Historia del problema El problema de la posibilidad de que la F. sea a la
vez auténticamente racional y cristiana, implica el conocimiento
(histórico) del hecho de que ha existido un pensamiento cristiano, y un
juicio (doctrinal) sobre sus características científicas. Este juicio
doctrinal es necesariamente negativo si parte de urja noción incorrecta de
cristianismo (v.), es decir, si se le confunde con un ciego impulso
irracional (como pretende el fideísmo; v.), o bien con un momento
transitorio de la evolución de la razón (como sostiene el racionalismo;
v.). En efecto, las primeras objeciones contra el concepto de F. cristiana
han sido movidas en la época moderna por racionalistas y fideístas. El
racionalismo, iniciado con la Ilustración (v.), determina en gran parte la
posición de Kant (v.), que sostiene que la razón universal debe
considerarse principio soberano de la fe cristiana, y así el cristianismo
quedaría absorbido plenamente por la Filosofía. Hegel (v.) lleva estas
ideas a sus últimas consecuencias: la fe constituye un nivel inferior del
desarrollo del espíritu, y los misterios del cristianismo son simplemente
unas formulaciones imperfectas de los conceptos que llevan al absoluto
saber del Absoluto, es decir, a la autoconciencia humana. Análogamente,
Schleiermacher (v.) considera la fe cristiana como sentimiento de
dependencia que se coloca por debajo de la conciencia racional, que es la
Filosofía. Con estas premisas, Feuerbach (v.) afronta directamente el tema
de la F. cristiana llegando a afirmar que es inconcebible, como es
inconcebible una ciencia cristiana, ya que toda especulación religiosa es
un mito engañador (efr. Der christliclie Glaube, 1,1,4). Este rechazo
total de la idea de F. cristiana sigue siendo también hoy día un prejuicio
típico del racionalismo filosófico: incluso Martin Heidegger (v.), que
como Kant y Hegel se considera cristiano, opina que la idea de F.
cristiana es contradictoria como la idea de un hierro de madera (cfr.
Einführung in die Metaphysik, Tubinga 1953, 6).
La corriente fideísta tiene, en este aspecto, su máximo
representante en Kierkegaard (v.). Oponiéndose al racionalismo de la
teología protestante de su época y a la filosofía de Hegel, Kierkegaard
afirma que el cristianismo no admite ninguna premisa racional, ninguna
base de razón humana, porque la fe es siempre para la razón un escándalo:
filosofía y fe son necesariamente contrarias.
Tanto el racionalismo como el fideísmo de los grandes filósofos
modernos y contemporáneos que hemos citado -todos protestantes o incluso
ateos- tienen repercusión en campo católico. La corriente racionalista
tiene manifestaciones claramente heterodoxas con G. Hermes (v.), A.
Günther (v.) y Iacob Frohschammer; la corriente fideísta aparece como
tradicionalismo (v.) en Lamennais (v.), De Bonald (v.), Bautain (v.) y
Bonnetty (v. t. FIDEISMO Y TRADICIONALISMO). Quien afronta directamente el
tema de la filosofía cristiana desde esa posición fideísta es Gioachino
Ventura di Raulica (La philosophie chrétienne, París 1861), quien afirma
que la F. debe hacer de la fe cristiana su propia base. rechazando
cualquier idea de autonomía: la F. autónoma se perdería necesariamente en
una búsqueda vana y frívola de una verdad inalcanzable para la razón
humana.
Justamente con ocasión de las desviaciones doctrinales del
racionalismo y del fideísmo católicos, el Magisterio de la Iglesia
interviene por primera vez en la discusión sobre la F. cristiana, hacia
finales del siglo pasado. Resumiendo la doctrina de los papas Gregorio XVI
y Pío IX (que habían condenado las ideas de Lamennais, Hermes, Bautain,
Bonnetty, Günther y Frohschammer), y las enseñanzas dogmáticas solemnes
del Concilio Vaticano I (const. Dei Filius, IV), el papa León XIII
promulga el 4 ag. 1879 la enc. Aeterni Patris, en la que muestra cómo la
verdad filosófica es preparación, ayuda y defensa de la fe revelada, a la
que se subordina por lo que se refiere al misterio (v.) sobrenatural. Al
mismo tiempo el Papa reconoce que la F. tiene su ámbito propio de
autonomía y su objeto específico, diverso.del objeto de la fe y de la
Teología. Este, sin embargo, necesita de la Filosofía: la Iglesia, por
tanto, tiene interés en garantizar la autonomía de la F. en su propio
ámbito, como demuestra la historia de la Teología católica en la época
patrística (v.) y escolástica (v.). Los grandes Doctores (v.) de la
Iglesia, y sobre todo S. Tomás de Aquino (v.), supieron unir de modo
ejemplar la Teología a la F., con sumo provecho para ambas ciencias. Así,
afirma León XIII, «los que unen el cultivo de la Filosofía con el respeto
de la fe cristiana, se encuentran en las mejores condiciones para
filosofar».
Apoyándose en la autoridad doctrinal de la Aeterni Patris, los
autores católicos de finales del s. XIX utilizan ya corrientemente la
expresión «Filosofía cristiana», tanto en sentido histórico como én el
sentido teorético de una F. que procede a la luz de la fe cristiana. Así
se expresan, p. ej., el cardenal Ceferino González (183195; v.) en su
Historia de la Filosofía (1878) y Albert Stóckl en su Geschichte der
christlichen Philosophie zur Zeit der Kirchenvüter (1891).
El primer autor que intenta profundizar en el contenido especulativo
del problema es M. Blondel (v.), que en los años 1894-96 escribe en la «Revue
de Métaphysique et de Morale» y en los «Annales de Philosophie Chrétienne»
de París unos artículos en los que llega a las mismas conclusiones a las
que había llegado por otro camino Feuerbach: es decir, que el concepto de
F. cristiana es contradictorio. No tiene sentido, según Blondel, hablar de
F. cristiana, como no tiene sentido hablar de «física cristiana»:
investigación racional y- fe se encuentran en dos campos absolutamente
diversos y ajenos uno a otro: la fe religiosa no puede añadir nada a la
eficacia de la investigación racional. Pero es preciso observar que
Biendel, paradójicamente, niega la validez de una noción de F. cristiana
(como influjo de la Revelación cristiana en la Filosofía como tal), para
sostener en cambio la noción de «Filosofía católica», es decir, la
transformación total de la Filosofía en la fe católica (posición
claramente cercana al fideísmo); en resumen, la F., para Blondel, es y
debe permanecer autónoma, radicalmente crítica, libre de la fe tanto en
sus principios como en su desarrollo: sólo así podrá cumplir su tarea, que
consiste en hacer descubrir la necesidad de la fe católica en la
estructura metafísica de la voluntad y de la acción. Este planteamiento
-a- la vez racionalista y fideísta- de Blondel ha sidó aceptado totalmente
o en parte por otros autores de la misma corriente: Taymans d'Eypernon,
Balthasar, Chevalier, Valensin, Lavelle (v.), Bouillard, De Lubac (v.),
Archambault y Nédoncelle. Posiciones aún más extremas aparecen a comienzos
de siglo con autores católicos que incurren en los errores del modernismo
(v.), como Alfred Loisy (v.).
El debate sobre la F. cristiana volvió a encenderse en los años de
1920, con ocasión de los estudios de F. medieval de Étienne Gilson (v.),
que llegó a la conclusión de que en la especulación patrística y
escolástica existe un conjunto orgánico de nociones filosóficas originales
(respecto a la f. griega), de las que se sirvió Descartes y toda la F.
moderna. Pierre Mandonnet y otros autores católicos (Théry, de Tonquedec,
Chenu) criticaron estas conclusiones; el historiador belga Maurice de Wulf
(1867-1947) sostuvo que la F. escolástica no depende en absoluto de la
Revelación cristiana, como había dicho Gilson, sino que es una ciencia
completamente autónoma (Histoire de la Philosophie Médiévale, Lovaina
1900); el historiador francés Émile Bréhier (1876-1952) quiso demostrar
incluso que no existe en los siglos cristianos ninguna F. original, sino
sólo rastros de la f. griega (cfr. Histoire de la Philosophie, 1,2, París
1927): de ahí un apasionado debate filosófico que duró hasta finales de
los años treinta y se extendió a todos los ambientes culturales europeos.
En 1931, la Société Francaise de Philosophie organizó en la Sorbona
una discusión sobre el tema de la F. cristiana, en la que intervienen
Gilson, Bréhier, otros filósofos católicos (Maritain; v.) y varios
filósofos de tendencia racionalista (Brunschvicg); también Blondel envió
un escrito en el que se resumía su conocida posición. De la discusión
resultaron dos orientaciones contrapuestas: de una parte Gilson (apoyado
por Maritain) sostuvo la existencia histórica y la posibilidad teorética
de la F. cristiana; de otra parte Bréhier, Blondel y Brunschvicg
sostuvieron, con diferentes argumentaciones, la completa autonomía de la
F. y la inexistencia de una auténtica F. en la patrística y en la
escolástica. Después del debate, tanto Gilson como Maritain y Blondel
exponen con mayores detalles y argumentaciones sus respectivas posiciones:
Gilson en su conocida obra L'Esprit de la Philosophie Médiévale (París
1931), Blondel en Le probléme de la Philosophie Catholique (París 1932),
Maritain en De la Philosophie Chrétienne (París 1933). En los mismos años
se publican otras obras que se adhieren a la tesis defendida por Gilson y
Maritain: el Essai sur les rapports entre la pensée grecque et la pensée
chrétienne (París 1931) de Régis Jolivet, Die Stándeordnung des Alls
(Munich 1930) de Ludwig Andrian, L'Ldéal religieux des Grecs et I'Évangile
(París 1932) de André-Marie-Jean Festugiére, etc.
En 1933 se celebra otra reunión filosófica sobre el tema de la F.
cristiana; esta vez sólo entre católicos, por iniciativa de la Société
Thomiste. Participan en la reunión, además de Gilson y otros autores ya
mencionados (Jolivet, Festugiére, etc.), también filósofos de las
Universidades católicas de Lovaina y Milán, que siguen la orientación
cuasi-racionalista de Maurice de Wulf: Fernand van Steenberghen y Amato
Masnovo. Los dos sostienen el carácter meramente científico de la F. y la
inexistencia de una F. de índole cristiana incluso en la Edad Media: si
hubo unión estrecha entre Filosofía y Teología, fue, según ellos, con
desventaja para la F., que quedó reducida a misticismo. La posición de
Gilson es apoyada, en cambio, por algunos teólogos que participan en la
reunión (Chenu, v., y Motte).
Después de 1933, los diversos autores que intervienen en la
discusión del problema no aportan argumentaciones sustancialmente nuevas:
de acuerdo con Gilson se manifiesta Réginald Garrigou-Lagrange (v.), Bruno
de Solages, A. D. Sertillanges, Henri Gouhier, Albert Lang, llltyd
Trethowan, Aimé Forest, Alois Dempf (v.), y los autores que se suelen
designar con el título de «espiritualistas cristianos» (Michele Federico
Sciacca, Adolfo Muñoz Alonso, etc.). Contrarios son, en , cambio, muchos
neo-escolásticos de tendencia racionalista, como Gallus Manser, Georges
van Riet, Carlo Giacon, además de Masnovo y van Steenberghen, ya
mencionados; incierta, sobre este punto, la posición de Cornelio Fabro.
Nuevas aportaciones a la clarificación del tema de la F. cristiana
son, más recientemente, las de Claude Tresmontant, que publica varias
obras sobre la originalidad de la metafísica judeo-cristiana (cfr. sobre
todo, La métaphysique du Christianisme et la naissance de da Philosophie
Chrétienne, París 1961), y las de Teodoricco Moretti Costanzi, que
sostiene el carácter sapiencia) de l F. y su estrecha vinculación con la
experiencia estética y sobre todo con la fe (cfr. La f ilosof la pura,
Bolonia 1959; Lora della f ilosof ia, Bolonia 1968).
Líneas de una solución doctrinal. El estudio de las diversas
intervenciones en el debate en torno a la F. cristiana permite sacar
algunas conclusiones metodológicas para la solución del problema,
juntamente con algunas hipótesis doctrinales.
Cabe afirmar, en primer término, que el tema de la F. cristiana
tiene sentido sólo si se parte de una fenomenología histórica: sólo en la
historia, en efecto, tenemos experiencia y noción del hecho cristiano, es
decir, de la Revelación iniciada por los Profetas y llevada a su
cumplimiento por Cristo, como elemento esencial de la Historia de la
Salvación (V. REVELACióN n-ttt). Es en la historia, por tanto, donde la
noción abstracta de F. adquiere una dimensión concreta y queda afectada
por el influjo de la Revelación. Por consiguiente, la línea lógica del
problema de la F. cristiana parte del dato kistórico -la existencia de una
especulación racional, técnicamente válida y al mismo tiempo inspirada por
el dogma cristiano-, y del dato histórico pasa a la consideración
especulativa de las condiciones de posibilidad del fenómeno observado.
El dato histórico puede sintetizarse de la siguiente manera: desde
la antigüedad cristiana y hasta nuestros días existe una verdadera
Filosofía, que se ha desarrollado en el ámbito de la fe cristiana, unida a
la Teología, pero formalmente distinta de ésta. La Teología (v.), en
efecto, ha nacido como esfuerzo racional por comprender en cierta medida
el dato revelado, aceptado como tal por la fe; la F. cristiana, en cambio,
ha nacido como conciencia crítica de la totalidad de la experiencia,
sirviéndose de los instrumentos de la razón natural (comunes a toda F.),
pero teniendo en cuenta el dato revelado, es decir, la experiencia de fe.
Así, mientras la Teología parte de la fe para concluir con la fe, la F.
cristiana parte de evidencias naturales para concluir con evidencias
naturales, procediendo a la luz de la fe.
¿Cuáles son, entonces, las condiciones de posibilidad del hecho
histórico de la F. cristiana antigua, medieval y moderna? Podemos
sintetizarlas así: 1) por parte del sujeto, que el cristiano, al
filosofar, proceda con la convicción de que la razón natural se encuentra
en las mejores condiciones de ejercicio posibles cuando es ayudada por la
fe sobrenatural (es decir, cuando se desarrolla en el ámbito de la
Sabiduría, y no sólo de la ciencia, y mantiene un íntimo contacto con la
Teología, que ocupa el primer puesto entre los saberes sapienciales); 2)
por parte del objeto, que el contenido de la F. sea formalmente racional
(es decir, fundado en la evidencia racional y en rigurosas relaciones
lógicas) y realmente universal (es decir, capaz de referirse a la
totalidad de la experiencia humana integral, sin excluir ninguna dimensión
del ser y ninguna condición de conciencia, tampoco la fe sobrenatural).
La aceptación de estas condiciones de posibilidad que acabamos de
presentar requiere, a su vez, el conocimiento de determinadas verdades
teológicas y filosóficas que es necesario exponer claramente.
a) La noción de Revelación. Según la doctrina católica, la
Revelación sobrenatural (v.) consiste en la manifestación, por parte de
Dios, de verdades y acontecimientos que se refieren a lo que es más propio
de la divinidad (Trinidad, economía de la salvación, etc.). Estas verdades
están dotadas de inteligibilidad, y, por tanto, existe un contenido
especulativo de la Revelación; pero son también superiores a la capacidad
de comprensión de la razón natural, y se llaman, por tanto, misterios (v.)
y pueden aceptarse sólo por fe (v.) en la autoridad de Dios revelante. La
inteligibilidad de la Revelación implica por parte del hombre una
respuesta racional (con la consiguiente exclusión de todo fideísmo), que
no consiste, sin embargo, en el asentimiento necesario a una evidencia
natural, sino en el libre asentimiento a la Palabra de Dios (con lo que
queda excluido todo racionalismo). Con esta respuesta racional, basada en
la fe, nace la Teología como ciencia especulativa (ejercicio teológico de
la razón del cristiano), y se hace posible el ejercicio también de la
razón en el campo de la investigación (autónoma) de las realidades y
evidencias naturales, es decir, la Filosofía.
b) Las relaciones entre Teología y Filosofía. La Teología católica
tradicional considera la F. como ciencia autónoma, ya que pertenece al
campo de las realidades temporales (o de la naturaleza considerada como
tal, prescindiendo de lo sobrenatural), y estas realidades temporales no
quedan suprimidas sino más bien elevadas y perfeccionadas en su ser propio
por la Revelación y la gracia de la participación en la vida divina. La
Teología, pues, no pretende sustituir a la F., las certezas de fe se
refieren a lo que tiene relación directa con la salvación, y por lo que se
refiere a todo lo demás queda como única certeza válida la que pueda
alcanzar el saber humano, en el nivel correspondiente a cada aspecto
formal de la realidad. La F., sin embargo, no es considerada por la
Teología católica como un saber humano cualquiera, sino como un saber de
totalidad, con características sapienciales, por lo que tiene relaciones
objetivas e intrínsecas con el contenido especulativo de la' Revelación y
con la experiencia de fe. Por consiguiente, la F., al mismo tiempo que
conserva su especificidad formal (ya que procede únicamente por la fuerza
de la evidencia y de la argumentación), puede asumir como guía el dato
revelado: en este caso, resulta que se encuentra en las condiciones
ideales para llegar a la conciencia de sus propios límites, tanto por lo
que se refiere al campo de experiencia directamente alcanzable, como por
lo que se refiere al grado de certeza (dogmaticidad) posible.
c) El concepto de Filosofía. La F. ha podido ser históricamente
cristiana, y puede serlo también de iure, porque no es una ciencia en el
sentido de las ciencias positivas, sino más bien sabiduría (v.),
conciencia por la cual el hombre afronta teorética y éticamente sus
problemas existenciales (v. I). La F., por otra parte, no es de por sí un
saber de salvación: ciertamente plantea el problema de la salvación del
hombre (su destino eterno, los medios para realizar el bien, etc.), pero
este problema tiene su solución definitiva en elementos que trascienden el
ámbito específico de las evidencias naturales. La F. tiene conciencia de
la necesidad de su tarea específica ajena tanto del dogmatismo temporal
como del escepticismo), pero también es consciente de sus límites y al
descubrirlos alcanza la perfección de su coherencia crítica. De ahí que
las relaciones entre Filosofía y fe puedan ser no sólo extrínsecas y
negativas (como cuando se admite que las conclusiones filosóficas
contrarias al dato revelado son necesariamente erróneas), sino también
intrínsecas y positivas, salvo la recíproca distinción de órdenes.
V. t.: RAZÓN II (Razón y fe); REVELACIÓN IV (Ciencia y Revelación);
TEOLOGÍA; TEOLOGÍA DOGMÁTICA.
BIBL.: Historia del problema: B.
BAUDOUX, Quaestio de philosophia christiana, «Antonianum» XI (1936)
489-552; 1. IRIARTE, La controversia sobre la noción de filosofía
cristiana, «Pensamiento» 111 (1945) 7-29 y 275-298; L. BOGLIOLo, El
problema de la filosofía cristiana, Barcelona 1961; A. D. SERTILLANGES, El
cristianismo y las filosofías, Madrid 1966; A. Livl, Il cristianesirno
nella filosofía, L'Aquila 1969; ÍD, É. Gilson: Filosofía cristiana e idea
del límite crítico, Pamplona 1970; ÍD, 11 problema della filosofía
cristiana, Bolonia 1971.-Estudios doctrinales (además de los citados en el
texto): É. GILSON, El filósofo y la Teología, Madrid 1962; ÍD, Elementos
de Filosofía cristiana, Madrid 1970; A. DEMPE, Filosofía cristiana, Madrid
1956; D. VON HILDEBRAND, Ética cristiana, Barcelona 1961; M. NEDONCELLE,
(Existe una filosofía cristiana?, Andorra 1958; C. TRESNIONTANT, Les idées
maitresses de la Métaphysique chrétienne, París 1962; ÍD, Orígenes de la
filosofía cristiana, Andorra 1963; P. ToINET, Existence chrétienne et
philosophie, París 1965.
ANTONIO LIVI.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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