GRECIA (Hellas) XI. FILOSOFIA.


La griega es la primera filosofía que aparece en la historia y se puede afirmar que es la matriz y modelo de toda filosofía posterior (v. FILOSOFÍA II).
     
      1. Sentido de la filosofía griega. Puede quedar descrito el sentido de la filosofía griega con los rasgos siguientes: a) Predominantemente, y por encima de cualquier otra caracterización, es una vasta empresa de racionalización. Frente al mito (v.) (formalización de la realidad que hace la conciencia condicionada por la inferioridad técnica, el temor de la naturaleza, marcos sociales de conocimiento distintos a los de un pensamiento puramente lógico y que se impone por la vía de la creencia), la filosofía nace de la interrogación y trata de desvelar las cosas por explicaciones causales (v. CAUSA). Tal es el sentido con el que brota en los milesios.
     
      b) La interrogación filosófica conlleva necesariamente el alumbramiento de las ciencias (v.). En la filosofía griega son indecisos los límites entre ciencia y filosofía. Paralelamente al desarrollo del filosofar propiamente dicho, se perfecciona el saber matemático y aumenta el acervo de conocimientos positivos. Pitágoras y Platón muestran la riqueza de motivaciones que laten en la especulación griega; y Aristóteles se convierte en el compilador enciclopédico de todos los conocimientos del hombre clásico.
     
      c) Constituye la apertura al estudio de todos los temas que van a preocupar al hombre occidental: el lenguaje, la lógica, las condiciones y problemas del conocimiento científico, la clasificación de las ciencias, la naturaleza en su estructura física y metafísica, la psique humana, la moral individual, el ultramundo, la esencia convencional de la cultura, la sociedad, la política. Se puede afirmar que no hay actitud especulativa filosófica que no esté prefigurada en los griegos.
     
      d) Hace aparecer la gama de actitudes que caracterizan al humanismo (v.) occidental y que se conocen por el nombre de individualismo. La interrogación filosófica convierte al hombre en espectador curioso y asombrado del mundo y de sí mismo. El nivel que conquista el filósofo griego con la reflexión le lleva a sentirse «egregio» y fuera de las ilusiones comunes de los otros. Empédocles, Heráclito, Zenón, los sofistas, son genuinamente individualistas porque buscan la verdad en sí mismos y no en las creencias comunes del grupo; igualmente Sócrates, aceptando la muerte por ser fiel a su sentido personal de la vida.
     
      e) La desmitologización que pretende la filosofía griega no será ni súbita ni completa. Además la querencia del mito, que es dar una explicación global y totalizante de la realidad y de la inserción del hombre en ella, pervivirá en el afán metafísico griego de buscar una visión orgánica de todo en torno a unas causas y fines cardinales. Idénticamente, al ser la filosofía una actitud existencial salvadora, servirá para que la conciencia se integre en una armonía con el todo, que acaso la especulación ha disuelto.
     
      f) Toda ella se produce dentro de los límites de una experiencia de la naturaleza, columbrada solamente con los sentidos. Esta experiencia común y familiar de la vida diaria dicta una serie de esquemas de intelección de la realidad que sellarán con su impronta no sólo los conceptos metafísicos, como, p. ej., la necesidad, el orden, la sustancialidad, etc., sino también las ideas de la física del tiempo, que con el correr de la historia han de ser superadas, mientras permanecen las ideas metafísicas basadas en el sentido común perenne.
     
      2. Desarrollo histórico de la filosofía griega. Pueden distinguirse en la filosofía griega los siguientes periodos: uno preliminar, o de preparación, llamado presocrático; otro de plenitud, que comienza con la aparición de Sócrates y culmina con las síntesis de Platón y Aristóteles; para decaer lánguidamente en el periodo llamado helenístico.
     
      a) Periodo presocrático. En este periodo asistimos a la gestación de la filosofía en el marco de esa civilización que por sus características ha sido denominada: «milagro griego». En su cronología se encuadran una serie de figuras, cuya referencia nos ha llegado fragmentariamente por testimonios indirectos de escritores o filósofos de épocas posteriores. Esta etapa original de la filosofía es sumamente importante porque encierra vivencias de la realidad, que hoy hemos perdido, pero que permanecen en el subsuelo de nuestra visión del mundo. Por ello hemos asistido en nuestros días a un retorno a los presocráticos (v.).
     
      El primitivo interés del filósofo se dirigió hacia la fysis o naturaleza, buscando en ella un arché, o principio, considerándola como una totalidad orgánica y homogénea. Las respuestas dadas a esa pregunta fueron varias: Tales de Mileto (ca. 585 a. C.; v.) afirmó -quizá guiado por la constatación de que en lo húmedo germinaba la vidaque tal principio era el agua. Anaximandro (ca. 546 a. C.; v.) señaló que era algo indeterminado (apeiron) y elaboró una cosmología con curiosas anticipacionesevolucionistas. Anaximenes (ca. 546 a. C.; v.), tal vez porque concebía la tierra como un animal inmenso y con una respiración cósmica, emitió la tesis de que el principio de todo era el pneuma o el aire. Todos estos personajes florecieron en Mileto, ciudad de civilización griega en el Asia menor (v. MILETO, ESCUELA DE).
     
      En la Magna G., surge también una escuela filosófica llamada a tener gran impacto posterior. Si los milesios eran -según denominación aristotélica- fisiólogos, o sea estudiosos de la Naturaleza, los pitagóricos (v.) llegaron a formular un principio de índole más formal. Pitágoras (v.), personaje creador de la escuela, de rasgos muy legendarios, vivió hacia el año 530 a. C. Su visión estaba informada por la teoría de que la esencia de todo es el número, ya que en todo hay pluralidad, relaciones simétricas y un orden mensurable. Esta afirmación trata en realidad de descubrir el formalismo que parece hallarse en la realidad. El pitagorismo era, además, un modo de vida comunitario con ritos de iniciación, esoterismos, y una norma de vida austera. Otras doctrinas pitagóricas eran las significaciones mitológicas de ciertos números (así, el uno significaba la razón, que no admite divergencia; el dos, la opinión; el tres, la masculinidad, y el cuatro, la justicia, por ser el número del cuadrado, etcétera). Con el pitagorismo se explicita en el pensamiento griego la idea de un alma espiritual diversa del cuerpo y el cultivo de la filosofía como medio de purificación del espíritu.
     
      En Éfeso surge otro gran presocrático: Heráclito (504 a. C.; v.), apodado tópicamente el oscuro. Reconstruir todo su pensamiento es una tarea poco menos que imposible, tanto por su estilo poético y oracular, cuanto por la dispersión de sus fragmentos. No obstante se pueden apreciar en él: la presencia de un antagonismo epistemológico entre los sentidos y la razón; la afirmación de la permanente movilidad de todo (su célebre «todo fluye») y la visión de la realidad a base de un juego de contrarios (anticipación de la dialéctica; v.). No obstante, hay en el fondo una cierta armonía o logos que obliga al cosmos en metamorfosis a rotar y a repetirse en sus momentos cíclicos. Al movilismo heracliteano se suele oponer otra visión de cariz antagónico sostenida por Parménides de Elea (475 a. C.; v.). En un célebre poema, también conocido parcialmente, dice que delante del filósofo se abre una doble vía: la de los sentidos y la de la inteligencia; mientras la primera es impracticable y conduce a la confusión y al error, la segunda nos lleva a la verdad. Parménides opta por la visión fija, estructurada e inmóvil que el pensamiento descubre partiendo del principio de identidad (v.) y que desemboca en un monismo (v.) panteísta. Un discípulo de Parménides: Zenón de Elea (n. ca. 464; v.) trató de poner en relieve la veracidad de sus doctrinas, mediante la formulación de unas paradojas que brotan cuando se aplica al movimiento el análisis racional.
     
      Otros filósofos, bautizados por los historiadores como pluralistas, intentarán conciliar estas dos perspectivas antagónicas de un universo caótico y de un orden racional. Cada una separadamente refleja una dimensión de la experiencia humana: los sentidos y la razón, pero por unilateral resulta incompleta. La actitud pluralista pretenderá suministrar una explicación positiva, apoyada en los hechos, y a la vez metafísica, o sea, fiel a la razón. Empédocles (450 a. C.; v.) distingue como principios de las realidades naturales a cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego, que se aglutinan o disgregan según un odio y un amor cósmicos. Anaxágoras (n. ca. 460 a. C.; v.) los llamará homeomerías o semillas de las cosas, regidas por un nous o intelecto que goza de caracteres divinos, pero que no deja de ser material. Leucipo (430 a. C.) yDemócrito (420 a. C.; v.) formulan el primer modelo de materialismo mecanicista de toda la historia (V. ATOMISMO; MECANICISMO). Los predichos elementos se denominan en estos autores «átomos», partículas elementales, indivisibles (de ahí les viene su nombre), indestructibles y eternos, con extensión, volumen y peso, que se hallan girando en el vacío. Los átomos son resultado de una explosión inicial en el seno de lo compacto; por medio de ellos se explica el conocimiento y el alma. La necesidad que rige la constitución de las cosas debe producir la serenidad en el filósofo.
     
      b) La sofística y Sócrates. En los años que siguen a las guerras Médicas, Atenas se convierte en un poderoso centro de comercio y de irradiación cultural en el que la vida política se hace más compleja. El régimen democrático se ha afianzado y conoce su apogeo bajo Perieles (499-429 a. C.; v.); en él, el uso del lenguaje y el saber se convierten en medios para la lucha por el poder. La vieja educación pierde sentido y aparecen nuevos maestros en el arte de debatir y disputar; son los sofistas (v.). La trasmutación semántica que ha sufrido el vocablo sofista (con el que al principio se designaba a Pitágoras y a Solón, entre otros), ya que hoy alude a todo tipo de mixtificación intelectual, es prueba de que por lo menos se hicieron acreedores a un juicio peyorativo. Los sofistas son muchos y el movimiento sofístico es muy complejo en sus temas; no obstante, se le pueden señalar como caracteres comunes: un cansancio de la razón especulativa y una valoración crematística del saber (lo que explica el nombre de «mercaderes de sabiduría» que se les ha impuesto), así como un relativismo gnoseológico -Protágoras (v.) decía que «el hombre es la medida de todas las cosas» y Gorgias afirmaba que de estas cosas mismas solamente conocemos sus apariencias-. No obstante, la sofística supuso una verdadera ilustración y ocasionó una profunda revolución intelectual, ya que aportó nuevos conocimientos al estudio del lenguaje y de la matemática y crearon el clima crítico necesario para que se elaborasen las grandes síntesis subsiguientes.
     
      Sócrates (470-399; v.) fue un encarnizado enemigo de los sofistas, no admitiendo de ellos su relativismo ni su deshonestidad. Su figura aparece imprecisa y desdibujada por la mitificación de que es objeto en sus biógrafos. Sócrates no escribió nada, fue sólo un maestro itinerante, sorprendentemente libre y sincero hasta irritar a sus conciudadanos, pero su impacto fue tan fuerte que se le señala como el momento decisivo en el que la razón conquista la mayoría de edad. Sócrates enseñaba que en el fondo de la conciencia de cada hombre había una especie de razón universal que le podía llevar a forjar conceptos exactos, los cuales, a su vez, engendran la acción virtuosa y justa (V. UNIVERSALES). Él mismo, mediante un juego dialéctico habilísimo y turbador, iba suscitando el parto de una idea precisa (método mayeutico). Sócrates es para la posteridad el paradigma del filósofo al afirmar con su vida el valor de la verdad por encima de todas las tiranías.
     
      Tras la desaparición de Sócrates brotaron una serie variada de escuelas llamadas socráticas, tales como las de Elis y Eretria, la megárica y la cínica; todas ellas explicitan distintos puntos contenidos en la enseñanza del maestro y en sus teorías llegan a ser a veces contrarias entre sí (v. SOCRÁTICOS).
     
      c) Periodo de plenitud. El fruto más conseguido de las ideas socráticas fue la vocación filosófica de Platón. Platón (429-348 a. C.; v.) es una de las grandes cimas de la inteligencia humana; su pensamiento cabe difícilmente en un resumen breve y su impronta ha sellado largos periodos de la filosofía y nunca ha dejado de ser perdurable porque ha sabido expresar inmortalmente las más profundas tendencias del espíritu del hombre. Filosofar es para Platón un camino hacia las realidades absolutas, que moviliza simultáneamente la inteligencia y el amor. Estas realidades absolutas son las ideas (v.), intuidas en función de una doble experiencia: la del logos inmanente a las cosas, que descubre el conocimiento racional, y la exigencia de un existir pleno de las realidades que aparecen en las cosas, limitadas o como participadas. La postulación de este mundo ideal lleva a Platón a esbozar una teoría del saber (en el que se caracterizan unos grados de conocimiento que van desde la simple sensación hasta la perfecta intuición de las ideas); una teoría de la realidad (considerada ésta a la luz de las ideas); una antropología (en la que el hombre aparece como siendo constitutivamente alma, caída en un cuerpo, tras preexistir al nacimiento terrestre y llamada a la inmortalidad); una ética (en la que la vida y la filosofía se convierten en una meditatio mortis); y una política (en la que Platón trata de lograr la ciudad ideal y de esbozar su modelo).
     
      De la enseñanza platónica se deriva otra gran filosofía, que se entronca en ella, pero que adquiere matices muy diversos: es la de Aristóteles (384-322 a. C.; v.). En las abundantes páginas escritas por él, el pensamiento encuentra por primera vez en su historia un lenguaje estrictamente racional. Si Platón había empleado el mito, como medio de expresión de su vivencia de lo inefable, Aristóteles sólo se expresa por medio de conceptos (v.). No en vano es el fundador de la Lógica (v.), o ciencia del razonar perfecto. Con ella, Aristóteles se pudo convertir en el primer científico de Occidente. Muy pocas cosas permanecieron extrañas al interés curioso de Aristóteles: en el corpus aristotelicum hay obras de Astronomía, otras se ocupan de los fenómenos meteorológicos; el Estagirita -como se le llama tópicamente- trazó una Cosmología, una Física, e hizo una teoría del conocimiento que encerraba los análisis psicológicos más depurados; abordó la Política y la Economía con un afán analítico; estudió las costumbres de los animales y no le fue indiferente la problemática del arte.
     
      No obstante, Aristóteles conserva profundamente marcada la huella platónica. En el universo aristotélico se advierte un orden en el que las ideas se han convertido en formas sustanciales y han descendido de su cielo supraempírico. Ahora están ahí mezcladas con la materia, a la que dan estructura e inteligibilidad. En esta «filosofía primera» -denominada Metafísica por obra de un compilador-, se hacen las tentativas más serias para superar un problema que nunca digirió del todo la inteligencia griega: el del movimiento, cambio (v.) o devenir. Los seres que cambian constan de un doble principio: la potencia (v.) y el acto (v.); tal visión permite ver eJ despliegue de cada ente en su evolución, como un tránsito de la potencia al acto. El mundo es la suma de seres en movimiento; por tanto, está pidiendo una causa (v.) o primer motor, que no sea movido. Se adivina fácilmente el tema teológico que constituye la clave de bóveda del cosmos aristotélico. Todo él se desvela en un lugar privilegiado: el alma (v.) del hombre, en la que toman cuerpo intencionalmente (por modo de representación) todas las cosas en su articulación. El hombre es un vértice en el que se juntan todas las regiones de lo real. La Ética derivada de tal antropología insiste en el acuerdo armónico de los dos principios (somático y racional) que el hombre posee.
     
      Estamos muy lejos de los arrebatos irracionalistas de Platón o de sus metas desencarnadas. Aristóteles es moderadamente hedonista, sometiendo siempre el placer sensible al primado de la razón, pero nunca ignorándolo (V. HEDONISMO). Todo es cuestión de un justo medio entre extremos que resultan o deficientes o excesivos; lo prueba el hecho de proclamar como virtud básica la frónesis o prudencia (v.). Idéntica perspectiva vemos regir en la Política. Aristóteles reconoce con muy buen acuerdo que la pluralidad de individuos convierte al hombre en un ser social -un animal político, como dice la célebre expresión tantas veces repetida- que no puede lograr la eudemonía, la felicidad, su realización fuera de la vida de la ciudad. La política de Aristóteles diverge profundamente de la platónica, concebida desde la utopía (v.); la de Aristóteles está concebida desde el análisis.
     
      d) Periodo de agotamiento. En Aristóteles alcanza la filosofía griega su máxima realización; tras su muerte el pensamiento pierde tensión. El periodo posaristotélico coincide con lo que comúnmente se conoce como Helenismo, vasto proceso de agonía del mundo clásico que comienza con el fin del mundo griego (V. HELENÍSTICA, FILOSOFÍA). El imperio cosmopolita de Alejandro Magno (v.) rompe los marcos de las ciudades helénicas e instala un cosmopolitismo en el que van a fermentar influencias orientales (v. v.); éste va a ser el clima de la expansión imperialista romana y en él irrumpirá el cristianismo naciente unos años más tarde (v. IX).
     
      Durante las primeras etapas de este periodo se conserva la herencia platónica y aristotélica en manos de mediocres escolarcas y discípulos. En la Academia Antigua y en el Liceo se sufre hacia el a. 300 a. C. la influencia del pitagorismo, desvirtuándose la primera con su hincapié en temas morales y derivando el segundo hacia un materialismo más o menos claro, ya que prevalecen en ocasiones los elementos especulativos y racionalistas de Aristóteles. Las filosofías posteriores delatan la «enfermedad del espíritu», que es el signo de los tiempos que corrían, y surgen como un remedio o lenitivo al «dolor de vivir». En el Epicureísmo (V. EPICÚREOS), movimiento filosófico fundado por Epicuro (341-270 a. C.; v.) con visos de secta, el esfuerzo intelectual tiende sólo y únicamente a lograr una visión apaciguante de las pasiones por medio de la convicción engendrada por el determinismo natural, formulado en los términos de la cosmología de Demócrito; de un empirismo gnoseológico se llegará a la búsqueda de placeres espirituales y serenos. El Estoicismo (V. ESTOICOS) -fundado por el griego Zenón de Kition (336-264)- también será una filosofía de salvación llamada a encontrar muchos seguidores; sobre la base de una Cosmología (v.), esta vez heracliteana, proclamará el poder absoluto de la razón en el hombre, la cual -frente a cualquier vaivén de los afectos o pasiones- descubrirá la férrea ley de la necesidad que todo lo encadena; la razón colocará al sabio en una absoluta y tensa imperturbabilidad (ataraxia).
     
      La inteligencia sufre una nueva crisis con el escepticismo (v.). Nada puede medir mejor el estado de los espíritus y su necesidad de evasión que la doctrina de Pirrón (360-270 a. C.), quien proclamará la imposibilidad de emitir juicios absolutos y se acogerá a una cómoda agnosis (V. AGNOSTICISMO). Dentro de la Academia -y al parecer sin influencia directa de Pirrón-, brota una corriente escéptica representada por Argesilao (316-241 a. C.) y Carneades (214-137 a. C.), cuyas posturas se basan en una absoluta desconfianza de los sentidos y del poder de la mente para conseguir la verdad.
     
      La tensión espiritual que traducen el estoicismo y el epicureísmo, así como el radicalismo insostenible de la actitud escéptica, desembocan en el eclecticismo -verdadero canto de cisne de la filosofía griega-. El eclecticismo (v.) es una postura sincretista y moderada que florece en casi todas las escuelas y delata sobre todo una pérdida de vigor. En él se encuadran gran cantidad de figuras menores: Panecio, Posidonio, Filón de Larisa, Antíoco de Ascalón, Alejandro de Afrodisia, etc. Posteriormente la filosofía pasará a Roma (v.) y los conceptos acuñados en G. seguirán perviviendo en la filosofía medieval; los viejos sistemas florecerán muchos siglos más tarde y tendrán sus renacimientos a lo largo de toda la historia, que irá decantando lo que hay de perenne en toda auténtica filosofía (v.).
     
      V. t.: XII B; VII.
     
     

BIBL.: a) Fuentes: Principalmente las obras de PLATÓN y ARISTÓTELES son ricas en referencias históricas; por lo demás los fragmentos aparecen diseminados en historiadores o escritores como TEOFRASTO, AEcio, DIÓGENES LAERCIO, etc. Sus compilaciones principales son las siguientes: Fragmenta historicorum graecorum, París 1883; Die Fragmente der Vorsokratiker, Berlín 1906-52; Stoicorum veterum fragmenta, Teubner, Leipzig 1903-24; Epicurea, Teubner, Leipzig 1887-b) Estudios: J. BURCKHARDT, Historia de la cultura griega, Madrid 1935; W. CAPELLE, Die Griechische Philosophie, trad. española, Madrid 1961; B. FARRINGTON, Greek science its meaning for us, trad. esp., Madrid 1971; O. GIGON, Los orígenes de la filosofía griega, Madrid 1971; W. JAEGER, Paideia, México 1956; R. MONDOLFo, El pensamiento antiguo, 6 ed. Madrid-Buenos Aires 1969; X. ZUBIRI, Naturaleza, historia, Dios, 5 ed. Madrid 1963; G. FRAILE, Sobre el origen de la filosofía griega, «Ciencia Tomista» 65 (1943) 251 ss.; ÍD, Filosofía griega, en Historia de la Filosofía, I (Grecia y Roma), 2 ed. Madrid 1965, 110 ss. (abundante bibl.); J. HIRSCHBERGER, Historia de la Filosofía, I, Barcelona 1965; G. FAGGIN, El pensamiento griego, en C. FABRO (dir.), Historia de la Filosofía, I, Madrid-México 1965, 17-194 (con bibl.).

 

B. HERRERO AMARO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991