EUTIQUES


Monje griego, iniciador de la herejía monofisita. N. el año 378, probablemente en Constantinopla. Muy joven aún, abrazó la vida religiosa en un monasterio de la capital, donde tuvo como maestro a un cierto Máximo, adversario declarado del nestorianismo. En esta educación recibida se deben buscar las raíces de su odio contra el difisismo (dos naturalezas) cristológico. Ordenado sacerdote, y elegido luego higúmeno (superior) de su monasterio, se lanzó, sin la suficiente preparación teológica y con una buena dosis de imprudencia, a intervenir en las discusiones doctrinales de su tiempo.
     
      Hacia el 440, se convierte en la figura más notable del monofisismo bizantino. Su prestigio aumentó cuando en el 441 subió al poder el eunuco Crisapio, a quien él había conferido el bautismo. Abusando de esta amistad, comenzó a atacar a todos los que parecían sospechosos de nestorianismo, sin perdonar a eminentes obispos y doctores orientales, tales como Teodoreto de Ciro (v.), Ibas de Edesa (v.) y al mismo Domno de Antioquía. El 8 nov. 448, en el sínodo de Constantinopla presidido por el patriarca Flaviano, Eusebio de Dorilea, uno de los primeros que había denunciado públicamente los errores de Nestorio, acusó a E. de herejía.
     
      Este, al principio rehusó presentarse pretextando una enfermedad. Por fin compareció a juicio el 22 nov., acompañado de un gran número de monjes y soldados cedidos por su ahijado Crisapio. Su declaración, llena de contradicciones, ponía de manifiesto su escasa formación teológica. Ante su inconmovible negativa de reconocer dos naturalezas después de la unión de la divinidad con la humanidad, fue suspendido del carácter sacerdotal y privado del cargo de higúmeno. Entonces redactó E. una carta al papa S. León Magno, en la cual falsamente aseguraba haber hecho apelación a la autoridad pontificia. El papa se quejó al patriarca Flaviano, quien le respondió negando que tal apelación hubiese tenido lugar (PG 54,907).
     
      Entre tanto la situación se complicaba en Constantinopla. E. seguía valiéndose de su influencia cerca del débil Teodosio II, a la que unió ahora el decidido apoyo del patriarca de Alejandría Dióscoro. El Emperador ordenó la reunión de nuevos sínodos para reexaminar la cuestión, sin llegar a ningún resultado. Para obviar estas interminables discusiones, E. y Dióscoro recabaron de Teodosio II la convocación de un concilio. El Emperador convocó en Éfeso a todos los metropolitanos del imperio con algunos de sus sufragáneos para el primero de agosto (Mansi VI,598 ss.). El papa León I, aunque de mala gana, envió legados, con mensajes que contenían la misma doctrina expuesta ya en su epístola dogmática Lectis dilectionis tuae a Flaviano, conocida en Teología con el nombre de Tomum ad Flavianum. En éstos, con la fórmula una persona in duobus naturis, se exponía la doctrina ortodoxa deduciéndola de la S. E. y del Símbolo de Fe. El 8 de agosto se tuvo la primera sesión con 135 padres, bajo la presidencia de Dióscoro. Este no quiso que se leyese en público la carta del papa que le había entregado los legados, y comenzó la investigación sobre la ortodoxia de E. Compareció éste y confusamente expuso su doctrina, asegurando su adhesión al Concilio Niceno, a las enseñanzas de S. Cirilo, y lamentándose de que se le hubiese condenado injustamente. Cuando se llegó al momento de la votación, se prohibió a los obispos que habían condenado a E. en Constantinopla que participasen en ella. El resto, 114 obispos, se manifestaron partidarios de la ortodoxia de E. Con lo cual, Dióscoro, pidió al sínodo que condenase a Flaviano.
     
      Entonces se levantó el legado papal, Hilario, pidiendo nuevamente que antes de seguir adelante se diese lectura a la carta de León I. La petición fue denegada por segunda vez. Flaviano, viéndose en peligro, entregó a Hilario por escrito una apelación al papa S. León. Intervinieron algunos obispos para calmar a Dióscoro e inducirlo a la moderación. Dióscoro urdió entonces un golpe de escena. Se fingió en peligro y llamó a los legados imperiales Elpidio y Eulogio que guardaban las puertas del templo. En un momento, la iglesia se llenó de soldados, monjes eutiquianos y honderos alejandrinos que sembraron el terror. Restablecido el orden por la violencia, se obligó a los obispos a una votación, en la cual, naturalmente, Flaviano fue condenado. Los diáconos del alejandrino, entre los cuales se hallaba el tristemente célebre Pedro Mongo, lo extendieron sobre el pavimento y Dióscoro lo pisoteó en señal de victoria. Al día siguiente fue conducido al destierro. Falleció durante el camino.
     
      En sesiones sucesivas, los obispos se vieron obligados a condenar a Ibas de Edesa, a Teodoreto de Ciro y a Domno, patriarca de Antioquía. Terminado el Concilio que el papa León calificó de Latrocinio de Éfeso, Dióscoro tuvo aún la osadía, cuando pasaba por Nicea, de excomulgar al Pontífice Romano. Teodosio II, sin embargo, aprobó las actas del Concilio y mandó ejecutar sus decretos.
     
      Para poner orden y hacer valer su autoridad, el papa envió a Constantinopla una legación compuesta de cuatro obispos. Pero cuando éstos llegaron, las cosas habían cambiado en la capital del imperio. Muerto Teodosio II el 28 jul. 450, había tomado las riendas del gobierno su esposa Pulqueria, la cual hizo reconocer emperador al general Marciano con quien se unió en matrimonio. Crisapio fue condenado a muerte y ejecutado. Los decretos del «latrocinio» fueron declarados nulos. Los nuevos emperadores se apresuraron a escribir estos hechos al papa y comunicarle su acuerdo para la reunión de un nuevo concilio. Este se celebró en octubre del 451 en Calcedonia, y en él se clarificó la doctrina ortodoxa y se dirimieron las querellas cristológicas, aunque tuvo que ver separarse del seno de la ortodoxia un grupo de recalcitrantes que, con el tiempo, robarían a la Iglesia regiones enteras: los monofisitas.
     
      En cuanto a E., cambiadas las circunstancias de la capital, fue alejado de allí en dirección desconocida. A partir de este momento nada nos ha legado la historia acerca de su vida. El 28 jul.- 452, Marciana. condenó al fuego sus escritos (Mansi VII,501), que probablemente no eran muy numerosos.
     
      Indudablemente, E. debe ser tachado más de ignorante que de malicioso. El papa S. León le calificó como multum imprudens et nimis imperitus senex (PL 54,756). Gente astuta y sin escrúpulos, como Dióscoro, herejes camuflados como ciertos apolinaritas y monofisitas, se sirvieron de él como instrumento para lograr sus objetivos. Más que un innovador, E. fue, igual que Nestorio, un testaferro para difundir errores de otros.
     
      Es muy difícil saber con precisión cuál ha sido la doctrina cristológica que profesaba E. En primer lugar porque ninguno de sus escritos ha llegado hasta nosotros; pero, principalmente, porque se puede dudar de que él mismo lo supiese exactamente. Tradicionalmente se le ha considerado como el padre del monofisismo real, es decir, el que considera una única naturaleza. en Cristo, después de la unión de la divinidad con la humanidad; y esto no sólo en las formulaciones, sino en la realidad misma. Por eso, esta forma de monofisismo se ha llamado eutiquiana. Sería aventurado afirmar que alguien haya defendido alguna vez, con todas sus consecuencias, este crudo eutiquianismo.
     
      En un estudio publicado en la revista «Angelicum» (29,1952,3-42) titulado Leone ed Eutiche, el P. Benjamín Emmi O. P., trata de demostrar que el mismo E. nunca fue eutiquiano. E., dice el autor, distinguía en Cristo entre «cuerpo de hombre» (soma anthropou) y «Cuerpo humano» (soma anthropinon). El P. Emmi cree que E., con esta distinción, quería excluir en Cristo el cuerpo de «un hombre» asumido por el verbo; pero que admitía en El un verdadero cuerpo humano. Otros especialistas, sin embargo, no concuerdan con el profesor dominico.
     
      V. t.:MONOFISISMO;MONOTELISMO; CRISTOLOGfA, 3; ENCARNACIÓN DEL VERBO II, 6.
     
     

BIBL.: Mansi, VI y VII; S. LEEN MAGNO, Epistolae, PL 54; B. LLORCA, en VARIOS, Historia de la Iglesia Católica, I, 4 ed. Madrid 1964, 522-537; A. EHRHARD, en EHRHARD-NEUSS, Historia de la Iglesia, II, Madrid 1962, 80-94; H. WACE, Eutyches, «Dictionary of christian biography», Londres 1877 ss.; 11,404 SS.; P. MARTIN, Le brigandage d'Ephése d'aprés les actes du concile récemment retrouvés, «Revue des Questions historiques», 16 (1874) 5-68; W. A. WIGRAM, The separation of the monophysites, Londres 1923; M. JUGIE, Eutiches et eutychianisme, en DTC V, 1582-1609.

 

JUAN SERGIO NADAL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991