Cruz
 

La c. es el emblema del cristianismo (v.), porque resume en su figura toda la obra de redención (v.) del mundo. Es la señal del cristiano. En una c., como instrumento de suplicio, Cristo Jesús murió, entregando su vida al Padre como hostia de propiciación y de redención (v. PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO). Como instrumento de suplicio tenía la forma de T (tau, decimonona letra del alfabeto griego) y como tal se empleó hasta el s. iv d. C.
Historia y Liturgia. Como objeto de culto, la c. ha sido profusamente reproducida y muy venerada en todas sus formas. Aparece en las catacumbas, pintada y grabada por los primitivos cristianos, en sarcófagos y muros. De la c. como señal del cristiano o signo de la c., que se hacía con el pulgar y el índice de la mano derecha y que se trazaba sobre la frente (más tarde hasta el pecho, s. v) tenemos noticia por Tertuliano ya en el s. iii. El signo grande de la c. que se traza desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, según la costumbre moderna, se generalizó probablemente ca. el s. x. En los s. vi y vii existe ya la costumbre de bendecir con una c., lo que explica las c. que llevan los personajes eclesiásticos de las pinturas y mosaicos bizantinos.
Las representaciones de la c. van aumentando desde la paz de Constantino (v.), cuando la Iglesia sale de las catacumbas a la vida pública. L. Brehier, sintetiza así la historia primitiva de las manifestaciones de la c.: «Después de la aparición del lábaro a Constantino (a. 312) y de la invención de la cruz por S. Elena, reprodújose en todas partes con profusión el signo de la cruz y se extendió su culto. Desde el s. iv, los fieles llevan colgada al cuello la cruz y el uso de las cruces pectorales parece bastante extendido en el s. v. Los paganos convertidos al cristianismo adornan con la cruz las fachadas de sus casas; en Alejandría desaparecen los emblemas de Sérapis, y en pocos días el signo de la cruz cubre los dinteles de las puertas, las ventanas, las paredes y columnas» (Les origines du cruci f ix, 21).
El culto de veneración a la c. se insinúa ya en las apologías del s. II, al defender los Padres Apologistas (v. PADRES DE LA IGLESIA III) a los cristianos de la acusación de idolatría por ser crucis religiosi (religiosos de una cruz). A partir de la invención por S. Elena (v.) de los restos de la Cruz del Señor, las celebraciones anuales en Jerusalén de la dedicación de las basílicas constantinianas del Anastasis y del Martyrion (13 y 14 sept. 335) se transformaron pronto en la fiesta In exaltatione Sanctae Crucis; de Jerusalén la fiesta pasó enseguida a otras iglesias de Oriente, y después de Occidente. La fiesta In Inventione Sanctae Crucis parece que comenzó a celebrarse en las Galias, con gran éxito, a comienzos del s. VIII, el día 3 de mayo. Las dos fiestas (14 de septiembre y 3 de mayo) se han conservado en la liturgia a lo largo de los siglos,hasta la publicación del Calendario litúrgico (v.) de 1969, que las unificó en una sola el 14 de septiembre. Finalmente puede recordarse también aquí el antiguo rito de la «adoración de la cruz» en la liturgia del Viernes Santo (v. SEMANA SANTA); este rito, originado en Jerusalén, se introdujo en Roma durante el s. VII.
Usos y formas de la cruz. La c. como insignia litúrgica ha tenido diversos usos y manifestaciones que conviene distinguir para más claridad:C. pectoral: es la que se llevaba, y se lleva, sobre el pecho, ya por los simples cristianos, como objeto de adorno y testimonio de su fe, ya por los obispos, patriarcas y otros prelados como cardenales, abades y abadesas bendecidas, dignatarios con indulto apostólico, etc. Se llamó encolpia o encolpium a las c. relicarios, de láminas de metal muy delgadas, que, como pequeñas cápsulas en forma de c., solían contener reliquias, sobre todo de la Vera Cruz. C. procesional: se llevaba delante de las procesiones estacionales para abrir paso a la comitiva papal, y presidir así todas las asambleas litúrgicas cuando tenían que trasladarse de un sitio a otro; sigue usándose delante de las procesiones, generalmente acompañada de dos ciriales. C. de altar: es la que había de ponerse encima del altar para el Santo Sacrificio de la Misa; pronto se convirtió en crucifijo, indicándose en las rúbricas del Misal la obligación de colocarlo, en medio de dos, cuatro o seis candeleros, y sobrepasándolos en altura.
C. monumental: se colocaba ya ca. el s. XIII en altares laterales, llevando clavada en ella la imagen de Cristo de tamaño natural; así nacieron los altares del Santo Cristo de gran veneración hasta nuestros días; particularmente en España durante el barroco se crearon tallas de gran calidad. En algunos sitios se colgaban en los arcos centrales de las grandes catedrales, muy visibles, como presidiendo desde arriba a toda la asamblea. C. mayestática: con la figura de Cristo clavado en ella y vestido de túnica talar y corona real o imperial. C. votiva: generalmente de regalo a las iglesias, muchas de las cuales se colgaban sobre el altar con una corona, sin crucifijo y muy adornadas con oro, piedras preciosas y perlas, muy frecuentes en los s. VI, VII y VIII. C. relicario: aparecen desde el s. IV, y son c. con un dispositivo especial o teca para poner reliquias de santos, y sobre todo de la Vera Cruz; se han utilizado también como c. procesional, siendo estimadas en cada iglesia como su c. parroquial.
C. patriarcales: son las que siempre llevaban consigo los patriarcas en Abisinia, Constantinopla y Alejandría con las cuales solían dar las bendiciones; generalmente eran muy adornadas y de formas compuestas. Cruces de este tipo usaron también, como símbolo de poder y de la religión del Estado, algunos emperadores orientales anteriores a Constantino. C. de término: no tan directamente relacionadas con la liturgia, son monumentales, de piedra o de hierro, con o sin crucifijo, oscilando las más pequeñas entre 4 y 6 m. de altura. C. de Evangeliarios: se ponían en las cubiertas de los Evangeliarios como adorno y como síntesis de un gran simbolismo; eran ricas, con piedras preciosas y acompañadas con representaciones de los cuatro evangelistas o escenas de la Biblia. C. triunfal: generalmente de grandes proporciones, se colocaba encima de las lectorías o pérgolas (iconostasio griego) que separan el altar o el presbiterio de la nave. Podemos contar entre ellas las que se representaban en pintura o en mosaico en el fondo de los ábsides, como las de Rávena (s. VIII en Italia), hasta que se utilizaron los retablos.
C. invicta: puede definirse así a la composición formada por una c. en forma de P (Rho, R del alfabeto griego) y las letras apocalípticas alfa y omega (v.) a veces rodeadas de una corona de laurel, palma u olivo. C. monogramática: puede llamarse así generalmente a todas aquellas representaciones de la c. compuestas a base de monogramas, siglas u otras figuras simbólicas usadas en sarcófagos, escrituras o documentos. C. grabadas: son las cinco pequeñas c. que se labran en el ara y en la mesa del altar (v.) cuando éste es de piedra o mármol. C. de consagración: son las 14 c. que se graban en los muros de las iglesias que deben consagrarse (v. TEMPLO II); dos en las jambas exteriores y las demás se distribuyen por el interior del templo.
C. arzobispal: c. normal pero con dos travesaños de distinta longitud que usan los metropolitanos. C. papal: llámase así a la que usa el Papa. En un tiempo se regaló al papa Gregorio XVI y después a León XIII, una c. que constaba de tres travesaños distintos (uno más que la arzobispal o patriarcal). Actualmente el Papa usa una c. normal de un solo travesaño y con la imagen del crucificado, y otra sin imagen que le sirve de báculo. C. de palio: son c. pequeñas bordadas actualmente en seda negra, sobre la blanquísima lana de los palios; no fueron siempre negras, sino rojas, o negras unas y rojas las otras simultáneamente en el mismo palio.
Se dan distintos nombres a diferentes formas de la c., así, p. ej.: latina (brazos desiguales), griega (brazos iguales), svástica (en sánscrito: salud, bien, felicidad), en forma de T, de S. Antonio (una T y un asa), de S. Andrés, potenzada, en forma de ancla, de Moisés, lábaro de Constantino, de S. Pedro, rusa, etc.
Simbología de la cruz. La c. como símbolo, sintetiza toda la obra de Cristo y del cristianismo. Es un memorial de la Pasión de Cristo, su patíbulo y su trono de victoria, y el estandarte de su milicia. Así lo han visto los cristianos de todas las épocas que se han ingeniado para representarla con todo su lenguaje simbólico.
La c. monogramática es viva en todas sus composiciones y siglas. Con las letras griegas alfa y omega significa Cristo principio y fin, el Dios eterno; con las letras NIKA, Cristo vencedor. La c. acompañada de uno o varios corderos significa el Buen Pastor (v.), o Cristo víctima y redentor; con pavos reales, es símbolo de Jesucristo y de su eterna bienaventuranza que comunica a las almas; con peces, significa el Bautismo, a Cristo Salvador: los cristianos son como peces de Cristo; con corderos y palmeras es signo de triunfo y felicidad; con palomas, superación de la vida terrena.
La c. en forma de áncora y peces es símbolo de salvación; c. con ramos de olivo, símbolo de triunfo y paz. Las representaciones con ciervos al pie de una c. de los pies de la cual sale agua, ya en forma de cascada o de cuatro ríos, simboliza el paraíso; una c. con una serpiente enrollada (la serpiente de bronce de Moisés) es símbolo de misericordia, salvación y poder curativo. La c. arzobispal representada en manos de un Santo indica que éste es fundador. La c. triunfante en un trono engalanado (Etimasia), es signo de Cristo y glorificación de la c., trono del vencedor; y cuando se le añade un libro, generalmente en forma de rollo, simboliza la sabiduría eterna del juez supremo del universo (símbolo escatológico).
La c. simboliza la inmolación espiritual de nuestra vida, y es signo ascético de penitencia (v.) y de unión con los padecimientos de Jesucristo, fundamento y raíz de la alegría (v.), consuelo de los que sufren y esperanza para los agonizantes.

V. t.: PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO; REDENCIÓN; VÍA CRUCIS; MORTIFICACIÓN; PENITENCIA III, 1.


JOSÉ MARÍA GASSÓ.
 

BIBL.: O. MARUCCHI, Croix, en DB II,11271134; M. BALAGUÉ, Crucifixión y Cruz, en Enc. Bibl. II,684688; V. POLENTINOS, Cruz (Invención de la), ib. 688689; H. LECLERCQ, Croix, en DACL III, 30453144; VARIOS, Croce, en Enciclopedia Cattolica, IV, Vaticano 1950, 951981; H. QUILLET, Adoration de la Croix, en DTC III,23392363; M. RIGHETTI, Historia de la liturgia, 1, Madrid 1954 (cfr. índice alfabético); A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, 2 ed. Barcelona 1967 (cfr. índice alfabético); L. DE COMBES, La vraie Croix perdue et retrouvée, París 1902; íD, De Pinvention á l'exaltation de la S. Croix, París 1903; V. HOLZMEISTER, Crux Domini eiusque crucifixio, «Verbum Domini» 14 (1934) 149155, 216220, 244249, 257263; A. FROLOw, La relique de la vraie Croix, París 1961; P. THoBY, Le Crucifix des origines au Concile de Trente: Étude iconographique, Nantes 1959; N. LALIBERTÉ y E. N. WEST, The History of the Cross, Nueva York 1960; E. LEEN, ¿Por qué la cruz?, 2 ed. Madrid 1962; P. RÉGAMEY, La cruz del cristiano, Madrid 1961.
 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991