1. Concepto. Aunque el término d. (del latín delincuencia) tiene una larga
vida, su divulgación pertenece al s. xx por influjo de la voz inglesa
delinquency y de la importancia de los estudios realizados en EE. UU.
sobre este tema. D. viene a sustituir, en el uso general, y parcialmente
en el técnico, a criminalidad (v.), sobre todo desde que la Psicología, la
Pedagogía y la Sociología han colocado en primer término las notas de
inadaptación, prevención y reeducación frente a las de culpabilidad, lucha
y castigo. Avanzando en esta línea, el 11 Congreso de la ONU sobre
prevención del delito y tratamiento del delincuente (Londres 1960)
recomendó que el significado de la expresión «delincuencia de menores» se
limitase, en lo posible, a transgresiones del Derecho penal. Su materia
abarca no sólo la acción punible y la corrupción moral, sino todo cuanto
pueda ser causa o remedio del problema. Los hechos delictivos varían según
los países y aun las regiones, pudiendo considerarse delito desde la
ausencia habitual a clase, la presencia dolosa en salas de juego, la
aceptación de trabajos ilegales, etc., hasta los crímenes universalmente
aceptados como tales.
Variable es también la edad comprendida dentro del calificativo
«juvenil», sustituido muchas veces por los de «infantil» y «de menores», a
los cuales abarcará el presente artículo. Aunque los límites de edad
varían en los distintos países, en la mayoría de éstos se sitúan entre los
14 y los 18 años. Chile, algunos Estados de Norteamérica y las islas
inglesas de Salomón habían elevado el límite superior hasta los 21 años,
ya a mediados de este siglo (W. Middendorff), coincidiendo con una
corriente que propugnaba el establecimiento de la edad límite en la
mayoría de edad. En España, los delincuentes dependen del Trib. de Menores
hasta los 16 años (v.); de los 16 a los 18 se benefician con la atenuación
de pena, pero pasan a los tribunales ordinarios. En 1952 (I Congreso
hispano-luso-americano y filipino penal y penitenciario, Madrid), Cuello
Calón defendió que «hasta los 20 ó 21 años, el joven delincuente no puede
ser tratado de igual manera que el adulto», basándose en los estudios de
la Psicología y Biología, que demuestran que hasta esa edad no se alcanza
el desarrollo físico y psicológico de un adulto, ni la madurez espiritual
necesaria para poder exigirse una responsabilidad criminal plena. En esta
misma línea, la ONU, en su II Congreso antes citado, se definió asimismo
en lo referente a materia y edad de la d. j., recomendando que no se
considerasen infracciones específicas las pequeñas irregularidades o
acciones relativas a conducta inadaptada de menores, las cuales, en caso
de provenir de adultos, no serían perseguidas; por otra parte sugirió que,
siguiendo una corriente muy extendida, se tratase la d. de los jóvenes
comprendidos entre los 16 y 21 años con criterios distintos a los
empleados con adultos, dada la peculiaridad de su desarrollo psicológico y
de su adaptación social.
2. Etiología de la delincuencia juvenil. Las teorías explicativas de
las causas y factores de la d. en una persona humana, pasaron, desde
afirmar la existencia de naturalezas criminales congénitas (Lombroso),
hasta colocar en primer plano el factor medio ambiente (Busemann). Von
Liszt calificó el delito (v.) como resultado conjunto de la naturaleza
personal del individuo y de las circunstancias ambientales. Cyril Burt ha
creado la teoría de las causas múltiples, hallando los denominadores
comunes de debilidad en la estructura de las personalidades de los
delincuentes examinados, y de deficiencia en las circunstancias del
ambiente. Por tanto, las causas podrían clasificarse en endógenas y
exógenas, pero aquéllas suelen ser producto de éstas o pueden reducirse a
ellas. No todas tienen la misma importancia, e incluso algunas se esgrimen
de modo convencional sin que la intensidad de su influjo esté
científicamente comprobada.
Biológicas: taras, enfermedades congénitas o adquiridas. En la
actualidad se les concede menor importancia; los avances de la higiene, la
medicina y la psicología clínica han reducido a su justo medio el poder
que se les atribuía.
Psicológicas: perturbaciones psíquicas hereditarias; perturbaciones
adquiridas (psicosis, neurosis, complejos) y que ordinariamente provienen
de fallos afectivos en la evolución de la emotividad infantil
(frustraciones, carencias, excesos). En realidad, estos factores
psicológicos han sido desencadenados por causas o circunstancias de orden
social y, específicamente, familiar.
Otras: el alcoholismo (v.) que, además de constituir un hecho
delictivo en sí, suele ser causa frecuente de infracciones.
Familiares: ausencia de uno o de los dos padres, dominio excesivo de
la madre o debilidad del padre, situación económica no aceptada, abandono
o trabajo prematuro, deficiencias notorias en las relaciones
matrimoniales, castigos corporales, ambiente familiar negativo, mal
ejemplo de los padres y, en general, cuanto pueda ocasionar una carencia
en la vida afectiva del niño.
Escolares: ausencias injustificadas (causa muy frecuente del origen
de delitos o del camino hacia la d.), ambiente moral negativo, métodos
educativos o instructivos demoledores, especialmente los que alejan de la
vida real y los que imponen una disciplina unilateral, creando
personalidades aptas para la desilusión y caracteres dependientes o
rebeldes.
Profesionales: inadaptación al trabajo, originada, a su vez, por
deformación emotiva o disciplinaria en el hogar o en la escuela;
desedificación de los compañeros adultos; inestabilidad del trabajo; etc.
Sociales: vecindario, amistades, medios de información social. Estos
últimos, especialmente el cine, se han aceptado ciegamente como causas
eficacísimas, pero las estadísticas demuestran que la influencia negativa
de la pantalla es pequeña en los delitos examinados, aceptándose, por otro
lado, un poder catártico en el séptimo arte. El lugar resulta asimismo un
factor notable: La criminalidad es mayor en las grandes ciudades que en
las pequeñas, y en éstas aún más que en el campo, en el cual predominan
los delitos contra la honestidad. Existen las llamadas «zonas delictivas»
(delinquency areas), donde se da una criminalidad particularmente grande,
localizadas por lo general en barrios que circundan el centro de las
ciudades, y cuyo ambiente tara a sus moradores.
Políticas y económicas: las guerras siempre han producido una
secuela delictiva provocada por el hambre, los sufrimientos, la
promiscuidad, el desarraigo y la angustia destructiva. Las épocas de
depresión económica, con la pobreza, el paro, etc., son propicias al
aumento de la d., pero existe asimismo una «criminalidad del bienestar»
(Suecia, Suiza, clase media norteamericana), causada por una buena
situación socioeconómica en una atmósfera de hastío o de codicia. La
migración (v.) suele ser causa indirecta, pero frecuente, por la necesidad
de adaptación que requiere y no siempre se consigue, especialmente cuando
las nuevas generaciones se aclimatan y notan el abismo entre ellas y la
precedente. Otro tanto ocurre por la falta de trabajo o vivienda que va
emparejada al cambio de país o de ambiente (del campo a la ciudad,
primordialmente).
A estas causas ya tradicionales se añaden otras con carácter de
novedad, por haber adquirido una fuerza criminógena desconocida hasta el
presente, o por haber nacido con nuestro siglo: toxicomanía (v.),
inseguridad juvenil, pérdida de principios religioso-morales, falta de
normas (estado de «anomía»), etc., y que dan un matiz propio a la d. de
hoy.
3. Delincuencia actual y sociedad. La sociedad y los Gobiernos se
hacen eco de nuevas formas de d. j., aparecidas ya avanzado el s. xx,
sufridas por la sociedad y aisladas en los estudios de los expertos
(toxicomanía, infracciones gratuitas, ataques en bandas a las personas o a
las cosas, robo de vehículos, etc.). Estas nuevas formas son originadas,
en parte, por nuevos factores de d., entre los que descuellan:
a) Toxicomanía. Se la considera delito y al mismo tiempo es
criminógena. Su difusión en los últimos lustros ha sido vertiginosa,
especialmente en los grandes centros urbanos, porque constituye un mercado
altamente lucrativo para sus difusores. De ordinario, es sólo causa
indirecta de delitos, pues los estupefacientes (v. DROGAS) se ingieren
frecuentemente como mera evasión, cuya necesidad ha sido provocada por
otra causa de índole familiar, social, etc.
b) Inseguridad individual y colectiva. Los cambios socioeconómicos e
ideológicos de la era atómica han obligado a una revisión de los valores
tradicionales y de su jerarquía provocando la caída de unos y descubriendo
la infidelidad de los adultos a los otros en gran parte. Los mayores
resultan incapaces para la trasmisión de valores, y la pérdida de éstos de
inhibiciones abona los espíritus para la anarquía de los instintos.
c) Debilitamiento de vínculos moral-religiosos. Directamente
relacionados con la motivación e inhibición de actos valorables
éticamente, los principios religiosos han sufrido la crisis de los demás
valores, por lo que han resultado perjudicados en muchos sectores
sociales; a su vez este vacío religioso ha debilitado el poder de la
moral, tradicionalmente identificada con aquélla. La opinión de un experto
recoge el consenso casi universal: «En general se debe afirmar: la
educación religiosa -esto es, aplicable a todas las religiones de los
pueblos civilizados- fortalece las fuerzas de resistencia al delito» (Exner).
Con independencia del influjo que la sociedad ejerce directamente,
ya como elemento etiológico, ya como factor solucionador en la d.¡.,
interesa estudiar la reacción sociológica de la misma ante el problema y
frente al sujeto del mismo, el delincuente. Frente a la comúnmente
denominada d. j. o d. de menores, la actitud de todas las clases sociales,
con pequeñas diferencias, es de repulsa e indiferencia a un mismo tiempo.
Son pocos e incompletos los trabajos realizados a este respecto, aunque
valiosos especialmente en España los del Informe FOESSA (1970), pero
detectan el ambiente de la calle. La falta de espíritu comunitario y el
miedo a la pérdida de tiempo o de la paz personal inhiben al ciudadano
ante el problema global o ante situaciones concretas del mismo,
considerándolos competencia única de las instituciones sociales
correspondientes. A su vez, éstas y las autoridades entorpecen, en la
mayoría de los países, la intervención de los ciudadanos con miras a
evitar la pérdida del pluralismo que la dirección de la sociedad requiere
últimamente.
Frente al delincuente, la sociedad reacciona en sentido de queja;
limitadamente acepta la denominación y consideración de «inadaptado
social» que la Psicología y la Sociología actuales piden, y se exige el
castigo del mismo más que su curación. Está muy extendida la mentalidad
que discurre a este tenor. Los delincuentes proceden incluso de estratos
sociales considerados como buenos cumplidores de la ley, incluso en buena
situación cultural y económica; luego no puede achacarse a éstos el
resultado. La juventud delincuente es culpable; y los poderes. públicos,
en quienes la sociedad ha delegado su autoridad y fuerza, no parecen
capaces de gobernarlos.
Tal estado de cosas es coyuntura propicia para que la d. j. no sólo
continúe, sino halle en él un estímulo negativo, más o menos consciente,
para intensificarse. Es unánime la opinión de que la d. j. progresa cada
vez más, en los últimos años. En los EE. UU., el aumento de los delitos
graves cometidos por menores es de un 54,2% desde 1960 a 1966, siendo la
frecuencia, en 1960, de 172.548 casos; en 1966, 266.195. El análisis de la
estadística completa ilustra también sobre la frecuencia actual de los
principales delitos; el hecho de que estas cifras procedan de un conjunto
de 1.700 instituciones jurídicas, que abarcan una población de 79 millones
de hab., apoya su representatividad. Japón registra un aumento del 71,3%
entre 1955 y 1965 (U.S. News World Report, octubre 1967). Las estadísticas
españolas arrojan un incremento menor y no continuo, entre otras razones
porque en España, a los efectos de competencia de los Trib. de Menores, se
establece como edad máxima la de 16 años, apareciendo los semiadultos (16
a 21 años) separados de aquéllos en las estadísticas.
4. Psicología y delincuencia. Circunstancias de todo tipo pueden
convertirse en factores delictógenos, favorecidas por las especiales
características psicológicas de la infancia (v.) y la adolescencia (v.):
sugestibilidad, excita
ción emocional. La afectividad (v.) es una de las bases principales
de la personalidad (v.); la infancia es crucial a este respecto. La
relación madre-niño primeramente, padre-niño después y el enfrentamiento
social del yo, orientarán la psique del individuo para el futuro. Las
frustraciones afectivas y las fijaciones primeras producirán anomalías
psíquicas que se manifestarán por medio de actos irregulares. La carencia
de afectividad da lugar a temperamentos inhibidos, depresivos,
psicasténicos y fantasiosos. La hipertrofia del yo conduce al prurito de
afirmación de sí frente al medio y aun contra él, ya mediante el
exhibicionismo moral, ya a través de la oposición. En la adolescencia se
producen fácilmente desequilibrios sentimentales que recurren a la
agitación como mecanismo de defensa. Entonces y en los albores de la
juventud, los extremismos en la autoridad familiar o en otra cualquiera
engendran negativismo y complejos de culpabilidad o abierta rebelión.
Estos estados se disparan ante excitantes ambientales o, sencillamente,
por mecanismo de identificación o de proyección; otras veces, las
circunstancias del medio conllevan circunstancias secundarias que crean
asociaciones condicionadas. Las consecuencias son agresión, fuga y
actuación delictiva en grupo. Conviene especificar que, en términos
generales, la d. j. femenina es menos antisocial que autodestructiva, al
contrario de lo que sucede con los muchachos.
Este panorama psicológico y la reflexión sobre los factores
analizados más arriba lleván a la reconsideración del concepto
«delincuente» o, como hace J. Chazal, a preguntarse hasta qué punto la
perversidad se da en el menor. Es frágil el criterio que define la
perversidad como goce en el mal que hace sufrir, pues el goce procede más
de las circunstancias (riesgo, deseo de provocar la atención, etc.) que de
este mismo. «Más que el goce en la acción, concluye Chazal, nos parece que
la falta de toda afectividad oblativa es lo que mejor caracterizaría la
perversidad genuina». Existen estos casos, pero son pocos y fácilmente
detectables, resultando peligrosos y poco reeducables.
Soluciones: prevención, penalidad, reeducación. La ciudad de Chicago
conoció en 1899 el primer tribunal del mundo para menores. La idea
fundamental de la ley que lo estableció era que el Estado ha de ejercitar
la tutela sobre los niños situados en tan malas condiciones que puedan
convertirse en futuros delincuentes. La invención se extendió con rapidez
por América y Europa occidental y hoy día, en algunos países, el juez de
menores extiende su jurisdicción también a los semiadultos. EE. UU. y
Japón, entre otros, cuentan además con tribunales de familia. Frente a
este procedimiento de carácter jurídicopedagógico, los países del norte de
Europa y los socialcomunistas utilizan otro tipo de tendencia social y
administrativa. El primer grupo (Suecia, Noruega, Finlandia, etc.), en vez
de tribunales de menores tiene comités de protección de la infancia,
integrados por expertos en medicina, religión, educación, etc. En Rusia y
países satélites, los Comités de la juventud son similares, aunque con un
matiz más político y popular-marxista. Todas estas instituciones, de uno u
otro tipo, examinan los casos delictivos y deciden la acción para con el
delincuente.
Entre las medidas, ocupa un lugar preferente la «libertad vigilada»
o «proyación» (probation system) bajo la tutela de un agente, que ha
logrado en ocasiones convertir incluso bandas de delincuentes en clubs
sociales; tal método ha obtenido la aceptación y el elogio general.
En cambio, los centros de reforma o reformatorios se hallan en
descrédito, por achatárseles el haber sido más coercitivos que educativos.
Considerando al delincuente necesitado del mismo tratamiento que el
deficiente, se han creado para él escuelas especiales (École spéciale,
Bruselas) en las que se aúnan las labores profilácticas del educador, el
médico y el psicólogo. Las escuelas industriales son un género de éstas;
en ellas, a la instrucción básica se añade el aprendizaje de un oficio que
facilite el reingreso a la sociedad. España tuvo su primera «Escuela
industrial para jóvenes delincuentes» (fabril y agrícola) en 1915. Mas las
tablas de predicción, obra de los eminentes criminólogos Sheldon y Eleanor
Glueck, arrojaron para varones internados en todas estas clases de
entidades un porcentaje de reincidencia que oscilaba entre el 30 y el 60%,
confirmación científica de los ataques lanzados contra el internamiento de
delincuentes menores.
Métodos más actuales y reeducativos parecen ser la colocación del
menor inadaptado en un centro de observación, en una familia adoptiva; la
creación de hogares de semilibertad (Montfermeil, Rouen, etc.), bajo la
dirección de un matrimonio; la formación de comunidades y repúblicas de
jóvenes (Ciudad de los muchachos, Orense; República de niños de Moulin-Vieux,
en el Isére). Junto a estos experimentos, algunos ya confirmados por la
eficacia, coexisten obras sociales de ámbito nacional, como las españolas
Obra de Protección de Menores y Patronato de Protección a la Mujer.
La gran solución se espera de las medidas preventivas, consistentes
en la educación matrimonial, la asistencia social, la labor conjunta
escuela-hogar (especialmente para la adaptación social, la educación
sexual y la formación religiosa), la orientación vocacional-profesional,
la educación individual y social del ocio. Una corriente actual pide la
intervención de los tribunales de menores a fin de prevenir ambientes
criminógenos o corruptores, tendencia que se empareja con la
intervencionista que defiente la capacidad del juez, delegada por el
legislador, de intervenir entre padres e hijos menores en caso de
conflicto que amenazase la formación del menor o su reeducación.
V. t.: 11; ADOLESCENCIA Y JUVENTUD; DROGAS; MIGRACIÓN; POBREZA 1;
PROSTITUCIÓN; SEXUALIDAD 111, 2 y 3; GAMBERRISM0; TOXICOMANIAS;
ADAPTACIÓN; ECOLOGÍA.
BIBL.: 1. CHAZAL, La infancia
delincuente, Buenos Aires 1960; W. MIDDENDORFF, Criminología de la
juventud, Barcelona 1964; W. C. KVARACEUS, un problema del mundo moderno:
la delincuencia de menores, París 1964; 1 CONGRESO NAC. DE LA INFANCIA
ESPAÑOLA, Necesidades de la infancia española, Madrid 1963; E. W. VAz,
Middle-class juvenile delinquency, Nueva York 1967; 1. MORAGAS, Psicología
del niño y el adolescente, Barcelona 1963; H. A. BLOCH, A. NIEDERHOFFER,
The Gang. A Study in adolescent behavior, Nueva York 1958; 1. L.
GUTIÉRREZ, Conceptos fundamentales de la doctrina social de la Iglesia,
Madrid 1971; A. BERISTAIN, Delincuencia juvenil y sociedad, «Rev. del
Inst. de la juventud» 17.
C. PEDROSA IZARRA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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