Es la lengua en que se compusieron los escritos del N. T. y la versión
griega de los Setenta o alejandrina del A. T. (v. BIBLIA VI, 2). La
consideración y el juicio sobre esta lengua ha ido variando a medida que
se ha profundizado en su estudio.
1. Historia de la investigación. Los Padres, conscientes de la
inferioridad literaria del griego bíblico frente a la literatura clásica y
aun helenista, defendieron la nobleza de los escritos bíblicos ante las
acusaciones de los autores paganos, recalcando que por ir dirigidos a
todos los hombres su lenguaje era sencillo y accesible a todos. Así
Isidoro de Pelusa (Epist. lib. IV, Epist. XXVIII: PG 78,1080-1081); S.
jerónimo (Comment. in epist. ad Gal., lib. I, ad1,12: PL 26,347 ss.);
Orígenes (Contra Celsum, lib. I, cap. XII), exponen que la fuerza
persuasiva de los escritos bíblicos es superior a la de los retóricos
griegos. Fuerza que les viene de Jesús, que no es fundador de una nueva
escuela filosófica, como podría parecer si emplease el lenguaje de
filósofos y retóricos. Otros autores, judíos como cristianos, se
esforzaron en mostrar la perfección del griego bíblico: Filón, Flavio
losefo, Eusebio y especialmente S. Agustín (De Doctrina christiana, lib.
IV, n. 14).
El Renacimiento hace aparecer el uso de los originales griegos de la
Biblia tras un olvido secular de ellos en Occidente. En 1520 se publica la
versión de los Setenta en la Biblia Complutensis (v. BIBLIA VI, 8, A), a
la que suceden otras ediciones. Los grandes humanistas, observando las
irregularidades del griego bíblico, lo consideran a veces como un lenguaje
imperfectus et perturbatus (Erasmo). Para Théodore de Beza (v.), en
cambio, los hebraísmos son como «perlas con las que los apóstoles
adornaron sus escritos». Las opiniones fueron dividiéndose: para unos
(puristas) la Biblia contenía un griego perfecto; para otros (hebraístas),
se trataba de una lengua particular de los escritores bíblicos. La
discusión se acentuó al entremezclarse puntos de vista dogmáticos sobre
todo entre los protestantes. Al final del s. XVIII se impone la tesis
hebraísta, sobre todo con la obra de A. Ernesti, Instit. interpretis. N.
T. ad usum lect., 1761.
En el s. XIX un estudio racional del griego bíblico dio origen a
gramáticas con base científica: G. B. Winer, Grammatik des neut.
Sprachidioms (1822), que ha conocido numerosas ediciones; A. Buttmann,
Grammatik des neut. Sprachgebrauclhs, Berlín 1857-59. Sobre los Setenta se
estudian sus relaciones con el hebreo y los problemas de crítica textual:
Z. Frankel, Vorstudien zu der Septuaginta, Leipzig 1841, con un proyecto
que hubo de abandonar; P. A. de Lagarde, Anmerkungen zur griech
Uebersetzung der Proverbien (1863); etc. La preocupación estriba en
descubrir la diferencia del griego bíblico con el clásico y en señalar los
elementos semitizantes, considerándose una lengua particular greco-judía,
a la que unos exaltan: H. Cremer, Biblisch-Theologisches Wdrterbuch der
neut. Grücitiit, Gotinga 1893, y otros califican de vulgar: J. Viteau,
Étude sur le grec du N. T., 1893-96.
Los papiros de Fayum, añadidos a los traídos y publicados
anteriormente en Europa, dan pie a los estudios de A. Deissmann (Bibelstudien,
Marburgo 1895; Neue Bibelstudien, Marburgo 1897) y A. Thumb (Die griech.
Sprache im Zeitalter des Helenismus, Estrasburgo 1901), los cuales ponen
en evidencia que en tales papiros se encuentran numerosos términos
considerados hasta entonces exclusivos de la Biblia, por lo que impugnan
el carácter particular atribuido al griego bíblico. Habían tenido sus
predecesores (p. ej.,J.-E. I. Walch, Observ. in Matthaeum ex graecis inscr.,
Jena 1779, etc.), pero éstos no pudieron manejar el material necesario. Se
admite que los autores bíblicos acuñaron nuevas expresiones debido a su
cultura, pero que usaron el lenguaje de su tiempo tal como se hablaba en
la época helenística: la koiné. El carácter popular de la lengua hablada y
los defectos de traducción, en los Setenta, explican las propiedades
morfológicas y sintácticas de la Biblia. Thumb (On the value of the modern
greek for the study of ancient greek, «Classical quarterly», 8,1914,
181-205) reafirmó estas conclusiones comparando el griego bíblico con el
moderno.
Dan comienzo importantes estudios sobre los Setenta, como los de A.
Rahlfs, A. Sperber, J. Psichari, A. Debrunner, etc., en el campo
filológico y gramatical, y sobre el N. T. como la gramática de F. Blass,
revisada en 1931 por A. Debrunner, la de J.-H. Moulton editada por W. F.
Howard, la de F.-M. Abel y otras más, que todavía son actuales. En este
tiempo aparecen también grandes diccionarios: R. Kittel; léxicos: F.
Zorell, W. Bauer, etc.; concordancias: J. H. Moulton-G. Milligan,
Schmoller, etc. La cuestión sinóptica (v. EVANGELIOS II) contribuyó en
gran manera a aumentar el interés por el estudio lingüístico del N. T. y
se estudió también cada uno de sus escritos valorando la calidad de su
lenguaje e intentando mostrar su autenticidad.
En general, se siguieron las tesis de Deissmann y Thumb, atribuyendo
las peculiaridades del griego bíblico a la koiné hablada y minimizando las
influencias semitas. Pero no faltaron quienes resaltaron estas
influencias, como J. Wellhausen (Einleitung in drei ersten Evangelien,
Berlín 1911), G. Dalman, que distingue entre influjos hebraicos y
aramaicos, H. L. Strak-P. Billerbeck, A. Schlatter, etc. Sobre todo, la
escuela de C. C. Torrey y C. F. Burney buscó en los Evangelios indicios de
haber sido, en algunos pasajes, traducciones del arameo, llegando a
exageraciones combatidos por O. D. Riddle. P. Jouon puso de relieve los
aramaísmos. Con esto se reaccionó contra las tesis de Deissmann,
especialmente en lo referente a los procedimientos sintácticos empleados
en el N. T., pues el que aparezcan alguna vez en los papiros egipcios no
es suficiente para pensar que no sean semitismos. Éstos pueden explicarse
por el influjo que los judíos en Egipto ejercieran en el griego de este
país, o por el carácter propio de las lenguas de origen que causaría en
los autores bilingües construcciones parecidas, tanto en Egipto como en
Palestina. Esta opinión, apuntada en 1928 por L. T. Lefort, la defiende y
estudia J. Vergote (o. c. en bibl.); al mismo tiempo aprecia la
importancia decisiva de la escritura en la trasmisión de una lengua cuyo
estudio sistemático sería necesario a los escritores; el ser bilingües dio
origen a las construcciones sintácticas que les son propias.
Con todo esto, el griego bíblico se considera hoy como la lengua
koiné, situada entre el 320 a. C. y el 325 d. C., con algunas
peculiaridades (v. XII, A). Es la koiné escrita, que aquélla tiene lugar
300 años antes, en Alejandría, y es más culta que la usada en la
conversación ordinaria. Existe notable diferencia entre los Setenta y el
N. T., ya traducción directa de originales hebreos. También hay diferencia
entre los distintos libros de ambos testamentos.
2. Características. Nos fijamos sobre todo en el N. T., pues en la
práctica a él nos referimos al hablar de griego bíblico. En él intervienen
dos factores decisivos: su pertenencia a la koiné y la influencia
semita-aramea por la condición bilingüe de sus autores y semita-hebrea por
la presencia de los Setenta. Estos factores imprimen al griego del N. T.
dos tendencias, como hace notar Errandonea: Una, a expresarse con más
viveza para recuperar la fuerza expresiva del lenguaje que se va
debilitando por el uso; así puede observarse la preferencia por las formas
fonéticamente más fuertes y por las compuestas anteponiendo dos e incluso
tres preposiciones, el empleo de formas doblemente comparativas o
superlativas. Sintácticamente se manifiesta en el refuerzo de los casos
simples con preposiciones, llegando a emplearse eis con acusativo en lugar
del predicado nominativo, como ya se encuentra en los Setenta; en el uso
de las preposiciones impropias en lugar de las propias; en la gran
abundancia de pronombres como medio de mayor explicitación; en la
frecuencia con que aparece el artículo ante el infinitivo; en el empleo
del dativo interno o del participio para imitar el infinitivo absoluto
hebreo; en el suplir repetidamente el infinitivo por la construcción con
ina y oti; en el uso del participio gráfico; en la forma enfática de las
negaciones, y en la abundancia de la construcción perifrástica. La segunda
tendencia, debida al carácter popular que rehúye las complicaciones, va a
simplificar las construcciones difíciles: predilección por la coordinación
y por el estilo directo; uso de los casos pendientes como ya hacían los
semitas sobre todo con el término pus, del participio absoluto en vez del
coordinado, del acusativo en vez del genitivo partitivo. Se olvidan las
distinciones sutiles confundiéndose a veces las preposiciones estáticas y
dinámicas, la pluralidad y la dualidad, los pronombres entre sí, las voces
verbales, los verbos de decir y opinar, la oración final y la consecutiva.
A esta tendencia se debe cierta uniformidad en la morfología, frente a
formas clásicas, en algunos acusativos y dativos, suprimiendo o creando
tiempos segundos, simplificando terminaciones y desinencias en los verbos
contractos (en que prevalece la contracción ao), en los en mi (de los que
algunos se convierten en o). En la fonología se uniforma el sonido de
algunas vocales en i (iotacismo).
Los semitismos más señalados son el genitivo hebraico usado como
adjetivo; uios con genitivo; el uso proléptico de los pronombres; la
sustitución del reflexivo con la paráfrasis psijé más genitivo; el
significado temporal del infinitivo tras en to; oti e ina sustituyendo el
pronombre relativo y la conjuntión temporal ote, al traducir la partícula
aramea di; la frecuencia en no distinguir el me y alla, y el uso del
aoristo por el presente en algunos himnos, reflejo del qatal hebreo.
Del léxico empleado en el N. T. (5.436 vocablos), 350 se señalan
como propios de la koiné bien porque ésta los ha creado, p. ej.,
splanjnizomai, steko, etc., bien porque les ha dado un significado nuevo,
p. ej. adel/os en ático significa 'hermano', en koiné 'correligionario';
diabolos en el primero 'detractor', en el segundo 'diablo'; leitourgia, en
uno 'servicio público', en koiné 'ministerio sagrado', etc. Otros, 24, se
consideran latinismos, pero la mayor parte (616) son propios del griego
bíblico. Entre éstos, 36 son derivados del hebreo como alleluia, amén,
etc., o del arameo como abba, messias, etc., los restantes son de origen
griego pero influidos de tal forma en su significación por la mentalidad
semita que han adquirido un sentido nuevo (hebraísmos de semántica), p.
ej., angelos, que en ático significa 'mensajero', en griego bíblico
'ángel'; apóstolos en ático 'tropa, equipo militar', en griego bíblico
'apóstol'; ekklesia, en ático 'asamblea', en griego bíblico 'Iglesia,
comunidad de Cristo', etc.
3. El griego de los libros del Nuevo Testamento. La Epístola a los
Hebreos (v.) suele considerarse como el escrito de mayor valor literario:
lenguaje correcto y cuidado, abundantes términos propios (hapax legómena),
verbos compuestos, adjetivos con a privativa, frases subordinadas, figuras
retóricas y ausencia de transiciones bruscas. También abundan hebraísmos
procedentes de los Setenta. La perfección de su estilo hizo pensar que
pudo ser escrita en ritmo. El Evangelio y el libro de los Hechos escritos
por S. Lucas siguen en corección de estilo a la anterior. Presentan un
vocabulario rico con términos médicos y náuticos, y omiten algunos
vocablos hebreos. El prólogo del Evangelio junto con Heb 1,1-5 son los dos
trozos mejor elaborados del N. T. S. Pablo, en sus cartas, aunque no usa
un estilo tan cuidado como los anteriores, se muestra buen conocedor del
lenguaje literario de su tiempo. Su pensar es judío y presenta afinidades
con la literatura judía poscristiana estando muy influido por los Setenta.
La profundidad de su pensamiento marca su modo de escribir.
Las cartas de Santiago, judas y l.a de Pedro siguen en valor
literario: estilo bastante cuidado y fuerte influjo de los Setenta. La 2a
de Pedro, de estilo distinto de la la, presenta un cierto ritmo. El griego
de S. Mateo es algo monótono, pero correcto y digno. Su estilo se asemeja
al semita: paralelismo de frases y quiasmo, y en él abundan los
semitismos. Por su calidad literaria y riqueza de vocabulario ocupa un
lugar intermedio entre Le y Me. S. Marcos se distingue por la sencillez de
su lengua y construcción coordenada con kai, por el empleo de latinismos.
Es, con todo, un narrador que da viveza a los relatos. El Evangelio y las
cartas de S. Juan ofrecen un vocabulario muy reducido. En ellos abunda la
coordinación con gar y oun, y el empleo de lenguaje directo. El
Apocalipsis ocupa lugar aparte: usa los conceptos joanneos, pero su estilo
y gramática revelan un autor mucho menos conocedor del griego y que sigue
la construcción semita.
V. t.: NUEVO TESTAMENTO II.
BIBL.: A. VERGOTE, Grec Biblique
en DB (Suppl.) 111,1354-1360; I. ERRANDONEA, Epítome de gramática
griego-bíblica, Barcelona 1950; G. ESEVERRI, El griego de S. Lucas,
Barcelona 1963; M. ZERWICK, Graecitas Bíblica Novi Testamenti exemplis
illustratur, Roma 1966; M. GUERRA GóMEz, El idioma del Nuevo Testamento,
Burgos 1969; F. ZORELL, Novi Testamenti Lexicon Graecum, París 1961; A.
SCHMOLLER, Handkonkordanz zum griechischen Neuen Testament 14, Stuttgart
1968; HARTCH-REDPATH, A concordance to the Septuagint, Gratz 1954.
GONZALO ARANDA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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