Con esta expresión, que traduce el alemán Formgeschichtliche Methode, se
designa un método de exégesis bíblica (v.) y especialmente de exégesis de
los Evangelios (v.), presentado por M. Dibelius y K. L. Schmidt en 1919,
por R. Bultmann (v.) y M. Albertz en 1921, y por G. Bertram en 1922, todos
ellos protestantes. Este método se sitúa en la línea exegética de quienes,
para profundizar en el texto bíblico, acuden no a la vía del análisis
gramatical, filológico, etc., del texto tal y como se encuentra, sino a la
de intentar reconstruir la eventual historia de su composición. Los
primeros investigadores que se lanzaron por esa línea procedieron
intentando precisar las relaciones de dependencia que pueda haber entre
los Evangelios sinópticos, así como su eventual vinculación con posibles
fuentes escritas anteriores (lo que condujo a algunos a postular la
existencia de un hipotético documento o fuente Q, etc.). Frente a ello los
fautores del método de la Historia de las Formas sostienen que no basta
con tener presentes eventuales fuentes escritas, sino que se ha de
considerar la tradición viva y oral de los Apóstoles, y, más
concretamente, el desarrollo que, por lo que a la forma de expresión
respecto, haya podido tener esa tradición en la predicación de los
Apóstoles y la catequesis que inmediatamente le sigue. Es propio, dicen,
de la catequesis oral la tendencia a resumir las enseñanzas en modelos
literarios fijos, cuya historia se puede intentar reconstruir. Conviene
añadir, para acabar de precisar la fisonomía del programa que plantean
esos autores, que todos ellos parten del prejuicio racionalista que no
admite la Revelación (v.) ni lo sobrenatural, y que desconfían de la
historicidad de los Evangelios, pensando que las primeras generaciones
cristianas han reinterpretado las palabras y hechos originales de Jesús.
El intento de reconstruir la historia de la composición de los Evangelios
se transforma así en el intento de alcanzar la «verdadera historia de
Jesús», el «mensaje original de Jesús», por encima de la acomodación
interpretativa que, por principio, se piensa que há tenido lugar a lo
largo de la tradición evangélica (o, por decirlo con la expresión a la que
con frecuencia acuden, en alcanzar al «Jesús histórico» a través del
«Cristo de la fe»).
Descripción del método. Partiendo de la hipótesis de que la
predicación religiosa tiende a fijarse en géneros y resúmenes
estereotipados, estos autores trabajan con los textos bíblicos, teniendo
también presente la literatura apócrifa (v.), así como la posterior
tradición rabínica y en &eneral cualquier literatura (helenística,
islámica, etc.) de la que pueda deducirse algún conocimiento sobre las
leyes por las que se rige la predicación religiosa. El primer momento de
su trabajo consiste en analizar los textos (los Evangelios, ya que en
ellos se han centrado los propugnadores de este método, aunque también lo
han aplicado a algún escrito del A. T.) a fin de precisar cuáles son los
formas literarias que en ellos se encuentran. Se entiende por «formas» -ha
llegado el momento de dar una definición precisa- los distintos géneros
literarios, es decir, el conjunto de notas estilísticas que condicionan la
pertenencia de un texto a una determinada categoría literaria (p. ej.,
himno, parábola, apotegma, etc.; v. BIBLIA IV). El segundo momento es
distinguir las formas puras de las formas mixtas; presuponen en efecto que
las puras son más antiguas, y las mixtas son deformaciones posteriores, y
que las leyes de las tradiciones orales sirven para detectar las formas
mixtas, y ordenarlas en el tiempo. La primera ley, según ellos, es que hay
que retener el argumento fundamental como histórico, mientras que los
elementos circunstanciales y las explicitaciones no tendrían valor
histórico, pues no se deberían a la memoria de los testigos, sino a un
influjo psicológico social. La segunda ley es que la realidad histórica,
de suyo múltiple, se simplificaría mediante reducción a esquemas
estereotipados. Aplicando estas y otras leyes análogas van intentado
«purificar» los textos que encontramos en los Evangelios, que contienen
-dicen- formas mixtas, a fin de llegar a las primitivas formas puras. La
cronología de una forma en relación a otra se podría establecer, dicen,
con una correlación entre las intenciones pretendidas en la forma y las
condiciones de vida de la primera comunidad cristiana; en una palabra,
reconstruyendo la Sitz im Leben (= la situación vital), es decir, el
lugar, el valor, el significado, la relación y funciones que esa forma
concreta tenía en la vida de la comunidad. Se piensa en efecto que al
relatar o referir algo en la predicación -y luego al recogerlo en los
Evangelios- el relator añade detalles redaccionales, con vistas a subrayar
la conclusión o matiz que más interesa dada la situación existencial de
los cristianos a los que se dirige. El resultado de ese esfuerzo es una
hipotética reconstrucción de la historia de una perícopa concreta (o, más
audazmente, de un entero libro), y a través de ello un hipotético mayor
conocimiento tanto de la historia del texto como de la misma situación de
la comunidad cristiana.
Clasificación de las formas. Punto fundamental en el proceder de
estos autores es la fijación o determinación de las formas que se
encuentran en los textos evangélicos. Damos a continuación las
enumeraciones que hacen los dos autores más influyentes: Dibelius y
Bultmann.
1. M. Dibelius: Parenesis: Sapienciales; metáforas; parábolas;
exclamaciones proféticas o escatológicas; preceptos breves o
evolucionados; frases sobre la naturaleza de Jesús. Hechos: Paradigmas
(=apotegmas), p. ej., Me 2,23-28; novelas (=milagros), p. ej., Me 5,1-20;
leyendas, p. ej., Le 19,1-10; Pasión; ciclo «mítico»: bautismo,
tentaciones, transfiguración y temas sobre Q1 Mesías Hijo de Dios y
Salvador.
2. R. Bultmann: Dichos: a) Apotegmas: controversias, p. ej., Me
2,1-12; discusiones de escuela, p. ej., Me 10,1731; biográficos, p. ej.,
Me 6,1-6; b) Palabras del Señor: Logia (=sapienciales), p. ej., Mt
6,19-34; proféticas y apocalípticas, p. ej., Mt 5,3-9; legislativas, p.
ej., Mt 6,2-18; proclamaciones personales, p. ej., Mt 10,34-36; parábolas
y formas semejantes, p. ej., Mt 13,45-46. Hechos: Milagros (=Novelas);
narraciones de historia y leyendas; Pasión. Expliquemos su terminología:
a) Paradigma designa a aquella narración breve que alcanza su cumbre
en una frase del Señor o en la reacción coral de las turbas; podría
equivaler a ejemplo o enunciado. Son, dicen, pequeñas unidades aisladas,
inteligibles en sí mismas; su contexto actual, añaden, es artificial: la
palabra de Jesús, en la cual se encuentra la doctrina, tiene un valor que
trasciende la situación artificial que la sostiene.
b) Llaman novelas a las narraciones en las cuales Jesús aparece como
taumaturgo, cuya potencia resplandece en los milagros narrados; una buena
traducción de «novelas» sería narraciones populares. Son unidades, dicen,
inteligibles en sí mismas; la narración es más extensa que en los
paradigmas; se reconoce en ellas una satisfacción por narrar, un interés
por los personajes, los datos psicológicos y vivos, detalles de lugar,
etc. El interés no reside en las palabras de Jesús, sino en el «hecho» del
milagro, y por eso se describe su dificultad, sus inmediatos efectos, la
reacción de la multitud. Jesús aparece así como una epifanía de Dios.
c) Denominan leyendas (dando a la palabra no su significado
ordinario, sino haciendo de ella un cultismo derivado del latín legenda)
los textos que trazan la biografía o semblanza de un personaje concreto;
no prejuzgan, pues, pero tampoco afirman, su historicidad. Hay, dicen,
algunas leyendas etiológicas que están compuestas para explicar la
significación de una fiesta o de un acto litúrgico y consiguientemente
para establecer su legitimidad. Los motivos que en su composición
literaria prevalecen son los índices para discernir las leyendas.
d) La Pasión es una narración continuada, es decir, no ha sido
formada por adición de unidades independientes, sino que ya en su origen
se redactó en forma continua.
e) Llaman mito (con una terminología que evidencia sus presupuestos
racionalistas) a los textos en los que se habla de la acción o presencia
divina en el mundo creado, concretamente a todos los textos en los que se
enseña la doctrina de Jesús como Hijo de Dios, mediador, su obediencia al
Padre, su Encarnación, Muerte y Resurrección, la Redención, es decir, la
fe cristiana sobre la naturaleza de Jesús.
f) Parénesis sería el material doctrinal referente a la moral y a la
disciplina. Los dichos de Jesús fueron recogidos, dicen, para que los
primeros cristianos aprendiesen, con los preceptos y consejos del maestro,
cuál era el ideal y la práctica cristiana.
g) Apotegmas serían las frases de Jesús, breves y cargadas de
sentido, que han sido transmitidas - dentro de breves narraciones. Las
controversias son discusiones con los adversarios de Jesús. Las
discusiones de escuela son diálogos entre Jesús y sus discípulos y amigos,
los cuales preguntan a Jesús no para atacarle, sino para aprender de él.
Los apotegmas biográficos son breves unidades sobre la vida y actividad de
Jesús que contienen frases o actividades suyas importantes.
h) Las Palabras de Jesús serían aquellas frases del Señor que de
hecho habrían sido transmitidas independientemente de la materia
narrativa, o por lo menos así podían haberse transmitido. Según la
materia, pueden dividirse en cinco categorías: los lógia son frases de
Jesús en las que aparece él como maestro de sabiduría; frases proféticas y
apocalípticas en las que Jesús proclama la llegada del reino; legislativas
son las frases de Jesús que revelan su postura en relación a la Ley
mosaica o a la piedad judía y por lo mismo promulgan una ley de vida para
la comunidad cristiana; proclamaciones personales (=Ich-Worte) son frases
en las cuales Jesús nos revela algo de su personalidad.
i) Parábolas y formas semejantes son expresiones artísticas de Jesús
utilizando comparaciones, metáforas, hipérboles, paradojas, semejanzas,
parábolas, etc.
Valoración y juicio crítico. Puede reconocerse a los autores
morfocríticos diversos aciertos (haber puesto de relieve la importancia de
la tradición oral que antecede a la composición de los escritos
evangélicos, así como diversos análisis literarios y redaccionales), pero
el conjunto de su intento está dominado por los presupuestos
racionalistas, de donde derivan numerosos desaciertos y errores.
Señalémoslos comenzando por los más técnicos y pasando de ahí a los más
profundos y radicales.
(a) Es muy discutible la clasificación tan rígida que hacen de las
formas o unidades literarias. Tanto M. Dibelius como R. Bultmann conceden
que las formas raramente aparecen en su estado puro, pero ello no es
suficiente para corregir su apriorismo. Son discutibles también los
límites de algunas unidades, y la forma a la cual las adscriben. Hay casos
en los que incluso Dibelius y Bultmann discrepan entre sí, como, p. ej.,
los paradigmas, que en Dibelius pertenecen a los hechos, mientras que en
Bultmann pertenecen a los dichos. No siempre se pueden encontrar las
formas de algunas perícopas clasificadas por Dibelius y Bultmann en una
categoría determinada. Además, la división de Dibelius es especialmente
incompleta, pues no incluye toda la tradición evangélica; y la
clasificación que ambos hacen de las formas es más helenística que
semítica.
(b) No puede admitirse, y es un apriorismo afirmarlo, que los
paradigmas, por el mero hecho de serlo deban ser considerados
cronológicamente anteriores, y las novelas, también por el mero hecho de
serlo, sean posteriores. Tampoco las novelas tienen que provenir de
narradores anónimos que se dejan llevar de la imaginación. Las formas
simples y las complejas aparecen simultáneamente; todos tenemos
experiencia de que la vida real es sumamente compleja, sobre todo cuando
uno «habla» (o predica). Si los paradigmas provienen de testigos oculares
y corresponden a la historia, no se ve por qué no se puede decir lo mismo
de las novelas.
(c) Los autores morfocríticos manejan una falsa concepción de la
historia, en la cual queda eliminada la acción personal de los individuos,
para explicarlo todo con la potencia creadora de la comunidad y la
evolución anónima. Es claro que los evangelistas no son sólo copistas o
compiladores, sino también verdaderos autores. Los Evangelios no son
mosaicos reunidos al azar, puesto que los evangelistas, si bien han
recogido una predicación apostólica preexistente, no lo han hecho
humanamente a ciegas, sino que su propia personalidad y su intención
religiosa, guiada y sostenida por la inspiración del Espíritu Santo, ha
presidido la composición de sus escritos.
(d) No puede admitirse en modo alguno que la primera comunidad
cristiana fuese anónima, ni creadora. Ya desde su origen aparece como
jerárquicamente estructurada, con ejercicio y control autoritativo por
parte de los «testigos», los Apóstoles (v.). No se puede hacer
responsables del Evangelio a las comunidades helenistas de Siria y Asia
Menor, por el hecho de que esté escrito en griego; entre otras cosas
porque ya en la comunidad madre de Jerusalén existía la duplicidad de
lenguas: arameo y griego. Por eso mismo son muy problemáticas las
afirmaciones de que los paradigmas se deban a una doctrina palestinense
sobre Cristo y las novelas a una doctrina helenística sobre el Kyrios.
Tampoco se puede hacer a S. Pablo el responsable, porque sencillamente él
no crea la tradición, sino que depende y se introduce en la corriente que
viene antes de convertirse él. Dígase además que no es lo mismo «crear»
que «formar». Los primeros cristianos han contribuido a dar forma
literaria al dato o acontecimiento transmitido, pero no lo han creado; en
este sentido y sólo en este sentido podemos admitir que no es Jesús el
autor de los Evangelios, sino la Iglesia cristiana.
(e) Puede decirse que el influjo de la comunidad cristiana en los
Evangelios no consiste sólo en la «formulación», sino también en la
conservación y selección del material evangélico. Es verdad, en este
sentido, que los Evangelios pueden reflejar de algún modo las tendencias y
necesidades de la primera Iglesia. La situación vital, Sitz im Leben, de
la primitiva comunidad pudo influir en la selección de los datos
tradicionales útiles para su predicación, enseñanza, oración, liturgia, A.
T., polémica, culto, disciplina, cte.; en estas situaciones de la vida
cristiana el dato tradicional adquirió forma literaria. Pero no debe
olvidarse la acción del Espíritu Santo que garantiza que la Iglesia no
pierda ningún dato o elemento de la revelación hecha por Jesucristo.
Incluso a nivel humano es claro que la correspondencia entre las perícopas
evangélicas y las necesidades propias de la comunidad cristiana no suponen
de ninguna manera una relación de causa a efecto y que la Sitz im Leben de
la primera comunidad es una realidad múltiple que no se puede reducir a un
esquematismo superficial.
(f) Los Evangelios no son unas biografías de Jesús escritas con una
preocupación documentarista de tipo profano, sino escritos que nacen de
una actitud de fe que se refleja en ellos. Los autores de la historia de
las formas tienen razón al decirlo y al denunciar los falsos problemas en
que han caído algunos investigadores del s. XIX por no tener eso presente.
Sin embargo, deben corregirse las afirmaciones que hacen a partir de ahí.
Es verdad que los Evangelios no son biografías de Jesús, pues su interés
no es profano, sino religioso, aunque contienen elementos biográficos;
también es cierto que los Evangelios no pertenecen al género literario
«historia» tal como se entiende actualmente, pero son libros históricos;
los Evangelios anuncian un hecho real, auténticamente ocurrido: la vida,
pasión, muerte y resurrección de Jesús. En la forma de presentar los
cuadros cronológicos y geográficos siguen criterios redaccionales
distintos de los modernos, pero la inserción en el espacio y en el tiempo
de las cosas que narran no es un fruto literario creado por los
evangelistas. Los Evangelios llevan el sello de una civilización y de una
época que exigía la verdad histórica, aunque no con los mismos métodos que
ahora; no pertenecen a la literatura clásica, ni a la académica; son el
eco de una tradición oral, pero eso no quiere decir que no estén fundados
en una sólida instrucción. Además, hoy está ampliamente comprobado por la
crítica cómo la tradición de aquel medio ambiente era tenacísima y
autoritativa, y seguía unos determinados métodos didácticos; y por otra
parte, los cristianos estaban- sumamente interesados en poseer «las
palabras de Jesús». No hay datos para suponer impostura en los
predicadores y credulidad en los oyentes, sino todo lo contrario, para
afirmar su veracidad. El que los Evangelios sean en parte una colección de
unidades; el que a veces interese más la materia transmitida que el lugar
o el tiempo, sólo autoriza a concluir que los evangelistas no se han visto
obligados por la tradición a observar escrupulosamente toda la cronología.
Sin embargo, hay circunstancias ligadas entre sí ya por la misma
tradición, lo cual indica una referencia a la realidad histórica. Además
hay una cronología general, una evolución en el desarrollo de la vida de
Jesús y de su predicación que también viene impuesta por la tradición y
que es un índice de historicidad.
(g) Estos autores hacen un tránsito ilegítimo de la forma literaria
al contenido, siendo dos cosas distintas. La historicidad de una narración
no depende tanto de la forma literaria cuanto de la cualidad de los
testimonios y de la naturaleza de la tradición. Suponen erróneamente que
la génesis y desarrollo de la tradición sobre jesús tiene las mismas
características religiosas que otras tradiciones populares judías y
helenísticas. No tienen en cuenta la originalidad del cristianismo, y por
eso intentan resolverlo todo con comparaciones helenísticas y judías.
Analogía no es genealogía. Además, la trascendencia de los Evangelios no
está en la técnica literaria empleada, sino en el mensaje que nos
transmiten.
(h) Introducen ilegítimamente presupuestos filosóficos que no se
deducen de los hechos que son objeto de investigación, y que son
consecuencia de su racionalismo (v.). Para ellos no es posible que Jesús
haya dicho y hecho realmente lo que los documentos le atribuyen, porque lo
sobrenatural en la historia es imposible. Pero Dios es trascendente no
porque sea ajeno al mundo, sino porque es su creador: puede, por tanto,
intervenir en él cuando quiera y como quiera. Negarlo, intentar explicar
todo lo sobrenatural como proyección de una fe (de un sentimiento
religioso, habría que decir) que crea su objeto, es poner de manifiesto un
error radical en la comprensión de Dios, de la realidad y del hombre. Los
mismos hechos, el mismo análisis fenomenológico de la religión lleva ya
por lo demás a poner de manifiesto que es falso que toda fe religiosa cree
su objeto y sus pruebas. Para una crítica del concepto de mito que
manejan, v. MITO 1, 4.
(i) La evolución creadora que ellos atribuyen a la primera comunidad
cristiana no está deducida de los datos. Éstos dan un índice de evolución
entre los diversos estadios de la tradición, pero no tienen el signo de
ser creados, sino de ser elaboraciones o profundizaciones del dato. Además
el periodo de evolución es tan breve (menos de 30 años) y tiene lugar en
circunstancias tan especiales (presencia de testigos, control de la
Jerarquía, interés por lo histórico, fidelidad a las fuentes, cte.) que no
hay oportunidades para la creación. Los documentos evangélicos presuponen
pocos intermediarios que alcanzan al Jesús de la historia.
(j) Finalmente, al partir del prejuicio de negar la Revelación y lo
sobrenatural, los fautores de la H. F. no tienen en cuenta para nada el
hecho de la inspiración divina de los escritores sagrados (V. BIBLIA III)
y la veracidad bíblica que es su consecuencia inmediata (V. BIBLIA V).
Conclusión. El método de la H. F. es una sistematización de datos
anteriores. Ha hecho conocer mejor algún aspecto redaccional de los
Evangelios y ha puesto en evidencia el importante papel que la Iglesia
tiene en el origen, formación y conservación de los mismos; esto son cosas
positivas y así hay que reconocerlo. Pero al mismo tiempo contiene una
gran acumulación de conjeturas y conclusiones forzadas sobre el origen,
antigüedad, tipo, finalidad, Sitz im Leben, historicidad, etc., de cada
unidad evangélica. El método como instrumento de investigación literaria
puede ser bueno si se usa adecuadamente; pero el agnosticismo de R.
Bultmann excede lo que podría haber sido legítimo en el método en cuanto
tal, es decir, depurado de toda la carga que tiene en su obra y en la de
sus compañeros y discípulos. Por eso, como decía la Pontífica Comisión
Bíblica en 1964, le es lícito al exegeta examinar los elementos positivos
ofrecidos por el método de la historia de las formas, pero «lo hará, sin
embargo, con cautela, pues con frecuencia el mencionado método está
implicado por principios filosóficos y teológicos inadmisibles, que vician
muchas veces tanto el método mismo como sus conclusiones». Y, para ello,
como subraya a continuación la misma Comisión, no olvidar que tanto los
Apóstoles en su predicación, como los primeros cristianos en su catequesis
y los evangelistas al poner por escrito los hechos y dichos de Jesús,
fueron fieles a la verdad histórica.
V. t.: BIBLIA IV, 3; EVANGELIOS; INTERPRETACIÓN 11; ExilGESIS; y,
por lo que se refiere al programa teológico con el que Bultmann prolonga
su exégesis, v. DESMITOLOGIZACIÓN.
BIBL.: PONTIFICIA COMISIÓN
BÍBLICA, Instrucción Sancta Mater Ecclesia sobre la veracidad histórica de
los Evangelios, AAS 56 (1964) 712-718 (trad. española en «Ecclesia» de 30
mayo 1964, p. 9-12); CONO. VATICANO II, Const. Dei Verbum sobre la divina
Revelación, AAS 58 (1966) 817-830; J. J. WEBEB, Orientaciones actuales de
los estudios exegéticos sobre la vida de Cristo, «Apostolado sacerdotal»
mar.-abr. 1963, 16-23; A. DE LA FUENTE ADÁNEZ, Documento alentador para
los estudios de la Biblia, «Ecclesia» 15 ag. 1964, 16-23; L. VAGAGGINI, F.
SPADAFORA, Formas (Historia de las), en Diccionario Bíblico, dir. F.
SPADAFORA, 2 ed. Barcelona 1968, 228-230; M. DE TUYA, J. SALGUERO,
Introducción a la Biblia, II, Madrid 1967, 150 gs. y 272 ss.; F. M. BRAUN,
Formgeschichte (École de la), en DB (Suppl.) 3,312-317; P. BENOIT,
Réflexions sur la «Formgeschichtliche Méthode», «Rev. Biblique» 53 (1946)
481-512 (importante); J. CAMBIER, Historicité des Évangiles synoptiques et
Formgeschichte, en La formation des Evangiles, Lovaina 1957, 195-212; L.
CERFAUx, Recueil..., t. I, Gembloux 1954, 353-387; F. M. COOL,
Methodologia Exegeseos Synopticorum, Roma 1957 (con amplia bibl.); E.
FLORIT, 11 metodo della «Storia delle forme» in rapporto alla dottrina
cattolica, «Biblica» 14 (1933) 212-248; J. HEUSCHEN, La formation des
Évangiles, Lovaina 1957 (con bibl., p. 11-12); A. RoBERT, A. FEUILLET,
Introducción a la Biblia, 2 ed. Barcelona 1970 (para el A. T., t. I,
311-316; para el N. T., t. II, 283-303); R. SCHNACKENBURG, Zur
formgeschichtlichen Methode in der Evangelienforschung, «Zeitschrift für
Katholische Theologie» 85 (1963) 16-32; ID, Formgeschichtliche Methode, en
LTK 4,211-213.
E. PASCUAL CALVO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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