Herejía que niega la realidad carnal del cuerpo de Cristo. Por su
etimología viene de la voz griega dokéo, parecer, dókesis, apariencia.
Sirve para designar el error de los que se niegan a admitir que Jesucristo
ha sido hombre verdadero, con cuerpo de carne como el nuestro. Por
consiguiente, sería pura ilusión o apariencia todo lo que los Evangelios
cuentan y la Iglesia enseña sobre la concepción humana de Cristo, su
nacimiento y su vida, sobre su pasión, muerte y resurrección (v. voces
correspondientes).
Orígenes. Como todas las herejías de los primeros siglos cristianos,
el d. se debe a la dificultad de concebir una realidad humana, material y
carnal, unida íntimamente a una realidad divina, espiritual, trascendente
y sobrenatural. Parecía repugnar a Dios un nacimiento como el nuestro, la
pasión, muerte y resurrección. Un Hijo de Dios que se encarna, redime y
salva a la humanidad mediante el dolor real en su cuerpo real, era para
los judíos una blasfemia sacrílega, y una fábula bella para los paganos (1
Cor 1,23). De aquí una doble serie de herejías: judaizantes (hebreos) (v.
JUDEO-CRISTIANOS) y docetas (paganos), que se fusionaron en el Gnosticismo
(v.), la más grande y complicada síntesis racional-especulativa
anticristiana.
No constituye, pues, este error la nota distintiva, única y
exclusiva de una secta aparte, sino que forma parte de los elementos
erróneos de los distintos sistemas gnósticos, que florecen en los dos
primeros siglos cristianos. Se admitía con dificultad que el Salvador era
el Hijo de Dios hecho hombre. Estos dos dogmas (Encarnación y Redención)
han sido los verdaderos obstáculos con que han tropezado los partidarios
de la gnosis. Para algunos autores de esta teoría Cristo fue simplemente
el hijo de José y María, negando así su divinidad. Otros niegan su
humanidad y vieron en su concepción, nacimiento, muerte y resurrección
solamente fenómenos aparentes, sin la menor realidad objetiva.
El filón herético del d. tuvo sus orígenes en tiempos de los
Apóstoles. Fue combatido por S. Pablo y S. Juan. Comenzó a especular por
caminos distintos, partiendo de materias filosóficas y religiosas.
Pretendía explicar todo mejor que el Cristianismo. Se servía de la
enseñanza cristiana para amalgamarla con otras ideas heterogéneas. Así
compusieron este modo superior de comprender y de explicar las cosas, que
llamaron enfáticamente gnosis. Una de las dificultades era explicar el
origen y la existencia del mal en el mundo. Partía del hecho de que la
materia es esencialmente mala y causa del pecado. Era imposible concebir,
por tanto, que Dios, la santidad misma, haya podido entrar en contacto
inmediato con ella, sea para crear, sea para redimir a la humanidad. La
unión real de la naturaleza divina con la humana en la persona de Cristo,
como lo enseña el Cristianismo, no eran admisibles. Rechaza, por tanto,
como una cosa inconcebible que el Salvador, de cualidad superior y divina
haya podido nacer como hombre, comer, sufrir y morir. Ni la Encarnación,
ni la Redención, según el sentido de estas teorías, eran admisibles. Mas,
por otra parte, el d. no se podía conformar con una negación, sino que
debía proponer su doctrina.
Formas de docetismo. Aunque exista mucha diversidad según los
autores, tiempos y lugares, existieron algunas ideas predominantes. Nos ha
dejado consignadas S. Ireneo las principales de su época. Las resume en
cuatro afirmaciones: 1) El hombre Jesús fue un receptáculo pasajero, en el
que entra Cristo en el momento del Bautismo y del que sale antes de la
Pasión; 2) El nacimiento, la vida y muerte de Cristo no fueron nada más
que una apariencia sin realidad; 3) Cristo tenía un cuerpo visible y capaz
de sufrir, pero no era material, ni formado físicamente de la Virgen. No
hizo otra cosa que pasar a través de María; 4) Sobre la Cruz murió un
hombre realmente, pero no fue Jesús, sino Simón de Cirene, en el cual
Jesús había dejado sus rasgos y aquél sustituyó a Jesús (cfr. S. Ireneo,
Adversus haereses, 1,24,4; 3,16,1: PG 7,677-920 ss.).
La primera manifestación de d. es la de Cerinto. Para él Jesús ha
nacido y ha vivido como los demás hombres y ha muerto realmente sobre la
Cruz, mientras que el Cristo, que habitaba transitoriamente en él, ni nace
ni muere efectivamente.
Consecuencias. Como puede observarse, estas afirmaciones minan la
base del Cristianismo, que cree en Jesucristo Dios-Hombre, nacido
realmente de María Virgen, que ha vivido, muerto y resucitado con un
cuerpo físico real como el nuestro y sólo gracias a esto ha sido posible y
real la redencióny salvación del mundo entero (v. JESUCRISTO). La fe se
encontraba, en efecto, amenazada por la gnosis en general y por el d. en
particular. Éste, por su manera de concebir y de explicar el papel del
Salvador en el mundo y la naturaleza de la salvación, desfiguraba
completamente y destruía por la base dos de los dogmas fundamentales de la
fe cristiana: la Encarnación y la Redención. La Iglesia profesaba que el
Hijo de Dios se había hecho hombre para salvar a los hombres y que. los
había salvado por la muerte sangrante sobre la Cruz. El d., al contrario,
no dando a este doble misterio nada más que una apariencia sin realidad,
los suprimía radicalmente. Si el Verbo no se hizo carne, ¿qué quedaba del
papel atribuido por los Evangelios a la Virgen María? Si no podía morir,
pues rechazaba la humanidad, ¿cómo viene la salvación? Del mismo golpe,
¿qué quedaba de la Iglesia? Era, en consecuencia, una cuestión de vida o
muerte.
La oposición de la Iglesia. Nada más urgente que oponer al error
insinuante y peligroso, con su apariencia científica, las afirmaciones
positivas de ortodoxia y salvar la fe cristiana, condenando la herejía.
Pero la Iglesia no se contentó con denunciar el error, sino que lo refutó.
No sólo probó la verdad de la fe, sino que lo haría con la Escritura, la
tradición y la razón.
Desde los mismos tiempos apostólicos existieron gnósticos docetas.
Pero donde únicamente notamos la oposición es en los escritos de S. Pablo
y S. Juan. En Antioquía, Siria, Éfeso y contornos de la provincia de Asia
se notaba una tal fermentación de ideas filosóficas y religiosas, que
amenazaban la ortodoxia. Como hábiles exploradores, comenzaron a abrir
brecha por un d. sutil, atacando los dos dogmas fundamentales de la
Encarnación y la Redención. Se comprende por esto que S. Pablo y S. Juan
se alzaran vivamente contra las nacientes infiltraciones heréticas de
tinte docetista. La prueba la tenemos en ciertos detalles característicos
que señalan los Apóstoles y en la manera que tienen de denunciar el
peligro.
S. Pablo, prisionero en Roma, fue visitado por Epafras, con el
objeto de informarle de los daños que corría la fe cristiana en Colosas. A
un cristianismo más o menos desfigurado añadían las falsas teorías varios
elementos. Elementos prácticos eran, por una parte, un culto exagerado y
supersticioso de los ángeles y, por otra, un rigorismo ascético que
proscribía el uso de ciertos manjares e imponía la observancia del sábado.
Los elementos especulativos (que denominaban «filosofía») no eran otra
cosa que fantasías, análogas a las que poco después forjarían los
gnósticos. Lo más irritante eran las deficiencias que suponían en la
persona y obra de Cristo. «Mirad que nadie os engañe con filosofías
falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en los elementos del
mundo y no en Cristo. Pues en Cristo habita toda la plenitud de la
divinidad corporalmente» (Col 2,8.9). Es una clara alusión a los brotes
gnóstico-docetistas. Cristo no es un demiurgo, sino que es igual a Dios y
corporalmente, en su cuerpo mortal, siguió siendo Dios. El peligro no
estaba solamente en poner en duda su divinidad, sino en no dar la realidad
exacta a la naturaleza humana y a su muerte sangrante. Ésta hace pensar
que lo que aquí combate es el d. junto con otros errores. Insiste hasta
tres veces, con alguna línea de distancia para afirmar que Cristo posee la
plenitud de Dios y que habita en Él corporalmente. Por otra parte, tiende
a reafirmar la reconciliación de los hombres con Dios por la sangre de la
Cruz, por la muerte de Cristo en su cuerpo carnal (Col 1,20.22). Quiere
afirmar una y otra vez la realidad de la Encarnación y de la Redención. El
tipo de estos gnósticos con tendencias docetistas es más acusado en las
Pastorales. Escribiendo a Timoteo le avisa para que evite todo lo que
opone una ciencia que no merece este nombre (1 Tim 6,20), afirme solamente
que hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hecho
hombre. Es obvia la intención de Basílides y Marción de rechazar las
Epístolas Pastorales del canon del N. T.
S. Juan, en el cuarto Evangelio combate a Cerinto, que negaba la
divinidad de Cristo. S. Juan tiene además rasgos de combatir un error
lleno de d. Acentúa muchas veces: «El Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros» (lo 1,14). El hincapié que hace al hablar del Señor en su carne,
su naturaleza humana (lo 19,34). En su epístola es claro que combate el
d.: «Todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en carne es de
Dios, y todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del
anticristo» (1 lo 4,2.3). «Muchos seductores se han levantado en el mundo,
que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne...» (2 lo 7). Estas
alusiones eran claras para los destinatarios de las cartas y designan
suficientemente que tropezaban con los mismos errores (1 lo 1,1). Otros
pasajes (no menos significativos) hacen pensar en el d. (1 lo 4,15; 5,1).
¿Quiénes eran estos docetas? Sin duda, el mismo Cerinto, que distinguía el
Cristo de Jesús. Pero también otros, porque el acento del Apóstol lleva a
defender con energía la carne real de Cristo. Entre ellos estaban los
judeocristianos, combatidos también por S. Pablo.
Posteriormente el d. es combatido por S. Ignacio de Antioquía (v.).
En las cartas que escribe a las iglesias de Asia les aconseja acerca de su
conducta con los herejes y más en concreto contra las corrientes gnósticas
impregnadas de d. Los principios docetistas se encuentran también en las
ideas de los principales jefes gnósticos: Simón Mago, Basílides, Valentín
(v.), Marción (v.), Manes y maniqueos (v.). La refutación de los
fundamentos docetistas (por el hecho de encontrarse englobados en otros
errores) no ha sido objeto de una refutación especial por parte de los
Padres de la Iglesia. Tres personajes sobresalen al combatir sus
principios: S. Ireneo (v.), contra los gnósticos en general, sale al paso
de la distinción sutil de ver dos personajes en Cristo. «Jesús y el Cristo
(dice) no forman sino un solo hombre-personaje: El Hijo de Dios encarnado»
(PL 7,919-955 y 1027). Tertuliano (v.) contra los marcionitas. Sus
afirmaciones más importantes van a probar que Cristo ha nacido de la
Virgen (cfr. PL 2,581582; 764-785). S. Agustín (v.), contra los maniqueos.
Sus afirmaciones principales tienden a rebatir las pruebas que sacan de la
S. E. para probar que Cristo no podía encarnarse, son fantásticas e
ilusorias (PL 42,37-38). Ciertos Padres de la Iglesia, concretamente
Clemente de Alejandría (v.) y Orígenes (v.) han sido acusados de d. (cfr.
DTC 4,149-151). La acusación nace de ciertos pasajes del Hypothyposes.
Esta obra del doctor alejandrino se ha perdido y actualmente es imposible
controlar o verificar semejante acusación a base de este escrito. Pero no
deja lugar a dudas acerca de la realidad del nacimiento, de la vida humana
y de la muerte de Cristo. A menos que se descubran nuevos textos, los que
en la actualidad poseemos, unidos a los del Pedagogo y Stromata, son
suficientes para demostrar que en estas obras Clemente es extraño al d.
Orígenes recibió también la acusación de d. Modernamente hay que
pronunciarse por la negativa (PG 27, 809-913). La verdad es que los dos
han combatido a los gnósticos y han mantenido la ortodoxia de la fe sobre
la realidad de la Encarnación y de la Redención hecha por Cristo, que
presupone y comprende que Cristo era Hijo de Dios, la verdad sobre el
nacimiento y la vida humana, de la pasión y de la muerte en la Cruz. Las
expresiones recriminadas se explican muy bien como intemperancias
polémicas, debidas a la imprecisión con la cual entonces se formulaban los
principales dogmas cristológicos y soteriológicos.
V. t.: JESUCRISTO III.
BIBL.: G. BAREILLE, Docétisme, en
DTC 4,1484-1501; S. DE AUSEIO, El concepto de «carne» aplicado a Cristo en
el IV Evangelio, en «Sacra Pagina», Miscellanea biblica congressus
internationalis catholici de re biblica, París 1959, 11,219-234; S. IRENEO,
Adversus haereses, Lib. I y III: PG 7,919-955; TERTULIANO, De carne
Christi: CSEL 47 (1906); ÍD, Adversus Marcionem, libri quinque: CSEL 47
(1906); E. BOSSHARDT, Essai sur l'originalité et la probité de Tertullien
dans son traité contre Marcion, Florencia 1921.
P. TINEO TINEO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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