8. Vida religiosa en el siglo XVIII, hasta la Revolución. Un espíritu
nuevo impregna la sociedad civil culta en los 25 primeros años del s.
XVIII, espíritu caracterizado por el afán de observación y experiencia, y
al cual Descartes da un instrumento decisivo: el ejercicio de la razón. De
las ciencias físicas y las ciencias naturales, estimuladas por los grandes
viajes, las misiones y los descubrimientos geográficos, el método pasa a
las ciencias religiosas; es el despertar de la crítica histórica,
primeramente en exégesis bíblica, donde Richard Simon (16381712) plantea
el problema de la libertad de interpretación. Una nueva generación de
filósofos (Bayle, Locke, Spinoza; v.) hacen de la Lógica y de la erudición
un imperativo exento de toda disciplina intelectual católica. Así como el
quietismo (v.) y el jansenismo dividieron profundamente a la sociedad
media, la corte y la alta sociedad ofrecen, bajo la Regencia de Felipe de
Orleáns, la imagen del escepticismo intelectual, del libertinaje moral,
tal como los describen las Cartas persas de Montesquieu (1721; v.).
Siguiendo las huellas de Luis-María Grignon de Montfort (v.) y de
los sulpicianos, las misiones populares siguen siendo un medio fecundo de
mantener la práctica sacramental y la instrucción doctrinal de la
población rural; en lo sucesivo hay un seminario en cada diócesis; los
catecismos diocesanos, los manuales teológicos, las visitas pastorales,
encuadran el ministerio sacerdotal de las parroquias; la condición
material del bajo clero es precaria. El sacerdote, en pleno «siglo de las
luces», ejerce en las parroquias un papel multiforme y sinceramente
estimado: escuela, asistencia, arbitrajes familiares, registro civil,
además del catecismo, la predicación y los sacramentos. Este sacerdote se
siente relativamente independiente del alto clero; por unos cuantos
ambiciosos mundanos, hay entre ellos una mayoría de prelados dignos,
concienzudos, mejores administradores que directores espirituales.
Ahora bien, alrededor de 1750 la nueva filosofía («devolver a la
razón toda su dignidad y sacudir el yugo de la opinión y de la autoridad»,
como escribe Madame de Lambert), alimenta todas las obras mayores, ya
producidas por Voltaire (v.), Rousseau (v.), Diderot (v.), Fontenelle, los
enciclopedistas. Frente al auge de la razón puramente natural, de una
religiosidad deísta y de una moral de la libertad a las que los éxitos
editoriales y de opinión pública dan resonancia inmediata, la Iglesia se
defiende, más con las condenas de la Sorbona y las llamadas pastorales a
la vigilancia que con una contraofensiva intelectualmente eficaz. Los
jesuitas, contra los que el Parlamento explota el asunto del Padre
Lavalette, pierden el apoyo real y son expulsados en 1764. La apoteosis de
Voltaire en París en 1778, y la creciente influencia que adquiere la
francmasonería en las esferas sociales acomodadas (posee 30.000 miembros
en 1775), sin carácter antirreligioso, pero en nombre de un naturalismo
puramente filantrópico (v. MASONERÍA), ponen de manifiesto que el espíritu
de las gentes se aparta de la influencia de la Iglesia, aunque permanece
sólida su armadura, regular su práctica y mediano su fervor. Nadie se
espera que la fe católica vaya a encontrarse absolutamente sola frente a
la persecución violenta.
9. La crisis revolucionaria. La Asamblea Constituyente, en la
célebre noche del 4 ag. 1789 proclama la ruptura completa con el antiguo
orden social. La fiebre política subsiguiente provoca una serie de medidas
que reducen la función religiosa a puramente utilitaria: «puesta a
disposición de la nación» de los bienes del clero para remediar las
dificultades del Tesoro; supresión de los votos religiosos (1790);
supresión de todas las congregaciones (1792). La unidad de culto
desaparece de la Constitución, que no reconoce más que «el Ser supremo»,
objeto de libre opinión. La Constitución civil del clero, votada en julio
de 1790, tras organizar las diócesis y parroquias, siguiendo el modelo de
los departamentos y cantones, y reemplazar los beneficios por el sueldo
del Estado, pretende que los pastores sean elegidos por todos los
ciudadanos, sin intervención de la autoridad romana. Pese a la animosa
oposición de numerosos obispos y católicos, que se separan así de los
patriotas, Luis XVI (v.), indeciso, ratifica de mala gana la disposición.
Durante ocho meses cruciales Pío VI (v.) deja al clero en la incertidumbre
antes de condenar la Constitución civil (marzo 1791). Pero la Asamblea
Constituyente ya ha forzado al clero francés a elegir entre su fidelidad a
Roma o a la Nación mediante la obligación de prestar juramento a la Ley.
Siete obispos entre 160 y la mitad del clero diocesano se someten a dicho
juramento, para no abandonar a sus ovejas o para no ser tenidos por
adversarios de la regeneración nacional. Sale de ello una nueva «Iglesia
constitucional» cismática y abandonada de los fieles observantes; esta
comunidad cismática encuentra un obispo «juramentado», Talleyrand (v.),
para ordenar o consagrar .a sus miembros, procedimiento condenado, de
nuevo, por Pío VI (abril 1791). La guerra en las fronteras y las presiones
girondinas en 1792 aceleran la proscripción del culto romano. Las
rivalidades entre «juramentados» (30.000 nuevos párrocos) y «no
juramentados», apoyados por las poblaciones, desintegran el cuerpo social.
Cuando Luis XVI, echando mano de una energía desesperada, se niega a
sancionar la deportación de los sacerdotes refractarios que han sido
denunciados, y los acontecimientos del verano del 92 conducen a la caída
de la monarquía (enero 1793), se produce el intento de extinción total del
catolicismo romano: se cierran los conventos, se prohíbe el culto, etc.
Las matanzas populares de septiembre de 1792 llevan a 40.000 clérigos
fieles al exilio o a la clandestinidad, y la Iglesia de F. se disloca y se
hunde.
El sanguinario anticlericalismo de las sociedades populares y los
Comités revolucionarios, las atrocidades calculadas de ciertos
representantes de la Convención, exacerbada por la insurrección realista
católica de la Vendée y las invasiones de los ejércitos coaligados en el
verano de 1793, borran de la vida pública toda manifestación religiosa.
Grandiosas manifestaciones colectivas, exclusivamente laicas, deifican a
la Razón y hacen de la condición humana un puro reflejo de la organización
social. Robespierre (v.) intentaría luchar contra los desórdenes sociales
y morales suspendiendo en la primavera de 1794 las violencias
antirreligiosas e instaurando un culto nuevo al «Ser supremo», pero el
pueblo permanece indiferente. A su caída, la Constitución Termidoriana
vuelve en septiembre de 1795 a la libertad de cultos, libertad que sigue
limitada por el juramento a las leyes republicanas. La Iglesia
constitucional agoniza en la apostasía, y la teofilantropía naturalista
del Directorio en la indiferencia popular.
Las elecciones de junio de 1797 llevaron a los Consejos una mayoría
moderada que, cansada de los excesos revolucionarios, abre de nuevo el
culto público y suspende las prohibiciones. Pero el golpe de Estado
jacobino del 18 Fructidor (4 sept. 1798) reemprende las destrucciones de
edificios religiosos y las persecuciones violentas (2.000 mártires en seis
años), extendiéndolas a la resignada Bélgica y a Italia, transformadas en
«Repúblicas hermanas», en tanto que Pío VI muere exiliado en F. (29 ag.
1799). El derrocamiento del Directorio por el golpe de Estado del 18
Brumario (10 nov. 1799), que pone en manos del primer Cónsul (Napoleón
Bonaparte) el poder sobre F., libera el edificio religioso, que ha perdido
toda su arquitectura en la tormenta, pero no sus cimientos.
10. Reconstrucción de la Iglesia bajo el Primer Imperio. En 29 meses
de difíciles pero intensas negociaciones, Napoleón (v.) y sus consejeros,
personalmente escépticos, pero convencidos de que un orden social estable
no puede instaurarse sin paz religiosa, terminan con la confusión
religiosa que reina en F. y establecen con la Santa Sede un acuerdo que
duraría prácticamente un siglo. A cambio del abandono definitivo de los
bienes eclesiásticos secularizados por la Revolución, Pío VII (v.) obtiene
la total extinción del cisma constitucional, el reconocimiento de la
religión católica como religión de «la inmensa mayoría de los franceses»,
el derecho exclusivo de la autoridad espiritual para organizar las
diócesis y los nombramientos episcopales, aunque los 77 «artículos
orgánicos» de inspiración galicana impuestos por Napoleón permiten el
control del Estado sobre el clero (junio 1801).
La Iglesia de F. queda en lo sucesivo articulada en 10 archidiócesis
y 60 diócesis, en tanto que en cada cantón un cura (inamovible) reorganiza
el culto con el apoyo del pueblo y las autoridades locales. El Código
civil de 1806 mantiene la no-confesionalidad del Estado v el carácter
laico del Estado civil y del matrimonio; mas para afirmar su legitimidad,
Napoleón no vacila en restablecer el carácter sagrado de la función
imperial. Si Pío VII se decide, excepcionalmente, a coronarle Emperador en
París, es con la esperanza de mejorar el concordato y estimular la
religiosidad del pueblo francés (noviembre 1804-abril 1805). El Emperador
favorece a aquel clero local, fiel y activo, en el seno del cual, sin
embargo, las vocaciones permanecen estacionarias; Charles Pouthas cuenta
6.000 en 14 años, el equivalente de un solo año bajo el Antiguo Régimen.
Se guardan bien de imponer el catecismo imperial, que pretende hacer de
los deberes cívicos hacia el Emperador una obligación sagrada para los
súbditos. Y no es a la Iglesia sino al Estado, a quien Napoleón encomienda
el control de la nueva Universidad creada en 1805, dotada de un cuerpo de
profesores laicos de quienes depende el funcionamiento de los liceos
secundarios.
A partir de 1809, Napoleón, que quiere anexionarse Italia para
reforzar el bloqueo continental, choca violentamente con Pío VII,
exasperado por los «Artículos orgánicos», la anexión de Roma (1809) y la
anulación anticanónica del matrimonio de Napoleón con losefina para dar un
heredero al trono (1810), aceptada por el. clero parisino. El Papa,
exiliado en Savona, se granjea la creciente simpatía de la población y la
fidelidad renovada del clero, que hace fracasar un intento de concilio
nacional imperial en París (junio 1811). Las medidas del rigor imperial no
hacen más que aumentar el desafecto de la opinión pública, que acepta sin
dificultad la restauración de los Borbones, tanto más cuanto que el
jacobinismo anticlerical se despierta durante los Cien Días en los medios
intelectuales y militares.
11. Consolidación religiosa bajo la monarquía constitucional. La
crisis revolucionaria permanece en la conciencia católica: Lacordaire (v.)
y loseph de Maistre (v.) lo expresan vigorosamente. La nueva generación de
los años 1820, desentendida del absolutismo monárquico o religioso, se
beneficiaría de las conquistas jurídicas de la Revolución y encuentra en
Luis XVIII (v.) un realista conciliador que limita, con los ministros de
Richelieu y Decazes, las exigencias de los «ultras». La Carta de 1814
restablece la religión católica como religión del Estado, pero dentro de
la libertad de cultos. Da a la Iglesia participación en la gestión de la
Universidad, pero conserva el Código civil napoleónico, así como el
Concordato de 1801, por falta de otro mejor. Bajo el piadoso Carlos X, el
ministro Villéle (1823-29) restablece formas que la época encuentra
arcaicas, como la coronación en Reims y la ley del sacrilegio. Y sobre
todo, los excesos de los «ultras», explotados por los liberales, apartan
del régimen a una vasta porción de fieles y del clero, cuando sobreviene
la revolución de julio de 1830.
Dos siglos antes, el fervor de los laicos había estimulado
poderosamente al clero. Pero ahora es éste quien se dedica a elevar el
nivel espiritual del pueblo; )u n María Bautista Vianney (v.) vuelve a
hacer de la adc, ación divina y la penitencia las armas interiores de la
conversión; Jean-Claude Colin agrupa en 1826 a instructores populares en
la congregación de los maristas (v.); numerosas fundaciones religiosas
regionales se sostienen mediante la acción educativa de unos 32.000
sacerdotes distribuidos en 27.000 parroquias, 2.000 nuevos cada año.
Despierta también el apostolado de los laicos bajo la influencia de la
«Propagación de la Fe» (1822), de las misiones rurales y de una asociación
secreta de piedad y de acción, duramente atacada, la «Congregación». Este
movimiento hace frente a una ofensiva virulenta del pensamiento
antirreligioso (Daunou, Grégoire, Volney, Monge), pero con un estilo
polemista popular (Paul Louis Courrier, Béranger) que sería amplificado
por la prensa sensacionalista y de gran tirada.
Bajo la influencia de Chateaubriand (v.), de Lamennais (v.), que
publica su Ensayo sobre la indiferencia en materia (le religión en
1817-23, de Lamartine (v.) y de Motalembert (v.), entre otros, una
corriente de pensamiento nuevo trata de unir el catolicismo al liberalismo
triunfante (v. CATOLICISMO LIBERAL). Gregorio XVI (v.) percibe la
confusión doctrinal entre el terreno teológico y el político (enc. Mirar¡
vos, 1832), confusión que se agudiza en las Palabras ¿le un creyente de
Lamennais (1834). El régimen de Luis Felipe (v.) respeta la autoridad de
los obispos, e incluso la República de 1848 se muestra sinceramente
respetuosa hacia la Iglesia.
12. La Iglesia bajo el II Imperio. Napoleón I I I (v.) , después de
haber repuesto a Pío IX, expulsado de Roma por la revolución liberal,
muestra hacia la Iglesia una benevolencia excepcional: La asocia a las
solemnidades de la vida pública, eleva el presupuesto del culto (de 11
millones a principios del siglo, a 64 millones de francos oro) y facilita
la vuelta de órdenes y congregaciones religiosas, en especial de
benedictinos y dominicos. Pero su política liberal de apoyo a la unidad
italiana contra la católica Austria tropieza con la convicción de Pío IX
de que el Estado pontificio es una garantía necesaria de la independencia
espiritual del Papado. Y los católicos se adhieren masivamente a las
orientaciones doctrinales de la enc. Quanta cura y del Syllabus, que los
republicanos vituperan; las relaciones que en los últimos años del Imperio
se desarrollan entre Roma y París, son recelosas y puntillosas. En el
momento en que nace la sociología positivista de A, Comte (v.), el retoñar
católico vivifica las grandes órdenes religiosas, y las nuevas obras de
acción social tales como las Conferencias de San Vicente de Paúl (v.), las
publicaciones, «1'Univers» de Luis Veuillot (v.), los «Anales de la
Filosofía cristiana», etc. La industrialización de los años 1850 (leva a
las ciudades a multitudes campesinas, en condiciones de vida y de trabajo
degradantes (v. Pao~sTnR~n~o), desarraigadas de la práctica religiosa
tradicional. Algunas personas toman conciencia de que el pauperismo es
algo más que una manifestación pasajera de la pobreza: el conde de
Villeneuve-Bargemont, en su tratado sobre Lu economía política cristiana,
el publicista Charles de Coux, el prof. Federico Ozanam (v.), el conde
Armand de Melun, etc. Si el pueblo sigue agradecido a la Iglesia por su
acción caritativa y formativa, tanto en el campo como en la ciudad, más
que una profunda convicción imperan las costumbres religiosas. En 1863 es
cuando la Vida de Jesús, de Renan (v.), presenta el modelo popular de una
crítica histórica que excluye toda intervención de lo sobrenatural en la
investigación científica; y a la Iglesia le faltan hombres que gocen del
doble prestigio de la competencia científica y de la fidelidad intelectual
religiosa.
La «Liga francesa de la Enseñanza» (1866) promueve, con el apoyo de
la francmasonería, que forma ya los futuros cuadros republicanos, una
cultura popular y una enseñanza totalmente laicas. La ley Falloux (1850)
asociaba la Iglesia a la enseñanza primaria y a los diferentes consejos
académicos de la enseñanza pública, complementaria, de hecho, de sus
propios establecimientos de enseñanza secundaria. A partir de 1863 el
ministro liberal Victor Duruy la aplica en un sentido anticlerical,
sostenido por los liberales y republicanos.
Sin embargo, el clero y los fieles se unen en la estricta disciplina
a la Santa Sede. En el Conc. Vaticano I (v.) la minoría de los obispos «no
oportunistas» acata sinceramente la decisión de la mayoría respecto al
dogma de la infalibilidad pontificia (18 jul. 1870). Las pruebas de la
guerra franco-alemana y de la insurrección obrera de la Comuna de París,
suscitan un nuevo movimiento de espiritualidad reparadora: peregrinaciones
masivas a la Salette y a Lourdes (v.), lugares de aparición reciente de la
Virgen, devoción popular al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen María.
Pero la cuestión escolar sigue siendo un terreno delicado en el que el
partido republicano va a concentrar todos sus esfuerzos, a partir del
momento en que el país opte por,el régimen de la República.
13. Laicización de la sociedad francesa y separación de la Iglesia y
el Estado. Cuando Jules Ferry, gran burgués protestante, ministro de
Instrucción Pública y luego Presidente del Consejo (1879-85), consigue
retirar toda influencia a la Iglesia en la enseñanza, hay oficialmente
35,3 millones de católicos en F., de ellos más de 550.000 sacerdotes y
158.000 frailes. La mayoría de las familias medias vive una fe sincera,
lealtad a los deberes hacia la [glesia y el Estado, y una débil apertura a
las cuestiones sociales (sólo los «círculos obreros» de Albert de Mun
prosiguen la tradición del catolicismo social de Armand de Melun). Entre
los 600.000 protestantes apunta en 1872 una escisión doctrinal entre
liberales (dirigidos por A. Sabathié), ortodoxos e independientes,
reforzados por los emigrados de Alsacia-Lorena en 1871. Algunos ocupan
puestos influyentes en la enseñanza (Ferdinand Buisson), en la política (¡ules
Grévy, Say, Freycinet) o en los medios económicos.
Una serie de leyes (reserva para el Estado de la colación de los
grados, prohibición de enseñar a las congregaciones no autorizadas,
obligación de una nueva autorización del Estado para toda congregación)
lleva a la sustitución por el Estado de toda actividad docente privada, y
a la supresión de toda enseñanza religiosa de los establecimientos
públicos. La ley sobre la gratuidad y obligatoriedad escolar (1882)
implica la neutralidad absoluta de la enseñanza, animada en lo sucesivo de
una moral puramente cívica de tipo kantiano. Toda referencia religiosa
queda igualmente suprimida de las administraciones públicas, abolido el
descanso dominical y liberada la prensa de toda restricción de expresión
(julio 1881). Ni los obispos, ni los laicos, impresionados por la
virulencia de las medidas antirreligiosas, se muestran unánimes sobre la
conducta a observar, aunque violentas resistencias acompañan al cierre de
escuelas y conventos por los republicanos. Con preferencia a la creación
de un partido católico, que sugiere Albert de Mun, León XIII (v.) orienta
a la opinión hacia la aceptación de un régimen republicano: «la fe
religiosa debe ser respetada en todos los partidos», escribe (1892) en el
momento en que bajo las presidencias de Lazare Carnot y después de Casimir
Pcrier se inicia un claro apaciguamiento. Bajo los ministerios Dupuy y
Méline, salidos de las elecciones moderadas de 1898, la legislación
anticongregacionista queda suspendida, y restringidas las leyes escolar y
militar. La enc. Rerum novarum estimula la expansión de diversas formas
del catolicismo social bajo la influencia de La Tour du Pin, Albert de Mun,
Léon Harmel, congresos obreros de la naciente Democracia Cristiana (v.
nEMOCa~sT~nrros, PARTIDOS), movimiento de acción social, a la vez
doctrinal y práctico, pero sin línea de acción coherente y precisa. Pero
la subida al poder del «bloque de izquierda» echaría totalmente por tierra
la obra de pacificación durante más de 20 años.
Cuando en 1903 es elegido Pío X (v.), a quien la integridad de la
constitución divina y humana de la Iglesia preocupa por encima de toda
otra consideración, han renacido de nuevo las viejas divisiones políticas
francesas por causa del asunto Dreyfus (v.) y se ha reanimado la querella
religiosa. Tanto el radical Clemenceau (v.) como el socialista Jaurés
(v.), campeón del laicismo republicano, impulsan al ministro Waldeck-Rousseau
(junio 1899mayó 1902) a identificar la defensa de la República con la
lucha contra la influencia de la Iglesia, y especialmente de sus órdenes y
congregaciones religiosas. Una ley que facilita al máximo la libertad de
asociaciones civiles de toda clase (julio 1901) pone fuera del derecho
común a las congregaciones religiosas, al someter su autorización a la
votación de una ley. Cuando las elecciones de 1902 llevan al poder a un
bloque republicano intransigente, el ministerio de Emilio Combes manda
cerrar más de 3.000 escuelas de religiosos, expulsa a unos 20.000 frailes,
prohibe toda enseñanza y todo reclutamiento a los religiosos, en medio de
un clima de pasiones, recíprocamente exacerbadas. Los funcionarios
sospechosos de convicciones religiosas son depuestos. En 1904 el
presidente Loubet va a entrevistarse con el rey de Italia, no ya en
Florencia, sino en la misma Roma, en detrimento de la posición que el Papa
ocupa en la ciudad. A partir de ese momento se marcha rápidamente hacia la
supresión del concordato de 1801, que será realizada por la votación de
una ley unilateral que da a la Iglesia un nuevo estatuto en F., sin
ninguna negociación con la Santa Sede (diciembre 1905). Esta ley de
separación de la Iglesia y el Estado reduce a la Iglesia a la condición de
una simple sociedad de derecho privado en el interior del Estado, aunque
sin romper absolutamente con las tradiciones multiseculares del país: la
República otorga la libertad de conciencia y garantiza el libre ejercicio
de los cultos. Traspasa los bienes eclesiásticos a asociaciones laicas
católicas, independientes de la jerarquía, que se constituirán lentamente
en medio del desconcierto de los fieles. Pío X protesta solemnemente (enc.
Vehementer, febrero 1906), mientras la Iglesia se encuentra, en los
albores del siglo, injustamente despojada de sus bienes, pero con una
total independencia respecto del poder político, libre en su expresión y
culto, profundamente unida en medio de las dificultades.
En cuanto a los movimientos intelectuales y doctrinales, tanto León
XIII en los últimos tiempos de su pontificado, como Pío X, se mostraron
atentos a ciertas orientaciones sociales o intelectuales efervescentes en
una parte de la opinión católica (V. MODERNISMO) y dieron consejos de
prudencia a los demócratas (sacerdotes y laicos) que abogaban en favor de
una política de conciliación republicana y social, a imagen de los métodos
de apostolado practicados en EE. UU. («Carta sobre el americanismo», 1899;
V. ESTADOS UNIDOS V; ACTIVIDAD Y ACTIVISMO II, 2), encareciéndoles la
necesidad de asistir espiritualmente a todas las categorías sociales y no
sólo a las menos favorecidas (enc. Graves de comuni, 1901), así como
reafirmando la disciplina en la interpretación de la Escritura, antes de
ser condenadas las teorías modernistas del abate Loisy (v.) en la enc.
Pascendi (1907). En un sentido contrario, los defensores de la ortodoxia
intransigente vuelven a la negativa de toda innovación en materia
doctrinal, política e incluso social. Encuentran en I'Action Francaise
(v.) un instrumento de prensa agresivo y brillante cuando el neomonárquico
Charles Maurras (v.) toma su dirección. En el mismo momento una pequeña
revista, «Le Sillon» (v.), se entrega apasionadamente, bajo el impulso de
su director Marc Sagnier, a una tarea metódica de educación popular
tendente hacia el apostolado social y la intensificación de la vida
espiritual de los laicos. Esta revista entusiasma a la juventud por su
idealismo y sus fervientes manifestaciones colectivas, pero su turbulenta
independencia y sus confusiones doctrinales inducen al Papa a suprimirla
(1910).
Justo en la época de la separación de la Iglesia y el Estado, la
Iglesia goza en F. de una vitalidad sorprendente: ésta se orienta cada vez
más a la acción práctica por el sindicalismo obrero, las obras familiares
y profesionales en los medios obreros y rurales, los movimientos
apostólicos de la juventud, las reuniones periódicas de los universitarios
y los enseñantes. En el momento en que las leyes pretenden reflejar la
desconexión del país de las convicciones religiosas, las ideologías
positivistas se estancan y un soplo cristiano atraviesa de nuevo la
literatura. Brunetiére, Bourget, Psichari, Péguy (v.), Claudel (v.),
Barrés (v.), Bloy (v.), muestran en los valores espirituales el fundamento
de las grandes realidades sociales o los efectos de la acción sobrenatural
en el alma individual. El método de inmanencia (v.) llevado a la filosofía
por Blondel (v.) en 1893, suscita muchas reservas, pero el determinismo y
el cientifismo son vigorosamente recusados por Boutroux, Bergson (v.),
Duhem. La investigación religiosa, rigurosamente disciplinada por la enc.
Pascendi, ha recuperado el aliento con Vigouroux, Batiffol, Baudrillart,
Duchesne, Lagrange, De Grandmaison. Y en la enseñanza, la presencia
católica en la vida profesional traspasa el ambiente progresivamente laico
bajo el signo de Massis, Péguy y Lotte.
La práctica religiosa, pese a las presiones de la prensa o de los
medios gubernamentales y parlamentarios, se mantiene más en las ciudades
que en el campo. El clero, difícilmente renovado por el ritmo de las
ordenaciones (704 en 1914 por 1.518 diez años antes) se acostumbra a la
pobreza y a no vivir ya más que del «dinero para el culto» entregado por
los fieles. Por contraste, en las misiones extranjeras, 4.500 de los 6.100
misioneros europeos son franceses, activamente sostenidos por nuevas obras
e incluso por el gobierno, en Indochina, África y Oriente Medio. Cuando
sobreviene la guerra, la «unión sagrada» preconizada por el presidente
Poincaré en el verano de 1914, encuentra una adhesión completa en todos
los sectores de la opinión, a la que responde una política de
apaciguamiento religioso. Y la acción caritativa u hospitalaria del clero
no falta nunca en las peticiones de ayuda del gobierno y de las
administraciones. Restaurada la paz, los medios parlamentarios y
gubernamentales se dan cuenta de las múltiples ventajas que representa un
acercamiento a la Santa Sede. Es el presidente del Consejo, Briand, el
ponente de la ley de separación de 1905, quien restablece las relaciones
diplomáticas con el Papado en 1921, en tanto que Benedicto XV (v.) concede
al gobierno el derecho a sancionar los nombramientos episcopales. Largas
negociaciones modifican la ley de 1905 a fin de dar al obispo, en cada
diócesis, un derecho de intervención sobre la administración de los bienes
eclesiásticos, conforme a las reglas canónicas. Para responder al deseo
general de restablecer una situación normal en las relaciones entre la
Iglesia y el Estado, la laicidad se hace tolerable desde el momento en que
deja de representar un laicismo irreconciliable. Verdad es que éste
experimenta un último auge bajo el ministerio socialista Herriot, llevado
al poder por las elecciones de 1924; pero la agitación social y las
dificultades financieras abaten dos años más tarde el «Cartel des gauches».
Es el advenimiento de un nuevo estilo de relaciones entre un régimen
republicano oficialmente laico y aconfesional, pero que reconoce de hecho
la autoridad religiosa y sus derechos sobre los fieles.
14. La Iglesia en el periodo contemporáneo. El periodo de
entreguerras (1918-39) se caracteriza por una gran expansión de los
testimonios colectivos de la fe, y por una profundización teológica y
moral, a través de la creación de movimientos de apostolado universitario
y el aumento de las publicaciones religiosas y el sindicalismo de
inspiración cristiana. La condena por el papa Pío XI (v.) de la
utilización arbitraria que hace Maurras del catolicismo (1926), precede
por poco a la introducción en las mentalidades de una concepción de la
acción de los laicos cuyos valores espirituales, esenciales tanto en las
instituciones como en las relaciones sociales, están por encima de toda
construcción temporal y, por consiguiente, admiten un gran pluralismo en
las decisiones temporales. La recristianización de las masas populares
abandona la fusión de elementos sociales distintos en el seno de obras de
apostolado comunes, por un apostolado dirigido a grupos humanos con el
mismo género de vida y preocupaciones comunes, como el de la Juventud
Agrícola Católica (1929) y más tarde el de la Juventud Estudiantil
Católica. La escasez numérica está compensada por la preocupación del
desarrollo espiritual personal y la influencia del movimiento intelectual
en la «Parroquia universitaria», las «Semanas sociales», las revistas como
«Esprit», fundada en 1932 por Emmanuel Mounier, o la «Acción Popular».
El choque de la guerra (1939-45) saca de nuevo a la superficie el
reflejo de una espiritualidad reparadora y hasta de un sentido
providencial de las pruebas, a veces somero. El gobierno de Vichy
dulcifica la actitud del Estado en la enseñanza y en el régimen de las
congregaciones, pero la Iglesia se niega a aceptar sus intentos de
monopolizar el encuadramiento de la juventud, sus medidas respecto al
trabajo obligatorio en Alemania, o su actitud respecto a las minorías
judías. Las pruebas reavivan la sensibilidad religiosa. En 1941 nace la
«Misión de Francia», cuyos sacerdotes (interdiocesanos) se consagran
especialmente a las regiones menos favorecidas. Una vez llegada la
liberación, los partidos políticos hacen un llamamiento a los católicos,
en un clima social liberado de un laicismo combativo y ligado a una
ideología racionalista, aunque la cuestión escolar no consigue resolver
prácticamente el derecho de las familias a la libertad de educación. El
intento de representar a todos los católicos en una misma formación
política (el «Movimiento Republicano Popular»), luego de efímeros éxitos
en las elecciones de 1945-46, no fructifica. Es en otro punto donde se
manifiesta el bullir de iniciativas e investigaciones para remodelar el
cuerpo social de la Iglesia en la década de 1950. El clero, que pasa
lentamente de 43.000 miembros en 1929 a 49.000 en 1946, prosigue sus
tareas pastorales multiplicadas por el enorme crecimiento de las ciudades,
la ayuda de los movimientos juveniles y el sostenimiento de la enseñanza
privada; y los cuidados del administrador se extienden a veces a las
exigencias de la acción interior. La Santa Sede pone término a las
experiencias de minorías avanzadas, doctrinalmente inciertas, como «la
Unión de cristianos progresistas» en 1949, o la acción de los
sacerdotes-obreros (v.) en 1954. La profundización de la vida espiritual
se continúa en el aumento de revistas doctrinales, la multiplicación de
los retiros espirituales periódicos, la expansión de la caridad práctica y
la espiritualidad colectiva sustituye a la iniciativa individual; en la
continuidad de su responsabilidad apostólica, los laicos tratan no sin
crisis y vacilaciones, de definir claramente el carácter y la extensión de
la acción que deben desarrollar en sus propios medios.
15. Organización y datos estadísticos. Según el Amsuario Pontificio
1972, la Iglesia católica en toda F. se halla dividida en 17 provincias
eclesiásticas (Aix, Albi, Auch, Aviñón, Besaneon, Burdeos, Bourges,
Cambrai, Chambéry, Lyon, París, Reims, Rennes, Ruan, Sens, Toulouse,
Tours), de las que dependen 71 diócesis sufragáneas y una prelatura
(Mission de France o Pontigny). Existen además un arzobispado (Marsella) y
dos obispados (Metz y Estrasburgo) directamente sujetos a la Santa Sede.
Hay un Ordinario para los fieles de rito oriental residentes en F. Los de
rito armenio y los ucranianos de rito bizantino se agrupan bajo sendos
Exarcados apostólicos. Los datos referentes a cada una de estas
circunscripciones se resumen en el cuadro de las págs. 437-438.
V. t.: IV y V; EUROPA VII, 1; CARLOMAGNO; CLUNY, ABADÍA DE;
CISTERCIENSES; BERNARDO, SAN; CRUZADAS, LAS; LUIS IX DE FRANCIA, SAN;
CÁTAROS; ALBIGENSES; FELIPE IV DE FRANCIA, EL HERMOSO; BONIFACIO VIII;
AVIÑÓN; VIENNE, CONCILIO DE; GALICANISMO; HUGONOTES; NOCHE DE SAN
BARTOLOMÉ; ORATORIANOS; BÉRULLE, PIERRE DE; FRANCISCO DE SALES, SAN;
VICENTE DE PAÚL, SAN; JUAN EUDES, SAN; LUIS XIV DE FRANCIA; JANSENISMO;
PORT-RGYAL, ABADÍA DE; ARNAULD, FAMILIA; SAINT-CYRAN, ABAD DE; REVOLUCIÓN
FRANCESA; NAPOLEÓN I; PÍO VI; PÍO Vil; NAPOLEÓN III; CATOLICISMO LIBERAL;
PÍO X; MODERNISMO; ACTION FRANÇAISE; LOURDES.
BIBL.: D. ROPS, Historia de la
Iglesia, 6 vol., Barcelona 195562; A. FLICHE y V. MARTIN, Histoire de
PÉglise depuis les origines jusqu'á nos jours, 19 vol., París 1934 ss.;
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christianisme el la fin du monde antique, París 1943; E. DELARUELLE, La
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1955; H. BREMOND, Histoire linéraire du sentiment religieux en France
depuis les guerres de religion, 11 vol., París 1933; B. DEVAULx, Histoire
des missions françaises catholiques, París 1952; J. ORCIBAL, Les origines
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LATREILLE, Napoléon et le Saint Siége, París 1935; S. DELACROIX, La
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République et 1'Église romaine, París 1948; E, BARBIER, Histoire du
catholicisme libéral en France, París 1924; H. MASSIS, Maurras et notre
temps, París 1951; G. LE BRAS, Études de sociologie religieuse, 2 vol.,
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monde, París 1948; A. DANSETTE, Destin du catholicisme franl~ais, 2 vol.,
París 1926-56; M. VAUSSARD, Histoire de la Démocratie chrétienne, París
1956; E. GUERRY, L'Église catholique en France sous 1'occupation, París
1945.
JEAN-PAUL SAVIGNAC.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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