FELIPE NERI, SAN


Filippo Romolo Neri n. en Florencia el 22 jul. 1515, hijo del notario público Francesco Neri y de Lucrecia da Mosciano. Carácter vivo y alegre, pensativo y devoto, transcurrió sus primeros años en una vida familiar sana y tranquila. Perdió pronto a su madre y se encargó de su educación la madrina. Apenas se conocen detalles de estos años. Su padre, deseando resolver el futuro económico de su hijo, lo envió junto a su tío carnal, mercader en S. Germano, hoy Cassino, al pie de la famosa abadía. Tenía entonces 18 años. Por mucho que su tío intentó introducirle en el tráfico comercial, para que luego le sustituyera, él no acabó de interesarse y disfrutaba más en sus visitas a la abadía cercana y en sus pensativos paseos por el campo. La separación de la familia, el contraste con un ambiente desconocido, originan en él una crisis que resuelve abandonando el negocio de su tío y trasladándose a Roma en 1527.
     
      La Urbe atraviesa momentos difíciles, pero todavía no ha- perdido su anhelo del primitivo esplendor e imperialismo. Aquí fija definitivamente su residencia, por eso se le llamará «el santo romano». Tomó contacto con un paisano suyo, Galeotto Caccia, encargado de la aduana pontificia, quien en compensación a la educación de sus hijos, le daba comida y alojamiento. La sobriedad en su mesa fue siempre proverbial, que él con frecuencia comentaba con lances humorísticos. Le bastaba pan, queso, aceitunas y agua fresca, con lo que no resultaba demasiado gravoso al encargado de aduanas. Los primeros años de estancia en Roma los dedicó a completar su formación cultural. Había estudiado en su infancia en los dominicos de San Marcos, ahora asiste al centro cultural Sapienza regentado por los agustinos. Alternó los estudios con una intencionada actividad apostólica con la juventud. Como compañero afable que era, siempre se vio rodeado de muchos amigos.
     
      A través de una sugerencia personal y profundamente humana, logró formar una auténtica escuela a su alrededor, que luego tendrá una importancia decisiva en el campo social y religioso. Durante esta época cumplía con frecuencia la costumbre de visitar las catacumbas, deseoso de imbuirse del espíritu de los primeros cristianos, tan en contraste con el burocratismo eclesiástico y el excesivo interés político; allí pasaba largos ratos en oración, incluso durante la noche. Así se fue perfilando el hombre de conciencia recta, amigo de Dios, el carismático que necesitaba la Iglesia y la sociedad romana. Todos los biógrafos refieren el milagro de 1544 cuando estando en oración en las catacumbas de S. Sebastián, un globo de fuego penetró en su pecho, desplazándole incluso las costillas del lado derecho del corazón; el resto de su vida su fisiología fue anormal. Puede considerarse este momento como la consagración definitiva a las obras de misericordia.
     
      En Roma abunda la pobreza, peregrinos de todas partes se encuentran desamparados, muchos enfermos convalecientes de las clínicas no tienen casa donde restablecerse. Su apostolado consiste en remediar eficazmente la necesidad urgente con una asistencia completa. Con este fin organizó junto con otros compañeros en 1548 la cofradía de la Santísima Trinidad para socorrer a los peregrinos y convalecientes. En 1550 esta cofradía había llegado a ser una auténtica comisaría central que atendía a millares de personas. La obra fue bien acogida por todos los romanos y recibía importantes ayudas de todas las clases sociales, entre los que destaca Gregorio XIII. Junto a la asistencia sanitaria se deparaban todos los cuidados espirituales. Así nació la práctica de las 40 horas para incremento del culto eucarístico y como desagravio de los abusos carnavalescos.
     
      En 1551 se ordenó sacerdote por consejo de su confesor y fijó su residencia en el convictorio eclesiástico de S. jerónimo en el centro de la Urbe. Ya sacerdote, su círculo de amigos se estrecha más y se abren para su vida apostólica nuevos y amplios horizontes. Poco a poco se va imponiendo la necesidad de una forma más estable de encuentro diario y es el origen del Oratorio (v. ORATORIANos). En su comienzo no se trataba de otra cosa que de un círculo de amigos vinculados por un sentir y quehacer comunes. Comenzaron a reunirse en la celda de F., luego en una especie de granero condicionado a capilla y más tarde en lugares más espaciosos para acoger a innumerables personas que de todas las clases sociales querían vivir este encuentro que comenzaba con una lectura de la Biblia; luego se interrumpía para dejar lugar a lo que hoy llamaríamos homilía participada, cada uno expresaba su pensamiento y sentimientos incitados por la lectura; entre lectura y discursos, se entonaban cánticos, incluso acompañados con instrumentos. También con frecuencia organizaban paseos, excursiones, donde no faltaban bromas y juegos, cánticos, y él mismo no encontraba inconveniente en jugar al tejo con los niños. Lo importante era evitar a toda costa el tedio y la rutina de siempre hacer lo mismo y aprovechar así eficazmente el tiempo. Este estilo litúrgico y oratorio debieron contrastar con el propio de la época.
     
      El Oratorio fue una escuela de grandes oradores, que olvidaban la gradilocuencia y la ampulosidad por el lenguaje directo y persuasivo. Los miembros del Oratorio tuvieron como práctica primitiva el organizar turnos de enfermeros en el hospital de Santo Spirito in Vassia. La institución nace en los primeros momentos de la reforma tridentina, a la que presta una colaboración muy amplia. Los grandes activadores de la reforma como S. Francisco de Sales (v.), S. Camilo de Lelis (v.), S. Juan Leonardi (v.), S. Ignacio de Loyola (v.), etc., fueron asiduos asistentes al Oratorio y amigos de F. La vida comunitaria del Oratorio no comenzó hasta 1564 en la iglesia de S. Juan de los Florentinos; integraba a simples sacerdotes, sin votos, exclusivamente al servicio del Oratorio; las obligaciones comunitarias se reducían al encuentro de la tarde y al refectorio, donde desarrollaban discusiones de casos morales y otras materias. El interés por los estudios eclesiásticos se centró principalmente en la historia y arqueología cristiana, y junto al interés cultural, la asistencia a enfermos y peregrinos.
     
      En 1575 pasa el Oratorio definitivamente, por concesión papal, a la iglesia de Sta. Maria in Vallicella, donde vivió también F. desde 1588. En esta misma época la institución sale de Roma. En Milán encontró serias dificultades, pues sus sacerdotes tenían dedicación exclusiva al Oratorio. Regentaba la diócesis milanesa S. Carlos Borromeo (v.). Otra faceta importante de su apostolado fue el confesonario, que fue asediado de día y noche. Su influencia fue amplia. Fue consejero de Paulo IV (v.), Gregorio XIII (v.), Clemente VIII (v.), amigo y confesor de numerosos cardenales, como Carlos y Federico Borromeo, Cussano, Paravicino, etc. Su fama fue reconocida en toda Europa. A él recurrió Francia en un asunto político-religioso sumamente delicado que amenazaba con un cisma. Clemente VIII se mostró indeciso y vacilante. F. se mostró desde el primer momento partidario de la reconciliación y aconsejó al Papa en este sentido, pero sin lograr de él una decisión eficaz. Llegó a recibir incluso una embajada francesa encabezada por el duque de Nevers, aunque reprochó vivamente esta injerencia política en materia religiosa tan importante. S. Felipe actuó a través de Baronio (v.), confesor del Papa. Le dio a éste instrucciones en el sentido de que incluso le negara la absolución mientras no aceptara un consejo reconciliatorio. Baronio triunfó en esta empresa tan delicada. Francia contará más adelante a F. entre sus santos protectores. Murió el 26 mayo 1595, fue canonizado el 12 mayo 1622 y su fiesta se celebra el 26 de mayo. Lo más destacado de su vida es su perfil humano que reflejó en todas sus obras apostólicas. Los humoristas y los reumáticos le han elegido como su patrono.
     
      Su actividad literaria ha sido recogida por E. Magri en el libro Lettere, rime e detti memorabili, Florencia 1922.
     
     

BIBL.: A. GALLONIO, Vita Philippi Nerii Florentini Congr. Orat. fund., Roma 1600; L. BusSEREAu, El espíritu de San Felipe Neri, Barcelona 1922; G. B. RISTORI y G. FARAONI, Notizie e documenti inediti sulla vita de S. Filippo Neri, Monza 1922; L. PONNELLE y L. BORDET, Saint Philippe Neri et la société romane de son temps (1515-1595), 2 ed. París 1958; C. GASBARRI, Filippo Neri, en Bibl. Sanct. 5,760-789; G. LIBERO, Vita di S. Filippo Neri, apostolo di Roma, Roma 1961; N. VIAN, G. INCISA DELLA RDCCHETTA y C. GASBARRI, 11 Primo Processo per San Filippo Neri, 4 vol., Ciudad del Vaticano 1957-61.

 

J. M. LEONET ZAGALA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991