EXORCISMOS. SAGRADA ESCRITURA.


Concepto y generalidades. Se designa con el vocablo e. al conjuro, efectuado en nombre de Dios, para alejar el demonio de cualquier lugar, objeto o persona.
     
      El término e. se deriva, a través del latino exorcismus, del sustantivo griego `exorkismós, propio más bien del uso eclesiástico. El sustantivo griego se ha formado del verbo `exorkidso que significa «hacer jurar, juramentar, obligar con juramento a declarar o efectuar algo». En este sentido se halla en la versión griega de los Setenta: Gen 24,3 en que Isaac «tomó juramento» a su criado de que no permitiría casar a su hijo Jacob con ninguna mujer extranjera; y 1 Reg 22,16 en que el rey de Israel «conjura» en nombre de Dios al profeta Miqueas a que diga la verdad. Esta misma significación retiene el verbo `exordikso en boca del Sumo Sacerdote cuando interroga a Jesús: «Te `conjuro' por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios» (Mt 24,63). Más tarde tomó la acepción de exorcizar, arrojar los demonios. Su uso es muy frecuente en los papiros mágicos del primer siglo de nuestra era. Con este mismo significado se utiliza el verbo `orkidso en los Hechos de los Apóstoles, donde se refiere que ciertos exorcistas judíos ambulantes intentaban arrojar los demonios de los posesos con esta frase: «Os conjuro (`orkidso) por aquel Jesús a quien Pablo predica» (Act 19,13); el término «exorcista» aparece únicamente en este lugar del N. T.
     
      Todos los pueblos han creído en la existencia de espíritus malignos, a quienes han atribuido los efectos dañinos que han afectado a la naturaleza y principalmente al hombre; estos espíritus han sido combatidos, entre otras maneras, mediante conjuros y fórmulas mágicas y supersticiosas (V. ÁNGELES I). Los egipcios consideraban a los demonios como los causantes de muchas desgracias y enfermedades humanas; incluso en el viaje de ultratumba, según su creencia, los difuntos corrían el riesgo de ser atacados por estos espíritus; para impedir su acción, empleaban una serie de prácticas y ritos mágicos. En Babilonia y en Asiria se admitía una demonología mucho más complicada; innumerables espíritus maléficos habitaban escondidos en lugares desérticos, de donde salían para perturbar el bienestar común y atormentar a los hombres mediante enfermedades y otros males; para librarse de ellos recurrían a los espíritus buenos y a los mismos dioses, empleando muchas veces fórmulas mágicas (V. BABILONIA III).
     
      Actualmente, en los pueblos más atrasados religiosamente, se recurre a toda clase de sortilegios y ritos mágicos para librarse del maleficio de los espíritus malignos (V. MAGIA).
     
      Antiguo Testamento. El fenómeno de la posesión diabólica se esclareció lentamente en la historia de la Revelación, llegando a ponerse a plena luz en los escritos del N. T. (V. DEMONIO III).
     
      En los libros más antiguos del A. T. se emplea el folklore popular para designar la acción de los espíritus maléficos; Isaías, p. ej., denomina a estos seres con el apelativo de sátiro (Is 13,21), Lilit, el demonio de las noches (Is 34,14). En ocasiones se mencionan en el A. T. sortilegios y encantamientos empleados por los pueblos vecinos para librarse de los males que les amenazan; tal es el caso del profeta Isaías que se burla de las prácticas utilizadas por los habitantes de Babilonia para alejar la ruina que se les avecinaba (Is 47,9.12).
     
      El libro primero de Samuel dice expresamente que, por permisión del Señor, un espíritu maligno atormentaba a Saúl, de quien David (v.) tañendo el arpa alejaba (1 Sam 16,14-23; 18,10; 19,9); mas, al parecer, no hay que interpretarlo como posesión diabólica en sentido estricto, y, por tanto, mucho menos de un e. propiamente tal por parte de David. En el libro de Tobías (v.) se nos habla de la posesión diabólica de Sara, cuyo demonio, no infligiendo a ella daño alguno, había sido el causante de la muerte de sus siete primeros maridos (Tob 6,14); propiamente es el arcángel S. Rafael (v.) quien arroja el demonio de Sara (Tob 8,3); las prácticas ejecutadas por Tobías, por mandato del ángel, no tenían otro fin que ocultar el poder sobrenatural del mensajero de Dios.
     
      Según Flavio Josefo (Antiquitates Judaicae, 8,42) el rey Salomón (v.) fue un insigne exorcista, el mayor de los tiempos antiguos; y refiere que en su tiempo se arrojaban los demonios en nombre del rey sabio. En ningún pasaje del A. T. se habla de e. en sentido estricto efectuados por hombres.
     
      Nuevo Testamento. En el N. T. se presenta al diablo como príncipe de este mundo, cuyo dominio pesa sobre toda la humanidad (lo 12,31; 16,11; 2 Cor 4,4; Heb 2,14). Su influjo alcanza a la misma naturaleza irracional (Apc 8,10; 9,1 ss.), incita al hombre al pecado mediante la tentación (1 Thes 3,5), le oprime corporal y psíquicamente (Apc 9,4 ss.) e incluso llega a posesionarse de él (V. DEMONIO I).
     
      Jesucristo (v.) ha venido para destruir las obras del diablo (1 lo 3,8). Y en la polémica con los fariseos (v.) ofrece como una de las pruebas de su mesianidad los e. que él opera (Lc 11,14-23). Ahora bien, como toda enfermedad y desgracia humana es signo del poder del diablo (Lc 13,11), no es extraño que en ocasiones la creencia popular atribuyera, en tiempos de Cristo, ciertas enfermedades directamente al influjo de Satanás. Jesús corrige a veces estas ideas erróneas o supersticiosas, como en el caso del ciego de nacimiento (lo 9,3). Pero de estos casos hay que distinguir otros en que Cristo o sus discípulos arrojaron el demonio de auténticos posesos.
     
      Las manifestaciones de la posesión diabólica son de distintos tipos. Los posesos aparecen, a causa del influjo diabólico, mudos y sordomudos (Mt 9,32; Mc 9,25), mudos y ciegos (Mt 12,22), furiosos y agresivos (Mt 8,28 ss.). Jesús expulsó a muchos demonios de los posesos, pero es preciso discernir esta expulsión de la simple curación de un enfermo, que a veces ostenta los mismos síntomas. Un caso típico es la curación que Jesús efectuó a un sordomudo (Mc 7,32-35) y la expulsión del demonio de un sordomudo poseso (Mc 9,25); la actitud de Cristo en ambos casos es distinta. En el primero, Jesús se dirige al enfermo, y simplemente con su palabra o sirviéndose de un gesto simbólico cura la enfermedad; en el segundo Cristo se dirige al espíritu maléfico, a quien a veces interroga (Mc 5,9) o hace callar y amenaza (Mc 1,25), y, sin prácticas que ostenten el menor viso de magia, manda al diablo abandonar su víctima simplemente con el imperativo de su palabra divina, que como tal obra a distancia, como en el caso de la hija de la cananea (Mc 7,29).
     
      Entre los e. más relevantes efectuados por Cristo se hallan los siguientes: la liberación de un poseso ciego y mudo, que dio ocasión a los fariseos a atribuir el poder de Jesús a Beelzebú; postura que Jesús calificó como blasfemia contra el Espíritu Santo, aprovechando la ocasión- para demostrar que los e. eran signo de la llegada del Reino de Dios (Mt 12,22-32); los endemoniados de Gerasa, que aparecen furiosos viviendo en los sepulcros, a cuyos demonios permitió Jesús entrar en una piara de cerdos (Mt 8,28-32); la expulsión de un demonio de un poseso mudo, ante cuyo efecto admiradas las multitudes le alabaron, mientras los fariseos decían que por arte del príncipe de los demonios los arrojaba (Mt 9, 32-34); la liberación de la posesión demoniaca de la hija de la cananea, gracia que el Señor otorgó a esta mujer por su profunda fe (Mt 15,21-28); la del joven lunático poseso, cuyo demonio no habían podido expeler sus discípulos a causa de la falta de fe viva y de oración y ayuno (Mt 17,14-21); la curación del poseso de Cafarnaúm, cuyo demonio reconoce que Cristo es el Santo de Dios (Mc 1,23-27).
     
      El Señor concedió este mismo poder a los Apóstoles (Mt 10,8), a los 72 discípulos (Lc 10,17-20), y lo otorgó como carisma permanente a su Iglesia, y signo, junto con los milagros, de la realidad sobrenatural de la misma (Mc 16,17). Desde entonces utilizarán casi siempre los discípulos el nombre de Jesús para arrojar los demonios (Mt 7,22; Mc 9,38 ss.). Los Hechos de los Apóstoles narran varios e. efectuados por S. Pablo. En la ciudad de Filipos arrojó de una joven posesa al nefasto demonio con estas palabras: «Yo te mando, en nombre de Jesucristo, salir de ella» (Act 16,18). En los e. no recurrían los discípulos al nombre de Jesús como a una fórmula mágica, ante cuyo simple uso hubiera de salir automáticamente el demonio del poseso; se trata de una manifestación de fe viva, acompañada de una conducta intachable, y en general de actos de mortificación como el Señor advirtió a los discípulos (Mt 17,14-21). Debido a la falta de todo ello no pudieron arrojar a los demonios los siete hijos de Esceva (Act 19,13-16).
     
      Los e. fueron signos en tiempos de Cristo y de la Iglesia apostólica, como lo serán hasta la consumación del mundo, de la lucha del poder de Cristo contra el de Satán, que será vencido definitivamente al final de los tiempos (Apc 20,1-10).
     
      V. t.: DEMONIO.
     
     

BIBL.: J. FORGET, Exorcisme, en DTC 5,1762-1770; H. LESÉTRE, Démoniaques, IV. L'expulsion des démons, en DB 2,1378-1379; E. vox PETERSDORFF, Dün:onologie I, Munich 1956, 332-364; J. SMITH, De Daemoniacis in historia eaangelica, Roma 1913; F. M. CATHERINET, Les démoniaques dans I'Éaangile, en VARIOS, Satan, París 1948, 314-328; P. SAMAIN, L'accusation de n:agie contre le Christ dans les éaangiles, «Ephemerides Theologicae Lavanienses» 15 (1938) 449-490; W. HEITMUELLER, Im Namen lesu, 1903.

 

R. MASSÓ ORTEGA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991