Así llamado porque, en efecto, se compuso para ser cantado por juglares
(v. MESTER DE JUGLARÍA), es la obra más antigua que se conserva de la
literatura en lengua castellana. Ramón Menéndez Pidal sitúa la fecha de su
composición en 1140, año aceptado hoy universalmente como el más probable
de entre todos los que se han propuesto. Es, además, la única muestra de
gran extensión y casi completa que se conserva en España del género épico
juglaresco, de inspiración popular. En la única copia manuscrita que se
conserva consta de 3.731 versos, aunque su extensión fue algo mayor, pues
se han perdido tres hojas de dicho manuscrito, una de ellas la primera. La
copia conservada data de 1307 y fue hecha por Pedro Abad, o Per Abbat,
personaje del que no se tienen otras noticias ciertas. Algunos
investigadores han aventurado la opinión de que se trataba realmente del
autor de tal obra; hoy esta opinión es inaceptable y a Pedro Abad sólo se
le puede considerar como uno de los copistas del primitivo Cantar
compuesto más de 150 años antes.
Nada se sabe sobre el autor de esta obra. Menéndez Pidal se inclina
a creer que se trata de un juglar que vivía en la región de Medinaceli
(Soria) por el conocimiento que de la misma demuestra, al describir el
itinerario que sigue el C. en sus andanzas. Últimamente parece abrirse
paso la idea, también sugerida por Menéndez Pidal, de que el Cantar que ha
llegado hasta nosotros sea en realidad obra de dos autores, de los cuales
el segundo (hacia 1140) refundiría, ampliándolo, el trabajo del primero.
No puede tampoco descartarse la opinión de que al menos uno de los autores
fuese un clérigo, es decir, un hombre perfectamente familiarizado con la
tradición cultural de su época, tanto en el aspecto poético como en el
religioso.
1. Argumento. El Cantar que ha llegado hasta nosotros narra una
parte de la vida y hazañas del histórico C. Campeador, noble guerrero
castellano oriundo de la villa de Vivar, al N de Burgos, cuyos hechos de
armas lo hicieron famoso durante los reinados de Sancho II de Castilla y
de su hermano Alfonso VI de Castilla y León. A la edad' de 56 años
aproXImadamente (1099) m. en Valencia, ciudad que había conquistado en
1094. Sus restos fueron trasladados tres años más tarde al monasterio de
S. Pedro de Cardeña, donde su tumba fue objeto de popular veneración
durante sucesivas generaciones, y donde la memoria de su vida y hazañas
llegó a adquirir caracteres de verdadero culto de santidad. La obra, en su
totalidad, se divide en tres partes, conocidas hoy con los nombres de
Cantar del destierro, Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes.
2. Cantar del destierro. Acusado el C. de haberse quedado con parte
de las parias o tributos que los reyezuelos moros de Andalucía pagaban a
Alfonso VI, éste lo destierra, dándole nueve días de plazo para salir del
reino. Los primeros versos del manuscrito de Per Abbat pintan de manera
magistral el profundo dolor del héroe al abandonar su hogar y sus tierras
de Vivar:
De los sus ojos tan fuertemientre llorando, tornaba la cabeza y
estábalos mirando.
Vio puertas abiertas y puertas sin candados, perchas vacías sin
pieles y sin mantos y sin halcones y sin azores mudados. (Versos 1-5).
Nuevos rigores le aguardan en Burgos, camino del destierro. Los burgaleses
no pueden darle albergue en su ciudad porque han recibido órdenes
severísimas del rey. Sólo Martín Antolínez se arriesga a proveerle de lo
más necesario. Tal es el desamparo del héroe que ha de valerse de un
engaño para procurarse el dinero que le hace falta. Manda llenar de arena
dos arcas y cubrirlas de lujosas pieles y clavos dorados. Martín Antolínez
es el encargado de convencer a los judíos Raquel y Vidas para que concedan
un préstamo al C. con la garantía del gran tesoro, que según les explica,
contienen las arcas, y haciéndoles prometer que no las abrirán hasta
pasado un año. Conseguido el préstamo de 600 marcos, cabalga hacia S.
Pedro de Cardeña para despedirse de su mujer, Da Jimena, y de sus hijas,
niñas todavía. El doloroso desgarre interior de esta despedida lo expresa
el juglar por medio de una de sus imágenes poéticas mejor conseguidas:
«Así se parten los unos de los otros, como la uña de la carne» (375).
El tiempo apremia, los nueve días de plazo están tocando a su fin y
al Campeador le queda poco tiempo para cruzar la frontera de Castilla.
Esta urgencia es uno de los elementos poéticos que más destaca a lo largo
de toda esta primera parte. Ya en tierra de moros, comienzan las
conquistas. Primero Castejón, luego Alcocer, donde es a su vez sitiado por
los moros de Valencia. Éstos le cortan el agua y pronto comienza también a
escasear el alimento entre los sitiados. Los de Mío Cid se impacientan por
salir a batalla. Pero «el que en buen hora nació, firme se lo vedaba»
(663). Al cabo de tres semanas reúne el C. a sus caballeros y les pide
parecer. Le responde Minaya Alvar Fáñez, su lugarteniente, «un caballero
de prestar»: «De Castilla la gentil salidos somos acá, / si con moros non
lidiáramos, no nos darán del pan» (672-673). Se aprueba el sentir de
Minaya. Al juglar no sólo le interesa desplegar ante sus oyentes el arrojo
y la valentía del héroe, sino, además, mostrar su serenidad de ánimo ante
el peligro, el dominio de sí mismo. En efecto, tal serenidad y dominio
adquieren un realce poético especial al contrastar precisamente con la
impaciencia belicosa de los demás castellanos. Después de derrotar a los
sitiadores, envía a Minaya con el primer presente para el rey Alfonso: 30
caballos enjaezados. El rey los acepta, pero no accede a la petición de
gracia que Minaya le hace: «Mucho es temprano, responde el rey, de un
desterrado, que de señor non ha gracia, / para acogerlo al cabo de unas
semanas» (881-883). Entre tanto, el C. continúa sus victoriosas campañas
hasta conseguir que Zaragoza le pague tributo. Lucha también con el conde
de Barcelona, a quien generosamente pone en libertad al cabo de tres días.
3. Cantar de las bodas. Tres hechos fundamentales se narran en esta
segunda parte: la conquista de Valencia, la reconciliación con el rey
Alfonso y las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión. En la
conquista de Valencia adquiere especial relieve la manera en que el juglar
nos pinta, con profundo sentimiento de humanidad, el dolor de los moros
sitiados en la gran ciudad:
De ninguna parte que sea no les venía pan; ni el padre encuentra
consejo para el hijo, ni el hijo [para el padre, ni el amigo con el amigo
se puede consolar.
Mala cuita es, señores, haber mengua de pan, a los hijos y mujeres
verlos morir de hambre. (1175-1179) Vemos aquí la gran distancia
psicológica y ambiental que separa al juglar castellano de otros juglares
de gesta europeos, p. ej., el francés de la Canción de Roldán, para quien
los moros son siempre los «pérfidos sarracenos», los «traidores
engañosos», los «truhanes», etc.
Después de conquistar Valencia, envía de nuevo a Minaya con un
presente para el rey, ahora son 100 caballos, y a rogarle que deje a
Jimena y a sus hijas ir a vivir a Valencia, ciudad de la que entre tanto,
ha nombrado obispo al clérigo D. Jerome, a quien vemos en seguida luchando
como un guerrero más en la vanguardia de los castellanos. Llegan a
Valencia Da Jimena y sus hijas, que en el Cantar reciben los nombres de Da
Elvira y Da Sol. Buen padre y esposo, las recibe alborozado y, subiéndolas
a lo más alto del alcázar, les muestra orgulloso la ciudad y su huerta, en
un día esplendoroso de comienzos de primavera. Entre tanto, Ytisuf de
Marruecos quiere recobrar Valencia, pero el C. lo derrota y, una vez más,
envía regalos del botín al rey Alfonso, esta vez 200 caballos enjaezados.
Estos regalos despiertan la codicia de los infantes de Carrión, que
quieren casarse con las hijas del C. El rey accede a este casamiento y así
se lo propone a Minaya. Éste, de vuelta en Valencia, comunica tal asunto a
su señor. Al Campeador no le agrada el casamiento, pero lo acepta porque
lo propone el rey Alfonso. A orillas del Tajo se celebran las vistas y la
reconciliación del vasallo con su rey. Cuando el C. ve aparecer a éste, se
apea del caballo y acercándosele se echa a tierra y arranca la hierba con
los dientes en señal de humildad, mientras llora de alegría.
Después de la reconciliación y del retorno a Valencia, se celebran
las bodas con gran solemnidad; 15 días duran las fiestas nupciales, al
final de los cuales se despiden del C. los numerosos invitados que han
asistido a ellas.
4. Cantar de la afrenta de Corpes. Gira todo este Cantar en torno al
afrentoso y cruel trato que infligen a sus esposas los infantes de Carrión
en el robledal de Corpes, lejos de Valencia. Comienza esta tercera parte
con el llamado episodio del león. Estando el C. en su palacio de Valencia,
durmiendo sobre un escaño, especie de trono o gran sillón, aparece de
pronto en la sala un león que, según el poeta, se ha escapado de la red.
Todo el episodio tiene un aire novelesco y extraño, pues jamás ha
mencionado el juglar que el C. tuviese un león. Ante esta presencia súbita
de la fiera, cunde la alarma entre todos los que rodean al C. Pero
mientras los fieles vasallos de éste rodean a su señor dormido y se
aprestan a defenderlo, los infantes de Carrión, presa del pánico, huyen,
refugiándose uno de ellos, Fernando, debajo del asiento del Campeador y
saliendo el otro, Diego, de la estancia para refugiarse detrás de una viga
lagar. Despierta por fin el héroe y acercándose majestuosamente a la fiera
la toma del cuello y la conduce de nuevo a la red. El juglar aclara que el
león al verlo, «envergonzó» y bajó la cabeza sumiso. Llama a sus yernos el
C. y al fin acuden éstos aún pálidos de miedo. El C. tiene que cortar en
seco las burlas y risas de sus vasallos a costa de los dos infantes.
Poco después Diego y Fernando piden permiso para marcharse de
Valencia y volver a Carrión con sus mujeres. Emprenden la partida y al
entrar en tierras castellanas, en el robledal de Corpes, se apartan de su
comitiva con las mujeres y, desnudándolas, las apalean y las deján allí
abandonadas. La razón que dan los infantes es la siguiente: «nos
vengaremos en esto por lo del león» (2719). Al saber el C. el agravio
manda a Alvar Fáñez Minaya a recoger a sus hijas y a Muño Gustioz a pedir
justicia al rey. Éste convoca Cortes en Toledo. Acuden los de Carrión
confiados en el bando de sus parientes, a la cabeza de los cuales se
encuentra el conde Garci Ordóñez. El C. pide primero a los infantes las
dos espadas, Colada y Tizona, que él les había entregado, a lo cual
acceden ellos inmediatamente con la esperanza de que el ofendido se dé por
satisfecho con aquello. Pero una vez conseguidas las espadas, pide la
devolución de la dote de sus hijas. Protestan los de Carrión, pero el rey
estima justa la demanda y han de acceder igualmente. Conseguido todo esto,
el C. los reta entonces para reparar su honor. Estando en esto, llegan dos
mensajeros a pedir ambas doncellas en esponsales para los infantes de
Navarra y de Aragón, donde serán reinas.
Se lleva a cabo el desafío, tres semanas después, en la vega de
Carrión, pues los infantes necesitan tiempo para reponerse de armas y
caballos. El C. no se digna pelear en persona con tales enemigos y encarga
del caso a tres de sus caballeros, regresando él a Valencia. Pedro
Vermúdez vence al infante Fernando; Martín Antolínez, a Diego; y Muño
Gustioz, a Asur González, otro hermano de los infanteS. Vuelven a Valencia
los caballeros vencedores con gran honra, en tanto que, aclara el juglar:
«Grande es el deshonor de infantes de Carrión. / Quien buena dueña
escarnece y la deja después, / tal le acontezca o siquiera peor».
(3705-3707). Gran alegría en Valencia con las nuevas bodas de Da Elvira y
Da Sol. El juglar termina el Cantar de la siguiente manera:
Éstas son las nuevas de Mío Cid el Campeador; en este lugar se acaba
esta razón.
5. Valor histórico del Cantar. Mucho se ha discutido sobre la
historicidad de esta gran epopeya. Como en casi todo lo que se relaciona
con tal personaje, los estudios de Menéndez Pidal son en este punto
imprescindibles: «El Cantar concuerda en hechos fundamentales, dice el
erudito historiador, con la historia averiguada del Cid; la enemistad del
Cid con el conde García Ordóñez...;el destierro del Cid; la prisión del
Conde de Barcelona; las campañas en tierras de Zaragoza, en las montañas
de Morella y en las playas de Valencia; la conquista de esta ciudad y el
ataque rechazado de Yúsuf de Marruecos; el episcopado de don jerónimo en
Valencia; el casamiento de una de las hijas del Cid con un infante de
Navarra. Hasta en menudos pormenores coincide el Poema con los datos
históricos... Pero no sólo el héroe, sino casi todos los personajes
nombrados en el Cantar son rigurosamente históricos y fueron coetáneos del
Cid». Y más adelante: «la geografía del Poema tiene todavía mayor carácter
de exactitud. No hay en ella ningún lugar fabuloso, como los que abundan
en las chansons francesas». (Poema de Mío Cid, Madrid 1960, 15, 16 y 23).
No todo lo que hay en el Cantar es rigurosamente histórico (v. i),
pero si lo comparamos con cualquier poema épico conocido, su historicidad
resulta francamente abrumadora y, como ha dicho Américo Castro,
«desconcertante». Desconcertante porque en ella se combinan y armonizan,
sometidos a una misma tensión poética, a una misma inspiración artística,
los elementos míticos propios de lo épico y la realidad cotidiana,
entrañable y palpable de los pueblos y lugares castellanos del s. XII. En
el fondo, esa historicidad que nos desconcierta, al igual que las exactas
referencias toponímicas, son algo que, fundido en el crisol poético del
juglar, constituye una de las características estéticas más acusadas de
esta gran obra literaria. Pese a toda su historicidad, el Cantar de Mío
Cid, utilizado como fuente histórica por las crónicas medievales, no es
una crónica. Es decir, el espíritu y la intención que lo animan no son los
de una crónica. Basándose en esto, otro gran hispanista, Leo Spitzer, pudo
afirmar que «es obra más bien de arte y de ficción que de autenticidad
histórica». (Sobre el carácter histórico del «Cantar de Mío Cid», en
«Nueva Rev. de Filología Hispánica», 1948, 106).
6. Valor poético. Por encima de cualquier otro mérito artístico, se
destaca de otros cantares de gesta por el profundo sentido humano con que
están concebidos sus personajes y sus episodios. El C. del poema es un
héroe extraordinario y ejemplar, pero su heroísmo no es el fantástico, de
pura fábula, que encontramos tanto en la épica francesa como en la
germana. «El Cid, ha dicho Edmund de Chasca, es plenamente épico, sin
rebasar el nivel de lo posible; simplemente por superlativas excelencias
humanas». (Estructura y forma en el «Poema de Mío Cid», lowa City-México
1955, 109). Esta profunda humanidad del Cantar se manifiesta asimismo en
la habilidad y agudeza psicológicas con que el juglar es capaz de
describir, de un solo trazo, sobriamente, los movimientos anímicos, las
más recónditas intenciones de sus personajes. De él ha podido decir Dámaso
Alonso: «lo que se nos da aquí como siempre en nuestra literatura, lo que
se nos da directamente -no por descripción- es el alma humana y no las
cosas». (Ensayos sobre poesía española, Madrid 1944, 83). «En lejanía
remota, dice Américo Castro, el Mío Cid deja vislumbrar la novela moderna,
la de Cervantes, como el Roland parece anunciar el libro de caballerías».
(Poesía y realidad en el Poema del Cid», «Tierra Firme» 1, 1955, 22).
Opinión compartida por el gran hispanista G. T. Northup, quien afirma:
«Ninguna otra epopeya cuenta con personajes cuyo carácter esté tan bien
desarrollado... El Poema del Cid no es una epopeya sino la primera novela
española» (Poem of the Cid viewed as a novel, «Philological Quarterly» XXI,
1942, 17).
BIBL.: La mejor edición del
Cantar es la de R. MENÉNDEZ PIDAL, Cantar de Mio Cid, texto gramática y
vocabulario, Madrid 1908. V. asimismo las adiciones a esta primera edición
crítica en Obras Completas de R. Menéndez Pidal, III, IV y V, Madrid
1944-46. Entre las transcripciones modernas cabe citar la de A. REYES, en
prosa, vol. 5, col. Austral; la de P. SALINAS, Madrid 1924 y Buenos Aires
1943; la de L. GUARNER con pról. de D. ALONSO, col. Crisol, Madrid 1958, y
la de F. LÓPEZ ESTRADA con una bien estudiada introducción, Madrid 1965.
Otras obras de consulta: S. GILMAN, Tiempo y formas temporales en el
«Poema de Mio Cid», Madrid 1961; E. DE CHASCA, El arte juglaresco en el
«Cantar de Mio Cid», Madrid 1967; C. BANDERA GóMEz, El Poema de Mio Cid:
poesía, historia, mito, Madrid 1969.
C. BANDERA GÓMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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