La figura histórica de Rodrigo Díaz de Vivar se convirtió en personaje
literario en los mismos orígenes de la épica castellana. Aparece por
primera vez en el llamado Cantar de Mío Cid (ca. 1140), protagonizando una
serie de hechos durante el reinado de Alfonso VI de Castilla (v. ii). La
proXImidad en el tiempo y en el espacio a estos sucesos permitió al autor
anónimo del poema presentar con gran fidelidad histórica la personalidad
del héroe. Rodrigo es prototipo de vasallo fiel y sumiso a la voluntad del
rey y al mismo tiempo un hombre enmarcado en el ambiente familiar, social
y político de su época. Como guerrero lleva a cabo las mayores hazañas y
como hombre de corte vela por el exacto cumplimiento de las normas
jurídicas de su tiempo. Destaca sobre todo la dimensión humana del héroe,
que acentúa el verismo del Cantar. El autor resalta en todo momento la
humanidad del C., su elevado concepto de la honra y del vasallaje y su
proverbial mesura. Es un héroe equilibrado y sereno, grave y reposado,
profundamente religioso, guerrero aventajado y excepcional sin salirse
nunca de la medida humana. En ese sentido contrasta fuertemente con la
idealización de los personajes de la épica francesa (V. CHANSONS DE
GESTE).
Otros cantares de gesta más tardíos vuelven a tratar el tema
cidiano. El Cantar de Fernando I, el Cantar de Sancho II y el Cantar del
Cerco de Zamora, conocidos gracias a las prosificaciones de las crónicas,
lo hacen de forma marginal, mientras que el llamado Cantar de las
Mocedades del Cid, prosificado en la Crónica de 1344, vuelve a tener a
Rodrigo como protagonista. Este poema se aleja del verismo del viejo
Cantar e introduce numerosos elementos de fantasía. En él aparece por
primera vez el conflicto dramático entre Jimena y el C., responsable de la
muerte del padre de su futura esposa. El Romancero (v.) hace de las
acciones del C. uno de sus temas favoritos. Los romances que tratan sobre
este personaje son muy numerosos y la crítica los divide en tres grupos:
romances de las mocedades de Rodrigo, del cerco de Zamora y del destierro.
En general dan una visión del héroe bastante novelesca e idealizada, en la
línea del Cantar de las Mocedades del Cid. Los que tratan del C. joven
(como el conocidísimo «Cabalga Diego Laínez...») presentan un personaje
altanero y soberbio que nada tiene que ver con el «mesurado» caballero del
primer Cantar.
No termina con la Edad Media la fortuna literaria del C. El teatro
español del Siglo de Oro (v.), que tantas veces se inspiró en la tradición
épica, lo tendrá presente en varias obras; así en la Comedia del Cerco de
Zamora, de Juan de la Cueva (v.) y sobre todo en Las Mocedades del Cid de
Guillén de Castro (1569-1631; v.). Aunque el final es feliz, el nudo de
esta comedia lo constituye la tensión dramática entre el amor y el deber
del C. y de Jimena, envueltos en un conflicto de honor por la muerte, a
manos de Rodrigo, del padre de aquélla. En esta obra, Guillén de Castro
lleva a cabo una verdadera dramatización de la materia épica, pues se
inspira directamente en los romances. El mismo autor escribió después otra
comedia, Las hazañas del Cid, inferior a las Mocedades. De ésta arranca la
comedia del francés Corneille (v.) Le Cid, que elimina bastantes episodios
de la de Guillén de Castro; falta asimismo el ambiente épico, rico en
lances, de la obra española. La literatura del s. XVIII apenas si repara
en la tradición épica popular, si bien en el caso del C. la excepción es
el poema de Nicolás Fernández de Moratín (v.), Fiesta de toros en Madrid,
en el que describe el valor y la gallardía del héroe al alancear un toro
ante los sorprendidos ojos de los moros. Con el Romanticismo, la figura
del C. adquiere mayor significación literaria, tanto en obras de creación
como en estudios críticos sobre el personaje. La crítica romántica acentúa
el carácter popular de la épica española y resalta de nuevo el valor del
Cantar y del Romancero del Cid. En España tratan el tema autores como
Zorrilla (v.), Hartzenbusch (v.) y posteriormente Fernández y González
(1821-88) y Eduardo Marquina (v.), cuya obra Las hijas del Cid se inspira
directamente en el Cantar. En la literatura extranjera cabe citar, entre
otros autores, a Victor Hugo (v.), Leconte de Lisle (1818-94) y José María
de Heredia (v.), que escribieron poemas sobre el Cid, y a Delavigne
(1793-1843), autor de la tragedia Las hijas del Cid.
BIBL.: B. HATULKA, The Cid as a
Courtly Hero: from the `Amadis' to Corneille, Nueva York 1928; A. M. COE,
Vitality of the Cid Theme, «Hispanic Rev.» XVI,120-131.
R. REYES CANO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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