HEBREOS II. HISTORIA POSTERIOR.


La entrada de Tito (v.) en Jerusalén y la destrucción del Templo judío (se emplea aquí el término judío como sinónimo de hebreo), en el 70 d. C., fue consecuencia del levantamiento contra los romanos en Palestina provocado por los celotes (v.). Los habitantes judíos de Jerusalén fueron asesinados, condenados a trabajos forzados en Egipto o vendidos como esclavos en las provincias del Imperio romano, según su mayor o menor participación en la revuelta. Una vez más, continuaba su diáspora (v.) por el mundo. De este modo, se extendieron por Italia, valle del Rin, las Galias, España y Norte de África. Las comunidades establecidas en los dominios de Roma compraron a sus hermanos de raza y religión a fin de devolverles la libertad, manifestándose así la solidaridad hebrea de alcance internacional que ha caracterizado la historia interna de este pueblo con algunas excepciones. Después del incendio de Jerusalén (v.) ordenado por Tito, Judea (v.), o sea, el Sur de Palestina, pacificado por Vespasiano (v.) en el 69, se constituyó en provincia romana. En ella permanecían aún muchos judíos, algunos de ellos huidos de Jerusalén, antes de la conquista de la ciudad por Tito, y que habían seguido el partido prorromano frente a los celotes. Igualmente, en Galilea, que los romanos habían conquistado en el 67, quedaban judíos que no se habían sumado a la sublevación, y lo mismo ocurrió en otros lugares de Palestina (v. PALESTINA III), que los romanos procuraron que no fueran totalmente despoblados.
     
      1. Bajo el Imperio romano. La posición de los emperadores paganos frente a los judíos fue, en general, de tolerancia (se exceptúan los reinados de Domiciano en los a. 81-96 y Nerva desde el 96 al 98) y, en algunos casos, de protección, como se manifestó en la ayuda prestada a las florecientes comunidades judías de Alejandría, Antioquía de Pisidia y Antioquía de Siria frente a los griegos, que ya habían acostumbrado a los h. a vivir en barrios separados. Ésta será la mayor parte de las veces una de las características del hábitat judío, en razón de su religión y costumbres, hecho que ha contribuido a presentarles como algo antisociales o, al menos, un tanto desplazados de la comunidad social. Por lo que se refiere al mundo griego y romano, politeísta, ciertamente los judíos, monoteístas, no podían integrarse totalmente en una sociedad que no sólo no participaba de sus creencias, sino que las rechazaba, y ello a pesar de la indudable helenización y romanización del pueblo judío disperso. Tampoco resultó a veces demasiado viable su convivencia con otros pueblos, por tratarse casi siempre de grupos minoritarios extraños al cuerpo social que les ha dadocobijo. En ciudades y países de influencia judía, hubo casos de personalidades relevantes que velaron por sus hermanos de raza menos privilegiados. Pero el mismo carácter internacional del pueblo judío, sin patria fija, que se adapta a cualquier ambiente urbano liberal, ha chocado cuando se trata de poderes estatales centralistas y absolutistas.
     
      En la destruida Jerusalén, los romanos crearon la colonia Aelia Capitolina (ca. 131), prohibida a los judíos, y perteneciente a la provincia procuratorial de Palestina. Cuando el emperador Adriano (v.) intentó edificar un templo pagano en el mismo lugar donde se había levantado el judío, estalló una nueva sublevación (132), dirigida esta vez por Bar Kokeba, quien consiguió el control de Palestina durante tres años, hasta la reconquista del país por las legiones romanas. La población fue diezmada; aunque algunos se refugiaron en las montañas de Galilea y otros se quedaron en las proximidades de la antigua Jerusalén, en condiciones desfavorables, prácticamente el pueblo judío se quedó sin patria. Así perdieron la «Tierra prometida» tanto tiempo disfrutada (más de 1.500 años), es decir, Canaán (v.), adonde les había conducido Moisés (v.) y que Josué (v.) había conquistado. Palestina se integró en la provincia romana de Siria (135). Sobre todo a partir del 135, la historia de los h. es una mezcla de enfrentamientos con otros pueblos, a veces de persecuciones, de movimientos de comunidades en una casi constante migración, que les ha llevado a extenderse por casi todo el mundo civilizado, exceptuando Extremo Oriente.
     
      En el reinado de Antonino Pío (v. 138-161), los judíos del Imperio se beneficiaron de la política de tolerancia religiosa. Con Caracalla (v.), consiguieron la ciudadanía otorgada a todos los súbditos (212). La esperanza que desde entonces les mantuvo frente a toda adversidad es la promesa del Mesías (v.), obstinados en no admitir el cumplimiento de las profecías en la persona de Jesucristo (v.). Esta expectación mesiánica no es la misma para todos los judíos. Ya desde los primeros tiempos de la Era cristiana, y aun antes, se infiltró entre ellos la idea de un Mesías, político que les liberaría del dominio extranjero. El mesianismo contribuyó a la pervivencia del pueblo judío, y a su extraordinaria proliferación, pues cada familia ha albergado la ilusión de que en su seno nazca el Mesías anunciado por los profetas y tan diversamente interpretado. Estas interpretaciones, así como las diferentes tendencias religiosas y escuelas dentro del judaísmo (v.), constituyen una fisura en la hipotética unidad del pueblo judío, además de las diferencias de cultura que han distinguido a unas comunidades de otras. Sin embargo, puede decirse que han esperado un Mesías que reuniese las tribus de Israel dispersas, que restaurara la ciudad santa de Jerusalén y reconstruyera su Templo, que comenzase una época de paz y prosperidad de la que Israel fuera el principal beneficiario, y que liberara a los oprimidos y cautivos (v. MESIANISMO).
     
      La situación de tolerancia se mantiene después del edicto de Milán (v.; 313); y en el breve reinado de juliano el Apóstata (v.; 360-363) se proyectó reconstruir el Templo de Jerusalén. En la legislación imperial de finales del s. iv se dan algunas normas que resultan discriminatorias para los judíos. Así ocurre con el Código de Teodosio (v. TEODOSIO 1 EL GRANDE) y sobre todo con Teodosio 11 (408-450), que les prohibió la construcción de nuevas sinagogas y los excluyó de los cargos públicos. Justiniano 1 (v.), en su compilación, recogió algunas de las normas del Código de Teodosio.
     
      Mucho más dura, sin embargo, fue su situación en e imperio persa, bajo la dinastía Sasánida (v.), que dominaba en los territorios conocidos actualmente como Irán e Iraq, y en parte de Armenia, y cuya persecución s dirigió también contra los cristianos, especialmente en e reinado de Bahran V (420-440). Con la aparición de Moisés de Creta, alrededor del 440, haciéndose pasar por el Mesías, los judíos creyeron llegado el momento de recuperar la Tierra prometida, pero el falso mesías y sus seguidores perecieron ahogados cuando intentaban alcanzar Jerusalén andando sobre el mar. Otro falso mesías fue Srini, durante el califato del omeya Yazid 11, en el primer tercio del s. vIII. Consiguió que se unieran a él judíos procedentes de Europa. Apresado por revolucionario, declaró que se burlaba de sus correligionarios. Hasta el s. xviil hubo varias más.
     
      Además del exilarca de Babilonia, cuya autoridad religiosa y cultural, reconocida también en Occidente, se mantuvo hasta el s. xli, y de la fidelidad a la Biblia, dio bastante cohesión a los judíos la redacción del Talmud (v.), considerado como el código del pueblo hebreo en su diáspora. En el primer tercio del s. iII, se fijó la ley oral o Misná, cuya interpretación y comentarios (Guemará) dieron lugar al Talmud palestinense y al babilónico, terminados ca. 380 y 499 respectivamente, y cuya parte común es la Misná; de los dos, ha gozado de mayor predicamento el segundo. Pero no todos los judíos han aceptado el Talmud. Desde el s. vIii, la secta de los caraítas (del hebreo qaraim, gentes de la Biblia) surgida en Babilonia no reconocía más libro sagrado que el de la Biblia. La autoridad del exilarca fue decreciendo a medida que aumentaba la del gaón, cuyo poder se extendía a los aspectos religioso, legislativo y judicial; pero también desapareció esta institución en la Edad Media, quedando al frente de las comunidades un Consejo de ancianos y la única autoridad religiosa del rabino (v.), figura principal en las celebraciones de la sinagoga (v.), lugar de reunión de los judíos y centro de su vida religiosa, que administra un Comité de notables y cuya existencia data probablemente de Babilonia desde el s. vi a. C. (la palabra sinagoga, procedente del griego, significa lo mismo que la hebrea kénésset, es decir, asamblea).
     
      2. Durante la Edad Media. Las invasiones de los bárbaros en el s. v constituyeron un rudo golpe para las comunidades judías, que, no obstante, se vieron favorecidas en algunos de los Estados creados por los invasores. Así, en España (se cree que los judíos llegaron a la península Ibérica sobre todo a partir de la conquista de Jerusalén por Tito en el 70) los judíos gozaron de libertad, aunque con algunos límites; así en el tercer Conc. de Toledo (v.; 589), se impide a los judíos el proselitismo entre cristianos, la adquisición de esclavos cristianos, el acceso a los cargos públicos y el matrimonio mixto. Sisebuto (612-621) intentó convertir a los judíos con un celo excesivo (que censuró S. Isidoro) que podía llevar a actitudes falsas. Se cree que se bautizaron 90.000 y otros huyeron al Sur de Francia (Crónica de Moissac, del s. ix); pero los bautizados no se convirtieron realmente y siguieron practicando su religión en secreto, con lo que se inicia en España el problema de los judaizantes (v.) que se mantendría hasta el s. xviii.
     
      La cuestión se complica y hace más difícil en el reinado de Egica (687-702), el cual denuncia en el XVII Conc. de Toledo (694) la conspiración de los judíos con los árabes del Norte de África para derribarle del trono. Se trataba, pues, no ya de un problema de unidad religiosa abordado conforme a la mentalidad de la época,1 sino de los intereses del Estado visigodo y de su supervivencia, pues la minoría judía constituía una especie de Estado dentro del Estado que hacía peligrar ae éste. Parecidos rasgos tiene a veces el problema en otros 1 países, cuyas actitudes han sido interpretadas como an s tijudaísmo, cuando su verdadero contexto histórico y político hace pensar más bien en medidas de seguridad, en elr derecho de los Estados a su subsistencia. Es cierto, no obstante, que en algunas naciones se tomaban medidas violentas contra los h. El papa Gregorio I, hacia el 600, expidióun decreto que prohibía terminantemente tales violencias; a este decreto siguieron otras muchas letras pontificias queriendo garantizar la libertad y los derechos civiles de los judíos; básica en este sentido fue la bula Sicut judeis de Calixto II, confirmada posteriormente por varios Papas (cfr. García Villoslada, o. c. en bibl.). Al mismo tiempo, los Pontífices buscaban la salvación de todos a través de la Iglesia, procurando también que los fieles se vieran libres del proselitismo de otras confesiones y doctrinas heterodoxas, bastante frecuentes entonces; de ahí la persistente normativa de separación entre cristianos y judíos, lo que venía a proteger a unos y a otros. Por lo demás -también en parte como consecuencia de la misma historiografía judía- si bien los historiadores suelen fijarse mucho en las discriminaciones o legislaciones especiales que en esta y otras épocas se dieron sobre los judíos, conviene no olvidar los aspectos de su historia interna, que les lleva a difundirse y extenderse mediante empresas y organizaciones, que constituyen la red internacional de mayor peso en la historia, desde los primeros siglos de la Era cristiana.
     
      La posición del Islam frente a los h. era de cierta tolerancia. El califa Omar I (634-644) les concedió el mismo estatuto que a los cristianos, lo que implicaba que les prohibió la construcción de nuevas sinagogas y el ejercicio de cargos públicos, discriminándoles socialmente al obligarles a llevar una vestimenta que les distinguiera. Y esa actitud se mantuvo en España tanto bajo los musulmanes como en los Estados cristianos. Hay algunas excepciones, en la etapa de los reinos de taifas (v.), p. ej., cuando en Granada fueron asesinados 4.000 judíos (1066).
     
      Las invasiones de los almorávides (v.) y almohades (v.), en los s. xI y xtt respectivamente, también fueron muy nefastas para los hispanojudíos del territorio musulmán, que se vieron obligados a emigrar a los Estados cristianos. Bien recibidos por Alfonso VII de Castilla y León (112627), el centro de su actividad se desplaza hacia la España cristiana; de Toledo hicieron una de sus principales ciudades, en la que eran considerados tan libres como los demás vecinos, e intervinieron brillantemente en la llamada Escuela de Traductores de Toledo (v.), durante el reinado de Alfonso X (1252-84), en cuya época se edificó la sinagoga de Santa María la Blanca. Las relaciones entre cristianos y judíos estaban reguladas mediante fueros, de los que fue modelo el de Teruel. Hubo también muchas conversiones sinceras al cristianismo; algunos conversos o marranos (término sin sentido peyorativo y que probablemente procede del arameo maranata, anatema) llegaron a ocupar cargos públicos de importancia, o consiguieron ser filósofos o teólogos notables, realizando una intensa labor de atracción entre sus hermanos de raza, al tiempo que se intensificaron las disputas teológicas entre cristianos y judíos desde el s. xii, cuando ya el centro religioso del judaísmo se había desplazado desde Babilonia a Occidente. Fueron famosas las de Barcelona (1263) y Tortosa (141314); fuera de España, la de París (1240) (v. APOLOGÉTIcA II, 2).
     
      En la España medieval, pasados los primeros tiempos de la Reconquista (v.), los judíos fueron un valioso elemento repoblador. En territorio bajo el dominio musulmán como Lucena (Córdoba) y Granada, la densidad de población hebrea era elevada. Según la teoría de Américo Castro (v.), la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos forjó el ser hispánico. En Cataluña, estuvieron bajo la legislación de los francos hasta la primera promulgación de los Usatges (1070) por el conde de Barcelona Ramón Berenguer 1. Tarragona era conocida como la ciudad de los judíos. Juderías o barrios de judíos hubo en las más importantes poblaciones españolas. Importantes en Navarra fueron las de Pamplona, Estella, Olite, Tafalla y Tudela. Los reyes cristianos les concedieron casi las mismas prerrogativas que a los cristianos en las cartas de población. Se dedicaban principalmente al comercio, trabajos artesanos y recaudación de impuestos, y también actuaban como prestamistas, al igual que en el resto de Europa, cobrando intereses elevados, alrededor de un 30%, y parece ser que más. En las ordenanzas de S. Luis, en el s. xiii, aplicadas en Francia y Navarra, los cristianos podían devolver los préstamos cuando y como quisiesen.
     
      Sus actividades de prestamistas y recaudadores de impuestos les malquistaron con el resto de la población. Esta circunstancia explica muchas reacciones contra los judíos a las que fueron ajenos los poderes públicos. Ello no obstante, las aljamas (del árabe al-t'a'ba, reunión) u organizaciones en las que se englobaban los judíos eran poderosas; algunos de sus miembros ocupaban importantes cargos públicos, y los reyes españoles se valían de ellos por su poder económico e influencia. Durante la primera Cruzada (v.; 1095), caracterizada por su desorganización y por el desbordarse de unas masas populares incontroladas, fueron arrasadas algunas juderías por la turba que marchaba hacia Bizancio. Ello no impidió que los judíos intervinieran en la financiación de las siguientes Cruzadas, interesados como estaban en el comercio con Oriente. Su intervención financiera en las Cruzadas decayó cuando las órdenes militares (v.) adquirieron suficiente poder económico. Con la conquista de Jerusalén por los cruzados, los judíos se extendieron aún más por el imperio bizantino y países islámicos, internándose luego entre lbs pueblos eslavos. En casi todas partes constituían una población separada, con sus propios barrios.
     
      El tecero y cuarto Conc. de Letrán (v.; 1179 y 1215 respectivamente) renovaron las disposiciones de separación entre cristianos y judíos, cuya aplicación se suavizó en España, por intervención sobre todo de Fernando 111 de Castilla y León, que en esto siguió la política de sus antecesores. Jaime I de Aragón (1213-76) acogió bajo su protección a los judíos, a los que instaló en Mallorca, con la obligación de residir en un call (del hebreo qahal) o barrio determinado.
     
      A fines del s. xiii, el clima antijudaico era general en casi toda Europa. Ya Inocencio IV (1243-54) tuvo que defender a los judíos de la acusación de muerte ritual. Eduardo 1 les expulsó de Inglaterra (1290), en donde habían penetrado en el s. xt con Guillermo 1 el Conquistador. De Francia fueron expulsados en 1306 y 1394, durante los reinados de Felipe IV (el mismo que procesó a los' templarios) y Carlos V I respectivamente. Los planes de expulsión se producen porque los monarcas siguen una política de reforzamiento del poder real y disponen de otros ingresos que los impuestos percibidos por los judíos, a quienes la autoridad real toleraba por su utilidad económica. Los motivos de expulsión son más bien políticos y económicos que religiosos. En la mentalidad de los gobernantes, constituía un obstáculo la existenciade minorías con influencia que dificultaban conseguir la unidad de los territorios y un Estado centralizado. Las persecuciones de judíos por casi toda la península Ibérica y en Navarra en 1320-28 motivó su emigración a África del Norte. En Polonia, sin embargo, se fueron formando numerosas comunidades, acogidas al Estatuto de 1264, que les era favorable. La inmigración en Polonia aumentó durante el reinado de Casimiro 111 (1333-70) y bajo la dinastía de los Jagellones (1386-1572). El núcleo de judíos que desde Polonia pasó a Rusia ha conservado en parte la lengua alemana (v. YíDICA, LENGUA Y LITERATURA). En Italia, eran importantes las comunidades del Sur.
     
      3. Desde la Edad Moderna. La expulsión de los judíos de España, decretada por los Reyes Católicos el 31 mar. 1492, fue debida a varios factores. Su permanencia imposibilitaba la unidad nacional que se proponían los monarcas, pero también las dificultades de convivencia con los cristianos viejos y nuevos (judíos conversos y judaizantes) suponían un inconveniente para la unidad política. Se habían puesto los medios para obtener la sincera conversión de los judíos al catolicismo, pero masivamente no se consiguió. Acertada o equivocadamente, con una mentalidad muy de su época, los reyes pensaron que el mejor modo de eliminar el «trauma» judío era ordenar su expulsión. Desde un punto de vista económico, la expulsión constituyó un desastre, a pesar de la prohibición de que sacaran metales preciosos. No se sabe con exactitud los judíos que salieron de España. Hacia Portugal, según el cronista de la época Andrés Bernáldez, salieron unos 93.000; de allí fueron expulsados en 1497. Otros judíos españoles (unos 60.000 más) emigraron al Norte de África, Sur de Francia, Italia (sobre todo Liorna) e Imperio turco, constituyendo el grupo de los sefardíes (v.), distinto por su lengua y costumbres de los askenazíes o judíos del centro y Norte de Europa. De Navarra fueron expulsados en 1498, de Nápoles en 1510 y 1541, y de Milán en 1591 pasando al Sur de Francia y Países Bajos.
     
      El protestantismo fue en principio tolerante -con los judíos, pero el mismo Lutero se mostró luego hostil: De principios del s. xvi es el primer proyecto sionista de conquista de Palestina, para restaurar el reino de Judá, que David Reubení (1490-1542) llegó a proponer al papa Clemente VII (1523-34). Con la unión de España y Portugal en 1580, los judíos portugueses fueron colocados bajo las mismas leyes que en España; algunos salieron y consiguieron llegar a los Países Bajos. Otros fueron admitidos en España por Felipe III desde 1601 sin necesidad de bautizarse, mediante el pago de un donativo. Felipe IV utilizó sus servicios como banqueros (1627), y fueron protegidos por el conde-duque de Olivares hasta la caída de éste (1643). Posteriormente, judoo-cristianos portugueses y españoles se establecieron en los puertos de la Europa atlántica. A partir de 1648, se constituyeron comunidades judías en Francia, al incorporarse a este país Alsacia-Lorena. En el mismo año, algunas comunidades de Ucrania fueron destruidas por los cosacos. Las luchas entre cosacos y polacos, que se mantuvieron hasta 1655, afectaron a los judíos, que tuvieron que huir a otros lugares de Europa y Asia. En 1649, O. Cromwell permitió la entrada de judíos en Inglaterra, por primera vez desde su expulsión en 1290. Desde 1656, se establecieron en Londres banqueros y comerciantes judíos de Amsterdam. Por ese tiempo, el mundo judío del Imperio turco se vio alterado por las pretensiones mesiánicas de Sabbetay Seví (1626-76), que para salvar la vida se convirtió al islamismo.
     
      La llegada de judíos a Norteamérica comienza en 1654, con una expedición procedente de Brasil que se establece en Nueva Amsterdam (actual Nueva York). Cuatro años después, se crea en Newport la segunda gran comunidad judía de América del Norte, con colonos llegados de Amsterdam. A lo largo de la costa atlántica norteamericana, se constituyen comunidades sefardíes originarias de las Indias occidentales, Países Bajos e Inglaterra. Un siglo después, había ya comunidades organizadas en Filadelfia, Charleston y Savannah (1776), con una población hebrea que no superaba los 2.500 individuos (1790), pero que en 1860 ascendía a 275.000 aprox. Aunque la inmigración sefardí a Estados Unidos terminó a partir de 1800, la población judía aumentó con nuevas inmigraciones de h. huidos de Rusia, Polonia y Rumania. En el continente sudamericano, los judíos se han asentado principalmente en Argentina y Brasil.
     
      Un gran avance para la incorporación de los judíos a la sociedad en que vivían fue la obra de Moses Mendelssohn (1729-86), que consiguió elevar el nivel cultural de los judíos centroeuropeos. El ambiente era propicio por el clima creado por la Ilustración, y se inicia un movimiento que aboga por el reconocimiento de las minorías judías. Representativo del mismo es el filósofo irlandés John Toland, autor de Reasons for Naturalizing the fews (1714). En la misma línea, de la que son excepción las leyes restrictivas de Federico lI de Prusia (1740-86), se muestran los enciclopedistas, que piden que se les concedan los mismos derechos que a los demás ciudadanos. Estas reivindicaciones plantean la casi eterna cuestión de los judíos: ¿se sienten ellos ciudadanos, capaces de cumplir las obligaciones propias de la ciudadanía?, ¿cómo compaginar la doble fidelidad que pretenden vivir los judíos: fidelidad a la propia tradición y a la propia raza y fidelidad al país en que viven? La cuestión ya sentida antes continúa sintiéndose después y no deja de suscitar recelos, si bien la tendencia a reconocerles derechos en cuanto minoría se va extendiendo. La sociedad norteamericana les asimiló desde un principio, concediéndoles nlenitud de derechos en la Declaración de independencia (1776) y en la Constitución de Estados Unidos (1789). La Revolución francesa les concedió plenitud de derechos (1791). Su emancipación alcanzó a los residentes en los países ocupados por Napoleón. El concepto de nacionalidad que entonces comienza a extenderse les plantea el dilema de elegir la del país que habitan o la hipotética nacionalidad judía. Muchos, siguiendo la tradición, optan por ésta. No obstante, Napoleón consiguió que aceptasen la nacionalidad francesa y el cumplimiento del servicio militar (1806). Un año después, admitían el uso de un apellido y se organizaba su culto.
     
      Portugal volvía a recibirles en 1821. Prusia les concedió la ciudadanía en 1812, pero posteriormente les negó el acceso a los cargos públicos. Afectaba, pues, también a los judíos la reacción de tipo absolutista. Algo parecido ocurrió desde 1815 en Italia, donde prácticamente retrocedían a la situación anterior a la emancipación. En Inglaterra, se reconocen también los derechos de las minorías no anglicanas: así se concede libertad a los católicos y poco después a los judíos; en 1860, los h. eran admitidos en el Parlamento. La oposición de los suizos a la igualdad política de los judíos cesó en 1874. Prácticamente, en toda Europa central y occidental les fueron reconocidos sus derechos desde 1870. En España, se les otorga régimen de tolerancia desde Isabel 11 (1833-68). Alejandro 1 (1801-25) y Alejandro 11 de Rusia (1855-81) se mostraron liberales, pero con Alejandro 111 (1891-94) y Nicolás II (1894-1917) se renovó la discriminación y se atribuyó a ellos la derrota de Rusia por el Japón (19041905). En los Protocolos de los sabios de Sión, publicado en ruso (1903), se pretendía la existencia de un complot judío de dominio del mundo, lo cual sirvió de pretexto para organizar persecuciones. Al fin, el 2 abr. 1917 fueron emancipados en Rusia.
     
      En esta época nace el antisemitismo (v.), término que se emplea por primera vez en Zwanglose antisemitische llefte, de W. Marr (1881), como expresión de un antijudaísmo de motivos étnicos y no políticos. Este antijudaísmo étnico aparece en Alemania, Polonia y Rusia. Contra él reacciona el sionismo (v.) de T. Herzl (v.), quien responde a los escritos antisemitas del francés Édouard Drumont, autor de La France juive (1886), Le testament d'un antisémite (1891) y Les Juifs et 1'affaire Dreyfus (1899). La actitud antisemita se difunde bastante en Rusia, donde se populariza la palabra pogrorns para significar una persecución antijudía. De todas formas la campaña antisemita más fuerte tiene lugar en la Alemania nazi (v. NACIONALSOCIALISMO). Ya desde 1935, por las leyes de Nuremberg, los judíos alemanes habían perdido la nacionalidad y se les prohibieron los matrimonios mixtos. También B. Mussolini persiguió a los judíos desde 1938, inspirado por A. Hitler. La Santa Sede procuró protegerlos. En España fueron admitidos judíos que huían de la persecución. Parecida acogida favorable les dispensaron países no beligerantes, neutrales y aliados. Muchos de ellos formaron parte de los movimientos de Resistencia en Francia, Italia y Polonia.
     
      Terminada la guerra, la Organización Int. de Refugiados se hizo cargo de millones de personas fuera de su hogar. Existen varias organizaciones internacionales, creadas y dirigidas por judíos, que defienden sus intereses: Alianza Israelita Universal (1860), Agencia Judía para Israel (1897), Congreso Judío Mundial (1936), etc. Al mismo tiempo numerosas publicaciones judías, entre ellas Universal Jewish Encyclopedia (10 vol., Nueva York 1939-43) sirven de propaganda.
     
      El hecho más importante es la creación del Estado de Israel (v.), favorecido por la Declaración Balfour (v.) y establecido en 1948, y que ha absorbido a judíos de todo el mundo, principalmente de los países árabes. A pesar del nuevo Estado judío, los Estados Unidos de América del Norte continúan con el mayor porcentaje de población judía (5,5 millones). Numerosas son las colonias judías en toda Europa; menos conocidas y de escasa importancia son las comunidades judías de India (los BeneIsrael) y Etiopía (los falashas).
     
     

BIBL.: F. JOSEFo, Las guerras de los judíos, Barcelona 1952; W. KELLER, Historia del pueblo judío. Desde la destrucción del templo al nuevo Estado de Israel, Barcelona 1969; R. NEHERBERNHEIM, Histoire juive de la Renaissance á nos jours, París 1963; S. WITTMAYER, A social and religious history of the jews, Nueva York 1952; B. BLUMENKRANZ, Juifs et chrétiens dans le monde occidental (430-1096), París 1960; P. RASSINIER, Le drame des juifs européens, París 1964; J. MADAVIE, Les juifs et le monde actuel, París 1963; B. Z. GOIDBERG, Los judíos en la Unión Soviética, Buenos Aires 1962; C. ROTH, Historia de los marranos, Buenos Aires 1946; L. GARCÍA, Los judíos en América, Madrid 1966; F. TORROBA, Los judíos españoles, Madrid 1967; J. COLL-CUCHI, La cuestión secular del pueblo hebreo, México 1945; R. GARCÍA VILLOSLADA, Los judíos en la Edad Media, en Historia de la Iglesia católica, 11, 3 ed. 1963, 737-740.

 

CARLOS R. EGUÍA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991