DIDAJÉ (Didaqué)


Escrito muy antiguo que recoge una serie de instrucciones y usos de la Iglesia primitiva en lo que respecta a obligáciones morales más importantes, enseñanzas lítúrgicas y normas disciplinares para regular el orden de la comunidad. Tuvo gran influencia en la antigüedad; Eusebio (v.) llega a incluirla entre los escritos apócrifos (Historia Ecclesiastica, 3,25: PG 20,269); Clemente de Alejandría (v.) la tiene por Escritura Sagrada (Stromata, 1,20: PG 8,815 y Quis dives salvetur?, 29: PG 9,636) y S. Atanasio (v.) la aconseja como libro sumamente útil para la instrucción de los catecúmenos (Epístola Festalis, 39: PG 26, 347). En Occidente la nombra el PseudoCipriano (De Aleatoribus, 4: PI 4,830). Tanto por los testimonios antiguos aducidos, como por los que se podrían aducir, consta que la D. era conocida en Siria, Asia Menor y, sobre todo, en Alejandría.
     
      A partir del s. xii no se encuentra cita alguna en relación a la D. Pero en el a. 1873, Filoteo Bryennios, metropolita griego de Nicomedia, descubrió un códice griego (a. 1057), conservado actualmente en la biblioteca del Patriarcado de Jerusalén, que contiene la D., las dos Cartas de S. Clemente Romano y la Epístola de Bernabé. En 1875 salían a luz pública las Cartas de Clemente y en 1883 era publicada la D. Los estudiosos encontraron argumento apto para publicaciones de índole doctrinal, litúrgica e histórica hasta el punto de ser el documento más estudiado de la antigüedad cristiana.
     
      1. Título y composición. Las opiniones empiezan ya a ser dispares en el problema literario de la autenticidad del título, dado que el manuscrito descubierto por Bryennios, en lo que se refiere a la D., contiene un doble título: didaje ton dodeka apostolon y didaje tou kiriou día ton dodeka apostolon tois etnesin, o sea: «La instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce Apóstoles». Ya el metropolita griego se preguntó sobre la autenticidad de los mismos y su juicio falló en favor del más largo, considerado por éste como título más antiguo y, por tanto, original. Cierto que hace constar que dicho título sólo se referiría a los seis primeros capítulos y que el título corto sería una abreviación del largo llevada a cabo por una mano extraña a la del autor. No escapa a la atención de Bryennios la constatación de la no-equivalencia entre lo prometido por ambos títulos y el contenido real del escrito: ni es el Señor quien enseña, ni los Apóstoles sino, más bien, parece ser una sola persona que no trasluce en momento alguno su calidad de Apóstol. Ante esta realidad, continúa el metropolita, no se pueden interpretar dichos títulos en su sentido estricto y literal como si el escrito ofreciese de manera directa la instrucción del Señor y de los Apóstoles, dado que la D. se abstiene desde el comienzo de poner la palabra en boca de aquellos que ella misma quisiera revestir de autoridad.
     
      A los seis meses de aparecer en Alemania la edición de Bryennios, Harnack (v.) ofrecía la suya (Die Lehre der zwólf Apostel, Leipzig 1884). Para éste, el título largo, que es el más antiguo y el original, encierra el pensamiento del autor sobre su obra y que Harnack resume diciendo que ésta, como su nombre indica, es un compendio de la enseñanza recibida de Cristo y dada a la comunidad de los cristianos de todo lo que respecta a la vida cristiana y eclesial de modo que, en la mente del autor, han sido los doce Apóstoles quienes la han transmitido. Harnack, en su búsqueda del título auténtico de la D., ha tenido por prevalente el título largo ofrecido por el manuscrito a lo ofrecido por la tradición indirecta.
     
      Totalmente extrema es la posición adoptada por Robinson (J. A. Robinson, The Problem of the Didache, «Journal of Theological Studies» 13, 1912, 339-356). Este, partiendo de un examen del origen y significado del título: Instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce Apóstoles, se pregunta «¿cómo procede el autor para llegar a producir un libro que corresponde a tal título?», 341. La respuesta tenía que brindarla el análisis de la obra misma y Robinson, después de esto, llega a concluir «que el autor de la D., en lo que se refiere a las cuestiones de organización eclesiástica, se limita, con el rigor posible, a lo que él puede presuponer razonablemente que los doce Apóstoles han ordenado y fundamenta sus instrucciones sobre lo que cree que se puede deducir de los escritos apostólicos. Si bien es cierto, que el autor disimula su plagio, no obstante, disimula a la vez el estado real de cosas de su tiempo. El resultado consiste en que apenas aporta nada, a excepción de su exégesis incierta, que puede hacer avanzar nuestro conocimiento del ministerio en la Iglesia primitiva», 354.
     
      Para J. P. Audet (La Didaché. Instructions des Apótres, París 1958) el problema de la autenticidad del título implica indirectamente todo el problema posterior del género literario, y, por ello, dedica en su libro muchas páginas al punto mencionado. Siguiendo un orden rigurosamente cronológico constata las distintas formas con las que se llama a la D. en los diversos documentos de la llamada tradición indirecta; así en el Pseudo-Cipriano (ca. 300), Eusebio (ca. 315-325) y en la Lista de 60 libros canónicos (ca. 600): aparece el título breve y en plural didajai ton Apostolon; por el contrario, S. Atanasio (a. 367), el Pseudo-Atanasio (ca. 500), la Stikometria (ca. 850) y el Codex Hierosolymitanus, 54 (a. 1056) la llaman didaje ton apostolon, además del título largo que aparece en el texto del códice descubierto por Bryennios. Según Audet, el título original de la D. es Didajai ton apostolon. El dominico francés da más importancia a la tradición indirecta que a la misma tradición manuscrita; juzga como un contrasentido la postura de los que admiten la autenticidad del título largo al mismo tiempo que afirman que el título corto, sería una abreviación del primero. Audet argumenta preguntándose por qué no proceder al contrario cuando, por analogía con lo sucedido en la historia del texto del N. T., se observa una tendencia general a ampliar los títulos e inscripciones y no a disminuirlos. Los títulos más simples se encuentran en los manuscritos más antiguos, p. ej., Vaticano y Sinaítico. Principio también confirmado por los documentos de la tradición indirecta que dicen relación a la D. Finalmente, la razón por la que Audet admite el plural didajai en vez del singular didaje, radica no sólo en el hecho de que dicha forma aparece en los documentos más antiguos sino en la tendencia (constatada por Audet), que existía de pasar del plural al singular, pero no al contrario. Cree, además, que dicha forma plural está fuertemente apoyada, aunque de manera indirecta, por la versión copta.
     
      En cuanto a la composición de la D., desde que Audet le dedicó en su obra un cap. de estudio minucioso, se distinguen tres partes bien marcadas en la misma: D 1,D 2 e I. D 1, que es la forma primera y más breve del escrito, comprende desde el cap. 1 al cap. 11,2; D 2 es la segunda forma ampliada del escrito, o D. en su segundo estado y abarca desde 11,3 hasta el final. Se llama I (interpolador) al autor de los pasajes entremezclados tanto en D 1 como en D 2. Tales pasajes añadidos más tarde por el interpolador son: 1,3b-2,1; 6,2 ss.; 7,2-4 y 13,3.5-7. Las glosas 1,4a y 13,4 aunque son de los primeros siglos, pertenecen, no obstante, a época más reciente.
     
      2. Fuentes. En los numerosos estudios sobre la D., se han considerado como fuentes de la misma: la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas (v.), el Diatessaron de Taciano (v.) y, por último, los Evangelios.
     
      Aunque se observa un paralelismo entre los seis primeros capítulos de la D. y los capítulos 18-20 de la Epístola de Bernabé, lejos de argüir una dependencia de la D. respecto de la Epístola de Bernabé, Audet admite que ambas son independientes y que las dos han tomado la doctrina de las dos vías de una fuente judía representada en la Doctrina XII Apostolorum que descubrió J. Schlecht (Friburgo Br. 1900). Por lo que respecta a la doctrina de las dos vías, Audet remite a la Regla de las sectas de la comunidad de Qumrám, también descubierta recientemente.
     
      No faltaron autores tales como Robinson (Barnabas, Hermas and the Didache, Londres 1920, 34-37, 53-56), Connolly (The Didache in Relation to the Epistle of Barnabas, «Journal of Theological Studies» 33, 1932, 237253) y Vokes (F. E. Vokes, The Riddle of the Didache. Fact or Fiction, Heresy or Catholicism?, Londres 1938, 51 ss.) que afirmaron que el Pastor de Hermas debía ser considerado como fuente de la D. Las relaciones comúnmente sugeridas entre ambos escritos se centraban en los seis primeros capítulos de la D. y que se ha convenido en llamar la doctrina de las dos vías. Audet da por terminada la cuestión en lo que respecta a este punto, para hacer, en cambio, un estudio comparativo de D. 1,5 y Pastor, Mandatum, 11,4-6 con el que llega a la conclusión de que la D. es más antigua que el Pastor de Hermas. Tampoco ha tenido éxito entre los estudiosos la sentencia de Dix (G. Dix, Didache and Diatessaron, «Journal of Theological Studies» 34, 1933, 242-250) que hacía depender la D. del Diatessaron de Taciano.
     
      La posible dependencia de la D. con relación a los Evangelios era estudiada simultáneamente por Audet (o. c. 166-186) y por R. Glover (The Didache's Quotations and the Synoptic Gospels, «New Testament Studies», 5, 195859, 12-29). Ambos llegaron a la conclusión de que la D. no contiene cita alguna de los Sinópticos. Audet, sobre todo, procedía . ordenadamente en su estudio teniendo muy en cuenta la composición misma de la obra: D 1, D 2, e I y admitiendo que el problema de su dependencia de los Sinópticos no se puede plantear de la misma manera en las distintas partes del escrito. Los dos autores creen que D 1 no depende de S. Mateo ni de S. Juan; admiten, más bien, la dependencia de una tradición evangélica que ofrece cierto parentesco con Mt pero que, de ningún modo se identifica con él. Por otra parte, la D 2 conoce un escrito al cual se le ha dado el nombre de «evangelio» y, a su vez, la «tradición» D 1 ofrece una perfecta unidad de carácter con el «evangelio» de D 2. Tanto la «tradición» como el «evangelio» de D 2 tienen cierto parentesco con Mi.
     
      Por último, en lo que se refiere a la parte debida al interpolador (I), Audet examina el texto D. 1,3b-5, que comúnmente había sido interpretado como una mezcla de Mt y Lc y llega a la conclusión de que ni siquiera el interpolador ha usado los evangelios de Mt y Lc.
     
      3. Fecha y lugar de composición. También son dispares las sentencias de los autores en lo que se refiere a la determinación de la fecha de composición de la D. Su diversa posición viene, en gran parte, obligada por la fecha de los escritos escogidos como fuente de la D. Si se prueba que no depende del N. T., ni de la carta de Bernabé, ni del Pastor de Hermas la fecha tiene que mediar en la segunda mitad del s. i (Audet=50-70). Los investigadores anteriores a Audet oscilan entre los a. 50 y 150, pero los autores católicos muestran preferencia por los últimos años del s. i.
     
      Los datos que se aducen para poner la fecha de composición en la época apostólica son: 1) el mismo título didajai ton apostolon; 2) el título Didaje Kiriou tois etnesin que aparece en la doctrina de las dos vías y que fue incorporada por el interpolador a la D.; aparece la palabra Kiriou sin artículo, con lo que se expresa al Señor, al Dios de Israel, título muy de acuerdo con el proselitismo judío y con vistas a los gentiles; 3) las «oraciones de acción de gracias», de D. 9-10; 4) el nexo que, en la D., une la consolidación de la liturgia dominical con la evolución del ministerio primitivo hacia el episcopado y el diaconado. Los profetas seguían celebrando la Eucaristía y se recalca que los obispos y diáconos, verdaderos ministros de la liturgia, tienen el mismo derecho al honor y respeto por parte de los fieles; 5) tanto la «tradición» supuesta por D 1, como el «evangelio» nombrado por D 2 (ambos tienen cierto parentesco con el Evangelio de S. Mateo) presuponen una fecha de composición anterior a Mt; 6) el sabor arcaico que se observa en la instrucción sobre el bautismo; el bautismo por infusión está permitido, pero sólo excepcionalmente; se debe bautizar en agua corriente y en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; nada se dice sobre el ministro, rito, condiciones, preparación, sentido; 7) Audet aduce, por último, un argumento de las palabras peri de tes broseos, que pertenecen al interpolador (en D. 6,3). En S. Pablo se observa la misma manera de introducir (cfr. 1 Cor 7,1; 7,25; 8,1; 8,4; 16,1) y el autor, por su parte recuerda el antiguo problema judío-helenístico de la distinción entre alimentos puros e impuros. Tal evocación no hubiera tenido sentido alguno en una época tardía; 8) no existen vestigios de un canon del N. T. ni de una fórmula universal del Credo.
     
      Por el contrario, las razones, por las que algunos autores piensan que la D. no data de la era apostólica son las siguientes: 1) las determinaciones detalladas de D. 7,2-4 que se refieren a la administración del bautismo, tales como la autorización del bautismo por infusión y los ayunos preparatorios tanto a la administración como a la recepción; 2) la atmósfera minuciosa que rodea las instrucciones que se refieren al discernimiento de los profetas, apóstoles y doctores; 3) la oposición que ya se aprecia contra los judíos; 4) el que una colección de instrucciones y usos de la Iglesia primitiva, como la D., presupone un periodo más extenso de estabilización.
     
      La determinación del lugar en el que se escribe la D., según Audet, está parcialmente incluida en la fecha de composición que le ha sido asignada. Quedan incluidos Egipto, Roma, las diversas iglesias paulinas y las iglesias de Asia Menor. La duda estriba entre Siria y Palestina.
     
      Los autores admiten con mucha probabilidad que fue escrita en Siria. Audet piensa que el parentesco ya constatado de la D. con la tradición evangélica de S. Mateo da pie a una ulterior precisión; es la siguiente: si se desígna a Antioquía como la patria del evangelio de Mateo,lógicamente tiene que ser ésta el lugar de la D., dado que no se explicaría cómo dichos escritos salieron a la luz pública sin contar con las mismas condiciones o admitiendo una distancia considerable entre la patria de ambos. Admitida la hipótesis de Antioquía, se explican mejor todos los elementos que hacen relación al lugar de origen de la D.
     
      4. Contenido. Tres partes podemos considerar en la D.: la primera que ofrece una serie de instrucciones morales y que comprende los seis primeros capítulos; la segunda que contiene las instrucciones litúrgicas y se extiende a los cap. 7-10; y la tercera que ofrece las instrucciones disciplinares (cap. 11-15). La obra termina con el cap. 16 que es una invitación a la vigilante espera de la segunda venida del Señor (v. PARUSÍA).
     
      En la primera desarrolla la doctrina de las dos vías: la de la vida y la de la muerte. La vía de la vida consiste en llevar a la práctica el amor a Dios y al prójimo. Trata luego de cómo hay que huir de todo pecado enumerando una serie de ellos. Todo lo que sobreviene al hombre, hay que considerarlo como un bien, puesto que nada sucede sin el consentimiento de Dios. Hay que cumplir todos nuestros deberes, pues allí donde se dice que existe un señorío, allí está Dios. La vía de la muerte se caracteriza por los crímenes, adulterios, concupiscencias, fornicaciones, robos, idolatrías, magia, rapiñas, falsos testimonios, simulaciones, doblez de corazón, dolo, soberbia, malicia, arrogancia, avaricia y otros más. El camino de la muerte es el peor de todos y está lleno de maldición. Ante esta perspectiva, exhorta diciendo: «mira no sea que alguien te aparte de este camino de doctrina, porque entonces te enseña cosas ajenas a Dios» (cap. 6).
     
      La parte de instrucciones litúrgicas trata del bautismo, del ayuno, de la oración y de la eucaristía. Sobre el bautismo (v.) nos da a conocer la materia, la forma, el modo de administrarlo e, incluso, la preparación que deben observar tanto el candidato como el ministro del mismo: ambos deben ayunar antes de la administración del sacramento. Acerca del ayuno, manda observarlo los miércoles y viernes aunque para los judíos los días tradicionales eran los lunes y jueves. Todos los fieles deberán recitar tres veces al día la oración dominical.
     
      Los capítulos 9 y 10 de la D., que hacen relación a la Eucaristía, han sido uno de los temas que, junto con el título, más literatura han ocasionado. Se admite su importancia para la historia de la liturgia, pero los especialistas están divididos en una doble sentencia: 1) la de los que piensan que se trata de las oraciones eucarísticas más antiguas y que las comunidades recitaban durante la celebración de la Eucaristía; y 2) la de los que ven, más bien, una oración-bendición con sentido religioso y no sacro. La celebración eucarística propia de los domingos viene descrita en el cap. 14. A la eucaristía-sacrificio la llama zusía. Tanto en el cap. 4 (antes de comenzar la oración que se hacía en la asamblea) como en el cap. 14 (antes de recibir la Eucaristía), se prescribe una confesión de las culpas. Probablemente es una exhortación a los fieles para que reciten una fórmula de confesión general (v. EUCARISTÍA).
     
      Gran parte de las instrucciones disciplinares se refieren a la conducta que hay que observar con los ministros carismáticos del Evangelio, como son los apóstoles y los profetas. Estos son los que enseñan en espíritu; se les llama «sumos sacerdotes», les está permitido el eucaristein (consagrar) siempre que quieran; hay obligación de reservarles los diezmos de todas las ofrendas. No se puede poner a prueba a ningún profeta que hable en espíritu, pues todo pecado será perdonado, mas este pecado no se perdonará.
     
      Los jefes estables de la comunidad reciben el nombre de episcopoi y diaconoi. En ningún lugar aparece el nombre de presbíteros, aunque no está claro si los episcopoi eran simples sacerdotes u obispos.
     
      V. t.: IGLESIA 11, 2.
     
     

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1. IBÁÑEZ IBÁÑEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991