De Borbón y Sajonia, séptimo hijo, segundo de los varones, de Carlos III
de España y de María Amalia de Sajonia. Quinto rey, en España, de la Casa
de Borbón. N. en Portici (Nápoles), el 11 nov. 1748. Casó en 1765 con su
prima hermana Luisa de Borbón y Borbón, hija de Felipe de Parma. M. en
Roma el 19 en. 1819.
Fue jurado heredero de la corona el 19 jul. 1760. Subió al trono,
muerto su padre, el 14 dic. 1788. Abdicó en su hijo Fernando VII el 20
mar. 1808.
Fue hombre alto y corpulento, como lo muestra Goya en el retrato con
toda su familia; de carácter bondadoso y sencillo, sin malicia; de
inteligencia limitada, no gobernó, sino que puede decirse fue gobernado
por la inteligencia más viva, despierta e inquieta de su mujer, aun en los
negocios de Estado; muy amante de la caza, como su padre, y de la vida
hogareña y recogida, en contraste con la solemnidad y empaque de la corte
de Carlos III. Este retraimiento y la sencillez de su vida, muy unido a su
mujer, hacen muy difícil sostener todavía, atendido y valorado debidamente
el rígido protocolo de la corte, la vieja leyenda que ha cubierto de
sombras la honestidad de la reina Luisa y la debilidad de carácter del rey
(cfr. J. Pérez de Guzmán, o. c. en bibl.). Como era común entre los
monarcas del s. XVIn, enaltecedores de los conocimientos y de los trabajos
manuales, aprendió el oficio de carpintero-ebanista, que practicaba con
maestría; tuvo también verdadera pasión por los relojes. Fue rey por el
dictado inexorable de la herencia, pero sin espíritu de gobernante, ni
voluntad de gobernar, aunque deseó la felicidad de sus súbditos. Un
enviado de Napoleón informaba a éste sobre la vida y costumbres de C.
«Indudablemente, ningún rey ha poseído la rara virtud de la paciencia en
tan alto grado», con lo que parece sobreentendida la actitud del monarca
frente a la fuerte amistad que le unió con Manuel Godoy (v.) («no tenemos
más amigo que tú, ni quien como tú nos sea fiel y afecto») y su influencia
conjunta con la de la reina. No obstante, despreciando los efectos
profundos de, la calumnia, fue ciertamente un hombre cuya mayor pesadumbre
consistió quizá en ser rey.
1. Concepto del reinado. Durante siglo y medio a partir de 1808, la
historiografía sobre el reinado de C., exceptuada la obra apologética de
Pérez de Guzmán, ha subrayado reiteradamente el escandaloso ascenso de
Godoy, el poder absoluto ejercido sin trabas por el favorito, la sumisión
constante de la política española a Francia, revolucionaria e imperial,
resuelta con la invasión de los ejércitos napoleónicos y el alzamiento del
indignado pueblo español; finalmente, la ruina del Imperio y de la nación,
que deben atribuirse con más precisión a la guerra de la Independencia
(v.) y no a la política general del reinado, aunque su consecuencia última
fuese la invasión napoleónica. Desde la paz de Basilea (1795), todas las
monarquías europeas padecieron, en grado más agudo y con efectos más
desastrosos que los reinos peninsulares, las invasiones de los ejércitos
franceses. Territorialmente, las pérdidas de la monarquía española fueron
mínimas y se debieron a las constantes agresiones de Inglaterra. La
decadencia o debilitación económica de la monarquía debe valorarse
situándola en el cuadro general europeo de la crisis económica, con alzas
de precios y devaluación de la moneda (17891814, movimientos largos
Kondratieff), que en España se corresponden con la guerra de la
Convención, la guerra marítima con Inglaterra (1796-1802, 1803-08) y la
guerra de la Independencia.
La guerra contra Inglaterra tuvo gravísimos efectos, por el corte de
las comunicaciones con los reinos y provincias de ultramar, en el
floreciente comercio y el desarrollo de la industria peninsulares. La
guerra de la Independencia, con la destrucción de la ganadería, las
pérdidas en la agricultura, el hundimiento de la industria, la quiebra del
comercio, la pérdida de las rentas de la corona en los reinos de América,
las deudas de la guerra, la ruina de los pueblos, etc., dejó un saldo
general de pobreza que la historiografía posterior acumuló sobre las
responsabilidades del Antiguo Régimen y los errores de la política de C.
Cabe decir lo mismo del notorio y acusado nivel científico y cultural
(«Hasta los mozos de esquina compran la Gaceta», escribía a Forner el P.
Estala) que, en pleno desarrollo desde Carlos I11, quedó cortado desde
1808. El reinado de C. visto por el filtro de la guerra contra Napoleón
(v.), los sucesos de Bayona y la sumisión a la política francesa desde
1795, reclama un estudio más amplio que el que hasta ahora se le ha venido
dedicando.
2. La política internacional. Giró en torno a tres centros de
atracción: a) la defensa de los reinos hispanoamericanos; b) la Península
italiana, y c) el reino de Portugal (v. PORTUGAL v). En el primer caso,
persiste la tradición política del siglo, frente a Inglaterra, confirmada
reiteradamente en los sucesivos pactos con Francia para lograr el
equilibrio del potencial marítimo mediante la unión de las Armadas
española y francesa. La actitud de Inglaterra, después de la paz de
Basilea, condujo a la renovación de esta alianza con el tratado de S.
Ildefonso (18 ag. 1796). En los ministerios del conde de Floridablanca
(v.), que continuó tras la muerte de Carlos III, hasta su destitución y
destierro (febrero 1792) y de su sucesor, interinamente el conde de Aranda
(v.) (hasta noviembre 1792), se mantiene esta política racionalista,
neutral ante la Francia revolucionaria en guerra con las potencias del
Norte, limitándose el conde de Floridablanca a situar un frente defensivo
(cordón sanitario) de tropas al N del Ebro; y el conde de Aranda, a
oponerse a la intervención militar en Francia, después del destronamiento
y prisión de Luis XVI (v.), por el deficiente estado del ejército para una
guerra que en nada afectaba a los intereses de la monarquía española.
Manuel Godoy, nombrado secretario de Estado y del Despacho Universal
(15 nov. 1792), se convirtió en el intérprete de los impulsos
sentimentales, irracionales, de C. y de su mujer Luisa, que se impusieron
a lo largo del reinado y decidieron en las situaciones críticas:
1) en la guerra contra la Convención a la muerte de Luis XVI; 2) en
la guerra de las Naranjas (1801), con la paz de Badajoz; 3) con la
creación del reino de Etruria para los infantes-duques de Parma y la
cesión de la Luisiana a Francia (1802); 4) con la firma del tratado de
Subsidios de 1803, que renovó la guerra con Inglaterra; 5) con el tratado
de Fontainebleau (v.) (27 oct. 1807), que hizo posible la invasión
francesa. La preocupación constante de C. y de la reina Luisa por sus
hijos los reyes de Portugal y los infantes-duques de Parma quebrantaron
las líneas de una política de razón de Estado (v.) ante el Directorio
francés, ante el cónsul y luego emperador Napoleón. Es preciso, sin
embargo, hacer constar, en favor de Godoy, su voluntad de mantener la
independencia y la libertad de decisión frente a las presiones francesas e
inglesas; pero esta postura nacionalista fue abandonada por el temor ante
las amenazas, a veces vacías, o por la necesidad de obtener la
aquiescencia de Napoleón a pretensiones en favor de la familia borbónica o
por la necesidad de lograr su apoyo ante la presión interna de las fuerzas
de oposición a su poder.
3. Los ministerios y los hechos del reinado. Por recomendación de su
padre en el lecho de muerte, C. mantuvo al conde de Floridablanca como
primer secretario de Estado y del Despacho Universal. En septiembre de
1789, se reunieron en Madrid las Cortes Generales para la jura y
proclamación del príncipe Fernando como heredero del trono; en estas
Cortes se pidió la abolición del Auto Acordado de 1713, que privaba a las
hembras del derecho de sucesión al trono. Sin embargo, C. se abstuvo de
publicar la Pragmática Sanción (v.) que restablecería la ley 11, tít. XV,
Partida 11, sobre la sucesión a la corona y que derogaba el Auto Acordado.
Como las Cortes se comprometieron a guardar el secreto sobre el acuerdo,
quedó subsistente la validez del Auto ante el juicio público, dando lugar
en 1833 a la presentación de los derechos de D. Carlos (v. CARLOS MARÍA
ISIDRO DE BORBóN) a la sucesión en el trono de su hermano Fernando VII
contra la reina Isabel II. Las Cortes se cerraron precipitadamente en
octubre al manifestarse en ellas tendencias discursivas análogas a las de
la Asamblea revolucionaria de Francia. Floridablanca, típico representante
del despotismo ilustrado (v.), frenó enérgicamente la apertura a las
fórmulas liberales de la Ilustración política para cerrar el paso a la
penetración de la propaganda revolucionaria: suspensión de ciertos
periódicos, cierre de las cátedras de Derecho natural en las
universidades; censura de prensa y prohibición de publicaciones sobre
materias políticas y establecimiento de una fuerza armada de 10.000
hombres a lo largo de la frontera pirenaica.
Las reláciones con la Francia revolucionaria fueron cada vez más
tensas. Por razón de Estado, Floridablanca trataba de evitar una ruptura
con la única aliada posible contra Inglaterra y la intervención en los
problemas internos de la nación vecina; pero, junto con la defensa ante la
propaganda ideológica de los revolucionarios, Floridablanca mantenía
relaciones en Madrid con representantes de los príncipes franceses
emigrados. El conde de Fernán Núñez, embajador del rey en París, oficial y
oficiosamente, intentaba, hasta por el soborno, liberar a Luis XVI. El
incidente de la bahía de Nootka (apresamiento de barcos ingleses en la
costa norteamericana del Pacífico) mostró el valor ilusorio de la alianza
francesa y estuvo a punto de provocar la guerra con la Gran Bretaña.
España solicitó la ayuda de Francia, pero la Asamblea se desinteresó de
las obligaciones del Pacto y el conflicto se resolvió con la devolución de
los barcos (1790). Floridablanca promovió la creación de una Liga con las
potencias del Báltico, una nueva Liga de neutrales para proteger la
navegación comercial contra las injerencias de la Armada inglesa, aunque
no tuvo éxito. La oposición a Floridablanca, acusado de despotismo
ministerial, por el rigor de su política reformista, acentuó las
hostilidades. Godoy, en sus Memorias, precisa brevemente la situación del
ministro en 1792: «Los amigos de este ministro eran raros: la grandeza, a
quien tenía humillada, ansiaba su caída; los altos funcionarios, reducidos
por él a una entera nulidad en materias de Estado, participaban del mismo
descontento; el clero le aborrecía. Todos los informes que tomó el rey
desaprobaban la. conducta del ministro». Fue exonerado del gobierno en
febrero de 1792 y el conde de Aranda le sometió a proceso, bajo el peso de
numerosos cargos; condenado, fue enviado al castillo de Pamplona. Godoy le
dio la libertad después de la paz dé Basilea.
4. El conde de Aranda. El 26 feb. 1792, Aranda, por indicación de
Godoy, acudió a una audiencia secreta con la reina Da Luisa, en la que se
concertó su nombramiento de secretario del Despacho, con carácter
interino, pues así lo pidió, como también el restablecimiento del Consejo
de Estado, suprimiendo la junta Suprema de Estado, creada por
Floridablanca en 1787. La Junta constituía una concepción moderna del
gobierno bajo la autoridad coordinadora de Floridablanca (cfr. J. A.
Ferrer Benimeli, o. c. en bibl.). Aranda había enviado a C., siendo
príncipe (París, 21 abr. 1781), un plan de gobierno, forma de polisinodia
(sistema múltiple de Consejos) para contener el «poder despótico» de los
ministros y vigilar el ejercicio del poder con un Consejo de Estado y la
participación más eficaz de la nobleza (cfr. R. Olaechea, El conde de
Aranda y el partido aragonés, Zaragoza 1969). La rivalidad entre
Floridablanca y Aranda era antigua y debe entenderse como enfrentamiento
de concepciones políticas. Éste reivindicaba para los próceres la función
gubernativa de la que habían sido desplazados por la monarquía autoritaria
y absoluta; sus ideas implicaban una limitación del poder real, contenido
por instancias políticas infraestatales históricas. No fueron las absurdas
tachas de volterianismo y de simpatía con los revolucionarios franceses
las que produjeron su caída, sino la escasa simpatía que inspiraba a los
reyes y su enfrentamiento a Godoy y a la política irracionalista levantada
por la caída y prisión de Luis XVI. Aranda era contrario a la intervención
militar en Francia por considerarla impolítica y ruinosa para los
intereses nacionales, además de peligrosa, dado el estado del Ejército y
de la situación del erario público. Su actividad ministerial se conoce
deficientemente.
5. Ministerio de Manuel Godoy. El 20 de noviembre el duque de
Alcudia fue elevado a la jefatura suprema del gobierno de la monarquía.
Aranda quedó exonerado y partió al destierro. Godoy tenía 25 años. Sus
conocimientos del arte de gobernar eran muy limitados. Su política fue
inspirada por los sentimientos de los reyes y por la experiencia política
de sus áulicos; contó, al comienzo, con la entusiasta adhesión de amplios
sectores, que fue perdiendo conforme se entenebrecía el horizonte
económico interior y crecía la hostilidad de la nobleza y del clero
amenazados por la continuación del reformismo ilustrado que, aun siendo de
tonos moderados, continuó con la reincorporación de señoríos a la corona y
con la política regalista. La guerra entre España y Francia se hizo
inevitable después de la ejecución de Luis XVI (21 en. 1793), y fue
declarada por la Convención (7 marzo). La adhesión nacional fue entusiasta
y comenzó victoriosamente en el frente de los Pirineos orientales
conducida por el general Ricardos. La reacción francesa no se hizo esperar
y a partir del año siguiente las tropas galas llegaron hasta Miranda de
Ebro y ocuparon también las plazas de Figueras y Gerona. Godoy negoció la
paz que se firmó en Basilea el 22 jul. 1795. Francia restituyó los
territorios peninsulares que había ocupado, pero hubo que cederle la parte
española de la isla de Santo Domingo y permitir la extracción de caballos,
yeguas y ganado merino que mejorarían la ganadería francesa, con pérdida
para la exportación española. Godoy recibió el título de príncipe de la
Paz.
Las relaciones con Inglaterra se enfriaron cada vez más a causa de
los daños causados por los ingleses en ultramar con el contrabando. Se
renovó la alianza con Francia por el tratado de San Ildefonso (18 ag.
1796), que concertó el mutuo auxilio con fuerzas* navales y ejército en
caso de guerra contra la Gran Bretaña. Esta se declaró el 7 de octubre
siguiente y tuvo su escenario en los mares. La armada española fue
derrotada en el cabo de San Vicente. El almirante inglés Harvey se apoderó
de la isla Trinidad (16 feb. 1797); luego atacó Puerto Rico, pero fue
rechazado por el brigadier Ramón de Castro. El almirante Nelson (v.) atacó
y desembarcó en Santa Cruz de Tenerife, de donde fue obligado a retirarse
por el general Antonio Gutiérrez. Nelson quedó herido y mutilado en esta
acción. La crisis económica agudizó la gravedad del momento. Hubo una
constante y continuada depreciación de la moneda con muy leve alza -de
salarios. La guerra naval cortó las relaciones comerciales con las
provincias ultramarinas y C. tuvo que autorizar el comercio por medio de
barcos de países neutrales (1797) que habrían de hacer escala en los
puertos españoles. De hecho, se realizó un comercio directo entre los
puertos americanos y los países neutrales, preámbulo también del
movimiento hacia la emancipación hispanoamericana (V. HISPANOAMÉRICA II).
La imposición del curso forzoso de los vales reales afectó a los
negocios en el interior y a los pagos en el exterior, aumentando el
malestar de la burguesía. Godoy intentó allegar recursos, iniciando la
desamortización de los bienes de manos muertas y de la séptima parte de
los de la Iglesia, lo que alcanzaría en 1801 de Pío VII. Se formó un
fuerte partido de oposición al valido con la unión de la nobleza, el
estado eclesiástico y la burguesía. En torno a Fernando, príncipe de
Asturias, se formó el llamado «partido napolitano» por la mujer de D.
Fernando, María Antonia de Nápoles. No existía apenas una opinión
revolucionaria, pues la conspiración republicana del Cerrillo de San Blas,
dirigida por Picornell, Lax y Andrés, en 1795, careció de significación;
pero la ilustración política promovía una rectificación del sistema de
gobierno, según la fórmula parlamentaria inglesa (informe a Talleyrand
sobre Cabarrús, 1798; cfr. C. E. Corona, Revolución y reacción en el
reinado de Carlos IV, Madrid 1957). Godoy incorporó al gobierno a
Francisco de Saavedra y a Gaspar de jovellanos (v.), ministros
prestigiosos, representantes de una posición política adversa al
despotismo ministerial. Sin embargo, C. exoneró a Godoy el 28 mar. 1798,
que sin quedar privado de sus honores y distinciones, vivió durante un año
retirado en su palacio. Suele atribuirse la caída de Godoy a la pérdida
del favor de la reina, a la actitud del inquisidor general, card.
Lorenzano, o a la amenaza del embajador francés Truguet de denunciar a C.
esta misma escandalosa materia. El intento de enviar a Cabarrús, como
embajador, a París y el nombramiento de Azara, que lo era en Roma, para
este puesto reclaman una consideración más cuidadosa de este problema
político, sólo preciado y basado en los chismes e intrigas de corte, sin
mejor prueba que su amplia difusión.
6. Ministerios de Saavedra y de Urquijo. Francisco de Saavedra
sucedió a Godoy, primer secretario del Despacho, pero su vida política fue
efímera. A los tres meses le sucedió, por enfermedad, Mariano Luis de
Urquijo, con quien no se aprecia una variación sustancial en la línea
política del reinado. Continuó endurecida la relación con el Directorio
francés. Menorca fue conquistada por los ingleses (noviembre 1798).
Fracasó la mediación de España para la paz de Portugal con Francia.
En febrero de 1798, fue destronado Pío VI (v.) y se proclamó la
República romana. El Papa fue conducido preso a Francia, donde murió. C.
no aceptó la propuesta del Directorio de confinarle en la isla de
Mallorca. Urquijo vio la oportunidad de llevar a efecto las viejas
aspiraciones regalistas y publicó la real cédula del 5 sept. 1799, en la
Gaceta, reservando el rey, durante la prisión del Papa, las facultades que
correspondían a la Curia romana sobre provisión de vacantes, y atribuía
otras a los obispos, lo que desató una fuerte corriente de opinión contra
el ministro, aprovechada por Godoy. El nombramiento de Napoleón Bonaparte
como primer cónsul favoreció las relaciones hispano-francesas. Los asuntos
de Parma, que preocupaban a C. y a su mujer, llevaron a los preliminares
de San Ildefonso (1 oct. 1800), confirmados en Aranjuez (21 mar. 1801),
que resolvieron la situación de los infantes Luis y María Luisa, yerno e
hija de los reyes. Se creó el reino de Etruria para ellos, a cambio del
territorio de la Luisiana, devuelto a Francia, conservando Parma el duque
Fernando hasta su muerte.
7. Ministerio de Ceballos. Las buenas relaciones con Francia y la
política eclesiástica de Urquijo dieron oportunidad a Godoy para recuperar
su influencia y la confianza de los reyes. En diciembre de 1800, cayó
Urquijo que fue preso y conducido a la fortaleza de Pamplona, siendo
sustituido en la secretaría de Estado por Pedro Ceballos, primo de Godoy.
La política y todas las disposiciones estuvieron bajo la dirección de
Godoy, según se aprecia en las minutas y anotaciones de su mano en los
despachos. Para negociar la paz con Inglaterra y disponer de
compensaciones, el cónsul Bonaparte propuso a Godoy la conquista de
Portugal, que privaría a los ingleses de bases marítimas. El tratado de 29
en. 1801 decidió la llamada guerra de las Naranjas (mayo-junio). El
ejército portugués apenas ofreció resistencia. El ministro portugués Pinto
de Souza negoció hábilmente el tratado de Badajoz (6 jun. 1801) que dio a
España la plaza de Olivenza, pero que defraudó e irritó al cónsul
Bonaparte, que no obtuvo territorios portugueses para negociar con
Inglaterra. En la paz de Amiens (1802), Bonaparte se vengó
desinteresándose de la pérdida de la isla Trinidad, aunque se reconoció la
cesión de Olivenza, y Menorca fue devuelta a España. La paz de Amiens
quedó rota en marzo de 1803. Bonaparte prefirió la ayuda económica de
España al auxilio naval y militar pactado en el tratado de San Ildefonso
de 1796. El tratado de Subsidios (19 sept. 1803) concertó la sustitución
de las obligaciones militares y navales por el pago de seis millones de
libras mensuales. Inglaterra no reconoció esta neutralidad y se reanudó la
guerra (12 dic. 1804). Los combates de Finisterre (22 jul.) y de Trafalgar
(v.) (21 oct. 1805) ocasionaron la pérdida de la marina de guerra española
y la posibilidad de defender las provincias de América. La marina inglesa
cooperó en marzo de 1806 en el desembarco en Vela de Coro (Venezuela),
para proclamar la independencia. Buenos Aires cayó en poder de los
ingleses el 26 de junio; el brigadier Liniers y Puyrredón los desalojaron
en agosto; también Montevideo y la Banda Oriental fueron ocupados para
intentar de nuevo la conquista de Buenos Aires; sin embargo, los
rioplatenses les obligaron a capitular y a abandonar el continente.
8. La caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV. Desde 1801, el
príncipe de la Paz, recuperada la confianza de los reyes, ejerció, sin ser
nombrado titular de la Secretaría de Estado, la plenitud del poder. La
situación económica de la nación la muestra la depreciación de los vales
reales hasta el 75% de su valor (Hamilton). Según Canga Argüelles, la
deuda del Estado, en este año, era de 7.000 millones, más una deuda
consolidada de 4.108 millones, en España, y otro tanto en América, y un
descubierto de 720 millones. La autoridad de Godoy, fortalecida por la
recuperación del poder, provocó una reacción creciente que tuvo su foco de
dirección en el «cuarto del príncipe» Fernando. El partido fernandino
contaba con figuras destacadas de la nobleza, los duques del Infantado y
de San Carlos, el marqués de Ayerbe y el conde de Montijo e ilustrados de
la Corte, y se extendió por otras ciudades, donde se formaron centros
hostiles a la privanza de Godoy y al sistema absoluto de la monarquía. La
variedad de tendencias políticas coincidía en la animosidad, más o menos
soterrada, que agrupaba a miembros de la nobleza, del clero, de la
burguesía y, finalmente, trascendió al pueblo.
Una hábil propaganda en torno al «oprimido príncipe de Asturias», a
la docilidad de Godoy ante Napoleón y a las ruinosas consecuencias de la
guerra contra Inglaterra revelaba una crisis aguda. Godoy decidió dar un
giro a su política internacional y pensó en unirse a las potencias
europeas de la cuarta coalición contra el emperador francés. Dio el 6 oct.
1806 la proclama de El Escorial, que envolvía una amenaza contra Napoleón,
ocho días antes -de su victoria en Jena. La proclama, por la inoportunidad
del momento, fue un error de gravísimas consecuencias, que sirvió,
juntamente con las intrigas de la corte, para cambiar la actitud y los
propósitos de Napoleóri sobre la monarquía -española. El 21 mayo 1806
murió la princesa María Antonia, esposa del príncipe Fernando. El partido
fernandino vio la posibilidad de conquistar el apoyo de Napoleón
solicitando «una princesa de su augusta familia» para contraer matrimonio
con el príncipe, que se había negado a aceptar como esposa a una cuñada de
Godoy. Las intrigas de palacio y la hostilidad entre los reyes, Godoy y el
partido fernandino alcanzó su punto álgido en la conjura de El Escorial,
descubierta él 31 oct. 1807. Se acusó al heredero del propósito de
derribar del trono a sus padres y de atentar contra su vida. En él proceso
instruido, el príncipe denunció a sus colaboradores; el fiscal pidió la
pena de muerte para algunos, pero el Consejo y Cámara se pronunció contra
Godoy y fueron absueltos. Mostrábase la potencia del partido fernandino.
La firma del tratado de Fontainebleau (27 oct. 1807) pareció
fortalecer la situación del valido, puesto que decidió la conquista de
Portugal con la ayuda de las tropas francesas y el reparto del reino entre
Godoy (sur de Portugal) y los reyes de Etruria (el norte) quedando en
reserva el centro para negociar la paz general con Inglaterra. El ejército
expedicionario francés ocupó, con este pretexto, las plazas fuertes del
norte de la Península. En febrero, las tropas francesas entraban en
Portugal y se cerraba el bloqueo continental que pretendía Napoleón. La
guerra había terminado y seguían pasando tropas francesas por los
Pirineos. El ministro comprendió los planes de Napoleón, pero era ya
demasiado tarde. El 17 de marzo se produjo el llamado motín de Aranjuez
(v.); de hecho fue un golpe de Estado patrocinado por la nobleza, altos
funcionarios e ilustrados. El 18 de marzo Godoy fue destituido y al día
siguiente, C. se vio obligado a abdicar. Al llegar la noticia a Madrid,
grupos populares se lanzaron al asalto y quema de la casa de Godoy y de
sus amigos y parientes. La noticia causó en los reinos hispanoamericanos
análogas explosiones de alegría que en las ciudades peninsulares (cfr. D.
Ramos, o. c. en bibl.). «Las tropas y los que gobernaban Madrid, dice
Alcalá Galiano en sus Memorias, estaban parados, callaban y consentían,
como si se ignorase qué había obligación de hacer, o quién mandaba». Godoy
fue procesado y también sus amigos: Soler, Marquina, Simón Viegas, fiscal
del Consejo, el P. Estala, Luis de Viguri, Diego Godoy, Espinosa y el
tesorero Noriega. Las tropas francesas continuaban entrando en España y el
23 de marzo lo hicieron en Madrid al mando del mariscal Murat.
Cuatro días después de su abdicación, el destronado C. escribió a
Napoleón solicitando su ayuda para recuperar el trono. El Emperador
francés logró atraer a Bayona a D. Carlos con su mujer, al caído príncipe
de la Paz, puesto a salvo gracias a la intervención de Murat, y al nuevo
rey Fernando. La orden de salida hacia Bayona de los infantes ex reyes de
Etruria, y Francisco de Paula, dio lugar a la sesión de la junta en la
noche del 1 hasta la madrugada del 2 de mayo, en que se decidió aceptar la
salida de los infantes y organizar el alzamiento contra los franceses en
diversas ciudades de la Península. Se nombró una comisión para este objeto
y se señaló Zaragoza como centro de reunión de la nueva Junta para el
gobierno de España. Sin la aprobación de todos los reunidos, quedó, de
hecho, organizado el alzamiento «espontáneo», en Madrid, a la mañana
siguiente, y el alzamiento en las principales ciudades de la Península.
El 30 de abril se reunió la familia real española con el Emperador
de los franceses. Las bochornosas escenas que se sucedieron terminaron con
la devolución de la corona por D. Fernando a su padre C. y con el tratado
del 5 de mayo, por el que el rey renunciaba el trono a favor de Napoleón.
D. Fernando firmó el día 10 otro convenio con Napoleón, aceptando la
renuncia de su padre y a los derechos que le correspondían como príncipe
heredero. C. pasó a residir con su mujer, sus hijos y el príncipe de la
Paz al palacio de Compiégne, que le cedió el Emperador; en octubre, fue a
Marsella, recibió una pensión de 200.000 francos; en 1812, se trasladó a
Roma y residió en el palacio Borghese, con ciertas estrecheces económicas,
hasta su muerte en 1819.
BIBL.: Fuentes: BARÓN DE
BoURGOING, Voyage en Espagne, París 1789; CHEMINEAU, Memoires historiques
y las Memorias de M. GODOY, A. ALCALÁ GALIANO, J. ESCOIQUIz, J. GARCfA DE
LEÓN Y PIZARRO, VILLANUEVA y GARCINY.
CARLOS E. CORONA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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