DEPORTES. TEOLOGIA MORAL.


Para una valoración ética del d. hay que tener en cuenta que dada la composición mixta de la naturaleza humana, espíritu y materia, se impone en el hombre tanto el cultivo de sus facultades intelectuales, como el desarrollo de sus facultades físicas. También, y es doctrina común en nuestros días, que la educación debe mirar tanto a la formación de la persona individualmente considerada, como a la que se refiere a su inserción en la sociedad. En este aspecto educativo, la importancia del deporte ha sido resaltada en numerosos estudios, alcanzando pleno reconocimiento científico y social al ser estimulado por la pedagogía actual y regulado por el Estado. Finalmente, también se puede considerar que el d. constituye con frecuencia un medio providencial para derivar energías exuberantes que podrían desembocar en el mal, y es al mismo tiempo un tratamiento sano para los temperamentos enfermos.
     
      Pero para que responda a sus finalidades y no entre en contradicción con los intereses superiores del individuo, es necesario que el d. esté proporcionado a las condiciones físicas de cada uno, que se respeten las diferencias fisiológicas y psicológicas de los dos sexos y que se observe en todo, en cuanto al tiempo, al modo y a la valoración, la jerarquía de valores.
     
      Partiendo de estos supuestos se explica que la Iglesia haya defendido y propagado siempre la doctrina de la subordinación de los valores del cuerpo a los del espíritu, condenando todo exceso en la práctica deportiva que atente o vaya en menoscabo del cumplimiento de los deberes o la salud de las almas. Así, entre otras, se pueden citar a este respecto las declaraciones pontificias, contenidas en la enc. Mil brennender sorge de Pío XI, de 14 mayo 1937 o el discurso de Pío XII de 11 en. 1953. También la Iglesia ha prevenido acerca de los peligros de determinados d., especialmente en lo que se refiere a la mujer, que debe acomodar su ejercicio físico a sus condiciones psico-fisiológicas y a la misión más elevada que natural y ordinariamente le está reservada: la maternidad. Véanse entre otros los discursos de Pío XII de 21 oct. 1945: La Mujer en la actualidad; y el de 17 jul. 1954, al Congreso Internacional de Hijas de María.
     
      Pero la Iglesia también enseña que el cuerpo humano, como el mundo, es bueno, ya que así salió de las manos de Dios y que los ideales de fortaleza, belleza y salud, pueden ser, rectamente ordenados, valores plenamente cristianos y, por tanto, santificables. Por otra parte, el cuidado del propio cuerpo entra dentro del quinto precepto del Decálogo; por ello, considerando el bien que puede proporcionar al cuerpo, e indirectamente al alma, ha bendecido reiteradamente la práctica del d. especialmente en nuestra época, coincidiendo con el renacimiento y universalización de este fenómeno. Así, en numerosos discursos, homilías y mensajes, los últimos Papas han alabado a los deportistas, alentándolos a adquirir las virtudes propias del deportista ideal como fundamento de las virtudes sobrenaturales. Pueden leerse, entre otros, los discursos de Juan XXIII de 2 abr. 1960, al Congreso de la Sociedad Internacional de Prensa Deportiva; y el de 24 ag. 1960, a los atletas de la Olimpiada de Roma, así como el mensaje de Paulo VI dirigido el 12 oct. 1968 a los participantes en la Olimpiada de México. Completan y ratifican esta doctrina las enseñanzas conciliares del Vaticano II, contenidas en la Constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual (n° 61) y la Declaración Gravissimum educationis sobre la educación cristiana (n° 1 y 4).
     
      V. t.: BoxEo 11.
     
     

BIBL.: Doctrina pontificia: Además de la citada en el texto, cfr. Pío XII, De ratione sport et educationis physicae, en AAS 44 (1952) 868 ss.; íD, Alocución del 16 mayo 1953, en AAS 45 (1953) 408 ss.; íD, Alocución del 9 oct. 1955, en AAS 47 (1955) 725735.

 

M. BRAVO NAVARRO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991