Escritor francés, uno de los iniciadores del romanticismo. N. en Sannt-Malo
el 4 sept. 1768 y m. en París el 4 jul. 1848. Después de un breve viaje a
Estados Unidos (1791), interrumpido por los progresos de la Revolución en
Francia, vivió desterrado en Inglaterra (17931800) y publicó en Londres su
Essai historique, politique et moral sur les révolutions (1797); en él
estudia la Revolución francesa con los mismos criterios de todas las
demás, a base de una erudición algo confusa y pedantesca, pero con cierta
objetividad y, sobre todo, con un estilo que presagia ya el ritmo
primoroso de su prosa futura. El Consulado le permitió regresar a Francia,
donde publicó Atala (1801) y Génie du christianisme (El genio del
cristianismo), 1802. Ocupó varios cargos diplomáticos (1803-04), pero
luego se apartó de Napoleón y fue uno de sus más encarnizados enemigos,
sobre todo en su violento libelo De Buonaparte et des Bourbons (1814).
Durante la Restauración fue embajador en Berlín (1820) y Londres (1822),
ministro de Asuntos Extranjeros (1822-24) y embajador en Roma (1828-30);
en esta última fecha abandonó toda actividad política.
«Atala». «René». La vida interior y literaria de Ch. está
determinada por el momento crucial de la pérdida de su madre (1797),
seguida por la conversión del escritor; conversión que, según sus propias
palabras, le vino antes que nada del corazón: «he llorado y he creído».
Esta conversión es la que lo transformaría en apologista del cristianismo,
a pesar de su poca preparación teológica y de la actitud más bien
contraria a la religión que se reflejaba en su Ensayo de 1797; el aspecto
sentimental, que le hace en esto heredero de Rousseau (v.), explica
también su obra novelesca y su actividad literaria en general. Durante los
años de destierro había escrito una novela inspirada en la vida de los
indios del Canadá y titulada provisionalmente Los Salvajes. Esta novela
sólo fue terminada y publicada en 1826, con el título de Les Natchez y su
éxito fue mediocre; pero ya antes el autor había separado y publicado dos
capítulos de la misma, que tienen importancia capital en la historia del
romanticismo. El primero es Atala (1801), narración que hace el viejo
indio Chactas al francés René, de una aventura de su juventud: salvado por
una joven india cristiana, llamada Atala, y enamorado de ella, la pierde
porque ella prefiere la muerte, aunque le quiera a su vez, porque había
sido consagrada a Dios por su madre moribunda. En esta novela, en que
domina el recuerdo de Pablo y Virginia de Bernardin de Sannt-Pierre (v.),
no sólo en la voluntad de pureza de la protagonista, sino también en las
descripciones de una naturaleza exótica, vibra una sensibilidad nueva en
que se mezclan la religiosidad y la inquietud, la pasión avasalladora del
amor juvenil y la paz solemne de la fe; tuvo un éxito excepcional y abrió
las puertas al sentimentalismo, que no era una novedad en la novela, pero
que, á partir de entonces, se desarrolla bajo el signo de lo pasional, lo
individualista y las ideas rousseaunianas. Lo mismo se puede decir de René
(1802), capítulo sacado de la misma novela, publicado por primera vez como
parte integrante de El genio del cristianismo y por separado en 1805.
René, que es el mismo autor, cuenta al viejo Chactas su juventud, al igual
que éste le había contado antes la suya. El retrato psicológico de René es
el ejemplo más célebre de melancolía romántica y del «mal del siglo»,
inquietud turbia e indefinida del hombre que no encuentra su lugar en la
familia, en la sociedad y en la creación y se siente irremediablemente
solo, insatisfecho y triste en todas las circunstancias de la vida. La
novela de la que se han separado estos dos capítulos, Les Natchez, refiere
los amores de René con Celuta, sobrina de Chactas y el drama de ésta al
tener que escoger entre su amor y su tribu. Junto con el Viaje a América
(1834), estas obras introducen en la literatura el paisaje americano, en
que el interés del cuadro exótico se combina con el paisaje subjetivo y
romántico, puesto de moda por Rousseau. Su arte de la descripción, muy
retórico sin duda, posee verdadera magia para la evocación, tanto más
notable si se tiene en cuenta que Ch., durante su breve viaje a América,
nunca vio los bosques y los paisajes que describe con tan magnífico
estilo.
«El genio del cristianismo» y otras obras. El genio del cristianismo
(1802), publicado cuatro días antes del Concordato que establecía la
libertad y los derechos legales del culto, es un intento de apología del
cristianismo, y se divide en cuatro partes. La primera (Dogmas y
doctrinas) y la última (Culto), son las menos originales. La segunda
(Poética del cristianismo) y la tercera (Bellas Artes y Literatura)
examinan la aportación del cristianismo en estos campos de la creación y
sientan la profunda originalidad y la belleza peculiar del arte cristiano.
Con la poca modestia de los románticos, Ch. ilustra el capítulo titulado
De la vaguedad en las pasiones con su propia novela, René. De igual modo,
para demostrar la excelencia del elemento milagroso cristiano en la
creación épica, escribió más tarde Les Martyrs (1809), novela, o más bien
poema épico en prosa, cuya acción se sitúa entre las persecuciones de
Diocleciano y el triunfo del cristianismo en tiempos de Constantino. La
documentación de esta novela había sido recogida durante un viaje a
Oriente (1806), descrito luego en Itinéraire de Paris á Jérusalem (1811),
con magníficas descripciones (sobre todo las de Atenas y Esparta), y que
constituye la primera manifestación de simpatía para las aspiraciones de
los griegos a la independencia. Entre sus demás obras merecen mención Les
aventures du dernier Abencérage (1826), novela inspirada en Pérez de Hita;
Vie de Rancé (1844) y Mémoires d'outre-tombe, obra póstuma, escrita de
1811 a 1846 y publicada en 1849-50; en ellas se unen las ideas
rousseaunianas con la pintura subjetiva de toda una época; falta
sinceridad y modestia, pero son de gran perfección estilística. Según
expresión de Teófilo Gautier, Ch. «ha restaurado la catedral gótica, ha
vuelto a abrir la gran naturaleza cerrada y ha inventado la melancolía
moderna». Por lo menos, esto fue lo que aprendieron de él los románticos.
Al lector moderno le cansa su empeño retórico, su cuidado por la dicción
solemne y sonora, y su pose, pero su estilo es insuperable.
BIBL.: Obras: F.-R. DE
CHATEAUBRIAND, Oeuvres completes, 12 vol., París 1861; íD, Correspondance,
5 vol., París 1912-24; íD, Obras completas, 30 vol., Valencia 1845-50; íD,
Obras completas 4 vol., trad. M. M. FLAMANT, Madrid 1852-56 (con numerosas
reimpresiones parciales). Estudios: P. MOREAU, Chateaubriand, París 1927;
A. MAUROIS, Chateaubriand, Barcelona 1965; R. GARCÍA PINTO, Chateaubriand,
la vida como novela, «Humanistas», Tucumán 1959; E. BEAU DE LOMÉNIE, La
carriére pilitique de Chateaubriand, París 1929; M. 1. DURRY, La
vieillesse de Chateaubriand, París 1933; V. GIRAUD, Le christianisme de
Chateaubriand, 3 vol., París 1925-29; C. MOUROT, Le génie d'un style:
Chateaubriand, París 1960; E. A. PEERS, La influencia de Chateaubriand en
España, « Rev. de Filología Española» XI,351-382.
ALEJANDRO ClORANESCU.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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