Vida. Pensador y político español, n. el 6 mayo 1809 en el Valle de la
Serena (Badajoz); m. en París el 3 mar. 1853. Estudió las primeras letras
en Don Benito, prosiguiendo los estudios en Salamanca (1820), Cáceres
(1821) y Sevilla (1823), en cuya Universidad cursó Leyes. En 1829, al
crear un Real decreto el Colegio de Cáceres, fue llamado para desempeñar
la cátedra de Humanidades, pronunciando el discurso de apertura. Allí
conoció a Teresa G. Carrasco, con la que contraería matrimonio.
En 1832, residiendo ya en Madrid, escribió la Memoria sobre la
Monarquía, a raíz de los sucesos de La Granja (v. FERNANDO vri). Es su
primer escrito político y la primera manifestación de su pensamiento en
este campo, mostrándose liberal, pero no revolucionario. A la muerte de
Fernando VII abrazó el partido de Isabel 11 (v.) y la Reina Gobernadora;
entró en la Administración como funcionario en el Ministerio de Gracia y
Justicia, colaboró en periódicos y revistas literarias, explicó un curso
de Derecho Político en el Ateneo de Madrid, frecuentó las tertulias
literarias, donde conoció y trató a Larra, Pastor Díaz, Tassara, Pacheco,
Zorrilla, etc. (v. voces correspondientes). Ascendido a jefe de sección,
fue nombrado en mayo de 1836 secretario del Consejo de Ministros cuando el
gabinete era presidido por Mendizábal (v.). Por entonces, o poco antes,
falleció su mujer, después de haber perdido la niña que nació del
matrimonio. No volvió a casarse. Diputado por primera vez en las Cortes
que dieron la Constitución de 1837, se adhirió al partido moderado,
después de una paulatina evolución intelectual que está patente en los
escritos de carácter político que publicó desde 1832.
En julio de 1840, previa licencia del Ministerio y de las Cortes,
pasó a Francia para reponer su salud. Allí recibió a la reina madre María
Cristina cuando el motín de septiembre la obligó a salir de España, y el
Manifiesto que esta reina dirigió desde Marsella fue inspirado, si no
también redactado, por D. Éste regresó a España para defender, durante la
Regencia de Espartero (v.), los intereses de Mª Cristina, especialmente
con referencia a la tutela de sus hijas, manteniendo una extensa
correspondencia con Castillo y Ayensa, secretario particular de la ex
Reina Gobernadora. Cuando se decidió la cuestión escribió una Relación
histórica de las vicisitudes de su gestión. Vuelto a Francia, regresó en
1843, reanudando su vida literaria y política en Madrid. Diputado por
Badajoz en las Cortes de 1843, defendió la proclamación de la mayoría de
edad de Isabel 11; cada vez es mayor su prestigio y su influencia en el
partido moderado, del que en algunos momentos fue la eminencia gris. El
año 1844 lo pasóocupado en el proyecto de reforma constitucional, que
cuajó en la Constitución de 1845. Como secretario de la comisión, fue D.
quien se ocupó del dictamen y de su exposición y defensa en las Cortes.
Con motivo de las candidaturas para el matrimonio de Isabel II, D.
acabó rompiendo sus relaciones con palacio. En 1847 falleció su hermano
Pedro, produciéndose en D. el gran cambio que él mismo llamó conversión;
en 1848, con ocasión de la revolución de febrero en Francia, el cambio se
matizó todavía más, surgiendo un nuevo D. que se dio a conocer en 1849. En
efecto, en enero pronunció en las Cortes un discurso defendiendo la
política seguida por el gabinete presidido por Narváez (v.), cuyas medidas
habían permitido cortar los conatos de revolución en España. Este
discurso, conocido como Discurso sobre la Dictadura, alcanzó una enorme
resonancia, propagándose por Europa en traducciones publicadas por
periódicos franceses y alemanes, y originando múltiples cartas y
comentarios. Poco después marchó a Berlín como embajador de España.
En 1850 otros dos grandes discursos, en enero y diciembre, vuelven a
conmover Europa, sobre todo el primero de ellos, conocido con el nombre de
Discurso sobre Europa. En él dio sus famosos pronósticos sobre Rusia y el
fin del imperio inglés. Publicado en «L'Univers» en febrero, editada la
tradución en un folleto (14.000 ejemplares que se agotaron con rapidez),
vertido al italiano y al alemán, el discurso fue comentado por Schelling
(v.) y por Ranke (v.), elogiado por Metternich (v.). El nombre de D.
estuvo otra vez, durante meses, en un primer plano en Europa. En el
discurso pronunciado en diciembre de 1850 (Discurso sobre España) D. atacó
la corrupción social y la perversión de las ideas. Si en el discurso
anterior D. se mostraba cansado de la política, éste señala su ruptura con
él partido moderado, sin el cual «la revolución no viviría en ninguna
parte».
En 1851 es nombrado embajador en París. A mediados de año apareció
en París el Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo,
al mismo tiempo que en Madrid. Fue, también, comentado, elogiado y
atacado. De sus escritos posteriores el mejor es, quizá, la Carta al
Cardenal Fornari, de julio de 1852. Algo menos de un año después tuvo
lugar su fallecimiento en París.
Pensamiento. En D. C. hay una clara evolución del pensamiento, con
rectificaciones constantes, desde 1832 a 1848. A partir de este momento, y
hasta su muerte, adquiere unidad, aunque sin estancamiento. Hay una razón
para tomar esta segunda etapa como la más significativa y auténtica del
pensamiento donosiano. A raíz de su conversión se hizo una edición de
Obras Escogidas, en cuya advertencia D. deja entrever el fin de una etapa
y el comienzo de otra, mostrándose dispuesto a emprender nuevos rumbos. En
cierto aspecto es una ruptura con lo anterior, el comienzo de otra ruta.
Por otra parte, es difícil reducir su pensamiento a sistema, entre
otras razones porque el mismo D. confesó, comentando una frase de
Metternich, que él no era hombre de sistemas, sino de principios. Y el
principio de todo su pensamiento desde 1847 fue el descubrimiento, si así
se puede llamar, del mundo sobrenatural: «Yo siempre fui creyente en lo
íntimo de mi alma (escribía a Blanche-Raffin), pero mi fe era estéril,
porque ni gobernaba mis pensamientos, ni inspiraba mis discursos, ni
guiaba mis acciones»; y al referirse a cierto personaje que había influido
en su conversión aclaraba: «Pensando en este negocio vine a averiguar que
la diferencia consistía en que la una honradez era natural y la otra
sobrenatural o cristiana».
Fundamentalmente en esto consiste toda la dirección de su
pensamiento: La razón por la que Europa está abocada a catástrofes
insospechadas se debe a la ceguera de la sociedad (y de los gobernantes)
que deliberadamente han dejado al margen a Dios y al mundo sobrenatural
para organizar un mundo del que se ha eliminado la máxima realidad. Existe
un orden físico y moral establecido por Dios y que la Iglesia católica
enseña constantemente a los hombres, cuyo orden está regido por leyes
inmutables. El mundo ha negado estas leyes, ha inventado otras nuevas
desconociendo las establecidas por Dios, pero no ha podido, ni puede,
destruirlas o eliminarlas. «Todo el mundo moderno, decía en su Carta al
Cardenal Fornari, se ha construido sobre dos negaciones: niega que el
hombre nazca en pecado, y niega que Dios intervenga en el gobierno del
mundo. Lo primero hace inútil la Redención y de hecho la niega; lo
segundo, al relegar a Dios a una especie de limbo celestial, rompe toda
dependencia con Dios y el mundo se hace autónomo. Dios no cuenta. Como
consecuencia, el mundo se debate entre dos sistemas: el del liberalismo -
todo por y para la libertad- que conduce a la negación de toda autoridad
divina y humana y al egoísmo en beneficio de los poderosos, y el del
socialismo, que acaba en una tiranía igualitaria y desemboca en el Estado
despótico y omnipotente para quien no existe la persona». El gran problema
de la época era el de una justa distribución de la riqueza, cuestión que
no ha resuelto ni el sistema de restricciones, ni el de la libre
concurrencia ni el comunista, pues todos desembocan en el monopolio, sea
de individuos, de grupos o del Estado. Y - decía en su Carta a Mª
Cristina- este problema o lo resuelven los gobiernos o lo vendrá a
resolver el socialismo «poniendo a saco las naciones. Ahora bien: el
problema no tiene más que una solución conveniente: la riqueza acumulada
por un egoísmo gigantesco es menester que sea distribuida por la limosna
en gran escala», no importa cuál sea la forma que esta limosna adopte. (Al
parecer, el sentido que da D. a la limosna no tiene que ver con la
caridad, sino con la justicia). El problema de Europa estaba en la
oposición de los hambrientos y los hartos, y la victoria de los primeros,
atendido su número, no era dudosa a lo largo del tiempo. En resumen: sólo
los principios católicos, que expresan la realidad del mundo, su sentido,
las leyes que lo rigen y la naturaleza real del hombre, pueden salvar a la
sociedad. Por su pretensión de edificar un mundo prescindiendo de estas
realidades, la sociedad, envenenada por el error, corría de una catástrofe
en otra a su perdición.
Valoración. D. C. fue, con S. Kierkegaard (aunque en otra
dimensión), la única voz que en su siglo se atrevió a denunciar
públicamente el pensamiento optimista del progreso indefinido tal como lo
concebía la sociedad liberal. Cuando el ambiente general era el de la
muerte del Cristianismo, que había cumplido su misión histórica, y se
planteaba qué nueva religión iba a sustituirlo (Saint Simon y Comte
intentaron inventarlas), D. se atreve a proclamar la vigencia de la
Revelación (v.) por responder a lo real; cuando la corriente general de la
época daba primacía a lo económico, D. la relegaba a un modesto tercer o
cuarto puesto. «No fueron sus amigos ni adversarios conservadores,
liberales y moderados, quienes comprendieron a Donoso. Únicamente sus
enemigos socialistas, inspirados en una auténtica hostilidad, barruntaron
algo de su verdadera grandeza. Sólo en él presentían una amenaza para su
interpretación del sentido de la historia» (Carl Schmitt). Fue D. quien
«asestó el golpe de muerte a la filosofía progresista de la historia»,
basado en una penetrante crítica del liberalismo económico y político, y
quien previó que «la seudorreligión de la humanidad absoluta es el
principio de un camino que conduce a un terreno inhumano», según la
historia no muy lejana ha demostrado.
BIBL.: Ediciones: G. TEJADO, 5
vol., Madrid 1854-56; M. ORTÍY LARA, Madrid 1891-93, y 1903-04; H.
JURETSCHKE (BAC), 2 vol., Madrid 1946; C. VALVERDE (BAC), 2 vol., Madrid
1970. Monografías: E. SCHRAMM, Donoso Cortés. Su vida y su pensamiento,
Madrid 1936; C. SCHMITT, Interpretación europea de Donoso Cortés, Madrid
1953; J. CHAIX RUY, Donoso Cortés, Théologien de 1'Histoire et prophéte,
París 1956; D. WESTEMEYER, Donoso Cortés, hombre de Estado y teólogo,
Madrid 1957; S. GALINDO, Donoso Cortés y su teoría política, Badajoz 1957;
B. MONSEGÚ, Clave teológica de la historia según Donoso Cortés, Badajoz
1958; F. SUÁREZ, Introducción a Donoso Cortés, Madrid 1964; R. SÁNCHEZ
ABELENDA, La teoría del poder en el pensamiento de Donoso Cortés, Buenos
Aires 1969.
FEDERICO SUÁREZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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