Poeta español que marca en la evolución de la lírica el momento decisivo
de tránsito del manierismo (v.) al barroco (v.), en una orientación culta,
ornamental y conceptuosa, que por él se ha llamado gongorismo. La
denominación equivalente de culteranismo surgió en su siglo con un matiz
peyorativo (en analogía con luteranismo) considerándola como una herejía
literaria.
1. Impulsos y trayectoria de su vida, Infancia y juventud. N. G. en
Córdoba (11 jul. 1561), entonces pequeña ciudad, hijo de don Francisco de
Argote, jurista y erudito de noble origen, y de doña Leonor de Góngora, de
familia, si no tan ilustre, sí más rica de bienes, aunque en su
ascendencia parecía existía tacha de judaizante. El hermano de aquélla,
Francisco, racionero de la catedral, fue elemento decisivo en el
acrecentar con sus rentas y beneficios el bienestar económico y social de
la familia. La infancia y juventud de G. hemos, pues, de imaginárnosla
desarrollándose, de una parte, bajo la in. fluencia del padre, cuya
biblioteca, celebrada en su tiempo, era punto de reunión de los doctos de
la ciudad y, por otro lado, bajo el influjo y protección de su tío que le
relaciona con los medios eclesiásticos de la catedral, a la que más tarde
quedará unido como racionero. Crece, así, gozando de un tono de vida
aburguesado, con abundantes medios que proceden, esencialmente, de ricas y
variadas rentas agrícolas. Ese medio social provinciano, ilustre, culto y
burgués a un mismo tiempo, en el que se funde el saber libresco, el
chismorreo de patios y sacristías y la vida agrícola, explica la
complejidad y contrastes de la poesía de G.
El bienestar económico familiar permite que el joven don Luis, tras
sus estudios en el colegio de la Compañía de Jesús, marche como caballero
a cursar cánones y leyes a Salamanca; pero, hecho al buen vivir, estudia
poco y se divierte mucho. Por ello, esa vida hubo de interrumpirse y
regresar a Córdoba; pero es posible terminara los estudios en Granada. Don
Luis, vuelto a su tierra, no cambió de costumbres, pues le atraía mucho la
vida. Debió de sentir alguna honda pasión amorosa que terminó en
desengaño, pues de ambas cosas hay huellas claras en su poesía seria y
burlesca. La afición literaria se intensifica, pero sin entregarse por
completo a ella. Así se desarrolló especialmente su actividad romanceril.
De esta forma, dentro de ese campo y por iniciativa del andaluz, se
producen los primeros encuentros con Lope de Vega (v.). Desde entonces,
aunque comienzan en broma, se mirarán como rivales, conscientes ambos de
que no sería posible entre ellos la inteligencia.
Primeras relaciones con la corte. El influyente y acomodado tío
racionero, don Francisco, debió de sentir gran estima por el joven
sobrino. Así, en 1585, renunció en él la ración. Las dotes personales de
simpatía e inteligencia le ganaron a G. la confianza del cabildo, que le
nombrará reiteradas veces para cargos y comisiones. Era una vida de ir y
venir, con saludos, comisiones, fiestas, desfiles y procesiones que se
avenía bien con el carácter de don Luis. Por una visita que hizo al
cabildo, en 1588, un celoso obispo, descubrimos cuál era la vida que hacía
el joven racionero. Vemos que le gustaban las corridas de toros, la
música, el teatro y el andar con cómicos, el componer versos, recreándose
en los maliciosos, así como saborear los chismorreos. De nada grave se le
acusa; pero queda claro que G. no era muy devoto ni estudioso de
teologías.
Esa vida termina por no bastarle y así, al año siguiente, inicia sus
viajes comisionado por el cabildo. Si su primer encuentro con la corte le
hace reaccionar despectivamente, con orgullo andaluz, después le va
atrayendo cada día más. También cuando aquélla se traslada a Valladolid
vemos a G. detenerse en ella, en 1603, y burlarse de la ciudad y su río
(con lo que halagaba a los descontentos del cambio). Ello dará ocasión
para que el joven Quevedo (v.) arremeta contra él con violencia y
suciedad. Desde entonces, serán enemigos irreconciliables. junto a las
sátiras, luce G. su arte de poeta cortesano. Pero el viaje a la corte
decisivo para su vida y para su poesía es el que realiza en 1609. Más de
un asunto le llevaba, aunque el principal para él era solucionar el largo
y penoso proceso judicial determinado por la muerte violenta que en 1605
sufrió un sobrino suyo; pero la injusta sentencia (el fallo fue el 3 de
octubre) dada a la causa, le hizo escapar indignado y asqueado maldiciendo
a la corte y a sus señores. Los tercetos escritos entonces así lo
manifiestan.
Dedicación literaria. Por esto, vemos que a su regreso a Córdoba
procura desentenderse de sus quehaceres de racionero y, rodeado de sus
íntimos, se entrega a la creación poética. Su única salida y relación
(1611) es con los amigos de Granada, que le admiran tanto como los
cordobeses. Entonces crea, reforzando su conciencia de andaluz con un
hondo sentimiento de menosprecio de corte. Podemos decir que son éstos los
años por excelencia del poeta. Así, con una nueva actitud ante la vida y
ante la poesía, compone la Oda a la Toma de Larache (1610), El Polifemo
(1613) v las Soledades (1613-14), aparte de todo un variado grupo de
composiciones. Cuando termina los dos últimos poemas (del segundo, sólo su
primera parte) los envía al humanista Pedro de Valencia (1555-1620) en
demanda de corrección. Atiende, en parte, esas correcciones y seguidamente
remite esa primera Soledad, y lo que tiene escrito de la segunda, al gran
erudito don Francisco Fernández de Córdoba, abad de Rute, a quien pide
insistentemente su parecer. Éste le censura categóricamente la oscuridad,
pero elogia el poema como una cima de la poesía, ofreciéndose a salir con
su pluma en su defensa. Seguro de la opinión de los más doctos, el poeta
confía al cronista cortesano Andrés de Almansa y Mendoza la misión de
repartir por la corte copias del poema. Mendoza, correveidile cortesano,
distribuye hábilmente esas copias y escribe, asimismo, unas Advertencias
para inteligencia de las Soledades (primer comentario público del poema),
que igualmente reparte. Es de señalar que las dedica al Duque de Sesa;
esto es, al señor a quien servía como secretario Lope de Vega. El ambiente
literario de la corte se agitó fuertemente en ese siglo. No es extraño que
quien se lanzase el primero al ataque fuese Lope que, ocultando su nombre
y diciéndose amigo del andaluz, le envió a Córdoba, el 13 sept. 1615, una
carta cargada de ironía burlándose de Mendoza y pidiéndole mandara recoger
el poema que consideraba como obra de un loco.
Rápida y violentamente replicó don Luis, el 30 del mismo mes,
reafirmando y sazonando su doctrina poética y defendiendo a Mendoza. Tras
él, un joven amigo y poeta, don Antonio de las Infantas, escribió otra
carta replicando párrafo a párrafo al escritor madrileño. Lope, que se
mantenía oculto pero que todos sabían era la cabeza del grupo enemigo de
G., replicó a ambos con un largo escrito (16 en. 1616) dando suelta a las
más violentas sátiras y recreándose en el tono irónico burlesco. El
madrileño se estimaba respaldado por la opinión y por el feroz ataque a
las Soledades que escribía Jáuregui (v.) en su Antídoto. No se calló don
Luis, y aunque no conocemos su carta de respuesta, sí sabemos que contestó
aún más violento y atacando, ya abiertamente nombrándolo, a su encubierto
enemigo Lope de Vega. Cuando éste replicó (en la llamada carta echadiza),
cambió de actitud, pues se echó atrás y buscó la conciliación. Pensemos
que estaba a punto de salir el Examen del Antídoto que, según lo
prometido, escribió el Abad de Rute.
Últimos años de vida cortesana. Si en el ambiente de poetas,
humanistas y caballeros (muchos, como el de Sesa, aficionados a la poesía
gongorina), la polémica significó el triunfo de don Luis, esto se reafirmó
en el certamen de las fiestas organizadas en Toledo por el cardenal
Sandoval y Rojas en honor de la Virgen del Sagrario, en el otoño de ese
mismo año de 1616. G. volvió, así, a Madrid traído por los señores de la
corte en la primavera de 1617, renovadas sus ilusiones, con el
ofrecimiento de una capellanía real; por esto hubo de ordenarse de
sacerdote. Pero inicia su vida de pretendiente con mala suerte; sus
valedores, el duque de Lerma, don Rodrigo Calderón, el conde de
Villamediana, van cayendo en desgracia uno tras otro, los últimos hasta la
muerte violenta. El Panegírico al duque de Lerma, iniciado entonces, se
quedó sin terminar. Refugiándose en el arte, dará cima después (1618) a su
Fábula de Píramo y Tisbe.
A pesar de los tropiezos, G. se rehacía en sus esperanzas- y gozaba
con la vida de señor, en visitas, fiestas, ceremonias y tertulias. Como
pretendiente, procura honores para la familia; hábitos para los sobrinos.
Sólo al final, ya en tiempo del Conde-Duque, le pide para él (a cambio de
la dedicatoria de sus obras) una pensión, porque su hacienda era
escasísima. Los beneficios de la capellanía eran muy pocos, las rentas de
Córdoba reducidas y, para colmo, el administrador se resistía a los
adelantos; y aún peor se comportaba el sobrino. Como caballero había de
vivir con todo boato; tenía que hacer regalos y disponer de criados y de
coche para hacer sus visitas. Estas cuestiones de honra le tienen preso en
la corte; sin poder renunciar a sus pretensiones y sin poder pasar por la
vergüenza de regresar a su tierra, aunque siente honda nostalgia de ella.
En esa situación de verdadera miseria, aunque sin perder el humor,
vivió hasta los comienzos de 1626 en que un ataque cerebral le hizo ver
que su salud estaba como su hacienda. El testamento de 29 de marzo es bien
triste por la soledad y la pobreza que descubre. Cuando se recuperó algo,
marchó apresurado para Córdoba, sin más bienes que el tesoro de sus obras
en prosa y en verso que, con gesto generoso, donó al sobrino que le había
dejado morir en la corte de hambre y de vergüenza. Pero apenas pudo
saborear la tranquilidad de su tierra. Perdida la memoria y avivado en su
religiosidad (que le hizo arrepentirse de sus sátiras) le llegó
serenamente la muerte el 29 mayo 1626.
2. Aspectos, características y evolución de su poesía. Nueve
primeros años de producción literaria. G. inicia tempranamente su obra
poética (1580) como poeta culto y como poeta popular. Y en ambas
corrientes dándonos la impresión de poeta hecho; nadie creería obra
primeriza su Canción de elogio de la traducción de Los Lusiadas hecha por
Luis de Tapia, canción escrita en versos esdrújulos y cargada de alusiones
eruditas y cultismos de léxico. En contraste con ese tono intelectual
manierista, su romancillo de sabor autobiográfico, Hermana Marica y la
inmediata letrilla de 1581 Ándeme yo caliente / y ríase la gente, se
dirían obra de otro y muy distinto poeta que se recrea en el dicho popular
y localista. Así, el poeta culto se expresa, desde estos primeros años a
través de canciones y, sobre todo, de sonetos de la más perfecta y
consciente técnica cultista, aunque su intelectualismo no puede contener
el recreo sensorial, sobre todo de luces y colores. Petrarca (v.), Herrera
(v.) y los manieristas italianos son sus principales modelos, pero sin
olvidar a Garcilaso (v.) y a los clásicos. Busca, pues, lo complicado y
perfecto de la estructura del poema y del verso, la dignidad y selección
de la lengua y el alarde en la culta alusión al mundo del saber, exorno de
la expresión poética. El pluritematismo, relegando a veces al final el
tema principal, la suspensión sintáctica, que refuerza el efecto de dicha
estructura, la expresión correlativa, acorde con ella, y la
plurimembración del verso, canalizando la misma, son todos ellos recursos
manieristas que suponen intelectualismo y sometimiento a moldes o esquemas
previos.
Paralelamente, y con la misma maestría, fluye la corriente popular
de los romances y letrillas que entronca y renueva la tradición romanceril
(v. ROMANCERO) asimilando lo más puramente popular así como el estilo del
romance tradicional; pero acusando siempre la gracia y finura de toque del
poeta culto. En los nueve primeros años de su actividad poética esa doble
corriente encauza una temática en lo esencial distinta; el tema serio
busca las formas del endecasílabo; mientras que la burla y la sátira sólo
se expresa en las formas tradicionales. Pero a partir de 1589 se inicia un
característico trasvase que terminará siendo, en su plenitud barroca,
entrecruzamiento de lo culto y popular, de lo serio y lo burlesco, y que
llegará a culminar en su último poema mayor, la Fábula de Píramo y Tisbe.
A partir de 1589. Desde esta fecha, al mismo tiempo que le vemos
elegir el soneto para sus primeras sátiras a la corte, compone romances
que descubren el refinamiento de un género popular en manos del poeta
culto. Y, por otra parte, es hacia esas fechas cuando en sus sonetos Al
Marqués de Santa Cruz y A El Escorial, y en la canción De la Armada que
fue a Inglaterra, vemos intensificarse en su vena culta, brioso y sonoro,
un tono heroico grandilocuente, seducido por el hiperbólico rasgo
descriptivo.
Al mismo tiempo se produce en sus romances el mayor enriquecimiento
temático, destacando sus famosos romances de piratas y cautivos que
responden al más auténtico sentido del romance tradicional. Pero también
aparecerá el romance fúnebre y el alegórico y renacentista de inspiración
italiana, como el de Angélica y Medoro (1600) con el que queda fijada su
lengua poética. Después de ese momento, de acuerdo con la realidad social
que comienza a vivir, surgirá una temática y actitud cortesana, de la que
son muestras expresivas las composiciones dedicadas a los Marqueses de
Ayamonte, del más apuesto decir, que eleva la figura con el elogio
situándola en el plano de la deidad mitológica.
El año 1609. Esta fecha es decisiva en la evolución de la lírica de
G. Los Tercetos, escritos en caliente, tras el terrible desengaño sufrido,
señalan una línea divisoria. Descubren una nueva actitud ante la vida y la
poesía. Entre bromas y veras, deja escapar lo más sincero e íntimo que
salió de su pluma; maldice de la vida de la corte y confiesa su engaño.
Así vuelve apresurado a su tierra llamando a la Soledad: «¿quién todos sus
sentidos no te aplica?», le dice. Esa soledad que busca es la soledad del
espíritu y de las letras; es la soledad de sus Soledades.
De 1610 a 1615. En este periodo, la actitud de poeta centra
plenamente la actividad de la vida de G. Si de una parte vemos el ansia de
renovar y superar todo lo hecho (incluso en el teatro, y quizá la prosa),
de otra, también se expresa el espíritu de poeta solitario que, despectivo
para la masa, en particular de la corte, se atrinchera en un estilo
difícil (intensificando sus recursos): busca la comunicación con una
minoría; quiere sorprender y vencer con su nueva creación. Por eso,
aprovecha todas las circunstancias que se le ofrecen. Así, la toma de
Larache en 1610 se le ofrece como la mejor ocasión para (superando a
Herrera) hacer oír la retumbante sonoridad de su culta trompa bélica,
deslumbrando también con un nuevo concepto de la oda heroica, dándole un
amplio desarrollo descriptivo, con alusiones y perífrasis en el que las
metáforas se desarrollan, entrelazan y desmesuran en una monstruosa y
panorámica visión de la naturaleza, vivificada según transmutación que
quedará constante en su poesía. El río Luco se desliza por la arena
desnuda de la tierra africana como una serpiente de roscas de cristal cuya
lengua vibrante entabla guerra al mar.
Seguidamente, cuando en 1611 se publican las obras del joven poeta
don Luis Carrillo (muerto poco antes, en 1510) entre las que luce tersa y
brillante de estilo la Fábula de Acis y Galatea, que debió de entusiasmar
a los poetas cultos, G. descubre ocasión para superarla. Con gesto
anticlásico, rompe con la estructura dada por Ovidio (v.) y seguida por
Carrillo, y centra el desarrollo del poema no en el hilo narrativo, sino
en la descripción lujuriante y extremada de la naturaleza (el paisaje
siciliano) y los personajes Polifemo, Galatea y Acis. Nunca la hipérbole
había alcanzado estas cimas, ya en ese paisaje humanizado monstruosamente
(que bosteza por la boca de la cueva del gigante y se deja peinar por los
arados), ya en esa humanidad que se hace naturaleza inanimada; Polifemo es
un inmenso trozo de paisaje, un monte de miembros eminente, cuya negra
cabellera le envuelve como las oscuras aguas del río Leteo y cuya barba
inunda su pecho como un torrente. Frente a tanta monstruosidad, fuerza y
negrura, brilla transparente, como roca de cristal, la belleza desnuda de
la Ninfa, cuyas carnes, matizadas como una veladura tizianesca, parecen
fundir las purpúreas rosas y los cándidos lirios, haciendo dudar si es
púrpura nevada o nieve roja. Con verdadero frenesí se extreman las
sensaciones con sus formas, luces, sombras y colores. El arte sabio de G.
alcanza la más alta cima de la maestría. La tensión entre lo estático
clásico manierista y el dinamismo y desbordamiento de lo sensorial barroco
logra su más perfecta obra, aunque no la más nueva y expresiva. En este
sentido su gran creación es las Soledades.
Las «Soledades». G. terminó el Polifemo en 1613, pero, no satisfecho
con ello, inició seguidamente este ambicioso poema cíclico descriptivo sin
precedentes. Lo único que en este sentido puede recordarse son las series
de breves poemas cíclicos que, inmediatamente antes, se componen en la
Academia granadina, sobre las Estaciones y los Elementos. El otro
equivalente está en la pintura de la época, que ofrece visiones de esos
mismos temas, junto con las de los meses del año y los cinco sentidos.
El autor, rompiendo con la normativa clásica (v. CLASICISMO I) y
manierista, concibe su poema con la extensión del poema épico, pero de
variada materia lírica centrada en la descripción de la naturaleza. El
poema estaba concebido en cuatro partes, enlazadas, como todos sus
variados elementos, por un débil hilo argumental que María Rosa Lida ha
precisado se lo inspiró la Historia del cazador de Eubea, del Discurso VII
de Dion Coccellano; pero ese asunto (las aventuras de un joven náufrago
enamorado) es, como decía Dámaso Alonso, el pretexto «para dar al autor
los elementos de la realidad indispensables para, con ellos -sobre ellos-,
plasmar la fuga irreal de lo poético». Porque la naturaleza se presenta en
una selección y transmutación metafórica que la reduce a sensaciones de
belleza e intensidad incomparables. Esos cuadros descriptivos se
distribuyen en esas cuatro visiones de soledad (de las que sólo llegó a
escribir la primera y casi completa la segunda): de los campos, de las
riberas, de las selvas y del yermo. Como vemos, hay en su concepción una
progresiva visión de soledad, respondiendo a un fondo ascético espiritual
que le llevaba a terminar, simbólicamente, en la soledad del yermo. Se
descubre, pues, el impulso espiritual de desengaño de la vida de la corte
que alentó la creación del poema. Lo extraordinario de su elaboración
artística, esa «dura corteza», de que hablaba el mismo poeta, que forman
los complicados planos verbales que lo envuelven y nos deslumbran con sus
múltiples halagos sensoriales, sobre todo al sentido de la vista, con sus
efectos de luces y colores, oculta, pero no ahoga ese impulso de espíritu
y vida que late en su intimidad. Las Soledades, no son sólo la creación
maestra de belleza y artificio idiomático.
No es extraño que el propio autor eligiera el poema como la muestra
expresiva de su arte, que envió desafiante a la corte. Era consciente de
su novedad y así lo defendió, soberbio y categórico, cuando Lope de Vega y
Jáuregui quisieron hundirlo con el arma de la burla y el ridículo. La
defensa del Abad de Rute aplastó a uno y otro haciendo ver que, en el
fondo, aquella «nueva poesía» obedecía a los mismos principios de variedad
y naturaleza en que se apoyaba la «nueva comedia».
El «Panegírico» y la «Fábula de Píramo y Tisbe». Era natural que, al
renacer en G. las ilusiones cortesanas, desapareciera en él el impulso
espiritual y estético que dio vida a las Soledades; por eso, el poema
quedó sin terminar. En cambio, resurge la musa cortesana, que inspira el
Panegírico al Duque de Lerma (1617). Como he dicho en otra ocasión, «habrá
que valorar siempre este poema dentro del ambiente cortesano en el que se
crea y para el que se crea y no buscar en él emociones ni impulsos vitales
como los que laten en las Soledades; es sólo la obra del gran artífice que
maneja sus más ricos materiales para construir la más suntuosa y aparatosa
decoración barroca». Era natural que volviese al empleo de la octava real
para darle más solemnidad y pompa, con su ritmo acompasado, a la
entonación. El estilo heroico lo exigía en su afán elevador de la figura
humana, alzada al plano apoteósico de la visión de héroe de la Antigüedad.
El Panegírico quedó sin terminar; no sabemos si por la caída del
Duque, porque a éste no le gustó, o porque las desilusiones comenzaron muy
pronto. El hecho es que el poeta centró su atención otra vez en la
creación artística más independiente para ofrecer ante la corte otra nueva
forma de poesía. Así, en 1618 dio término a la Fábula de Píramo y Tisbe,
obra mayor de un tipo de romance joco-serio antes ensayado por el poeta.
El entrecruzamiento de lo culto y lo popular, de lo serio y lo burlesco, y
de lo ideal y lo ridículo, llega a un punto culminante, término lógico de
la trayectoria del más íntimo impulso del poeta. Era la obra preferida de
G. y su comentador, Salazar y Mardones, lo destacará por ello como
iniciador de un género.
Últimas obras. Toda la poesía que crea G. en sus últimos años no
ofrece cambios esenciales en el estilo; aunque las externas e íntimas
circunstancias de su vida en la corte se expresen en ella. Salvo algún
punzante ataque a Lope, sus sátiras disminuyen y se hacen menos hirientes.
Como capellán real su lírica religiosa aumenta, intensificándose las notas
de musicalidad, delicadeza espiritual y finura de su arte conceptista. Si
la primera poesía de G. fue maestra de técnica y con alardes de saber, la
última es ágil y juvenil, pero siempre rezumando cultura. La nota más
importante e intensa la dan sus sonetos moralizadores (sólo igualados por
Quevedo) en cuya hondura y sentenciosa gravedad se acusa la voz dolorida
por las tristes experiencias de la vida y el peso y paso de los años. Para
la influencia de G. y la escuela gongorlna, V. BARROCO III, 4.
V. t.: QUEVEDO Y VILLEGAS, FRANCISCO DE.
BIBL.: L. DE GÓNGORA, Obras
completas, ed. de J. e I. MILLÉ Y JIMÉNEZ, Madrid 1956; M. ARTIGAS, Don
Luis de Góngora y Argote. Biografía y estudio crítico, Madrid 1925; A.
REYES, Cuestiones gongorinas, Madrid 1927; J. DE LA TORRE, Documentos
gongorinos, «Bol. de la R. A. de Córdoba» (1927); D. ALONSO, La lengua
poética de Góngora, Madrid 1935; E. J. GATES, The Methaphors of Luis de
Góngora, Filadelfia 1933; E. OROZCO, Góngora, Barcelona 1953; íD, Estudios
y Ensayos gongorinos, Madrid 1955; A. VILANOVA, Las fuentes y los temas
del «Polifemo» de Góngora, Madrid 1957; D. ALONSO, Góngora y el Polifemo,
Madrid 1961; D. ALONSO y E. GALVARRIATO, Para la biografía de Góngora.
Documentos desconocidos, Madrid 1962; W. PABST, La creación gongorina en
los poemas «Polifemo» y «Soledades», Madrid 1966; R. JAMES, Études sur
l'oeuvre de don Luis de Góngora y Argote, Burdeos 1967; E. OROZCO, En
torno a las «Soledades» de Góngora, Granada 1969.
E. OROZCO DíAZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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