CICERÓN, MARCO TULIO


Escritor y político romano, cuya vida (106-43) llena y anima las últimas décadas de la República romana. Homo novus, esto es, sin antepasados que hubieran ocupado cargos públicos, y eques Romanus o del orden de los caballeros, n. en Arpino, la patria de Mario, adquiere en Roma, y después en Atenas y otras ciudades del Inundo griego, una sólida formación oratoria, jurídica y filosófica, y se da a conocer al principio como poeta y en seguida como abogado, actividades, sobre todo la segunda, que, aunque proseguidas a lo largo de su vida, quedan con el tiempo eclipsadas por su incansable y vocacional dedicación a la política, por su intensa vida social, y, por encima de todo, por su carrera de escritor en prosa, que, en estrecha relación con su intenso cultivo práctico de la oratoria, tanto forense como política, constituye su galardón inmarcesible de gloria por su aportación inmortal a la cultura y a la historia, muy superior en todo caso a la fama, más modesta aunque no despreciable, que alcanza y ambiciona en las esferas de la política y la vida de relación. Y así, C. se hace escritor a la vez que crea la lengua de la prosa latina, y forja su personalidad ideológica y estilística al tiempo que forma el instrumento de su manifestación, y acuña, a partir de precarios precedentes, el modelo definitivo de la prosa artística en lengua latina, sin que él mismo pueda nunca presentir bien este glorioso destino que le estaba reservado, de clásico latino por excelencia, precisamente por sus obras en prosa.
     
      1. Noticias sobre Cicerón. Sobre la vida de C. son muchas las noticias que poseemos, hasta el punto de ser el personaje de la Antigüedad de quien más datos biográficos se conocen, y el único del que, gracias a ellos, es posible trazar una biografía similar, en riqueza, precisión y densidad, a la de un Goethe o un Freud, y en general a la de cualquier hombre célebre moderno. Tal abundancia de datos se debe, tanto a lo mucho que C. escribe sobre sí mismo, y muy especialmente a la publicación póstuma de su correspondencia, como al papel eminente que desempeña en la vida pública de Roma en épocas turbulentas, todo lo cual da lugar a la formación de un anticiceronismo político que tiene una proyección antigua y otra moderna; de la antigua, que culmina en la proscripción o asesinato legal de C., ordenada por Marco Antonio (v.), conservamos un violento panfleto contemporáneo constituido por la Invectiva de Salustio, referida a la situación histórica del a. 54, y una elaboración tardía en el injurioso discurso de Quinto Fufio Caleno, brazo derecho de Marco Antonio en los a. 44 y 43, que se lee, como si hubiera sido pronunciado en el Senado en respuesta a alguna de las Filípicas, en el libro 46 de la Historia de Roma, en griego, de Dión Casio; y de la moderna es exponente máXImo, en el s. Xlx, Wilhelm Drumann, quien en su obra monumental consagrada a la historia de Roma precisamente en la época de C. o de «transición del régimen republicano al monárquico» (Geschichte Roms in seinem Übergange ven der republikanischen zur monarchischen Verfassung, Kónigsberg, 1834-44) presenta de C., a lo largo de 1260 p. de los t. V y VI, una imagen muy desfavorable, que influye decisivamente en la que 12 años más tarde muestra T. Mommsen en su Historia de Roma y, a través de esta última, en cuantas censuras o estimaciones adversas y desprovistas de simpatía hacia C. se han venido repitiendo hasta nuestros días.
     
      La bibliografía moderna imparcial sobre C. arranca de la biografía antigua de Plutarco y comienza en el s. XVIII, con la magnífica biografía de Conyers Middleton (The history of the life of Marcus Tullius Cicero, Londres 1741, obra que influye en España por la trad. de Azara publicada en Madrid 1790), tan fundamental para C. como la de Diderot para Séneca, y cuya simpatía hacia C., en nada contraria a su imparcialidad, pervive de algún modo en las biografías ochocentistas no influidas por Drumann (como la de G. Boissier, París 1865, obra espléndida y deliciosa muchas veces reeditada y traducida, o las de W. Forsyth, A. Trollope, etc.), y en las caracterizaciones que aparecen en las grandes obras de historia de Roma, sobre todo en la de G. Ferrero (Grandezza e decadenza di Roma, Milán 1902).
     
      2. Datos biográficos. En Arpino transcurre solamente la primera infancia de C. En época indeterminada, pero precisamente en los años escolares, su padre adquiere una casa en Roma, en el elegante barrio de las Carinas, y en Roma recibe C. su primera educación oratoria y jurídica, en contacto con los famosos oradores Marco Antonio (abuelo del triunviro del mismo nombre) y Lucio Licinio Craso (padre de Marco Licinio Craso, que forma con Pompeyo y César la alianza que impropiamente suele llamarse primer triunvirato), y con los célebres juristas Quinto Mucio Escévola el Augur y Quinto Mucio Escévola el Pontífice, sobrino e hijo, respectivamente, de Publio Mucio Escévola. En el estudio de la filosofía son maestros de C. el epicúreo Fedro, el académico Filón y el estoico Diódoto, y en la poesía el ya anciano trágico latino Accio y el poeta épico y epigramático griego Arquias. Es en la poesía donde primero se distingue C., con pequeños poemas épicos (epilios) didácticos y otros, alcanzando fama inmensa, aunque efímera. A los 19 años asiste a las clases de retórica que da en Roma el rétor cretense Apolonio Molón, y a los 25 pronuncia su primer discurso, la defensa judicial Pro Ouinctio. Dos años más tarde marcha a Grecia, donde permanece también dos años, perfeccionando su formación filosófica en Atenas bajo Antíoco de Ascalón, escolarca de la Academia, y su formación oratoria en Rodas, bajo el mismo Apolonio Molón, a quien ya conocía.
     
      Vuelve a Roma y en el a. 76 obtiene la cuestura, empezando así su carrera política oficial. Durante los siete años siguientes su actuación forense, con implicaciones políticas, le granjea renombre oratorio, culminando en el proceso contra Verres, para el que escribe y publica siete discursos, de los cuales sólo pronuncia los dos primeros. El a. 69 desempeña el segundo escalón de la carrera política oficial, el de edil curul, y el a. 66 el tercero o cargo de pretor, alcanzando la cima o consulado el a. 63, punto central, por múltiples motivos, en la vida de C. La energía de su actuación como cónsul en la represión de la conjuración de Catilina le acarrea grandes dificultades. Formada el a. 60 la alianza entre César (v.), Pompeyo (v.) y Craso, y habiendo rehusado C. ponerse al servicio de aquel pacto, el a. 58 es condenado al destierro por la ley Clodia, un plebiscito propuesto por el tribuno Clodio Pulcro exclusivamente en contra de C., lo que apenas se disimula con la fórmula de «eXIlio para quien hubiera hecho ejecutar a un ciudadano romano sin sentencia judicial». C. marcha al destierro, en el que permanece poco más de un año en varios puntos de la Italia meridional al principio, y después sobre todo en Tesalónica y en Dirraquio, hasta mediados del a. 57, en que, en virtud de un acuerdo de los comicios centuriados, es rehabilitado y regresa a Roma con grandes honores. Un año más tarde se celebra la entrevista de Luca en la que se consolida la triple alianza, y C. se mantiene desde entonces en buenas relaciones tanto con César como con Pompeyo, pero inclinándose cada vez más a Pompeyo conforme se perfila la inevitable lucha entre ambos.
     
      En el a. 51 marcha a Cilicia como procónsul, muy a disgusto, regresando un año después, cuando era inminente la guerra civil. Después de muchas vacilaciones, se decide por Pompeyo, tras cuya derrota y muerte abriga grandes temores, pronto disipados por la afable generosidad del noble vencedor, que le abraza públicamente el día de su llegada a Brindis¡ (25 sept. 47), y le muestra hasta su muerte un trato atento, aunque sin permitirle actuar en política. Esto último explica la alegría con que C. acoge el asesinato de César, en el que no había tenido participación. Inmediatamente se convierte en el jefe del partido senatorial frente a los cesarianos, y en esa lucha, que se va enconando hasta cuajar en la criminal entrevista de Bolonia entre Octavio, Marco Antonio y Lépido (octubre del 43), se enfrenta C. de manera tan implacable a Marco Antonio, que éste exige en Bolonia, a lo que fría y cruelmente accede Octavio, el verdadero asesinato legal, entre otros muchos, de C., que es herido de muerte por el legionario Popilio Lenas el 7 dic. 43, a los 63 años de edad (casi 64, pues había nacido el 3 en. 106 a. C.).
     
      3. Clasificación de sus obras: los discursos. La obra de C. comprende, aparte de las poesías, de las que tenemos un importante espécimen en la Aratea, y de varias obras históricas, geográficas y otras de las que sólo hay diversas menciones, cuatro grupos principales: discursos, obras retóricas, obras filosóficas y cartas. De los discursos, que llegaron a algo más de un centenar, se conservan 58, algunos de ellos incompletos, y fragmentos de otros 17, abarcando en conjunto un periodo de 38 años, desde el 81 hasta el mes de abril del año de su muerte, y distribuyéndose cronológicamente en cuatro épocas: primera, del a. 81 al 66, en la que destacan el macizo grupo de las siete Verrinas (discursos contra Verres, In C. Verrem orationes sive orationes Verrinae) y el discurso A favor de Cécina (Pro Caecina), de importancia este último para el Derecho civil por la doctrina del interdicto posesorio que en él se contiene; segunda época, del a. 66 al 59, al que pertenecen entre otros los discursos consulares, y entre ellos las cuatro Catilinarias y el discurso A favor de Murena; tercera época, tras el eXIlio, del a. 57 al 52, en la que sobresalen sendos discursos de acción de gracias por su rehabilitación al Senado y al pueblo, en el a. 57 (Oratio post reditum in senatu habita, sive cum senatui gratias egit, y Oratio post reditum ad quirites, sive cum populo gratias egit), la violentísima invectiva contra Pisón (In Pisonem) del a. 55, y el brillantísimo discurso En defensa de Milón (Pro Milone), que, sin embargo, no es el que de hecho pronuncia en el proceso (en que se acusaba a Milón del asesinato de Clodio Pulcro), sino uno que él prepara después para la publicación, según la famosa anécdota transmitida por Dión Casio (40,54,2, e indirectamente confirmada por Asconio Pediano y por los escolios bobienses), que cuenta que el proceso termina con la condena de Milón a destierro, y que encontrándose desterrado en Marsella, y habiéndole enviado C. el discurso arreglado, Milón le acusa recibo diciéndole que ha sido una suerte para él que C. no lo pronunciara así durante el juicio, pues, de haberlo hecho, no se encontraría Milón entonces comiendo en Marsella tan magníficos salmonetes; y cuarta época, del a. 46 al 43,en que tras seis años de inactividad oratoria, que corresponden al proconsulado en Cilicia y a los años más turbulentos de la guerra civil, vuelve a hacerse oír con el bellísimo discurso Pro Marcelo, en que, con ocasión del perdón otorgado por César al pompeyano Marco Claudio Marcelo, prodiga a César las más extraordinarias alabanzas («a ti te corresponde portarte como quien eres, como aquella persona cuya gloria jamás habrá olvido que pueda oscurecerla», con un valor intensísimo en la perífrasis de futuro obscuratura sit en oración, no consecutiva, como suele aparecer en errónea traducción bastante divulgada, sino completiva epexegética de talem te essé). En el mismo a. 46 y en el siguiente, respectivamente, pronuncia las defensas Pro Ligario y Pro rege Derotáro, y en los últimos cuatro meses del a. 44 y los cuatro primeros del 43 pronuncia o escribe, pues no todos fueron pronunciados, contra Marco Antonio los 14 soberanos discursos llamados las Filípicas (In M. Antonium orationes Philippicae XIV) como emulación de los discursos de Demóstenes (v.) contra Filipo de Macedonia, y para dar a entender ya en el título que Marco Antonio es tan funesto para Roma como Filipo lo fue para Grecia.
     
      Para la valoración de conjunto de los discursos no se podría prescindir de los famosos paralelos con Demóstenes que se encuentran en Longino 12,4 y en Plutarco, y que atribuyen fundamentalmente a Demóstenes la fuerza irresistible para impulsar adonde quiere al auditorio, y a C., en cambio, la abundancia torrencial, que todo lo inunda de bellezas sabiamente distribuidas, pero ante la cual el auditorio se extasía más bien que convencerse, como en feliz síntesis expresa un epigrama de Gottlieb Conrad Pfeffel. Pero tal estimación dista mucho de ser exacta o completa. No le falta a C. profundidad de convicción ni capacidad de contagiarla; lo que sí le falta con frecuencia es auditorio digno de su elocuencia, y lo mismo que al final pierde, también pudo ganar, como de hecho gana muchas veces. Sus discursos lo tienen todo: solidez de argumentación y encanto verbal, vigor y delicadeza, rapidez fulminante y morosidad analítica, seriedad y humor, verdad relevante y finura cautivadora, erudición y sensibilidad, simpatía humana y fuerza de la razón; es en cambio la razón de la fuerza lo que se le escapa, para ir a caer, por puro capricho del azar, en manos más firmes y, salvo en el caso de Julio César, desde luego menos dignas. Otro importante punto de vista es la necesidad de valorar los discursos como obra de escritor a la vez que de orador, en mayor grado que en otros célebres oradores, puesto que algo semejante a lo que, sobre diferencias entre el realmente pronunciado y el publicado y conservado, hemos dicho de Pro Milone, afecta también por lo menos a otros 20 más, aparte de que algunos, como también hemos dicho de las cinco últimas Verrinas y de algunas de las Filípicas, jamás fueron pronunciados. Pero nada de esto resta méritos a ninguno de los discursos en particular ni tampoco a su conjunto, pues la labor de lima es tan lícita después como antes, y no hay motivo para dudar de que el mérito artístico ha ganado en general.
     
      4. Obras retóricas. El segundo grupo de las obras de C., estrechamente relacionado con el de los discursos y constituido por las retóricas o tratados sobre teoría e historia de la elocuencia, es menos considerable tanto en número y extensión como en importancia intrínseca de la materia, sin que, sin embargo, dejen de ocupar un lugar destacado en su género, junto a las de Dionisio de Halicarnaso y Quintiliano, y al lado de las mejores de las restantes de rétores griegos y latinos, siendo las principales Sobre el orador, Bruto y Orador, verdaderos tesoros de datos e ideas expertamente articulados y entrelazados. La primera del grupo es un tratadito escrito en su juventud (sin que la fecha se pueda precisar) acerca de la manera de seleccionar temas para los discursos, y titulado variamente De inventione libri duo, De inventione rhetorica, Libri rhetorici o Artis rhetoricae libri duo. Sigue el exquisito diálogo en tres libros Sobre el orador (De oratore libri tres) del a. 55, en que exige al orador una concienzuda preparación no menos filosófica que retórica en sentido estricto. Un año después escribe un nuevo diálogo, mucho más breve y descuidado, acerca de las cualidades del orador, del discurso y sus partes, y de la temática oratoria, titulado Partitiones oratoriae.
     
      Después de ocho años sin ocuparse de la retórica, en los primeros meses del 46 escribe su gran obra de historia de la elocuencia, el diálogo Brutus, en el que, entre los excesos del asianismo exuberante y la también excesiva sobriedad de los aticistas, propugna una vía media, que es la que de hecho se había afirmado y consolidado, tras comienzos asiánicos, en sus propios discursos, y para la que propone a Demóstenes como ideal máXImo. A fines del mismo año aparece el más intenso, personal y estilísticamente cuidado de sus libros retóricos: el Orador (Orator ad Marcum Brutum), exposición en primera persona, dirigida a Bruto, en que traza el ideal del perfecto orador, el que es capaz de encontrar las palabras adecuadas a cada ocasión, tema y auditorio. Hay todavía otras dos obritas sobre retórica: una, que viene a ser un complemento del Brutus y del Orator, por lo que se la supone coetánea, y que, destinada a servir de introducción a una traducción latina de los discursos de Demóstenes y de Esquines Sobre la corona, se titula Sobre la mejor clase de oradores (De optimo genere oratorum); y otra, escrita a mediados del a. 44, en que se expone una complicada clasificación de los tipos de argumentación que, acerca del tema objeto de controversia, pueden utilizarse en el discurso, y que se titula igual que los Tópicos de Aristóteles (Topica ad C. Trebatium) y con expresa referencia a dicha obra.
     
      5. Obras filosóficas. El tercer grupo de las obras de C. está formado por las filosóficas, 13 en total, 11 de las cuales están escritas en los a. 46 al 44, en que la intensa actividad de escritor llena el vacío de la inactividad política de C. impuesta por la dictadura de César, si bien aquella actividad no termina al morir César el 15 mar. 44, pues en los meses siguientes todavía escribe y publica algunas obras filosóficas, la última de las cuales coincide temporalmente con las tres primeras Filípicas. Los escritos filosóficos son piezas de extraordinario encanto, diálogos casi todos como los de Platón y los de los libros exotéricos de Aristóteles, y en los que la exposición de las doctrinas filosóficas griegas y de múltiples puntos de vista romanísimos y personalísimos del autor, sobre todo en doctrina política y ética, raya a gran altura.
     
      C. no es un gran filósofo, pero sí un gran ensayista, con magnífica perspectiva histórica, cultural y de experiencia vital, y sus obras filosóficas tienen tan auténtica vibración intelectual y humana, son tan lúcidas y vivas, y seleccionan, con tanto acierto, y tan envidiable familiaridad con la inmensa producción filosófica griega, los temas ético-políticos más palpitantes, que siguen constituyendo, como lo han hecho a lo largo de la historia, tanto uno de los pilares fundamentales para el conocimiento e interpretación de la filosofía griega, como la proyección más alta del pensamiento latino. Tenemos así: Sobre la república (De re publica libri VI) del a. 54, inspirada en la República de Platón (v.), pero casi sin metafísica y con exaltación de la constitución política romana a lo largo de su historia y especialmente en la época de Escipión Emiliano, el más destacado de los interlocutores de la obra; Sobre las leyes (De legibus libri tres), del a. 52, que casi sólo en el título recuerda a las Leyes de Platón, también por la escasez de metafísica y el romanismo; Paradojas de los estoicos (Paradoxa stoicorum), de la primavera del 46 poco después de escribir Bruto, obrita no dialógica y casi más retórica que filosófica, en la que se trata de la posibilidad de sostener algunas máXImas estoicas difícilmente admisibles a primera vista; Cuestiones académicas (Académica), sobre aspectos gnoseológicos propios de la Acad. platónica en tiempos de Arcesilao y Carnéades, y aun en los de Antíoco de Ascalón; el gran diálogo Sobre los extremos del bien y del mal (De finibus bonorum et malorum libri V), terminado a fines del mismo a. 45, con animada discusión de las doctrinas éticas de epicúreos, estoicos, académicos y peripatéticos; Discusiones de Túsculo (Tusculanarum disputationum libri V), escrito dos meses después del anterior, otro espléndido diálogo acerca de las ideas que permiten sobreponerse al temor a la muerte y a los males que en general afligen al alma, con exaltación de la virtud; una traducción del Timeo de Platón, de la que quedan breves fragmentos y realizada también en la segunda mitad del a. 45; Acerca de la naturaleza de los dioses (De natura deorum libri III), también de la misma época o poco posterior, anterior en todo caso a la muerte de César, discusión centrada en torno a la credibilidad en la providencia divina sobre el hombre, con datos importantísimos para la teología griega y romana; Catón el mayor, acerca de la vejez (Cato mayor de senectute), diálogo breve y lúcido escrito poco antes del asesinato de César; Acerca de la adivinación (De divinatione libri II), un nuevo diálogo, escrito en la misma época, pero publicado poco después de la muerte de César; Sobre el destino (De lato), monólogo destinado a completar el estudio del problema del determinismo ya tratado en varias de las obras anteriores, y escrito también poco después de la muerte de César; Lelio o acerca de la amistad (Laelius sive de amicitia), nuevo diálogo, anterior al otoño del 44; y, por último, Sobre los deberes (De officiis libri III), exposición sistemática y no dialógica dirigida a su hijo Marco, y una de las obras doctrinalmente más brillantes. Hay noticias de varias obras filosóficas no conservadas.
     
      6. Cartas. El cuarto y último grupo principal de obras de C. lo constituye su abundante correspondencia, en la que se contienen cartas de muy diversos tipos y extensión, a destinatarios también muy variados, con fabulosa riqueza de matices; ideas, sentimientos y datos de toda índole.
     
     

 

A. RUIZ DE ELVIRA.

 

BIBL.: Ediciones: J. C. ORELLI, (2 ed. por J. G. BAITER y C. HALM), Zurich 1845-61; C. F. A. NOBBE, Leipzig 1869.-Estudios: A. MAGARIÑOS, Cicerón, Barcelona 1951; A. LoJENDIO, Biografía de Cicerón, Barcelona 1957. A propósito del anticiceronismo ya hemos indicado los estudios más importantes sobre la vida y las obras de C.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991