La envidia (del latín invidia: mirar con malos ojos) es uno de los siete
pecados capitales (v. PECADO IV, 4), que consiste en una tristeza ante el
bien del prójimo considerado como mal propio en cuanto que se cree que
disminuye la propia excelencia o felicidad (cfr. Sum. Th. 2-2 q36 al). Es
a la vez un pecado, un vicio (v.) y una pasión (v.).
La Biblia deja constancia en muchos lugares del vicio de la envidia.
Por la e. que tuvo el diablo a nuestros primeros padres entró la muerte en
el mundo (Sap 2,24). Es dañina para la salud corporal como la caries en
los huesos (Prv 14,30) e incompatible con la sabiduría (Sap 6,23). Atrae
sobre los culpables los más severos castigos (Num 12,10-15), siendo
contada entre los pecados que excluyen del Reino de Dios (Gal 5,21) y hace
a los que lo cometen dignos de muerte (Rom 1,29-32). Por e. mató Caín a su
hermano Abel (Gen 4,3-8), aborreció Esaú a Jacob (Gen 27,41), vendieron a
José sus hermanos (Gen 37,4), persiguió Saúl a David (1 Sam 18,7-11). La
e. fue causa de que los judíos entregaran a Jesús a la muerte (Mc 15,10;
Mt 27,18).
Conviene distinguir la e. de otros sentimientos parecidos a ella, ya
que no es lo mismo: a) que el temor que se tiene ante el bien del prójimo
por el posible daño que nos pueda aportar; b) no es lo mismo que la
emulación, la cual es un sentimiento noble y auténtico; c) no es la
indignación al ver que se le da un bien a otra persona a la que se la
considera indigna de él; d) no es lo mismo que el odio: entristecerse del
bien ajeno, en cuanto se le desea algún mal; e) tampoco es lo mismo que el
celo. La e. tiene como característica específica el entristecerse del bien
ajeno en cuanto se mira ese bien como un factor que disminuye la propia
excelencia o felicidad (cfr. Sum. Th. 2-2 q36 a2).
Las causas de la e. son muy variadas, pero casi todas ellas podrían
resumirse en la disposición egocéntrica del envidioso (v. SOBERBIA). La e.
aparece también entre personas que sienten un complejo de inferioridad en
algún campo concreto del vivir humano (V. COMPLEJOS PSÍQUICOS); los
tímidos, los deprimidos, los débiles son propensos a la e.; se considera
que las mujeres son más fáciles a la e. que los hombres. S. Tomás dice que
suelen ser envidiosos los ambiciosos de honor, los pusilánimes y los
viejos (cfr. Sum. Th. 2-2 q36 a3 ad4). La e. también se da entre las almas
de vida espiritual (cfr. S. Juan de la Cruz, Noche oscura, lib.l, c.7).
Puede darse no sólo en personas físicas, sino también en grupos y
colectividades; suele ser con frecuencia el fermento en el corazón de
aquellos que están comprometidos en las luchas sociales. Según algunos
autores, hay naciones en las que este vicio está arraigado de una manera
particular. En este sentido se ha puesto de relieve el carácter envidioso
del español (cfr. Díaz Plaja, El español y los siete pecados capitales, 4
ed. Madrid 1968, 213-245). En la historia de la literatura española
existen ejemplos abundantes de personas que se han visto envueltas en
situaciones de e. (recuérdese a Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo,
etc.); la e. ha sido también un tema desarrollado en las letras hispanas
(p. ej., A. Machado en Campos de Castilla y La tierra de Alvargonzález, y
M. de Unamuno en Abel Sánchez).
La e. tiene efectos perniciosos en el orden moral. Conduce a otras
faltas, tales como la detractación, la susurración, la difamación (v.), la
calumnia (v.), la alegría perversa del mal ajeno, el humor negro, el odio,
etc. Han sido destacados también ciertos efectos en el orden físico o
fisiológico. El sentimiento de la e. produce una reducción de la
irrigación sanguínea; por eso se habla de la «pálida» envidia o de la
envidia «lívida» (el livor de los latinos). Para un tratamiento de la
envidia conviene ir a las mismas raíces del mal y poner allí el remedio
pertinente. Entre los medios hay que señalar: la humildad (v.); una sana
emulación; recordar el principio de la Comunión de los Santos (v.);
meditar en la sabia Providencia de Dios.
V. t.: HUMILDAD; PASIÓN II; PECADO IV, 4.
BIBL.: F. DE QUEVEDO, Las cuatro
pestes del mundo, I, Envidia, Zaragoza 1961; ÍD, Obras, BAE, t. II, Madrid
1859, 101-106. Además de los tratados ascéticos clásicos (A. TANQUEREY,
Compendio de Teología Ascética y Mística, París 1930,; R. GARRIGOU-LAGRANGE,
Las tres edades de la vida interior, vol. I/2, Buenos Aires, s. a.), véase
G. MONTEUUIS, La Jalousie, París 1913; H. D. NOBLE, L'envie et la haine,
«La Vie Spirituelle» 20 (1929) 32-42; E. RANWEZ, Envie, en DSAM IV, París
1960, 774-785; S. CARTON DE WIART, Tractatus de peccatis et vitüs in
genere, 2 ed. Malinas 1932, 164 ss.
M. VIDAL GARCÍA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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