en algunas referencias sueltas: el texto de Mt 18,20 parece hacer referencia a una oración comunitaria; los «salmos, himnos y cánticos espirituales» (Col 3,16) que los fieles han de entonar en acción de gracias, parecen indicar una reunión cúltica; quizá el mayor exponente del culto sea la invocación de Jesús como Kyrios (1 Cor 1,2.9; 8,6; 10,21; 12,3; 2 Cor 3,17 ss.; 4,5). En la primitiva comunidad judía había una corriente antijudía respecto al culto jerosolimitano (Act 7,42-47.48-50). El culto espiritual cristiano había suplantado al antiguo. Los tres elementos esenciales 'del culto antiguo, templo, sacrificio y sacerdocio, aparecen en 1 Pet 2,5. El templo espiritual, en sentido colectivo en Eph 2,19 ss.; 1 Cor 3,9-17; 2 Cor 6,16; y en sentido individual en 1 Cor 6,19. El sacerdocio y el sacrificio espiritual, en Rom 12,1; Phil 3,3; cfr. Phil 2,17; 4,18.
     
      5) Santos y pecadores. El pecado no sólo es posible en la l., sino una triste realidad. Ésta es la aflicción de la l., que no todos los llamados se muestran dignos y ejemplares. La 1. es consciente en todo el N. T. de la existencia del mal dentro de su propio seno (Mt 13,41). En la 1. hay escándalos (Mt 18,6), hermanos que han pecado (Mt 18,15-17), hay cizaña que es arrancada y peces malos que son desechados (Mt 13,24-30.36-43.47-50); existe la oveja perdida (Mt 18,12-14); hay falsos profetas (Mt 7,15-20) y taumaturgos cristianos con malas obras (Mt 7,22 ss.). En los Act se refleja el apego que los de Jerusalén tenían al Templo y a la Ley, combatido por los helenistas (Act 6,13 ss.; v. t. JUDEO-CRISTIANOS); la contienda entre hebreos y helenistas a causa de las viudas (Act 6,1-6). Había cristianos que turbaban con palabras o agitaban a las almas de los demás (Act 15,24). Eran los «falsos hermanos que secretamente se entrometían» (Gal 2,4); eran las asechanzas de «los de Santiago» (Gal 2,12). En la 1. de Corinto había discusiones por la preferencia que grupos rivales tenían a determinados misioneros (1 Cor 1,11-16). Había contaminación de vicios paganos, sobre todo en el terreno sexual (1 Cor 6,9-11.12-20). Es famoso el caso del incestuoso de 1 Cor 5. San Pablo amonesta que no se mezclen «con ninguno, que llevando el nombre de hermano, sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón» (1 Cor 5,11). Había pleitos de cristianos ante infieles (1 Cor 6,6-7). San Pablo no sólo corrige los abusos de los ricos de Corinto durante la celebración de la Cena del Señor (1 Cor 11,20-34), sino también algunos efectos del don de lenguas que a veces producían confusión (1 Cor 14). En la 1. hay blasfemos (1 Tim 1,20) y otros que tienen pasiones juveniles (2 Tim 2,22). En la 1. pueden crecer raíces amargas que infectan a muchos (Heb 12,15); hay amenaza de cansancio en la fuerza de la fe primera (Heb 4,1; 5,11 ss.; 10,23 ss.; 12,12 ss.). Las siete misivas del Apc (cap. 2-3) son una reprensión de la tibieza y abusos en las pequeñas comunidades del Asia Menor.
     
      Resumiendo una lista que pudiera hacerse interminable: los «santos» de las primeras comunidades cristianas aparecen como hombres pecadores. La causa fundamental de ese hecho es la debilidad de la libertad humana, aún no confirmada en la gracia; hemos sido salvados, pero el triunfo de Cristo aún no ha manifestado toda su virtualidad salvadora, y el cristiano debe luchar para confirmar con sus obras su fe. Las manifestaciones más propiamente eclesiales de esa pecabilidad pueden ser múltiples: distanciamiento del origen, disminución de la fe o de los primitivos carismas, exteriorización o petrificación de los comportamientos, infiltración de doctrinas extrañas (cfr. Gálatas frente al judaísmo; Colosenses frente a la gnosis). Por eso desde su origen la 1. ha predicado siempre una constante invitación a la metanoia, a la reforma interior y de las costumbres. Todas las frases parenéticas, abundantísimas en el N. T., al mismo tiempo que descubren el mal dentro de la comunidad cristiana, son una invitación a renunciar a las obras malas y a entregarse a la conversión (v.) permanente. Por eso la vida del cristiano es una milicia sobre la tierra (Eph 6,10-18), y la reforma y renovación de la vida de la 1. no brota de razones temporales oportunistas, sino de una exigencia interna que nos hace decir a todos «perdónanos nuestras deudas» (Mt 6,12).
     
      Todos estos males y pecados no rompieron la unidad de la 1. Lo muestra, p. ej., la colecta de Pablo en favor de Jerusalén (1 Cor 16,1-4; 2 Cor 8,9; Rom 15,2528); su viaje a Jerusalén para no correr en vano (Gal 2, 1-10); el contacto mutuo entre las 1. (1 Cor 1,2; 7,17; 11,16; 16,1.19; 2 Cor 1,1; 8,24; 12,13; 13,2). Sólo hubo separación frente a los herejes (1 lo 2,19; 2 lo 10 ss.) y viciosos (1 Cor 5,11), y aun con éstos el pastor tenía que emplear su solicitud para traerlos al redil (Mt 18,12-14; Lc 15). Únicamente eran reprendidos los empedernidos (Mt 18,17). No hay que olvidar que la perfecta unidad no se alcanza en este mundo sino aproximativamente (Eph 4,3.15 ss.; Col 3,14). La visión que nos dan Pablo y el Apc de una 1. «sin mancha o arruga»... «santa e intachable» (Eph 5,27; 2 Cor 11,2; Col 1,22; Apc 19,7-8; 21,2.9-11) es teólogica: es la 1. vista desde la obra e intención de Cristo. La visión que nos dan Mt, los Act y las moniciones de Pablo constituyen una visión de los límites propios de los miembros de la 1. peregrina. La constante capacidad de reforma que posee el cristiano es un índice de su perenne vitalidad y constante aspiración a configurarse según el modelo de Cristo (v. t. 11, 3).
     
      6) El Primado. Mt 16,17-19 es quizá uno de los textos de mayor trascendencia eclesiológica. Desde el punto de vista de la crítica textual, es hoy día indiscutible. Desde el punto de vista literario no se puede atribuir a una creación helenística, debido a su fuerte carácter semítico: el macarismo (bienaventuranza), Bariona, la carne y la sangre, el juego de palabras entre petros y Petra, iglesia, las puertas de la muerte, las llaves, el reino de los cielos, atar y desatar, en el cielo. Tampoco a una creación aramea, porque la tesis que defiende esto supone que Pedro no representó en esa comunidad el papel que ésta le atribuía creando el logion de Mt 16,17-19; es decir, que esta comunidad habría creado un texto que iría en contra de su experiencia. Ni se puede explicar como una profecía «ex eventu» porque en esa tesis Pedro nunca alcanzó ese «eventus» que el texto de Mt reclama para él. Además el cambio de nombre de Simón en Kepha(s) (=pétros), que está sólidamente atestiguado por los cuatro evangelistas, tiene que provenir de Jesús mismo, como diremos en seguida. Lo que pone de relieve la crítica literaria es que no han sido Marcos ni Lucas quienes han omitido este logion, sino que ha sido Mateo quien lo ha introducido en el actual contexto uniendo dos fuentes. Esto no es un problema teológico, sino simplemente literario, y su figura no se llama interpolación, sino compilación, la cual es constantemente constatada en los Evangelios, especialmente en el de Mt. En los casos que podemos comprobar cómo trabaja Mt, se aprecia en él una exquisita fidelidad a las fuentes, que para los casos incontrolables por falta de paralelos u otra documentación, hace presumir la misma fidelidad en los textos que le son peculiares. El hecho indiscutible de que Mt 16,18 y 18,18 sean los únicos textos evangélicos en utilizar la palabra ékklesía, tan característica por otra parte de la primitiva comunidad cristiana (cfr. Act y S. Pablo), no es ninguna objeción válida contra su historicidad, pues hoy está establecido que el judaísmo contemporáneo conocía muy bien el equivalente arameo de ékklesía (gahal, kenischtá, sód, edáh). Por tanto, ninguna objeción para que lo utilizase Jesús, por supuesto no en su traducción griega. Los futuros que utiliza, edificaré y daré, son indicios de que quien habla es el Jesús histórico. Lo que ocurre es que sólo se puede hablar de I. después de Pascua. La intención de Jesús no es fundar una sinagoga particular, sino la comunidad salvífica escatológica. «Mi» I. indica una comprensión propia, independiente de las demás; el nuevo pueblo de Dios no se reduce a Israel, ni a ninguna de sus sectas. Jesús pudo decir «mi» I. porque él salva y adquiere a su comunidad, él es quien hace la convocación, la presencia divina, la alianza y el sacrificio. A esta I. se le promete la inmortalidad; la I. y sus poderes de salvación son indestructibles.
     
      Entre las afirmaciones del texto, una de las más importantes es el primado de Pedro (v. PRIMADO DE S. PEDRO). Las llaves significan la potestad de administrar la casa. Una especificación de esta potestad es la de atar y desatar que incluye dos cosas: una es la potestad disciplinar, que en casos extremos puede incluso expulsar algún miembro de la comunidad; la otra es la potestad doctrinal de declarar lo que es lícito o ilícito. Es decir, a Pedro se le promete la suprema potestad de la casa, y sus decisiones son válidas en el cielo. El primado de Pedro no depende solamente de este texto, sino que está ampliamente atestiguado en todo el N. T. Los catálogos de los Doce invariablemente ponen a Pedro en el primer lugar (Mt 10,2-4; Mc 3,16-19; Lc 6,14-16; Act 1,13; cfr. 1 Cor 15,5). En los Evangelios lo normal es que Pedro aparezca como el representante y portavoz del grupo de los discípulos (p. ej., «Decid a sus discípulos y a Pedro» Mc 16,7). En la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén, Pedro aparece como el guía, consciente de su responsabilidad en los problemas internos y externos de la I. (p. ej., Act 1,15-26; 2,14-40; etc., hasta el c. 15). El caso de Cornelio y el incidente de Antioquía, lejos de oponerse al primado de Pedro lo manifiestan. En efecto, es la autoridad de Pedro la que sanciona la entrada de un gentil romano (miembro del ejército opresor del pueblo de Dios) en el seno de la comunidad cristiana (Act 10). El interés de Pablo por convencer a Pedro de que no debía obrar hipócritamente en la cuestión de los alimentos entre cristianos de origen pagano, indica la preeminencia de Pedro porque su conducta era normativa para la comunidad (Act 15; Gal-2,11-14). La «exposición ordenada» que Pedro hizo a los apóstoles y hermanos de Judea (Act 11,4) no es una rendición de cuentas, sino un exponente del carácter democrático con el que se ejercitaba la autoridad en aquella época (cfr. también Act 8,14), especialmente en casos tan insólitos como la irrupción del Espíritu Santo sobre los gentiles. Aunque Pedro admite el título de apóstol de los circuncisos y Pablo el de los incircuncisos (Act 15,3-15; Gal 2,7-8) ninguno de los dos se sometieron a esta arbitrariedad restrictiva y judaizante (Gal 2,9; Act 13,5). San Pablo, a los tres años de su conversión, dice: «subí a Jerusalén para conocer a Cefas, a cuyo lado permanecí quince días» (Gal 1,18). Y después a los catorce años volvió a subir a Jerusalén, en donde vio a Santiago, Cefas y Juan (Gal 2,9), a comunicarles el Evangelio que predicaba entre los gentiles «para saber si corría o había corrido en vano» (Gal 2,2).
      En favor de la historicidad de las palabras de Mt 16,1719 milita también fuertemente el nombre de «Pedro». El nombre original era Simón (Mc 1,16; Lc 5,5; etc.) o Simeón (Act 15,14; 2 Pet 1,1), el término Pétros como nombre propio no existía hasta entonces, ni en griego ni en latín, ni en su equivalente arameo. El cambio de nombre está atestiguado por los cuatro Evangelios: Mt 16,17-18; Mc 3,16; Lc 6,14; lo 1,42. Pétros es la traducción del arameo Kepha(s) (lo 1,42). Con el tiempo el sobrenombre llegó a prevalecer, hasta convertirse en nombre propio, cosa que no ocurrió con otros apóstoles (p. ej., Mc 3,17). Los patronímicos no se traducen (p. ej., Mt 10,3 y par.); si se hace, como en el caso de Pedro, es señal de que en su significación está toda su razón de ser: Simón es «piedra». No hay otra explicación para que donde originariamente se dijo Kepha(s), se dijera ahora Pétros. Si en el Evangelio, después del cambio de nombre, todavía Jesús le sigue llamado Simón (Mt 17,25; Mc 14,37; Lc 22,31; lo 21,15), esto no es motivo para atribuir a la comunidad la creación del sobrenombre de Kepha (s) . La explicación es sencilla: Kepha (s) en su origen no es un nombre propio, es decir, Simón no fue sustituido por Pétros. Los textos reflejan dos estadios de la tradición: uno el primitivo, en el que Simón era llamado por su nombre propio; otro, correspondiente al tiempo de la redacción de los Evangelios, en el que se reflejaría la costumbre ya generalizada (Pétros frecuentísimo en Act, y Kepha (s) en S. Pablo) de llamar a Simón por el sobrenombre que Jesús le dio un día.
     
      La realidad histórica de la promesa del primado se ve confirmada por otros textos que corresponden a otras tantas tradiciones: Lc 22,31-32 la confirmación de los «hermanos» es en Lc una referencia explícita a la I. (cfr. Act 1,15; 6,3; 9.17.30; 10,23; etc.); lo 21,15-17 cuyo oficio de pastor tiene un gran aspecto jurídico y constitucional. Hay tal multitud de datos en el N. T. favorables a la promesa del primado, que aunque Mt no nos hubiese trasmitido esas palabras del Señor, habría que suponer que Jesús alguna vez tenía que haber dicho a Pedro algo semejante. La persona de Pedro no era marginal, ni estaba limitada a una comunidad determinada. El primado de Pedro no se puede discutir. Hay quienes admiten la fundación de la I. por Jesús y también el texto de Mt 16,17-19, e incluso el primado de Pedro, pero dicen que aquí no se habla para nada de los sucesores de Pedro. En este problema hay datos que exceden la sola Escritura. Sin embargo, se puede decir como cierto lo siguiente: en Mt 16,17-19 no se habla de un acto transitorio de fundamentación, sino de la realidad permanente de un edificio que tiene un fundamento pétreo. En otros textos de los Evangelios, como, p. ej., Mt 14,22-33 cuando Pedro anduvo sobre las aguas, o en Lc 5,1-11 cuando Jesús está en la barca de Simón, la escena está atemporalizada y no es una mera referencia histórica, sino una instrucción a la comunidad cristiana a partir de lo que aconteció durante la vida de Jesús. En los Evangelios, toda la vida de Jesús es paradigmática para la l., lo cual quiere decir que la I. del Evangelio es la 1. de siempre, y las situaciones de la vida de Jesús valen para la I. primitiva y para la de hoy, porque tienen valor perenne. Quien pretenda objetar la ausencia, durante algún tiempo, de conciencia explícita de que el primado formaba parte esencial de la I., debe caer en la cuenta de que la realidad de la 1. sobrepasa la conciencia que se tiene de ella (V. SUCESIÓN APOSTÓLICA).
     
      7) La Iglesia, Cuerpo de Cristo. En el pensamiento de S. Pablo encontramos unos estadios ideológicos que es necesario distinguir. Haciendo una separación de tipo lógico, encontramos la siguiente evolución: 1° El conjunto de los cristianos en su unidad y solidaridad son como un cuerpo. El tema del apólogo de Menenio Agripa como expresión de las concepciones médicas vulgarizadas de la época es el origen literario de la fraseología paulina. 2° Siendo como un cuerpo, y recibiendo además la vida de Cristo, forman un organismo real que vive de Cristo y en Cristo. 3° Este organismo es el propio cuerpo real de Cristo. 4° Todos los cristianos juntos son el Cuerpo místico de Cristo, es decir, la I. es el Cuerpo místico de Cristo. El Cuerpo de Cristo en las grandes cartas es el cuerpo físico y real de Cristo, o su cuerpo eucarístico (1 Cor 10,14-22; 12,4-27; Rom 12,3-6; cfr. 1 Cor 6,1317; 10,17); en las cartas de la cautividad (Phil, Col, Eph, Philm), aunque todavía pervive la expresión «cuerpo de Cristo» para designar la unidad de una I. local (p. ej., Col 3,12-16; Eph 4,1-7), prevalece el sentido colectivo de que la I. universal se identifica con el cuerpo de Cristo, y más concretamente con su cuerpo resucitado (Col 1,24; Eph 1,22-23; cfr. Col 1,18; Eph 5,23).
     
      La I. es el cuerpo de Cristo en cuanto que identificada con su cuerpo glorioso, es la encarnación de la actividad salvífica de Cristo, es la irradiación difusión de la acción de Cristo resucitado, es la expansión de su persona. La identidad entre el cuerpo resucitado de Cristo y la I. no es una metáfora, es una realidad, pero de tipo místico. Sin embargo, la vida espiritual de la l., aunque encarna la vida de Cristo resucitado, es una realidad empírica distinta de su cuerpo físico, como se deduce de los textos que afirman la capitalidad de Cristo (Col 1,18; Eph 1,22; 4,15-16; 5,23.25). De Cristo que es su cabeza (=jefe) recibe la I. crecimiento y vida (Col 2,19; Eph 4,16). Hay, por tanto, al mismo-tiempo una inmanencia mutua y una mutua diferenciación.
     
      En el cuerpo místico de Cristo, que es la l., actúa el Espíritu de Dios que viene del mismo Cristo, resucitado y henchido por el Pneuma (Eph 4,4-12; 1 Cor 12,3-13). El Espíritu, que procede del Señor, es el principio de unión en el «cuerpo de Cristo», qué une tanto a los bautizados con Cristo, como a los bautizados recíprocamente (1 Cor 12,13). El Espíritu Santo colma a cada creyente individualmente (1 Cor 6,19) y a toda la 1. (Eph 2,22). El Bautismo y la Eucaristía son los dos sacramentos que de forma distinta, pero real, sirven de instrumento a Dios para identificarnos con el Cuerpo de Cristo (1 Cor 12,13; Gal 3,27; Eph 2). La común confesión de la fe también liga a los cristianos entre sí (1 Cor 1,10-13; 3,4 ss.; 12, 4-6.12 ss.; Rom 12,4 ss.; 15,5 ss.; Phil 2,1 ss.; Eph 4,16; Col 3,14 ss.). La comunidad de bienes (Act 2,44 ss.; 4,32.34 ss.; 5,1-2; 6,1 ss.), y la gran colecta de San Pablo (Gal 2,10), son expresión de una unidad más profunda que liga a todas las 1. de Cristo (Rom 16,16) (v. t. CUERPO MíSTICO).
     
      8) Iglesia y Reino de Dios. A este respecto hay que revisar un falso vocabulario, y para eso ir a los datos centrales. La predicación de Jesús tuvo como objeto la realeza escatológica de Dios, que se hacía presente en su persona, en su palabra y acción. Los milagros y otras fuerzas de salvación hacían sensible la presencia de la realeza de Dios en él. La participación en los poderes mesiánicos de Jesús (Mt 28,18-20; Mt 16,19; 18,18; lo 20,23) es una expresión de que la presencia del reinado de Dios subsiste tras la partida de Jesús. La predicación primitiva cristiana tuvo normalmente como objeto, no el Reino de Dios en cuanto tal, sino el reinado de Cristo. Este giro es completamente legítimo y acertado, porque después de la Resurrección la soberanía escatológica de Dios se realiza ahora en la 1. mediante la exaltación de su Hijo (Act 2,32-36; Phil 2,9-11) como guía y salvador (Act 5,31), y su constitución como Hijo de Dios en poder (Act 13,33; Rom 1,4).
     
      La I. y el Reino de Dios no están completamente aislados, puesto que la soberanía mesiánica del Hijo de Dios actúa en la I. La meta última del plan de Dios no es la l., sino el definitivo reinado de Dios, al cual la I. no llegará sino al final de todos los tiempos, cuando Cristo entregue el reinado al Padre. La celebración eucarística es una anticipación cúltica del «comer y beber a la mesa de Jesús en su reino» (Le 22,30), es una capacitación para después participar en el Reino de Dios. La Eucaristía anuncia la muerte del Señor «hasta que él venga» (1 Cor 11,26). La actual pertenencia a la I. es un ponerse en camino, pero no una garantía absoluta para la futura pertenencia al Reino de Dios (Mt 7,22-23; Me 13,13). La actuación en la I. de los poderes del reinado de Dios configuran a ésta como una realidad misteriosa: es terrena y a la vez celestial; temporal y a la vez escatológica; humana y a la vez divina; sus miembros están redimidos, pero todavía no están salvados; lo tiene todo y todavía no posee nada; etc. (v. t. REINO DE DIOS).
     
      9) Nombres de la Iglesia. Es una de las preguntas más difíciles en Teología, porque se trata de definir una realidad muy compleja. En el N. T. encontramos multitud de denominaciones que son un reflejo de una eclesiología pujante que se enriquece continuamente en la comprensión de sí misma. Una selección de las más importantes nos ofrece los siguientes resultados:
     
      Pueblo de Dios (v.) (Tit 2,14; Heb 2,17; 4,9; 13,12; l Pet 2,10). Es la propiedad que Yahwéh se ha escogido, por amor, como peculio suyo (cfr. Ex 19,5; 23,22; Dt 7,6; 14,2; Os 2,25). Incluso los gentiles están llamados a participar en él (Act 15,14; Eph 2,12-19). Los cristianos son la verdadera circuncisión (Phil 3,3), tienen derecho de ciudadanía en el cielo (Phil 3,20), pertenecen a un pueblo nuevo (Eph 2,15; Col 3,11), forman el reino de Cristo (Col 1,13), sustituyen a los judíos en su herencia (Eph 1,14.18; 2,12; 3,6; Col 1,12), son los ciudadanos del pueblo de los santos (Eph 2,19), adoptados en la constitución de Israel (Eph 2,12). Incluso utilizando la noción de «cuerpo de Cristo», San Pablo todavía evoca las relacior~As entre Dios y su pueblo (Eph 5,23-33). El Israel de Dios (Gal 6,16). Es el pueblo tal como lo quiso Dios, porque «no todos los nacidos de Israel, son Israel» (Rom 9,6). Sacerdocio santo (1 Pet 2,5), «linaje escogido», «sacerdocio real», «nación santa», «pueblo adquirido» (1 Pet 2,9; cfr. también Apc 1,6; 5,10; 20,6; 22,5); es el pueblo que Dios se hizo para sí, que cantará sus alabanzas. Plantación (1 Cor 3,6-9), «olivo» (Rom 11,1724; cfr. Ier 11,16; Os 14,7), «viña» (lo 15,1-8; cfr. ler 2,21; 12,10; Is 5,1 ss.; 27,2 ss.; Ez 17,5; Ps 79,9-12; Mt 20,1-8; 21,28-41); es decir, la I. es el ámbito donde Dios y Cristo ejercen su actividad salvífica. Rebaño (lo 10; 21,15-17), «rebaño de Dios» (1 Pet 5,2); la I. es el rebaño del Mesías ascendido al cielo, conducido en su nombre por pastores humanos. Edificación construida sobre una roca (Mt 16,18), «casa» (Heb 3,1-6), «casa de Dios» (1 Tim 3,15), «casa espiritual» (1 Pet 2,5; cfr. 4,17); es un establecimiento sagrado, no un castillo para defenderse, sino una formación que se construye movida por fuerzas internas; la casa hace una referencia a las leyes familiares de la sangre, y al templo; la idea de edificación está implicada en Rom 15,20; 2 Cor 6,16; Rom 9,32.33; 1 Cor 14,12.26; 2 Cor 12,19; Rom 15,2. Templo de Dios (1 Cor 3,9.11.16; 2 Cor 6,16; Eph 2,21); tiene valor de símbolo y de principio en la vida religiosa del pueblo (cfr. el templo ideal de Ez 40-42, un templo de dimensiones perfectas). El camino (Act 9,2; 18,25. 26; 19,9.23; 22,4; 24,14.22); es el estilo de vida que caracteriza la vida cristiana y la comunidad de los cristianos (cfr. Mt 22,16; 7,13-14; 21,32; 1 Cor 12,31; etc.). Todos los nombres de los cristianos: «la comunidad de los que invocan el nombre del Señor» (1 Cor 1,2; Rom 10,13; Act 9,14.21; 22,16), de «los creyentes» (Act 2,44; 4,32; 5,14; etc.), «de los santos» (Act 9,13.32.41; 26,10; Rom 15,25.31; 1 Cor 6,1-2; 16,1; 14,33; 2 Cor 8,4; 9,1.12; Apc 20,9), «de los elegidos» (Rom 8,33; Col 3,12; 2 Tim 2,10; 1 Pet 1,1; 2,9; 1 Thes 1,4), es decir, de los que ahora son objeto del amor salvífico de Dios, «de los llamados» (Rom 1,6; 1 Cor 1,24), «de los convocados» (Rom 1,1.7; 1 Cor 1,1), «de los santificados en Cristo» (1 Cor 1,2), «de los verdaderos hijos de Dios» (1 lo 1,3.6; 2,3; etc.), etc. Columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15; cfr. Eph 2,20); esta verdad es la verdadera fe en Cristo (1 Tim 1,19; 2,7; 4,1-6; 6,5.10; Tit 4,16; 2 Tim 2, 10.25), única garantía de salvación (1 Tim 2,4; 4,16; 2 Tim 2,10.25); «la comunidad que posee la recta fe» (1 lo 2,20.27 ss.; 3,9 ss.; 5,1 ss.). El misterio de Cristo (Eph 2,5 ss.; 3,4-6.17; 4,24; Col 1,13.27; 3,3-4.11), es decir, en la 1. se cumple la decisión salvadora de Dios sobre los judíos y gentiles; la I. lleva oculta una existencia celestial. La plenitud de Cristo (Eph 1,22 ss.; cfr. 3,19; 4,13) en cuanto que la I. es la zona de expansión de la vida divina a través de Cristo. La comunidad de los extranjeros en la dispersión (1 Pet 1,1), «de los peregrinos advenedizos» (1 Pet 2,11; 2 Cor 5,6), «del pueblo de Dios en marcha» (Heb 3,7-4,11; 11,13); es la existencia escatológica de la I., de su diáspora espiritual, de la lejanía y la hostilidad de este mundo. La comunidad de los conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Eph 2, 19), «ciudadanos del cielo» (Phil 3,20); Jesús es el hermano mayor de una gran familia, cuyo Padre es Dios (Rom 8,29). La Jerusalén celeste, «que desciende del cielo» (Gol 4,26; Heb 11,10; 12,22; Apc 21); es la Jerusalén de Is 60 como ciudad mesiánica, en la cumbre de su gloria, cuando todas las naciones correrán a su luz; es la madre de numerosos hijos (Is 54,1-6; 2,2); en Ez 40 la ciudad está tan idealizada, que ya no es de este mundo; ciudad celeste, cuyos fundamentos son los Apóstoles y Profetas, la piedra angular es Cristo, y sus ciudadanos son los santos judíos y gentiles; en esta ciudad no hay ningún templo, porque toda ella es un templo consagrado al culto espiritual. La mujer celeste (Apc 12), «la virgen pura» (2 Cor 11,2), «la novia engalanada y esposa del cordero» (Apc 19,7; 21,2.9; Eph 5,22-23); en el A. T. la mujer, virgen, esposa o viuda, es la nación en la alegría de sus bodas, o en su fidelidad, o en su duelo; en el A. T. la Sabiduría también se presenta bajo el símbolo de una virgen-esposa; en Gal 4,21-5,1, Agar y Sara representan los pueblos antiguo y nuevo como madres de ellos. La Iglesia de Dios como denominación de la comunidad de Jerusalén (Gol 1,13; 1 Cor 15,9; Phil 3,6), de las comunidades judeo-cristianas (1 Thes 2,14; 1 Cor 11,16), de la de Corinto (1 Cor 1,2; 10,32; 11,22; 2 Cor 1,1). Esta expresión, recibida del A. T. (cfr. Dt 32,2 ss.. 1 Par 28,8; Neh 13,1; Miq 2,5) y del judaísmo, expresa la conciencia de ser el escatológico pueblo de Dios; supone una continuidad y una ruptura en el antiguo pueblo de Dios. El resultado de las convocatorias divinas son las 1. de Dios. Al principio, este título perteneció como propio a la 1. de Jerusalén (Act 5,11; 8,1.3) como reproducción de la asamblea de Dios en el desierto (Act 7,38; cfr. 1 Cor 10,6.11); después se estableció el uso de designar con este título a las 1. judeo-cristianas (Act 9,31); finalmente se extendió a las de origen gentil (Act 11,22; 13,1). La Iglesia universal (Col 1,18.24; Eph 1,22; 3,10.21); La I. universal se manifiesta en las particulares (1 Cor 1,2; 2 Cor 1,1; 11,2.8; cfr. 1 Pet 5,2), es decir, cada I. local es el pueblo de Dios presente en su lugar. Lo primero es la I. universal (cuerpo de Cristo), después las particulares; la universal no es la suma de las particulares. La Iglesia local (Rom 1,7; Col 1,2; Phil 1,1; 3,6; Col 4,15-16) como institución permanente del pueblo de Dios, y la 1. local (1 Cor 11,18; 14,19.28.34.35) como acontecimiento, es decir, la actual reunión de la asamblea local cristiana. Hay también 1. domésticas (Rom 16,5; 1 Cor 16,19; Col 4,15) como reuniones menos oficiales en casa particulares. Las Iglesias en Cristo (1 Thes 1,1; 2 Thes 1,1; 1 Thes 2,14; Gal 1,22) es una referencia de su pertenencia a Cristo por medio de la fe en él. Equivale a 1. cristianas. La vida cristiana que nos viene por Cristo tiene una formulación universal (2 Cor 5,14 ss.; Rom 5,12-21; Gal 3,28; Eph 2,14 ss.) y por eso en la expresión «las Iglesias en Cristo» está subyacente una concepción universal de la 1.
     
      Todas estas múltiples denominaciones indican que al principio no se había encontrado el apelativo propio que designaría la originalidad de la nueva institución. Los diversos términos expresan diversos desarrollos nacidos de la fe y de la experiencia cristiana. Es decir, no estamos bajo el signo del concepto que define lo que es la l., sino bajo el signo de la imagen que ilustra lo que es. Pero todas estas expresiones no son meras imágenes, sino que expresan realidades. La variedad del vocabulario es un índice de las riquezas que contiene y un esfuerzo por definir su realidad. La 1. recibe, adaptadas e idealizadas, las fórmulas que la Biblia aplicaba a Israel. Prevaleció el término I., que lleva consigo la universalidad de la convocación, y la presencia de los tiempos mesiánicos y escatológicos. A pesar de la pluralidad de l., hay una unidad en todas ellas. San Pablo lo afirma repetidamente, fundado en la unidad de Dios, del Señor, del Espíritu, del cuerpo, de la fe, del bautismo (1 Cor 8,4-6; 12,4-6.13; Eph 2,13-18; 4,4-6; Col 3,10-11, 1 Tim 2,5; etc.). El bautismo (1 Cor 12,13; Gal 3,27) y la Eucaristía (1 Cor 10,17) son los sacramentos de la unidad (cfr. 1 Cor 10,1-4 y 12,13). También hay exhortaciones parenéticas a la unidad (1 Cor 1,10; Rom 15,5 ss.; Phil 2,1 ss.; 4,2; Col 3,12-14; Eph 4,1-3). Dentro de esta unidad, es legítima una multiplicidad, como, p. ej.: la comunidad de Jerusalén seguía en algunas cosas modelos judíos, las comunidades helenísticas seguían modelos gentiles; las comunidades de origen gentil tenían libertad respecto al templo, a la Ley y a la circuncisión, mientras que en la comida y bebida los judíos seguían una norma más estrecha; etc. La conciencia de la primitiva comunidad es que la 1. no está edificada por los hombres, sino por la acción salvadora de Cristo; que los ministerios de la 1. no proceden de una necesidad sociológica, sino que han sido dados por Cristo; la 1. no es la suma de sus miembros, sino una realidad superior a ellos; a esa realidad, los creyentes son añadidos mediante el bautismo; las I. particulares aparecen como una diáspora del pueblo mesiánico de Dios. Un intento por sintetizar tantas cosas diversas nos ha llevado a la definición que dimos al principio, dividiéndolo todo en una realidad empírica bajo el concepto de pueblo de Dios, y otra realidad misteriosa bajo el concepto de cuerpo de Cristo. La originalidad de la 1. cristiana es tan poderosa que no se la puede atribuir a un desarrollo histórico, ni a una adaptación de lo profano, ni de la apocalíptica judía, ni de Qumran, ni del culto de misterios, ni del gnosticismo. Es tan original, como original es el hecho de Cristo, de donde ella nace.
      10) El tiempo de la Iglesia. Nos preguntamos sobre el lugar de la 1. en la historia de la salvación. No hay tres tiempos: el de Israel, el de Jesús y el de la 1. El tiempo de la I. es el tiempo de Jesús, porque a partir de la Resurrección, Ascensión y efusión del Espíritu Santo, los dones mesiánicos de Cristo se disfrutan en la I., es decir, la salvación la realiza Cristo en la 1. (cfr. Le y Act). Sin embargo, la existencia de la 1. está situada entre la entrada de Jesús en el cielo (Le 9,51; Act 1,2. 11.22) y su retorno (Act 1,11; Apc 22,20). Las instituciones y palabras de Cristo no indican actos pasajeros, sino funciones permanentes. Cristo piensa en una 1. que vivirá en la tierra, aunque ésta tendrá una misteriosa unión con los redimidos del cielo (lo 6,47; Heb 6,4; Apc 14,1-5; etc.). La mal llamada «demora de la parusía» no es sino la certeza que la I. tenía de la inauguración de los tiempos escatológicos. Sobre la inseguridad temporal del fin último, hay muchos textos (p. ej., Mc 13,32; Lc 17, 20; Act 1,7; 1 Thes 5,1; 2 Thes 2,2; etc.). La espera inminente no es sino una postura escatológica característica de la I. de todos los tiempos (cfr. Mc 13,35-37; 1 Thes 5,6; etc.). La conciencia escatológica que la 1. tiene de sí misma, no solamente significa que en ella se cumplen las promesas (2 Cor 5,17), sino que ella se dirige hacia un esiaton, hacia un final (Heb 4,9), «hasta que venga» (1 Cor 11,26) de nuevo el Señor.
     
      El tiempo de la I. participa así de una tensión constante entre el «ya» y el «aún no». Es una comunidad redimida, santificada, que ya de alguna manera pertenece al cielo (Heb 6,4 ss.; 9,11-28; 10,10.19 ss.; 12,22 ss.). Sin embargo, todavía es una comunidad peregrina que busca la ciudad futura (Heb 13,14), y el reposo sabático (Heb 4,1.9 ss.). La virtud típica del peregrino es «perseverar» (Heb 3,6.14; 10,23; 12,1 ss.) en los bienes presentes para alcanzar los futuros. Las expresiones de Reino de Dios, herencia, primicias, arras, pueblo de Dios en marcha, diáspora, peregrinaje, ciudad futura, templo celeste, Jerusalén celeste, etc., están cargadas de una escatología eclesial, lo mismo que la mayor parte de las exhortaciones parenéticas del N. T. El tiempo de la I. está caracterizado por: la misión y el testimonio (Mt 28,19-20; Me 16,15-16; Le 24,47; lo 15,27; Act 1,8); la Eucaristía como centro de la vida de la 1. (Lc 22,21-38; 24,30 ss.; Act 2,42-46; 1 Cor 11,26); la persecución como memorandum de que en la tierra no tenemos habitación estable, ciudad permanente (Lc 22,31; 24,26; Act 14,22; 7,54-60; Heb 6,11-12; 10,32-39; 12,4-11).
     
      V. t.: EVANGELIOS (11, 3, B La primitiva comunidad); CUERPO MÍSTICO 1; ELECCIÓN DIVINA; QUMRAN, 6; APOSTOLADO 1; CRISTIANISMO, 6-7; DISCÍPULOS.
     
     

BIBL.: L'église dans la Bible, separata de la Revista «Studia: Recherches de Philosophie et de Théologie» 13 (1962) 169-202, publicada en Bélgica por Desclée de Brouwer, contiene la mejor bibliografía sobre el tema desde el año 1940; K. L. SCHMIDT, ékklesía, en TWNT III (1938) 522-539; P. T. GARRIGA, La palabra ékklesía, estudio histórico-teológico, Barcelona 1958; H. SCHLIER, Le temps de 1'église, Tournai 1961; R. SCHNACKENBURG, La iglesia en el N. T., Madrid 1965; ID, Reino y reinado de Dios, Madrid 1967; M. MEINERTz, Teología del Nuevo Testamento, Madrid 1966; 1. SCHMID, Iglesia, en Conceptos fundamentales de la teología, 11, Madrid 1966, 288-300; A. LANG, Teología Fundamental, II. La misión de la Iglesia, Madrid 1966; M. SCHMAUS, Teología Dogmática, IV. La Iglesia, Madrid 1960; XIX SEMANA BíBLICA ESPAÑOLA, Concepto de la Iglesia en el Nuevo Testamento, Madrid 1962; L. CERFAux, La Iglesia en San Pablo, Bilbao 1959; D. M. STANLEY, La Iglesia apostólica en el Nuevo Testamento, Santander 1968; 1. M. CASCIARO, El vocabulario técnico de Qumrán en relación con el concepto de Comunidad, «Scripta Theologica» 1 (1969) 7-56 y 243-313; 1. DAUVILLIER, Les temps apostoliques, le• siécle, t. II de Histoire du Droit et des Institutions de 1'Église en Occident (G. Le Bras, dir.), París 1970. También pueden consultarse las obras de la bibl. de III.

 

E. PASCUAL CALVO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991