FIDEÍSMO Y TRADICIONALISMO


Son dos movimientos filosófico-teológicos muy similares de reacción contra las corrientes racionalistas de principios del s. XIX, que consideran la fe o la tradición como principal o definitiva fuente de certeza y de ningún modo la razón humana. No son dos sistemas completos ni en filosofía ni en teología, desplegando casi toda su fuerza, en el campo teológico, sobre los problemas apologéticos.
      1. Fideísmo. El f. es un intento de filosofía cristiana, que, desconfiando la razón como fuente ineludible de certeza, busca ésta en la fe. Aunque permanece de suyo en el campo de la teología sobrenatural, ve la necesidad de una base humana, punto de partida para una argumentación de carácter filosófico; ese apoyo humano lo daría una revelación divina natural, que fundaría una fe también natural. El nombre de f. hace referencia a la fe (en latín f ides), punto de partida de todo el sistema.
      a. Génesis y defensores del fideísmo. El confusionismo y la disparidad de los sistemas, que en el s. XVIII y principios del XIX habían colocado en la razón la única fuente de verdad, provocaron un conjunto de reacciones contrarias en los pensadores católicos, para quienes ha de jugar también como criterio la revelación (v.), la tradición (v.) y el magisterio eclesiástico (v.). Entre estas reacciones unas pretenderán armonizar ambos tipos de criterios -racionales y extrarracionales-, como las tendencias neoescolásticas, mientras que el f. irá al extremo contrario, desvalorando la razón y supraestimando la fe (RAZÓN II).
      El vacío que dejaban los sistemas racionalistas no podía llenarlo satisfactoriamente el escolasticismo, entonces de muy tenues influencias y ligado a una interpretación rígida de la lógica aristotélica que lo exponía también a un puro racionalismo. No cabía, pues, otra solución, piensan algunos, que el recurso a una fuente suprahumana de verdad, la inteligencia divina, cuyos destellos son la Sagrada Escritura, en donde encontramos expuestas las verdades fundamentales de toda filosofía y teología.
      Los maestros y divulgadores del f. son en su mayoría convertidos al catolicismo y su medio de conversión fue de modo exclusivo la lectura de la Biblia, particularmente de los Evangelios. Sus nombres: Luis Eugenio María Bautaín (v.), Enrique Bonnechose, Eugenio de Regny, Teodoro de Ratisbona, Isidoro Goschler, Adolfo Carl, julio Laval, Santiago Mertián, Adriano de Reinach.
      b. Doctrina del fideísmo. Los problemas fundamentales del f. son de carácter apologético y concentran sobre todo la atención en los llamados preámbulos de la fe (v. FE ITI, 2). No admiten las pruebas clásicas de la existencia de Dios, como basadas en la razón, que es incapaz de absoluta certeza (v. DIOS Iv, 2). Tampoco la divinidad de la Revelación puede demostrarse a partir de las pruebas tradicionales: los milagros y las profecías (REVELACIÓN III; PROFECÍA Y PROFETAS II; MILAGRO III). La razón humana, en efecto, tanto individual como colectivamente considerada, no puede fundar una metafísica o una teología, que satisfaga por completo la sed de verdad del hombre. No queda otra solución, para lograrlo, que recurrir a la razón absoluta o inteligencia divina, que se manifiesta primordialmente en la Sagrada Escritura.
      Antes de la plasmación de las verdades fundamentales en la Sagrada Escritura existió también una revelación hablada, que constituyó el punto de partida de la filosofía elemental práctica, que lleva consigo el hombre dondequiera se encuentre. Por otra parte en el ser humano se da como un instinto innato de la verdad,(v.), un sentido intelectual, que va robusteciendo su potencia al encuentro con esas verdades primeras, y que mueve al hombre a aceptarlas sin ningún temor a equivocarse, lo que constituye la fe.
      Porque se mezclan tan varios elementos, no es fácil sacar un concepto claro de la fe según el fideísmo. Hay una fe inicial, que es ese gusto o sentimiento íntimo de la verdad, aunque todavía ésta no se haya presentado objetivamente a nuestra inteligencia. La misma hipótesis, que formula el hombre ante las exigencias de ese sentido innato o ante las primeras percepciones de cualquier verdad, recibe también el nombre de fe. No obstante, la fe plena está en la fusión del dato revelado con el sentido espiritual congénito al hombre. Sólo después de lograda esa fusión, impresionado el hombre por ese primer principio supremo, puede pretender una metafísica o una teología sin temor a la incertidumbre.
      El primado de la fe sobre la razón es manifiesto, pues aquélla es la que nos pone en relación con las realidades supremas, mientras que la razón se limita al campo de los fenómenos. Debido a esta falta de contacto con las realidades metafísicas y teológicas, su certeza en estas materias es siempre problemática; la certeza de la fe será siempre absoluta por su compenetración con los objetos y por su apoyo sobre la verdad absoluta, que es Dios (RAZÓN II).
      La Sagrada Escritura y la Tradición deben ser aceptadas primeramente como una norma externa, que nos muestra infaliblemente la verdad. No obstante, esa fe inicial es todavía humana; en la medida en que va dejando de ser norma externa, para connaturalizarse con la propia conciencia, se va convirtiendo en sobrenatural y divina. Otro tanto es necesario decir de los demás criterios externos de verdad: la autoridad de la sociedad humana y la autoridad del magisterio de la Iglesia. Son normas ciertas, suficientes para acallar todas las dudas y ansiedades de los hombres, pero, sólo cuando han logrado la adecuación con el sentido íntimo intelectual de cada una, producen la liberación completa por la plena posesión de la verdad y de la certeza.
      La filosofía del f. supone el criticismo kantiano (v. KANT; KANTISMO), pero no acepta completamente sus análisis ni sus conclusiones. La razón es por esencia abstractiva y no puede ofrecernos toda la verdad; si en algún caso pudiera penetrar en el campo de las realidades supramundanas, sólo captaría su existencia, nunca su constitución esencial. Por encima de la razón existe en el hombre la inteligencia o sentido intelectual, que actúa por intuiciones y consigue una comunicación directa con las realidades espirituales, captando no sólo su existencia, sino su constitución íntima (RAZÓN I).
      c. Repulsa del f ideísmo. Ante la negación de todo valor verdaderamente probativo al razonamiento, los teólogos católicos y las autoridades episcopales comenzaron a alarmarse. Su obispo, mons. Lepappe de Trévern, propuso en 1834 a Bautaín, abanderado del movimiento fideísta, una encuesta con seis preguntas, que le obligaban a dar su concepción precisa de la apologética cristiana. Al observar el peligro, el 15 sept. de ese año anunciaba a su clero la expulsión de Bautaín y de sus fautores como profesores del seminario de Estrasburgo y denunciaba el caso al episcopado francés y a la Santa Sede.
      El 18 nov. 1835 Bautaín suscribía seis proposiciones presentadas por su obispo. Las proposiciones firmadas admitían subterfugios y las discusiones se prolongaron todavía unos años. El 26 abr. 1844 Roma le presentó para suscribir otras cinco proposiciones; Bautain acogió plenamente la enseñanza del Magisterio (cfr. Denz.Sch. 27512756).
      2. Tradicionalismo. a. Origen y autores. Aunque emparentado con el f., el t. tiene matices muy diversos; sus maestros poseyeron una formación científica más completa y consiguieron elaborar un sistema más acabado y coherente. Como en el f. se parte del hecho de la incapacidad de la razón para conocer con verdadera certeza las realidades espirituales, sean de orden especulativo sean de orden moral. El criticismo kantiano es aceptado como un postulado con respecto a la razón del individuo, no en cuanto a la razón general o sentir común de los hombres. La razón general es siempre criterio de certeza.
      Existe una revelación primitiva, que se va trasmitiendo de generación en generación con la máxima fidelidad, quedando esta fidelidad garantizada por el sentir común de los hombres. En definitiva el criterio último de certeza se encuentra en la trasmisión de la revelación primitiva o tradición; de ahí el nombre de t. que recibe esta doctrina. El sentido común o razón general es el intérprete infalible y la manifestación irrevocable de la tradición y es, por lo mismo, en el orden práctico criterio inconcuso de certeza.
      Los iniciadores más importantes del t. son José de le Maistre y Luis Gabriel Ambrosio de Bonald (v.); lo llevan a su cumbre Felicidad Roberto de Lamennais (v.), con sus amigos y discípulos Renato Francisco Rohrbacher y Felipe Gerbet; un segundo trío de notables lo forman Ventura Raulica, Agustín Bonnetty y Gerardo Casimiro Ubaghs.
      Entre las varias causas que pueden aducirse como introductoras de la nueva doctrina están, por un lado, los sistemas teológicos (Jansenismo), que defienden la corrupción radical de la naturaleza humana por el pecado, y las filosofías de inspiración kantiana, anuladoras de la función metafísica de la razón individual (JANSENIO Y JANSENISMO; KANT). Por otro lado -como causas negativas o de reacción-, el racionalismo del Siglo de las Luces y el olvido de la Tradición cristiana antigua y medieval, que hará surgir los diversos romanticismos (RACIONALISMO; IDEALISMO).
      La explicación de su éxito es necesario buscarla, primero, en el fracaso de la Gran Revolución Francesa, promovida por la diosa razón, y, en segundo lugar, en el triunfo del romanticismo, del sentimiento, del retorno a lo medieval y legendario. La difusión de El Genio del Cristianismo de Chateaubriand, impreso en 1802, era el símbolo de los nuevos tiempos.
      b. Doctrina del tradicionalismo. Como en el f. y en el ontologismo (v.), muchos seguidores del t. se muestran partidarios de las ideas innatas, unos clara y otros latentemente. El pecado original con sus consecuencias y los pecados personales velan de continuo esas ideas. La razón no es más que un instrumento que ayuda a despertarlas, pero, como ocurre con la voluntad, está expuesta al entenebrecimiento del individualismo y subjetivismo. Sólo la razón general o sentir común del género humano puede asegurarnos una norma objetiva, esclareciendo definitivamente aquellas ideas.
      El lenguaje, como medio de comunicación social y de llegar a percibir la razón general humana, es reconocido por estos teólogos como de origen divino. De lo contrario el hombre habría quedado sumido en una invencible tiniebla. Existe una palabra individual interior, que se identifica con su propio pensamiento, con las ideas que subyacen en la conciencia de cada hombre. Pero esta palabra, como la idea circunscrita por ella, no es clara ni cierta y no puede saciar el apetito innato de verdad. Sólo el contacto o intercambio de las razones singulares, mediante el lenguaje, manifiesta cuál es la razón general, cuyo contenido no es otro que las verdades reveladas en un principio y trasmitidas a través de los siglos: la tradición.
      Entre el cúmulo de ideas, inicialmente reveladas y en alguna manera innatas, la primera de ellas y clave o punto de partida para las otras es la idea de Dios, creída por el testimonio del género humano. La fe en ese testimonio engendra la máxima certeza del individuo, pues ese testimonio es la misma revelación primitiva de Dios en cuanto trasmitida a las sucesivas generaciones. La sola razón del individuo conduce por necesidad al escepticismo, que especulativamente es una doctrina de muerte, que nos invitaría a la inactividad absoluta, y que por ello en el orden práctico es una doctrina imposible. La única forma de liberarse del escepticismo es aceptar la tradición o razón general. Esta razón general es infalible, porque es el reflejo de la razón de Dios o revelación.
      En el terreno político las actitudes fueron muy diversas entre los primeros fautores del tradicionalismo. De Bonald (v.) pretenderá la restauración de la monarquía tradicional. Lamennais, en cambio, caminará hacia el liberalismo (v.): separación de la Iglesia y del Estado, y libertades de conciencia o de religión, de prensa o de palabra y de enseñanza o de educación. De sus ideas liberales será vocero el periódico L'Avenir inaugurado el 15 oct. 1830.
      Fue en el campo del liberalismo donde las doctrinas de Lamennais encontraron la oposición más grande y en donde se dieron las primeras condenas, que habrían de terminar con la repulsa completa del sistema. Entre los primeros impugnadores de Lamennais se encuentran M. Boyer de San Sulpicio y el jesuita P. Rozaven. Le reprochan el haber destruido toda diferencia entre el orden natural y el sobrenatural, y el haber quitado las bases no sólo a la apologética tradicional, sino a toda posible apologética, pues, si la razón no puede captar con toda certeza la verdad, tampoco puede hacerse cargo sobre cuál es con toda certeza la razón general.
      En 1832 el Conc. de Toulouse extrae 56 proposiciones censurables de las obras de Lamennais, Rohrbacher y Gerbet, y las envía a Roma. La Santa Sede se limitó de momento a acusar recibo de las mismas, pero el 15 ag. 1832 en la enc. Mirar¡ vos condena las doctrinas liberales del L'Avenir, sin citar ni al periódico ni a su director. La publicación de Paroles d'un croyant en 1834, en que Lamennais se reafirma en sus doctrinas, provocaron la condena, mediante la enc. Singular¡ Nos, del 25 jun. 1834, que abarcaba tanto el liberalismo como el t., o doctrina de la razón general.
      c. El tradicionalismo mitigado. Las condenas del t. y las garantías exigidas al f. sustrajeron militantes a estas doctrinas, pero la necesidad, continua en el s. XIX, de enfrentarse con las corrientes criticistas y racionalistas incitaba a los pensadores católicos a la defensa de los otros principios de conocimiento: la fe y la tradición. Se buscó un t. mitigado, que eludiera las condenas o las sospechas del Magisterio. Tres figuras destacan particularmente: en Italia, Ventura Raulica; en Francia, Agustín Bonnetty; en Bélgica, Gerardo Casimiro Ubaghs.
      Ventura Raulica otorga a la razón en las cosas materiales toda su fuerza metafísica, hasta descubrir el principio de causalidad y penetrar en la íntima constitución de los seres. Con respecto a Dios y a los seres espirituales necesita del auxilio de la revelación y tradición, incluso para probar su existencia. A. Bonnetty es un investigador de la ciencia histórica, que pretende descubrir en los monumentos del pasado las huellas de una revelación primitiva, base primordial del tradicionalismo. El lenguaje fue con aquella revelación un don divino, único en un principio, pero que juntamente con la misma revelación ha ido atenuando su unidad; las investigaciones históricas nos pondrán en contacto con esas realidades primeras. G. C. Ubaghs figura a la cabeza de un brillante grupo de tradicionalistas belgas: A. Tits, N. Moeller, B. van Loo. El t. de Ubaghs y de su escuela se identifica en muchos puntos con el ontologismo (v.). La enseñanza no proporciona ideas a la mente, ya que éstas son innatas, encontrándose en la inteligencia humana como en germen. Sin embargo, la razón, la enseñanza y el lenguaje son siempre necesarios, pues constituyen los únicos instrumentos capaces de poner en acto las ideas impresas en la mente. El primer hombre recibió esa enseñanza y ese lenguaje directamente de Dios.
      V. Raulica encontró un oponente demoledor en el dominico T. Zigliara en su obra de 1865 Saggio su¡ principii del Tradizionalismo. La doctrina de Bonnetty fue anatematizada juntamente con la de los demás tradicionalistas en sucesivos concilios franceses a partir de 1849, y el 12 jul. 1855 hubo de suscribir dicho teólogo cuatro proposiciones correctivas de la S. Congregación del índice (cfr. Denz.Sch. 2811-2814). El t. de Ubaghs y de los profesores de Lovaina agregados al movimiento suscitó una polémica muy viva con intervenciones frecuentes de las autoridades eclesiásticas belgas y recursos sucesivos a la S. Sede. Pío IX sometió las encuestas a las S. Congregaciones del S. Oficio y del índice, lo que concluye con un Decreto del S. Oficio del 18 sept. 1861 (cfr. Denz.Sch. 2841-2847).
     
      V. t.: FE III, 2; RAZÓN; TRADICIONALISMO; ONTOLOGISMO.
     
     

BIBL.: Fuentes: L. E. M. BAUTAIN, La morale de l'Évangile comparée á la morale des philosophes, Estrasburgo 1827; ÍD, Philosophie du Christianisme, 2 vol., Estrasburgo 1835; L. G. A. DE BONALD, Recherches philosophiques sur les premiers objets des connaissances morales, 2 vol., s. 1. 1817; ÍD, Démonstration philosophique du principe constitutit de la société, s. l. 1830; F. R. LAMENNAIS, Oeuvres eomplétes, 12 vol., París 1836 s.; F. GERBET, Des doctrines philosophiques sur la certitude dans leurs rapports avec les tondaments de la théologie, París 1826; R. F. ROHERBACHER, Catéchisme du sens commun, París 1825; A. BONNETTY publicó sus principales estudios en «Annales de Philosophie Chrétienneu, fundados en 1830; G. C. UBAGHs, Logicae seu philosophiae elementa, Lovaina 1834; ÍD, Essais d'idéologie ontologique, Lovaina 1860; Buliarit Romani Continuatio, ed. ANDREAs BARBEBI, Roma 1835, XIX,380 ss.; Denz.Sch. ed. XXXIV, 1967, nn. 27512756,2765-2769,2730-2732,2811-2814,2841-2847.

 

R. HERNÁNDEZ MARTÍN.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991