CIVISMO


Concepto y formas. El c. es el conjunto de ideas, sentimientos, actitudes y hábitos que hacen de los individuos y grupos buenos miembros de las comunidades políticas en que se integran. La palabra c. se deriva etimológicamente del vocablo latino civis, miembro, con todos los derechos, de la civitas o comunidad política (v.). El uso del término c. tuvo su origen en la Revolución francesa e inicialmente aparece unido a la secularización de la vida que ésta supuso.
     
      La naturaleza del c. es compleja. No se puede reducir a una virtud determinada y hay que ver en él, con G. Blardone, M. Chartier, 1. Folliet y H. Vial (Iniciación cívica, o. c. en bibl. p. 18), un conjunto de ideas, sentimientos, actitudes y hábitos, especificados por referirse al comportamiento de los individuos y grupos en las comunidades políticas. Este aspecto peculiar del c. es el que lo tipifica y distingue del sentido, espíritu o conciencia social, expresiones más amplias usadas también,
     
      que se refieren al conjunto de los deberes sociales, hagan o no referencia como el c. a las comunidades políticas. El c. se halla en estrecha relación con la justicia legal, virtud general, según S. Tomás, que tiene por objeto el bien común (2-2 q58 a5), y de la que dependen, como se destaca en la Carta de Pío XII a la Semana Social del Canadá de 1955 («Ecclesia» 743, 8 oct. 1955, c. 403) los derechos y deberes que supone el c. en el seno de la sociedad política.
     
      Desde el punto de vista del sujeto, se puede hablar, al referirnos a las formas del c., de un c. individual, o de las personas físicas, y de un c. de los diversos grupos sociales constituidos por los ciudadanos dentro de las organizaciones políticas. También se pueden distinguir un c. local, provincial, estatal e incluso supranacional, aunque éste no lo sea en sentido propio por no existir todavía una sociedad política universal organizada. Además, existe un c. organizado, es decir, asociaciones distintas de los partidos políticos que tienen por objeto facilitar el ejercicio de los deberes cívicos, fomentar la educación cívica, o promover cualesquiera otros fines cívicos.
     
      Estudio sociológico. El estudio sociológico del c., en cuanto es una cualidad moral del hombre fundamento de la sociedad, debe considerar tanto la influencia del c. en la sociedad como de la sociedad en el c. En relación al primer aspecto, el c. constituye un factor importante de integración social, considerando este concepto sociológico como el grado en el que el comportamiento de los individuos o grupos sociales se conforma a los valores y normas fundamentales de la sociedad. Tomada en este sentido la integración social, es indudable que el c. ha de ser un factor importante en la misma, no sólo en el aspecto formal de cumplimiento externo, sino también en el íntimo de adhesión voluntaria, en cuanto que el c. supone el sentido y la preocupación por la comunidad política, el respeto hacia las autoridades e instituciones, la obediencia puntual a las leyes justas y el interés por los asuntos públicos. Esta significación del c. viene expresada en la citada Carta de Pío XII (p. 403) cuando le caracteriza como «el lazo de una sociedad sana y fuerte».
     
      En cuanto al segundo aspecto, influencia de la sociedad en el c., éste, en primer lugar, sólo puede darse propiamente, de una manera generalizada, en un tipo de sociedad adelantada y evolucionada formada por hombres con un cierto nivel cultural y moral. El c. supone la personalidad adulta del individuo; por eso no puede existir en una sociedad de esclavos en la que se considera al hombre al nivel de las cosas; supone también no sólo la sumisión y obediencia justas, sino, a la vez, el espíritu crítico constructivo y la oposición a la injusticia en la vida política. Por esto, tampoco existe verdaderamente en una sociedad absolutista o dictatorial aunque sea de tipo paternalista, que no reconoce ni respeta los derechos fundamentales del ciudadano. El c. es preocupación y sentido de responsabilidad por la cosa pública y requiere, como condición indispensable, la existencia de una corriente viva de comunicación de los ciudadanos con la autoridad. En segundo lugar se puede decir que hasta cierto punto el c., o incivismo, es un resultado social, en el sentido de que no es algo exclusivamente natural e innato en el individuo, sino, en gran parte, adquirido a través de la sociedad por la educación cívica y la convivencia social (v.).
     
      Comportamiento cívico. La actuación cívica de los individuos y grupos puede ser objeto de una doble consideración: ideal, es decir, cómo debe ser; y real, o sea, cómo es, de hecho, en la práctica. Idealmente, los deberes cívicos de los ciudadanos se pueden encuadrar en las siguientes categorías: conocimiento de la comunidad política, de sus instituciones y funcionamiento; comprensión y simpatía lúcidas por ellas; participación, tanto en el ejercicio de derechos como de obligaciones, y preocupación y esfuerzo por su mejora y reforma. Los deberes cívicos de los ciudadanos crecen de manera especial si se les llama a ocupar cargos públicos, pues entonces no sólo se les exigen los deberes indicados, sino que deben reunir también las cualidades necesarias: tener una preparación y una competencia adecuadas a su cargo; ser honestos, tanto económica como intelectualmente en su función, lo que excluye el fraude y el engaño al pueblo; poseer, sobre todo, un acusado sentido de responsabilidad, no traspasar los límites de su autoridad y dar cuenta de su gestión a los representados.
     
      Los deberes cívicos de los ciudadanos son aplicables también mutatis mutandis a los grupos sociales (v.) y profesionales que tienen especialmente la obligación cívica de no utilizar su posible fuerza e influencia en la obtención de ventajas particulares. En la realidad, el comportamiento efectivo de los ciudadanos y grupos nunca llega al ideal, y en todas las sociedades políticas se dan frecuentes y múltiples casos de incivismo, tanto en los ciudadanos simples como en las autoridades y grupos. En las asociaciones es corriente el espíritu de cuerpo, especie de egoísmo colectivo, tanto más funesto cuanto peores son sus consecuencias. El incivismo de ciudadanos, autoridades y grupos se propaga y cunde como el mal ejemplo y no sólo destruye el ambiente cívico o la conciencia colectiva ciudadana de los pueblos que tanto influye en la transmisión del c., sino que también causa efectos disgregadores y destructivos de la sociedad misma.
     
      Aspecto humano y cristiano. Ya se ha señalado que el c. se funda en el desarrollo de la personalidad del hombre y en el reconocimiento de la dignidad humana y de sus derechos fundamentales. No en vano el c. es la cualidad del ciudadano perfecto y cabal. Pero el c. no sólo se funda en el hombre, sino que éste es también, en último término, su fin. El c. es una adhesión incondicional, no al Estado, sino al bien común (v.), de aquí que uno de los deberes cívicos sea oponerse a las medidas políticas que se estimen perjudiciales al mismo. Mas el bien común es un bien de los hombres y para los hombres, por lo que, en último término, la persona humana es el fin del c. Todo lo verdaderamente humano, y también el c., tiene un valor cristiano evidente. Además, el c. supone el ejercicio de virtudes de una significación cristiana indudable, tales como la justicia, la solidaridad, la liberalidad y magnanimidad, el sacrificio del interés individual, el espíritu de servicio a la comunidad.
     
      Por otra parte, el c. forma parte de la doctrina moral cristiana. Sus límites y contenido están sintetizados admirablemente en la famosa frase evangélica: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21). Basándose en este espíritu evangélico, la Iglesia, desde S. Pedro y S. Pablo y los Santos Padres hasta los últimos pontífices, no ha cesado de inculcar y promover el ejercicio de unas virtudes cívicas en armonía con los demás deberes morales.
     
     

BIBL.: SEMANAS SOCIALES DEL CANADÁ, Le Cirisnie, Montreal 1955; S. RAMíREZ y OTROS, Civismo supranacional, Madrid 1958; G. BLARDONE, M. CHARTIER, J. FOCCIET y H. VIAL, Iniciación cívica, Madrid 1962; A. SAMUEL, La educación del civismo, Barcelona 1964; G. KERSCHENTEINER, La educación cirica, Barcelona 1932; SEMANAS SOCIALES DE ESPAÑA, El sentido social, Madrid 1957.

 

R. SIERRA BRAVO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991