1. El concepto de Filosofía. La esencia de una cosa viene expresada en su
definición (v.). La definición puede darse, en principio, sobre la cosa
misma o sobre el concepto que la nombra; de aquí el doble modo de definir:
nominal, si desentraña un concepto, y real si versa sobre el objeto. La
definición de la F. es el primer tema, y, a su vez, el problema primero,
del saber filosófico. Tema, porque es propio y exclusivo de la F.
definirse a sí misma; dado su carácter de último, el saber filosófico no
puede esperar a que su concepto venga dado por ninguna otra ciencia. Hasta
tal punto se da la necesidad de que sea la F. la que se defina a sí misma
que en este aspecto estriba una diferencia entre ella y cualquier otro
género de saber; con razón ha subrayado Pieper, en la primera página de
Was heisst philosophie? (o. c. en bibl.) que cuando el físico se pregunta,
p. ej., por la esencia de su ciencia, en ese momento deja de hacer Física,
cosa que no acontece al filósofo cuando se pregunta por la Filosofía.
Este primer tema filosófico, cuya primacía se advierte en la
necesidad de saber el rumbo de la F. a priori de la primera navegación
filosófica, se ofrece simultáneamente como primer problema filosófico.
Porque tras varios tanteos, la F. se define como un saber inefable que se
escapa de las mallas de cualquier definición que trate de aprehender su
contenido. El escándalo inicial del filósofo es la llamada «aporía
definitoria» sin cuya solución parece que no hay puerta de entrada en la
Filosofía. Le acontece lo que a la Metafísica (v.) en el momento de
definir su objeto; pues tanto la F. como el ser (v.), escapan del
artificio lógico de la definición. Esta primera piedra de escándalo de la
F. es sumamente sugestiva si, lejos de perder la esperanza en una
definición de la F., abandonamos el camino de la definición esencial, por
género y diferencia, para poner a la F. en relación con su meta ideal -la
sabiduría (v.)-, pues la tensión a la sabiduría da la clave para entender
el filosofar.
Aunque por la definición se obtenga una idea previa de la F.,
todavía queda intacto el problema de la vivencia del filosofar. Sólo tras
haber filosofado se torna posible la vivencia personal del saber
filosófico. Por esto puede decirse que sólo se aprende F. después de haber
filosofado, aunque sólo se pueda filosofar poniéndose a estudiar
Filosofía.
He subrayado la doble modalidad -nominal y realde toda definición, y
en concreto de la F. La definición nominal, que atiende al nombre puede
llevarse a cabo por dos caminos: el etimológico y el sinonímico. El
primero consiste en un análisis de la palabra; el segundo en mostrar las
relaciones de la misma con otros vocablos afines. Estas dos perspectivas
componen la temática de la definición nominal que con el problema de la
definición real, que apunta a la cosa misma, constituyen la cuestión sobre
el concepto o esencia -quaestio quid sit- de la Filosofía.
La «F. de la F.» pertenece esencialmente a la Metafísica (v.), pues,
como señala S. M. Ramírez -en la introducción a El concepto de Filosofía
(o. c. en bibl.)-, la especulación que implica una reflexión máxima debe
pertenecer a la ciencia suprema. Pero la especulación sobre la F., en
abstracto, supone una reflexión máxima y la metafísica es la ciencia
suprema humana. Luego la F. de la F. es una cuestión metafísica. Aquí
trataremos de aprehender su concepto como método para toda posible
introducción a la Filosofía.
2. Definición nominal de la Filosofía. La etimología de la palabra
F., procedente de la philosophia latina, se remonta a Grecia (v. GRECIA XI)
donde el nombre de esta ciencia se forma a base de una palabra de rancio
abolengo (solía, sabiduría) junto a un vocablo que significa amor o
tensión (filos). La palabra que como meta ideal interviene en la
constitución de la F. es la sabiduría, reservada en principio para el
mundo de los dioses; los sabios eran los iniciados en los misterios
divinos y humanos y los siete sabios de la fama, representaban algo ya
consagrado por la historia. Al paso del tiempo, la palabra sabio viene a
designar el hombre que es artista o diestro en alguna especialidad. Parece
que en otro tiempo -según nos cuenta Diógenes Laercio- la F. se llamaba
sabiduría y sabios los que la profesaban. Si esto es verdad, como la
anécdota de la invención de la palabra F. que nos transmite el propio
Diógenes, el nombre nació con ocasión de haberse advertido que la
sabiduría es patrimonio de Dios; al apreciar que ningún hombre es sabio, y
que sólo lo es Dios, Pitágoras (v.) se anticipó en mucho tiempo a la
modestia socrática.
En la Vitae philosophorum (lib. 8, cap. I, n° 8) cuenta su autor la
escena en que Pitágoras se impone a sí mismo el- nombre de filósofo.
Cicerón recoge esta tradición, en sus Tusculanas (lib. V, cap. 3, n° 7-9),
donde leemos que el nombre de sabios se dio a los filósofos hasta los
tiempos de Pitágoras, del cual escribe Heráclides Póntico, discípulo de
Platón, que vino a Fliunte y que disputó allí con Leontes, príncipe de los
Fliaseos. Y habiéndose admirado Leontes del ingenio de Pitágoras, le
preguntó qué arte profesaba; respondió Pitágoras que no sabía ciencia
alguna, sino que era filósofo. Admirado Leontes por la novedad del nombre,
le preguntó quiénes eran los filósofos y en qué se distinguían de los
demás hombres. Respondió Pitágoras que la vida humana se parece a un
mercado de los que se celebran en la temporada de los juegos olímpicos; y
así como en los juegos algunos buscan con los ejercicios corporales la
gloria y la fama, y otros buscan el lucro que se adquiere con las compras
y las ventas, hay, finalmente, otro linaje de hombres, el más noble y
generoso, que no busca el aplauso ni el lucro, sino que viene a ver lo que
se hace... de la misma manera, los que venimos a esta vida descendiendo de
una naturaleza superior, unos sirven a la gloria, otros al dinero y otros,
éstos son los filósofos, vienen por el placer de la contemplación (v.
ADMIRACIU).
De aquí el valor de la teoría como contemplación, dentro de los
intereses culturales del mundo griego; así el filósofo asume el papel de
espectador de la realidad. Sea o no Pitágoras el inventor del término
filósofo, que aparece también en un fragmento de Heráclito, el verbo
filosofar se encuentra en Heródoto (Historia, 1,30), quien nos transmite
unas palabras de Craso dirigidas a Solón: «Han llegado muchas noticias
tuyas hasta nosotros, tanto de tu sabiduría como de tus viajes, y de que,
filosofando, has recorrido muchos países».
La verdadera confirmación del término F. parece realizarse en el
círculo socrático. La F. será ya para siempre amor a la sabiduría, tensión
al saber o sabiduría específicamente humanos, superior a la ignorancia e
inferior a la ciencia divina. También es en el círculo socrático, y por
obra de Platón (v.), donde asistimos a la más profunda exégesis del
término F. y del sentido del filósofo. Igual que está Eros, el dáimon del
amor, entre la indigencia y la opulencia, está el filósofo entre la
sabiduría y la ignorancia. Según el conocido mito del Banquete que cuenta
Sócrates de labios de Diotima, la sacerdotisa de Mantinea, maestra en el
amor, el día del nacimiento de Venus celebraban los dioses un festín.
Poros, el dios de la abundancia, embriagado de néctar, salió al jardín,
donde se encontraba Penia, la pobreza; pretendiendo salir de su precaria
situación, Penia idea tener un hijo de Poros y, aprovechando la embriaguez
del dios, yace a su lado concibiendo a Eros, el amor, que por haber sido
engendrado el día del nacimiento de Venus está siempre a la caza de la
belleza. Hijo de padres contrarios, Eros no es ni pobre ni rico; pierde
cuanto gana, pero es hábil en recursos; ni sabio ni ignorante, lo suyo es
estar siempre filosofando. Eros es, según Platón, la verdadera imagen del
filósofo.
La palabra F. no tiene sinónimos en lengua castellana, por lo que se
hace imposible la definición vulgar de la misma. Sólo que ciertos giros,
derivados de distintas concepciones filosóficas, han dejado su impronta en
frases que arrojan otras tantas maneras expresivas de lo que se entiende
vulgarmente por F.; principalmente las concepciones a que aludimos son
tres:
El estoicismo (v.), de hondas raíces en España, concibe la F. como
el ideal del sabio, y el sabio estoico ha llegado a ser en la imaginación
popular la estampa viva del filósofo. La creencia de que aunque el mundo
se desplome en pedazos sus ruinas encontrarán impávido al filósofo, no es
más que el trasunto del ancestral estoicismo de nuestro pueblo.
La escolástica (v.) ha trascendido en frases donde se echa de ver la
F. como la ciencia humana suprema, reducida en ocasiones a su parte más
eminente. De aquí ciertas equivalencias, propias de nuestro idioma, entre
F. y metafísica.
El positivismo (v.), en fin, con su pretensión de descalificar la F.
como ciencia, ha dejado su huella en los sectores pragmatistas de la vida
donde la F. se entiende como una elucubración sin fundamento y montada en
el aire, y al filósofo como un sabio despistado, al que se le perdona la
vida porque nos hace reír.
3. Definición real de la Filosofía. La aporía definitoria de la F.
se centra en torno a la definición real del saber filosófico. Definición
real que se ha convertido en una auténtica cruz philosophiae ya que cada
sistema filosófico, cuando no cada pensador, presenta su propia
definición; la pugna de sistemas y pensadores en torno al objeto de su
ciencia representa la primera piedra de escándalo del filosofar. De aquí,
el peligro de un cierto escepticismo fácil a la sensibilidad humana si no
se advierte el denominador común a los extremos en lucha, denominador que
es precisamente la Filosofía.
No habría contradicción real, ni siquiera aparente, si la palabra,
sobre la que se esgrimen las distintas definiciones de la F., no fuera
justamente filosófica; la aporía de la definición real del saber
filosófico no es sino la que se deriva de la profunda estructura de la F.
que, como serpiente que se muerde la cola, al decir de Hegel, ha de
dilucidar ella su propia definición. La contradicción entre las variadas
definiciones de la F. es más aparente que real. Apariencia de
contradicción que viene posibilitada por falta de rigor o por ausencia de
totalidad en lo que se entiende por Filosofía. Se ha dicho que los
sistemas filosóficos suelen ser verdaderos en lo que afirman y falsos en
lo que niegan; algo pare,ido ocurre con las históricas definiciones de la
F.: definiciones que pecan en lo que silencian o niegan de la esencia del
filosofar, pero que apuntan, al menos parcialmente, al blanco de la F. en
lo que positivamente afirman.
En general los sistemas filosóficos en pugna, como representantes de
distintas definiciones de la F., se critican mutuamente una de estas dos
cosas o ambas a la vez: 1) falta de latitud; 2) falta de profundidad. Esto
invita a pensar que una definición de la F., ha de tener en cuenta la
profundidad y extensión del saber filosófico; rigor y latitud que en la F.
deben aparecer potenciados al máximo si la ciencia que sobre ellos se
estructura quiere realmente presentarse como ciencia suprema en el orden
del conocimiento humano.
En este sentido y teniendo en cuenta la latitud y profundidad de la
F., corre al uso una definición de ella que trata de recoger en un haz las
dos exigencias apuntadas. Es la conocida definición que dice: La F. es la
ciencia de todos los seres por sus causas últimas, obtenida por la luz
natural de la razón. Aunque ciertamente no es esta definición un modelo
del artificio lógico definitorio, pues traspasa los límites de la brevedad
que marca la lógica, sin embargo, trata de recoger el requisito de latitud
del campo filosófico -ciencia de todos los seres-, junto a la radical
profundidad exigida -conocimientos por causas últimas-. Ahora bien, por
causas últimas el conocimiento es propiamente metafísico, y, aunque es
cierto que los conocimientos que ofrecen las filosofías segundas (v. 4) se
ordenan a éste, hemos de reconocer que muchas de las filosofías segundas
investigan causas próximas, con lo que su conocimiento no sería
absolutamente filosófico según pide la citada definición.
No se puede encontrar una definición esencial -por género próximo y
diferencia específica- de la F., pues la F. es ciencia suprema que no
admite otro género científico sobre sí. Se trata de la imposibilidad de
definir la F. por su causa material y formal, de donde se toman el género
y la diferencia. -Pero esto no quiere decir que haya que abandonar toda
indagación sobre la esencia de la F., pues su causa ejemplar, la sabiduría
(v.), ofrece un nuevo camino.
Si la F. es tendencia al saber, algo intermedio entre poseerlo
plenamente y no poseerlo en absoluto, según la exégesis de Platón en el
mito de Eros, en ese saber podemos distinguir dos sentidos: 1) En un
sentido ideal, el saber es la sabiduría, la meta vislumbrada, pero jamás
alcanzada, del filosofar; la F. es tensión al saber, saber que era según
la meta griega patrimonio de los dioses, y según la Revelación cristiana
patrimonio de un solo Dios verdadero; en este sentido pudo decir S.
Agustín, al principio del lib. VII de La Ciudad de Dios, que «si sapientia
Deus est, verss philosophus est amator Dei». 2) En un sentido real, el
saber es la F. y puede definirse entonces como la participación humana en
la sabiduría ideal; participación humana que en lo que tiene de suyo es
una sabiduría in fieri, siendo más una tensión que una posesión plena y
una absoluta conquista.
La sabiduría humana es precisamente la F. y el saber filosófico como
sabiduría humana se define con carácter formal frente a las realizaciones
históricas de la Filosofía. Aristóteles sostiene esa definición formal que
constituye el punto de partida de exégesis de Tomás de Aquino cuando trata
de apresar la esencia de la Filosofía. El hombre puede aspirar a la
sabiduría y sería indigno de él no buscar la ciencia a la que aspira por
naturaleza; ni siquiera debe limitarse a los conocimientos puramente
humanos, ni reducirse, porque sea mortal, a una condición mortal, sino que
hemos de esforzarnos -invita Aristóteles- a vivir conforme a lo mejor que
existe en nosotros.
Interesa subrayar el carácter formal de la definición de la F. como
sabiduría humana, pues en ella los oficios de género y diferencia que
entran en toda definición esencial vienen desempeñados respectivamente por
la causa ejemplar de la F. y por la limitación propia de lo humanamente
escible (scibile). La sabiduría y la participación humana en ella definen
«ejemplarmente» la esencia del supremo saber del hombre.
El carácter sapiencial de la F. se advierte, a diferencia del
conocimiento propio de los demás saberes, en su esencial referencia al ser
(v.). Frente a las ciencias (v.) particulares de fenómenos, la F. mantiene
una total apertura al ser. Toda F. y toda metafísica, como F. por
antonomasia, sólo han podido descalificarse históricamente al hilo de un
escamoteo del ser; es lo que acontece en el idealismo (v.) trascendental
kantiano con la afirmación del conocimiento de los fenómenos (v.) y la
negación de conocer la realidad (v.) en sí. Por esta vía se pretendió la
condena de la metafísica; el positivismo (v.) sacó las últimas
conclusiones. Pero la F. como saber del ser surge de sus propias cenizas.
Como saber del ser, la F. es un conocimiento de todo el ser y cumple su
carácter de saber, al ser un conocimiento por causa. La etiología, como
nota del filosofar, define el sentido científico del conocimiento
etiológico del ser, en lo que estriba la F. o sabiduría humana.
4. La división de la Filosofía. Un célebre pasaje de Tomás de Aquino
en sus comentarios a la ética aristotélica da la clave para establecer la
división de la F., que junto con la definición establecida constituyen los
dos momentos de la determinación esencial de la misma. Siendo propio del
sabio el ordenar, el filósofo tiene por misión conocer el orden que, según
Tomás de Aquino, se ofrece a la razón en una cuádruple linealidad; la
existencia de ese cuádruple orden es la que hace posible la división de la
Filosofía.
A estos cuatro órdenes corresponden cuatro clases de ciencias: 1) El
orden que la razón no construye, sino que solamente considera, pertenece a
la f. natural -ad philosoplúam naturalezn- que comprende la metafísica
(v.). 2) El orden que la razón construye, al considerarlo, en sus propios
actos, pertenece a la f. racional o lógica (v.); es el orden de los
conceptos cuya indagación corresponde ad rationalem philosophiam. 3) El
orden de las acciones voluntarias pertenece a la consideración de la f.
moral o ética (v.): ad considerationem moralis philosophiae. 4)
Finalmente, el orden que la razón construye, al considerarlo, en las cosas
exteriores causadas por ella, pertenece a las artes mecánicas: ad artes
mechanicas (cfr. In I Ethicorum, lect. I, no 1-2).
Como se ve por las palabras de S. Tomás que sintéticamente hemos
trasladado aquí, la F. es real, racional, moral y cultural o f. de la
cultura, que es la expresión moderna que mejor traduce lo que S. Tomás
llama «artes mecánicas». En torno a la f. racional o lógica, y a la moral
o ética no se plantea la necesidad de una exégesis, pues ellas tienen por
objeto el que luego hemos de ver al examinar el de cada parte de la
Filosofía. La f. de la cultura, sin embargo, aunque no considerada con
este nombre por el de Aquino, parece que, según su mente, englobaría esta
parte de la F., que dados sus supuestos en las otras ramas del saber
filosófico y el estado actual de la cuestión en torno a ella, ocuparía un
lugar menor.
La f. real, empero, tiene en el texto que comentamos un sentido
distinto al actual, pues ella no es una parte concreta de la F., sino que
integra un número de disciplinas que responden a los grados de abstracción
(v.) del entendimiento humano y que son distintas entre sí, aunque están
relacionadas por referirse todas al orden real. La f. natural que estudia
el orden real es física, matemática y metafísica, según el grado de
abstracción del entendimiento, al considerar el objeto. De los tres grados
de abstracción formal, el primero estudia una realidad que no puede
existir sin materia ni ser pensada sin ella, realidad material sensible,
abstracción hecha de la materia individual. El segundo grado de
abstracción versa sobre un objeto que no puede existir sin materia, pero
puede ser pensado sin ella; es el grado matemático que estudia la cantidad
discreta o continua -aritmética y geometría- abstracción hecha de la
materia sensible. En el tercer grado de abstracción el entendimiento se
relaciona con objetos que pueden ser sin materia y pueden ser pensados sin
ella; abstracción de toda materia, el entendimiento se abre al ente en
cuanto ente, objeto de la metafísica.
Física, matemática y metafísica son las tres ciencias paralelas a
los tres grados de abstracción formal. Pero la física tomista comprende no
sólo lo que hoy con ese nombre constituye una ciencia particular (v.
FíSICA), sino la f. natural propiamente dicha que como veremos es
cosmología (v.) o psicología (v.), según estudie al ser inerte o al ente
vivo. La f. natural o real es para S. Tomás, f. de la naturaleza -como
cosmología y psicologíamatemática y metafísica, si bien en nuestro tiempo
la matemática (v.) se considera desgajada del tronco filosófico.
Entre los cuatro órdenes expuestos por Tomás de Aquino, que nos han
conducido a la división de la F., se da un orden axiológico que otorga la
primacía a la metafísica. Ello es una impronta del pensamiento
aristotélico cuya división dual de la F. se articula por dos polos que
llamaron los latinos philosopliia simpliciter y philosopIzia secundum
quid, y que responde a la diferencia y tensión fundamental entre f.
primera y f. segunda. Estas nociones no se combinan en el ámbito interno
del saber filosófico al modo de los géneros y especies de que habla la
lógica, pues ni la f. primera es un género ni las f. segundas constituyen
especies de la noción de Filosofía. Así como la especie tiene todas las
notas propias del género enriquecidas por la diferencia específica que
contrae el género añadiendo algo que no había en aquél, las f. segundas
están, más bien, en el caso contrario, pues se trata no de modos distintos
de la realización perfecta de la F., sino de distintas maneras de su
imperfecta realización. Las f. segundas no cumplen todas las notas de la
f. primera y al estar faltas de algunas de ellas encarnan deficientemente
la esencia de la sabiduría humana. La sabiduría humana es la f. primera,
F. por antonomasia, como la llamó Aristóteles, mientras las f. secundum
quid lo son por su subordinación a la f. simpliciter.
De aquí la primacía absoluta que desde el punto de vista axiológico
tiene la f. simpliciter sobre la f. secundum quid. La f. primera, llamada
así por Aristóteles, es la metafísica. La f. segunda puede ser f. de la
naturaleza, lógica, ética, y f. de la cultura. El orden axiológico es, en
síntesis, el siguiente: 1) Metafísica (v.): (a) ontología; (b) teoría del
conocimiento (v. GNOSEOLOCíA); (c) teología natural (v. TEOOICEA). 2) F.
de la Naturaleza: (a) cosmología (v.); (b) psicología (v.). 3) Lógica
(v.): (a) formal; (b) material. 4) Ética (v.): (a) general; (b) especial.
5) F. de la cultura: (a) estética (v.); (b) f. de la técnica (v.); (c) f.
de la religión (v.); (d) f. del derecho (v.); (e) f. de la historia (v.),
etc.
a. Desde el punto de vista pedagógico la Lógica (v.), siendo órgano
o instrumento, debe preceder al estudio de las otras ramas de la F.; como
ciencia de las ciencias y arte de las artes, la Lógica goza de primacía
cronológica en el ámbito filosófico. Es un arte directiva de la razón, que
supone una normatividad, precisamente lógica, según subraya la
fenomenología, con lo que queda invalidada la pretensión de hacer de la
Lógica un apartado de la Psicología como quisieron los psicologistas. El
acierto de un Husserl al declarar el psicologisrno como un relativismo
escéptico, coloca la Lógica en su esfera, que es la de lo ideal, al mismo
tiempo que la consagra como una ciencia independiente de la Psicología,
desde el momento que esta última estudia algo real, hechos en suma,
mientras que la Lógica se mueve en un orden de leyes ideales que valen
universalmente. Pues aunque la Lógica sea una ciencia racional en un doble
sentido, por hacerse racionalmente y por estudiar la razón, hay que
advertir que la razón (v.) es objeto de la Lógica, no en su funcionamiento
de facto, sino en su legalidad de iure, para encaminarse a la verdad.
Cuando la verdad (v.) se estructura en un sistema científico, la razón
pone la sistematicidad, que no es nada real, pues de lo contrario lejos de
configurar la razón a la verdad lo que haría es desfigurar la realidad
misma.
¿Qué es lo que le pasa a las cosas al ser pensadas por la razón?
Realmente nada, porque nada son las propiedades de que se revisten las
cosas al ser conocidas; son puras propiedades lógicas, segundas
intenciones, en una palabra, entes de razón. Con esto no se dice que la
Lógica sea la ciencia del ente de razón. El ente de razón ni existe ni
puede existir, es quod est obiective tantuni ira intellectu, puro objeto
cuyo «ser» consiste en «ser pensado». Pero el ente de razón puede ser
absoluto y relativo; sólo este último, y en concreto las relaciones de
razón, constituyen el objeto de la Lógica que viene definida por Juan de
Santo Tomás, como la ciencia que estudia «las relaciones de razón por las
cuales las cosas conocidas son enlazadas intelectualmente en el sistema
científico» (Ars lógica, 2,1-2).
La inmaterialidad del objeto de la Lógica la relaciona con la
Metafísica, cuyo objeto es también inmaterial, pero mientras la primera
versa sobre la inmaterialidad de lo irreal, en la segunda se trata de la
real inmaterialidad del ser. Ambas ciencias tienen un objeto universal
también; la Metafísica se ocupa de todo ser, la Lógica de todo ser
pensado. Y como para ser pensado basta ser, el objeto de la Lógica es
universal como el de la Metafísica y en este sentido la Lógica debe estar
vertida a la f. primera, pues el ser pensado supone simplemente el ser.
El análisis lógico no debe limitarse a lo puramente formal del
raciocinio (v.), pues su objetivo es el conocimiento científico, que
supone demostración (v.), es decir, el raciocinio que produce ciencia. De
aquí que tras el análisis formal, la Lógica debe verificar el análisis
material del raciocinio, y esto constituye su otro objetivo.
La Lógica, es en conclusión, formal y material. La formal es una
lógica del raciocinio, que supone juicios (v.) y conceptos (v.). La
material es una lógica de la demostración, que analiza la materia próxima
y remota de la misma: lógica demostrativa y lógica predicamental. Entre la
Lógica formal y la material los tratados clásicos intercalan la Lógica
proemial que determina el ente lógico, objeto de esta ciencia que a juicio
de Kant (prólogo a la segunda ed. de la «Crítica de la razón pura», en
1781) no ha tenido que avanzar ni retroceder desde su descubrimiento por
Aristóteles; tan perfecta salió de las manos del Estagirita.
La Lógica, tanto formal como material, no trasciende las segundas
intenciones, pues la misma ciencia no es más que un sistema de razón. Así
como las propiedades reales las tienen las cosas de suyo, las propiedades
lógicas las poseen por el hecho de ser pensadas. Si llamamos cosa a la
realidad de suyo, y objeto a la cosa pensada, resulta que las propiedades
reales son propiedades de objetos. Éstas se convierten en objeto de la
Lógica, que resulta ser la ciencia del ente de razón lógico, o sea, de las
propiedades lógicas o «segundas intenciones».
b. La Filosofía de la Naturaleza, como las demás ramas de la F., a
diferencia de la Lógica, tiene por objeto algo real (v. COSMOLOGíA). El
tema de la F. de la Naturaleza o Física filosófica es, en principio, el
ser físico o material, la naturaleza o jisis; un ser que existiendo con
materia no puede ser pensado sin ella. Pero a diferencia de la Física (v.)
científica positiva, la F. de la Naturaleza subraya en su objeto, por ser
F., lo entitativo del mismo, mientras la Física se atiene a lo fenoménico.
Y al mismo tiempo la materialidad de su objeto distingue a la F. de la
Naturaleza de la Metafísica que es ciencia del ente inmaterial en cuanto
ente.
El objeto material de la F. de la Naturaleza es el ser material, el
ente corpóreo. Su objeto formal, empero, puede pensarse que sea el
carácter de ser sensible propio de los cuerpos; sin embargo, esto no es
exacto. El ser sensible es algo relativo, no absoluto; un ser es sensible
siempre para otro; lo sensible es, en todo caso, una «condición» del
conocimiento del ser sensible. Acontece aquí algo parecido a lo que
pretendía el psicologismo en Lógica, olvidando que la Psicología es sólo
«condición» del pensamiento lógico. Ni tampoco puede ser el mismo hecho de
ser corpóreo el objeto formal de esta ciencia, porque no todo es cuerpo en
la naturaleza; la Psicología es f. de la naturaleza y no estudia sólo el
cuerpo, ni puede decirse que él sea su objeto propio, sino el alma. El
objeto formal de la F. de la Naturaleza es, en una palabra, el ente móvil,
pues la movilidad es en los seres de la naturaleza el denominador común a
todos ellos y al mismo tiempo una determinación absoluta, no relativa como
el ser sensible.
Por movimiento se entiende en F. de la Naturaleza, en un sentido muy
amplio, cualquier cambio (v.) o mutación de los cuerpos, pero no el cambio
de ser. Con esta distinción se alude a la diferencia entre movimiento (v.)
físico y metafísico. Este último no es objeto de la F. Natural, que
estudia el cambio expresable en número, es decir, aquel que connota
sucesión temporal. El movimiento metafísico, por el contrario, consiste en
el tránsito de la nada al ser -creación-, y del ser a la nada
-aniquilación-; aparte de que este cambio no es sensible, supone una
omnipotencia y por ello es objeto de la Metafísica. La F. Natural estudia
sólo el ente físicamente móvil; de cuatro especies de movimiento puede
hablarse físicamente: local o topográfico, cuantitativo, cualitativo y
sustancial.
La F. de la Naturaleza supone su objeto, no lo demuestra; sólo la
Metafísica, en cierto sentido, demuestra el suyo. Pero al estudiar el
movimiento no se limita a un registro de datos fenoménicos, sino que
estudia la entidad físicamente móvil preguntándose por la posibilidad
misma de la movilidad del ente y por la estructura exacta de la entidad
mutable.
Como se ve, la F. de la Naturaleza es por su objeto una ciencia a
caballo entre Metafísica y ciencias positivas. Apunta a la entidad y la
mutabilidad. Por tener carácter entitativo linda con la Metafísica; por
subrayar la mutabilidad de su objeto se relaciona con la ciencia positiva.
Ahora bien, estos puntos de tangencia le valen para diferenciarse de
cualquier otra rama del saber y mantener su autonomía, pues por subrayar
la mutabilidad de su objeto se diferencia de la Metafísica y por su
sentido entitativo se distingue de cualquier ciencia particular. La
Metafísica estudia el ente; la Física positiva la movilidad; la F. de la
Naturaleza el ente móvil.
La F. de la Naturaleza no puede confundirse con la Metafísica porque
el objeto de esta última es inmutable. No es lo mismo «ente móvil» que
«ente en cuanto ente». Ni cabe considerar la F. Natural como parte de la
Metafísica -Metafísica especial- como quiso Kant, por la razón de que no
hay Metafísica especial sino, en todo caso, tratados especiales de
Metafísica. Hay con todo, una relación de implicación entre Metafísica y
F. de la Naturaleza, en el sentido de que la segunda debe subordinarse a
la primera, como toda f. secundan quid a la f. simpliciter, pues lo que se
dice del ente vale para el ente móvil. También hay que reconocer que si la
Metafísica presta normatividad a la F. de la Naturaleza, ésta encamina a
aquélla, con la viabilidad propia con que en el mismo móvil podemos captar
la pura entidad. Si no fuera posible la F. Natural tampoco lo sería la
Metafísica, pues el ente sensible es fenomenológicamente el primer dato de
nuestro conocimiento (v.).
Con la ciencia positiva de fenómenos guarda la F. de la Naturaleza
una relación complementaria. Se completan ambas mutuamente, cada una en su
esfera de conocimiento humano distinto, filosófico uno y particular el
otro; es decir, que el filósofo puede contar con datos positivos, como el
científico debe a veces barajar conceptos filosóficos. Por esto F. de la
Naturaleza y ciencia positiva son complementarias.
Si la definición de una ciencia se hace por el objeto formal, la
división, en cambio, viene señalada por el objeto material. Entre el
repertorio de entes móviles sobresalen en principio dos especies supremas:
el ente móvil inerte y el ente móvil vivo. Siendo ambos móviles, el
primero carece de la capacidad de automoción de que goza el segundo. Al
hablar de los dos géneros de entes móviles se puede pensar que sus
estudios ocuparían partes especiales de la F. de la Naturaleza, al margen
de una F. general de la misma Naturaleza; pero esto no es exacto. El
estudio del ser móvil inerte que se hace en la llamada Cosmología (v.) no
es una F. especial de la Naturaleza; en todo caso, lo será la Psicología
(v.), que estudia el ente vivo. Apoyamos estas afirmaciones en el hecho de
que el ser inerte no constituye una especie al lado del ser vivo, sino más
bien un género de éste. Podría incluso formularse lo que venimos diciendo
en los siguientes términos: ser vivo, igual a ser inerte más vida. Esto
quiere decir, que el ser vivo tiene todas las propiedades del inerte,
aunque naturalmente añada las suyas propias, a saber, la vida (v.), lo que
ella supone y lo que de ella se deriva. Por esto no hay una F. general de
la Naturaleza al lado de la Cosmología, sino que la Cosmología es
verdaderamente F. general de la Naturaleza.
La Cosmología (v.) y la Psicología (v.) no son metafísicas, como no
lo es en general la F. de la Naturaleza. Si la Metafísica es la ciencia
del ente en cuanto ente, no es •Metafísica el tratado de ser inerte en
tanto que ser inerte, ni el del ser vivo en cuanto vivo. A la
clasificación kantiana de la Metafísica en Cosmología, Psicología y
Teología racional hay que oponer este reparo fundamental, incluso la
Teología natural es Metafísica, no por tratar de Dios, sino porque
investiga la causa primera del ser; no estudia a Dios sub ratione Dei,
sino sub ratione entis. En todo caso la clasificación kantiana no tiene
sentido, porque la Metafísica había dejado de ser la ciencia del ente en
cuanto ente, por haber perdido el sentido del ser.
c. La Filosofía primera, llamada Metafísica (v.) a partir de la
ordenación que hizo Andrónico de Rodas de las obras de Aristóteles (v.),
estudia el ente en general, no restringido a modalidad alguna, sino
precisamente en su entidad. Psicológicamente el ente es el objeto formal
de nuestro entendimiento (v.); entender es conocer el ser (v.) y lo que el
entendimiento conoce, lo conoce porque es. Por eso el ente de razón es más
objeto de ficción que de conocimiento: el entendimiento humano conoce ad
instar entis; su objeto es tan universal como el ente, que es conocido
precisamente en su entidad; psicológica y fenomenológicamente nuestro
entendimiento está abierto al ser. La ciencia que consagra esa apertura es
la Metafísica.
Poner el objeto del entendimiento en el ente tiene un sentido muy
distinto a poner en el color el objeto de la visión; sentido que marca la
diferencia entre el conocimiento (v.) sensible y el intelectual. Cuando se
dice que el objeto de la vista es el color en general, se entiende siempre
un determinado color, cualquier color; en realidad el color en general,
por ser incoloro, no es precisamente objeto de visión. Cosa distinta
acontece cuando decimos que el ente es el objeto del entendimiento, pues
aquí entendemos la entidad tanto en general como en concreto poseída por
cualquier ser. Tanto el ente abstracto como el concreto son, mientras que
el color en general, siendo, es incoloro.
Al decir que el ente en cuanto ente es el objeto de la Metafísica se
subraya tanto el objeto material como el formal de la f. primera. Objeto
material de la Metafísica es todo ente, el ente en general. Su objeto
formal es justamente la entidad, el carácter de ser que los entes tienen.
La entidad es el objeto formal quod o determinativo, siendo el objeto
formal quo o motivo el tener el tercer grado de abstracción (v.) e
inmaterialidad. La entidad es insensible, inmutable e inmaterial. Los
sentidos (v.) no captan que algo sea un ente, sino algo que es un ente,
pero el conocimiento sensible no connota la entidad de su objeto; sólo el
conocimiento intelectual aprehende las cosas en su ser y porque son. No es
la entidad tampoco nada mudable; cambian las cosas que son, pero el ser
mismo o en absoluto se posee o falta completamente. Ni es la entidad nada
material; conviene advertir en efecto que no es lo mismo que la materia
(v.) tenga ser y que la entidad sea material; la materia es gracias a la
entidad un ser, pero el ser de suyo es inmaterial, de lo contrario sólo
podrían existir las cosas materiales. Se habla, empero, de inmaterialidad
en sentido positivo y en sentido precisivo. Intrínsecamente y de suyo, la
entidad es positivamente inmaterial, pero extrínsecamente puede ser tenida
por algo material. Se llama inmaterialidad positiva la poseída por algo
inmaterial, mientras que la entidad que tienen las cosas materiales se
denomina precisivamente inmaterial.
La entidad o carácter de ser (v.), el mismo ente (v.), es, también,
indefinible. Definir el ser sería enmascararlo en algo superior, pero el
ser es lo más general, no en género supremo, sino un trascendental (v.).
Como lo definido no debe entrar en la definición, toda posible definición
del ente habría de llevarse a cabo por algo que no fuera ente. Ahora bien,
una definición por «nada» del ente es precisamente una falta de
definición. Ente se dice por la existencia, por eso pudo afirmar Tomás de
Vio que «existencia non existit». El objeto, aparentemente evanescente de
la Metafísica, cobra absoluta radicalidad y necesidad desde el momento en
que si se quita el ser no queda nada. La Metafísica como ciencia del ser
es literalmente Ontología, saber del ser, y la Ontología constituye la
primera parte de la Metafísica. Sólo que no debe reducirse la Metafísica a
su vertiente ontológica. Como sabiduría humana por antonomasia, la
Metafísica debe proceder al conocimiento etiológico de su objeto,
convirtiéndose en un estudio no sólo del ser como causa, sino de la causa
del ser. Esta segunda parte recibe el nombre de Teología natural o
Teodicea (v.).
La denominación de Teología natural (v. TEODICEA) aunque distingue
suficientemente esta parte de la Metafísica de la Teología (v.)
sobrenatural no matiza radicalmente el carácter metafísico de la Teodicea.
De aquí que sea preferible el nombre de Teología metafísica. La Teología
metafísica, como indica su nombre, es aquella parte de la Metafísica que
estudia la primera causa del ser, objeto de la Ontología. La Teología
metafísica constituye un conocimiento finito del ser infinito, causa y
fundamento de todo otro ser. El conocimiento metafísico de Dios (v.) se
inicia al preguntarse el filósofo por la causa del ente. Resulta
afirmativamente la cuestión an Deus sit, procede a continuación la
teología metafísica a preguntarse por quid sit Deus; de aquí la doble
vertiente existencial y esencial de la Teodicea. La Teodicea esencial
constituye un conocimiento analógico y negativo de Dios (v. DIOS I y IV);
el filósofo debe plegar sus alas y reconocer la finitud de su conocimiento
del Ser Supremo, conocimiento finito, como hemos dicho, del infinito ser,
que capta a Dios sub ratione entis, no sub ratione Dei como el teólogo
sobrenatural, ni, por supuesto, sicuti est, que es el modo del
conocimiento propio de la visión beatífica (v. CIELO).
Ontología y Teología natural integran la Metafísica llamada
ostensiva, mientras la Metafísica defensiva es la Teoría del conocimiento
o Gnoseología (v.), tercera y última parte de la F. primera. La Teoría del
conocimiento se revela como una dimensión rigurosamente metafísica si
observamos que, aunque toda ciencia conoce objetos, ninguna, excepto la
Metafísica, tiene que hacerse cargo del conocimiento de los mismos. Ser
objeto de conocimiento es una perspectiva universal, trascendente por lo
mismo a toda ciencia particular. Además la misma inmaterialidad del
conocimiento (v.) de que habla la Psicología, pide el tratamiento
metafísico del mismo. El sentido del conocimiento como potencia del ente
al entendimiento abierto en principio a todo ser, constituye la
Metafísica-crítica. Hay que observar, con todo, que como Metafísica
defensiva la Crítica tiene un carácter negativo y un sentido indirecto.
Plantearse directa y positivamente el valor cognoscitivo de la razón (v.)
humana supone un círculo vicioso, ya que en todo caso hemos de valernos de
la misma razón humana para solucionar la aporía. La Psicología estudia el
conocimiento al nivel fenomenológico, describiendo su esencia y
naturaleza; la Metafísica-crítica se hace cargo de los límites y
trascendencia del conocimiento, constituyendo una autocrítica de la
posibilidad de potencia del ente y de la radical apertura del
entendimiento al ser. Con la Teoría del conocimiento se cierra el ciclo de
problemas y temas metafísicos.
La Metafísica, enterrando a sus propios enterradores, resurge de las
cenizas en que fue sepultada por los negadores de sus posibilidades. El
idealismo (v.) trascendental hacía de la Metafísica una disposición
natural (Naturanlage) a condición de quitarle su valor de ciencia
trascendente. Escamoteado el ser en el pensamiento y convertido el yo
pienso (ich denke) en legislador de la realidad, vuelve en nuestro tiempo
el saber metafísico no como mera Naturanlage, sino como conocimiento del
ser, que es lo más real de la realidad y lo más real de nosotros mismos.
El ser, aunque inefable, es el primero de nuestros conceptos, y el hombre
se convierte en animal metafísico, desde el momento en que pretende con
natural esperanza dar caza al ser. Ontología, Teoría del conocimiento y
Teología natural, como estudio del ser finito, del ser conocido y del ser
infinito, significan la suprema tensión del espíritu humano, que desde la
clausura del yo se abre al horizonte del ser de la realidad, yo y el
mundo, y del ser de todos los seres, es decir, de Dios.
d. El tema de la Ética (v.) lo constituyen los actos humanos, por
donde el objeto de la Ética se reviste de un sentido práctico, distinto en
principio al objeto de la Metafísica y de la F. Natural. Pero la Ética es
una ciencia teórica, siendo la prudencia (v.) la que hic et nunc ha de
realizar el contenido de la norma moral. La Ética es tan normativa como la
Lógica, sólo que ésta se dirige a la razón y aquélla a la voluntad (v.).
El objeto material de la Ética lo constituyen los actos (v.) humanos,
actos responsables por emanar de la libertad (v.) del hombre, no los meros
actos que el hombre realiza sin poner en juego su libertad. El objeto
formal de la Ética es la moralidad de los actos humanos, es decir, su
bondad o maldad, su educación o falta de ella al fin último del hombre (V.
MORAL). Por esto es la Ética clásicamente la ciencia del bien y del mal
(v.).
En los actos (v.) humanos cabe distinguir una triple bondad -y
respectivamente maldad-: 1) entitativa, 2) técnica y 3) moral. La bondad
entitativa la tiene el acto en cuanto existe, es la bondad ontológica que
se identifica con el ser según el adagio ens et bonum convertuntur. Todo
ente en cuanto ente es bueno, es decir, es apetecible, pues para ser
apetecido basta poseer al menos una perfección y todo ente posee la
perfección de la existencia; todo ser es, ontológicamente, amable. La
bondad técnica reside en los actos según su carácter de factibles de
acuerdo con el arte o técnica que los puede dirigir. Tanto la bondad
entitativa como la técnica constituyen un bonum secundum quid, relativos a
la entidad y factibilidad de los actos. Sólo la bondad moral, en que
estriba la honestidad, constituye el bonum simpliciter, que estudia la
Ética.
La Ética es la ciencia del bien y del mal de los actos humanos, esto
es, libres según su adecuación o falta de ella al último fin del hombre.
La Metafísica, donde tiene sus supuestos la Ética en este punto, esclarece
el fin último del hombre (v.), poniéndole en la Bondad increada en que
consiste el mismo -Dios (V. DIOS IV, 6). Desde el punto de vista objetivo,
Dios es el último fin del hombre, a cuya ley eterna debe adecuarse la
humana voluntad libre. Subjetivamente el fin último del hombre estriba en
la felicidad (v.) que naturalmente apetecemos. A la felicidad la define
Boecio como «status bonorum omnium agregatione perfectus».
La Ética puede dividirse en Ética general, que estudia las
cuestiones generales hasta aquí aludidas, y en Ética especial, que sería
la aplicación de esas cuestiones a casos más particulares: puede hablarse
así de Ética individual, Ética familiar (V. FAMILIA), Ética social o
también Filosofía social (v. SOCIEDAD; SOCIOLOGíA), etc.
e. Finalmente la última parte de la F. está constituida por la
llamada Filosofía de la Cultura, e integrada por dos partes que son: la
Estética (v.), como F. del arte, y la F. de la técnica (técnica en sentido
amplio). Tanto el arte (v.) como la técnica (v.) son actividades humanas,
no agibles como el objeto de la Ética, sino factibles, según la clásica
distinción que considera agible lo que se juzga desde el punto de vista
moral y factible lo que se juzga sólo técnicamente; lo agible puede o
suele incluir lo técnico o factible, pero no al contrario. Estas dos ramas
de la F. de la cultura no son, igual que la Ética, ciencias prácticas en
sentido estricto, pues no dan normas concretas o próximas sobre la
realización de la obra técnica o artística, sino que indagan el sentido y
normas generales del arte y de la técnica dentro del horizonte de
posibilidades del hombre. Para los temas de lo que hemos llamado F. de la
técnica pueden verse los arts. siguientes: CIENCIA I (Filosofía de la
Ciencia); CIENCIA II, 1 (Ciencia y Técnica); DERECHO, FILOSOFÍA DEL;
EDUCACIÓN I; ENSEÑANZA I; PEDAGOGÍA I (Filosofía de la Educación);
HISTORIA V (Filosofía de la Historia); LENGUAJE II (Filosofía del
Lenguaje); RELIGIóN II (Filosofía de la Religión); etc.
V. t.: IV; CIENCIA I y VII; INVESTIGACIÓN VI; SABIDURÍA; METAFÍSICA.
BIBL.: (orden alfabético de
autores): 1. BOCHENSKI, introducción al pensamiento filosófico, Barcelona
1971; A. BRUNNER, Ideario filosófico, 3 ed. Madrid 1952; C. CARDONA,
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Teología, Madrid 1962; A. GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Introducción a la Filosofía,
Madrid 1953; M. GONZALO CASAS, Introducción a la Filosofía, 4 ed. Madrid
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Madrid 1965; M. HEIDEGGER, Qué es eso de Filosofía, Buenos Aires 1960; 1.
HESSEN, Von der Aufgabe und dem Wesen der Philosophie, Heidelberg 1947; D.
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MEYER, Eileitung in die Philosophie, Paderborn 1962; A. MILLÁN PUELLES, La
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J. J. RODRÍGUEZ ROSADO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
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