HIJAS DE LA CARIDAD DE SAN VICENTE DE PAÚL


Origen y fundación. Fundadas en el s. XVII por S. Vicente de Paúl (v.) y por S. Luisa de Marillac (v.), una de las novedades específicas de la H. de la C. es que su residencia y lugar de actividad son el hospital, la escuela, la calle, abandonando lo que parecía casi esencial al estado religioso femenino: la clausura y el convento «tendrán por monasterio -dice S. Vicente de Paúl- las casas de los enfermos y donde resida la superiora. Su celda será un cuarto alquilado. Su capilla, la iglesia parroquial. Su claustro, las calles de la ciudad. Su clausura, la santa Obediencia. Por rejas, el temor de Dios. Por velo, la santa modestia. Su profesión: la confianza permanente en la Providencia y el sacrificio de todo su ser» (Escritos, X,661).
     
      Con las H. de la C. nace el nuevo modelo de religiosa que piden los tiempos. Hablando de su necesidad y cometido, dice su Fundador que «las que se dedican a estas obras de caridad, suceden en sus oficios o servicios a las viudas y diaconisas de la Iglesia primitiva, que tenían el cuidado corporal de los pobres y también el espiritual de los de su sexo» (Escritos, X111,781 y 811). Las necesidades históricas eran ya distintas: junto con la oración de la religiosa enclaustrada, única forma de participar la mujer, desde Carlomagno, en el servicio de Dios, se impone también ejercer activamente, físicamente, la caridad, allí donde los hombres tienen especial necesidad de ella: en los hospitales, en los asilos de ancianos, en las cárceles y manicomios. Ésta es la idea que preside la fundación de las H. de la C. (cfr. Escritos, 1X,22).
     
      Siendo párroco de Chátillon-les-Dombes (Bresse), las funda, en 1617, S. Vicente de Paúl (1581-1660); parte para ello de las Compañías de Caridad que, bajo la presidencia de Ana de Austria, agrupaban a un elevado número de damas de la aristocracia parisina que querían aliviar las calamidades producidas por las continuas guerras de la época. La caridad, el servicio a las necesidades del prójimo, son el fundamento y el nervio de la espiritualidad de estas religiosas. Es cofundadora S. Luisa de Marillac (1591-1660) que, llamada al servicio de Dios, dudaba de qué manera concretar su vocación, hasta que, en 1624, conoce a S. Vicente. Al principio desconcertó a la santa la vida activa y exclaustrada de las H.; ella misma dice que «se me advirtió, en iluminación interior, que más tarde me encontraría en situación de hacer votos de pobreza, castidad y obediencia, en compañía de otras personas. Parecióme que me encontraba en lugar destinado al servicio del prójimo. Pero sin comprender cómo podría ser esto, a causa de que era preciso ir y venir de un lado para otro». (Escritos, 11,128).
     
      Las Compañías de Caridad -de las que S. Vicente hizo Visitadora en 1629 a S. Luisa- las componían damas de la aristocracia que, por su condición social, no estaban preparadas para los humildes menesteres que había que cumplir: llevar la comida al domicilio de los pobres, curar sus llagas, hacer las camas, velar a los enfermos que no tuvieran compañía. Para ello fueron acudiendo jóvenes sencillas, campesinas especialmente, con deseos de asistir a los enfermos pobres; S. Luisa de Marillac las instruía y preparaba para tales tareas. Éstas fueron, realmente, las primeras religiosas H. de la C. Una de las que más pronto se incorporaron a la naciente orden fue Margarita Nasseau, campesina de Suresnes que había aprendido a leer mientras cuidaba su ganado, y ya enseñaba las letras y el catecismo en su aldea. Un día misionaba por allí Vicente de Paúl y, al verle, se le acercó la joven y le preguntó si podía seguir enseñando la doctrina y cuidar a los pobres. S. Vicente la invitó a incorporarse al grupo que empezaba a formarse. Eran jóvenes humildes: «Dios se comunica a los sencillos y humildes, y se sirve de las cosas más pequeñas para hacer las más grandes», habría de escribir más tarde S. Vicente (Escritos, 11,251). El 29 nov. 1633 se reunían en torno a éste y a Luisa de Marillac las primeras religiosas, cuatro sencillas muchachas. Margarita Nasseau no se encontraba entre ellas: había muerto víctima de la peste contraída al atender a una enferma de este mal.
     
      Espiritualidad. Unas palabras de S. Vicente -cuyo espíritu es inseparable del de su fundación- ilustran claramente la espiritualidad de ésta: «el fin al que debéis aspirar, es honrar a Jesucristo en los pobres, en los niños, honrando su infancia, en los pobres ancianos, como en el Hospital del Dulce Nombre de Jesús, y en las pobres gentes víctimas de la guerra, que han venidoa refugiarse en París... Vosotras no seréis Hijas de la Caridad si no estuviereis siempre dispuestas para servir a todos los que padecen cualquier necesidad» (Escritos, LX,594). Es decir, la caridad y el amor de Dios: amar a Dios a través del desgraciado, porque éste es la imagen de Jesucristo, su representación viva entre los hombres. Siervas de los pobres de la caridad, como Vicente de Paúl las llama, son palabras que definen bien su espíritu: Siervas de Jesucristo haciéndose siervas de los pobres.
     
      Régimen interior y reglas. Las H. de la C. prestan su asistencia en hospitales, asilos, centros asistenciales, etc., y viven repartidas en casas. Al frente de todas ellas hay un superior general, que lo es también de las demás asociaciones conectadas con ellas y fundadas o reorganizadas asimismo por S. Vicente (v. CONFERENCIAS DE S. VICENTE DE PAÚL). Hay que tener en cuenta que el Santo proyectó sus actividades apostólicas y de caridad en un doble frente: la Misión (v. PAúLES), a la que se adscribían unos sacerdotes cuyo cometido era predicar y avivar el espíritu evangélico en los centros parroquiales, y la labor de asistencia de las H. de la C. El Superior general de unos y otros es el mismo, por especial deseo de Luisa de Marillac, que lo defendió con tesón ante la autoridad eclesiástica (cfr. Escritos, 111,254).
     
      Las Reglas tienden a fomentar la entrega a la práctica de la caridad de las hermanas y alcanzan a los detalles más mínimos y domésticos; en ellas se percibe la previsión y delicadeza femenina de la fundadora. Al cabo de tres siglos continúan en vigor, y plenamente eficaces.
     
      Actividades específicas. Como norma general, las H. de la C. están dedicadas al cuidado del pobre y del enfermo. Concretamente realizan, de un modo usual, las siguientes actividades:a) Cuidado de los enfermos pobres en sus casas. Esta labor fue la primera, cronológicamente, de las H. de la C., y continúa prácticándose hoy día.
     
      b) Escuelas rurales. En tiempos de S. Vicente, el analfabetismo era general en Francia; tres cuartas partes de su población masculina no sabía leer ni escribir. Luisa de Marillac empezó a enseñar gratuitamente a los pobres en su misma casa, y en ella aprendían también las primeras H. de la C. que, más tarde, se dedicarían a su vez a la enseñanza o a cuidar enfermos. Esta labor sigue hoy, y se presta especialmente a los pobres, de modo gratuito o mediante el pago de pensiones módicas.
     
      c) Asistencia a los niños abandonados. Es ésta una de las obras más queridas de los fundadores, y de la que son buena muestra las casas-cuna, jardines de infancia y orfelinatos repartidos por todo el mundo.
     
      d) Cárceles, hospitales psiquiátricos, asilos de ancianos. Los asilos de ancianos han proliferado extraordinariamente; allí encuentran éstos un clima tranquilo y fraternal para los últimos años de su vida. De estos centros vicentinos han tomado ejemplo y derivado dos instituciones muy extendidas: las Hermanitas de los Pobres (v.) y las de los Ancianos Desamparados (v.). No menor importancia tiene la asistencia que las H. de la C. prestan en los manicomios y en las cárceles.
     
      e) Hospitales. Es ésta otra de las obras de las H. de la C. de mayor envergadura actualmente. Aunque no era totalmente nueva la presencia de religiosas en los hospitales civiles -sí en cambio en los militares-, con las H. de la C. se estableció la asistencia de una forma organizada y continua. Se establecieron primero en el Hospital General de París, luego en los de Angers, Nantes, Richelieu y Saint Germain. Hoy día las H. de la C. se hallan en los hospitales de todo el mundo, prestando, a la vezque su asistencia religiosa y su calor humano, su trabajo como enfermeras y ayudantes sanitarios.
     
      En tiempos de guerra las H. de la C. se encuentran en los hospitales militares, curando a los heridos sin distinción de bandos. Francia, Polonia y España han conocido su abnegación en este terreno.
     
      f) Formación profesional y otras actividades. S. Vicente quería que todo el mundo estuviera en condiciones de ganarse la vida con su trabajo; la limosna no debía ser sino un remedio de urgencia. Esta idea le llevó a fundar las escuelas de formación profesional, rurales y urbanas, para las que redactó unos reglamentos muy detallados, tras un profundo estudio de las necesidades sociales de su época. Las primeras de estas escuelas, muy extendidas posteriormente, fueron las de Ma~on y Beauvais.
     
      La asistencia y la labor social de la H. de la C. llega, por fin, a todos los campos donde haya necesidades espirituales o físicas que remediar: ejemplo de ello son las cocinas económicas que sirven, gratis o a precios muy bajos, comidas a los indigentes. También, en el aspecto espiritual, hay que hacer mención de las casas de Ejercicios para mujeres.
     
      g) Misiones. Desde 1842 las H. de la C. desarrollan su labor en las misiones; en dicho año se fundaron casas en Argelia, Siria, Egipto y el Líbano; en 1847, en China. Posteriormente pasaron a Etiopía, a Madagascar y a muchos otros países.
     
      Expansión y vicisitudes históricas. En vida aún de S. Vicente y S. Luisa se fundaron 23 casas en París y 46 entre el resto de Francia y Polonia; en 1798 las casas eran 450. En España había fundaciones en Barcelona, Lérida y Barbastro.
     
      La expansión de las H. de la C. fue muy rápida y grande; pese a que la Revolución francesa provocó la desaparición de muchas de las casas, escasísimos años después, en 1806, éstas eran ya de nuevo 283. En 1850, España, con sus 73 fundaciones y 1.200 religiosas, era la nación en que más habían arraigado y crecido las H. dela C., hecho que iría en aumento desde entonces. En 1850 también se unieron a ellas las religiosas de la Caridad fundadas por S. Isabel Seton en 1809 en Baltimore (Maryland, EE. UU.), adoptando la regla de las H. de la C. (V. HERMANAS DE LA CARIDAD). En el S. XIX ya se encuentran las H. de la C. en 41 naciones. En 1900, entre España, Filipinas, Cuba y México se contaban 512 casas, con un total de 5.018 religiosas. En 1971 (Ann. Pont. 1972) existen en todo el mundo 3.867 casas, muchas de ellas con los servicios técnicos más avanzados, y 43.179 religiosas. Entre tales fundaciones podemos mencionar 1.151 hospitales, 1.800 centros de enseñanza, 740 hogares de ancianos, 640 orfelinatos, casas-cuna, 24 leproserías, etc.
     
      En España (1968), las H. de la C. están repartidas en ocho provincias, con un total de 998 casas, 11 escuelas de asistentes sociales y 12.253 religiosas, que atienden también a Filipinas, la India, Puerto Rico, Cuba y África del Norte. En los países comunistas desarrollan su trabajo, superando impedimentos y persecuciones, unas 3.000 H. de la C.
     
      A raíz del Conc. Vaticano 11, las H. de la C. se han procurado adaptar a las directrices de aquél, e intentan conseguir para las H. una, si no extensa, si más intensa y fundamental formación teológica, al mismo tiempo que la madurez humana y espíritu abierto que requiere el desarrollo de sus actividades.
     
      V. t.: VICENTE DE PAÚL, SAN; LUISA DE MARILLAC, SANTA; HIJAS DE MARÍA, ASOCIACIÓN DE.
     
     

BIBL.: SAINT VICENT DE PAÚL, Correspondance, Entretiens, Documents, 14 vol., París 1920-25; vol. 15, París 1960; L. CELIER, Le Figlie della Caritá, Piacenza 1930; P. COSTE, C. BAUSSAN, G. GOYAu, Les Filles de la Charité, París 1933; L. ABELLY, La vie du vénérable serviteur de Dieu, Vincent de Paul, París 1964; 1. HERRERA Y V. PARDO: San Vicente de Paül, Biografía y Escritos, 2 ed. Madrid 1955; P. NIETO, Historia de las Hijas de la Caridad, 2 vol., Madrid 1932; V. PARDO, Espiritualidad vicenciana y Renovación conciliar, Madrid 1967; A. DODIN, San Vicente, forjador de apóstoles de la caridad, Madrid 1968; P. COSTE, Le grand Saint du grand siécle, Monsieur Vincent, 3 vol., París 1932; v. t. la bibliografía de VICENTE DE PAÚL, SAN y de LUISA DE MARILLAC, SANTA.

 

V. PARDO ESCUDERO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991