CRITERIO


Del griego critérion, derivado de críno, juzgar, discernir. C. es toda regla o módulo que nos permite distinguir entre dos o más alternativas; así, para juzgar si un objeto es de «verdadero» oro o de oro «aparente» se puede adoptar el c. de la confianza en la persona del vendedor, o del aspecto exterior del objeto, o de hacer la prueba del agua regia. En sentido más restringido y filosófico, el c. es una regla para distinguir entre lo verdadero y lo falso; se trata, pues, de una cuestión gnoseológica. C. de verdad es aquel signo o característica que permite a la mente humana distinguir qué proposición es verdadera y qué proposición es falsa; c. de certeza es aquel signo que nos permite estar seguros de la verdad o falsedad de una proposición; la distinción entre uno y otro c. es un tanto ficticia, ya que el c. de verdad y el de certeza vienen a identificarse, con la diferencia de que el primero se atiende más al objeto o proposición conocida y en el segundo a la mente que conoce.
      La importancia filosófica del problema del c. se hace patente con sólo tener en cuenta que el problema de la certeza y de la verdad dependen de la solución que se dé al del c. Si tres sujetos A, B y C se enfrentan con varias proposiciones PI, P2, P3, ... P„ para discernir cuáles son verdaderas y cuáles falsas, la solución a que lleguen variará en el caso de que cada uno de ellos adopte un c. de verdad distinto. De ahí la necesidad de establecer un c. único que sirva de módulo para distinguir lo verdadero y lo falso. Mas esta tarea no es nada fácil, como lo pone de manifiesto la pluralidad de teorías filosóficas sobre cuál sea el c. de certeza y el hecho de que el hombre parece utilizar indistintamente diversos para determinar lo verdadero y lo falso; así, en unos casos nos basamos en el testimonio de los sentidos («estoy seguro de esto porque lo he visto con mis propios ojos»); en otros, la confianza en el testimonio de los hombres (la certeza que tenemos de que existió julio César); en otros, la capacidad raciocinadora del entendimiento (la certeza de que la suma de los ángulos de un triángulo es de 180°).
      Evolución del concepto. Históricamente se han dado diversas posturas ante cuál sea el c. para discernir lo verdadero de lo falso. En el pensamiento antiguo, el problema del c. toma gran importancia en las escuelas posaristotélicas, en las que la cuestión fundamental es la búsqueda de la felicidad, para lo que es preciso encaminar adecuadamente la conducta humana basándola en un recto discernimiento de lo que es verdadero y lo que es falso. La escuela epicúrea consagra una de las partes de la Filosofía, la canónica, a la búsqueda del c. de verdad (Diógenes Laercio, X,31), y lo sitúa en la sensación (v. EPICÚREOS; EPICURO). Por su parte, los estoicos (v.) fijan el c. de verdad en la representación comprehensiva (fantasia cataleptike); el hombre adquiere, del mundo exterior que le rodea, una serie de sensaciones o representaciones; ahora bien, de estas representaciones hay unas a las que se presta el asentimiento (sincatatesis) y a otras no, es decir, a unas se admite como verdaderas y a otras como no verdaderas; el c. para esta diferenciación entre las representaciones radica en el carácter comprehensivo o cataléptico que tienen las primeras y del que carecen las segundas; y una representación es comprehensiva cuando se halla en el sujeto fuertemente impresa, está adecuada al objeto que la origina y no existe ninguna otra representación que la contradiga (Sexto Empírico, Adversus matematicos, VII,248 y 253); de .acuerdo con este c. de verdad los estoicos establecerían una gradación jerárquica en el asentimiento prestado por el sujeto a las representaciones, distinguiendo entre la mera representación, el asentimiento, la comprehensión y la ciencia, grados que eran función de la índole más o menos cataléptica del mismo. Comparando la fuerza, con que el sujeto asiente a una representación, al vigor con que la mano aferra un objeto, decía Zenón que la mano extendida es la representación, la mano ya un poco contraída el asentimiento, el puño cerrado la comprehensión; y este mismo puño cerrado sujetado fuertemente por la otra mano es la ciencia, la más sólida especie de asentimiento y que sólo es poseída por el sabio.
      En cuanto a los escépticos (v. ESCEPTICISMO), niegan la existencia de cualquier c. de verdad, de forma que ésta se presenta como algo inexistente o, por lo menos, inasequible. Sexto Empírico hace una interesante crítica de la noción de c. distinguiendo entre el c. por el cual, c. por medio del cual y c. según el cual se presta el asentimiento a un juicio (Hipotiposis pirrónicas, 11,22 ss.); el c. por el cual es el hombre, c. inadmisible ya que el ser humano es mudable y falaz; el c. por medio del cual son los sentidos y la razón, pero tanto unos como la otra no son de confianza, como se establece en los tropos escépticos; el c. según el cual es la propia representación, y ésta nada nos puede asegurar sobre los objetos en sí mismos considerados, ya que versa, no sobre ellos, sino sobre las impresiones que producen en los sentidos, sobre las afecciones del sujeto, y no hay medio de poder conocer si estas afecciones se corresponden o no con dichos objetos.
      En el pensamiento moderno el problema del c. ha sido suscitado con todo vigor por Descartes (v.); su deseode edificar una Filosofía con validez universal y necesaria, según el modelo de la Matemática, que acabara con la disparidad de doctrinas filosóficas, le llevó a plantearse la cuestión de encontrar un c. de verdad tan firme y seguro que, con uso correcto del mismo, le permitiera descubrir progresivamente la serie sucesiva de verdades filosóficas. Y Descartes hallará este c. de verdades indiscutibles en la idea clara y distinta; sólo hay que admitir como verdaderas aquellas representaciones claras, es decir, presentes y manifiestas a la mente que las conoce, y distintas, es decir, diferenciadas de todas las demás: «Pues para poder emitir un juicio cierto e indubitable sobre una percepción, no sólo se requiere que sea clara, sino también que sea distinta. Llamo clara aquella percepción que está presente y manifiesta a la mente atenta... Distinta, sin embargo, aquella que siendo clara, de tal modo está separada y diferenciada de todas las demás, que no contiene en sí absolutamente nada más que lo que es claro». (Principios de la Filosofía, 1,45). La idea clara y distinta es captada en una intuición mental, intuitus mentis, y en esta intuición no hay posibilidad de errar; toda inferencia illatio, se reduce, si es ciertamente correcta, a una continuada cadena o secuencia de intuiciones, en la que cada eslabón es captado intuitivamente por la mente.
      En la actualidad se ha suscitado el problema del c. por el neopositivismo (v. NEOPOSITIVISTAS LÓGICOS); la formación eminentemente científica de los componentes de este movimiento filosófico les ha llevado a construir una Filosofía a semejanza de las ciencias positivas de lo real y, de un modo muy especial, de la Física, de ahí el fisicalismo de algunos neopositivistas; de acuerdo con esta línea directriz, el neopositivismo basará su c. en el principio de verificabilidad, según el cual una proposición sólo tiene sentido semántico si es verificable, y sólo puede admitirse como cierta cuando ha sido verificada; esta verificación consiste en la comprobación experimental de la proposición formulada, que además tendrá que ser una comprobación experimental intersubjetiva, es decir, capaz de ser realizada por una pluralidad de observadores. Por supuesto que esta noción de verificabilidad ha tenido fluctuaciones entre los diversos pensadores neopositivistas.
      Caracterización general. Para terminar indicaremos que el c. de verdad tiene que gozar de las siguientes características: 1) ser necesario y suficiente para permitir a la mente distinguir entre verdad y error; 2) ser universal, es decir, extenderse a cualquier verdad; 3) ser irreductible, sin que se base en otro anterior c. al que pudiera retrotraerse; 4) ser convertible con la verdad, es decir, que todo y sólo lo que sea verdadero contenga este c. y que todo y sólo lo que contenga este c. sea verdadero.
      De acuerdo con estas características puede decirse que el c. supremo de verdad es la evidencia, ya que solamente ella reúne todos y cada uno de estos signos atribuidos al c. anteriormente. Ahora bien, el problema consiste precisamente en determinar en qué consiste esa evidencia establecida como c. último y supremo de la verdad y de la certeza.
     
      V. t.: GNOSEOLOGÍA; VERDAD; CERTEZA; EVIDENCIA.
     
     

BIBL.: D. MERCIER, Critériologie générale ou traité général de la certitude, 8 ed. París 1923; J. DE TONQUEDEc, La critique de la connaissance, París 1929; A. WAGNER DE REYNA, La certeza en Descartes, «Revista de Filosofía» 10, Madrid 1951, 165173; L. ROUGIER, Traité de la connaissance, París 1955; A. 1. AYER, Lan. guage, truth and logic, Londres 1946.

 

J. BARRIO GUTIÉRREZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991