Orden religiosa de la Iglesia católica, fundada por S. Francisco de Asís
(v.) en 1209. Comprende tres ramas, independientes entre sí: los
franciscanos propiamente dichos, llamados también Frailes Menores (Orlo
Fratrum Minorum: OFM); los conventuales, separados de los primeros en 1517
(Ordo Fratrum Minorum Conventualium: OFMConv.), y los capuchinos,
aprobados por la Santa Sede en 1528 (Ordo Fratrum Minorum Capuccinorum:
OFMCap.). En este artículo se estudia la historia de las dos primeras; los
capuchinos tienen voz propia (v.).
1. Evolución interna. Tras una juventud alegre y despreocupada, pero
moralmente sana, S. Francisco se retiró a una ermita en 1206. Pronto se le
unieron los piadosos varones Bernardo de Quintaval, Gil de Asís, Pedro
Catáneo y otros, con los que comenzó a predicar la penitencia por los
alrededores de su ciudad natal. Más tarde le sobrevino la duda de si debía
vivir eremíticamente o dedicarse también al apostolado, adoptando esta
última solución tras la consulta de los Evangelios. Cuando el número de
sus discípulos llegó a doce, se presentó con ellos al papa Inocencio III
(v.), quien en 1209 les aprobó verbalmente la «forma evangélica de vida» o
Regla primera que hasta entonces habían venido practicando. Así nació la
Orden que, por humildad, el mismo Fundador quiso que se llamara de Frailes
o Hermanos Menores. En plena consonancia con las aspiraciones espirituales
de la época, el crecimiento de la nueva Orden fue rapidísimo. Las 11
Provincias y los 5.000 religiosos con que llegó a contar en 1219 no podían
gobernarse con la elemental «forma de vida» de un principio (Regla
primera), por lo que el mismo S. Francisco elaboró una segunda Regla Pn
1219, definitivamente retocada y aprobada por Honorio 111 (v.) mediante la
bula Solet annuere del 29 nov. 1223. Tanto en la elaboración de estas dos
Reglas como en la anterior evolución de la Orden intervino profundamente
el cardenal Hugolino, quien, ascendido más tarde al pontificado con el
nombre de Gregorio IX (v.), seguiría favoreciendo poderosamente a los
franciscanos.
Nacida como una congregación de hombres sencillos y de buena
voluntad, ansiosos de observar literalmente el Evangelio, la Orden
experimentó muy pronto la necesidad de acomodarse a las exigencias del
apostolado. S. Buenaventura (v.), en su calidad de Ministro General
(1257-74), supo encontrar la solución acoplando entre sí, en lo posible,
las dos tendencias. Al mismo S. Buenaventura debe también la Orden la más
lúcida defensa contra sus adversarios iniciales: los obispos y el clero
secular, a causa de los privilegios pastorales de los religiosos y de su
acceso a la Univ. de París. Sin embargo, esta animadversión se iba a
prolongar hasta 1311-12, fecha en que el Conc. de Vienne (v.) especificó
los derechos de ambas partes (clero secular y clero religioso). De igual
manera, la tendencia de los partidarios de la observancia de la letra más
que del espíritu del Evangelio, conocidos ahora con el nombre de
«espirituales», se recrudeció con posterioridad a S. Buenaventura, debido
a las explicaciones de la Regla franciscana que promulgaron los papas
Nicolás 111 y Clemente V mediante sus bulas Exiit qui seminat y Exivi de
paradiso de 1279 y 1312 respectivamente. Debido a ellas la posición de los
«espirituales» terminó adquiriendo matices de insubordinación, que
finalizó a partir de 1312 con la sumisión de unos y la excomunión de los
rebeldes.
Mientras, la Orden se había venido afianzando, hasta el punto de
contar en 1316 con 34 Provincias, 197 Custodias, 1.407 conventos y
alrededor de 45.000 religiosos.
La polémica con los «espirituales» no había significado un abandono
de los propios ideales de la Orden. Tanto es así, que durante el periodo
1321-34, ésta estuvo a punto de abocar en el cisma por defender, contra el
papa Juan XXII, lo que creía fundamental para su propia razón de ser: que
Jesucristo y los Apóstoles nunca poseyeron nada ni en particular ni en
común. Sin embargo, hacia esta misma época, como fruto de esta
controversia, del posterior Cisma de Occidente (v.) y de la crítica
situación política y social de Europa, se inició un descenso en el modo de
vivir el espíritu primitivo que amenazaba con adquirir mayores
proporciones cada vez. Como reacción a esta tendencia de declive, a partir
de 1334 surgió otro movimiento de restauración, conocido con el nombre de
«Observancia». El movimiento, que representó una selecta minoría durante
el s. xiv, llegó a igualarse con la «Comunidad» o conventualismo (entonces
sector relajado de la Orden) desde la primera mitad del s. xv, gracias,
sobre todo, a las llamadas «cuatro columnas de la Observancia»: S.
Bernardino de Siena (v.), S. Juan de Capistrano (v.), S. Jacobo de la
Marca y Alberto de Sarteano, y terminó sobrepasándola en número y calidad
a fines de esa misma centuria.
León X, mediante las bulas Ite vos del 29 mayo y del 12 jun. 1517,
confirmó oficialmente esta división entre Observantes y Conventuales,
ratificando el modo propio de vivir de ambas tendencias e
independizándolas entre sí. Bajo el Ministro General de la Orden,
declarado auténtico sucesor de S. Francisco, permanecieron 53 Provincias
con 1.500 conventos y 32.000 religiosos Observantes. Los Conventuales,
bajo su Maestro General, quedaron integrados por 34 Provincias y unos
25.000 religiosos (su evolución posterior figurará al final del artículo).
Hasta 1897, la Observancia constituyó el cuerpo de la Orden como
tal. No solamente pertenecieron a ella los Ministros Generales, sino que
contó siempre también con un total de religiosos superior al de las
restantes reformas que paulatinamente volverán a ir apareciendo: 83
Provincias, 1.980 conventos y 30.000 religiosos en 1585; 81 Provincias,
2.080 conventos y 33.600 religiosos en 1680; 87 Provincias, 2.330
conventos y 39.900 religiosos en 1762. Por razones de gobierno
exclusivamente, desde 1517 hasta 1897 estuvo dividida en dos grandes
sectores o Familias: la Cismontana (Italia, Europa oriental y Oriente
medio) y Ultramontana, geográfica y numéricamente superior a la anterior
(Europa occidental y América). Su misma prosperidad y diversos factores
externos ocasionaron su decadencia desde mediados del s. xviii. Los
diversos conatos de renovación que entone-s se hicieron no fueron
suficientes para contrarrestar el influjo de las corrientes ideológicas
del s. XVI y de las conmociones político-religiosas del XIX que pusieron
en peligro la existencia misma de la Orden.
Paralelas a la Observancia y bajo la lejana autoridad de su Ministro
General se desarrollaron también las tendencias reformistas, brotes
característicos de la Orden que no logró suprimir la bula de la Unión de
1517 ni la fundación, a partir de 1502, de las Casas de Recolección en el
seno mismo de la Observancia como medida para evitar la previsible
disgregación. Los Descalzos españoles, existentes desde 1496 en
Extremadura, siguieron subsistiendo después de 1517, y recibieron un nuevo
y decidido impulso, desde 1557, con S. Pedro de Alcántara (v.), de quien
heredaron también el nombre de Alcantarinos. En Italia surgieron en 1525
los Capuchinos (v.) y en 1579 los Reformados. En Francia nacieron en 1595
los Recoletos, extendidos en 1603 a Flandes y en 1621 a Alemania.
Independientes entre sí, las cifras totales de estas reformas son las
siguientes. 1680: 70 Provincias, 1.340 conventos y 26.400 religiosos;
1700: 72 Provincias, 1.600 conventos y 28.500 religiosos; 1762: 79
Provincias, 2.608 conventos y 36.992 religiosos. Los más numerosos fueron
siempre los Reformados, seguidos de los Recoletos.
Mediante la bula Felicítate quadam del 15 mayo 1897, León XIII
unificó en una sola las distintas denominaciones, prescribiendo para todas
unas mismas Constituciones y otorgándoles una única designación: Orden de
Frailes Menores. Los conventuales y capuchinos no fueron afectados. Desde
entonces, la Orden ha venido progresando sin ulteriores ramificaciones
internas. En 1972 cuenta con 24.500 religiosos y 3.215 conventos
distribuidos por todo el mundo; las Provincias son 102.
En España, los f. se establecieron en fecha imprecisa a raíz de la
visita de S. Francisco a Compostela (1213-14). Tras una evolución normal
durante los s. xiit y xtv, a finales de este último incurrieron también en
cierta decadencia espiritual. Como reacción, desde principios del s. XV
comenzaron a fundarse casas de reforma en Galicia, Aragón, Extremadura y
Castilla, sobresaliendo en esta última Lope de Salinas, Pedro de
Villacreces y S. Pedro Regalado (v.). Hacia 1496, Juan de la Puebla y Juan
de Guadalupe iniciaron en Extremadura la reforma de los Descalzos.
Superviviente ésta hasta 1897, la mayor parte de los religiosos de la
Península se integraron en la Observancia en 1517. Durante la hegemonía
política española ellos constituyeron el sector más numeroso y floreciente
de la Orden, con 12.300 religiosos en 1585, 18.934 en 1680 y 22.000 en
1762, incluyendo, en los tres casos, a América. La decadencia iniciada a
mediados del s. xvin culminó en casi desaparición de la Orden durante las
primeras décadas del xtx. Desde 1838, en que se inició la restauración, su
desarrollo ha sido progresivo, sin más altibajos que la guerra civil de
1936-39, en la que perecieron 226 religiosos. En 1972 ascienden a 2.055,
distribuidos en 8 Provincias y 212 conventos. Han proporcionado a la Orden
un total de 115 Ministros Generales, entre los que descollaron Francisco
de Quiñones (1523-29; v.), Vicente Lunel (1535-41) y José Ximénez
Samaniego (1676-82).
2. Régimen interior. Con la Regla de 1223 como fundamento básico, la
autoridad máxima en la Orden ha residido siempre en el Capítulo General,
al que en un principio asistían todos los religiosos dos veces cada año.
En 1223 se convirtió en trienal, con asistencia solamente de los
Provinciales y Custodios. Desde 1517 comenzó a distinguirse entre
Congregación General o Capítulo Intermedio, celebrado cada tres años por
cada una de las Familias, y Capítulo Generalísimo, al que acudían todos
los Provinciales y Custodios cada seis años. En 1526 se suprimió la
Congregación de aquella Familia a la que perteneciese el Ministro General.
En 1862 se comenzó a reunir un Capítulo General cada 12 años y una
Congregación cada tres. Ambos representaban a toda la Orden, pero sólo en
el primero tenía lugar la elección del Ministro General. En 1913 se volvió
al sistema de un único Capítulo General cada seis años, el último de los
cuales ha tenido lugar en 1967. El cometido principal de los Capítulos ha
consistido siempre en la designación de los cargos directivos de la Orden
y eny la elaboración o revisión de las Constituciones Generales.
Las Constituciones Generales han representado siempre el cuerpo
legislativo de la Orden como complemento de la Regla. Las principales, más
o menos retocadas en Capítulos posteriores, han sido las de 1239, 1260,
1337, 1354, 1430, 1450, 1518 y 1523 para el primer periodo de la Orden.
Dividida ésta en dos Familias, la Cismontana cambió doce veces entre 1529
y 1684, mientras que la Ultramontana sólo lo hizo en 1532, 1583 y 1621. En
1889 se volvió a la unidad legislativa, retocada en 1897, 1913, 1921 y
1955. Estas últimas se acomodaron en 1967 al espíritu del Conc. Vaticano
11 de modo provisional y ad experimentum. Su carácter de prueba se
proyecta convertir en definitivo, mediante una nueva reelaboración, en el
Capítulo General que en 1973 se celebrará en Alcobendas (Madrid).
El Ministro General es el religioso designado por los Capítulos
Generales para regir toda la Orden. La Regla le otorga carácter vitalicio,
aunque ya desde 1239 necesitó ser confirmado en cada Capítulo General. La
duración en el cargo se modificó a seis años en 1517, a ocho en 1571, a
seis en 1587, a doce en 1862, a seis, con posibilidad de reelección, en
1913 y a doce, con esta misma posibilidad, en 1955. Durante los s. XVI a
XVIII se siguió la norma de que el Ministro General fuera elegido
alternativamente de entre cada una de las dos Familias, prácticamente, de
entre Italia y España. La sede del General está en Roma y su autoridad se
extiende a toda la Orden, en conformidad con las facultades que le otorgan
las Constituciones.
Para el desempeño de su cometido, el Ministro General ha contado
siempre con un grupo más o menos numeroso de colaboradores, distintos
según las épocas. Los principales actualmente, designados por el Capítulo
General, son: el Secretario General, el Procurador o Vicario General y
siete Definidores Generales elegidos de entre las circunscripciones
eslava, francesa, germana, ibérica (España y Portugal), inglesa, italiana
y latinoamericana.
En otros tiempos existieron, con autoridad equiparada a la del
Ministro General pero restringida a la propia circunscripción, diversos
cargos de carácter generalicio. Los principales fueron: el Vicario General
de la Observancia (1438-1517), los Comisarios Generales de Nueva España y
del Perú (1559-1908), el Comisario General de Indias con residencia en
Madrid (1568-1835), el Comisario General de la Familia Cismontana o
Ultramontana (éste generalmente español) designado para aquella Familia a
la que no perteneciese el Ministro General (1517-1804), y el Vicario
General de España (1804-1932). Actualmente existen algunos Delegados
Generales representantes personales del Ministro General, sin potestad
ordinaria.
Territorialmente, la Orden se ha dividido siempre en Provincias o
circunscripciones geográficas, las cuales reciben el nombre de Custodias
cuando su número de conventos no alcanza determinada cifra, actualmente la
de ocho. Su órgano electivo y legislativo lo ha constituido siempre el
Capítulo Provincial o Custodial, celebrado normalmente cada tres años con
asistencia del Guardián o superior de los diversos conventos y los
correspondientes representantes de los religiosos. El Ministro Provincial
o el Custodio es la persona designada por el Capítulo para el gobierno de
la Provincia o Custodia. Su mandato dura actualmente seis años, con
posibilidad de reelección. Los cuatro consejeros o asesores del
Provincial, designados también por el Capítulo, reciben el nombre de
Definidores Provinciales, así como los del Guardián o superior local se
llaman Discretos. Cada Provincia dispone además de otros cargos de
inferior categoría (Prefecto de Estudios, Maestro de Novicios, etc.),
designados también en el Capítulo Provincial.
3. Actividad cultural. Aunque poseedor de cierta cultura, S.
Francisco receló de los estudios hasta 1219 en que permitió a sus
religiosos el cultivo de las ciencias sagradas como medio de
santificación. Poco a poco, y no sin la oposición de cierto sector de
religiosos sencillos, la tendencia cultural fue imponiéndose muy pronto
como medio necesario para una de las finalidades de la Orden: el
apostolado. En 1240 existían ya en ella los Estudios Generales de Bolonia,
París, Oxford y Cambridge. Multiplicados estos centros a lo largo del s.
xiv, en 1421 se restringieron oficialmente a ocho, aumentándose en 1437 a
15, figurando entre ellos los de Salamanca y Lérida. Tras una decadencia a
finales del s. xv y principios del xvi, desde 1526 comenzaron de nuevo a
multiplicarse, hasta el punto de que sólo Italia llegara a poseer 49 en
1682. Desde finales del s. xvilt comenzaron a decaer de nuevo para
terminar desapareciendo durante la primera mitad del XIX. En 1890 fueron
sustituidos por el Colegio Internacional de San Antonio de Roma, elevado a
Universidad pontificia en 1932 (Pontificium Athenaeum Antonianum), y que
cuenta con las facultades de Filosofía, Derecho y Teología, ésta
últimamente subdividida a su vez en las secciones de Teología dogmática,
Teología moral, Teología pastoral, Sagrada Escritura e Historia
eclesiástica. Estos Estudios Generales estaban normalmente anejos a la
respectiva Universidad local y poseían la facultad de otorgar grados
académicos dentro de la Orden. En ellos se formaban los futuros profesores
de los Estudios Provinciales. Su régimen académico era el mismo de la
respectiva Universidad de la que dependían.
Para la formación de los candidatos al sacerdocio dentro de la
Orden, ésta mantuvo hasta 1869 y desde una fecha imposible de concretar,
los Estudios Provinciales, cuyo régimen y exigencias académicos fueron
distintos según las épocas. Desde 1869 existen los Colegios Seráficos o
Seminarios Menores, normalmente uno por Provincia. La formación
humanística impartida en ellos se completa después del noviciado con los
estudios de Filosofía y ciencias sagradas cursados en los Coristados o
Seminarios Mayores, de los que en cada Provincia suele haber uno de
Filosofía y otro de Teología. Los Colegios Seráficos equivalen a los
Liceos o Institutos de segunda enseñanza de la respectiva nación. Los
Coristados se rigen por las normas pontificias sobre los Seminarios
Mayores, adaptadas a la Qrden por los propios Estatutos de Estudios.
Los Estudios Conventuales eran antiguamente centros destinados a la
formación pos-sacerdotal de los religiosos. Existían en la mayor parte de
los conventos, debiendo asistir a las clases o conferencias (una por la
mañana y otra por la tarde en determinados días) todos los religiosos de
la comunidad. Debido a su carácter público, a ellos asistían también
seglares de la localidad.
Estos Estudios Conventuales, la actividad literaria de los
escritores y el profesorado en Universidades ajenas a la Orden han sido
siempre los tres medios de que ésta ha dispuesto para proyectarse
culturalmente hacia el exterior. A ellos hay que añadir otros cuatro: 1)
el sostenimiento de escuelas primarias y de colegios o liceos de segunda
enseñanza; 2) la posesión de Universidades, pontificias o no (en la
actualidad, cuatro, ninguna en España); 3) el sostenimiento de centros
científicos o culturales integrados por religiosos con preparación
universitaria, con dedicación exclusiva al cultivo de una rama de la
ciencia o de la cultura y normalmente con un órgano de difusión en forma
de revista y publicaciones (su total en la Orden es de 10, dos de ellos en
Madrid); 4) la publicación de revistas de carácter científico o de alta
cultura (total en la Orden, 13; en España, «Archivo Ibero-Americano» desde
1914 y «Verdad y Vida» desde 1943) o de índole popular (total en España,
14, con 170.000 ejemplares mensuales).
Las principales figuras científicas de la Orden son las siguientes.
Durante la época escolástica: Alejandro de Hales (m. 1245, v.); S. Antonio
de Padua (m. 1231; v.); S. Buenaventura (m. 1274; v.), uno de los más
grandes teólogos de la Iglesia; Rogerio Bacon (m. 1294; v.), padre del
método experimental en las ciencias; Juan Gil de Zamora (m. 1300), español
de saber y producción enciclopédica; Juan Duns Escoto (m. 1308; v.),
fundador de la Escuela franciscana y uno de los grandes pensadores de la
humanidad; Guillermo de Ockam (m. 1349; v.), fundador del sistema
filosófico de su nombre; Nicolás de Lira (m. 1349; v.), escriturista;
Alvaro Pelagio (m. 1350), moralista; Francisco Eximenis (m. 1412),
polígrafo (v. ESCOLÁSTICA It). S. xvi: Francisco Jiménez de Cisneros (m.
1517; v.), político, reformador y promotor de la cultura; Luis de Carvajal
(m. 1550), Andrés de Vega (m. 1568) y Francisco de Orantes (m. 1584),
teólogos; Alfonso de Castro (m. 1568; v.) y Miguel de Medina (m. 1578),
polemistas; Nikolaus Ferber de Herborn (m. 1534; v.), teólogo y polemista.
S. XVII: Lucas Wadding o Wadingo (m. 1657), historiador; Juan de Rada (m.
1608), teólogo; Pedro de Alva y Astorga (m. 1667) y Tomás Francés de
Urrutigoiti (m. 1682), mariólogos. S. XVIII: Claudio Frassen (m. 1711),
teólogo; Patricio Sporer (m. 1714) y Benjamín Elbel (m. 1756), moralistas;
Anacleto Reiffenstuel (m. 1703; v.) y Lucio Ferraris (m. 1760),
canonistas. S. XIX: Policronio Grassmann (m. 1830), escriturista;
Herculano Oberrauch (m. 1808), moralista; Edelberto Menne (m. 1826) y
Santantoni Cimarosto (m. 1847), catequéticos; Justiniano Ladurner (m.
1874) y Claro Viscotti (m. 1860), historiadores. S. XX: Agustín Gemelli
(m. 1959; v.), médico, psicólogo y polígrafo, fundador de la Universidad
Católica de Milán; Efrén Lomgpré (m. 1966), teólogo y crítico histórico; y
los actuales Carlo Balié, teólogo, Beda Rigaux, escriturista, y Timotheus
Barth, filósofo.
4. Apostolado entre fieles. Una de las características de S.
Francisco, heredadas por su Orden, fue la del apostolado popular. De aquí
que los f. se hayan entregado siempre, como a un cometido que juzgan
esencial a su espíritu, al cultivo espiritual del pueblo cristiano. Este
cometido lo han realizado bien desde los altos puestos de la cura pastoral
o, más frecuentemente, mediante la silenciosa asistencia espiritual a los
fieles.
Entre los altos dignatarios de la Iglesia figuran los papas Nicolás
IV (1288-92), y Sixto IV (1471-84). Hasta el Cone. de Trento hubo en la
Orden 29 cardenales, más de 300 nuncios y delegados apostólicos y
alrededor de 1.760 obispos. Con la nueva tendencia surgida de Trento, esta
aportación franciscana disminuyó sensiblemente, aunque manteniéndose
siempre en un porcentaje bastante elevado. En 1972 contaba la Orden con un
cardenal, un patriarca, 15 arzobispos, 78 obispos, 12 vicarios apostólicos
y 30 administradores y prefectos.
La historia del apostolado popular, por sus mismas características,
es imposible de trazar. Cada convento ha constituido siempre, y sigue
constituyendo hoy, un centro de proyección espiritual entre los fieles, a
través de las confesiones, dirección espiritual, predicación popular,
administración de Sacramentos, fomento de devociones, asistencia a
enfermos y necesitados y demás cometidos espirituales que escapan a la
historia. Como lejanos síntomas de esta callada y eficientísima actividad
y de su penetración en el pueblo cristiano, baste anotar que son de origen
y difusión f. las extendidas prácticas piadosas del vía crucis, los
belenes de Navidad, la esclavitud mariana, la devoción a la Inmaculada
Concepción y al Santísimo Nombre de Jesús e incluso un detalle tan
familiar como el triple toque diario del Ave María. En el campo social
pertenece también a la Orden la fundación de los Montes de Piedad, ideados
en Perusa (Italia) en 1462 y extendidos desde allí a toda la cristiandad
como el mejor medio para combatir la usura.
El instrumento más eficaz de que la Orden se ha valido para la
difusión de su espíritu y el mejor síntoma de su penetración en el pueblo
cristiano lo ha constituido siempre la Tercera Orden Franciscana, fundada
por el mismo S. Francisco en 1221. Esta asociación de fieles, que
representa la proyección directa de la Orden Franciscana entre los
seglares, llegó a penetrar de tal modo en la cristiandad que dio origen al
adagio español de que «o por fraile o por hermano (terciario) todo el
mundo es franciscano». En 1972 cuenta con 1.104.713 miembros (126.935 en
España), distribuidos en 12.359 (841 en España) congregaciones o centros
(V. TERCERAS óRDENES SECULARES).
En el terreno concreto de la predicación, han descollado como
apóstoles de talla excepcional: S. Antonio de Padua (v.); S. Bernardino de
Siena (m. 1444), el apóstol de la Italia del s. XV; Alberto de Sarteano
(m. 1450), que llegó a reunir auditorios de hasta 60.000 personas; S. Juan
de Capistrano (m. 1456) y S. Jacobo de la Marca (m. 1476), apóstoles de
Centroeuropa; Antonio de Guevara (m. 1545; v.), orador y tratadista
español de oratoria sagrada, al igual que Luis de Rebolledo (m. 1613) y
Juan de Cartagena (m. 1617); Francisco Panigarola (m. 1594), uno de los
grandes oradores sagrados de todos los tiempos; S. Leonardo de Porto
Maurizio (m. 1751), el más destacado apóstol popular del s. XVIII, al que
en el XIX emuló Ludovico de Casoria (m. 1885). Entre los teóricos de la
oratoria sagrada sobresale el español Diego de Estella (m. 1578; v.).
5. Apostolado entre los acatólicos. Comisionados por la Santa Sede,
los f. participaron en los contactos para la unión de la Iglesia griega
con Roma que tuvieron lugar en 1232-34, 1245-55 y 1274. Independientemente
de esta actividad oficial, y con anterioridad a la invasión turca del s.
XV, siempre trabajaron entre las distintas Iglesias ortodoxas un número
mayor o menor de religiosos. Sus logros más señalados fueron la conversión
de un duque de Moscú y de un prelado de Albania por Juan de Piancarpino;
la permanencia de la comunión de Georgia con la Santa Sede; la
consolidación de la unión de Armenia con Roma (hasta el punto de que el
rey Haitón II ingresara en la Orden con el nombre de fray Juan); la
reincorporación a Roma de varios grupos de jacobitas (v.) y nestorianos
(v.) persas; los diversos conatos de unión con Roma realizados en Abisinia
durante el s. xv.
Las relaciones de la Orden con los protéstantes revistieron facetas
distintas. La primera, de violencia, dio como fruto el martirio de 500
religiosos en Alemania, entre 1520 y 1620, de más de 200 en Francia entre
1560 y 1580, y un número menor en Austria, Holanda, Inglaterra, Irlanda y
Países Escandinavos. Los conventos fueron sistemáticamente suprimidos en
todas las regiones de dominio protestante. Junto con esta resistencia
pasiva, la Orden se opuso al avance de la Reforma mediante la palabra y la
pluma de numerosísimos predicadores y polemistas, pertencientes en su
mayoría a los primeros decenios del protestantismo. Superada en cada
nación la época de la polémica o de la guerra religiosa, los f. comenzaron
a rehacerse en todos los países exclusiva o mayoritariamente protestantes,
iniciando desde el s. XIX la formación de Provincias.
Los principales polemistas fueron: Gaspar Schatzgeyer (m. 1527),
Francisco Titelman (m. 1537), Juan Wild (m. 1554) y Bartolomé d'Astroy (m.
1681). Como restauradores del catolicismo sobresalieron: Juan Haye (m.
1606), Martín Naegele (m. 1617), Nicolás Wiggers (m. 1628), Teobaldo
Schwab (m. 1635), José Bergaigne y Bernardino Weitweis (m. 1668).
6. Proyección misionera. Poseedora de la primera Regla con
preocupación misional, la Orden f., misionera por excelencia, inició esta
clase de apostolado entre los musulmanes. El mismo S. Francisco, que no
pudo llegar a Marruecos en 1213, viajó a Egipto en 1219. Para entonces ya
hacía dos años que sus religiosos habían iniciado en Siria una misión que
en 1229 alcanzaría a Palestina y posteriormente todo el Oriente medio bajo
el nombre de Custodia de Tierra Santa (v.). Allí se han mantenido casi
ininterrumpidamente hasta hoy tras muchas vicisitudes y derramamientos de
sangre, debiéndose a ellos la conservación de los Santos Lugares para la
cristiandad. De manera también casi ininterrumpida se mantienen en
Marruecos desde 1219, misión que inauguraron con el sacrificio de los seis
protomártires de la Orden. Internacional hasta el s. xvi, la misión fue
española desde su restauración por el Beato Juan de Prado en 1630 y
francoespañola desde su nueva restauración por el P. José Lerchundi en
1859. El mismo año que la de Marruecos iniciaron la misión de Túnez, que
perduró hasta el s. xv.
La misión mongólica o tartárica, que llegó a abarcar casi todo el
continente asiático, fue famosa en su época. Iniciada en 1291 por Juan de
Montecorvino, subsistió hasta finales del s. xiv con florecientes núcleos
de cristiandad en el Asia Menor, Cáucaso, Persia, la India, Siberia y
Pekín. Sobresalieron en ella Juan de Piancarpino, Guillermo de Rubruck y
Odorico de Pordenone. De entre los misioneros españoles son conocidos
Lorenzo de Portugal, Jerónimo de Cataluña, Pascual de Vitoria y Francisco
Catalán.
En 1404 iniciaron los f. españoles la evangelización de Canarias que
concluyeron prácticamente a finales del siglo. Desde el archipiélago
penetraron en la Guinea y territorios vecinos africanos, sin que nos
conste más que su presencia en ellos durante el s. xv.
De Hispanoamérica se ha dicho que «no hay un palmo de tierra que no
esté hollado por una sandalia franciscana». La Orden inició su apostolado
en las Antillas ya en 1493. Sucesivamente fue penetrando en 1510 y 1516 en
Venezuela, en 1513 en Panamá, en 1522 en México, en 1531 en el Perú, en
1533 en Chile y en 1538 en el Río de la Plata. Ensanchándose en círculos
concéntricos fue evangelizando el centro de estos territorios durante el
s. xvi para abordar en el xvit las regiones alejadas del interior. Con la
fundación de los Colegios misioneros desde 1681, los religiosos
extendieron la obra misional hasta los últimos confines de la herencia
española del continente. Tras la crisis de la independencia, en 1834 se
inició la restauración, progresiva hasta la actualidad. Merecen especial
mención las misiones de México, Florida, Texas, Nuevo México y California;
los Colegios misioneros de San Fernando (México), Querétaro (México),
Ocopa (Perú) y Chillán (Chile); y los misioneros Pedro de Gante, Doce
Apóstoles de México, Juan de Zumárraga (v.), Bernardino de Sahagún (v.),
Jerónimo de Mendieta, S. Francisco Solano (v.), Luis de Bolaños, Antonio
Llinás, Antonio Margil, Melchor López, Juan de San Antonio y Junípero
Serra (v.). Brasil fue evangelizado por los f. portugueses a partir de
1503, manteniéndose como únicos misioneros del territorio hasta 1549. Los
f. franceses penetraron en Canadá en 1615, donde se mantuvieron hasta
1763. A lo largo del s. XIX reanudaron allí su actividad, lo mismo que los
f. alemanes lo hicieron en los Estados Unidos, donde ya los mismos
franceses habían penetrado en 1673.
Al mismo tiempo que en América, los f. portugueses fueron
estableciéndose a partir de 1500 en diversos puntos de la costa africana,
golfo de Adén, India, Ceilán y Extremo Oriente. Los españoles llegaron a
Filipinas en 1577, en donde se han mantenido de manera casi ininterrumpida.
Desde Filipinas penetraron ° en 1579 en China, evangelizándola hasta
finales del s. xvHi para penetrar de nuevo en 1839. Desde 1580 hasta 1624
evangelizaron en el Japón, donde en 1597 sufrieron el martirio S. Pedro
Bautista y sus compañeros (v. JAPÓN, MÁRTIRES DEL). Reanudaron la misión
los f. alemanes en 1906. Desde 1580 hasta principios del s. xvii, los
españoles misionaron en Cochinchina, coadyuvados hasta el s. XVIII por los
portugueses. Los italianos, que cooperaron con los españoles en China
desde mediados del s. xvii, iniciaron en 1637 la evangelización de
Abisinia, en la que se mantuvieron hasta finales del s. XVIII.
Con la restauración misionera emprendida por la Santa Sede en el s.
XIX, la geografía misional f. adquirió nuevos caracteres. Desde entonces,
los distintos territorios misionales han ido confiándose a distintas
Provincias de la Orden. En 1972 cada Provincia cultiva su propio
territorio misional. El número total de éstos asciende a 114 (5 en Europa,
34 en Asia, 21 en África, 52 en América, 2 en Oceanía). Los misioneros son
4.084 (448 españoles).
7. Los franciscanos conventuales. Separados del cuerpo de la Orden
en 1517 y tras la legitimación de su práctica mitigada de la Regla f., los
conventuales estuvieron a punto de integrarse en la Observancia, por
voluntad de Pío IV, en 1565. En 1566 y 1567 lo hicieron los españoles y
portugueses, desapareciendo desde entonces la rama de la península Ibérica
hasta su tímida restauración en 1904. En el resto de Europa, todo el s.
XVI y principios del xvii lo transcurrieron en intentos de reforma,
divididos además en dos sectores desde 1562: los conventuales simplemente
dichos y los conventuales reformados. La Orden adquirió la estabilidad en
1625.
Debido a la supresión de la rama en España, al surgimiento del
protestantismo en la Europa central y a las corrientes ideológicas, así
como a las alteraciones políticas de los s. XVIII y XIX, la Orden siguió
un proceso irregular desde 1517 hasta finales de la última centuria. En
1517 poseía 34 Provincias con 25.000 religiosos; en 1586, 25 Provincias
con 20.000 religiosos; en 1682, 31 Provincias con 15.000 religiosos; en
1773, 40 Provincias con 25.000 religiosos; en 1893, 22 Provincias con
1.481 religiosos; en 1972, 33 Provincias con 4.312 religiosos, 35 de ellos
españoles.
La máxima autoridad legislativa de la Orden la ha constituido
siempre el Capítulo General, reunido cada seis años. En él se elige el
Maestro General, con tres años, prorrogables, de duración hasta 1617 y con
seis desde entonces. Territorialmente, la Orden se divide en Provincias y
Custodias, cuyos Provinciales y Custodios son elegidos en el Capítulo
Provincial trienal, en el que se nombran también los guardianes de los
conventos.
El apostolado popular lo han realizado de manera y con medios
semejantes a los del resto de la Orden, sobresaliendo como oradores
sagrados Roberto Caracciolo (v.), Cornelio Musso (m. 1574), José Platina
(m. 1743) y Ángel Bigoni (m. 1860).
Sus principales misiones antiguas fueron las dé la Europa eslava,
muy prósperas en 1657. Desde 1908 trabajan en Dinamarca, desde 1924 en
China, desde 1929 en Rumania, desde 1939 en Japón, desde 1931 en Rhodesia,
desde 1937 en Indonesia y desde 1939 en Bulgaria. En 1972 cuentan con 134
misioneros.
Una de sus principales características ha sido los estudios, hasta
el punto de que en 1893, p. ej., de un total de 289 sacerdotes, 215
poseían el doctorado en Teología. Desde 1587 mantienen en Roma el Colegio
de S. Buenaventura, pontificia facultad teológica desde 1905. En él, o en
otros Colegios teológicos de la Orden, se graduaban los profesores de los
Seminarios Provinciales destinados para la formación de los aspirantes al
sacerdocio. Desde finales del s. XIX poseen los Colegios Seráficos o
Seminarios Menores, equivaliendo a Seminarios Mayores los Seminarios
Provinciales. La Facultad Teológica de Roma sigue siendo su principal
centro de formación universitaria. Sus figuras científicas más
descollantes son: los teólogos Marco Antonio Pagan¡ (m. 1585), Francisco
de Mazzara (m. 1588), Lorenzo Brancati de Lauria (m. 1693), Sebastián
Dupasquier (m. 1720) y Andrés Sgambati (m. 1805); el polemista Juan José
Ferrari (m. 1807); los historiadores Juan Jacinto Sbaraglia (m. 1764),
Francisco Antonio Benoffi (m. 1786) y Conrado Eubel (m. 1906).
Los papas Sixto V (1585-90; v.) y Clemente XIV (1769-74; v.) fueron
religiosos conventuales antes de ascender al solio pontificio.
V. t.: II; III; IV; CAPUCHINOS; FRANCISCO DE ASÍS, SAN.
BIBL.: Fuentes: Analecta
Franciscana, 10 vol., Quaracchi 18851941; J. SBARAGLIA OFMConv, U.
HUNTERMANN OFM y J. M. POU MARTÍ OFM, Bullarium Franciscanum, 10 vol.,
Roma 1898-Quaracchi 1949; Bullarium Ordinis Fratrum Minorum
Discalceatorunt, 5 vol., Madrid 1744-49.
P. BORGES MORÁN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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