Obispo de Ginebra, fundador y escritor ascético del s. xvi-xvii, Doctor de
la Iglesia.
Comienzos de su vida. N. el 21 ag. 1567 en el castillo de Sales en
Thorens (Saboya), hijo de Francisco de Boisy y de Francisca de Sionnaz. En
1574 comenzó sus estudios en el colegio de la Roche y en 1576 en el de
Annecy. En 1578 recibe la tonsura. Desde 1582 estudia en París con los
jesuitas del colegio de Clermont; allí sufre en 1586 la célebre tentación
de desesperación, que supera con un acto heroico de abandono, y que en
cierto modo marcará toda su vida. En 1588 le encontramos en Padua
estudiando derecho y teología; tres años después obtiene el doctorado en
derecho. Peregrina a Loreto y a Roma para volver en 1592 a su tierra. Su
padre le nombra señor de Villaroget y pretende hacerle abogado del senado
de Saboya; sueña también con un rico matrimonio para el mismo, pero F.
decide hacerse sacerdote.
Claudio de Granier, obispo de Ginebra, le ordena el 18 dic. 1593.
Para satisfacer en algo a su padre consiente en ser nombrado prepósito de
S. Pedro de Ginebra, pero desde el primer momento se entrega a las tareas
pastorales de la predicación y el confesonario. En 1594 emprende, con su
primo Luis de Sales, la misión de Chablais (región devuelta a Saboya en
1593, muchos de cuyos habitantes se habían convertido al protestantismo).
Las dificultades fueron enormes. Al principio se valió de pequeños
escritos impresos distribuidos a domicilio; más tarde recurrió a la
predicación y a la controversia con los herejes. En unos años el Chablais
volvía a la Iglesia romana. En 1598 su obispo le envía a Roma para tratar
asuntos de la diócesis planteados por la paz de Vervins, y poco después
Clemente VIII (v.) le nombra obispo coadjutor de Ginebra. De nuevo Granier
le delega a París para arreglar problemas eclesiásticos de la región de
Gex, ahora francesa, pero perteneciente a la diócesis de Ginebra.
Esta visita a París en 1602 fue trascendental, pues puso a F. en
relación con un grupo escogido de personas que preparaban la renovación
religiosa de Francia, y que se reunía en torno a Mme. Acarie (luego beata
María de la Encarnación). Una de las empresas allí elaboradas fue la
introducción de las carmelitas descalzas en Francia; a ella contribuye F.
con su consejo y con una carta de recomendación para la curia romana. En
París predica, convierte, hace amistades, entre ellas la de Enrique IV
(v.) a pesar de haber sido acusado calumniosamente de participar en la
conjura del mariscal de Birón. Allí recibe las bulas de su episcopado.
Durante su viaje de regreso a Annecy ocurre la muerte de Granier, teniendo
que hacerse cargo de la diócesis al llegar a Annecy, que la sirve de
capital ante la imposibilidad de residir los obispos en la ciudad de
Ginebra, baluarte del calvinismo (v. CALVINO). El 8 dic. 1602 es
consagrado obispo en Thorens.
Obispo y fundador. Obispo de Ginebra, encarna en sí uno de los
ejemplares más admirables del obispo pastor postridentino. Con toda su
alma se entrega a sus tareas pastorales: visitas parroquiales,
predicación, catecismo de niños, largas horas de confesonario, sínodos
diocesanos, reforma de monasterios, documentos pastorales, ordenaciones,
confirmaciones... Algunas veces acepta predicaciones fuera de su diócesis;
así en 1604 predica la cuaresma en Dijón, lo que hizo posible su encuentro
providencial con Mme. de Chantal. A lo largo de estos años, otros
quehaceres llenan más y más su tiempo: la dirección de almas en
particular, de palabra y por carta; ello comportará otras dos actividades
comprometedoras: la publicación de libros espirituales y la fundación de
la Orden de la Visitación de Santa María.
Desde que conoció a S. Juana Francisca Fremiot de Chantal (v.)
parece que ha pensado en la fundación de una congregación religiosa de
mujeres, sin clausura ni votos solemnes, sin grandes austeridades
externas, que fuese accesible a todas las complexiones aunque fuesen
débiles. El fin, sin embargo, era la contemplación, acompañada de alguna
actividad de visitar pobres y enfermos. El proyecto maduró lentamente, así
como la formación de la fundadora, Mme. de Chantal, su gran dirigida.
Entretanto ésta frecuenta las carmelitas (v.) de Dijón, cuya influencia
(María de la Trinidad, Luisa de Jesús...) fue beneficiosa para ella, y
para él mismo, sobre todo por el conocimiento más profundo que obtienen de
la espiritualidad teresiana. El santo estudia las fundaciones italianas
como las Oblatas de S. Francisca Romana (v.), las ursulinas (v.) de S.
Angela de Merici (v.), etc., y después de numerosos avatares se inaugura
la obra el 6 jun. 1610 en Annecy con tres visitandinas (Mme. Chantal al
frente) y una Regla provisional. El número de hermanas aumentó en seguida
y en 1614 se trasladaron al monasterio definitivo. Pero en Lyon había
surgido una agrupación parecida que quería imitar a la de Annecy y
recurren a ellas. En seguida parte para Lyon Mme. Chantal con tres
hermanas. Pero el arzobispo, Mons. de Marquemont, no quiso la visita de
enfermos, sino que la obra se constituyese como verdadera Orden, con
clausura. F. cedió a sus deseos, y las dos casas se organizaron de la
misma manera. En realidad lo esencial quedaba lo mismo: vida contemplativa
y práctica exquisita de las virtudes religiosas (la visita de enfermos era
desde el primer momento algo secundario y muy limitado). Roma erigía en
Orden a la Visitación el 23 abr. 1618. La expansión fue extraordinaria: a
la muerte del santo se contaban 13 casas; a la de S. Juana de Chantal, 87
(v. SALESAS).
Al mismo tiempo lleva adelante sus trabajos de obispo, sus libros,
su dirección de almas. En 1616 y 1617 predica en Grenoble adviento y
cuaresma. En 1618 vuelve a París en misión diplomática, que él aprovecha
para predicar y hacer nuevas amistades: S. Vicente de Paul (v.), Angélica
Arnauld que se pone bajo su dirección (v. ARNAULO, FAMILIA) y renueva las
antiguas: Bérulle (v.), etc. En 1622, ya muy enfermo, acompaña al duque de
Saboya a Aviñón, y a la vuelta muere en Lyon entre sus monjas; su cuerpo
fue llevado a Annecy al año siguiente. Fue beatificado el 28 dic. 1661 y
canonizado el 19 abr. 1665. El 16 nov. 1877 fue declarado por Pío IX
doctor de la Iglesia universal (breve ap. Dives in misericordia). Pío XI
le declaró patrono de los periodistas y escritores católicos (enc. Rerum
omnium, 26 en. 1923).
El hombre. No es posible acercarse a la espiritualidad salesiana sin
conocer al mismo tiempo al hombre. Su doctrina espiritual es la narración
de lo que ha vivido. Los testimonios de sus contemporáneos lo repiten
hasta la saciedad. La lectura reposada de sus obras principales, de sus
cartas, de sus «conversaciones», lleva a la convicción de que aquellas
páginas han sido vividas por el que las ha escrito; el corazón del autor
palpita en ellas. No hay que extrañarse que él mismo confiese haber
llorado al releer algunas de su Tratado del amor de Dios, su obra cimera.
F. es una figura exquisita, en algunos aspectos tan perfecta que un poco
más resultaría exagerada y hasta ridícula. Pero no hay que preocuparse: el
conjunto es maravilloso y exacto. Lo mismo ocurre, por tanto, con su
doctrina: algunos detalles sueltos y acentuados serían ya inadmisibles.
Por eso algunos quisieron abusar de él en la hora de la crisis quietista.
Carácter suave y amable, pero firme en lo necesario. De un inmenso
corazón, lleno de ternura, pero -por fe y por formación- enérgico y
exigente, con delicadeza a la vez. Su familia, el renacimiento en su fase
barroca y la cultura recibida, hicieron de él un educado sin par. Fue todo
equilibrio, todo serenidad y mesura. Por eso fue tan persuasivo, tan fácil
para la amistad, tan perfecto director de conciencias. La misma naturaleza
de los lagos saboyanos y suizos sirvieron a maravilla para enmarcar la
sensibilidad extraordinaria de su alma. Bremond ha presentado al santo
como exponente del «humanismo devoto», que él acuñó en su conocida
Histoire du sentiment religieux en France (t. 1, París 1916, 68-127). Pero
en realidad el humanismo salesiano es más bien un cristianismo centrado en
lo esencial del evangelio de Dios a los hombres. Su estilo es su alma: hoy
ya no nos interesa la envoltura, pero la piedad, la ciencia, las
observaciones psicológicas finísimas, el optimismo, que allí se encierra,
son siempre actuales. Optimista, F. no es agustiniano en este sentido,
porque él sabe que el hombre ha caído, pero lo contempla redimido y capaz
siempre de amar, aunque ese amor sea insuficiente sin la gracia. Pedagogo
egregio, su dirección es siempre alentadora. Con su vida y sus escritos ha
hecho amable la virtud a todo el que le conoce. En esto se encuentra
eminentemente en la línea teresiana. Buen teólogo y buen conocedor de los
autores anteriores a él, pone una nota de seguridad en esa sonrisa amable,
grave y serena a la par con que aconseja y habla. Su invitación a la
«devoción», a la vida de santidad, ha llegado así a las gentes del mundo:
tesis vieja como el cristianismo, pero olvidada con frecuencia y que él ha
subrayado con fuerza. Su verdadera santidad, su mística serena son el
secreto de su simpatía tan humana y tan divina.
Sus escritos. La mejor edición completa es actualmente la de Annecy,
26 vol., 1892-1932, dirigida por B. Mackey y J. J. Navatel, aunque no es
crítica, ésta aún no se ha hecho. Prescindimos aquí de las obras no
estrictamente espirituales, como las Controversias, que son la colección
de opúsculos de la misión de Chablais, y la Defensa del estandarte de la
Santa Cruz, que también pertenece a aquel género. Dejamos también de lado
los escritos estrictamente episcopales, y los legislativos (Constituciones
de la Visitación, etc.). Igualmente varios opúsculos, y sermones, aunque
muchos de éstos son espirituales cien por cien.
Nos quedan las cartas; la mayor parte de su correspondencia
innumerable se ha perdido, pero lo que queda es un tesoro, una
documentación riquísima para el estudio vivo de una dirección espiritual
modélica. Sobre todo las escritas a Mme. Chantal. Pero la necesidad de una
edición crítica es aquí urgente. Otro tanto se diga de las
«conversaciones» con sus monjas. Los temas espirituales concernientes
sobre todo a la práctica de la vida comunitaria religiosa son allí
tratados con plena espontaneidad (las «conversaciones» no fueron escritas
por el autor, sino habladas, y recogidas por sus oyentes), y según la
matización personalísima con que la entendía S. Francisco de S.
Sus dos obras principales son la Introducción a la vida devota, y el
Tratado del amor de Dios.
«Introducción a la vida devota». Su edición primera apareció en dic.
1608 y las siguientes se sucedieron rápidamente; la de 1619 es la
definitiva y última que preparó su autor. Se escribe para las gentes que
viven en el mundo, simbolizadas en Filotea. Consta de cinco partes: La
primera se refiere a la devoción, que es el amor de Dios cuando ha llegado
(en nosotros) al grado de perfección en que no solamente nos hace hacer el
bien, sino que nos hace actuar cuidadosamente, frecuentemente y
prontamente (la p., 1° cap.). Esa devoción es para todos, y el medio
necesario para progresar en ella es tener un buen director espiritual.
Luego habla de superar el pecado mortal, el venial, la afición a las cosas
peligrosas, y a las malas inclinaciones. Termina con unos esquemas de
meditaciones sobre los novísimos. La segunda parte trata de la oración
cuyo ejercicio empieza con la presencia de Dios y termina con el ramillete
espiritual; el tipo de oración que se enseña es más bien meditativa (v.
MEDITACIÓN), y principalmente en torno a Jesucristo. Añade después el
ejercicio del recogimiento habitual durante el día, jaculatorias, etc. La
tercera parte habla de las virtudes, que son, dice, modalidades de la
caridad. La humildad, la paciencia y la dulzura son las típicas virtudes
salesianas. Y como escribe para los que viven en el mundo insiste en las
virtudes de relación, virtudes humanas, tan importantes para la amistad y
para la vida de sociedad. Sus páginas sobre los bailes son curiosas y
deliciosas. Su ideal de perfección es el del hombre empapado y dirigido
por el amor de Dios, pero sobre la base del «hombre honrado» a carta
cabal. Termina con varios consejos para los casados, los viudos y las
vírgenes. La cuarta parte trata sobre las tentaciones en páginas que son
pacificadoras y animosas; su enemistad contra la tristeza es típicamente
salesiana. La quinta parte ofrece exámenes y consideraciones en vistas
principalmente a la perseverancia. Su vocabulario es especial: sentimiento
=intuición con resonancias afectivas; afección=acto emotivo; pensamiento=
idea -clara, etc.
El «Tratado del amor de Dios» (Teótimo, por el destinatario
simbólico) es una obra maestra de la literatura cristiana universal. Desde
muy pronto tuvo el proyecto de este libro en sus deseos. Pero la
elaboración fue lenta. Sus quehaceres múltiples no le permitían dedicarse
a ello. Lo fue escribiendo poco a poco, al ritmo también de la evolución
espiritual de su alma, cada vez más contemplativa y más mística,
influenciada en parte por el trato con sus monjas, en especial con Mme.
Chantal. El Tratado es fruto del estudio, pero tanto y más de experiencias
de almas, en especial de la suya.
He aquí un esquema breve de los doce libros que lo componen. El 1°
es filosófico: sobre la voluntad y el amor natural; describe la estructura
del alma en dos partes, la 21 subdividida en tres regiones, la última es
la «suprema punta» de la misma. El 2° es la «historia de la generación y
nacimiento celeste del divino amor»; el tema es, pues, la caridad increada
y creada. El 3° se ocupa de los progresos y la perfección del amor divino
en nosotros; habla de la perseverancia final y del amor de los
bienaventurados en el cielo. El 4° de la decadencia y de la ruina de la
caridad por los pecados. El 5° expone que los «dos principales ejercicios
del amor sagrado se hacen por complacencia y bienveillance»; complacernos
en los bienes de Dios, y desear alabarle aquí ahora, y con perfección en
el cielo. El 6° y 7° se consagran a la oración, y en ellos la influencia
teresiana es fuerte y evidente. La oración es para él «un coloquio, una
charla y una conversación del alma con Dios» (c.l ); llama a toda oración
que no sea pura abstracción, «teología mística». Distingue entre
meditación y contemplación; la primera es discursiva, «es madre del amor,
pero la contemplación es su hija» (c.3); ésta no es más que «una amorosa,
simple y permanente atención del espíritu a las cosas divinas» (c.3). Pone
en ella tres grados: recogimiento infuso, quietud y unión. El último es el
objeto del libro 7°. En la unión todas las facultades del alma son
poseídas por Dios, no solamente la voluntad, la cual, sin embargo, hasta
en la unión puede y debe dar su consentimiento imperceptible. El «éxtasis»
es el nivel supremo de la unión, pero lo que importa es el «éxtasis de la
vida», o sea la entrega generosa de la voluntad al Señor. Termina hablando
en páginas deliciosas de la muerte de amor. El libro 8° explica el amor de
conformidad. El amor afectivo ha de ser a la vez efectivo; hacer la
voluntad de Dios es el resultado en nosotros del amor de complacencia y de
bienveillance. La voluntad de Dios según se manifiesta a nosotros puede
ser significada o de beneplácito; la la la tenemos en los mandamientos,
consejos e inspiraciones particulares. La voluntad de beneplácito, objeto
del libro 9°, se descubre en los acontecimientos de la vida y nuestra
reacción ante la misma ha de ser la santa indiferencia, no querer nada más
que lo que Dios quiera y porque Él lo quiere; la indiferencia suprema es
el santo abandono; indiferencia y abandono que se extiende a todo, hasta
la permisión del pecado (no al pecado). Los capítulos finales de este
libro hablan de las pruebas del amor, y parece que la noche mística está
inspirada en los estados del alma de S. Chantal, tan probada; el amor se
hace así puro. El libro 10 es como un epílogo y trata del mandato del amor
a Dios sobre todas las cosas. El 11 sobre el amor al prójimo, acerca del
cual quiso escribir un libro ex profeso. Por último, el 12 son avisos para
progresar en el amor.
Originalidad e influencia. F. de Sales es personalísimo y, sin
embargo, no es original. No podía serlo porque su doctrina recoge lo
esencial del mensaje cristiano sobre la perfección. Bebe en la Biblia, en
los Padres (en S. Agustín mucho sobre la caridad) en S. Bernardo, en S.
Buenaventura, en el Kempis, en S. Catalina de Génova (sobre el amor puro),
en los españoles: Juan de Ávila, fray Luis de Granada, S. Ignacio, S.
Teresa, etc. Pero, según su bella imagen, con esas flores él hace un
ramillete personal, único e irrepetible. Sus líneas de fuerza son el
voluntarismo, el psicologismo (nada de la metafísica de la escuela mística
flamenca) y el practicismo (v. ESPIRITUALIDAD II). Y su núcleo doctrinal
se resume en el amor llevado hasta la indiferencia, hasta el abandono
filial en las manos divinas, en la sumisión total al Espíritu Santo. El
quietismo (v.) abusará luego de esta doctrina, utilizando sólo alguno de
sus aspectos y exagerándolo. Entre los recursos ascéticos que más
preconizó hay que contar con la dirección espiritual (v.): él mismo es el
director por antonomasia en la historia de la Iglesia. Su ascética
sonriente es a la vez exigente hasta lo más profundo: su sutil
psicologismo lo llevaba consigo. Su mística es de alto vuelo, pero severa
y suave como todo en él. Su llamada universal a la perfección es
actualísima (v. SANTIDAD IV).
No creó una «escuela» de espiritualidad, pero su influjo ha sido
enorme. Hoy tiene menos influencia, pues, hombre de su tiempo, es
limitado: se echa en falta en él sentido litúrgico, tal como lo entendemos
hoy; es, quizá, demasiado personalista, demasiado subjetivo, demasiado
analítico; su estilo tal vez nos resulta un poco blando, un poco
desfasado. Pero lo esencial de su mensaje, y su gracia y simpatía
personales, siempre tendrán valor.
V. t.: SALESAS.
BIBL.: La ed. española de sus
obras más accesible, aunque incompleta, es: F. DE LA Hoz, Obras selectas
de S. Francisco de Sales, BAC, 2 vol., Madrid 1953-54.-Biografías: A. J.
M. AMON, 2 vol., París 1854; F. TROCHU, 2 vol., Lyon-París 1941-46; en
castellano, la entusiasta y deficiente de J. DE LoYOLA, Madrid 1735; G. DE
GORDINI, Francesco di Sales, en Bibl. Sanct. 5, 1207-1226.-Sobre las
fuentes: A. LIUIMA, Aux sources du «Traité de l'amour de Dieu», 2 vol.,
Roma 1959-60; P. SEROUET, De la vie dévote á la vie mystique, París 1958
(sobre la influencia de Sta. Teresa). Sobre la doctrina, es clásico,
aunque discutible, J. P. CAMUS, Esprit du B. F. de Sales, 6 vol., París
1639-41 (hay edición esp. moderna, Barcelona 1947).-Estudios: P. POURRAT,
en La Spiritualité chrétienne, t. III, París 1935, 406-481; P. SEROUET, S.
F. de Sales, en DSAM 5,1057-1907; L. COGNE, en Histoire de la spiritualité,
t. 3, París 1966, 274-309; P. ARCHAMBAULT, St. Franpois de Sales, 2 ed.
París 1930; F. VINCENT, St. Franpois de Sales, directeur d'ámes, París
1932; E. GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, La perfección cristiana según el espíritu de
S. Francisco de Sales, 5 ed. Madrid 1953; J. LECLERCQ, St. Franpois de
Sales, docteur de la perfección, Tournai-París 1948; J. TISSOT, Arte de
aprovechar nuestras faltas según S. Francisco de Sales, 6 ed. Madrid 1956.
B. JIMÉNEZ DUQUE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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