En su más amplio sentido, se refiere a las investigaciones filosóficas
sobre el mundo físico. Este vocablo no fue utilizado hasta el s. XVIII.
Christian Wolff le da carta de naturaleza en el vocabulario filosófico,
para designar con él una de las ramas de la Metafísica (v.) que se ocupa
del estudio de las leyes generales del universo y de su constitución
global. Pasa así la C. a ocupar un puesto prominente en su esquema
clasificatorio de las formas del conocimiento filosófico (v. coNOCIMIENTO
I).
Trayectoria histórica. En la filosofía griega y medieval, para
denominar la teoría filosófica de la realidad física se empleaban
preferentemente los términos de Física y Ciencia o Filosofía natural.
Aristóteles asigna a la Física la tarea de estudiar el ente móvil en
cuanto tal (Metafísica, IV,1025b27). Comentando a Aristóteles, S. Tomás de
Aquino señala que lo propio de esta suerte de entes, que la Física
estudia, reside en que no solamente dependen de la materia en cuanto a su
ser, sino también en cuanto a su razón: «quia omne quod habet materiam
mobile est, consequens est quod ens mobile sit subiectum naturalis
philosophiae» (In libros Physicorum, 1,1,3). La Filosofía natural (v.)
trata de las realidades naturales, es decir, de aquellas cuyo principio
reside en su propia naturaleza. Si la naturaleza (v.) es el principio del
movimiento, resulta que la Ciencia natural ha de tratar de lo que tiene en
sí mismo el principio del movimiento: ha de considerar el ente móvil. Así,
pues, la Ciencia natural o Física de los antiguos pretendía ser un estudio
de la realidad natural, tanto en lo que respecta a su dimensión
fenoménica, como en lo referente a su constitución metafísica.
Consideraba, por tanto, desde las cuestiones más generales pertenecientes
a la naturaleza de los entes materiales, hasta los problemas empíricos más
concretos.
La nueva ciencia renacentista introduce una fractura, históricamente
decisiva, en la consideración unitaria tradicional de la naturaleza. En
Galileo aparece ya establecida la diferencia entre la antigua Ciencia
natural, entendida como disciplina filosófica, y la nueva Física, definida
como investigación de las leyes fenoménicas, según un método experimental,
del cual las Matemáticas son un instrumento indispensable. Sin embargo, a
lo largo de la filosofía prekantiana es frecuente aún la confusión del
estatuto gnoseológico de las diversas cuestiones, y no aparece aún
claramente formulada la línea de demarcación entre las conclusiones
científicas y los presupuestos filosóficos, en el estudio de la
naturaleza. En concreto, se tiende a presentar como exclusivamente
científico el esquema atomistamecanicista del mundo, sin advertir las
implicaciones metafísicas que comporta. En la misma sistemática wolffiana,
la diferencia entre la Física y la C. se hace residir, más que en un
diverso enfoque metódico, en un distinto grado de generalidad. En efecto,
según el Discursus Praeliminaris de Philosophia in genere (1728), la
Física se concibe como «scientia eorum quae per corpora possibilia sunt»:
la C., por su parte, queda definida por Wolff como «pars physicae quae de
corporibus mundi qua talibus agit atque docet quomodo ex üs componatur
mundus» (Philosophia rationalis, 1740,77).
Kant establece una clara diferenciación entre la Física, paradigma
de todo conocimiento científico de la naturaleza, y la C. racional o
Metafísica. Ésta aspira a conocer el «conjunto de todos los fenómenos, o
sea, el mundo» (Dialéctica trascendental, 1,1, sec. 3). La crítica
kantiana trata de demostrar cómo el intento de la C. racional, conocer el
mundo en cuanto cosa en sí, conduce a unas antinomias insalvables, que
ponen de manifiesto la inconsistencia de tal presunto saber metafísico de
las realidades naturales. Sin embargo, Kant admite la posibilidad de una
C. que, en lugar de ser dogmática, pudiera recibir el calificativo de
crítica. Sus Metaphysische An f angsgründe der Naturwissenschaf t (1786)
son como un esbozo de lo que Kant entiende por un posible saber filosófico
acerca de la realidad física. Esta C., lejos de pretender un conocimiento
del mundo como «algo en sí», ha de investigar más bien las condiciones a
priori que hacen posible el conocimiento científico de los fenómenos
físicos, es decir, que, para Kant, la C. así entendida no sería ni un
saber metafísico ni una ciencia positiva, sino una especie de propedéutica
científica general, encargada de examinar los esquemas formales, vacíos de
suyo, que constituyen el presupuesto epistemológico (científico) de los
saberes empíricos (experimentales).
Comparada con el criticismo kantiano, la actitud positivista,
dominante en el último tercio del s. XIX, aparece como una simplificación
no carente de cierta ingenuidad. Pretende el positivismo (v.) reducir la
C. filosófica a una especie de síntesis de los resultados de las ciencias
positivas. Carecería, por tanto, de autonomía epistemológica, va que sus
esquemas explicativos dependerían esencialmente de los conocimientos
empíricos alcanzados. La C. sería útil en la medida en que proporcionara
unidad a las ciencias de la naturaleza, de las que sería como un resumen o
integración final y de conjunto de las más importantes conclusiones
parciales positivamente elaboradas (cfr. A. Comte, Cours de philosophie
positive, lec. 13).
Nuestro siglo registra diversas reacciones contra la concepción
positivista, que vuelven a reivindicar la posibilidad de un acceso
filosófico a la realidad física. Así, p. ej., para el físico e historiador
de las ciencias P. Duhem, es preciso admitir, junto a la ciencia (v.), una
Filosofía de la naturaleza. Las ciencias de los fenómenos, afirma, sólo
tienen por objeto la pura legalidad matemática, sin búsqueda alguna de
causalidad o explicación. Cabe, entonces, otra posible interpretación de
la naturaleza, la filosófica, en la cual se devolvería al mundo físico
todo su contenido cualitativo, marginado por la ciencia. El filósofo de
las ciencias, E. Meyerson, sostiene que la ciencia real y efectiva no
está, en modo alguno, de acuerdo con el esquema positivista. La ciencia
exige y supone conceptos de origen filosófico, busca la causa de lo
observado, tiende irresistiblemente a un saber explicativo. De esta forma,
aunque con argumentos contrarios a los de Duhem, admite también una
problemática filosófica en torno a la naturaleza. Los movimientos
fenomenológicos se enfrentan también con la concepción positivista de la
ciencia y su intento de eliminar una auténtica C. filosófica. En esta
dirección se mueve el examen de las categorías específicamente
cosmológicas llevado a cabopor N. Hartmann en su Philosophie der Natur (Abriss
der speziellen Kategorienlehre), 1950. Hartmann (v.) realiza un análisis
de los fenómenos físicos, con objeto de obtener unas determinaciones
categoriales básicas, siempre susceptibles de ulteriores rectificaciones,
de acuerdo con los nuevos conocimientos adquiridos. Así, pues, estas
nuevas categorías no son obtenidas a priori, sino que proceden de la
experiencia cotidiana y de la científica.
En los medios filosóficos y científicos anglosajones, el término C.
es generalmente empleado, aunque en ocasiones, con sentidos que no
coinciden con su más clásica acepción. Así, p. ej., A. E. Taylor asignaba
a la C. la específica tarea de considerar «el significado y validez de las
concepciones más universales, por medio de las cuales tratamos de entender
los objetos individuales que componen el mundo físico de nuestra
experiencia» (Elements of Metaphysics, Londres 1903, 43). Otras veces se
atribuye a la C. un cometido tan amplio, que la convierte en sinónimo de
Filosofía especulativa. En Process and Reality (Proceso y realidad), 1929,
de Whitehead, que lleva como subtítulo «Un ensayo de cosmología», el
propósito es construir un esquema categoríal de ideas generales «en tales
términos que cada elemento de nuestra experiencia pueda ser interpretado»
(o. c., 4).
Otra acepción actual del término C. designa una ciencia que trata de
aunar los esfuerzos del astrónomo y del físico teórico, con objeto de
elaborar una explicación de las propiedades generales del universo físico
y astronómico, considerado como un todo. Esta teoría científica general
del cosmos (v. II) se propone construir modelos explicativos del conjunto
de la realidad física. La validez de dichos modelos ha de quedar
refrendada directamente por su congruencia con los resultados
estrictamente científicos. Se distingue, por tanto, netamente de las
investigaciones propias de la C. filosófica clásica. Sin embargo, esta C.
científica no consigue eludir el planteamiento de un cierto número de
cuestiones filosóficas básicas, que subyacen en toda problemática
científica. El conjunto de estas cuestiones se llama Filosofía de la C.
científica, especialmente cultivada en los ámbitos culturales de habla
inglesa, y en la cual se da una notable prominencia a los problemas de
tipo metodológico y gnoseológico.
Consideraciones sobre su autonomía. De este panorama esquemático de
las vicisitudes históricas de la C. en el pensamiento occidental, se
deduce que la autonomía epistemológica del saber filosófico de la realidad
natural está amenazada por dos riesgos contrapuestos. Como indica J.
Maritain en su ensayo La Philosophie de la nature, la C., o bien tiende a
ser absorbida por las ciencias experimentales que reivindican la
exclusividad cognoscitiva del mundo sensible, o bien tiende a verse
eclipsada por la Metafísica, en el campo de la cual se integraría.
Frente a estas tendencias extremas, una definición correcta de la C.
filosófica debe distinguirla adecuadamente de la Metafísica y de la
ciencia. La Metafísica, por la universalidad de su objeto, considera
también la realidad natural, pero no de una manera específica, sino sólo
bajo la razón de su entidad, común a toda suerte de seres reales. La C.,
por el contrario, estudia el ente natural de una manera limitada, ya que
solamente atiende en él a su dimensión específicamente natural, que
comporta el que este ente sea sujeto de propiedades físicas. Ambos saberes
se encuentran en un diverso nivel abstractivo. En la Metafísica se tiene
en cuenta la realidad en toda su amplitud, en su propia y estricta
inteligibilidad de ser. La C., en cambio, únicamente objetiviza el ser
particularizado en las naturalezas sensibles, impregnado de mutabilidad.
En ella, el ser se considera en un nivel inferior de inteligibilidad, como
consecuencia de su inmersión en el seno de lo sensible.
Este nivel, en el que la Filosofía de la naturaleza está implantada,
es también el propio de las ciencias positivas. Sin embargo, la C. difiere
de ellas por la diversa actitud epistemológica que adopta ante los objetos
sensibles. Las ciencias se ocupan también de la realidad mutable y
sensible, pero atienden de modo exclusivo a su dimensión estrictamente
fenoménica. La investigación científica no pretende dilucidar la
naturaleza propia de los entes físicos que estudia, sino únicamente
elaborar esquemas explicativos que den razón de las leyes funcionales
expresivas de las relaciones existentes entre los diversos fenómenos
físicos. La C., por su parte, se interesa más bien por los fundamentos
reales que posibilitan la mutabilidad física, por la estructura entitativa
que está en la base de los diversos acontecimientos empíricos. Ello no
excluye que la Filosofía de la naturaleza haga uso de los resultados de
las ciencias positivas, en cuanto que éstos son, de algún modo, expresión
de la constitución inteligible del mundo físico.
Según Maritain, para diferenciar adecuadamente la Filosofía de la
naturaleza del saber positivo, conviene distinguir las dos maneras de
construir los conceptos y analizar lo real sensible, sobre las que se
fundan ambos tipos de conocimiento: el análisis empiriológico propio de
las ciencias, y el análisis ontológico desarrollado por la C. filosófica.
El primero de ellos está orientado hacia lo observable o lo mensurable en
cuanto tal, y, por tanto, define sus objetos por medio de posibilidades de
observación y de medida, mediante operaciones físicas a realizar. El
análisis ontológico, por el contrario, está orientado hacia el ser
inteligible, y procura definir mediante caracteres entitativos, por medio
de los elementos constituyentes de una naturaleza o esencia inteligible,
en la medida en que éstos pueden ser aprehendidos. Así, pues, la C. o
Filosofía de la naturaleza se encuentra, por así decirlo, como a medio
camino entre las ciencias de los fenómenos y el saber metafísico. Se
diferencia del mero conocimiento positivo, en cuanto que tiene un alcance
filosófico y pretende acceder al núcleo entitativo de la realidad física.
Y, sin embargo, no por ello coincide con el saber filosófico más profundo
y genérico, ya que su objeto propio, el ser físico y, por tanto, mutable,
no alcanza el grado de inteligibilidad de la metafísica.
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