l. Introducción. E. adquirió pronto rango privilegiado en los diversos
aspectos de la vida de la humanidad. He aquí la exposición de la función
mítica de E. y la historia de su religiosidad.
a. Personalidad mítica de Europa. E. era una joven bella y delicada,
según la mitología. Su genealogía es lo suficientemente oscura como para
no saber si su padre fue Fénix, Agenor o el Océano ni cómo se llamaba su
madre (Hesíodo, Theogonía, 347; Apolodoro, Bibliotheca, 3,2). Aunque Fénix
y Agenor estén vinculados por razón de su nombre con el mundo fenicio, su
hija se encontraba en Beocia, cuando Zeus la vio y se enamoró de ella.
Disfrazado de toro, se presentó donde E. estaba jugando con sus compañeras
y, como una prolongación del juego, se operó el contacto entre la doncella
y el animal que, después, raptándola, la trasladó a Creta. De esta unión
nacieron Minos, Sarpedón y Radamanto. Después de su muerte fue venerada
como Helotia y en Sidón como Europa-Astarté (lstar; v. ASTARTÉ) [Luciano,
Syria dea, 41.
Este mito, de indiscutble origen preindoeuropeo, ha llegado hasta
nosotros a través de escritores griegos de mentalidad y religión olímpica
o indoeuropea. De ahí que probablemente Zeus (v.) haya reemplazado a otra
divinidad tauromorfa y que, incapaces algunos de comprender el profundo
significado de la unión humana con el toro, hayan acentuado lo monstruoso
de semejante hecho, así como sus consecuencias (Minotauro, laberinto
cretense, etc.). Sin embargo, el mito de la mujer poseída por un dios-toro
emerge del mismo sustrato telúrico, preolímpico, que relacionó la
serpiente con la fertilidad agraria y la fecundidad humana (V. SERPIENTE
11; DIOS 11, 2). Su mitologema, o núcleo de muy diversos mitos presentes
no sólo en la isla minoica sino en toda el área mediterránea (Pasifae,
Ártemis Tauropolos, el toro-Apis egipcio, el toro itifálico de diferentes
grabados rupestres, diversos mitos y ritos del toro ibérico, etc.),
responde a un nivel religioso presidido por las ideas de fuerza-generación
y se nutre de la intuición, que considera al toro como una misteriosa e
ingente reserva de energía generativa de resultados eficaces en la doble
vertiente vegetal y humana. Un análisis profundo de este mitologema
garantiza la función religiosa (divinidad tauromorfa de época anterior a
los dioses antropomórficos de las religiones étnico-políticas),
mágico-medicinal (caso de Dayanira-Heracles, empleo de la carne de toro,
etc.), casi siempre en relación con la mujer, sacerdotisa o no, y con
frecuencia con fines genéticos (Plinio, Historia natural,
28,147,236,253-54, etc.; Apolodoro, 1,9,11 y 16; 27; Pausanias, 7,25,10;
Ovidio, Metamorfosis, 9,101 ss.) (v. v; TOROS I; ANIMAL IV; MITRA).
b. Historia de la religiosidad europea. Geografía y cronología. La
geografía del territorio, cuya religiosidad se estudia aquí, coincide con
el continente europeo, si bien por razón de su mayor importancia, a juzgar
por los documentos conservados, estudiaremos más la de los países
meridionales. Más difícil resulta precisar la cronología. A pesar de los
fallos de toda división global de realidades religiosas históricamente
entreveradas, por motivos metodológicos parece aceptable la siguiente
división: 1) religiosidad paleolítica, entre los años 60.000-10.000 a. C.;
2) religiosidad indomediterránea (telúrica, megalítica, etc.),
10.000-2.000 a. C.; 3) indoeuropea (celeste, étnico-política, etc.) desde
el año 2.000 hasta el nacimiento de Cristo; y 4) cristiana, desde esa
fecha hasta nuestros días.
Ciertamente el hombre existió en E. antes del 60000; hacia el año
100000 vivió el Homo neanderthalensis (v. tv). Podemos suponer su
existencia anterior, pues, según los últimos cálculos, el hombre lleva más
de un millón de años sobre la Tierra. Pero, aunque el hombre haya sido
siempre portador de preocupaciones religiosas, carecemos de restos o
testimonios de su pensamiento de carácter religioso. Del hombre del
Neanderthal (v.) no se ha conservado en orden al conocimiento de su
religión más que algunos cráneos, un poco de ocre, algunos fósiles y muy
poco más, elementos insuficientes y muy hipotéticos para sacar
conclusiones. En el periodo siguiente, el musteriense (60000-35000),
abundan más los huesos y piedras con incisiones de factura humana así como
el ocre, pero aún no se han hallado figuras humanas y los síntomas
religiosos apenas si son recognoscibles. No hace falta apuntar que
clasificamos cada periodo por la religiosidad dominante, que sin duda
coexistió con formas religiosas anteriores, fenómeno evidente e
históricamente demostrable, p. ej., supervivencia de la religiosidad
indomediterránea o telúrico-mistérica en la época indoeuropea y de ésta
(religiones griega, romana, celta, etc.) en los primeros siglos del
cristianismo.
2. Religiosidad paleolítica. Tratar de estudiar la religiosidad del
Paleolítico (v.) es adentrarse en la oscuridad por un suelo resbaladizo
como el de muchas cuevas, residencia humana, y probablemente cúltica, del
hombre prehistórico; mucho más por la necesidad de sintetizar un material
que, por lo mismo de ser incompleto, exigiría explicaciones más
pormenorizadas.
a. Los «santuarios» prehistóricos. El hombre prehistórico habitó en
lugares abiertos y en cuevas. De éstas ocupa, de ordinario, las entradas.
A veces penetró en galerías alejadas de las entradas-viviendas. En ambos
se conservan recuerdos: grabados, pinturas, utensilios, etc. Comúnmente se
admite la existencia de cuevas, que a pesar de no haber servido nunca de
residencia, están decoradas en lugares de difícil acceso, defendidas de
posibles «profanaciones» por numerosas dificultades topográficas, galerías
estrechas y bajas, ríos subterráneos, etc. Si se demuestra que una cueva
reúne estas condiciones, merece ser catalogada entre los «santuarios»
prehistóricos. Lo mismo puede decirse de la segunda categoría (galerías
alejadas de la entrada). El arte por el arte no justifica la presencia de
grabados, huesos o instrumentos con incisiones peculiares en zonas no
habitadas de una caverna, menos aún si ésta jamás fue residencia humana.
Se impone una razón esotérica, religiosa. Pero antes hay que probar que
las entradas primitivas eran solamente las actuales.
b. Fuentes de conocimiento de la religiosidad paleolítica. No se han
conservado más que algunas osamentas, utensilios de piedra y
grabados-pinturas.
Huesos de animales y de hombres. Ninguna conclusión cierta de signo
religioso puede deducirse de los cráneos y huesos (reno, mamut, osos,
etc.) dispuestos con un cierto orden (cuevas de Stellmoor -Alemania-,
Ucrania, Rusia, etc.), a no ser de los dientes horadados o con una
incisión alrededor, en orden a estar colgados, y cuyo fin no era
simplemente estético (cuevas de España, Francia, Alemania, Rusia). Más
positivo resulta el balance por lo que se refiere a los esqueletos
humanos. Aunque no puede afirmarse categóricamente el «culto de las
mandíbulas» o de los cráneos (v.), es innegable que en algunos casos (p.
ej., cráneo del monte Circé, de Mas-d'Azil mandíbula de Trois-Fréres)
fueron objeto de una elaboración especial (huesos con incisiones,
coloreados de ocre, etc.), así como de verdaderas prácticas fúnebres, que
presuponen cierta creencia religiosa en la supervivencia. Algunos
cadáveres fueron devorados por las bestias o por los hombres, pero el
canibalismo ritual con el fin de apropiarse la fuerza del enemigo o, si
eran familiares, por motivos benefactores de la familia (esquimales),
resulta indemostrable.
Arte mobiliar y parietal. Los objetos de arte mobiliar encontrados
son de muchas clases: losetas con grabados, estatuillas, los llamados
bastones de mando, lámparas de piedra, propulsores para arrojar las
flechas, espátulas, etc.; sus designaciones, fruto a veces de la fantasía,
se apoyan en cierta similitud. Algunos de estos instrumentos tuvieron, sin
duda, un fin práctico, doméstico. Sin embargo, en otros se adivina un
destino religioso, probablemente en consonancia con el de los grabados
rupestres existentes en las mismas cuevas (Altamira, El Castillo, Font-de-Gaume,
Geniére, etc.); p. ej., los bastones de mando con forma fálica (V. FÁLICO,
CULTO) o los decorados con algunos símbolos y figuras sexuales, numerosos
objetos dispuestos para estar colgados etc., pero su sentido exacto
resulta muy hipotético. Aquí, como en casi todo lo paleolítico, la
imaginación se ha desbordado atreviéndose a hablar, sin suficiente
fundamento, al menos por ahora, de «varitas mágicas, simbólicos bastones
rituales para las ceremonias de iniciación» (H. Kuhn, W. Hangert, etc.),
de la Venus áurignaciensis o de la Venus pudica de Langerie-Basse, de
diosas e incluso de monoteísmo, «la idea de un solo dios, que estaba unido
a la representación del Gran Padre, el Gran Espíritu, creador de todas las
cosas, incluso de la primitiva Gran Madre, la diosa femenina portadora de
la fecundidad a la horda...» (cfr. H. Kuhn, o. c. en bibl. 246).
El arte parietal son los grabados y las pinturas rupestres del
Paleolítico, hechos en piedra caliza, con pigmentos de tierras naturales,
de diversos colores y tonos. Si se admite su naturaleza religiosa, las
cuevas donde existe este arte, quedan convertidas en santuarios; algunas,
raramente visitadas; otras, lugares de frecuente peregrinación, que
sobrecogen por el hálito cultual prendido en los «frescos» de sus paredes,
en las figuras de animales superpuestos sin razón aparente por estar junto
a sectores sin decorar, en las pisadas sobre la arcilla del suelo, en los
símbolos misteriosos, etc., enmarcados a veces por la serie de artísticas
columnas estalagmíticas y estalactíticas.
El arte mobiliar existió en una amplia zona: España, Francia,
Italia, Gran Bretaña, Bélgica, Suiza, Alemania, Austria, Checoslovaquia,
Ucrania, Rusia, i. e. en toda Europa. El parietal, mucho más restringido:
España, Francia y muy raro en el sur de Italia, Alemania, Rusia,
Escandinavia, etc.; se concentra, sobre todo, en tres zonas: cantábrica
(Altamira, Castillo, Pasiega, Ojo Guareña, etc.), pirenaica (Gargas, Trois-Fréres,
Mas d'Azil, etcétera) y el sudoeste francés (Laugerie Haute, Font de Gaume,
Lascaux, etc.); en total más de cien cuevas.
Del arte paleolítico, tanto mobiliar como parietal, están ausentes
los árboles, vegetación, paisaje. Sus temas se reducen a tres: animales
(bisonte, caballo, ciervo, reno, mamut, etc., a veces muy raramente aves),
seres humanos (representaciones antropomorfas, escasas y muy torpes en
comparación con las de los animales) y símbolos, variantes de signos
masculinos y femeninos (tectiformes, serpentiformes, penniformes, vulgas,
etc.). Estos tres temas aparecen aislados o agrupados y entreverados.
c. Valor religioso del arte paleolítico. Resulta sumamente
arriesgado tratar de defender una teoría en esta materia ahora cuando se
va imponiendo una tendencia revisionista acerca de todo lo que se ha
considerado religión, magia, etc., paleolíticas. Además, ha proliferado
demasiada literatura sobre estos aspectos del hombre prehistórico, fruto
fácil en muchos casos de la fantasía sin comprobación técnica ni
científica y, en otros, proyección más o menos inconsciente de las
creencias de los autores sobre los pueblos desconocidos o, también, de la
corriente interpretativa de los residuos paleolíticos que, por obra del
comparativismo etnográfico, viene adjudicando al hombre prehistórico de
Europa Occidental lo que piensa o cree el hombre primitivo de nuestros
días (v. PRIMITIVOS, PUEBLOS), sea bantú, patagón, o australiano.
Interpretaciones profanas. No consiguió prevalecer ninguna de las
teorías profanas que podríamos polarizar en la atribución del arte
paleolítico al instinto de imitación (Schasler), de juego (E. von Hartmann),
de perpetuación (Gouffray, Th. Lipps), erótico (Luquet) y, sobre todo,
estético (Lartet, Christy, Piette, Boule, Van Genned, etc.) o «el arte por
el arte», según la cual se debió a motivos exclusivamente artísticos del
hombre prehistórico» eternamente preocupado por el culto de la belleza» (Piette)
o al deseo universal de decoración y ambientación agradable.
Interpretación totémica. Para la mente actual resulta ridículo que
algunos defensores de la interpretación anterior se basaran en la
apriorística imposibilidad de la religión durante el Paleolítico,
confirmada por el hecho, según ellos, de que el hombre de ese periodo ni
siquiera logró representar el más sencillo de los signos religiosos, la
cruz (G. de Mortillet, año 1883). Pronto se operó la reacción ciertamente
exagerada. S. Reinach, partidario antes del arte paleolítico como mera
actividad en tiempo de ocio, fue el primero que en el año 1903 y por
influjo de Tylor y Frazer descubrió en él creencias totémicas y mágicas.
Pero es inadmisible, o por lo menos, indemostrable, el totemismo (v.)
paleolítico en su sentido estricto. Nadie podrá probar la condición
totémica de los animales del arte rupestre, o sea su categoría de origen
de los hombres integrados en un clan o tribu que se sentirían emparentados
y protegidos por ellos. Aparte del simplismo implicado en considerar todas
las «sociedades» paleolíticas como clanes de bisontes, caballos y pocos
animales más, pues son los mismos en toda E., no se puede definir una
agrupación totémica si no es posible, como en este caso, señalar los
principios de su organización social.
De mucha mayor aceptación viene gozando la teoría de la magia
imitativa o por «simpatía» (L. Capitan, H. Breuil, Harmy, H. Kuhn, H.
Bégouen, etc.), respaldada en el principio de que «lo semejante produce lo
semejante» o en la similitud de un efecto con su causa (V. MAGIA). El
hombre primitivo, como en nuestros días los lapones, esquimales, etc.,
pintaría en las cuevas con el fin de facilitar u obtener la caza de
animales alimenticios o, por contraste, con el de destruir los animales de
presa. Esta finalidad mágica explicaría la triple forma de representarlos:
con la máxima fidelidad y realismo, lo más esquemáticamente posible y
suprimiendo numerosos detalles (Bégouen).
El descubrimiento de los signos sexuales motivó que se admitiera la
intención de aumentar-cazar o destruir mágicamente no sólo el número de
animales, magia de caza, sino también el de los seres humanos, magia de la
fecundidad, unida frecuentemente con la productividad del campo y de los
árboles, magia de la fertilidad (FERTILIDAD II), sobre todo en algunos de
los signos, p. ej., la línea en zigzag, símbolo del agua (v. AGUA VI)
también en nuestros días entre los indios de Taos (Nuevo México) y, a
veces, de la serpiente, signo tan frecuente en, los grabados rupestres,
que reaparece en el jeroglífico del que procede la M, m, letra de madre en
todos los idiomas mediterráneos. Interpretaron algunas figuras
enmascaradas o medio humanas, medio animales (TroisFréres, Altamira, Font
de Gaume, Los Casares, Lascaux, etcétera), como sacerdotes oficiantes o
brujos-hechiceros. Incluso se ha hablado de ritos de iniciación (Charet,
Kuhn, etc.) de niños que, después de herir mágicamente al bisonte y una
vez iniciados «cubierto el pene con las llamadas vainas de arcilla,
abandonaban el recinto iniciático andando sobre los talones (huellas
conservadas)» o realizaban la «danza de la iniciación».
Interpretación religiosa y ecléctica. Es de suponer que existieran
creencias mágicas en el Paleolítico, pero parece exagerado conceder a la
magia imitativa categoría de clave capaz de descifrar todos los
intrincados misterios del arte mobiliar y parietal. Si la interpretación
exclusivamente profana partía de un prejuicio, ¿no procederá la teoría
mágica de la idea también apriorística, según la cual los hombres del
Paleolítico aún no habrían llegado a una postura auténticamente religiosa?
Por eso sería muy oportuno y urgente un análisis detenido de todas las
huellas y elementos del Paleolítico con el fin de discernir (planteamiento
hasta ahora silenciado) su carácter religioso (arte paleolítico como
invocación de un ser superior, la divinidad) o mágico (tentativas de
doblegar a la divinidad concebida como persona o, más bien, impersonal,
fuerza, mana). Es forzoso reconocer que los datos conservados son tan
rudimentarios, que será muy difícil por no decir imposible, llegar a
conclusiones definitivas. Si se admite la validez de la comparación
etnográfica, el escaso desarrollo de la magia entre los actuales pueblos
primitivos, especialmente los cazadores, induce a optar por la primera
hipótesis o interpretación de auténtica religión.
La tendencia revisionista actual procede con espíritu crítico y
ecléctico (P. J. Ucko, A. Rosenfeld, etc.). El problema está en llegar a
precisar la naturaleza de cada una de las obras del arte paleolítico,
teniendo en cuenta que puede ser verdaderamente religiosa, mágica,
ilustrativa de mitos y tradiciones (A. Laming), estética o simplemente
efecto de pasatiempo o de juegos de niños. Además, dada la milenaria
duración del Paleolítico, una misma obra pudo tener diversa función en
periodos distintos.
3. Religiosidad indomediterránea. a. Designaciones y ubicación
geográfica. Por antítesis con la religión y cultura universalmente llamada
indoeuropea será acertado introducir la designación indomediterránea, pues
han aparecido restos de este tipo de religiosidad en toda el área
mediterránea desde Occidente hasta el Indo e incluso en otras zonas y
continentes, p. ej., en el Caribe, mediterráneo americano. Otros términos
que captan diversos aspectos de la misma realidad religiosa son:
megalítica, por la presencia de «grandes piedras» o monumentos líticos:
menhir, dolmen, etc.; cultura y religión originaria probablemente de la
península Ibérica (Wilke, Kossinna, D. J. WSlfel, etc.); telúrica, por
haber considerado numinosa a la tierra y diversos fenómenos de la
vegetación (v. DIOS II, 2; NATURALEZA, CULTO A LA; TIERRA II); heládica,
en cuanto se refiere a la población inmediatamente preindoeuropea de
Grecia, las Cícladas, Creta y sudeste de Asia Menor, que ha dejado
vestigios visibles en diversos monumentos pétreos así como en el lenguaje,
p. ej., toponimia en -nthos, -nt, -ssos (Corinto, Cnossos, Tarento,
Tartessos, etc.) [Kretsmer]. La religiosidad indomediterránea, en lo que
aquí interesa, sin duda alguna ocupó de modo permanente una época de la
historia de España, Francia, Italia, Creta, Malta, Córcega y Cerdeña,
pudiendo también ser extendida hasta el Danubio. Tras la invasión de los
indoeuropeos (v.), venidos del centro y norte de E. a lo largo del segundo
milenio a. C., se convirtió en religión de los pueblos vencidos y gentes
sin plenos derechos políticos.
b. Condicionantes de esta religiosidad. En el concepto que estos
pueblos preindoeuropeos tienen de la divinidad, así como en la vida
religiosa, influyen su vida sedentaria, agrícola, en dependencia más
directa de la tierra que de los fenómenos celestes, y su constitución más
o menos matriarcal; si bien ya nadie se atreverá a establecer con Bachofen,
con categoría de dogma universal en la etnología, que la humanidad haya
pasado por un estadio de estricto matriarcado o ginecocracia. El influjo
de estos condicionantes se nota, p. ej., en la concepción de la divinidad
suprema como mujer y madre (Diosa Madre), telúrica (Madre Tierra);
intervención de la mujer en los actos cúlticos por derecho propio,
sacerdotisas; función peculiar de la fertilidad agraria y de la fecundidad
humana en distintas manifestaciones de la vida religiosa; teriomorfismo o
representación y encarnacionismo (v.) animal de la divinidad; inhumación
de los cadáveres; la incubación o dormición sobre tierra con fines
mánticos y medicinales, etc. (v. DIOS II, 2; SACERDOCIO 1; ANIMAL IV;
FERTILIDAD II; NATURALEZA, CULTO A LA; ADIVINACIÓN; etc.).
c. Temas cúlticos. A juzgar por los restos conservados, destacan los
siguientes:
1) Piedras. Aparte de su empleo en las tumbas megalíticas, de su
función de soportes de las almas de los allí enterrados (menhires o
piedras erectas, a veces con la indicación grabada del sexo, dato que
excluye su interpretación como falsos; Pausanias, 9,18,1) y de su misión
cultual en los kerkur, palabra preindoeuropea significativa del «montón de
piedras-altar-santuario», numerosos testimonios aseguran el temor sagrado
y el culto de las piedras (v.). Así los habitantes del Promontorium Sacrum,
actual cabo de S. Vicente (España) -nombres expresivos de sacralidad-,
veneraban con libaciones tres o cuatro piedras (Estrabón, 3,1. Véase
comportamiento de Jacob, Gen 28,18-22; 35,14; etc.). En lugares cultuales
de Cerdeña hay bloques de piedra caliza con forma de cono truncado,
similares a los ónfalos griegos, decorados con ornamento de ojos y adornos
de plumas; todavía en época muy posterior una carta del Papa Gregorio el
Grande (Epistolae 3,23) atestigua la veneración de las piedras y árboles
entre los sardos. La relación de este culto lítico con la tierra y con la
vida agraria resalta, p. ej., en las procesiones que en caso de sequía
pertinaz acudían a la piedra situada en el monte Latmos con el fin de
impetrar la lluvia (Usener, «Rheinisches Museum» 50/1885/148).
2) Agua. En la época megalítica tuvo vigencia la relación
agua-fertilidad-fecundidad. Si el agua protagoniza, aún hoy, el ritmo de
la vegetación, durante este periodo estuvo también vigente en relación con
la fecundidad así como con todos los trances femeninos: menstruación,
concepción, parto, a veces con fines purificatorios, otras revestida de
eficacia claramente fecundante, p. ej., «agua de la vida», figura humana
de grabados rupestres en actitud de recibir la lluvia o el agua fecundante
simbolizadas por la línea ondulante o en especie de peine, etc. Otros
síntomas del papel sacral del agua en las creencias megalíticas son la
asociación de sus construcciones a estanques o fuentes, los objetos
arrojados a las cisternas, lagos, etc., con fines mágicos o cúlticos, los
recipientes de agua colocados junto a las manos de los muertos en los
sepulcros de esta época y las figuras de los sostenes de las almas, p. ej.,
serpientes, etc., bebiendo el agua dadora de corporeidad esencial para
subsistir, animales sacrificados y arrojados a ríos y fuentes, usos del
agua en ritos catárticos o de iniciación en la religiosidad mistérica,
continuadora de la telúrica, etc. (Hornero, Ilíada, 21,131-140; Heródoto,
8,138; Solino, 4,6-66; Ptolomeo, 3,3,2).
3) .árboles. No cabe duda que diversos árboles que aparecen en
escenas cúlticas representadas en plaquetas votivas, anillos,
representaciones minoicas de las ramas entre los llamados cuernos de la
consagración, etc., son sagrados. A veces pudieron serlo en atención a la
imagen divina colocada en ellos, pero con frecuencia lo eran por sí mismos
(v. ÁRBOL I1).
4) Serpiente-toro. Función importante desempeñaron los animales
telúricos, relacionados con la fertilidad y fecundidad, a veces soportes
de las almas especialmente de los antepasados, con frecuencia epifanía y
encarnación de la suprema divinidad, la Madre Tierra (v. SERPIENTE; TOROS
I).
5) Muertos. Después de la cultura egipcia, la megalítica ocupa el
primer puesto, entre las antiguas, en lo referente a honrar a los muertos.
Todos los monumentos conservados en la arquitectura megalítica (cámaras,
mesas de piedra, menhires, etc.), son funerarios; a juzgar por su
consistencia y por los residuos hallados, proclaman la creencia en la
existencia de los antepasados tras la muerte. No practicaron la cremación,
sino la inhumación, el volver al seno de la Madre Tierra. En esta época
hunde sus raíces el culto a los antepasados (V. ANTROPOLATRÍA; DIFUNTOS
I).
4. Religiosidad indoeuropea. Los indoeuropeos (indogermanos en los
estudios alemanes), pueblo nómada, pastor y de constitución patriarcal, en
su existencia anterior a la disgregación iniciada en el III milenio a. C.
ocuparon una larga franja de tierra extendida tanto en E. como en Asia.
Con sus movimientos de emigración e invasión hacia el sur se fueron
estableciendo en los países meridionales de E., en Asia Menor, Irán y la
India. De la fusión antropológica, cultural y espiritual de la antigua
raza indomediterránea y del elemento indoeuropeo nació, en el I I milenio
a. C. el pueblo griego y, en general, todos los del área mediterránea de
E., p. ej., el itálico, etc. Lo que antes era un pueblo con distintos
dialectos, al perder el contacto, se desmembró en diferentes pueblos e
idiomas: indoiranio, armenio, griego, ¡lirio, latín, osco-umbro, celta,
germánico, báltico, eslavo, hitita, tocárico con sus subdivisiones, de los
cuales se derivan casi todas las. actuales lenguas europeas (v. 1, 3).
Precisamente la paleontología lingüística o estudio comparativo de
palabras más o menos comunes de estos idiomas, junto con la confrontación
de las formas religiosas idénticas o afines de estos pueblos, constituyen
la única fuente de que disponemos para poder atisbar algunos rasgos de la
religiosidad indoeuropea antes de su dispersión.
La paleontología lingüística, gracias a los trabajos de A. Lang, L.
von Schróder, Fr. Specht, W. Havers, etc. (serie de palabras Deiwos, Zeus,
los radicales en u y su relación con lo sagrado -«purificación cultual»-,
términos expresivos de lo «sagrado, temor, hombre, rogar, libación,
sacrificio, etc.») muestra la primitiva creencia de los indoeuropeos en un
ser supremo, celeste, autor de las cosas, dotado de cierta personalidad
ética, con matices probablemente monoteístas, superior al terreno u
hombre, que le pide beneficios, se los agradece y ofrece sacrificios, etc.
Las religiones de los distintos pueblos indoeuropeos presentan un cierto
número de rasgos co. munes, preexistentes probablemente también, algunos
de ellos, en el grupo antes de la dispersión: veneración de una divinidad
suprema concebida como masculina, antropomorfa, padre (dios-padre),
descrita como luz, celeste, transcendente al mundo y al hombre, aureolada
por la majestad que infunde respeto, temor sagrado; y destaca lo tremendum
del sentimiento religioso. Son religiones nacionales. Por lo mismo
confunden los orígenes de la religión y los del Estado (familia, clan,
tribu, nación, en algunos casos Imperio, p. ej., Romano); carecen de
fundador conocido, están marcadas por el pragmatismo religioso y por la
concepción teocrática del Estado y son contrarias al proselitismo por
identificarse el número de sus miembros con el de los ciudadanos.
Prefieren, como postura orante, la erguida con las manos levantadas hacia
el cielo, sacrificios de animales machos y tendieron a asignar a las almas
tras la muerte una residencia en las zonas etéreas. Para un estudio
detenido de estas religiones dominantes en E. Meridional en los dos
milenios inmediatamente anteriores a la venida de Jesucristo, en la
Central y, quizá también, en la Nórdica mucho antes, V. DIOS II;
RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS; SACERDOCIO I; GRECIA VII; ROMA V; BÁLTICOS II;
CELTAS III; GALIA II; GERMANIA II; ESLAVOS 11; CRONOS; ZEUS; HERA; TúPITER;
JUNO; MINERVA; VENUS; OLIMPO; ODÍN; TEOCRACIA I; SACRIFICIO 1; ORACIÓN I;
etc.
5. Cristianismo. Y, por fin, en E. se estableció el cristianismo, ya
estudiado en sus múltiples aspectos en otros artículos (V. VII;
CRISTIANISMO; JESUCRISTO; CRISTIANOS, PRIMEROS; IGLESIA, HISTORIA DE LA).
Durante el primer milenio de su existencia coexistió con distintas
manifestaciones de la religiosidad indoeuropea (religión griega, romana,
celta, germana, etc.) y de la indomediterránea (V. MISTERIOS Y RELIGIONES
MISTÉRICAS; INICIACIóN, RITOS DE). Esta coexistencia fue, unas veces
provechosa .(casos de aceptación de lo positivo de estas religiosidades,
cuna cultural-religiosa de la Iglesia naciente), otras casi indiferente:
cristianización de ritos precristianos obligada en orden a facilitar la
penetración del cristianismo en los pueblos convertidos, p. ej.,
aceptación de los kerkur o del oráculo telúrico de la serpiente Pitón;
pervivencia del carácter sagrado de ciertos lugares a pesar del cambio de
religiosidad, p. ej., iglesia construida sobre un dolmen megalítico en
Cangas de Onís (Asturias); y, sobre todo, la paradigmática superposición
religioso-cúltica en el complejo kárstico de Ojo Guareña (Burgos) con
residuos de la religiosidad paleolítica, indomediterránea,, indoeuropea y
cristiana (grabados rupestres de tipo religioso, agua, serpiente telúrica,
culto del árbol, cementerio prehistórico, ermita en honor de S. Tirso y S.
Bernabé dentro de la cueva, etc.). En algunas ocasiones resultó
perturbadora de la ortodoxia. Validez universal posee la afirmación de M.
Menéndez Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles VIII, Santander
1948, 8-9), aunque influyeran decisivamente también otras causas, p. ej.,
orgullo de los heresiarcas: «La historia de las creencias religiosas
profesadas en España antes del Cristianismo es peculiar e indispensable a
la historia de los heterodoxos españoles. En esos cultos primitivos,
indígenas o importados, está acaso la explicación de algunos fenómenos que
durante el curso de los siglos se repiten en nuestras sectas heréticas,
prolongación atávica...». Sobre distintas teorías acerca de la relación en
general, y en cuanto a algunos puntos concretos, entre el cristianismo y
estos tipos de religiosidad, v. apartado final de DIOS II; SINCRETISMO;
MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS; etc.
En el segundo milenio, ha dominado el cristianismo casi con
exclusividad sobre la geografía europea: el catolicismo preferentemente en
la E. Meridional; ortodoxos (s. xi), en E. Oriental, y protestantismo (s.
xvi), en E. Nórdica. En nuestros días se está operando un proceso de
acercamiento hacia la unidad de todos los cristianos (v. ECUMENISMO)
mientras algunos se alejan cada vez más radicalmente de cualquier forma
religiosa, cayendo en el ateísmo y en el antiteísmo (v. ATEÍSMO;
MARXISMO).
BIBL.: F. KÓNIG, Cristo y las
religiones de la tierra, vol. 3, Madrid 1960; H. KUHN, El arte rupestre en
Europa, Barcelona 1957; M. GUERRA, Yahveísmo, religiones nacionales y
religiosidad ctónico-mistérica, «Burgense», 7 (1966) 9-82; P. 1. UCKO-A.
ROSEFELD, Arte paleolítico, Madrid 1967; LE REUZIC, Corpus des signes
gravés, París 1927; M. GORGE-R. MORTIER, Histoire Générale des Religions,
I-V, París 1944-51; A. LEROI-GOURGHAN, Les religions de la préhistoire,
París 1964; ESCHER, Europa, en RE, 6,1,1287-1298; G. y V. LEISNER, Die
Megalithgráber der Pirenáenhalbinsel, Berlín 1943; H. BÉGOUEN, Les bases
magiques de l'art préhistorique, «Scientiae (París 1939); 1. MARINGER,
L'homme préhistorique et ses dieux, París 1958; K. LATTE, Rómische
Religioneschdchte, Munich 1960; M. P. NILSSON, Geschichte der Griechischen
Religion, 1-II, Munich 1955-61; M. GUERRA, Constantes religiosas europeas.
Formas religiosas del hombre europeo y del sotoscuevense desde el
paleolítico hasta nuestros días, Madrid 1972.
M. GUERRA GÓMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
|