CARISMA. SAGRADA ESCRITURA.


Nombre. La palabra járisma, muy rara en los textos profanos, se encuentra 17 veces en el N. T., de las que 16 aparecen en los textos de S. Pablo, y una en 1 Pet 4,10. Filón la emplea con el significado de don, regalo, liberalidad (cfr. F. Prat, La Théologie de Saint Paul, 1,151, nota 2). C. tiene la misma raíz que jaris, de aquí que en el N. T. signifique fundamentalmente «don gratuito de Dios». Cuando se estudian los c. en la primitiva Iglesia deben distinguirse dos categorías: los c. de índole general que se confunden con la jaris como efecto de la benevolencia de Dios (Rom 1,11; 2,29; 1 Cor 7,7; 2 Cor 1,11), y los c. en sentido técnico y más particular para indicar las especiales manifestaciones del Espíritu Santo que caracterizan de modo específico el desarrollo de la comunidad cristiana (Rom 12,3-8; 1 Cor 12,4,9,28-30; Eph 4,7,13; 1 Tim 4,14; 2 Tim 1,16; 1 Pet 4,10-I1). Los escritores neotestamentarios, y sobre todo S. Pablo, tienen una visión muy democrática de los c.: todo cristiano posee alguno y en distinto grado de plenitud (Rom 12,6; 1 Pet 4,10).
      En sentido general los c. significan todos los dones que Dios nos concede en Cristo (Rom 11,29) en quien «nos ha hecho gratos en el Amado» (Eph 1,6; Rom 8,32). El hombre merecía condenación y muerte, pero Dios, mediante su járisma, le dio la justicia y la vida (Rom 5,15-17); el sueldo del pecado es la muerte, pero la vida eterna es don (c.) de Dios (Rom 6,23). El don, el c. fundamental es el Espíritu Santo (v.), a través del cual se derrama en el creyente el amor de Dios (Rom 5,5). Así el uso técnico de c. debe enmarcarse en esta presencia activa del Espíritu Santo que se manifiesta en una floración fecunda de dones. Los dones espirituales en la primitiva Iglesia, fecundada y sostenida por el Espíritu, atestiguan el cumplimiento de las promesas hechas al antiguo Israel sobre la venida del Espíritu en los tiempos mesiánicos (Is 11,2; Ez 36,26 ss.; Ioel 3,1 ss.; Act 2,16-17; 3,25-26; Gal 6,15-16; 1 Pet 2,9-10). El Espíritu se manifiesta de múltiples maneras: por la acción de los profetas (v.) y doctores (Act 11,27 ss.; 13,1 ss.; 15,32), por la predicación del evangelio (Act 6,8 ss.), mediante milagros y visiones (Act 6,8-8,5 ss.; 7,55; 2 Cor 12,1-4), mediante el don de lenguas (Act 4,31; 10,44 ss.; 1 Cor 14,18). Los signos maravillosos indican la presencia activa del Espíritu y que los hombres están viviendo en «los últimos tiempos». El Reino de Dios ha llegado. El kerigma o anuncio primitivo consiste en proclamar que, a través de la predicación, de la muerte y resurrección de Cristo, todo cuanto había sido preanunciado en la historia de Israel se está ahora realizando (Act 2,15-21; 3,21-24; 10,43). Los cristianos forman una familia creada por el Espíritu, a quien éste concede todos los dones y gracias necesarios para fortalecer y desarrollar su vida comunitaria (Act 2,33; Rom 5,8; 1 Cor 1,7-9; 2 Cor 3,17; Gal 5,22-23). De este modo el Espíritu es la garantía (2 Cor 1,22; 5,5; Eph 1,14). de la herencia futura, de la cual participan ya los cristianos (Heb 6,4; 1 Pet 4,14). El Reino de Dios, todavía en marcha hacia la consumación, se manifiesta «en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). El Espíritu está, pues, presente y activo en cualquier aspecto del movimiento cristiano. Como la comunidad cristiana crece y surgen nuevas necesidades, se hallan, a través de la providencia del Espíritu, nuevas capacidades para satisfacerlas. Por eso Pablo habla de diversidad de dones, diversidad de ministerios, diversidad de operaciones, como provenientes del mismo Espíritu, del mismo Señor, del mismo Dios, que es la fuente de la «vida en Cristo Jesús» (1 Cor 1,30). Mediante los c. se gobierna toda la Iglesia; pues eJ Espíritu da a unos poder y gracia para cumplir sus funciones; a otros poder y gracia para responder a su vocación y ser útiles a la comunidad (Eph 4,12).
      Naturaleza. Tal como aquí lo estudiamos, podemos definir el c. así: don permanente o transitorio del Espíritu Santo, que se concede para la edificación del Cuerpo de Cristo (v. CUERPO MÍSTICO) según las necesidades concretas de la comunidad cristiana y la capacidad de cada individuo. Los autores, ordinariamente, ponen como elemento necesario del c. su transitoriedad; sin embargo, creemos que los c., tal como se describen en S. Pablo, pueden ser permanentes o transitorios. La riqueza carismática se acentúa siempre que la Iglesia comienza una nueva época, en los momentos de crisis, de revisión de vida y de renovación. A lo largo del tiempo el signo de los c. cambia en función de las nuevas necesidades de la Iglesia. Según 1 Cor 12,12 ss.; Rom 12,4 ss.; Col 2,19; Eph 4,7, la diferenciación y adaptación de los miembros del Cuerpo de Cristo a las pluriformes funciones que deberán realizar es obra de los c. Estos c. tienen un denominador común que los distingue de los otros que hemos llamado c. en sentido amplio y general, y es que se conceden primordial y fundamentalmente en beneficio de la comunidad y no para el progreso espiritual del carismático (1 Cor 12,7-10).
      Valor y autenticidad de los carismas. En 1 Thes 5,19-21 se marca el camino -a seguir con relación a formular un juicio exacto sobre los c.: «No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías, sino examinadlo todo y quedaos con lo bueno». Por una parte, debe responderse a la actividad del Espíritu; por otra, sin embargo, debe verificarse la autenticidad de esa misma actividad. Esta verificación es indispensable de todo punto para la vida de la Iglesia (1 Cor 14,10). ¿Qué normas o principios sirven de pauta para valorar los c.? S. Pablo aduce la comparación del cuerpo humano (1 Cor 12,12-26) con su orgánica unidad, diversidad de funciones, interdependencia de los miembros, para ilustrar cómo los c. son también diversos en la función, interdependientes, con la misión específica de contribuir a la unidad, solidaridad y crecimiento vigoroso de la fraternidad cristiana. Todos los c., pues, se ordenan al bien de la comunidad cristiana y tienen valor en cuanto cumplen esta finalidad. La piedra de toque del c. es la medida en que contribuye a la fe y conocimiento, a' la paz y al orden de la Iglesia en conformidad con los planes divinos que ha llamado a los cristianos para ser «buenos administradores de la multiforme gracia dé Dios» (1 Cor 14,26-38; 1 Pet 4,10). Puesto que todos los dones deben estar al servicio de la comunidad cristiana, ¿cuál es el principio que los coordina y aglutina a todos? S. Pablo descubre un camino superior (1 Cor 12,31-13,1): la caridad (v.), que es el mayor de los dones espirituales. La caridad coordina todos los c. en cuanto que engendra respeto hacia los dones de los otros y así se establece el orden y la paz en el organismo cristiano (Gal 5,22; Eph 5,9).
      Institución y carismas. Si entendemos la palabra c. en sentido amplio, como toda actuación del Espíritu, se aplica tanto a realidades institucionales (el apostolado, el episcopado, etc.), como a realidades suscitadas inopinadamente. Si se entiende aplicada sólo a este último caso (como suele hacerse ordinariamente) entonces hay que decir que hay entre institución y c. una íntima unidad. La intervención de S. Pablo con motivo de los carismáticos de Corinto indica que éstos están sometidos a la autoridad eclesiástica, porque el apostolado constituye el primero de los c. Los mismos apóstoles nombran delegados suyos, a quienes, mediante la imposición de manos (1 Tim 4,14; 2 Tim 1,6), transmiten un c. de gobierno que les da derecho a ordenar y enseñar (1 Tim 4,11) y que todos deben acatar (1 Tim 4,12). Entre c. y autoridad no puede haber oposición, porque todos tienen el mismo origen e intentan la misma finalidad: proceden de un solo Espíritu y se ordenan al bien del todo (1 Cor 12,7.11). Cualquier brote con apariencia de c. que no encierre estas dos notas, no será verdadero.
     
      V. t.: ESPÍRITU SANTO III y IV; BIBLIA III; APOSTOLADO I.
     

BIBL.: H. LECLERCQ, Charismes, en DACL 111,579-598; A. LEMONNYER, Charismes, en DB (Suppl.) 1,1233-1243; B. MARECHAux, Les charismes du Saint-Espril, París 1921; F. GRAU, Der ntl. Begriff Charisma, seine Geschichte und seine Theologie, Tubinga 1946; M.' VILLER, Charisme, en DSAM II,503-517; M. A. SCHMIDT, Geist und Geitesgaben im N. T., en RGG 11,12721279; K. RAHNER, Charisma, en LTK 11,1025-1030; E. ANDREWS, Spirituals gifts, en The Interpreter's Dictionary of the Bible, IV, Nueva York 1952, 435-437; R. ROCH, Carisma, en J. B. BAUER, Diccionario de Teología Bíblica, Barcelona 1967,' 165-171; H. HAAG-S. DE AuSEJO, Carismas, en Diccionario de la Biblia, 4 ed. Barcelona 1967, 281-282; F. PRAT, La Théologie de Saint Paul, I, 7 ed. París 1923, 150-152; 498-502; L. CERFAUx, La Théologie de 1'Église suivant S. Paul, 2 ed. París 1948, 154-155; 172-173; J. BONSIRVEN, L'Évangile de Paul, París 1948, 252-255; íD, Teología del Nuevo Testamento, Barcelona 1961, 461; M. MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, Madrid 1963, 434-439; H. SCHÜRRMAN, Los dones espirituales de la gracia, en G. BARAONA, La Iglesia del Vaticano II, Barcelona 1966, 579-602; L. 1. SUENENS, Dimensión carismática de la Iglesia, en VARIOS, Discursos Conciliares, Madrid 1964, 36-37.

 

CARLOS DE VILLAPÁDIERNA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991