GRACIÁN, BALTASAR


Escritor español. Hijo del licenciado Francisco Gracián y de Ángela Morales, n. en belmonte (Zaragoza) el 8 en. 1601 y m. en Tarazona el 6 dic. 1658. Representante del más depurado conceptismo barroco (v. BARROCO III), creador de la novela simbólica, y último y genial destello de la prosa clásica española.
     
      Biografía. Poco se sabe de la juventud de G. Al parecer, su padre fue jurista de condición modesta, hombre honesto y dotado de buen sentido. Varios de los hermanos del escritor fueron religiosos. Antes de su ingreso en la Compañía de Jesús estuvo algún tiempo en Toledo al cuidado de su tío Antonio Gracián. Es probable que conociera a El Greco, aunque sospechosamente no lo mencione, y fue en dicha ciudad donde trabó amistad con el famoso Hortensio F. Paravicino (1580-1633), por cuyo conceptismo sintió gran admiración. En 1619 ingresó en la Compañía y 18 años después profesó los cuatro votos. Durante este lapso de tiempo fue profesor del colegio de Calatayud y del de Huesca. Es muy posible que en esta época trabara amistad con el erudito V. P. de Lastanosa (1607-84), mecenas de los escritores aragoneses e intelectual aficionado a la historia y a la bibliofilia. Con él cruzó una variáda correspondencia, y a él recurrió cuando tuvo dificultades para imprimir alguna de sus obras. Las tertulias de la Academia de los Anhelantes y las temporadas pasadas en Huesca en compañía de Ustarroz, Parada y Lastanosa, abrieron al escritor un mundo de saber. Brilló en esas reuniones con su ingenio y supo aprovechar las enseñanzas de estos eruditos, gustadores de la historia y de las letras clásicas. Evocó con entrañable cariño esas fructíferas reuniones en el Museo del Discreto de su Criticón.
     
      En 1640 pasó por Madrid, y allí, gracias a su cordura e ingenio, hizo muchas amistades. Tras una breve estancia en Zaragoza, volvió de nuevo a la corte, donde la fama de sus sermones y algún que otro librito, como El Héroe (1637) y El Político (1640), le abrieron las puertas de la sociedad más culta y exigente. En 1642 publicó el Arte de ingenio, obra de éxito fabuloso hasta el punto de que fue considerada como clave de todos sus escritos. Encendida la guerra civil en Cataluña, pidió ser trasladado al frente de Lérida como capellán castrense; allí asistió a las tropas y se comportó como un auténtico patriota. Rector del colegio que la Compañía tenía en Tarragona (1643), iba, a partir de entonces, a lanzarse por una peligrosa pendiente.
     
      Su enfrentamiento con la orden no se ha aclarado del todo. Sabemos que las desavenencias comenzaron en Valencia a causa de un sermón harto contradictorio. Obligado a retractarse, se vengó literariamente de esta afrenta en una violenta diatriba contenida en El Criticón. Entre los años 1645-50 publicó El Discreto (1646), El Oráculo Manual y Arte de prudencia (1647), y refundió el Arte de Ingenio, que en versión definitiva tituló Agudeza y Arte de Ingenio (1648). En Zaragoza, donde ejercía una cátedra de Sagrada Escritura, publicó la primera parte de El Criticón, en 1651, con el seudónimo García de Marlones y, por supuesto, sin la debida autorización de su orden. El problema no hubiera trascendido si G., con su temperamento inquieto y enérgico, no hubiese criticado al canónigo Salinas, autor de un mal drama titulado La casta Susana, quien, en venganza a las acerbas críticas de su oponente, le denunció por medio de un amigo y le puso en entredicho con la Compañía. El Criticón sorprendió por su audacia y estilo, lo cual vino a agravar su situación. Se le prohibió escribir, pero G., en un acto de rebeldía, publicó, ayudado por sus amigos Lastanosa y Uztarroz, la segunda parte de esta obra (1653), El Comulgatorio (1655), y en 1657 apareció en Madrid la tercera parte de El Criticón. G. fue reprendido públicamente, se le impusieron severos castigos y fue trasladado al colegio de Graus. Pidió autorización para abandonar la Compañía e ingresar en una orden mendicante y no obtuvo respuesta. A partir de entonces su vida fue empeorando. El provincial quiso distraerle en parte enviándole a una misión, pero el general le recluyó definitivamente en el colegio de Tarazona, donde le sorprendió la muerte.
     
      Estudio de su producción literaria. El Héroe, su primera obra, fue dedicada al rey y a Lastanosa. Significó un hermoso intento de crear un prototipo perfecto, suprema encarnación de lo político, lo filosófico y lo militar; de la prudencia, astucia y cortesanía. Es en el fondo una obra política castizamente española y de honda raigambre en esta tradición literaria, y está salpicada de sentencias tomadas de Plutarco, Erasmo 'y Botero. Completan esta obrita dos tratados, El Político Don Fernando el Católico y El Discreto. G. no se propuso hacer historia, sino la filosofía histórica de un reinado y deducir una serie de consecuencias y rasgos aplicables a cualquier monarca que se preciara de serlo. Tan importante consideró esto último que El Discreto constituye el núcleo doctrinal formador del hombre de grandes empresas. La obrita fue dedicada al príncipe Baltasar Carlos y se caracteriza por su vivacidad e ingenio. El Oráculo Manual es un conjunto de máximas sacadas de los escritos de G., publicados e inéditos, ordenadas por Lastanosa y con algo de su propia cosecha. El estilo, muy logrado, demuestra hasta qué punto se compenetraron el mecenas y el artista.
     
      La obra clave del pensamiento gracianesco fue El Criticón, exposición pesimista de la vida humana simbolizada en dos personajes, Critilo y Andrenio. El primero representa la sensatez y experiencia, el hombre maduro que siempre llevamos con nosotros y que aflora en los momentos difíciles del discernimiento, el hombre conocedor del mundo y que es capaz, con su prudencia y recomendaciones, de acallar el yo pasional, impulsivo e inexperto, sintetizado en el salvaje Andrenio, el solitario de la isla feliz e incauto desconocedor de la maldad del mundo. La ordenadora razón de Critilo guiará, a través de las luchas simbólicas de la vida, el apetito desordenado de Andrenio, nuestro otro yo, que vivirá en nosotros como un sello de la inexperiencia vencida con lentitud en la lucha cruel de la supervivencia. Con El Comulgatorio abordó G. el tema sagrado, la empresa religiosa, en forma de meditaciones conceptistas que quedan muy por bajo de sus posibilidades. G. es, en suma, el gran constructor de alegorías.
     
      La doctrina de Gracián. Dos aspectos de su obra llaman poderosamente la atención. La doctrina y el estilo. G. parte de un concepto exagerado de la individualidad. El hombre, en cuanto persona diferenciada, es susceptible de enaltecerse y agrandarse. Posee recursos para destacar su propio yo. G. mismo fue un hombre con una poderosa individualidad, que quizá fue en el fondo la causa de todas sus desgracias. La conciencia de su propia superioridad la aplicó al hombre como ser concreto. Más específicamente, al hombre barroco. Pensemos en Critilo, el sabio y el prudente. El que dotado de un buen sentido para discernir lo bueno de lo malo, para conocer la verdad, sería un guía básico en la vida de cualquier individuo. Critilo personifica la razón humana como antaño la personificó Virgilio para Dante. Andrenio será el hombre natural y sencillo, abierto y sin falsedades. Necesitará de la razón para abrirse camino en la vida de los hombres. En el fondo, El Criticón no es más que una singular exposición de la trayectoria vital humana con sus dificultades y luchas. La obra no podía ser lírica aunque haya momentos que lo parezca. La poesía no es condición esencial de la vida. El discernimiento, sí. Por eso la novela se mueve en un dinámico mundo alegórico al estilo de las grandes construcciones medievales, donde en animada panorámica se expone la realidad de la vida.
     
      A otra figura fundamental dedica el autor tres de sus libros. El Héroe, El Discreto y El Político son facetas de una misma personalidad, el hombre con dominio de mando. Las posibilidades de las tres obras son inmensas. Late en ellas toda una teoría del Estado, un sistema infalible de virtudes y valores, un comportamiento ejemplar para todo aquel que tenga capacidad de modelar y moldear al pueblo.
     
      El estilo de Gracián. La segunda nota diferenciadora radica en su estilo. El conceptismo puro llevado a lo breve esencial se decanta en su obra con una serie de recursos inimaginables. Esos recursos se van enriqueciendo paulatinamente hasta llegar a la exagerada precisión conceptual de El Criticón. G. llega al barroquismo más depurado por un procedimiento inverso al gongorino, por la sintetización de la frase corta. La síntesis es producto de meditación y de reposadas lecturas. G. no improvisaba; el dominio del lenguaje, que se observa progresivo, le supuso un ímprobo trabajo, pues si bien había una tendencia general a la oscuridad, lo difícil de este escritor no radica sólo en eso, sino que a la dificultad formal unió una compleja ideología conceptual. Por tanto, ver en su obra sólo el doble juego de palabras, los atrevidos neologismos, las simples asociaciones o el ingenio, es tener una visión parcial de un hombre que definió el concepto como «un acto del entendimiento, que exprime la correspondencia que se halla entre los objetos», y ese acto mira más al intelecto, a la actitud de un sujeto pensante que al halago de los sentidos.
     
      La originalidad de su estilo y la profundidad de su pensamiento hicieron de G. el hombre más admirado y leído de sus contemporáneos. Su obra representaba la culminación de una época, la estilización de los motivos quevedescos, pero con un valor universal. Prueba de ello es el éxito que alcanzaron las traducciones de sus obras en Francia y Bélgica. Se admiró El Criticón, y aún más si cabe El Discreto, a través de la versión de Amelot. Fue el s. xvill el que más se entusiasmó con sus obras hasta el punto de que las ediciones alemanas se multiplicaron y mantuvieron el interés hacia su creación, interés del que es buena muestra el juicio de Schopenhauer (v.) que consideró El Criticón como una de las más grandes creaciones universales. El filósofo alemán tradujo y comentó el Oráculo Manual y en sus propias obras, llenas de citas gracianescas, se percibe una profunda huella de su pensamiento. Es probable que a través de Schopenhauer, Nietzsche (v.) recogiera la idea del superhombre, latente en el mundo del español. Pero no debemos olvidar que el pesimismo negativo y desesperanzador de los filósofos germanos nada tiene que ver con el sentido cristiano de la vida, presente siempre en el pensamiento de G. La época barroca española se cierra dignamente con una obra maciza y cimera, hermana en espíritu del auto sacramental (v.) calderoniano.
     
      V. t.: BARROCO III; QUEVEDO Y VILLEGAS, FRANCISCO DE; MODERNA, EDAD I, 2.

     
     

BIBL.: B. GRACIÁN, Obras completas, ed. de E. CORREA, Madrid 1944; íD, Obras completas, ed. de A. DEL Hoyo, Madrid 1960; A. COSTER, Baltasar Gracián, 1601-1658, Zaragoza 1947; A. F. BELL, Baltasar Gracián, Oxford 1921; E. CORREA, Baltasar Gracián. Su vida y su obra, Madrid 1961; M. ROMERA, Evolución de la crítica sobre «El Criticón», «Hispanic Rev.», 5 (1937) 140-150; G. ORTIZ, La Compañía de Jesús en la vida y en las obras de Baltasar Gracián, Florida 1960; W. KRAUS, El sentido de la vida según Baltasar Gracián, Madrid 1963; B. SÁNCHEZ ALONSO, Sobre Baltasar Gracián (Notas linguoestilísticas), «Rev. de Filología Española» 45 (1962) 161-225; F. MALDONADO, Baltasar Gracián como pesimista y político, Salamanca 1916; M. ROMERA, Estudios sobre Gracián, Austin 1950; M. BATLLORI, Gracián y el Barroco, Roma 1958; K. HEGER, Baltasar Gracián. Estilo lingüístico y doctrina de valores. Estudio sobre la actitud literaria del conceptismo, Zaragoza 1960; lo, Baltasar Gracián, escritor aragonés del s. XVII, Zaragoza 1926.

 

 

P. CORREA RODRÍGUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991