EPICLESIS


Noción. Etimológicamente, la palabra griega e. (del verbo épi-kkléo, invocar) significa «invocación», «súplica». En este sentido es frecuente encontrar el término en la literatura patrística cuando trata de la liturgia, refiriéndola a las invocaciones que se hacen a Dios para que asista a los que celebran, o intervenga con su fuerza en la acción litúrgica, dándole sentido y eficacia. Encontramos e. en el ritual de sacramentos de las distintas liturgias, especialmente orientales, en las que esta forma deprecativa se usa para la forma sacramenta con mayor frecuencia que la forma indicativa, más típicamente occidental (aunque no se excluye en la liturgia romana la forma epiclética, como, p. ej., en las ordenaciones).
     
      Actualmente, y a partir del s. XIV sobre todo, cuando se habla de e. se hace referencia a una parte de la plegaria eucarística o canon de la Misa (v. ANÁFORA) en la que se pide al Padre la intervención del Espíritu Santo en la Eucaristía; más concretamente todavía, por e. se entiende la plegaria que en las liturgias orientales, especialmente en la liturgia bizantina, sigue a la anámnesis (v.), y en la que se pide al Padre que envíe el Espíritu Santo sobre los dones para «hacerlos» Cuerpo y Sangre de Cristo, y para que aprovechen a la santificación de los fieles.
     
      Tipos de epíclesis en la liturgia eucarística. La pluralidad de invocaciones en el interior de la plegaria eucarística (llamada ella misma e. por algunos Padres griegos) obliga a precisar el sentido de cada una de ellas. En la Tradición Apostólica de Hipólito, del s. III, se encuentra la e. después de las palabras de la consagración (e. subsiguiente), y la intervención del Espíritu Santo sobre la oblación de la Iglesia se pide en vistas al fruto de la comunión: la unidad de la misma Iglesia, el alimento de la vida interior y la confirmación de la fe en la verdad (e. de comunión o impetratoria). Este testimonio del s. III es decisivo para determinar que la e. en la que se pide al Espíritu Santo que «haga» del pan y del vino el Cuerpo y la Sangre de Cristo (e. consecratoria) no es necesariamente la forma más antigua y universal de la e.
     
      San Cirilo de Jerusalén, no obstante, habla ya en el s. IV de la e. en sentido consecratorio; y, de hecho, la unión de elementos consecratorios y de comunión se encuentra en las e. subsiguientes de las más antiguas liturgias (v.) orientales y de algunas occidentales (hispánica, galicana; v. RITOS). No en todas las liturgias, sin embargo, la e. pide la intervención del Espíritu Santo; así, en la liturgia de Serapíon, la e. pide la venida del Verbo. Tampoco es universal que la e. consecratoria sea subsiguiente; en las liturgias de influencia alejandrina existe una e. consecratoria antecedente a las palabras de la institución (consagración). En el Canon romano tradicional se encuentran también una e. consecratoria antecedente (Quam oblationem...) y una e. de comunión subsiguiente (Supplices te rogamus...). Este mismo esquema epiclético, con referencia más explícita a la intervención del Espíritu Santo, se ha seguido en la elaboración de las tres nuevas plegarias eucarísticas publicadas en 1968: las tres tienen una e. consecratoria antecedente y otra e. de comunión subsiguiente a las palabras de la consagración y a la anámnesis.
     
      Controversia dogmática. La tradición patrística, tanto en Oriente como en Occidente, es prácticamente unánime , en atribuir a las palabras de Cristo, en la narración de la institución, la fuerza fundamental y decisiva de la plegaria eucarística (consagración). A ellas atribuyen el cambio profundo en la realidad de los elementos eucarísticos (transubstanciación); pero no de manera mágica, simplemente por el mero hecho de ser pronunciadas,- sino en cuanto son dichas in persona Christi, o in fide Ecclesiae (recuérdese la célebre formulación de S. Agustín, In Ioh. 80,3: «verbum... no quia dicitur sed quia creditur»), o, según la teología más pneumática, por la fuerza del Espíritu Santo. Esta última formulación es particularmente preferida por los PP. griegos. La tradición patrística se refiere también a la instantaneidad de la conversión del pan y el vino por las palabras de la consagración (cfr. S. Gregorio Niseno, Discurso catequético, cap. 37, n° 10: PG 45,97; S. Ambrosio, De sacramentas, n° 15-16; S. Juan Damasceno, De fide orthodoxa, lib. 4, cap. 13), Palabras de Cristo, subrayadas además ritualmente en todas las liturgias.
     
      Es en el s. XIV, elaborada ya por la escolástica en Occidente una teología estructural de los Sacramentos (v.), cuando empieza a plantearse la controversia dogmática sobre la e. entre orientales y occidentales. Los latinos partían del hecho de que las palabras de la institución eran la «forma» decisiva e instantánea de la Eucaristía, sin necesidad de ningunas otras; como consecuencia, las formulaciones de los griegos, en las e. consecratorias subsiguientes, les sonaban a herejía. La respuesta de los griegos (Nicolás Cabasilas (v.) primero, y después Simón de Tesalónica y Marcos de Éfeso) se movió en el mismo plano de estructura e instantaneidad: según ellos, las auténticas «palabras» consecratorias eran las de la e., mientras que las palabras de la institución eran sólo la condición necesaria para que la e. fuera eficaz. Había nacido la controversia sobre la e., como un elemento más en las difíciles relaciones oriente-occidente, fruto en gran parte de malentendidos planteamientos teológicos (V. EUCARISTÍA II).
     
      En el Conc. de Florencia (v.), Eugenio IV quiso incluir la decisión sobre la «forma» de la Eucaristía en el Decreto de unión; pero renunció a ello después de la declaración del card. Bessarión (v.), en la cual se profesaba seguir la doctrina expuesta por S. Juan Crisóstomo. No obstante, la doctrina católica según la cual la «forma» de la Eucaristía son las palabras del Señor se encuentra explícita en muchos documentos del magisterio ordinario (Denz.Sch. 1.321, 1.352, 1.017, 2.718, 3.556). Recientemente, el tema de la e. ha motivado la exclusión, en el uso romano, de la anáfora alejandrina de S. Basilio. En las tres nuevas plegarias eucarísticas la e. consecratoria es siempre antecedente.
     
      Interpretación teológica. En el momento de valorar teológicamente la e., no parece posible hacerlo sin reintroducir la e. eucarística, la única que ha suscitado controversia, en el conjunto de las formulaciones epicléticas que encontramos en la liturgia.
     
      En casi todos los Sacramentos, en un momento u otro de la celebración, y en muchos casos (en Oriente) en la misma «forma» del sacramento, interviene una fórmula epiclética, casi siempre referida al Espíritu Santo, pidiendo el fruto de la acción sacramental. Con estas fórmulas se explicita un aspecto básico de la acción litúrgica: lo que se espera del sacramento es mucho más de lo que una acción humana, aun espiritual, puede aportar. Un sacramento es una acción de Cristo, en la fe de la Iglesia, en la que el hombre entra en comunión salvadora con Dios, y por la que recibe la gracia sobrenatural. Para expresar esta trascendencia de la celebración, y para afirmar que el fruto del sacramento es obra de Dios, la Iglesia usa e.; con ella da testimonio de fe en su propia consistencia como comunidad animada por el Espíritu Santo (v.).
     
      En este contexto es fácil ver la coherencia de la e. eucarística. En primer lugar, de la e. de comunión subsiguiente, la más antigua. Lo que se pide en ella es la influencia del Espíritu (en los dones, en los fieles, en los ministros) para obtener las finalidades o frutos del sacrificio eucarístico: la comunión del Cuerpo de Cristo, la unidad de todos en el Cuerpo y Espíritu de Cristo, la bendición y la gracia de Dios, etc. (res sacramenti) (generalmente las antiguas liturgias, entre los frutos de la comunión, piden en primer lugar la gracia de la vida eterna; las nuevas anáforas se han limitado a una breve petición por la comunión eclesial y otros efectos de la Eucaristía). Solo por el Espíritu, que anima y actúa en la fe, podrá la participación en el banquete eucarístico llegar, a través de los signos (v.), hasta las realidades.
     
      En cuanto a la e. consecratoria, aparte de las controversias, la interpretación es la misma. El realismo de la transubstanciación por la cual el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Cristo glorificado, entregados por nosotros, sólo puede acontecer bajo la influencia del Spiritus Creator; un cambio en el plano del ser, como el que es propio de la Eucaristía, debe referirse al Espíritu de Dios, por el cual son creadas y tienen vida todas las cosas. Los PP. de la Iglesia expresaron con frecuencia esta intervención del Espíritu en la comparación entre la transubstanciación y la Encarnación del Verbo. Esto no quita nada a la doctrina católica acerca de la eficacia de las palabras de la institución, ya que tal eficacia les viene de ser dichas a partir del Espíritu, en una acción eclesial sacramental, por quien actúa in persona Christi capitis en virtud de la consagración sacerdotal recibida en el sacramento del Orden.
     
      El hecho que esta intervención del Espíritu sea explicitada más o menos en la liturgia, o lo sea antes o después de las palabras de la consagración, no quita nada de su realismo. Sólo es necesario tener en cuenta que en la plegaria eucarística, lo mismo que en cualquier formulación, no es posible decirlo todo a la vez, aunque se concentre en un momento concreto la plenitud de toda la acción; supuesto esto, no es de extrañar la presencia de e. consecratorias subsiguientes: la e. de comunión, subsiguiente también, pudo atraer este aspecto de la intervención del Espíritu en la Eucaristía, como cosa normal; además, dentro de un esquema histórico-salvífico de la plegaria eucarística, resulta bastante lógico aludir a la intervención del Espíritu después de la referencia al misterio pascual de Cristo (es la relación Pascua-Pentecostés). De una manera elegante, aunque conservando el carácter de e. antecedente, ha hecho esta relación entre el misterio de Cristo y la donación del Espíritu para el tiempo de la Iglesia, la IV plegaria eucarística de la liturgia romana. V. t.: MISA; EUCARISTÍA II y III.
     
     

BIBL.: S. SALAVILLE, Épiclèse eucharistique, en DTC V,194-300; M. JUGIE, De forma Eucharistiae (de epiclesibus eucharisticis), Roma 1943; A. RAES, L'Epiclesi nelle liturgie orientali, en Incontro ai fratelli separati di Oriente, Roma 1945; M. RIGHETTI, Historia de la Liturgia, II, Madrid 1956, 343-350, 364-367; I. SCHUSTER, Liber sacramentorum, II, Turín 1920; P. DE PUNIET, Les paroles de la Consécration et leur valeur traditionnelle, «Rev. d'Histoire ecclésiastique» (1918) 34 ss.; B. BOTTE, L'ange du sacrifice et 1'épiclèse de la I (1929) 285-308.

 

P. TENA GARRIGA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991