CANO, ALONSO


Vida. Artista español, de plurales técnicas (pintor, escultor y arquitecto) del s. XVII. Hijo del ensamblador Miguel Cano y de María de Almansa, n. en Granada, siendo bautizado en la parroquia de S. Ildefonso el 19 mar. 1601. La familia (matrimonio, cuatro hijos y dos hijas) se trasladó en 1614 a Sevilla, donde Alonso trabó amistad con Diego Velázquez, sobre todo a partir del 17 ag. 1616 en que ingresó como aprendiz en el taller de Francisco Pacheco. Su primera pintura fechada (1624), un S. Francisco de Borja, ahora en el Mus. de Sevilla, presenta bondad suficiente como para justificar dos años después su ingreso en el gremio de pintores. El 26 en. 1625 casó con la viuda María de Figueroa, pero ésta m. en 1627. Abundancia de documentos acreditan la actividad profesional de C. (sobre todo, colaboración en la factura de retablos) hasta 1638, pero de todas esas noticias hay que destacar dos, importantes: la fechada el 29 mayo 1630, en que C. solicitó que Zurbarán sufra su correspondiente examen de aptitud para ejercer la pintura en Sevilla, y la de 31 jul. 1631, en que nuestro artista contrajo nuevo matrimonio con María Magdalena de Uceda Pinto de León, muchacha de 12 años de edad, sobrina del pintor Juan de Uceda Castroverde. Por lo demás, es constante la relación de C. con no pocos de sus colegas, con motivos tan varios como (en 1636) la venta de un esclavo negro al pintor Pablo Legote. Paula de Sevilla. Arguyen en el gran escultor una nueva riqueza de dicción y de movimientos que pronto darán lugar a la corta y preciosa producción de la etapa madrileña, la visible en el encantador Niño Jesús con la Cruz a cuestas (S. Fermín de los Navarros, Madrid); en el tan clásico Crucifijo de Lecaroz (Navarra) y la paternidad probable del s. Juan Bautista Niño, del palacio arzobispal de Granada.
      A lo hecho en esta ciudad pasamos seguidamente. Y es, con toda seguridad. Lo más valioso de la obra escultórica de C. Se trata de la maravillosa lnmaculadita tallada (1652-56) para remate del facistol del coro de la catedral; pero, lograda tan extremadamente bonita y grácil, no se puso allí, sino en la sacristía, para mejor deleite visual. En su lugar, hizo C. una tierna y sentidísima Virgen de Belén, también pieza de antología. De 1656, las cuatro grandes tallas del convento del Angel Custodio (S. José, S. Antonio de Padua, s. Pedro de Alcántara y S. Diego de Alcalá), desbastadas por Mena, y que impresionan por su tamaño colosal. Más canesca y deliciosa, la estatua en mármol, para el mismo templo, del Angel Custodio, admirable de ritmo y de sentimiento.
      Por fin, en la última etapa de su labor escultórica, destacan de entre las abundantes cabezas, la de s. Juan de Dios, en el Mus. de Granada y, de entre los bustos, los de Ecce Horno, y los de s. Pablo y Adán y Eva, éstos colosales, en la catedral. Puede asegurarse que tal pareja de prototipos humanos es lo más perfecto de lo tallado por C., que en sus postrimerías vitales quiso dejar constancia del canon de selección masculina y femenina. La Eva, particularmente, asombra por su inverosímil belleza, aplicable a la moda de no importa qué tiempo o siglo. Quedan sin citar, forzosamente, otras muchas esculturas el artista granadino.
      Faceta pictórica. Será normal que hallemos una evolución semejante a la acabada de apuntar en cuanto a escultura, si procedemos a una revisión, parecidamente breve, de la trayectoria pictórica de C. También el sevillalismo será patente al principio, con piezas como el S. Juan Evangelista de ca. 1625 (Barcelona, Col. Castell), que tiene un no se sabe qué del Velázquez joven. Ya se mencionó el S. Francisco de Borja, de la misma fecha, y ha de suponerse que ésta corresponda asimisino al sobrio retrato de eclesiástico, en la Hispanic Society, de Nueva York. Se han perdido las escenas de la vida de S. Teresa, de 1628, pintadas para las carmelitas de S. Alberto, de Sevilla, pero, aparte obras como Jesús atado a la columna, del tabernáculo de la iglesia de La Campana (1631-32), se conservan las Animas del Purgatorio, de 1636 (Mus. de Sevilla), antes en la capilla de Montesión, y la superiorísima Visión de Jerusalén por S. Juan Evangelista, un tiempo en el retablo del titular en S. Paula, ahora en la Col. Wallace, de Londres, y una de las más inolvidables obras de C., riquísima de color. De parecida fecha son los dos lunetos alusivos a S. Rafael, en colección particular de Jaén, y verosímilmente, esto es, ca. 1635-37, aquella gallarda y bien plantada S. Inés, aniquilada por el fuego en Berlín en 1945. Todavía son de la etapa sevillana: Camino del Calvario, excelentísima pintura hoy en el Mus. de Worcester, seguramente procedente de S. Alberto, de Sevilla; Ecce Horno, que se conserva, en regular condición, en la iglesia de S. Ginés, de Madrid; y la Virgen y Niño, de la catedral de Sevilla. Hasta aquí lo hispalense.
      Lo madrileño comienza con obras un tanto desconcertantes, como el S. Antonio de Padua y el Niño (S. Francisco el Grande, Madrid) o los hinchados y casi caricaturescos retratos de reyes medievales, hoy en el Mus. del Prado. Pero no tardan en llegar encargos más afines al artista, p. ej., en 1645, los retablos para la iglesia de la Magdalena, de Getafe, con un total de 12 lienzos grandes, de los que merecen especial mención los que refieren La Anunciación y La Circuncisión, de un barroco muy atemperado. Por desgracia desaparecida la ejemplar Inmaculada de la iglesia de s. Isidro, se suceden otras obras maestras: El milagro del pozo, con alguno de los más adorables y sencillos rostros femeninos que tanto prodigara el artista (Mus. del Prado); S. Domingo en Soriano (Madrid, Col. Gómez Moreno), obra de perfecta composición; dos suaves versiones, ambas en el Mus. del Prado, de Cristo sostenido por un ángel; el Noli me tangere del Mus. de Budapest, presenta un esquema triangular, muy afín al del mismo tema por Correggio (en el Prado), que C. debió conocer. Siguen las piezas magistrales, ya la cabeza de ellas el Descenso al limbo (Mus. de Los Angeles), cuadro de infinita originalidad sorprendente por el maravilloso desnudo, a la vez carnal y recatado, de la madre Eva, en ningún caso inferior al de la Venus del espejo de Velázquez. No era posible repetir este alarde, y no lo repitió en Los primeros trabajos de Adán y Eva (Glasgow, Col. Stirling-Maxwell). Pero el afán de fijar hermosuras femeninas de primera calidad se observa, mediante modelos diferentes, en la sorprendente lnmaculada del Mus. de Vitoria y en la Virgen de S. Antonio de Padua, en la Pinacoteca de Munich. Son de citar, todavía del periodo madrileño,. Cristo y la Samaritana (Madrid, Acad. de San Fernando) y varias versiones de Cristo en la Cruz, una de ellas en dicha academia.
      De nuevo, como en la revisión de las esculturas canescas, llegamos a Granada, donde el genio de C. parece sedimentarse, acaso con menos alardes de inquietud. De momento, las primeras obras de esta etapa, como la Virgen y Niño, de la Col. Plandiura, Barcelona, nos traen un prototipo femenino menos selecto. Pero estos niños son los que ven decorarse, por su mano, la imponente capilla mayor de la catedral granadina con una asombrosa serie de pinturas alusivas a la Vida de la Virgen, riquísimas de color, y entendemos que más renacentistas (del buen Renacimiento italiano) que barrocas, entre las cuales, con todo y hacerse difícil seleccionar una, el inútil premio pudiera recaer en La Visitación. Pero no sólo en su catedral se empleó C.; también en el Angel Custodio, para donde pintó una Sagrada Familia, que entendemos ser lo más barroco que salió de su mano; para el convento franciscano pintó mucho, y de lo subsistente es notable la doble efigie de S. Bernardino y S. Juan de Capistrano (Mus. de Granada). Solamente hay suposición, mas no certeza, de que La muerte de S. Francisco (Madrid, Acad. de San Fernando), con su sabio y extraño fondo de figuras a contraluz, fuera pintado en Granada. Sí lo serían las últimas obras fechables del maestro, a la cabeza de todas la espléndida Visión de S. Bernardo, una de las últimas y más felices adquisi- ciones del Mus. del Prado. Obras también tardías, las versiones de Virgen y Niño de la Diputación de Guadala- jara y de la curia eclesiástica de Granada, y la airosa lnmaculada de la catedral.
      Obras arquitectónicas. En fin, alguna referencia a la tercera dedicación plástica de C., la de arquitecto, dedicación de la que persisten menos testimonios documentales que estilísticos tocantes a la intervención de nuestro hombre en las trazas de las iglesias de la Magdalena y del convento del Angel. Por el contrario, es sabida la gestión de C., desde 1667, en la modelación de la fachada de la catedral, con que se completaba otra genialidad, la de Diego de Siloé. C. estatuye su poderío de tracista experimentado al ordenar la composición pétrea en tres profundos nichos verticales, casi diríamos funcionales, con el propósito de obtener la mayor grandiosidad y jerarquización de masas de la fachada. Con esta su prácticamente postrera obra maestra, C. acababa una vida de fabulosa potencia creadora, no ya tan sólo perceptible en lo que, a modo de antología, queda apuntado, sino en cantidad de preciosísimos dibujos previos de arquitectura, retablos, lámparas, esculturas, pinturas, etc., en los que siempre luce su primor conceptivo y realizador, dejado hasta en el más menudo de estos rasguños su ansia, total y perfectamente lograda, de crear belleza. y mucha belleza creó A. C.
     
     

BIBL.: M. GÓMEZ MORENO, Alonso Cano, escultor, «Archivo Español de Arte y Arqueología) II (1926) 177-214; M. E. GÓMEZ MORENO, El pleito de Alonso Cano con el cabildo de Granada, ib. XIII (1937) 207-233; M. MARTíNEZ CHUMILLAS, Alonso Cano, Madrid 1948; M. E. GÓMEZ MORENO, Alonso Cano. Estudio y catálogo de la exposición celebrada en Granada., Granada 1954; H. .E. WETHEY, El testamento de Alonso Cano, «Bol. de la Soc. Española de Excursiones» LVII (1953) 1-11; ÍD, Alonso Cano, painter, sculptor, architect, Princeton 1955; v ARIOS, Centenario de Alonso Cano en Granada, pról. I. M. PITA ANDRADE, I, Granada 1969.

 

J. A. GAYA NUÑO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991