CELTAS. RELIGIÓN.


En general. Las fuentes de que disponemos para conocer la religión de los c. son las alusiones de los autores griegos y romanos de la época imperial (Julio César, Diodoro Sículo, Estrabón, etc.), los relatos de los evangelizadores y misioneros de los países c. en el primer medievo (S. Gregorio de Tours, S. Patricio, cte.), y la mitología pagana conservada en la literatura céltica de Irlanda y País de Gales (v. iv, 2), junto con los testimonios arqueológicos e inscripciones de monumentos y monedas antiguas. A veces no se puede llegar a conocimientos muy precisos, puesto que entre los escritores grecorromanos y los primeros evangelizadores cristianos hay varios siglos de intervalo, y unos y otros dan noticias vagas, o interpretadas por la propia mentalidad, o ya influidas por la cultura romana o por el cristianismo; por otra parte, aunque Irlanda permaneció pagana hasta el S. V y conservó hasta el s. X11 y después el espíritu y organización celtas, también los primeros ciclos literarios célticos reflejan la mitología, en general, a algunos siglos de distancia, y de modo fragmentario.
      El lazo de unidad de los pueblos c. casi siempre fue, más que político, cultural y lingüístico; ello hace pensar también en una religión común a todos los c., cuyo influjo abarcó, además de las islas británicas, las Galias, Germania, Recia y Nórico, Iliria, Dalmacia y Bosnia. César dice de los galos que eran un pueblo muy religioso (De bello gallito, VI,16), afirmación que puede hacerse de todos los pueblos c. Rasgo característico de su religión es el culto a la Naturaleza (v.), una especie de animismo (v.) que atribuía voluntad, pasiones y fuerzas semejantes a las humanas, a ciertos lugares, cosas y animales. En la Confessio (n° 60) de S. Patricio, y en otras fuentes, se hace referencia al culto al Sol; también parece eran venerados la Luna, el mar y el viento. Muchas fuentes, ríos y montañas tenían dioses o diosas tutelares. La onomástica personal de Irlanda ofrece aún vestigios de esta tradición, así como algunos nombres geográficos de Irlanda, Francia y España. El culto celta a los árboles (v. ÁRBOL II) lo indican ciertos nombres de tribus, la palabra irlandesa hile (un árbol sagrado), el dios irlandés Eogobal (eo, el tejo) y algunos apellidos (como Mac Dara, hijo de la encina; Derdraigin, hija de la acacia). Según Plinio (Naturales Historia, XVI,249) el árbol más sagrado de la Galia era la encina; los druidas elegían para sus ritos bosques de encinas, y muérdago. Ciertos animales (v. ANIMAL IV) tenían también algún carácter sobrenatural o sagrado, como el caballo (Epona, diosa de los caballos), el oso, el cuervo y el toro.
      Por encima de esas fuerzas o espíritus de la Naturaleza, en general indefinidas, tenían los c. diversos y abundantes dioses de personalidad y funciones relativamente determinadas. César es el autor romano que más detenidamente habla de ellos (o. c., VI,17-18), contraponiéndolos a seis dioses del panteón romano (en realidad equipara grupos de dioses celtas a cada divinidad). Lucano menciona tres dioses celtas (Farsalia, 1,444-446): Teutates, Esus y Taranis; Teutates, que aparece con frecuencia en las fuentes literarias y epigráficas, es considerado por algunos como dios supremo de los c., pero puede ser apelativo en vez de nombre propio (de touta, teuta, tribu, de ahí dios de la tribu). En un altar encontrado en las proXImidades de París hay pintado un dios celta: Cernunnos (de cernu, cuerno), con cabeza humana y dos cuernos. De estos y otros testimonios arqueológicos y literarios, como los fragmentos de la primera literatura céltica (ciclos literarios), se puede reconstruir bastante del panteón celta (v. 2), aunque en esa literatura se encuentran dioses que no se dan entre los c. del continente (v. GALIA ii). Digno de mención es el gran número encontrado de nombres de diosas, entre ellas las deidades colectivas como Matronae o Matres, y ninfas protectoras de fuentes o ríos. Acerca de si los c. reconocían un ser o dios supremo entre todos, algunos autores piensan que no puede afirmarse definitivamente; sin embargo, César dice que veneraban en primer lugar a Mercurio, y por otra parte parece que todos los c. se consideraban descendientes de un dios, antepasado común.
      Dentro de la desarrollada religiosidad de los c., Diógenes Laercio resume así su moral: «Se debe venerar a los dioses, no hacer el mal, y comportarse virilmente». Los c. conocían la inmortalidad del alma, aunque no se sabe claramente qué idea tenían de una retribución moral después de la muerte. Algunos autores griegos y latinos, posteriores a César, han afirmado que creían en la metempsicosis (v.) al modo pitagórico: las almas después de la muerte pasarían a animales o cosas, o a otras personas. Lo cierto es que su confianza en la inmortalidad era tan firme que llegaban a prestar sumas de dinero para que les fueran devueltas en la otra vida (Valerlo MáXImo, II,6,10); otros testimonios se encuentran en Lucano (Farsalia, 1,455-458) y en las literaturas irlandesa y galesa. Los c. cultivaban el orgullo personal, y el de la raza; virtudes como la humildad o la mansedumbre las hubieran considerado una debilidad. En las relaciones entre sexos se reprobaba todo cuanto fuese grosería o desenfreno, aunque se permitían divorcios y uniones temporales. El asesinato, los atentados a la persona, al honor o a la propiedad, eran considerados como conculcación de los derechos del individuo y su linaje, por los que se aceptaba reparación o compensación monetaria. Por otro lado, el amor a la verdad, la piedad, la magnanimidad, la cortesía y sobre todo la justicia eran virtudes tan admiradas y exaltadas entre los c., que los primeros misioneros de Irlanda llegaron a considerar las leyes allí en vigor como un auténtico reflejo de la ley natural impresa por Dios en el hombre.
      No conocían propiamente las imágenes divinas (en todo caso ídolos informes) ni los templos, al menos hasta la dominación romana; aunque sí tenían lugares sagrados, sobre todo claros o espesuras en bosques, donde se daba culto a los dioses, para buscar su favor o evitar su cólera, con sacrificios de animales, objetos de valor, e incluso, en tiempos de crisis o calamidad, sacrificios humanos (Diodoro Sículo, Historiae, V,3; Estrabón, Geographica IV,4; César o. c., VI,16; Dión Casio, Hist. Rom., LXII,7). Eran supersticiosos, muy influenciados por las ideas de suerte y desgracia; practicaban la magia (v.), adivinación (v.), hechicería y encantamiento. Todo ello, así como el culto, era ejecutado en general por una especie de hombres doctos llamados druidas (V. GALIA ii), que constituían una clase social distinguida, formada a veces en escuelas especiales, y que eran los que fijaban o conocían los ritos a seguir.
      Con las conquistas del Imperio romano la cultura y religión de los c. fueron absorbidas o suprimidas por los romanos; los druidas, como clase sacerdotal, y sus funciones, fueron abolidos por Claudio y Tiberio, que los consideraron políticamente peligrosos. Sin embargo, sobrevivieron en las islas británicas; cuando S. Patricio (v.) llegó a Irlanda en el S. V a predicar el cristianismo tuvo que enfrentarse a la religión c., teniendo como principales opositores a los druidas. (Para la cristianización de los países antiguamente ocupados por los c., V.: FRANCIA VI; GRAN BRETAÑA V; IRLANDA, REPÚBLICA DE, V). La personalidad de la cultura c., en las zonas en las que pervivió, contribuyó a que, una vez convertidas al cristianismo, se desarrollara una liturgia con ritos (v.) propios en esas zonas, es decir, en las islas británicas y en la Bretaña Armorica (noroeste de Francia). Los monjes c., famosos viajeros, tomaron de las liturgias ya existentes diversos elementos, que armonizaron acomodándolos al carácter de los c. En las liturgias c. se encuentran, pues, elementos romanos, galicanos, mozárabes o hispanos, milaneses e incluso orientales. En tiempos de Ludovico Pío (817) ya la Bretaña había pasado al rito romano; en el s. XI lo hizo Escocia, y en el XII se implantó en Irlanda el rito anglo-romano.
     
      V. t.: EUROPA VI; GALIA II.
     
     

BIBL.: V. PISANI, La religione degli antichi celti, en P. TACCHI VENTURI, Storia delle religioni, II, 3 ed. Turín 1949, 101-128; N. TURCHI, Storia delle religioni, II, 3 ed. Roma 1954; J. RYAN, La religión de los celtas, en F. KONIG, Cristo y las religiones de la Tierra, II, Madrid 1961, 233-251; J. MALUQUER, Los pueblos de la España céltica, en HE I, 3, 2 ed. Madrid 1963, 154-167; v. t. la bibl. del artículo siguiente. Para las cristiandades y liturgias celtas: F. E. WARREN, The Liturgy and Ritual of the Celtic Church, Oxford 1881; L. GoUGAUD, Celtiques (liturgies), en DACL II, 2969-3022; íD, Christianity in Celtic Lands, Londres 1932; A. A. KING, Liturgies of the Past, Milwaukee 1959, 186-275 (ampia bibl. y fuentes).

 

JORGE IPAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991