CASTILLA REINO.


C. se inserta en la vida política de la España medieval como reino, a mediados del s. XI. El viejo condado de tiempos de Fernán González (v. I) se convierte en reino a raíz de la victoria de Fernando I sobre el rey leonés Vermudo III, derrotado y muerto en los llanos de Tamarón (1037). Aunque se trataba de un recién llegado al concierto de los Estados cristianos peninsulares, el reino de C., dotado de una estructura social y política más ágil y dinámica que el decadente Imperio leonés, pronto pasó a ser el gran animador de la Reconquista occidental, uniéndose con León y preparando, paso a paso, la unidad hispánica, que se logrará casi totalmente con los Reyes Católicos.
      En la historia del reino de C. pueden señalarse tres grandes etapas: a) los s. XI y xli, época de crecimiento, en la que alternan los avances y los retrocesos; b) el s. XIII y la primera mitad del XIV, periodo de apogeo de la C. medieval, siglo y medio de espectaculares avances, de expansión económica y de renacer cultural; c) desde los años medios del s. XIV hasta la unificación peninsular de los Reyes Católicos, época que se abre con una profunda crisis, pero que es también la de preparación del mundo moderno.
      1. Primera etapa (1035-1212). El reino de C. conoce en estos siglos una expansión territorial muy acusada (llegada al Tajo; avance por la Meseta sur), paralela al renacimiento económico (desarrollo mercantil y urbano a lo largo del camino de Santiago) y al fortalecimiento político (unificación castellano-leonesa; perfeccionamiento de los órganos de Gobierno). Pero también hay momentos de peligro, en que está a punto de quebrar la fortaleza del reino, especialmente al producirse las invasiones africanas de los s. XI y XII.
      Con su victoria en Tamarón Fernando I adoptó el título regio para sus dominios y, alegando los derechos de su esposa Sancha, hermana del rey leonés Vermudo III, pudo unificar C. y León. La victoria sobre García de Navarra en Atapuerca (1054) le permitió recuperar ciertos territorios anexionados al reino pamplonés. Frente a los musulmanes, Fernando 1 ofreció protección a cambio de dinero, iniciando el famoso sistema de las parias. Pero en ocasiones emprendió campañas militares, que culminaron con la conquista de Viseo y Lamego (1055) y, años más tarde, de Coimbra (1064). Símbolo indiscutible de la fortaleza del primer rey castellano fue la erección en León de un templo dedicado a S. Isidoro, cuyos restos se trasladaron desde Sevilla.
      A su muerte, el reino de C. pasó al primogénito, Sancho II, quedando León para Alfonso VI (v.). Entre ambos hermanos estalló la guerra, favorable en principio a Sancho (batalla de Golpejara, 1072). Pero la muerte del rey castellano en el cerco de Zamora abrió paso a la nueva unificación castellano-leonesa, bajo Alfonso VI. La caída de Toledo (1085), facilitada por el partido mozárabe de la ciudad del Tajo, constituyó un paso importante en la Reconquista (v.). Surgieron ciudades fortificadas en la vertiente norte del Sistema Central (Ávila, Segovia...). Pero además Alfonso VI, Imperator totius Hispaniae, como orgullosamente se denominaba, abrió paso a las corrientes europeas (penetración de los cluniacenses, adopción del rito romano y de la letra francesa, etcétera). Mientras tanto en tierras levantinas daba muestras de su valor y heroísmo el Cid Campeador (v.). No obstante, el panorama cambió radicalmente al aparecer en el horizonte los almorávides (v.), que, procedentes de África, venían al mando de Yusuf b. Tasfin, y traían un espíritu de guerra santa. En la batalla de Zalaca (v.) (1086), Alfonso VI sufrió un serio descalabro, ratificado años después con nuevas derrotas (Uclés, 1108).
      La sucesión recayó en Da Urraca (v.), que tuvo que hacer frente a múltiples dificultadeS. VIuda de Raimundo de Borgoña casó de nuevo con el rey de Aragón, Alfonso 1 (v.), siendo este matrimonio fuente de continuas desavenencias. Galicia fue el escenario de una auténtica guerra civil, en la que confluían la inquietud de los sectores burgueses, lanzados a la revuelta (caso de Santiago, 1116-17), los lesionados derechos del joven Alfonso Raimúndez, hijo del primer matrimonio de Urraca, y la intrigante política del arzobispo Diego Gelmírez.
      Pasada la tormenta, el reino castellano-leonés conoció un resurgimiento con Alfonso VII (v.). La solemne coronación imperial en León (1135) era algo más que un puro símbolo, como lo demostraban la intervención victoriosa en Zaragoza (1134), la conquista de Coria (1142) y Calatrava (1146) y, especialmente, la toma de Almería (1147), fruto de una campaña de colaboración internacional. Pero al mismo tiempo se consumaba la escisión de Portugal (v. ALFONSO I DE PORTUGAL), y la unión catalano-aragonesa, con Ramón Berenguer IV (v.), anunciaba un dualismo en la España cristiana. Así se puso de manifiesto en el tratado de Tudellén (1151), proyecto de reparto de las futuras conquistas entre castellanos y aragoneses.
      La nueva ruptura de la unidad castellano-leonesa a la muerte de Alfonso VII (1157) y la amenaza almohade (v.), dieron paso a unos años de incertidumbre.
      Después de la pronta muerte del rey de Castilla, Sancho III (1158), el trono pasó a Alfonso VIII (v.), entonces niño de corta edad. Su minoridad fue muy turbulenta. El avance almohade por la Meseta sur proseguía, motivando la puesta en práctica de un nuevo tipo de táctica militar, del que fueron protagonistas las órdenes militares (v.). Cuenca caía en 1177. Pero Alfonso VIII pudo reaccionar con energía. Impulsó la repoblación de la costa cantábrica, firmó con Aragón un nuevo tratado de reparto (Cazola, 1179), alentó la edificación de Las Huelgas de Burgas. Sin embargo, su principal éxito fue el aplastamiento de los almohades. El desastre de Alarcos (1195) fue totalmente subsanado con la sensacional victoria de las Navas de Tolosa (v.), de 1212, que abrió a los castellanos las puertas del valle del Guadalquivir.
      Tales son los grandes rasgos de la historia del reino de C. en los s. XI y XII. Al analizar sus fundamentos económicos y sociales, se encuentra un grave problema demográfico. C. crece en extensión, saltando inicialmente del Duero al Tajo y ocupando después la Meseta sur. ¿Dónde encontrar colonos para la repoblación (v.) de estas tierras? El auge demográfico del s. XI y la llegada de europeos a través del camino de Santiago (v.) aliviaron algo la situación, pero, no obstante, la colonización de La Mancha y Extremadura fue muy difícil. Desde el punto de vista económico, la gran abundancia de tierras y la escasa población explican la expansión de la ganadería lanar. La agricultura también progresó, especialmente con la incorporación de las fértiles vegas del Tajo. Pero es la ganadería la principal actividad económica al sur del Duero. A mediados del s. XII el geógrafo árabe alIdrisi habla con sorpresa de los grandes rebaños que pastan de Medinaceli a Coimbra. Las grandes llanuras del sur del Tajo ofrecían fabulosas posibilidades para la ganadería ovina. Tampoco hay que olvidar el renacimiento comercial de esta época. El camino de peregrinos permitió un estrecho contacto con Europa. Muchos mercaderes ultrapirenaicos se establecieron en ciudades hispanas, dando origen a los barrios de francos. Al calor de la expansión mercantil se desarrollaron ferias y mercados y crecieron ciudades como Burgos, León o Santiago. Los pobladores de estos núcleos, los burgueses, constituyeron un grupo social muy activo, opuesto al predominio señorial, animador de los motines urbanos del s. XII. Acompañando a esta expansión económica, se incrementó la circulación monetaria. Fernando I acuñó ya moneda propia y con Alfonso VIII se labraron maravedíes de oro, imitación de los almorávides.
      La sociedad castellana de los s. XI y XII presenta algunos rasgos diferenciadores de la sociedad europea de la época, no teniendo unas formas jurídico-políticas feudales plenas (v. FEUDALISMO). Pero desde el s. XI se multiplicó la prestación de vasallaje y creció la concesión de beneficios (honores o prestimonios), al tiempo que los grandes dominios se transformaron en auténticos señoríos (v. RÉGIMEN SEÑORIAL). En la cumbre de la escala social se hallaba la nobleza (v.). Los altos magnates, optimates, que poseían extensos dominios y ocupaban en la corte puestos relevantes, fueron llamados más tarde ricos hombres. Un grupo especial fue el de los infanzones y fijosdalgo. El escalón inferior del estamento nobiliario lo formaban los caballeros. Un grupo especial era el de los caballeros villanos, combatientes de origen popular que, no obstante, gozaban de ciertos privilegios propios de la nobleza. En el estamento popular la nota dominante era el retroceso de los pequeños propietarios libres, los ingenui. Muchos campesinos se acogieron voluntariamente a la protección de un poderoso. Tales eran los hombres de benefactoría, o de behetría. Otros, la mayor parte, cultivaban tierras como colonos (solariegos, collazos, etc.). Un grupo intermedio lo constituían los habitantes de los burgos en expansión, dedicados a la artesanía o al comercio. El cuadro se completa con el estamento eclesiástico, del que un sector, el alto clero, desempeñaba un papel similar a la alta nobleza, ocupando en muchas ocasiones elevados cargos palatinos. Al margen del pueblo cristiano se hallaban grupos de mudéjares y judíos. Con la conquista de Toledo, C. se incorporó los primeros grupos de población musulmana. Los judíos, cuya emigración a C. se aceleró con la invasión almorávide, ejercieron importantes actividades de tipo económico. Algunos ganaron la confianza de reyes y magnates y ocuparon altos puestos en la corte; p. ej., Yehudah ben `Ezra, almojarife de Alfonso VII.
      El monarca ostentaba el supremo poder militar, judicial y político. Le rodeaban altos dignatarios, como el mayordomo y el alférez real. La Curia (v.) era un organismo consultivo integrado por los oficiales de la casa del rey y los grandes magnates. De la Curia ordinaria derivaban organismos especializados, como la Cancillería (v.). Las reuniones extraordinarias de la Curia fueron el germen de las Cortes (v.), que surgieron a finales del s. XII, cuando se admitieron a sus sesiones los representantes de las ciudades y villas del reino. Su origen concreto se ha visto en la Curia regia extraordinaria convocada en 1188 en León por Alfonso IX (v.), en un momento en que los reinos castellano y leonés estaban escindidos. El tercer estado, a cambio de las concesiones del monarca, otorgaba ayuda económica. Por lo que se refiere a la administración territorial, en lugar de la vieja división en condados, existían las merindades, a cuyo frente se halla el merino. En el ámbito local el órgano de gobierno era el municipio. Una asamblea de todos los vecinos (concejo abierto) y unos oficiales especializados (jueces, alcaldes...) se encargaban de su gestión.
      2. Segunda etapa (1212-1350). De las Navas al Salado corre un siglo largo de fabulosos éxitos castellanos, con la incorporación del valle del Guadalquivir y el dominio del Estrecho. Es ésta una época de fortalecimiento de la monarquía, que cuenta con reyes santos y sabios, de expansión económica y de esplendor cultural y artístico. C. entra en el concierta de la política europea como gran potencia, y un rey castellano aspira al Imperio germánico (v. ALFONSO X DE CASTILLA). Aunque las minorías de la primera mitad del s. XIV traigan el espectro de la anarquía, la solidez del reino castellano no se pone en duda.
      El hundimiento de los almohades abrió a los castellanos el camino de Andalucía. Los más espectaculares avances se produjeron en la primera mitad del s. XIII, en tiempos de Fernando III el Santo (v.). Con este monarca se realiza la unificación, ahora ya definitiva, de C. y León. Fernando fue proclamado rey de C. después del fugaz reinado de Enrique I y de la renuncia de su madre Da Berenguela (1217). Pasó a ser rey de León después de la renuncia de sus hermanastras Da Sancha y Da Dulce (1230). Con la eficaz ayuda de las órdenes militares, de las milicias concejiles y de la incipiente marina, Fernando III emprendió la conquista sistemática del valle del Guadalquivir. La incorporación de gran parte de la actual Extremadura por Alfonso IX de León facilitaba el camino. La primera fase de la campaña culminó con la toma de Córdoba (1236). En los años siguientes, al tiempo que el príncipe Alfonso se ocupaba de la conquista del reino de Murcia, Fernando III apuntaba hacia las tierras de Jaén. Después de la caída de Andújar se entregó la capital (1246). La última etapa tenía como objetivo Sevilla. La campaña se realizaba por tierra, en donde destacaba la actuación de Pelayo Pérez Correa, y por mar, con las naves de Ramón Bonifaz. Sevilla, cercada y con el espectro del hambre, se rindió (1248), arrastrando con ello la caída del bajo valle del Guadalquivir (Jerez, Medina Sidonia...). Los musulmanes españoles sólo conservaba el reino de Granada (v.), amparado en la línea de las cordilleras sub-béticas. A su pie se montó un dispositivo militar, confiado esencialmente a las órdenes militares. En las tierras recién incorporadas se procedió a efectuar un repartimiento y repoblación, iniciándose la intensa castellanización del valle del Guadalquivir.
      A Fernando III le sucedió Alfonso X el Sabio, figura de excepcional importancia en el campo de las letras, legislador, mecenas y poeta. No obstante, desde el punto de vista político, Alfonso X tuvo muchos reveses. La Reconquista quedó paralizada. Después de unos inicios prometedores (conquista de Cádiz, 1262), la rebelión mudéjar de 1263, en los campos de Andalucía y Murcia, actuó como un poderoso freno. Sostuvo disputas con Portugal a propósito del Algarve, con Navarra y Aragón. Hubo de renunciar, ante la presión inglesa, a sus presuntos derechos a Gascuña (1254). Aspiró a ocupar el trono imperial germánico, basándose en su condición de hijo de la princesa alemana Beatriz de Suabia. Pero después de unos años de incertidumbre, en que el título imperial oscilaba entre Alfonso X y Ricardo de Cornualles, el rey castellano fue definitivamente desplazado con la elección de Rodolfo de Habsburgo (1273), elección patrocinada por el pontífice Gregorio X. El fecho del Imperio, como se denominan estos sucesos, fue una fuente de cuantiosos gastos, que alteró la vida económica del reino de C. Sus últimos años conocieron la anarquía. Se sublevó su hermana D. Felipe. En el sur aparecieron los benimerines (v.), y un intento de ocupar Algeciras fracasó (1277). El espinoso problema de la sucesión degeneró en una revuelta abierta del segundo hijo, D. Sancho, opuesto a la transmisión de la corona a los hijos del primogénito, D. Fernando (v. LA CERDA, INFANTES DE), muerto años atrás. D. Sancho convocó unas Cortes en Valladolid (1282) que le confiaron el gobierno del reino, a lo que respondió Alfonso X desheredándole. Cuando se preparaba una reconciliación entre padre e hijo murió el rey castellano (1284).
      En el breve reinado de Sancho IV (v.) comienza a perfilarse la futura pugna entre la nobleza, simbolizada por el poderoso señor de Vizcaya Lope Díaz de Haro, y la monarquía. Los infantes de La Cerda, que no encuentran en C. eco para que se cumplan sus aspiraciones al trono, buscan el apoyo de Aragón. Pero el gran problema de la época es el del Estrecho. Para contrarrestar el poder naval de los benimerines, Sancho IV acude a la colaboración de los genoveses (Benito Zacarías). Un acuerdo con Jaime II de Aragón (Monteagudo, 1291), al que se suman incluso los granadinos, prepara la campaña contra los marroquíes. En 1292 se ocupa la importante plaza de Tarifa. El éxito estuvo a punto de ser anulado, pero la heroica defensa que de la plaza hace Guzmán el Bueno (v.) salva la situación.
      La corta edad del nuevo rey, Fernando IV, dio paso a una regencia, conducida por la reina madre, la enérgica María de Molina (v.). Sólo la tenacidad de la regente y la decidida colaboración popular a su causa pudieron conjurar los peligros que se cernían sobre C., pues a las ambiciones nobiliarias (infante D. Juan...) se añadían las intrigas de Alfonso de La Cerda y las apetencias aragonesas sobre Murcia. Una vez proclamado mayor de edad Fernando IV, pudo llegarse a una concordia (Agreda, 1304) e incluso planearse una campaña conjunta castellanoaragonesa contra los musulmanes. Pero al morir tempranamente el monarca castellano (1312), lo único positivo logrado era la toma de Gibraltar.
      La minoridad del sucesor, Alfonso XI (v.), abrió una etapa de extrema confusión y anarquía. Inicialmente se estableció una tutoría cuádruple, con María de Molina como figura principal. Pero las continuas desavenencias y la desaparición de algunos tutores (los infantes D. Juan y D. Pedro murieron en el desastre de la vega de Granada, 1319) motivaron la constitución de una segunda regencia. María de Molina, apoyada por el pueblo, encarnaba la autoridad monárquica, frente a los nobles revoltosos, entre los cuales se hallaba D. Juan Manuel (v.). El orden renació con la mayoría de Alfonso XI. La levantisca nobleza hubo de someterse. Alfonso de La Cerda renunció a sus presuntos derechos (1331). La batalla del Estrecho se liquidó victoriosamente para C. Aunque en un principio se perdió Gibraltar (1333), en 1340 los castellanos, con la ayuda portuguesa, obtuvieron un rotundo éxito en el río Salado (v.), al que siguió la victoria del río Palmones (1343) y la conquista de Algeciras (1344). Sólo falló el asedio de Gibraltar, de nuevo en poder musulmán. En conjunto, la llave marítima del sur de la Península estaba abierta para los castellanos.
      En otro orden de cosas, Alfonso XI dio un formidable aliento al centralismo monárquico, de lo que es prueba el famoso Ordenamiento de Alcalá, la firmeza de la monarquía castellana explica el interés mostrado por franceses e ingleses en obtener su alianza. Pero subsistían graves problemas de fondo, y la difusión de la peste (v. PESTE NEGRA), de la que fue víctima el propio monarca, era un símbolo de la etapa de depresión que se anunciaba. En esta etapa que corre de las Navas al Salado, el reino de C. crece considerablemente en extensión. El total de su población se evalúa, para mediados del s. XIII, en unos cinco millones de hab. La repoblación de las tierras incorporadas, pues es muy poca la población mudéjar que subsiste, explica la existencia de una corriente migratoria N-S. Las roturaciones son muy escasas en estos años. La nota dominante desde el punto de vista económico es la fabulosa expansión de la ganadería lanar, basada en la oveja merina, de origen norteafricano. La escasa densidad de población en las nuevas tierras, las condiciones topográficas y climáticas de la Meseta sur, y el papel de las órdenes militares, son factores diversos que explican este auge ganadero. Un decreto de Alfonso X de 1273 daba nacimiento al Real Concejo de la Mesta (v.), aunque en realidad se trataba de una confirmación regia de las reuniones (oteros o mestas) que celebraban periódicamente los guardias y pastores de los rebaños enviados por ciertas ciudades a la cuenca del Guadiana.
      La abundancia de lana explica la aparición de una pequeña industria textil (Soria, Zamora, Segovia), pero el destino esencial de la lana es su exportación al occidente de Europa. El descenso de las exportaciones de lana inglesa a Flandes, a comienzos del s. XIV, abre a los castellanos el mercado flamenco. A su calor surgen en la Península importantes ferias (Medina del Campo, Burgos) y se desarrolla la vida marítima en el Cantábrico, en donde los vascos, ya especializados en el envío del vino de Gascuña a Inglaterra, son los grandes transportistas. A fines del s. XIII nace la Hermandad de la Marina de C. con Vitoria, asociación de puertos cántabros y vascos. En la costa atlántica europea surgen colonias de mercaderes castellanos. La más importante es Brujas, de la que ya se tienen noticias en 1267. También la fachada marítima de Andalucía conoce en estos años un gran florecimiento. Pero los grandes beneficiarios de la actividad mercantil de esta zona, que tiene en el aceite su principal producto de exportación, son los genoveses. Este proceso de expansión ganadera y mercantil va acompañado de una enorme inflación (de 1268 a 1285 el coste de la vida se incrementa en un 1.000%). Aunque a veces se ha atribuido este hecho a las alteraciones monetarias del Rey Sabio, en el fondo obedecía al déficit de la balanza comercial, por la estructura de C., típica de país colonial. En el panorama social de esta época destaca el fortalecimiento de la alta nobleza, que incorpora nuevos señoríos procedentes de los repartimientos, posee grandes rebaños y controla los altos puestos de las órdenes militares. Ejemplo de los poderosos linajes de esos años son los Castro (v.) y los Lara (v.). Por su parte, la pequeña nobleza acapara lentamente las magistraturas municipales. Los caballeros villanos, que obtienen importantes privilegios en el s. XIII, se identifican prácticamente con los caballeros fijosdalgo. En la masa popular campesina se observa una fuerte corriente migratoria de colonos hacia Andalucía. Los solariegos de C. la Vieja y León empeoran, pues sus señores procuran adscribirlos por todos los medios a la tierra. Un sector importante de la población lo constituyen los menestrales, en constante crecimiento. Desde Alfonso X son frecuentes los ordenamientos de menestrales, reguladores de sus condiciones de trabajo. Grupos específicamente burgueses no existen prácticamente, si exceptuamos a los mercaderes del Cantábrico. Las actividades mercantiles y financieras son, en gran parte, monopolio de genoveses y judíos. La conquista de Andalucía y Murcia fue causa de que se incorporase a la corona de C. una importante masa de población mudéjar. A raíz de la revuelta de 1263 muchos emigraron a Granada. Esta población musulmana desempeñaba oficios modestos (agricultores, pequeños artesanos, etc.) y, por lo general, nunca pasó de una situación de plena subordinación. En cambio, la minoría judía ocupó puestos de muy alto rango, unos como almojarifes del rey (Abraham el Barchilón con Sancho IV, Yusaf de Écija con Alfonso XI), otros trabajando en las empresas culturales de Alfonso X. Pero entre el pueblo cristiano crecía el odio a los hebreos, dedicados al préstamo a usura. En las Cortes se pedía su aislamiento, y la Iglesia solicitaba la aplicación de fuertes medidas antijudías (conc. de Zamora, 1313). Aunque los judíos contaban con la protección de reyes y magnates, en el ambiente se perfilaba ya la explosión violenta del antijudaísmo.
      La institución monárquica se fortalece en esta época. En su obra Las Siete Partidas, fuertemente inspirada en el Derecho romano renaciente, Alfonso X dejó una preciosa fundamentación teórica del poder monárquico. La vía para una efectiva unificación de los reinos era la implantación en todos ellos de una jurisprudencia común. La imagen del rey que derivaba de esa obra estaba muy próxima a la de un típico monarca absoluto. Pero fue Alfonso XI quien intentó poner en práctica el legado teórico del Rey Sabio. El ataque a las autonomías locales y el creciente intervencionismo del poder central son las dos directrices básicas de la política seguida por el vencedor del Salado. El gobierno del reino gana en complejidad. Funcionarios importantes son el canciller, el notario mayor, el almirante, el almojarife y los alcaldes de corte, símbolos diversos del incremento de la burocracia, del papel de la vida marinera, de la complejidad fiscal y del perfeccionamiento de la justicia. Las Cortes, vínculo de unión entre gobernantes y gobernados, viven una etapa de expansión. Las convocan irregularmente los monarcas y a ellas asisten representantes de los tres estamentos de la sociedad. Conceden subsidios, juran a los herederos y dan disposiciones legislativas (ordenamientos). Por lo que respecta a la división territorial, se consolidan las merindades y surgen los adelantamientos en zonas de tensión militar. Los municipios, cada día más controlados por los caballeros, pierden lentamente su antiguo carácter democrático.
      3. Tercera etapa (1350-1474). Desde mediados de s. XIV C., como el resto del Occidente europeo, se vio afectada por una profunda depresión. A la regresión demográfica y las dificultades económicas se añadió la guerra civil que provocó el cambio de dinastía. Desde Enrique II se perfila una violenta pugna entre la monarquía y la nobleza, espléndidamente gratificada por el nuevo monarca. En el s. XV la anarquía alcanza su punto culminante. Pero al mismo tiempo se van poniendo las bases de la unidad peninsular. C. es el reino más vigoroso del conjunto ibérico. Conoce una fabulosa expansión mercantil, juega un papel decisivo en el tablero político europeo, prepara por su camino una espectacular reforma de tipo religioso. No es extraño que fuera el reino central el auténtico eje de la futura unidad peninsular.
      El sucesor de Alfonso XI, Pedro I (v.), es un monarca muy discutido. Cruel o justiciero, según las versiones, y en el fondo un psicópata. En política representa el personalismo, procurando imitar a los reyezuelos de tipo oriental. Se rodea de personas de segunda fila, apenas convoca las Cortes, inicia una política fiscal centralista (Becerro de las Behetrías). Frente a él se alza gran parte de la nobleza, encabezada por los bastardos de Alfonso XI. Las violencias de Pedro I son hábilmente aprovechadas por sus enemigos. La rebelión nobiliaria se complica con la guerra que el rey de C. sostiene contra Pedro IV de Aragón (v.). Éste apoya a los nobles rebeldes, dirigidos por Enrique de Trastámara. Después de un fallido intento de invasión (1360), el bastardo castellano logra el concurso de las Compañías Blancas de Francia. Así, el conflicto castellano se internacionaliza, pues si los rebeldes tienen el apoyo francés, Pedro I pacta con los ingleses. La guerra civil se enciende en la primavera de 1366. La meteórica invasión de Enrique de Trastámara es cortada poco después por Pedro I (batalla de Nájera, 1367), gracias a la intervención de los arqueros ingleses del Príncipe de Gales. Pero el príncipe bastardo regresa y, después de consolidar su posición internacional (tratado de Toledo, 1368), se deshace de su hermanastro (Montiel, 1369). De esta forma comienza a reinar en C. una nueva dinastía (V. TRASTÁMARA, CASA DE).
      La victoria de Enrique 11 suponía la inevitable concesión de extensas mercedes a la nobleza que le había ayudado. Pero para contrarrestar la potencia de la primera nobleza, la de los parientes del rey, el primer Trastámara crea una segunda nobleza de funcionarios. La coalición peninsular anticastellana, dirigida por Pedro IV, lentamente se transforma en una auténtica hegemonía del reino central, especialmente después de firmarse la paz con Aragón (Almazán, 1375). La alianza con Francia obliga a intervenir a la marina castellana, que obtiene rotundos éxitos contra los ingleses (La Rochela, 1372). Con Juan I, sucesor de Enrique 11, la monarquía se fortalece, perfeccionándose sus instituciones (Consejo Real, Audiencia, Hermandades). En el Atlántico la hegemonía naval castellana se confirma (treguas de Boulogne, 1384). El matrimonio del rey castellano con la portuguesa Beatriz abre a Juan 1 la posibilidad de ocupar el trono lusitano, al quedar vacante en 1383. Pero frente a las pretensiones de Juan I, apoyado por parte de la alta nobleza del país vecino, se alza el maestre Juan de Avís (v. Avíe, CASA DE), amparado en la burguesía marítima. La invasión de Portugal por las tropas castellanas termina en un lamentable fracaso (Aljubarrota, 1385). Es el momento oportuno para que el duque de Lancaster que, desde su matrimonio con una hija de Pedro I se titula rey de C., realice su proyectada invasión. Pero ésta, iniciada por Galicia en 1386, termina en un rotundo fracaso. El tratado de Bayona (1388), con la boda de Catalina de Lancaster y el heredero castellano, Enrique III, pone fin a la vieja cuestión dinástica.
      La minoría de Enrique III plantea graves problemas. En la disputa por la regencia destacan los epígonos Trastámara, grupo de nobles de primera fila en franco declive; las Cortes, deseosas de participar directamente en la vida política, y el arzobispo toledano Pedro Tenorio. En esta situación estallan en Andalucía violentos pogroms (1391), que diezman la población judía. La nota dominante de la época de mayoría de Enrique III es el pacifismo. Ante el peligro berberisco y otomano en el Mediterráneo, el rey de C. planea una alianza con Tamerlán, para lo cual se envía una curiosa expedición. Las campañas del caballero francés lean de Bethencourt, en las islas Canarias, cuentan con el apoyo del rey de C. Pero su temprana muerte da paso a una nueva regencia (1406).
      La figura indiscutible de estos años es el regente D. Fernando, tío del joven rey de C. Juan II, denominado de Antequera por su éxito en aquella plaza andaluza. Cuando en 1412 es elegido rey de Aragón (v. CASPE, COMPROMISO DE) deja en C. un poderoso grupo constituido por sus hijos (Juan, Enrique...), los infantes de Aragón. C. va a ser escenario durante unos años de una lucha triangular, en la que participan los infantes, la oligarquía nobiliaria castellana recelosa del poder de los aragoneses, y el valido de Juan II, Alvaro de Luna (v.), cabeza del partido monárquico. Eliminados inicialmente los infantes de Aragón (1430), consiguen regresar y, atacando la tiranía de Álvaro de Luna, se atraen a un importante sector de la nobleza castellana. No obstante, las milicias reales se imponen en Olmedo (1445) a los ejércitos de la aristocracia. Pero la estrella del condestable palidecía sin remisión y, unos años más tarde, Álvaro de Luna muere ejecutado (1453).
      La última fase de la pugna entre la monarquía y la nobleza tiene lugar en tiempos de Enrique IV (v.). Ha sido éste un rey muy calumniado, tachado de impotente, criticado por su debilidad. Sin embargo, Enrique IV comienza su reinado con los mejores auspicios. Apoyándose en conversos y legistas, alienta el desarrollo de la industria textil y prepara un plan de conquista sistemática de Granada. Los catalanes insurrectos (1462) piensan en él como su señor. Pero la oligarquía de los nobles, entre los cuales se encuentra el ambicioso Carrillo, y a los que se suma el marqués de Villena, se subleva. En Ávila deponen al rey (farsa de Ávila, 1465) y proclaman al joven príncipe Alfonso, hermano de Enrique IV. Es la época en que se forja la leyenda de Juana la Beltraneja. Enrique IV puede levantar cabeza, al vencer, con el apoyo de los Mendoza, a los nobles rebeldes (segunda batalla de Olmedo, 1467). Pero su debilidad le impide aprovechar el éxito. No obstante, en el horizonte aparece la princesa Isabel (v. ISABEL 1 DE CASTILLA). Si en un principio la nobleza piensa utilizarla, en sustitución del joven Alfonso, que acaba de morir, pronto se disipa el equívoco. Isabel representa la autoridad monárquica. Reconciliada en un principio con su hermano (Toros de Guisando, 1468), después rompe con él, a raíz de su boda con el aragonés D. Fernando (1469). En tan confusa situación, y sin que Enrique IV deje aclarado el problema de su sucesión, muere el discutido monarca (1474).
      En esta etapa final de la Edad Media el reino de C. fue víctima de una serie de oleadas epidémicas, la más grave la de 1348. Pero la recuperación demográfica no tardó en llegar. En tiempos de los Reyes Católicos se ha calculado la población total del reino en unos siete u ocho millones de hab. Este incremento benefició especialmente a los núcleos urbanos. La agricultura progresó (vinos del Sur), pero la ganadería lanar seguía siendo el eje básico de la economía castellana. Aumentó considerablemente el número de cabezas (tres millones a mediados del s. XV frente a un millón y medio a principios del XIV). Hubo un cierto renacer de la industria textil (Cuenca, Palencia, Toledo). Pero el destino fundamental de la lana era la exportación. Se intentó modificar esta política. En las Cortes de Madrigal de 1438 se pidió la prohibición de la salida de laüas, y en las de Toledo de 1462 se fijó en un tercio de la producción total la lana reservada para los telares del reino. La venta de esta materia prima, al igual que la miel o el hierro, era la actividad económica básica de los castellanos. Burgos, centro de contratación, ganó en importancia, y en 1443 se creó la Universidad de mercaderes. Medina del Campo adquirió fama internacional. En el Atlántico, los mercaderes cántabros, vencedores de la Hansa (v. HANSEÁTICA, LIGA), dominaban sin discusión. Prosperaron las colonias en países extranjeros: Brujas, que recibió nuevos privilegios, Rouen, Nantes, etc. También conoció una notable expansión la zona marítima de la Baja Andalucía, orientada hacia el norte de África y las islas Canarias. Se buscaba ante todo oro y esclavos. En conjunto, el enriquecimiento de C. en el s. XV es innegable, y de ello es testimonio la importación de telas lujosas y obras de arte, así como la edificación de suntuosos castillos-palacios. Pero esta prosperidad beneficia casi exclusivamente a la oligarquía nobiliaria. Además, la estructura del comercio castellano impide el desarrollo de una industria nacional pujante. A esto hay que añadir la cuantiosa inflación, perjudicial para el estamento popular.
      Un rasgo típico del periodo que analizamos es la creciente señorialización de C. Un reducido grupo de linajes domina las fuentes de riqueza y la escena social de la C. del s. XV, constituyen una auténtica aristocracia, fortalecida por los mayorazgos, ennoblecida por pomposos títulos. Son los Manrique, los Velasco, los Mendoza, etc. Su tono de vida es magistralmente descrito por Jorge Manrique. A escala local se extiende el hidalguismo. La pequeña nobleza, ociosa, que vive de las rentas, y que controla los municipios, marca con su sello peculiar la vida de las ciudades. La expansión mercantil explica el aumento de mercaderes y hombres de empresa. Pero la gran masa la siguen constituyendo los labriegos y menestrales. Los malos usos que intentan poner en práctica los señores y la adscripción al oficio que determinan los ordenamientos posteriores a la gran depresión les perjudican. Pero en otros casos la escasez de mano de obra y la generalización del salario les favorece.
      La convivencia entre las distintas «castas» de la sociedad castellana quebró definitivamente en estos años. El antisemitismo popular fue creciendo a lo largo del s. XIV. Aunque algunos hebreos llegaban a convertirse casi en validos de los monarcas (Samuel Leví con Pedro I), la situación de la comunidad judía era muy precaria. La guerra entre Pedro y Enrique fue muy dañosa para ellos, pues triunfó el bando antijudío. A finales del siglo las violentas predicaciones del arcediano de Écija, Ferrán Martínez, derivaron en una matanza generalizada de judíos, especialmente en Andalucía. Muchos se bautizaron para salvar la vida. Con ello apareció un problema muy espinoso, el de los conversos, causa de conflictos en tiempos de Enrique IV. Cada día se extendía más la idea de que el mejor camino era expulsar a la población hebrea.
      El fortalecimiento del poder monárquico a lo largo de esta etapa es un hecho evidente. Con los Trastámara se desarrollan nuevas instituciones o se perfeccionan otras ya existentes. La antigua Curia regia ordinaria se transforma en el Consejo Real (v.), integrado por representantes de los tres estamentos, aunque dominado por los letrados. Enrique II crea la Audiencia (v.), luego reorganizada. Las Hermandades (v.) se convierten en una especie de cuerpo de policía. Surge la Casa de Cuentas. Se realizan importantes reformas de tipo militar. El sistema fiscal se hace más complejo, y se consolidan impuestos inicialmente excepcionales, como la alcabala. Pero este proceso, conducente a la creación de las modernas monarquías autoritarias, tiene sus sacrificados. Las Cortes pierden muchas de sus atribuciones, limitándose a la votación de subsidios. Las ciudades, aprisionadas entre el intervencionismo monárquico, a través de sus corregidores, y la absorción señorial, pierden vitalidad.
     
      V. t.: RECONQUISTA; REPOBLACIÓN.
     
     

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J. VALDEÓN BARUQUE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991