GRANADA, FRAY LUIS DE


Uno de los grandes escritores españoles, también notable predicador, dominico, de nombre en el mundo Luis de Sarria.
     
      Biografía. N. en Granada, en 1504, en el seno de una familia sencillá: «siendo yo hijo de una mujer tan pobre, que vivía de la limosna que le daban a la puerta de un monasterio» (Obras XIV,459), en Santa Cruz la Real, fundación de los Reyes Católicos, a raíz de la toma de Granada. Huérfano, el conde de Tendilla, alcaide de la Alhambra, le apadrina y educa junto con sus hijos: «me crió desde poca edad con sus migajas, dándome de su mismo plato en la mesa de lo que ella misma comía», dice refiriéndose a la condesa (Obras, XIV,511). En 1524 pide el hábito dominicano en Santa Cruz la Real. En 1529 jura los estatutos del Colegio de San Gregorio de Valladolid, escuela de teólogos. Allí convive con Bartolomé Carranza (v.) y Melchor Cano (v.). Edita, con prosas y versos propios del más exigente humanista, los comentarios de Astudillo, rector del Colegio, a Aristóteles (1534).
     
      Le atrae la vocación misionera en el Nuevo Mundo y se va a Sevilla para preparar el viaje; a punto de zarpar, fray Miguel de los Arcos, que rige entonces en Andalucía, le cambia el rumbo y le manda a Escalaceli (Córdoba), con una misión dé restaurador. Conoce e intima con S. Juan de Ávila (v.). En esos años (1534-45) se consagra como predicador. Andalucía es el campo de su apostolado. En 1551 pasa de Badajoz a Évora, como capellán, confesor y predicador del arzobispo, el card. infante D. Enrique, y con él va a Lisboa, donde fija su residencia. Es provincial de los dominicos lusos (1556-60) y también consejero de la corte, predicador, escritor. Se le presentan problemas: Valdés, Inquisidor General, asesorado por M. Cano, lanza el Catálogo de libros prohibidos, en el que se incluyen los de fray Luis; la anexión de Portugal a España deshace la provincia y le pone en una encrucijada, de la que sale airoso con la ayuda de su hijo espiritual el duque de Alba; y finalmente, el proceso inquisitorial de «la monja de Lisboa», cuando está ya «muy viejo y enfermo», según testifica J. Gracián (Peregrinación de Anastasio: Obras, Burgos 1933, 100). El 31 dic. 1588, en Lisboa, se «fue a tener los buenos años en el cielo». Admirado de todos, el nuncio dio la noticia a Roma, y añadió que la muerte de fray Luis representaba una «gran pérdida» para el mundo cristiano. Fue, según Araujo Costa, el «escritor» espiritual del Imperio, y de la cristiandad, como refrendó el papa Gregorio XIII, a sugerencia de S. Carlos Borromeo.
     
      Obras. La vocación literaria de fray Luis aparece tempranamente en los prólogos a Astudillo (1534). Algunas epístolas de la época de Escalaceli (1534-45) testimonian su extraordinaria sensibilidad estilística. Pero el escritor se revela al publicar el Libro de la oración y meditación (1554), que conmueve a España entera, agotándose sucesivas ediciones y traducciones. A partir de tal éxito, fray Luis continúa escribiendo. El escollo originado por el Catálogo (1559) frena sólo momentáneamente el impulso literario de fray Luis.
     
      Su producción es muy abundante. Un ensayo de clasificación temática distingue seis o siete series; las más importantes son, dentro de las obras mayores, los libros de predicación, redactados en latín, y que abarcan toda la gama, desde la retórica a los sermones, pasando por las fuentes o silvas de lugares comunes (un lote de 20 t. aprox.); y los libros espirituales, en purísimo español, en los que se extiende a los varios problemas que entraña la vida cristiana. En este grupo figuran sus obras maestras: Libro de la oración y meditación (Salamanca 1554), Guía de pecadores (texto definitivo, Salamanca 1574) e Introducción del símbolo de la fe (Salamanca 1583). Y una interesantísima serie de biografías de «espirituales» contemporáneos suyos, como testigos de encarnación de la vida cristiana en los diversos estados: el predicador Juan de Ávila, el arzobispo Bartolomé de los Mártires, el cardenal-rey Don Enrique, la criada Melicia, etc.
     
      Para captar el ritmo con que fray Luis va fraguando estas obras es imprescindible oír su propia «confesión», y no limitarse a los episodios doctrinales o históricos que le obligaron a revisar sus libros. La revisión obedece al imperativo de la génesis dinámica de un escritor que conoce y ama su oficio, tanto como artista que como teólogo. El servir al pueblo de Dios con los libros le acentúa la responsabilidad y, por otro lado, la conciencia responsable se alía a su personal temperamento artístico. Las variantes que introduce, p. ej., en el Libro de la oración no alteran la estructura de la obra. Los primeros esbozos datan de 1539. Correcciones y añadiduras se advierten en las ediciones de 1554 a 1559; la edición «castigada» (Salamanca 1566) respeta al máximo el texto «prohibido».
     
      La Guía de pecadores nació como «tercera parte» del Libro, sin pretensiones, pese a su extensión (Lisboa 155657); es un conjunto de temas, ejercicios y oraciones. Ya en la primitiva edición confiesa: «Mi intención es, si el Señor fuere servido, tratar este mismo argumento más copiosamente en otro libro» (Obras, X,6), lo cual se materializó en la Guía de 1567. El episodio inquisitorial puso en tensión su capacidad creadora, agudeza psicológica y su dominio de la teología. Pero el libro estaba concebido ya al redactar y editar el primer bosquejo.
     
      Lo mismo sucede con el Memorial: en 1561, apenas rehecho del quebranto de la prohibición inquisitorial, publicó unos opúsculos nuevos. El Memorial «pequeñito, el cual se acrecentó y mudó en el grande». El proceso de gestación dinámica del Memorial no acaba ahí: «si el Señor alargase un poco los plazos de la vida -que tan apresuradamente corre por la posta-, podríanse tratar algunas partes de esta doctrina más copiosamente, en especial el Tratado del amor de Dios con el de la Vida de Cristo» (Obras, II1,8). Ahí está el proyecto; y después, los dos tomos de Adiciones, complemento del Memorial y exquisita novedad. La Introducción del símbolo es «cuasi tanto (en extensión) como todos los otros libros que tengo escritos en nuestra lengua» (Obras, XIV,13). Libro de plenitud, de ancianidad, rebosa juventud y frescura literaria.
     
      Doctrina. Fray Luis es, ante todo, un catequista. En primer lugar con la palabra, que es «espada espiritual que corta los vicios»; reflexiona con hondura en el misterio y en el ministerio de la palabra de Dios. En segundo lugar, con los libros; son «armas de la caballería cristiana», que vencen los «libros torpes y profanos de la caballería del diablo», donde hace alusión a los libros de caballerías (v.) Pero lo que a fray Luis importa es instruir al cristiano y, más aún, ayudarle a serlo verdaderamente. Otros escritores, advierte el autor, abordan temas concretos; él se propone explicar la doctrina cristiana íntegra, pues «es la facultad propia de nuestra profesión, la cual nos enseña lo que habemos de creer, y lo que habemos de obrar, y los medios por donde alcanzaremos gracia para lo uno y para lo otro, que es la virtud de la oración y de los sacramentos» (Obras, X111,3). Y pone particular empeño en que la doctrina haga vibrar la vida; lamenta que algunos cristianos ignoren la doctrina cristiana; y también que si la saben, sea «como picazas, sin gusto, sin sentimiento» (ib., 11), sin vivirla.
     
      Tal es el esquema y los fines de sus obras. El Libro de la oración desarrolla un punto concreto, fundamental; la Guía es un formidable sermón que enseña a vivir virtuosamente; de objetivo más amplio es el Compendio de doctrina cristiana, escrito en portugués (Lisboa 1559); la catequesis de altura se aprecia en el Memorial y las Adiciones, que contienen la quintaesencia de su mensaje espiritual. Pretende «formar un perfecto cristiano, llevándolo por todos los pasos y ejercicios de esta vida» (Obras, III,6). En el desarrollo de un programa tan amplio, dos temas le parecen, por su primordial valor, dignos de más detenido comentario: el tema del amor, ya que la caridad es amor y en ella consiste la perfección cristiana; y el tema de Cristo, causa y fuente de toda la vida cristiana. Las Adiciones señalan doctrinalmente la línea más alta de su espiritualidad, que en el resto de los libros toca aspectos comunes. Los dos tratados, que hoy día parecen tan modernos, responden a una auténtica concepción de la vida cristiana. Por lo demás, como su maestro Juan de Ávila, es un perenne «enamorado del misterio de la Redención». Fray Luis, profundamente imbuido de S. Tomás, expone con maestría la fusión «caridad-perfección cristiana», tesis muy enraizada en la tradición del pensamiento tomista.
     
      La Introducción del símbolo de la fe es una obra única en su género. De carácter esencialmente apologético, responde también a una intención catequética, o mejor aún: misionera, vocación que fray Luis no perdió nunca, en el fuero de su intimidad. Una de sus últimas obras es un Catecismo o Breve tratado sobre la manera de «proponer la doctrina de la fe cristiana a los infieles». El prólogo es conmovedor: «Viendo yo, dice, que en esta edad se abren tantas puertas entre los gentiles para la dilatación de la fe, porque me cupiese alguna partecilla en esta obra..., quise servir con mi cornadillo, escribiendo este tratado» (Obras, IX,430). La Introducción es, pues, un libro misionero; un libro de diálogo con gentiles y cristianos separados. El análisis atento, minucioso, asombrado de las «obras de naturaleza» (el libro del mundo) es preámbulo para un sereno diálogo sobre las «obras de gracia». Inteligencia, fe, amor son los componentes de este segundo diálogo, que es el más extenso y al que se ordena el primero. En realidad, hoy pocos lectores pasan de la primera parte, que fray Luis escribió «por cebar a los hombres del mundo con el gusto de esta filosofía natural para levantarlos después a la sobrenatural, que se trata de las otras tres partes que se siguen» (Obras, XIV,494). Esa filosofía natural, tan honda, descriptiva y enamorada, es «un bellísimo manadero literario de la íntima avidez contemplativa e intelectiva que hay en el alma cristiana de fray Luis» (P. Laín Entralgo, o. c. en bibl.). Así, en las tres partes restantes, las nucleares en su intención, se explaya demostrando que la obra de la creación lleva a una religión, la única verdadera: la cristiana, porque sólo en ella y para ella se realiza la obra de la redención. La luz de la fe ilumina zonas oscuras a las que no llega la luz de la razón, que a veces se encalla en crasos errores (Obras, V1,33: el cántico a la fe viva). La Introducción del símbolo de la fe remata en 11 espléndidos diálogos entre un «catecúmeno recién convertido de la ley de Moisés a la gracia del Evangelio» y un «maestro en santa teología» (Obras, VI1I,184). Sus destinatarios son todos los fieles en general y, en particular, «los que de otra religión vinieron a la nuestra» (Obras, V,16-17; VIII,11).
     
      A los 80 años escribe la Historia de la salvación; con un poco de pesimismo compara los «dos estados de la Iglesia», es decir, el que «tuvo en sus principios», siempre ejemplar, y el «que agora tiene en el tiempo presente», triste y desgarrado (Obras, VIII,352), pues «la fe católica y la navecica de San Pedro ha padecido tantas tempestades cuantas todo el mundo conoce y llora» (Obras, V,6); en cierto modo, la Introducción del símbolo de la f e es un examen de conciencia, lúcido, amoroso, y una autocrítica sin miedo al s. XVI, que vivió casi entero. Con sensibilidad y responsabilidad vivió también los problemas eclesiales; le duelen el desvío y la falsa doctrina: el caso luterano (Obras, V,6-8); las almas irredentas: los infieles; las medidas de recelo contra los conversos, que tantos «hombres señalados en fe, letras y virtudes» (Obras, VIII,11) dieron a la Iglesia española; el problema, en fin, de la instrucción cristiana del pueblo, que algunos desquician con pareceres absurdos. Fray Luis, en el ocaso de su vida, hace la apología de los libros en romance (Obras, VI,26), que lo es a la vez de su vida; una vida de predicador y escritor. Las dos formaciones de base (la humanística y la teológica) le prepararon, ayudándose de una sed insaciable de lecturas (Santos Padres y autores coetáneos), a un gran servicio en pro de la Iglesia y de las letras.
     
      Influjo y valoración literaria. Su magisterio oral asombró a muchas almas; el escrito se puede apreciar aún. Las características de su prosa (sólo en su juventud, en 1534, publicó algunos versos académicos) son: la solidez y riqueza doctrinales; la untuosidad afectiva; la limpidez de un romance espontáneo, sonoro, limado, puro. Creó un estilo nuevo, de enorme carga estética. El idioma español alcanza con fray Luis una plenitud inusitada. Azorín era un admirador de fray Luis. Sus libros ejercieron hondo y fecundo influjo en la piedad cristiana; las ediciones y traducciones (aprox. 6.000) son un testimonio irreversible. Nicolás Antonio le admira, entre los príncipes del castellano, como «al primero o igual al primero» (Bibliotheca Hispana Nova, II,31); y concluye: «nuestra nación no tuvo ni quizá volverá a tener un escritor de más estatura y de más utilidad» (ib. II,34).
     
      V. t.: DOMINICOS III.
     
     

BIBL.:a) Textos: Obras completas, Madrid 1906-08 (castellanas solamente). b) Bibliografía: M. LLANEZA, Bibliografía de fray Luis de Granada, Salamanca 1926-28 (se reseñan más de 4.000 ediciones). c) Biografía: L. MUÑOZ, Vida y virtudes de fray Luis de Granada, Madrid 1639; J. I. VALENTÍ, Fray Luis de Granada. Ensayo biográfico y crítico, Palma de Mallorca, 1889; J. CUERVO, Biografía de fray Luis de Granada, Madrid 1895; R. L. OECHSLIN, Louis de Grenade, París 1954-d) Estudios: J. CUERVO, Fray Luis de Granada y la Inquisición, Salamanca 1915; AZORÍN, De Granada a Castelar, Madrid 1922; ÍD, Los dos Luises, Buenos Aires 1946; R. SWITZER, The ciceronian style in fray Luis de Granada, Nueva York 1927; A. GUERRERO, Il metodo della orazione secondo Luis di Granada, «Visa cristianan 5 (1933) 787-793; M. HAGEDORN, Reformation und spanische andachsliteratur. Luis de Granada in England, Leipzig 1934; M. BATAILLON, De Savonarole à Louis de Grenade, «Rev. de Littérature Comparée» 16 (1936) 23-39; íD, La genése et les métamorphoses des oeuvres de Louis de Grenade, «Annuaire du Collège de France», París 1948, 194-201; P. LAÍN ENTRALGO, La antropología en la obra de fray Luis de Granada, Madrid 1948; FIDÉLE DE ROS, Algunas fuentes de fray Luis de Granada, «Estudios franciscanos» 51 (1950) 161-178; A. HUERGA, Ascetical methods of Luis de Granada, «Cross and Crown» 3 (1951) 72-92; íD, Génesis y autenticidad de 'Libro de la Oración', Madrid 1953; fD, El proceso inquisitorial de «la monja de Lisboa» y fray Luis de Granada, «Hispania Sacra» XII (1959); J. S. DA SILVA DIAS, Correntes de sentimento religioso em Portugal (séculos XVI a XVIII), I, Coimbra 1960; M. LEDRUS, Grenade et Alcantara. Deux manuels d'oraison, «Rev. d'Ascétique et de Mystique» 32 (1962) 447-460; y 33 (1963) 32-44.

 

A. HUERGA TERUELO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991