La devoción es uno de los actos internos de la virtud de la religión (v.
RELIGIÓN IV), y las devociones son prácticas habituales de actos
religiosos sobre un objeto especial del culto; de modo que, en la medida
que éstas participen del máximo número de características de aquélla,
serán mejores devociones. Por tanto, del concepto de devoción sale el de
devociones.
Devociones y devoción. Según S. Tomás, devoción es una voluntad
pronta para entregarse a lo que pertenece al servicio de Dios, o al culto
divino (v. I). Esa prontitud de entregarse es esencial en la devoción
(elemento esencial), y ha de encontrarse en toda devoción, so pena de no
ser más que un producto de la sensiblería. Mas como es pronta entrega a lo
pertinente al culto de Dios -objeto de la virtud de la religión, que es
virtud moral (elemento moral)-, las devociones han de darle el culto
debido, de suerte que serían falsas por supersticiosas las que le tributan
culto indigno de Él o dando a las criaturas el que sólo a Él pertenece (v.
SUPERSTICIóN). Ahora bien, cuando el culto divino es oficial o público de
la Iglesia se considera litúrgico (elemento litúrgico), elemento que se
encuentra en algunas devociones recomendadas por la misma Iglesia
reiteradamente, no en las privadas o particulares, que son extralitúrgicas.
Y como el fin de la religión es honrar y reverenciar a Dios, la devoción,
por ser uno de sus actos, ha de perseguir siempre este fin. De donde las
devociones a los santos no deben terminar en ellos, sino en Dios por medio
de ellos, pues veneramos lo que tienen de Dios, o sea, a Dios en ellos (Sum.
Th. 2-2 q82 al ad3). A este fin se encamina la acción pastoral de sus
mínistros (elemento pastoral) dirigiendo las verdaderas devociones (v.
CULTO I1-III).
Y aunque la religión no sea virtud teologal (por no tener a Dios
como objeto sino como fin), guarda con las tres relación de efecto a
causa: son ellas principio de la religión. Tiene, pues, la religión un
fuerte matiz teologal (elemento teologal). Paralelamente las devociones
deben recoger esa vivencia de fe, esperanza y caridad y procurar
desarrollarla. Mas de entre las tres es la caridad (v.) el principio más
influyente en la devoción: es su causa mediata próxima. «El amor de uno
nos hace prontos para entregarnos a su servicio. También la devoción
alimenta la caridad, como cualquier amistad se conserva y aumenta por
prestación de amigables servicios» (Sum. Th. 2-2 q82 a2 ad2). No puede
haber, pues, devoción alguna que no tienda al amor de Dios y lo avive. Por
eso las devociones de la Iglesia son inspiradas por el Espíritu Santo y en
tanto lo son en cuanto están sancionadas por ella bajo su acción divina
(elemento divino).
Por nuestra parte, la meditación (v.) o contemplación (v.) es causa
intrínseca de la devoción porque en ella decidimos nuestra entrega al
servicio divino. A esa entrega nos induce una doble consideración: por
parte de Dios, su bondad y sus beneficios para con nosotros -consideración
que excita el amor, causa próxima de la devoción-; por parte del hombre,
la consideración de sus defectos, que le impele a confiar en el Señor
(elemento espiritual; cfr. Sum. Th. 2-2 q82 a3 c). En consecuencia, las
devociones que más nos muestren la bondad divina y fácilmente nos induzcan
a corregir nuestros defectos serán las mejores. Todo lo referente a la
divinidad es de suyo máximo incentivo de su amor y, por consecuencia, de
la devoción, como hemos dicho, pues Dios se ha de amar sobre todas las
cosas. Con todo, la mente humana, por su flaqueza, necesita de realidades
sensibles para el amor divino, lo mismo que para su conocimiento, de entre
las cuales la principal es la humanidad de Cristo. Por eso, todo lo
pertinente a ella excita la devoción en gran manera, viniendo a ser así
como guía que nos lleva de la mano a lo divino (cfr. Sum. Th. 2-2 q82 a3
ad2). En consonancia con esta cualidad de la devoción, las devociones que
versen sobre la humanidad de Cristo participarán más de su concepto
(elemento cristiano).
Principales devociones. Vamos a estudiarlas sólo en sus elementos o
aspectos litúrgico y pastoral.
a) Devoción a la Santísima Trinidad y a las Tres divinas personas.
Se practica con el Gloria al Padre, el oficio litúrgico, etc. Es, pues,
litúrgica. La liturgia dirige casi todas sus oraciones al Padre Eterno,
recoge los misterios del Verbo Encarnado y la festividad del Espíritu
Santo. Su elemento pastoral, notable, ha de concretar la acción del
sacerdote en explicar los atributos divinos, relaciones, apropiaciones,
para que, asimilados, se colabore con las Personas en la santificación por
la inhabitación, etcétera, la valoración del Bautismo, sacramento de la
adopción divina, del «agua y del Espíritu Santo», de la muerte y
resurrección con Cristo (V. t. TRINIDAD, SANTfSIMA III).
b) Devociones a la Pasión del Señor. Su elemento litúrgico puede ya
apreciarse en el s. Iv. «Las horas del oficio divino fueron puestas en
relación con las escenas de la Pasión. Se reza a la hora por ser el
momento en que Jesús es clavado en la cruz...» (cfr. DSAM 111,767). La de
la Preciosísima Sangre tiene su oficio litúrgico. La de la Cruz, en su
culto extraordinario, data del s. Iv; además de sus oficios propios tiene
su entronque con los Improperios del Viernes Santo. Las prácticas de su
devoción son el Rosario en los misterios dolorosos y el Vía crucis. El
pastor de almas ha de orientarla a una meditación amorosa, con las
consecuencias de ccnnpadecer y conresucitar con Cristo, y la valoración de
la Misa como sacrificio de la cruz (V. t. PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO).
c) Devoción al Santísimo Sacramento (V. EUCARÍSTIA IV). d) Devoción
al Sagrado Corazón. En 1856 Pío IX prescribió su celebración litúrgica. El
corazón de Jesús es el objeto material y sensible de esta devoción y su
amor infinito al Padre y a los redimidos, el objeto espiritual. El primero
es símbolo del segundo. A pesar de su raigambre bíblico-teológica (cfr.
enc. Haurietis aquas) esta excelsa devoción puede degenerar en
sensiblería. Por eso, la acción pastoral ha de conectar insistentemente el
símbolo (corazón) con lo simbolizado (amor) y con una correspondencia
profundamente cristiana. Sus prácticas son la comunión en nueve primeros
viernes de mes, el mes de junio y la entronización en familia.
e) Devoción a la Virgen. Respecto de ella decimos lo indicado en la
de la Santísima Trinidad: la devoción a la Señora no puede quedarse en una
práctica de culto. Esta ha de ser fruto y nos ha de conducir a la entrega
a su servicio, consecuencia a su vez de la caridad hacia ella; pues María
es la madre espiritual de los hombres, y por ella pasa toda su vida
sobrenatural.
Las principales devociones son: Maternidad divina, Inmaculada
Concepción, Nombre de María, María Reina (Corredentora y Mediadora,
Maternidad espiritual), Anunciación, Asunción, Inmaculado Corazón,
Natividad, Purificación y fiesta del Rosario; tienen todas oficios
litúrgicos (V. MARÍA II, III, iv). Sus prácticas principales son el Ave
María (v.), la Salve (v.), la esclavitud montfortiana (V. LUIS MARÍA
GRIGNON DE MONTFORT, SAN) y sobre todas el Rosario (v.); se le dedican los
meses de mayo y octubre.
La pastoral ha de orientar la devoción a la Virgen como medio, el
mejor, para una entrega total a Cristo, resumida en la fórmula: «a Jesús
por María». Así nos lo enseña el Conc. Vaticano 11: «El Sacrosanto
Concilio enseña en particular y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos
de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico,
hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las prácticas y
ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos
por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en los
tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de
Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos. Asimismo exhorta
encarecidamente a los teólogos y predicadores de la divina palabra que se
abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una
excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la
Madre de Dios. Cultivando el estudio de la S. E., de los Santos Padres y
Doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del
Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la
Bienaventurada Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de
toda verdad, santidad y piedad; eviten celosamente todo aquello que, sea
de palabra, sea de obra, pueda inducir a error a los hermanos separados o
a cualesquiera otros acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.
Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un
afecto estéril y transitorio ni en vana credulidad, sino que procede de la
fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la
Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a
la imitación de sus virtudes» (const. Lumen gentium, 67).
f) Devoción a los ángeles y santos. La primera se concreta
principalmente en el ángel de la guarda y en los arcángeles Gabriel (v.),
Miguel (v.) y Rafael (v.), con sendas fiestas litúrgicas.
De entre los santos merece especial devoción S. José (v). por su
dignidad de esposo de María y padre nutricio de Jesús. Tiene dos
festividades litúrgicas de las que, junto con la práctica de los siete
domingos, ha de servirse la pastoral para presentarlo como modelo de
esposos, padres de familia y trabajadores. La devoción a los santos debe
conservarse, aumentarse y dirigirse. La pastoral recibe estas normas del
Concilio. «Y no sólo veneramos la memoria de los santos del cielo por el
ejemplo que nos dan, sino aún más, para que la unión de la Iglesia en el
Espíritu sea corroborada por el ejercicio de la caridad fraterna (cfr. Eph
4,1-6). Porque así como la comunión cristiana entre los viadores nos
conduce más cerca de Cristo, así el consorcio con los santos nos une con
Cristo, de quien dimana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida
del mismo Pueblo de Dios. Conviene, pues, en sumo grado, que amemos a
estos amigos y coherederos de Jesucristo, hermanos también nuestros y
eximios bienhechores; rindamos a Dios las debidas gracias por ellos...
todo genuino testimonio de amor ofrecido a ellos, por su misma naturaleza,
se dirige y termina en Cristo..., y porta a Dios, que es admirable en sus
santos y en ellos glorificado... traten de apartar o corregir cualesquiera
abusos, excesos o defectos... y restauren todo conforme a la mejor
alabanza de Cristo y de Dios. Enseñen, pues, a los fieles que el auténtico
culto a los santos no consiste tanto en la multiplicidad de los actos
exteriores cuanto en la intensidad de un amor práctico... que nuestro
trato con los bienaventurados..., lejos de atenuar el culto latréutico
debido a Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo, lo enriquece ampliamente»
(Lumen gentium, 50-51).
BIBL.: Además de la indicada en
I, cfr.: M. RIGHETTI, Historia de la liturgia, I, Madrid 1955, 12 ss.; A.
G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967, 35 ss.; A.
TANQUEREY, Compendio de Teología ascética y mística, Roma 1930, n° 98 ss.,
150 ss., 163 ss., 177 ss., 185 ss.; 1. EsCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 23 ed.
Madrid 1965, n° 551-574; J. Gomis, Vida y corrientes en la espiritualidad
contemporánea, en B. JIMÉNEZ DuQuE, Historia de la espiritualidad, II,
Barcelona 1969, 527-594; F. ALBARRACÍN, Encíclica «Haurietis aquas»
comentada, Granada 1960; J. BRICOUT, Les dévotions catholiques, en R.
AIGRAIN, Ecclesia, encyclopédie populaire des connaissances religieuses,
París 1948, 226-248; E. JANSSENS, De praxibus devotionis extraliturgicis,
«Collectanea Mechliniensia» 34 (1949) 433-434.
M. GARCÍA MIRALLES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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