Cielo. Sagrada Escritura.


    Terminología bíblica. El término «cielo» corresponde en hebreo a samayim plural (425 veces); la Biblia griega traduce por ouranós o ouranoí; la Vulgata latina por caelum o caeli. Para el firmamento encontramos el término ragia`, en griego stereóma, latín firmamentum (Ps 18,2; Gen 1,8). Otros términos empleados son maróm (Ps 7,8; 18,7; Is 24,18.21; 40,26; 57,15; 58,4; Ier 25,30; cfr. Le 2,14: «Gloria a Dios en las alturas»). En lugares poéticos se emplea también séhagim (Ps 19,12; etc.). Literalmente estos términos significan a veces «ser elevado» (alturas) o lo que «hace producir las aguas», aunque como veremos tienen también otros sentidos en los diversos contextos. Al comienzo del libro del Génesis se entiende por c. la parte del universo contrapuesta a la «tierra»: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra».
     
      El sentido en cada caso, es decir, si se refiere al c. meramente sidéreo o si se refiere al c. divino, se deduce del contexto y de los lugares paralelos.
     
      Estructura del cielo sidéreo. El universo es descrito por el semita en tres grandes compartimentos: el c., en la parte superior; la tierra, asentada sobre las aguas; el abismo tenebroso (Gen 1,2; 7,11; lob 28,14; Eccli 1,2; Apc 20,3; etcétera). El término c. designa a veces el espacio superior a la tierra que nosotros llamamos atmósfera (Gen 1,26; Mi 6,26); más propiamente significa la bóveda celeste (ragia`) que cubre la tierra a manera de un muro sólido (Gen 1,14.15), de un velo o tienda (Is 40,22; Ps 104,2). Sobre ella está el c. sideral, bajo ella el c. atmosférico. De todos modos el nombre c. se aplica indistintamente.
     
      Por encima de esta bóveda celeste están el sol, la luna y las constelaciones de astros (Ps 19,6; Gen 1,14-19; 22,17; Ex 32,13; Is 13,10). El c. es luminoso, fuente de luz (Eccli 24,6: «Hice en el cielo que naciera una luz indeficiente»). Sostenido por la misma bóveda se imagina un gran océano: las aguas superiores de Gen 1,17 (cfr. 7,11; Ps 29,3; 104,3; 140,4). Este océano es la sede de la lluvia; por ello se habla de cataratas del c. (Gen, 7,11). De aquí la expresión corriente «abrirse» o «cerrarse» el c., para designar la caída de las aguas o Su ausencia (Dt 28,23: «sea el cielo de bronce»=cerrarse; 2 Reg 8,35: cerrado de manera que no llueva; 2 Par 6,26: si cerrado el cielo no cayera la lluvia; Le 4,25 recoge la misma idea con referencia a los días de Elías). En la misma concepción está el c. como sede del rocío (Gen 27,28), del trueno (Ps 17,14), del rayo (Le 10,18; 2 Mach 2,10 en la oración de Moisés). La expresión «los cielos se inclinan» (Ps 18,10) indica unas veces que las nubes se alejan; otras veces se emplea para designar la comunicación divina.
     
      El cielo sidéreo obra de Dios. El conjunto del c. es para la Biblia obra perfecta de Dios (Gen 1 y Ps 19), que por ello es llamado 'Élohim o Yahwéh Séba'ót (Is 6,3; 9,7; etc.): Dios de las armadas celestes; Dios del cielo (2 Par 36,23; Esd 1,2; Neh 1,4; lo 1,9; Ps 136,26); Dios del cielo y de la tierra (Mt 11,25; Le 10,21; v. DIOS ii). La Biblia distingue netamente entre Dios creador y el c. obra suya (1 Reg 8,27: «los cielos de los cielos no pueden abarcarte»; lob 15,15: «los cielos no son limpios en tu presencia»). Los términos con que se expresa la acción creadora de Dios con respecto al c., son numerosos y variados: lo hizo (Ps 95,5; 135,5); lo fabricó (lob 37,18); obra de sus manos (Ps 19,2); obra de sus dedos (Ps 8,4); lo estableció (Prv 3,19); lo preparó (Prv 8,27); lo pesó (Is 4,12); lo creó (Gen 1,1; Is 42, 5); lo extendió (Is 40,22; Ps 103,2; lob 9,8).
     
      El salmo 33,6 aclara el modo como fueron hechos los cielos, a saber, por la Palabra de Dios: «Por la Palabra de Dios fueron hechos los cielos y por el aliento de su boca todas sus huestes». El el salmo 147,15-18 encontramos referida a la Palabra de Dios los fenómenos atmosféricos: «manda su palabra y se liquidan, hace soplar su viento y manan aguas».
     
      El cielo como morada de Dios. Más allá del c. sideral (lob 22,12) la Biblia coloca la morada de Dios. Esta idea o expresión en muchas religiones naturales era entendida en sentido literal o casi literal, reduciendo la trascendencia divina a la lejanía en el espacio. No ocurre así en la Biblia. Aunque la S. E. usa también con frecuencia expresiones de tipo antropomórfico, como es lógico dada la necesidad de acudir a la analogía con las cosas humanas para hablar de Dios, no son las únicas ni las entiende literalmente; en la S. E. está siempre presente la trascendencia de Dios, objeto continuo de la enseñanza de su Revelación, y el hecho de que Dios es el creador de todo. Por eso, aunque la Revelación utilice a veces la palabra c. como «morada divina», ésta debe entenderse como expresión del modo de ser trascendente de Dios y no literalmente como c. sidéreo; éste, por otra parte, ni existe antes de Dios, que es eterno, ni sin Dios, que ha hecho y mantiene a todo en el ser (v. CREACIóN; DIOS III; TIEMPO IV).
     
      Así hay que entender los textos, como el Ps 113,16: «el cielo del cielo para el Señor; la tierra la dio a los hijos de los hombres»; de ahí el apelativo de Yahwéh «el que habita en los cielos» (Ps 2,4; 123,1). En Ps 18,6 se afirma: «En el sol puso su tabernáculo»; en otros lugares se habla del c. como sede de Dios (Is 66,1: «El cielo es mi sede, la tierra el escabel de mis pies»; la misma fórmula en Act 7,49); esta sede es descrita en forma de trono (Mt 23,22). Los Evangelios Sinópticos, especialmente Mateo, utilizan la designación «Padre de los cielos» o «Padre celestial» (Mt 5,12.16; 6,9; 7,11; 10,32; 16,17; 18,10.14.19; Me 11,25.26; 12,25). La palabra c., sobre todo en el judaísmo posexílico, es usada también como sinónimo de Dios, unas veces para evitar la pronunciación del nombre sagrado, otras por empleo metanímico. Así las expresiones: clamar al c. (1 Mach 4,10), bendecir al c. (1 Mach 4,55), levantar los inicuos la boca contra el c. (Ps 72,9), reino de los cielos, etc.
     
      El c. como trono de Dios (Is 6,1; Mt 5,34; Apc 4,2) lleva consigo la idea de corte celestial (serafines: Is 6,1; los cuatro animales: Ez 1; los miles de millares de servidores celestes: Dan 4,10; Heb 12,22; los ángeles: Mt 18,10); el fin de esta corte celeste es dar gloria a Dios (Apc 5,11.12; cfr. Is 6,3) (v. ÁNGELES ii y III). A veces se habla de varios c. (cfr. 2 Cor 12,2: «arrebatado hasta el tercer cielo»). El Apocalipsis de S. Juan habla de la «puerta del cielo» (4,1), de la «sede en el cielo» (4,2), del templo (11,19), de la Jerusalén nueva (21,2).
     
      La comunicación de Dios con el hombre a veces se expresa en conexión con este modo de hablar de lo divino. Dios mira desde el cielo (Ps 101,20), Dios llama a Abraham desde los cielos (Gen 22,11.15, la expresión «Ángel de Yahwéh» es aquí teofánica), desde el cielo ha hecho oír su voz en el Sinaí (Dt 4,36; cfr. Neh 9,13), atiende desde el cielo (Is 63,15). Por ello se habla de la «puerta del cielo» para esta comunicación (Gen 28,17: visión de Jacob). La misma fórmula («abrirse») que hemos visto empleada para la lluvia, se emplea para esta comunicación divina (voz del cielo en el Bautismo: Lc 3,22; sonido: Act 2,2; Pedro ve el cielo abierto: Act 10,11; Esteban ve el cielo abierto: Act 7,56; luz del cielo que envuelve a Pablo: Act 9,3; 22,6).
     
      En la cristología neotestamentaria el c., como morada de Dios, ocupa un lugar primario. Es el «lugar» donde Jesús asciende (Mc 16,19; Act 7,55; 1 Pet 2,22: «marchó al cielo después de sujetar los ángeles»). A Jesús se le describe sentado a la derecha del Padre. Tras la obra de la Redención, según Heb 9,24, Jesús entra en el c., para presentarse ante el rostro de Dios por nosotros. El cuarto Evangelio se refiere a la Encarnación (v.) hablando del descenso del Verbo desde el seno del Padre (lo 1) y Jesús se refiere a sí mismo como pan bajado del cielo (lo 6); un bello resumen: «Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo y voy al Padre» (lo 16,28).
     
      Morada de los santos. El problema del más allá de la vida humana (V. ALMA; ESCATOLOGÍA II; RETRIBUCIÓN) va contorneándose poco a poco en la S. E. El salmo 73,24 define la vida dichosa junto a Dios, teni ;ndo su vida en el c.; en el 17,15 el salmista desea «Vea yo en justicia tu faz y sáciame, vigilante, de tu gloria». El libro de Daniel (12,2.3) insiste en la resurrección de los muertos; Tobías también habla de la vida futura (Tob 2,18). Elías (v.) ha sido transportado en el carro celeste (2 Reg 2,11; 2 Mach 2,58). La Sabiduría nos describe las almas de los justos en la presencia del Señor (Sap. 3,1-4). El libro 2° de los Macabeos (7,9.11.23.26) nos habla de las oraciones que se ofrecen por los mártires caídos en la batalla. En el N. T. el c. será el «lugar» definitivo de los que han confesado a Cristo; el martirio tiene su corona en el Cielo (Apc 6,9); los santos reinan en el Cielo. La imaginería profético-apocalíptica es aplicada ahora a la vida de los santos en el c.; se describe como llena de luz, en su medio está el árbol de la vida, que alimenta indefectiblemente a sus moradores.
     
      Para el N. T. el Cielo, como vida futura, es una realidad que forma parte esencial del mensaje tanto de fe como de motivación moral: a las actitudes fundamentales, expresadas en las bienaventuranzas (v.), se les promete una «abundante recompensa en el cielo» (Mt 5, 12; Lc 6,23). El discípulo de Cristo ha de preocuparse por «el tesoro inagotable» en el C. (Lc 12,33); en el C. están escritos los nombres de los apóstoles (Lc 10,20). Por ello la esperanza del que ha creído está puesta (guardada) en el C. (Col 1,5; Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22); es la misma idea que expresa 1 Pet 1,4 cuando habla de «la heredad conservada en el Cielo para nosotros», o de la expresión paulina «casa no hecha de manos, eterna, en el Cielo» (2 Cor 5,1). En el sermón de despedida del cuarto Evangelio, Jesús indica a los suyos que va a prepararles un lugar en la casa de su Padre, donde hay muchas mansiones (lo 14,2-3); Cristo ha entrado en el C. como precursor (Heb 4,14; 6,20); a t;l seguirá «la muchedumbre innumerable de todas las naciones», que contempla anticipadamente el Apocalipsis (7,9). Otros términos con que se representa la salvación escatológica además de c., son: vida (Mt 18,8); vida eterna (Mt 25,46);gloria (Rom 8,18); gloria celeste (2 Tim 2,10); gloria eterna (1 Pet 2,10); corona de vida (Iac 1,10); corona de justicia (2 Tim 4,8); descanso (Heb 4,3.11); paraíso (Lc 23,43); incorruptibilidad (Apc 21,4); impecabilidad (1 Pet 1,4); árbol de la vida (Apc 2,7).
     
      La vida en el Cielo es descrita unas veces con la afirmación de las realidades que constituyen nuestro vivir humano: gozo (Lc 15,7), pan del C. (Sap 16,20), río de agua viva (Apc 21,6); otras veces como ausencia de las angustias de esta vida: «Ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno... y Dios enjugará toda lágrima de los ojos» (Apc 7,16-17). Pero la culminación de la felicidad en el C. es la visión de Dios mismo (1 lo 3,2).
     
      La morada de los santos junto a Dios es la fase final del reinado de Dios en el mundo (1 Cor 15,24); es llamada con la expresión «vida futura» o «vida eterna» (Mt 25). Se expresa también con la fórmula «reino de los cielos» en su acepción escatológica definitiva; se emplea en Mt como sinónimo del Reino de Dios (Mt 3,2; 4,17: está cerca; 5,10: es de los que padecen persecución por la justicia), probablemente derivado de la preocupación de evitar el nombre divino y como apelativo que lo sustituye (v. REINO DE DIOS). Las fórmulas «entrar en el reino de los cielos» (lo 3,5; Mt 5,20; 7,21) son fórmulas llenas de contenido que abarcan probablemente desde la Iglesia (mediante el Bautismo) hasta la consumación del Reino (en la vida futura).
     
      Para el final de los tiempos, la renovación universal afectará también a los c. Ya Isaías anunciaba para la edad escatológica una nueva creación con nuevos c. y nueva tierra (65,17; 66,22). La Segunda Epístola de S. Pedro describe la suerte que correrán los c.: están reservados para el fuego (3,7), pasarán con gran ímpetu (3,10), se disolverán en llamas (3,12). Las descripciones escatológicas de los Evangelios Sinópticos presuponen también la catástrofe cósmica. El Apocalipsis (21,1) habla del cumplimiento de la antigua promesa: «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; el mar no eXIstía ya». La nueva creación tendrá, pues, como la primera, un c. y una tierra (v. MUNDO 111; RESURRECCIóN DE LOS MUERTOS).
     
      Sentido bíblico del Cielo. La Revelación de Dios en la Biblia supera en un doble sentido las intuiciones y conceptos de las religiones no cristianas y sus mitos acerca de la «morada» divina y del «lugar» de los difuntos (v. 1). Primero, porque manifiesta clara y constantemente la trascendencia divina (recuérdese, p. ej., la prohibición de hacer imágenes de Dios) así como la inmortalidad y espiritualidad del alma humana. Segundo, porque descubre el orden sobrenatural querido por Dios para el hombre, en el que los que se salvan verán y amarán a Dios «cara a cara», «tal como es» (1 Cor 13,12; 1 lo 3,2; cfr. Mt 5,8; lo 17,3), destino al que se unirán los cuerpos resucitados al fin del mundo.
     
      Los usos de la palabra cielo o cielos para referirse al c. sideral y a veces también a lo divino y al destino de los bienaventurados no ofrecen peligro de confusión para el lector atento de la Biblia. Los diversos textos bíblicos que se refieren al c. sidéreo lo hacen sólo para decir que ha sido creado por Dios y que es dependiente de Él (Sap 13,3-6); no se dirige la Revelación a dar enseñanzas de Geología o Astronomía; cuando se refiere al c. sideral lo describe con expresiones del lenguaje popular corriente para resaltar y alabar la Sabiduría y la Omnipotencia de Dios (v. t. Ciencia y Revelación, en REVELACIóN IV).
     
      Para referirse al destino de los justos después de la muerte la Revelación emplea a veces expresiones del lenguaje corriente acerca del c. sideral, pero no son las únicas, y es claro el valor no literal de palabras como arriba, abajo, lugar del C., etc. En la S. E. no tiene sentido preocuparse por dónde está el C., como no lo tiene preguntar dónde está Dios. Dios es «El que es» por antonomasia, y no está circunscrito en ningún lugar y al mismo tiempo ninguno escapa de su acción y su presencia amorosa. Como decía S. Juan Crisóstomo (S. IV): «No nos preguntemos dónde se encuentra el Cielo, esperemos llegar a él» (PG 60,673-674). No hay mitos (v.) en la Biblia al referirse al modo de ser de Dios y al destino y fin último de la vida humana, sino una revelación profunda de la trascendencia divina y de su infinito amor por los hombres, que le lleva a destinarlos a la unión con Él que se consuma en la vida posterior a la terrena. De este sentido bíblico, revelado, acerca de lo que es el C. se ocupa en forma sistemática el art. siguiente (v. III).
     
      V. t.: ESCATOLOGÍA 11; FELICIDAD II; MUERTE V; RETRIBUCIóN (Sagrada Escritura); SALVACIÓN 11; Dios 111.
     
     

D. MUÑOZ LEEN.

    BIBL.: B. ALFRINK, L'expression «Samaim» ou «Semei hassamaim» dans l'A. T., en Mélanges E. Tisserant, I, Ciudad del Vaticano 1964, 1-7; J. BAUTZ, Der Himmel, Maguncia 1881; 1. BELLAMI, Ciel, en DB 111,750 ss.; L. BREMOND, Le ciel, ses joies, ses splendeurs, París 1925; J. CAUBET ITURBE, El cielo y el infierno a la luz de las ideas judías en el primer siglo de nuestra era, en XVI Semana Bíblica Española, Madrid 1956, 159-185; P. DHORME, L'idée de l'au-delá dans la religion hébraique, «Rev. de I'Histoire des Religions» (1941) 113-140; TH. FLÜGE, Die Vorstellung über den Himmen im A. T., Berna-Leipzig 1937R. FRANCO, Cielo nuevo y tierra nueva, en Enc. Bibl. II,317-319; P.    VAN    IMscHooT,    Teología del A. T.,    Madrid    1969,    410-424; E. KREBs, El más allá, Barcelona 1953; E. LEVESQUE, Ciel, en DB 111,750 ss.; M. MEINERTZ, Teología del N. T., 2 ed. Madrid 1966, 67,510,546 s., 629; G. PERELLA, La dottr.ina d'oltretomba nel V. T., «Divus Thomas» 12 (1935) 196-204; A. PIOLANTI (dir.), El más allá, Barcelona 19'59; H. RONDET, Fins de 1'homme et fin du monde, Lyon 1966; J. PRADO, Cielo, en Enc. Bibl. II. 313-317.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991