Concepto. La d. puede definirse corno un desequilibrio entre la demanda y
la oferta agregadas, que da lugar a un proceso irreversible y
autosostenido de reducción de precios. En ocasiones, se define a la d. por
el efecto (la reducción de precios) y no por la causa (el desequilibrio
entre oferta y demanda). No basta que se reduzca el precio de algunos
bienes para poder hablar de d.: se trata de un fenómeno agregado,
caracterizado por el descenso del nivel general de precios. Sin embargo,
no es necesario que se reduzcan todos ellos, y menos en la misma
proporción.
La d. es un movimiento autosostenido; esto es, lleva en sí mismo el
germen de futuras reducciones de precios. Ello se debe a que la baja de
precios supondrá una menor remuneración de los factores productivos y, por
tanto, menores rentas y menor demanda, que lleva a nuevas reducciones de
precios. Sin embargo, la d. no es un fenómeno sin límite pues, aparte de
las medidas de política económica que se puedan tomar, hay una serie de
«estabilizadores» que tienden a frenar el mecanismo de la d.: aplicación
de tipos menores en los impuestos progresivos cuando la renta nominal se
contrae; aumento de las exportaciones al reducirse los precios, etc. En
general, no basta la caída de los precios de una vez por todas para poder
hablar de d. Por ello se suele exigir que la cantidad de dinero en
circulación se contraiga (bien como causa, bien como condición necesaria)
para que se autoperpetúe un exceso de la oferta sobre la demanda.
Como movimiento irreversible, la d. se diferencia, de un lado, de
las fases de recesión y depresión del ciclo económico (independientemente
de que en éstas, además de un descenso en el nivel de empleo y producción,
se den las condiciones adecuadas para una verdadera d.), y de otro, de las
reducciones estacionales de los precios, como las que tienen lugar en los
productos agrícolas después de la cosecha, y en las ventas al detall en
los primeros meses del año (v. CICLO ECONÓMICO).
Comparando lo dicho hasta ahora con el concepto, caracteres y causas
de la inflación (v.), se observa que son dos fenómenos similares aunque
opuestos. Buena parte del bagaje teórico de la inflación se aplica también
a la d. Sin embargo, existe una diferencia fundamental: los precios y los
salarios tienen, en la práctica, una rigidez y resistencia a la baja, que
no ocurre, con la misma intensidad, al alza. Cuando la demanda se expande,
la producción y el empleo crecen con ella, y los precios se elevan
suavemente; una vez que están ocupados todos los recursos, todo ulterior
aumento de demanda se traduce en precios crecientes. Sin embargo, cuando
la demanda se contrae, los salarios nominales no se reducen
suficientemente, y tampoco los precios (salvo en mercados competitivos),
pero lo hacen la producción y el empleo. A la larga, los precios bajarán
también, pero ello vendrá acompañado de producción disminuida y paro. De
ahí que, frecuentemente, se identifiquen d. y depresión.
Nivel de precios, empleo y crecimiento. Cuando el precio de un
producto se reduce, su demanda aumentará, normalmente, siempre que no
hayan cambiado otros factores (renta, gustos, etc.). Generalizando esto,
parece lógico suponer que una reducción del nivel general de precios
llevará a una demanda global más elevada. Sin embargo, a nivel agregado
las demás condiciones no son constantes: la reducción de precios lleva
consigo una retribución menor para todos o algunos de los factores
productivos, una renta nacional menor y, por tanto, una demanda también
más pequeña. El obrero cuyo salario se haya reducido no comprará más,
aunque el coste de la vida se haya abaratado, y el empresario que vea
mermados sus beneficios no verá en ello un aliciente para hacer nuevas
inversiones y aumentar su producción.
La cuestión de si los precios han de ser estables, crecientes o
decrecientes para facilitar el pleno empleo y el desarrollo económico está
lejos de ser un asunto zanjado. Los estudios empíricos que intentaban
hallar alguna relación entre el ritmo de crecimiento económico y la
estabilidad de precios han dado resultados contradictorios: según los
países y las épocas, el desarrollo se ha producido con precios crecientes
unas veces, estables, y aun decrecientes, otras. Sin embargo, parece
seguro que una fuerte inflación es más bien un freno que un aliciente para
el desarrollo.
Los partidarios de un nivel de precios ligeramente creciente
argumentan, de un lado, que la reducción del poder adquisitivo de ciertos
grupos (rentistas, retirados, etc.) a consecuencia de la inflación,
permite contener las peticiones de mayores salarios, dejando un margen de
beneficio tal que aliente a una mayor producción y empleo. Por otro lado,
unos precios crecientes por delante de los costes serán también un buen
aliciente para los empresarios, aunque es dudoso que esta diferenciase
pueda mantener mucho tiempo, salvo a costa de una inflación creciente o de
controles de salarios.
Los partidarios de una ligera d. como impulso para el desarrollo
suelen atender más a las condiciones de la demanda que a las de la oferta.
Si el país tiene recursos suficientes, lo que necesita es una demanda
elevada, y ésta vendrá favorecida por unos precios en descenso. Contra
esto ya se ha hecho notar que, si los costes no bajan más aprisa que los
precios, no habrá incentivo para producir más y ocupar más obreros. Sin
embargo, se suelen presentar otros argumentos adicionales. De un lado, la
d. ocasionará un aumento del valor real (poder adquisitivo) de la cantidad
de dinero existente, produciéndose una reducción del tipo de interés y,
por ello, un impulso a la inversión. De otro lado, el valor de ciertos
bienes, como las obligaciones, la deuda pública, etc., se verá aumentado
(ya que dan derecho al cobro de una cantidad de dinero fija que, a precios
decrecientes, aumenta su poder adquisitivo), elevando la riqueza de
ciertas personas, que verán en ello un aliciente para ahorrar menos (el
ahorro es el medio normal de aumentar esa riqueza) y consumir más,
elevando el gasto. Éste es el llamado «efecto Pigou» (v. bibl.), en honor
de su introductor A. C. Pigou (v.); sin embargo, no se espere que de él
resulte un aumento sensible del consumo, ya que el efecto de esa mayor
riqueza real sobre el gasto es muy pequeño y, en parte, se verá compensado
por la reacción contraria de los deudores (a los que una d. perjudica, en
cuanto que tienen que devolver sus deudas en un dinero ahora apreciado).
Efectos de la deflación. La reducción de precios causada por la d.
favorecerá, obviamente, a todo el que tenga que recibir cantidades fijas
en su cuantía (esto es, a los acreedores); por el contrario, perjudicará a
los deudores, ya que éstos tienen que devolver una cantidad determinada,
en un dinero que, dada la evolución de los precios, aumenta su valor. En
este sentido, la d. suele perjudicar al Gobierno (que es el principal
deudor), a los jóvenes (que también suelen endeudarse más), etc., y
beneficia a otros grupos (habitualmente todos son, en parte, deudores y
acreedores, y se verán perjudicados o beneficiados según sea su posición
neta). Que la d. beneficie a los perceptores de sueldos y salarios o a los
de beneficios, dependerá, fundamentalmente, de que la reducción de costes
(principalmente salarios) sea mayor o menor, adelantada o retrasada,
respecto de la de los precios, además de los efectos que tenga sobre el
empleo y la producción. Por supuesto, los perceptores de rentas fijas
(pensionistas, rentistas, etc.) saldrán ganando.
También la distribución de la riqueza se verá afectada por la d. Los
bienes físicos reducen su valor, más o menos a la par con el nivel general
de precios, así como las acciones, que suponen derechos a una porción del
conjunto de bienes de una empresa. Por el contrario, el dinero y los
títulos que dan derecho a cantidades fijas (obligaciones, deuda pública,
etc.) resultan reapreciados, tanto por elevarse el valor real de los
intereses o cupón anual, como por aumentar el valor real del capital que
se devolverá.
El efecto sobre el ahorro será incierto, porque si bien la baja de
precios abarata el consumo, alentando el ahorro, también cabe que se
reduzca el importe de la renta nominal y que aumente el valor de la
riqueza, alentando el gasto. La inversión se verá animada o perjudicada,
según lo sean las perspectivas de beneficios, aunque, por otro lado, el
tipo de interés y los gastos financieros se reducirán.
En cuanto a la balanza de pagos, seguramente se verá favorecida, ya
que los precios interiores más bajos frenarán la importación y animarán la
exportación. No obstante, la relación real de intercambio empeorará,
resultando una mejora del saldo de la balanza de pagos si el superávit en
términos reales crece más que la reducción de los precios, y un
empeoramiento en caso contrario.
V. t.: CICLO ECONÓMICO; INFLACIÓN; PIGOU, ARTHUR CECIL; PODER
ADQUISITIVO.
BIBL.: No hay apenas estudios
específicos sobre la d.; la mayoría de los autores la tratan junto con la
inflación, como un fenómeno paralelo, sin más detalle. V. la bibl. sobre
INFLACIÓN en dicho art. Acerca de la relación entre d. y desarrollo, A. W.
MARGET, Inflation: Some Lessons of Recent Foreign Experience, «American
Economic Rev., Papers and Proceedings» L (mayo 1960); U TUN WAi, The
Relation Between Inflation and Economic Development: A Statistical
Inductive Study, «International Monetary Fund Staff Papers» XI (marzo
1963) 302-317; G. S. DORRANCE, Efectos de la inflación sobre el desarrollo
económico, «Información Comercial Española» (agosto-septiembre 1966)
89-107; M. FRIEDMAN, Inflation: Causes and Consequences, Nueva York 1963.
Sobre el efecto Pigou, A. C. PIGOU, Economic Progress in a Stable
Environment, «Economica» N. S., XIV (agosto 1947) 180-188.
ANTONIO ARGANDOÑA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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