EVANGELIOS. HISTORIA DE LA PALABRA Y DEL CONCEPTO DE EVANGELIOS.


E. es el término técnico para designar el mensaje cristiano. El E., antes de ser escrito, fue predicado; fue escuchado, antes de ser leído (cfr. Lc 1,2; Act 6,4; Rom 10,17). La palabra e. producía una cierta resonancia religiosa en los oyentes, tanto en los judíos como en los paganos, porque el término e. les era familiar, bien en sí mismo, bien en su equivalente hebreo o arameo. El estudio de este término y de su contenido constituye_ una de las mejores introducciones a los E. escritos por San Mateo (Mt), S. Marcos (Mc), S. Lucas (Lc) y S. Juan (lo) sobre "la persona, vida, doctrina y obras de Jesucristo, que atestiguan la salvación que Dios envía a los hombres.
     
      1. Los paganos y sus «evangelios». En la literatura griega, euangélion es un adjetivo sustantivado que significa algo que pertenece a un euángelos («el portador de una noticia alegre»); e. es un término técnico para anunciar una victoria, un triunfo; el anuncio se hace con expresiones de alegría; noticias políticas y privadas pueden ser también e. Las palabras contienen en sí una alegría, y por eso quien las pronuncia puede recibir un premio; una buena noticia es un don de los dioses, y por eso se les agradece con un sacrificio cultual y con una fiesta religiosa. De esta manera el término e. empieza a adquirir un sentido religioso. Se acentúa el carácter religioso en los oráculos cultuales; se hacen sacrificios no ya por la noticia o anuncio, sino por el acontecimiento en sí mismo. Después en el culto al César, quien reune todas las cosas, divinas y humanas, en su persona, el término e. adquiere gran significación. El César es para los hombres el «salvador divino», «el bienhechor», «el que da la vida», por eso su nacimiento es un acontecimiento felicísimo para el imperio; es el primer e. del César. Después siguen otros: la proclamación de su mayoría de edad, su entronización, sus disposiciones, sus victorias guerreras, otros acontecimientos de su vida...
     
      La acción de anunciar un e. se designa en la literatura griega por el verbo euangelisesthai que puede significar dos cosas: a) hablar como un euángelos; b) portarse como un euángelos. En ambos casos el verbo evangelizar dice siempre relación al euángelos. Lo que se anuncia es una «victoria», lo cual implica ya alguna sotería (salvación), una tyje (suerte) y una eutyjía (un acontecimiento feliz). También se pueden anunciar otras cosas, especialmente las relacionadas con el culto al César. Algunas veces el verbo «evangelizar» se queda en el ámbito de lo profano, siendo equivalente a angélein; otras veces, sobre todo cuando se anuncia una victoria como cumplimiento de un vaticinio, adquiere un sentido religioso. En el helenismo, en contexto de oráculos cúlticos, «evangelizar» puede ser igual a «prometer», adquiriendo así una proyección hacia el futuro; estos e. «proféticos» son en realidad audacias en favor de los emperadores que anuncian futuras victorias guerreras con el fin de aumentar su actual prestigio. En ocasiones hay una conexión con las epifanías de «hombres divinos», y entonces «evangelizar» es anunciar a todos la alegría de la llegada de ese «ser divino» al palacio real.
     
      2. El Evangelio y los Evangelios. En el A. T., en la Biblia hebrea, «evangelio» se dice besóráh. Sólo aparece seis veces, y todas ellas en sentido profano: a) mensaje alegre: 2 Sam 18,20.25.27; 2 Reg 7,9; b) premio por un mensaje alegre: 2 Sam 4,10; 18,22.
     
      La noticia (de una cosa, una historia, un acontecimiento) tiene en sí una fuerza que realiza lo que anuncia (cfr. 2 Sam 1,15-16; 4,10), y entonces el mensajero es el portador de la suerte o de la desgracia del que recibe el mensaje (cfr. 2 Sam 18,20). Por eso quien lleva una buena noticia es recompensado con un premio. En el A. T. hay un caso de una narración trágica de un e.; el «evangelista» que anuncia a David la muerte de Saúl creía anunciar una noticia alegre (un e.), y, sin embargo, es una desgracia y por eso es castigado con la muerte (2 Sam 4,10; cfr. 1,1-16).
     
      El sustantivo e. tiene su origen en el verbo basar que significa «anunciar un mensaje alegre» (1 Reg 1,42). En 1 Sam 4,17 se anuncia una desgracia; en 1,42 e Is 52,7 se añade tób al verbo «anunciar»: de ahí han supuesto algunos que la raíz bsr significa simplemente «anunciar», y que el anuncio sea alegre o no, depende del adjetivo que se le añada (toba o bien ra'a). Sin embargo, está comprobado que la raíz semítica bsr significa por sí sola «anunciar un mensaje alegre»; el adjetivo «bueno» (tób) no es más que un refuerzo del sentido innato de la raíz. Frecuentemente se usa para anunciar la victoria en una guerra o la muerte de los enemigos (1 Sam 31,9=1 Par 10,9; 2 Sam 1,20; 18,19,20,31); este anuncio es ya en sí mismo un mensaje de alegría (2 Sam 4,10) y es reconocido como tal por los demás (2 Sam 18,26); pero el hecho de venir muchas veces del campo de batalla, hace que el verbo «anunciar» lleve en sí también algún aspecto de desgracia. El tránsito del uso profano al religioso se produce ya en 1 Sam 31,9: los filisteos han vencido, y Saúl ha muerto; la cabeza de su enemigo y sus espadas las llevan como signos de su victoria; esta alegre noticia es «evangelizada» a los dioses y al pueblo, y así tiene el carácter de una celebración cúltica. También en Ps 68,12 y 40,10 tiene un contexto cúltico y, por tanto, religioso.
     
      Los _textos principales para entender el concepto de e. son Isaías y los que dependen de él. En Ps 40,10 y 68,12 se habla de unos hechos concretos de Yahwéh, que han de ser anunciados; en Isaías se espera una gran.victoria de Yahwéh su entronización regia, la irrupción de un tiempo nuevo. Por eso el mebasser («evangelista», «mensajero») tiene una gran significación: es un heraldo que anuncia la vuelta del Pueblo de Dios desde Babel a Sión: «paz..., salvación..., Yahwéh reina...! » (Is 52,7). Su mensaje es consolación, perdón del pecado, vuelta de Dios a Sión (cfr. Is 40,1-2.9); es una fuerza divina en acción (cfr. Is 52,1-2). Se anuncia una victoria de Yahwéh sobre todo el mundo; empieza a reinar, y empieza un tiempo nuevo. La salvación comienza a realizarse en el mismo momento de ser proclamada; es la renovación de Israel, la nueva creación del mundo, la irrupción de un tiempo escatológico. Por encima del retorno del exilio, el mebasser anuncia la definitiva victoria del reino de Dios; Yahwéh pone sus palabras en su heraldo y así es Dios quien hace esta proclamación a través de sus labios. También para el mundo gentil (Is 52,10) empieza una nueva era, pues Yahwéh no es sólo Dios de Israel, sino también de los gentiles (cfr. Is 40,5; 45,23-25; 49,1.6; 51,4). En el Ps 96, sobre la vuelta del exilio, resuena todo este pensamiento de Isaías: «anunciad su salvación día tras día, publicad su realeza entre los gentiles y sus maravillas ante todos los pueblos... Decid entre los gentiles: ¡Yahwéh reina! » (cfr. Is 60,6 en que se canta la venida de los gentiles a Sión y el anuncio de la gloria de Yahwéh). El heraldo, que en 2 Sam 4,10 y 18,26 tenía un sentido profano y en Ps 68,12 un sentido cúltico, ha empezado a ser en Isaías un término religioso técnico: es el mensajero de Dios (el mebasser) que anuncia la realeza de Dios y con su palabra cargada de poder inaugura el tiempo escatológico.
     
      Los textos de Ier 20,15 (s. vtt) e Is 52,7 (s. vi) significan que hasta el s. vi no se había formado definitivamente el sentido bíblico religioso del verbo «evangelizar». En el sentido religioso del participio sustantivado mebasser tiene su parte el verbo, como se demuestra por: (a) Is 52,7: el paralelismo que hay entre mebasser y masmí'ah (=el que anuncia); (b) Is 61,1: aquí no es participio, es mibaser, es el profeta Isaías, portador de un alegre mensaje que libera y salva a los pobres. Resumiendo, los temas que aparecen son: la esperanza escatológica; la proclamación del reino de Dios; la participación de los gentiles en la salvación; la conexión con la justicia (Ps 40,10), la salvación (Is 52,7; Ps 96,2) y la paz (Is 52,7). Por todo esto, es un mensaje de alegría.
     
      En la Biblia griega del A. T. se traduce el hebreo besóráh por euangelia conservando el mismo sentido que tenía el original: mensaje alegre y precio por ese mensaje. Es curioso notar que en 2 Sam 4,10 y 18,22.25 está usado en plural: tá evangélia. En cuanto al participio mebasser, la versión griega de los Setenta lo traduce no por euangelos, sino por euangelisómenos (cfr. Is 40,9; 52,7). En general se puede decir que, en la traducción del verbo bsr, la Biblia griega de los Setenta sigue el texto hebreo masorético sin ninguna novedad sustancial. En el Rabinismo el sustantivo bsr (besórach) indica un «anuncio alegre», aunque en alguna ocasión (cfr. StrackBillerbeck, Kommentar zum Neuen Testament aus Talmud und Midrasch, III 5b) pueda significar un anuncio triste; en ocasiones (cfr. Strack-Billerbeck, o. c. 111 6d) tiene un sentido religioso. En ningún documento rabínico conocido tiene el sentido de «el mensaje escatológico»; la razón es que a partir de la segunda parte de Isaías ya está hecho el «anuncio alegre» del futuro reino de los cielos. Por eso, cuando esto llegue, lo importante no será que se haga un «nuevo» anuncio; lo importante tampoco será su «contenido», sino «el hecho de anunciar» que ya ha hecho su aparición.
     
      El N. T. tomará del A. T. y del rabinismo el sentido del término e., no ya sólo de un contenido determinado, sino también de la «actividad» de anunciar que es extraña a los griegos. El verbo bsr en la literatura rabínica indica la actividad de «anunciar un alegre mensaje», aunque a veces pueda tener como objeto algo triste (cfr. Tg II Ier 41,26-27 en Str. Bill. III 6b); la mayoría de las veces no requiere que se añada el tób para que se entienda que se trata de un mensaje alegre. Normalmente el objeto de este verbo son acontecimientos; y además, «evangelizar» es un término religioso: Dios, el Espíritu de Dios, las voces celestes, los ángeles... anuncian un alegre mensaje a los hombres, consistente en el perdón de los pecados, en la aceptación de la oración, en la participación en la vida y en el mundo futuro. En el judaísmo palestinense perdura el sentido de Isaías a través de Is 40,9; 41,27; 52,7; 51,1: al llegar el «evangelista» se inaugura el tiempo mesiánico, se anuncia la redención de Israel, tras la paz y la salvación del mundo. En tiempos de Jesús era muy viva la esperanza del «evangelista» del A. T.; puede ser el Mesías (v.) o Elías o un personaje desconocido; el caso es que aparecería, predicaría y todos serían «evangelizados». El «Reino de Yahwéh» del A. T. es ahora el «Reino de los cielos» (v. REINO DE DIOS). El mensaje alegre consiste en proclamar que «ha llegado la salvación», «ha llegado el tiempo de la realeza de Dios»; el mensaje es primero para Israel, que será reconstruido, salvado y redimido; después los gentiles tendrán parte en esta salvación mesiánica viniendo a Sión y reconociendo la realeza de Yahwéh. Yahwéh es Dios de todo el mundo; vivos y muertos oirán el mensaje; todos los hombres desde Adán oirán la voz de este alegre mensaje: ya ha llegado la salvación, el tiempo nuevo, el tiempo de la paz.
      3. Un Evangelio distinto. Podría decirse que la Biblia y el culto al César están de acuerdo en que la «entronización» es un e. para el mundo en cuanto que inaugura un «tiempo nuevo» y trae la paz y salvación al mundo; hay una conexión entre e. y realeza. Pero a las múltiples entronizaciones, el N. T. opone una sola: la del Reino de Dios; los hombres esperan muchos e., el N. T. les responde con un solo E., pero definitivo. Entre el mundo pagano y el N. T. hay un cierto paralelismo en cuanto que la liberación de los enemigos y la salvación del poder demoniaco son el fundamento para «evangelizar», pero la tyje y la eutyjía no tienen paralelo en el N. T. Además, en los paganos el e. trata de hombres «divinizados», mientras que en el N. T. es Jesús mismo, hombre y Dios, quien evangeliza y su persona es el contenido de su mensaje. Los griegos se refieren normalmente a hechos y bienes ya realizados; en el N. T. se refieren a hechos y bienes escatológicos y mesiánicos, es decir, a una realidad futura, pero ya inaugurada. Para los griegos «evangelizar» es a veces igual a «prometer», «revelar»; para el N. T. «evangelizar» es proclamar actualizando, creando, es decir, mediante el anuncio de la salvación se introduce ya en el mundo la esperada salvación. Para los griegos la palabra es mera doctrina, mientras que para la Biblia la palabra es también acontecimiento salvífico. Son distintos César y Cristo; el trono de Roma y la Cruz de Jesús. La expresión e. es la misma, pero el contenido es inmensamente distinto. El uso cristiano no depende del helenismo, sino del judaísmo, y en concreto de la versión griega de los Setenta a través de Isaías, en el sentido religioso del anuncio de la salud mesiánica. En el judaísmo griego representado por Filón (v.) y Flavio Josefo (v.) no se encuentra el pensamiento de la segunda parte de Isaías. Filón vive completamente en el pensamiento del mundo griego, Flavio Josefo utiliza el sentido griego y lo mezcla con narraciones bíblicas, pero de manera que profaniza el sentido del verbo «evangelizar». Todo esto indica la originalidad de la revelación bíblica.
     
      4. El Evangelio del Reino. En todo el N. T. el término E. aparece un total de 73 veces, de las cuales el mayor número corresponde a S. Pablo con .57; después le sigue Me con 8 veces y Mt con 4; los Hechos de los Apóstoles 2; Apocalipsis 1, y Pedro 1; los demás ninguna. Algunos autores se preguntan si Jesús ha pronunciado la palabra E.; las razones para dudar se fundan en la estadística del término y en que, según ellos, en Me 1,15, 8,35 y 10,29 comparados con sus paralelos, permite concluir que el término E. no provendría de Jesús mismo, sino que sería una expresión acuñada por los cristianos para referirse al mensaje de Cristo. Sin embargo, no parece ser que haya una objeción definitiva en contra de que Jesús hubiera utilizado esta palabra. Si se compara Me 13,10 y 14,9 con sus paralelos parece concluirse que el término E. pertenece a la tradición primitiva. Si Le y lo no utilizan el término E., aunque lo conozcan (cfr. Act 15,7; 20,24; Apc 14,6), no parece exigir mayor explicación que el hecho contrario de que el verbo «evangelizar» no aparezca en Me ni en lo, aunque lo ciertamente lo conoce en Apc 10,7 y 16,6. S. Pablo lo utiliza en sus primeras cartas (cfr. 1 Thes 1,5; 2,4; Gal 1,6.11) sin ninguna determinación ulterior, lo cual quiere decir que ya para el año 50 el E. era un término técnico de la Iglesia más antigua.
     
      De todas maneras, sea lo que sea de la expresión, la realidad que contiene es de Jesús: su predicación era un mensaje alegre y él era un mensajero de alegría; él ha traído un cumplimiento, y por eso el anuncio de la llegada del «Reino de Dios» (v.) es un e. El E. es el anuncio de la salvación tal como Jesús la proclamó (Mc 1,15; Mt 11,5; Lc 4,18 = Is 61,1; Me 13,10). El E. es la culminación del tiempo y la inminencia del Reino de Dios, de ese Dios que es el consolador de Israel (cfr. Is) que empieza a reinar sobre quienes aceptan su realeza.
     
      El texto de Le 4,18-19 merece una atención especial: «El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ungió; me envió a evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista, a enviar con libertad a los oprimidos, a predicar el año aceptable del Señor». Es una glosa-comentario de un texto de Is 61,1-2. El tema es la predicación (evangelizar, predicar, proclamar); por eso Lc omite el «sanar a los contritos de corazón» que trae los Setenta. Lc añade al final del versículo 18 «para enviar con libertad» (en aphései) a los oprimidos, que son palabras provenientes de otro contexto (Is 58,6) cuyo efecto es reforzar el tema de la «remisión». En el vers. 19 pone keryxai en vez de kalésai (Setenta) con lo cual se intensifica el aspecto kerygmático de la proclamación mesiánica. Lc termina la cita de Is con la proclamación del «año aceptable del Señor», cuando la versión de los Setenta continúa con «y el día de la retribución», es decir, omite las palabras que se refieren a la venganza de Dios. Una cosa semejante hace Lc 7,22 cuando Jesús responde a los emisarios del Bautista; las palabras de Jesús son una cita compuesta de tres textos de Is (Is 35,5-6; 28,18-19; 61-2) en todos los cuales hay un contexto que trata del juicio vengativo de Dios (Is 35,4; 28,20; 61,2) que es omitido por Le. Las palabras de Is se las aplica Jesús a sí mismo; «El Espíritu del Señor está sobre mí» es una alusión al bautismo de Jesús (Lc 3,22; cfr. también Act 10,38) en donde dio testimonio el Espíritu Santo de su consagración en orden a su misión específica; «evangelizar a los pobres» es el fin principal que tiene su misión, y ésta será la respuesta que dará después a los enviados del Bautista (Le 7,22; cf. Mt 11,4-5) como signo de su mesianidad; la expresión el «año aceptable del Señor» es una alusión al año jubilar hebreo (Lev 25,8-55) que suponía una «gran liberación» por motivos religiosos, y que en Is 61,2 y Lc 4,19 designa el tiempo de la salvación mesiánica.
     
      Resumiendo: la frase más importante es «evangelizar a los pobres». El mensaje crea el nuevo tiempo y hace posible el cumplimiento de los tiempos mesiánicos, e introduce la realeza de Dios. El mensaje escatológico de alegría esperado desde los tiempos de Is se está predicando ahora y esa palabra predicada tiene la fuerza de crear y realizar lo que dice; la palabra y los milagros, la resurrección de los muertos, son señales de la llegada del tiempo mesiánico. El E. de Jesús es el que había anunciado el profeta consolador de Israel; la salvación que, en Jesús, Dios envía a los «pobres», a los hombres: lo que Jesús es y lo que Él significa es el contenido del E. El E. es por eso la revelación del secreto mesiánico.
     
      5. El Evangelio de Jesucristo. Jesús, el «evangelista» del Reino, asocia a los Apóstoles (v.) a su misma misión (Le 9,2-6; cfr. 10,9-12; Mt 10,7), hasta el fin del mundo (Mt 24,14; Me 13,10-13); y los Apóstoles cumplen esta misión (Act 8,12). El E. es, por tanto, el anuncio de la salvación, tal como lo proclama la predicación apostólica (Act 5,42; 8,35; 11,20; 17,18): Jesús es el Kyrios (Señor) y el Cristo (Mesías). De esta manera, sin dejar de ser el E. de la realeza divina, es simultáneamente el E. de la realeza de Cristo; el anuncio de lo que es Jesús es el E. Comparando Me 8,35; 10,26; Mt 19,29; Lc 18,29 se ve que no hay diferencia entre E. de Jesús, E. del Reino y E. de Dios.
     
      E. es un término muy usado por S. Pablo. A excepción de tres veces, siempre pone el artículo, lo cual significa que se trata de algo bien conocido, que no siente la necesidad de explicar. Como ya dijimos, S. Pablo no ha creado el término, sino que lo ha hallado en el uso cristiano que le precede. Para S. Pablo el E. es: (a) Nomen actionis: la actividad de la predicación (2 Cor 8,18; 1 Cor 9,14; Phil 4,15). (b) El contenido de la predicación: «el E. que de antemano había prometido por medio de sus profetas en las escrituras santas acerca de su Hijo...» (Rom 1,1-3), es decir, Jesús, el Cristo-Kyrios. (c) La economía de la salvación (1 Thes 1,5; 2 Thes 2,14). (d) Una fuerza salvadora (Rom 1,16; 1 Thes 1,5); es una llamada a una exigencia que divide a los hombres en salvados y perdidos. (e) Lo que principalmente hacen los Apóstoles (1 Cor 15,3); es su razón de ser (Rom 1,1). (f) La historia de Jesús: Preexistencia, Encarnación, Muerte, Sepultura, Resurrección y apariciones del resucitado (Rom 1,1-4 y 1 Cor 15,1-8); esto es un resumen de lo que contienen Mt-Mc-Lc-lo. (g) Todo lo relacionado con Jesús Cristo-Kyrios: el e. de la paz (Eph 6,15), del juicio (Rom 2,16), el e. de Pablo (Rom 16,25). (h) El cumplimiento de las escrituras: Rom 1,2; 1 Cor 15,3-4; así resulta que el A. T. pertenece también al E., porque éste no es sino el anuncio de su cumplimiento; las promesas hechas a Abraham constituyen un proeuangélion (Gal 3,8), que se realiza en Cristo (Gal 3,16); así, todo el A. T. es un «pro-evangelio» que nos revela y testifica a Cristo.
     
      El sujeto y el objeto del E. para S. Pablo es Jesucristo, tanto el Jesús de Nazaret, como el Kyrios glorificado (cfr. 2 Cor 4,5; 2 Thes 1,7). E. de Jesucristo (1 Cor 9,12; 2 Cor 2,12...) para S. Pablo significa simultáneamente estas cuatro cosas: 1° Jesús es el que trajo el E. y es el que primero lo promulgó. 2° Jesús es el objeto y el argumento del cual trata el E. 3° Jesús es quien está presente ayudando y dando eficacia al predicador del E. y a los que escuchan su predicación. 4° Jesús es también el dueno y señor del E. Evangelio de Dios (1 Thes 2,2.8.9): sólo quiere decir que la fuente es Dios, y que nos llega a nosotros a través de Cristo: «Nuestro E.» (1 Thes 1,5, etcétera): sólo quiere decir que el Apóstol es un intermediario entre Cristo y los fieles; es el E. que Dios le ha confiado (Gal 1,12; 1 Cor 15,3).
     
      «E. de Dios» y «E. de Cristo»: arrancan esta palabra del uso profano, y le dan un sentido típico de «mensaje cristiano», «predicación cristiana». El E. no intenta sólo hacer una narración de la vida de Jesús, sino también proclamar el poder que esto tiene para el hombre: la rernisión de nuestros pecados (1 Cor 15,3). Éste «por nuestros pecados» hace que la predicación del E. sea un mensaje de juicio o de alegría. El E. no sólo habla de un acontecimiento y doctrina salvíficas, sino que él mismo es un acontecimiento salvífico; es una revelación de Dios; palabra de Dios que ilumina y exige obediencia; es una palabra que tiene poder creador, que realiza la salvación, la fe, la paz, la esperanza...
     
      6. Evangelizar. La estadística nos dice que también el verbo «evangelizar» es sobre todo un término paulino. En sus cartas aparece 20 veces; le sigue Lucas con 15 en los Hechos y 10 en su E.; después Pedro 3 veces; Heb 2 y Apc 2; y finalmente, Mateo una sola vez; los demás nada. Sinónimo de «evangelizar» es keryssein (Lc 4,43-44 comparado con Mc 1,38; Lc 8,1; cfr. Lc 20,1: didáskein y euangelísesthai). Lucas (8,1) con los verbos evangelizar y predicar resume la totalidad de la actividad de Jesús. El nacimiento de Jesús es un E.; no sólo su palabra, su predicación, sino su aparición en el mundo, su actividad, su vida y su muerte son un E. (cfr. también Eph 2,14-17). Juan Bautista (v.) es un «evangelista» (Le 3,18), y su nacimiento fue «evangelizado» (Le 1,19) como el de Jesús. Juan es el precursor, no sólo del Mesías, sino de Dios (Le 1,15-17.68-79); por ser precursor del Mesías y del Reino de Dios, Juan es un evangelista: su historia es el principio del E. (Me 1,1; Act 10,36-37), y su mensaje es un E.
     
      «Evangelizar» en 1 Thes 3,6 conserva el sentido profano de anunciar una buena noticia; aunque no es del todo profano; lo que ocurre es que aquí no es Cristo el contenido del mensaje, sino la fe y el amor de los tesalonicenses. En Rom 10,15 la cita de Is 52,7 se aplica (en plural) a los que anuncian el E. Ya durante la vida de Jesús los Doce Apóstoles son «los que evangelizan» (Le 9,6), y después de Pentecostés, ésta era su actividad misional (Act 5,42) en Jerusalén, desde donde el E. había de extenderse a todo el mundo (Act 8,4), primero a los judíos y luego a los gentiles. S. Pablo ha recibido la misión de evangelizar a los gentiles (Gal 1,16), y en eso consiste toda su actividad misional (1 Cor 1,17). Al igual que los profetas del A. T. (Ier 1,20,9; Ez 3, 17 ss.), S. Pablo evangeliza debido a una irrenunciable urgencia divina que siente en su interior (1 Cor 9,16); anunciar el E. es el término de su misión.
     
      No se anuncia el E. sólo a los no cristianos, sinc también a los ya convertidos en el seno de la comunidad cristiana (Rom 1,15; 1 Cor 9,12-18; Gal 4,13), pues sólo hay un E. para todos los hombres; se evangeliza a autón (Gal 1,16), es decir, a Jesús (Act 8,35; 17,18; 5,42; 11,20). Con «evangelizar» está unido: el E. (1 Cor 15,1; 2 Cor 11,7; Gal 1,11), la palabra (Act 8,4; 14,35; 1 Pet 1,25), la fe (Gal 1,23; v.), el kerygma (Act 8,4-5; v.), la enseñanza (Act 5,42; 5,35), el hablar (Act 8,25; 19-20), el dar testimonio (Aet 8,25; v.), hacer discípulos (Act 14,21; v.)... La predicación del E. no es sólo palabra, sino fuerza que realiza milagros (Mt 4,23; 9,35; Act. 8,4-8; passim); donde llega el E. nace la alegría (Act 8,8). En Heb. 4,2-6 la actividad de la predicación, tanto del A. T. como del N. T., se designa como «predicar». Act 10,36: Dios, a través de Cristo, nos evangeliza la paz; la palabra que evangeliza la paz es la Historia de Jesús, su vida, muerte y resurrección (Act 10,37-40). El ángel Gabriel evangeliza a Zacarías el nacimiento del Bautista (Le 1,19); y los ángeles a los pastores el nacimiento del Salvador (Le 2,10). En ambos casos, el mensaje es un e., en el principio de la salvación mesiánica, y entonces nace una «gran alegría» (Le 1,14).
     
      7. Del Evangelio a los Evangelios. Jesús al terminar el curso de su vida terrestre, da a sus Apóstoles (v.) la misión de «predicar el E. a toda criatura» (Me 16,15); cosa que ellos cumplieron: «predicaron por todas partes, actuando el Señor en unión con ellos y confirmando la palabra mediante los signos que la acompañaban» (Me 16,20). S. Pablo también recibió la misión del apostolado y fue elegido «para el E. de Dios» (Rom 1,1). Cuando los Apóstoles escribieron sus cartas, nacidas del vivir mismo y dirigidas a cristianos concretos o en general a quienes convenía animar o ayudar con lo escrito, en ellas hacen constantemente mención del E. (así, p. ej., en 1 Pet 4,17; cfr. 1,12-25; 4,6); pero sobre todo en las cartas de S. Pablo. Otras expresiones, como «la palabra», son equivalentes al E. (Iac 1,18-21; 1 Pet 1,23; 2,8; 3,1).
     
      En los escritos de los Apóstoles, la palabra E. designa siempre el mensaje vivo que ellos proclaman con su predicación oral, es siempre el único E. de Jesucristo. Si S. Pablo habla de «mi E.» (Rom 2,16; 16,25; 2 Thes 2,14) es porque Dios le ha confiado esta misión; su E. es el «E. de Dios que de antemano había sido prometido por sus profetas en las Sagradas Escrituras» (Rom 1,2). En los Hechos de los Apóstoles se ve muy bien cómo predicaron este E.; según quienes lo anunciaban, y según quienes lo escuchaban, recibía diversos acentos en su formulación, pero el E. era siempre uno en los labios y en los oídos de todos, fuera del cual no puede haber otro (2 Cor 11,4), aunque viniese un ángel del cielo a decir otra cosa (Gal 1,8). Aun siendo varios los predicadores, aun estando estos dispersos, y aun diferenciándose el temperamento de cada uno de ellos, el E. era el mismo, bien se tratase de Pedro (Act 2,14-20; 3,12-26; 4,9-18; 10,34-43), de Esteban (Act 7,2-56), de Felipe (Act 8,34-35), o de Pablo (Act 13,17 ss.; 17,22 ss.).
     
      Pero así, el único E. se va diversificando en su presentación de tipo verbal. El mismo S. Pedro no habla igual el día de Pentecostés y en la casa del centurión Cornelio; y S. Pablo tampoco habla igual en la sinagoga de Antioquía de Pisidia y en el areópago de Atenas. Incluso en situaciones como la de Act 4,21 en donde Le atribuye simultáneamente a S. Pedro y a S. Juan las palabras de «nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído», no podemos por menos de reconocer el acento de S. Juan (1 lo 1,1). Por lo demás, si el E. se diversificaba según su presentación, en su realidad permanecía siendo uno solo, conforme a la tradición recibida. Los predicadores, las circunstancias, los oyentes, hacían poner mayor o menor énfasis en uno u otro aspecto. En estos primeros tiempos de la Iglesia, la palabra E. significaba sólo una proclamación verbal del mensaje cristiano, acompañada de un testimonio de vida.
     
      8. De los Evangelios orales a los Evangelios escritos. En la misma Sagrada Escritura nunca se encuentra esta expresión: «los E. han sido escritos por...»: el E. «se predica» o «se proclama» (Mt 4,23; 9,35; 24,14; 26,13; Me 1,14); «se publica» (1 Cor 9,14); «se da a conocer» o «se evangeliza el E.» (1 Cor 15,1; 2 Cor 11,7; Gal 1,11); «se dice» (1 Tim 2,2); «se escucha» (Eph 1,13; Col 1,23); «se recibe» (2 Cor 11,4); «se rehúsa escuchar» (Rom 10,16; 2 Thes 1,8); «se cree» en el E. (Philp 1,27; cfr. 2 Cor 9,13). En el N. T. se habla sólo de un E., y éste consiste en la predicación oral, no en las cartas ni en otros escritos. Pero ya en S. Pablo sus cartas contienen el «E. oral»: «os notifico, hermanos, el E. que os evangelicé... » (1 Cor 15,1).
     
      S. Ireneo (PG 7,845a; v.) dice que «Lucas, compañero de Pablo, puso en un libro el E. predicado por él». Como la predicación es un testimonio sobre Cristo, sobre sus dichos y sobre sus hechos, por eso el nombre de E. pasa fácilmente a los documentos escritos en los que esos dichos y hechos están consignados. Al principio se llamaron memorias de los apóstoles (S. Justino, Dial. adversus Tryphon, 100 y 106,3). En Eusebio (Historia Ecclesiastica, 111,37,2; v.) hay una unión entre la palabra predicada y la escrita. Desde el momento en el que ya se tenía entre las manos los E. no había una gran diferencia entre el E. predicado y el E. escrito. Para S. Ignacio de Antioquía (v.), el E. es todavía la predicación (Ad Philadelphios, 9,2; passim); creer la predicación y creer en Jesús es para él lo mismo y, por tanto, el E. equivale a Cristo. Para la Didajé (v.) el E. es una gran parte de la tradición (Did. 15,3.4; 8,3; 11,3).
     
      Los Padres de la Iglesia entienden también por E. no solamente los «libros de los E.», sino todo el N. T. como, p. ej., Ireneo (PG 7,803b). En la la epíst. de S. Clemente Romano (4,7) las cartas de S. Pablo son igual a E. Cuando los Padres hablan de E. no se refieren a diversos anuncios (como en el culto al «César»), sino a un único E. de Dios (Ireneo, PG 7,844b); en los cuatro E. sólo hay un E. (Ireneo, PG 7,885b), hasta tal punto que mezclan el singular y el plural (Ireneo, PG 7,885 ss.; Eusebio, Hist. Eccl. V,24,6) citando una frase «de los E.» que sólo se encuentra en uno de ellos (Clemente Alejandrino, Stromata, 1,21, 136,1). Así E. ha llegado a ser la designación de los E. escritos. La fórmula secundum (E. secundum Matthaeum, E. según San Mateo, etc.) se utiliza solamente para indicar con más claridad a cuál se refieren (Ireneo, PG 7,884).
     
      9. El género literario de los Evangelios. En la determinación del género literario de los E. no interviene la división clásica filosófica del ens, el verum y el bonum. En sentido propio, ningún E. ha sido escrito para enseñar deleitando, ni para narrar una historia con propósito de edificar, aunque en sus páginas haya historia, doctrina y parénesis o exhortación. La intervención de los evangelistas es el testimonio y proclamación de la salvación en Jesús como Cristo y Kyrios. Puede decirse que los E. constituyen de hecho un caso único dentro de toda la literatura universal, tanto clásica como popular; lo cual no quiere decir que dentro de los E. no se encuentren otros muchos géneros literarios iguales a los que existen en otras literaturas (V. BIBLIA Iv). LOS documentos según Mt, Me, Le y lo, inauguran un nuevo género literario: el de E. En esto el E. es tan original como original es su origen. En el caso de los E., el término ya existía en otras literaturas, pero la originalidad de su contenido hace que se conviertan en un género único en la literatura universal, de tal manera que se usa ya en sentido absoluto. De hecho, las narraciones evangélicas agotan todo el género literario al que pertenecen; no hay más e. que los E. Los E. son una epifanía de Dios en Jesús; no son una apología, ni una apologética; son el testimonio y la proclamación de un hecho: la salvación en Jesús Cristo Kyrios. Los E. tienen un influjo, incluso literario, del A. T., sobre todo a través de la Setenta y del rabinismo. Hay en ellos una mezcla de religión, historia, kerygma, doctrina, testimonio, presencia de Dios, vida de la Iglesia, origen y formación de los documentos, escatología, palabra viva y documento escrito. Los hechos están ligados con su interpretación, pero no son una especulación doctrinal, ni buscan una adhesión puramente intelectual. Sustancialmente afirman una doctrina y un hecho salvíficos, pero tienen tales peculiaridades en la manera de afirmarlo que constituyen un caso original desde el punto de vista literario.
     
      10. Reflexiones. Cuando se lea el E. de Jesús, viene bien recordar los e. paganos; éstos ya pertenecen al pasado, mientras el de Jesús permanece. Cuando se lea el E. de Jesús, hay que recordar el e. de Isaías, prolongado y realizado por el de Cristo, aunque éste todavía tiende hacia otra realización absoluta y perfecta. Cuando se lea el E. de Jesús, según la versión de Mt o la de Me. Le o lo hay que unirse a las intenciones de sus autores y las necesidades de sus lectores. No olvidemos que han sido escritos con una finalidad sumamente religiosa; sin vivir el E. es difícil comprender ni el E. ni los E.
     
      Y, finalmente, cuando se lea el E. hay que recordar que el E. no es sólo: (a) un acontecimiento histórico; hace falta tener fe en el testigo; (b) unas narraciones de la vida de Jesús, para ser aprendidas de memoria y contarlas; sería una adhesión puramente intelectual; (c) la afirmación de una fórmula dogmática; sería una especulación, aunque legítima. Sino que es además: (a) una fuerza vital, es decir, el poderío que todo esto tiene para el hombre: murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación; (b) un mensaje al mismo tiempo de júbilo y juicio; (c) es el Kerygma (v.), y predicación y el Logos (v. VERBO) de la primera comunidad cristiana. Evangelizar es enseñar y anunciar, proclamar, testificar ese anuncio y esa palabra. El E. anuncia una doctrina y un acontecimiento salvadores y es en sí mismo una doctrina y un acontecimiento salvíficos.
     
      V. t.: NUEVO TESTAMENTO; CATEQUESIS I; CRISTIANOS, PRIMEROS; IGLESIA I, 2; BIBLIA 111,10 y IV,4f; JESUCRISTO I; CRISTIANISMO.
     
     

BIBL.:J. HUBY, El Evangelio y los Evangelios, Buenos Aires 1949; 1. HUBY, X. LÉON-DUFOUR, L'Évangile et les Évangiles, París 1954; S. GAROFALO, Dall'Evangelo agli Evangeli, Roma 1953; L. CERFAUx, La voz viva del evangelio al comienzo de la Iglesia, San Sebastián 1958; D. YUBERo GALINDO, La formación de los Evangelios, Madrid 1966; M. J. LAGRANGE, L'Évangile de lésusChrist, 2 ed. París 1954; 1. LEAL, El mundo de los Evangelios, Granada 1955; !D, El valor histórico de los Evangelios, 3 ed. Granada 1956; lo, Evangelio, en Enc. Bibl. III, 270-294; A. BEA, La historicidad de los Evangelios, Roma 1962; PONTIFICIA COMISIÓN BíBLICA, Instrucción Sancta Mater Ecclesia de 21 abr. 1964, AAS 56 (1964) 712-718 (trad. esp. en «Ecclesia» de 30 mayo 1964, 9-12); J. M. PAUPERT, ¿Qué es en definitiva la Buena Nueva?, Andorra 1963; G. Azou, La Tradición bíblica, 2 ed. Madrid 1966; L. BOUYER, La Biblia y el Evangelio, Barcelona 1965; M.BURROws, The Origin of the Word «Gospel», « Journal oí Biblical Literature» 44 (1925) 21-33; E. DRIESEN, Secundum Evangelium meum, «Verbum Domini» 24 (1944) 25-32; J. A. E. DODEWAARD, Jesús s'est-il servi Luí-méme du mot «evangile»?, «Biblica» 35 (1944) 160-173; JosÉ M. BOVER, Tipo literario de los Evangelios, «Sefarad» 6 (1946) 237-252; S. MUÑOZ IGLESIAS, Géneros literarios en los Evangelios, «Estudios Bíblicos» 13 (1954) 289-318.

 

E. PASCUAL CALVO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991