CARNAVAL


Fiesta popular que se celebra en algunos países durante los días que preceden a la Cuaresma (v.), y que consiste en desfiles de carrozas y comparsas, bailes de disfraces y otros regocijos bulliciosos. Con relativa frecuencia suelen degenerar en comportamientos más o menos orgiásticos e ir acompañados de un aumento de la criminalidad.
      Los estudiosos de la Etnología y el folklore han intentado determinar el origen histórico de esta fiesta, llegando a relacionarlo con antiguas festividades romanas o helénicas, e incluso con algunas prácticas y ritos de las religiones de misterios (v.) que, desde ámbitos en su mayoría orientales, alcanzaron luego a los pueblos y culturas de la cuenca del, Mediterráneo antiguo., Estas religiones y creencias paganas hallaron eco en ritos soteriológicos dedicados a divinidades de la Frigia como Cibeles o Attis, heládicas como Démeter y Dioniso (v.), egipcias como Isis y Osiris (v. EGIPTO vii) y otras de mayor o menor éxito en el mundo antiguo; pero siempre divinidades de la fertilidad (v.) de la tierra (ctónicas) y deidades agrarias. Según esta interpretación el c. sería una pervivencia, en un ámbito ya cristianizado, de algunas de las actitudes que subyacían a esos ritos paganos, aunque ciertamente en parte modificadas o atenuadas. De hecho el carácter de la fiesta de c. coincide, por su índole, y hasta en ciertos casos, por su fecha, con festividades existentes antes o contemporáneas del advenimiento del Cristianismo. Así, p. ej., las dedicadas por los griegos al dios Cronos (v.), denominadas kronia (en Roma Saturnales) y a Dioniso llamadas dionisiacas (en Roma Bacanales). Asimismo las Antesterias, fiestas que tienen una clara vinculación con las Saturnales y Bacanales del Imperio Romano, pero también con las procesiones marinas que se dedicaban en el Mediterráneo antiguo a Isis o a la diosa Nehalemnia de la Europa bárbara con el advenimiento de la primavera y la apertura de la temporada de navegación. Para su celebración se formaba una especie de cortejos o procesiones que acompañaban al Car-navale, un carro o anda en forma de nave sobre la que se portaba la efigie de la divinidad cuando no un arado, símbolo supremo de Herta, la Madre Tierra de la Germania, a la que la llegada de la primavera tornaba ubérrima y fecunda.
      Tal rito da razón a Rademacher, que deriva la palabra Carnaval de la expresión currus navalis, o carrus navalis, metamorfoseada en el carnavale de las lenguas romances, para designar el carruaje naviforme provisto de ruedas que salía en los cortejos dionisiacos y en las fiestas procesionales en honor de la diosa indogermana Herta o Nertha y que cita Tácito en su Germania. Ya en pleno Medioevo centroeuropeo encontramos noticias muy similares a las proporcionadas por Tácito. Las mascaradas que forman séquito de la barca rodante o que tiran de ella llegarán a constituir verdaderas representaciones en las que hemos de hallar al lado de las religiones un germen más del teatro moderno.
      El origen del ceremonial carnavalesco quizá pueda vincularse con el culto a Isis u otra divinidad femenina asimilada, propiciadora de la vegetación y a la que se rendía culto al inaugurarse la temporada primaveral. De hecho ciertos estados de conciencia colectiva que presiden diversas expresiones del c. presentan tales analogías con esas prácticas antiguas que resulta difícil explicarlas si no es con una aproximación a ellas. De otra parte, es claro que algunas de esas expresiones entroncan con raíces míticas que nos remiten a tiempos muy antiguos, precedentes tanto al mundo greco-romano clásico como al oriente, en los que aparecieron las ideas palingenésicas. Nos referimos al mito (v.) del Eterno Retorno, estudiado casi exhaustivamente por Mircea Eliade; es decir, a esa visión cíclica de la historia como ámbito en el que todo se repite en el interior del llamado «Gran Tiempo», es decir, el tiempo que el hombre y su sociedad desarrollan su cultura y que puede medirse con la invención del calendario. Tiempo que, como todo ser biológico, conoce nacimiento, madurez, decrepitud y muerte y es necesario reavivar o rejuvenecer con ceremonias adecuadas como la del c.
      A ese mito podían unirse tendencias psicológicas más o menos difusas, o, para hablar con propiedad, la tentación a buscar salidas a las ansias de nivelación social o de plenitud personal no a través de un proceso político o ético-ascético, sino a través de un desbordamiento y escape de la pasionalidad, en el que cobraron cierta trascendencia las creencias soteriológicas del mundo mágico. Ello originó la presencia de determinados elementos orgiásticos y sexuales, aun hoy día inseparables en la celebración del c. y que con mayor motivo, dada la índole de las celebraciones, fueron patentes en la Roma antigua desde el culto al Liber pater hasta las Bacanales.
      Rasgos de nivelación social aparecen en las fiestas romanas que hoy se conocen bajo el nombre genérico de Saturnales (Saturnalia). El célebre antropólogo inglés sir James George Frazer ofreció hace ya más de medio siglo una reconstrucción de las mismas, llena de vida y colorido, en su obra hoy clásica La Rama Dorada. Ningún rasgo de las Saturnales era para Frazer más extraño que las licencias que en aquellos días concedía el amo a su esclavo. Temporalmente se abolía la distinción entre clases libres y serviles y si le venía en gana al esclavo podía hasta injuriar a su amo, sin que se le dirigiera un solo reproche por lo que en cualquier otra época del año le hubiese atraído si no la prisión y la muerte, al menos el apaleamiento. Y aún más: los amos, sustituyendo a los criados, servían a éstos la mesa. Esta inversión de rango daba lugar a extremos difíciles de describir. Los esclavos desempeñaban las más altas magistraturas dando órdenes y transgrediendo la ley. Frazer vincula este uso del llamado «Reinado de Burlas» con las Saturnales. La libertad gozada por los esclavos en tal época venía a ser una especie de restauración o resurrección del estado social de libertad que se disfrutaba en tiempos del mítico Saturno, quien sería tal vez representado por el «Rey de Burlas».
      Las semejanzas existentes entre las Saturnales romanas y el -c. de los pueblos que se dicen de estirpe latina son en cierto modo sorprendentes, como ha demostrado recientemente 1. Caro Baroja. En estas celebraciones veremos destacarse dos aspectos fundamentales; un periodo de licencia y desenfreno con un papel primordial por parte de las máscaras, y la muerte o destrucción de un personaje figurado o real «El Rey del Carnaval», antiguo «Rey de Burlas» y simbólico representante de Saturno o de una deidad a él asimilada. El «Rey de Burlas», de las Saturnalia lo vemos revivir hoy en el llamado Rey o príncipe del c. a cuya entronización tan apegados son actualmente los pueblos germánicos de diversas ciudades, como Munich, Colonia y demás centros de la cuenca renana. La muerte o destrucción del «Rey del Carnaval», de un pelele que lo personifica o incluso de un-animal, muerte más o menos incruenta y que a veces veremos culminar con un entierro de carácter burlesco, constituye otro rasgo que nos hace rememorar las Saturnales romanas en su aspecto protohistórico del regicidio ritual, ejecutado en la persona de un «Rey de la Vegetación» más o menos real.
     
     

BIBL.: 1. G. FRAZER, La Rama Dorada, México 1944; 1. CARO BAROJA, El Carnaval, análisis histórico cultural, Madrid 1965; 1. M. GÓMEZ-TABANERA, El Folklore Español, Madrid 1966; A.R.CORTAZAR, El Carnaval en el Folklore Calchaqui, Buenos Aires 1949; C. RADEMACHER, Carnival, en Encyclopaedia ol Religion and Ethics, Nueva York 1928; S. REINACH, Le roi supplicié, en Cultes, mythes et religions, 1, París 1905, 332-341. 1.

 

M. GÓMEZ-TABANERA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991