FERTILIDAD II. CULTO A LA FERTILIDAD.


Nuestro conocimiento de la divinidad es analógico. Por eso, al tratar de concebirla o expresarla, los pueblos más o menos agrícolas lo hicieron con frecuencia utilizando simbolismos agrarios. Se denomina religiosidad telúrico-mistérica la que utiliza esa simbología, llegando a veces a deificar el seno fecundo de la tierra o sus fenómenos de f. (V. TIERRA V; MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS). La f. puede considerarse desde dos puntos de vista: a) en cuanto causa, es decir, la maravillosa capacidad de la tierra, productora de las múltiples manifestaciones del reino vegetal, sin el cual desaparecería el mundo animal y humano; b) en sus efectos. Así se explica el desdoblamiento numinoso: TierraVegetación, característico de la religiosidad telúrico-mistérica, pues veneró en general a la Diosa Madre Tierra y a la vegetación en varios de sus modos (p. ej., v. ÁRBOL I t). En general este segundo aspecto suele tener como epifanía a la serpiente (v. SERPIENTE LO y más tarde a una joven deidad como Adonis, Dioniso, Atis, Sabacio, Perséfona, etc. (V. MISTERIOS; INICIACIÓN, RITOS DE; DIONISO; BACO; SABACIO, MISTERIOS DE; MITRA; etc.).
      Tanto la serpiente (aletargamiento, cambio de piel) como la divinidad joven, de acuerdo con las peripecias de su existencia mítica, mueren y resurgen en sintonía con las alternancias de la vegetación: primavera, que, como la joven adolescente de la Consagración de la Primavera de Strawinsky, caerá también extenuada, morirá cada año (invierno), para resurgir al siguiente. El tema telúrico palpita a veces tanto en la literatura como en la música. Dicha obra de música polifónica reúne todos los elementos de la religiosidad telúrico-mistérica: la diosa Madre Tierra, la Primavera, la fertilidad, su muerte anual por extenuación, adolescentes y ritos de iniciación, origen y destino telúrico del hombre, etc.
      Si el hombre llegó a venerar el seno fecundo de la tierra («Madre de todas las cosas... anciana venerable, que nutre sobre el suelo todo cuanto existe. Diosa augusta, divinidad generosa...»: Homero, Himnos, 1; Píndaro, Nemeas, 6,1-2, etc.), no sólo se extasió con arrobamiento poético, como en épocas posteriores y también en la actual, sino también religioso ante el maravilloso e inesperado alumbramiento, anual y puntualmente repetido, de la naturaleza en primavera. Tras el silencio helador del invierno, el gran Director de la orquesta cósmica señala con brusquedad un tiempo más que allegro y la naturaleza estalla en una sinfonía fantástica de riachuelos, hierba, plantas, flores, verdor por doquier, trinos de aves, zumbidos de insectos, etc. El fenómeno de la f. con sus implicaciones animales y humanas, de las que, según veremos, no se separó, deslumbra aun a quien le contemple con visión poética e incluso simplemente profana. A la alternancia: primavera-invierno, muerte de la f. y su resurgimiento, corresponde en las religiones celestes la alternancia del día-noche y la de los solsticios solares (V. RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS; SOL II). El mitraísmo es una de las pocas formas religiosas que, hasta cierto punto, ha aunado explícitamente esta doble vertiente telúrico-agraria y celeste-solar (v. MITRA).
      Personificaciones míticas de la fertilidad. Aparte de la serpiente y de las jóvenes deidades, epifanía y encarnación de la f. en las distintas formas de religiosidad telúricomistérica (V. ENCARNACIONIsmo), hay otras personificaciones entre los pueblos primitivos, también de nuestros días; p. ej., la zara-mama= «Madre del maíz», efigie femenina hecha con tallos de maíz entre los peruvios; la diosa Toci=«Nuestra Madre» o mujer representativa de la diosa del maíz; el «espíritu del arroz» entre los kares y los indonesios, que tratan el arroz en flor como a las mujeres encinta; la Saming Sari (Indoea padi=«Madre del arroz») entre los minangkabaus de Sumatra. En estos casos, como en el de la «Madre del arroz» (Ineno pae) entre los tomoris de las Célebes o la «Madre del arroz niño» en la península malasia, lava, Bali, Sombok, etc., se trata de personificaciones de la f. en cuanto causa, es decir, de la fuerza activa de la vegetación (v. BENDICIóN I). Incluso se conservan huellas de ancestrales creencias de este tipo entre los pueblos civilizados, p. ej., «Madre del trigo» (anglogermánicos), «Madre de la espiga» (eslavos), «Madre de la cosecha» (árabes), etc. En la antigua Roma se rendía culto a Ceres como diosa mitológica y símbolo de la fertilidad.
      La solidaridad «misteriosa» entre f. agraria y fecundidad humana es una de las «intuiciones» frecuentes entre gentes agrícolas. Con la tierra y la vegetación ha estado más relacionada la mujer que el hombre. Por eso, si los pueblos nómadas y pastores, p. ej., los indoeuropeos, algunos semitas, etc., tienen unas expresiones religiosas de tipo «celeste» y adoran a la divinidad tendiendo a expresarla como dios y padre (V. RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS), los más sedentarios y agrícolas tienden a la religiosidad telúrica y a venerar a la divinidad suprema como diosa y madre (v. t. DIOS ti). Durante mucho tiempo diversos pueblos, también los griegos y romanos, han asociado la tierra labrada, el surco, a la matriz femenina, así como el trabajo agrícola y el acto generador (Sófocles, Traquinias, 30 ss.; Edipo Rey, 1210; Esquilo, Siete contra Tebas, 750 ss.; etc.). Esta asimilación favoreció la divulgación de supersticiosos ritos, como la cópula conyugal tenida sobre tierra arada o recién brotada la semilla, práctica antigua y también moderna en varios lugares anglosajones, etcétera.
      Cultos o ritos relacionados. Esta simbiosis, a veces poética, a veces semirreligiosa, a veces simplemente supersticiosa, entre lo agrario y lo humano explica la supuesta interacción entre el mundo vegetal y el humano, á veces captados en una fuerte unidad. Por eso, para promover la f., las buenas cosechas, etc., algunos practicaban «mortificaciones», que llegaban a verter en «las fauces abiertas», resecas, de la tierra la sangre de los creyentes, especialmente de los sacerdotes de Atis en la cuenca mediterránea de los primeros siglos cristianos. Se conservan pruebas de sacrificios humanos en favor de la f. entre los aztecas (v.) y otros pueblos de América del Centro y del Norte, en varias regiones de África e islas del Pacífico. Hasta mediados del s. XIX los practicaban los khonds, tribu de Bengala.
      La práctica de en-Cerrar los cadáveres, como las semillas, en la tierra, no la incineración, y la esperanza en la vida más allá de la siembra en la sepultura van unidas en las creencias telúrico-mistéricas; es como una intuición de la potencialidad de la tierra, cuna y tumba de la vida vegetal y humana. San Pablo (1 Cor 15,38 ss.) emplea el proceso germinativo para aclarar la resurrección corporal, si bien se queda ya en simple comparación despojada de la eficacia peculiar, que poseía en los misterios. Esta vinculación de las semillas y de los cadáveres explica que la mayoría de las divinidades de la fertilidad sean al mismo tiempo deidades funerarias entre los griegos, romanos, germanos, etc.
      Resulta innegable la sincronización de la explosión vital de los distintos estamentos cósmicos: vegetal, animal y humano, según se ve en el despertar brusco de la vegetación en primavera, celo genésico de los animales, proceso de las células animales tanto de los racionales como de los irracionales en otoño y primavera, la reactivación sexual en los hombres, más sensible en los adolescentes y jóvenes, etc. Esta sincronización es más violentamente percibida por algunos pueblos en contacto mucho más directo con la naturaleza. De ahí la coincidencia de las orgías humanas colectivas, originariamente y durante mucho tiempo de evidente signo y ritualismo religioso (más o menos degenerado con el tiempo), con la primavera y semanas anteriores, p. ej., las fiestas antesterias y dionisiacas en Grecia, las lupercales, fornacalia, parilia en Roma, etc.
     
      V. t.: NATURALEZA, CULTO A LA; TIERRA V; CASTIDAD I; FÁLICO, CULTO; ÁFRICA VI, 5; CANAÁN 11, 3 y 6.
     
     

BIBL.: M. ELIADE, Traité d'histoire des religions, 2 ed. París 1968, 281-310; Tratado de historia de las religiones, Madrid 1954; J. G. FRAZER, The Golden Bough, I-XII, 3 ed. Londres 1911-15 (la valora acertadamente GOLDENWEISER en «Anthropology», Londres 1937, 531: obra «inservible como teoría, indispensable como colección de materiales acerca de las formas religiosas primitivas», si bien la documentación posterior ha desvirtuado varios datos; en castellano: La rama dorada, México 1961 (resumen); W. LIUNGMANN, Traditionswanderungen: Euphrat-Rhein, III, Helsinki 1937-38 (de interés sobre todo por la crítica de las teorías de Mannhardt y Frazer); W, MANNHARDT, Waldt -und Feldkulte, I-II, 2 ed. Berlín 1904-05 (obra que conserva su interés por la riqueza de los documentos folklóricos y etnográficos coleccionados, aunque sean aducidos en favor de su teoría de los «démones de la vegetación» hace tiempo superada); V. PISANI, La donna e la Terra, «Anthropos» 37-40, 1942-45 (con abundante documentación, sobre todo greco-latina); A. V. RANTASOLO, Der Ackerbau im Volkssaberglauben der Finnen und Esten rnit entsprechenden Gebrauchen der Germanen verglichen, I-V, Helsinki 1919-25.

 

M. GUERRA GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991