Fue Papa del 1 oct. 366 al 11 dic. 384. El Liber Pontificalis lo llama «natione
hispanus», y quizá la familia era efectivamente de origen español, pero
parece más probable que naciera en Roma el a. 305. Es el primer Papa del
que se conocen con certeza el nombre de sus padres, Antonio y Lorenza.
Hombre de gran virtud, de inteligencia cultivada y bien visto en la
aristocracia. Fue clérigo y participó en la administración central de la
Iglesia. Era diácono cuando Liberio fue desterrado por Constancio (355).
No contento con hacer juramento, junto con el resto del clero, de no
reconocer otro Papa que a él, le acompañó durante algún tiempo en el
destierro. Sin embargo, no tardó en volver y se unió al diácono Félix, que
había sido nombrado Papa por orden de Constancio. De nuevo junto a Liberio,
cuando vuelve de Berea de Tracia. Esta doble actitud fue para D. fuente de
contratiempos, no sólo en el momento de su elección como Palpa. Era la
personalidad más destacada y al morir Liberio fue elegido para sucederle.
Pero una facción hostil a su designación le opuso resistencia. En efecto,
con motivo de su elección se formaron dos partidos. Los unos, enemigos
intransigentes de todos los que habían sido partidarios de Félix, guiados
por siete sacerdotes y tres diáconos, eligieron como Papa en la basílica
de Julia al diácono Urcino, que inmediatamente fue ordenado por el obispo
de Tívoli. La otra facción, compuesta por la gran mayoría de fieles y
clero, reunidos en la basílica de S. Lorenzo in Lucina, aclamaron a D.
como sucesor de Liberio. Se hace consagrar ocho días más tarde (según las
reglas) por el obispo de Ostia. Pero desde el primer día, Urcino no cesa
de perseguirle hasta su muerte, bien personalmente, bien a través de los
suyos. Hubo, pues, de moderar primero el cisma de Roma, después otros
muchos casos de dogma y herejía que se manifestaron entonces en Oriente y
Occidente a raíz de los concilios de Rímini y Seleucia. Tuvo frecuentes
ocásiones de intervenir felizmente contra los últimos intentos de errores
anteriores. Las desgracias de Oriente le valieron para ser llamado como
árbitro y juez de este país. El acontecimiento de los primeros Príncipes
cristianos: Valentín, Graciano, Teodosio (v.); la afluencia de los grandes
doctores: Atanasio (v.), Ambrosio (v.), jerónimo (v.), etc., marcan bajo
su pontificado un apogeo del Papado y una encrucijada en la Historia de la
Iglesia.
El cisma Urciniano llevó a los dos bandos hasta la lucha personal.
Juvencio, prefecto de la ciudad, después de tres días de matanzas entre
urcinianos y damasianos, intervino, reconociendo la legitimidad de D. y
desterrando a Urcino. Los siete presbíteros que le seguían continuaron sus
reuniones cismáticas, fortificándose en la basílica liberiana. Al cabo de
un año, bajo el pretexto de neutralidad, permitió el emperador la vuelta a
la ciudad a Urcino, desterrándole a los pocos días Pretexto, nuevo
prefecto de la ciudad, por los desórdenes que promovía. Hizo también
desalojar la basílica liberiana que fue entregada al verdadero Papa.
Siguieron alborotando los urcinianos en los arrabales de Roma, y se
reunían en S. Inés. Por todo ello, el emperador desterró definitivamente a
Urcino a Francia. Pero siguió luchando contra D. No pudiendo derribarlo
por las armas, los urcinianos tomaron el camino de la difamación. El
efecto deseado tampoco fue conseguido. El mismo emperador Graciano depuró
la verdad absolviendo a D. El Papa, no contento con eso, reunió un sínodo
en Roma el a. 378 para que le juzgara. De él salió una nueva condenación a
sus difamadores. D. tenía otros cismas que resolver. A él se debe la
expulsión de los donatistas establecidos en Roma. Habían formado una
iglesia en Roma gobernada por un obispo africano. El mismo concilio del
378 pide a Graciano su expulsión. Tuvo que enfrentarse también con los
luciferianos, que habían protestado antes contra las disposiciones de
Rímini. Consideraban como una prevaricación la benevolencia que se había
usado con los representantes de Liberio. Habían nombrado un obispo
-Aurelio- y un sacerdote, asceta famoso, llamado Macario. Se reunían
privadamente en casas particulares. Para refutar sus errores mandó a S.
Jerónimo que escribiera los diálogos contra los luciferianos. La historia
de estos acontecimientos ha sido largamente contada por sacerdotes
luciferianos en su Libelo de preces al Emperador, donde exponen sus
teorías (cfr. PL 13,81-107).
Al mismo tiempo que a los cismáticos, D. persiguió las últimas
tentativas del Arrianismo en Occidente y en Oriente. Es quizá su obra más
importante para la Historia de la Iglesia. Fue mérito suyo el que se
restableciera la pura fe nicena. Hizo condenar en dos sínodos a los
arrianos occidentales Ursacio y Valente y deponer a Áuxencio (PG 26,1229
ss.). Fue difícil condenar a Auxencio, pues el emperador Valentiniano,
engañado por una fórmula equívoca de fe, lo creía ortodoxo. Dos obispos
danubianos (Paladio de Raciara y Secundiano), amenazados con la
deposición, obtuvieron de Graciano el ser juzgados por un concilio
celebrado en Aquilea presidido por S. Ambrosio. El concilio los depuso y
rogó al emperador que hiciese ejecutar la sentencia.
Escarmentado por lo que había sucedido en el pontificado anterior,
no quiso oír a Prisciliano (v.), que, condenado por el concilio provincial
de Zaragoza, apelaba al Papá. Entre los escritos de Prisciliano se ve uno
que remite a D. Después de varios sínodos romanos fue convocado un gran
Concilio en Constantinopla el a. 381, concilio que después fue reconocido
como ecuménico, segundo con este nombre (V. CONSTANTINOPLA, CONCILIOS DE).
La atención de D. fue atraída hacia Oriente por los mismos obispos que
estaban bajo el reinado tiránico del emperador Valente. Algunos obispos
gozaban de la protección imperial y ocupaban las principales sedes. Les
ayudó, pero no con la prisa que ellos pedían. Quizá en esto no tuvo el
mismo tacto que mostró en ocasiones. Afianzó el Primado universal de la
Iglesia Romana, con sus documentos y actos, fundándose en el Primado de S.
Pedro sobre los demás Apóstoles (v. PRIMADO DE SAN PEDRO Y DEL ROMANO
PONTÍFICE).
Dio sabias disposiciones disciplinares, velando por la buena
edificación del clero. Con ocasión del viaje que hizo a Roma S. Jerónimo
acompañando a S. Epifanio y a Paulino de Antioquía, retuvo consigo al
primero y se sirvió de él como secretario para los negocios orientales. Le
dio, además, el encargo de revisar los libros sagrados. Nacía así aquella
redacción de la Biblia que por su celebridad se llamó Vulgata.
Dotado de una profunda cultura, D. escribió varias obras en prosa y
verso. Entre ellas tienen especial importancia las inscripciones métricas
compuestas para las tumbas de los mártires, llamadas «tituli». Escritas
sobre lastras marmóreas por su calígrafo Furio Dionisio Filócalo, se han
conservado en caracteres bellísimos, denominados después «damasianos» y «filocalianos».
La mayor parte son sólo copias. Cierto que contienen muchas incorrecciones
prosaicas, pero son de gran valor para la historia del Dogma. A estos
epigramas siguen otras poesías del mismo pontífice muy breves y del mismo
corte en alabanza de los mártires y santos que no estaban destinadas a
grabarse en piedra. La más larga de ellas es la que canta la conversión
del Apóstol de las gentes. Nos quedan algunas cartas de dicho Papa que se
hallan en las obras de S. Jerónimo (cfr. PL 13).
Hizo construir junto al teatro de Pompeo la basílica de S. Lorenzo,
llamada después in Damaso. Desecó las cercanías del Vaticano, pues las
aguas iban dañando los sepulcros de los mártires. Las condujo hacia el
nuevo baptisterio de S. Pedro, edificado por él mismo. Hermoseó las
sepulturas de los mártires de las catacumbas y tomó precauciones pira que
no sufriesen menoscabo. Murió a los 80 años, después de 17 de pontificado,
y poco después fue honrado como santo.
BIBL.: S. DAMASO, Opera omnia, en
PL 13,347-424; H. LECLERCQ, Damase, en DACL IV,145-197; O. MARUCCxI, 11
Pontificato del Papa Damaso, Roma 1905; J. VIVES, San Dámaso, Papa españoj,
y los mártires, Barcelona 1943; A. FERRUA, Epigrammata damasiana, Roma
1942; H. GRISAR, II Pontificato di San Damaso, en Roma alla fine del mondo
antico, Roma 1899; G. FERRETTO-F. N. ARNOLDI, Dámaso, en Bibl. Sanct.
4,433-443.
P. TINEO TINEO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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