BIENAVENTURANZAS
El Sermón de la Montaña de
Jesucristo, lo mismo en el evangelio de S. Mateo (5,312) que en el de S.
Lucas (6,2023), se inicia con la proclamación de una serie de b. Las dos
redacciones tienen algunas diferencias; tomaremos la de S. Mateo como
base de este artículo, por ser la más completa y la más universalmente
conocida.
Bienaventuranzas en general. El makarismós, vocablo griego que
significa felicitación o b., es una forma literaria espontánea, más o
menos usada en las literaturas de diversos pueblos. En la Biblia aparece
con relativa frecuencia; del A. T. se pueden recoger más de 50, de
ordinario en tono sapiencial, a veces matizado de humanismo, los
escritos apocalípticos también la usan bastante; el Apocalipsis de S.
Juan contiene siete (1,3; 14,13; 16,15; 19,9; 20,6; 22,7.14). La lectura
del Evangelio pone de manifiesto que esta forma literaria del macarismo
o b. era una de las características del estilo oral de Jesús. Además de
las clásicas del Sermón de la Montaña (Mt 5,312 y Le 6,2023), de las que
trataremos aquí, hay en los Evangelios otras diversas b.: a) Mt 1316 =
Le 10,23; Mt 11,6 = Le 7,23; Le 11,2728; Mt 16,17; lo 20,29 (idea
general: b. del que recibe dócilmente el mensaje de la Verdad); b) lo
13,17 (b. de seguir el ejemplo de Cristo); c) Le 14,14; Act 20,35 (b. de
la generosidad); d) Mt 24,46; Le 12,37.38.43 (b. de la vigilancia
escatológica).
El macarismo o b. tiene como punto de partida la espontánea
felicitación (afirmación de que es feliz), manifestada con cierto acento
exclamativo, a uno o unos determinados individuos, porque alguna
cualidad personal suya les ha sido causa u ocasión de algún bien. Cuando
esta espontaneidad del lenguaje social se eleva a forma literaria, sobre
todo en el género religiosomoral, tiende naturalmente a envolver en la
proclamación de la felicidad no sólo a los que tienen, sino también a
los que tengan análoga disponibilidad a recibirla. De la segunda persona
(«felices vosotros...») se irá desplazando hacia la tercera («felices
los que...»); es decir, se transforma en axioma sapiencial. Con ello
adquiere matiz de invitación u ofrecimiento; y, más que afirmación, es
promesa de felicidad. El siguiente esquema o tópico puede servir para el
análisis de cualquier b.:
(a) proclamación, u ofrecimiento-promesa, de felicidad; (b)
determinación de la(s) persona(s) sobre quien(es) recae la felicidad,
connotando la cualidad que le(s) hace, o que le(s) debe hacer, digna(s)
de ella; (c) indicación de la causa objetiva que es, o será, causa o
esencia de su felicidad.
Un ejemplo concreto permitirá añadir algunos matices,
indispensables siempre que se trate de macarismos neotestamentarios:
«Bienaventurados los pobres porque es vuestro el Reino de Dios» (Le
6,20). En esta b., las (b) personas pueden ser los discípulos presentes que «son» pobres, o
todos los que «son» pobres como ellos; en este caso se proclama su
felicidad. O pueden ser todos los que, en cualquier tiempo, «sean»
pobres como ellos; en este otro caso, la felicidad se ofrece y promete
(y la redacción preferirá la tercera persona, como en Mt 5,3). La
cualidad que se connota en estas personas para ponerlas en contacto con
la b. es la pobreza. Pero téngase en cuenta que, en virtud de la
espiritualidad dominante del N. T., esta «cualidad del hombre» no debe
considerarse tanto como buena disposición autóctona suya cuanto como
aceptación consciente y dócil de una «gracia de Dios» (v.) que, al
recaer sobre él, lo ha fraguado así. La (c) causa objetiva de la
felicidad de los pobres es el «Reino de Dios» (v.), cuya posesión
significa para ellos, por lo que acabamos de decir, una recompensa, pero
también y, mucho más, un favor divino.
La (a) felicidad que proclaman o prometen los macarismos del N.
T., sobre todo los de Jesús, es esencial y exclusivamente religiosa (v.
FELICIDAD II). Su fuente escondida es cierta pregustación del universal
Reino escatológico en la comunión de presencia y vida con Jesús.
Pregustación misteriosa, que es ya realidad segura, pero que al mismo
tiempo está, de por sí, fuera y por encima de toda experiencia
psicológica de bienestar, gusto o placer. Más aún, no solamente coexiste
con, sino que está en el dolor. Las b. son, en efecto, ejemplo
arquetípico de aquella paradójica «integración en unidad trascendente de
antítesis contingentes» que es genio del cristianismo, lo mismo en su
dimensión psicológica y social que en la cósmica, y aun en su misma
irradiación estética.
Las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña (Mt 5,312). j .a
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de
los Cielos. La fuente de esta felicidad, superconceptual y
suprasensible, que se proclama y se promete a un tiempo, está en el
Reino de los Cielos o Reino de Dios (v.). Se carga el acento en su
futuro pleno goce escatológico, del final de los tiempos, pero
connotando su pregustación real y presente en el misterio de la vida
cristiana. Quienes tienen acceso a esta fuente de felicidad son los
pobres; «es de ellos», con énfasis en la afirmación. Por contexto (más
explícito en Le 6,20), los pobres son los discípulos (v.) inmediatos de
Jesús (Mt 5,12). La b. les felicita, porque en la pobreza han
descubierto el máximo tesóro (Mt 19,29 par.; 13,44); pero, al mismo
tiempo, condiciona su felicidad a mantenerse fieles en la gracia divina
de esta pobreza. Desde que se empezaron a recitar o leer estas palabras
en las comunidades cristianas, sus destinatarios, conforme a la mente
del Maestro, han sido todos los discípulos de Jesús.
La expresión los pobres no pertenece, en la Biblia, al,
vocabulario económico ni al sociológico, sino al religioso. Se refiere a
los Pobres de Yahwéh (v.), los Pobres de Israel. Ciertas palabras no
tienen en la vida de los pueblos la fría exactitud que les puede dar un
diccionario; a través de los siglos van adquiriendo una gama indefinida
de resonancias, que las envuelve en una atmósfera más sugerente que
significativa, y, en algunos casos, llega hasta transfigurar la idea que
expresan. Cuando, p. ej., en el lenguaje sacral cristiano decimos: «servus
servorum Dei» (siervo de los siervos de Dios), el concepto latinoromano
de servus (esclavo) no coincide del todo; el nuevo significado, no
obstante, no destruye el primitivo, antes lo sublima: es su
transfiguración. La palabra pobre en la Biblia tuvo ese destino. Su
punto de partida fue la dura realidad de la pobreza material o
indigencia económica como situación aflictiva Pero esta indigencia,
unida a la infravaloración social, se ilumina con el sentido de Dios;el
desamparo humano florece en confianza, y ésta se traduce en hábito de
oración suplicante. El sentido de pecador ayuda a hacerse humilde al
pobre y, por tanto, confiado; e igualmente el rico debe hacerse también
humilde y pobre.
Entre las palabras hebreas que significan pobre, la más
característica, y la que se refleja en el trasfondo semítico de esta
primera b., es `aní (plural `aniyyim), cuya raíz tendría como
significación original la dé «estar encorvado, humillado, abrumado»; de
la misma raíz, y muchas veces sinónimo, es `anaw (casi siempre en
plural: `anawim). Las desdichas de Israel y, sobre todo, el exilio lo
hundieron colectivamente en la situación aflictiva de los `aniyyim o `anawim
de Yahwéh. Los profetas procuraron educar el pueblo en las disposiciones
ascéticas que corresponden a este estado. La humilde esperanza hecha
confianza y súplica se fue polarizando en sentido mesiánico. El Mesías
(v.) vendría a salvar a los Pobres de Israel (Is 61,12); y él mismo
sería uno de ellos, el más afligido (Ps 21 [22] ).
El clima vital de esta primera b. fue la proclamación del
Evangelio. Jesús, en efecto, solía resumir el programa de su misión
citando el texto clásico de Isaías: «a evangelizar a los pobres (`anawim)
me ha enviado» Yahwéh (Is 61,1 ss.; cfr. Le 4,1621). Y para mostrar que
61 era el Mesías, dijo, refiriéndose al mismo texto: «Los pobres son
evangelizados» (Mt 11,45; Le 7,22). S. Mateo (no S. Lucas) añade a la
palabra pobres un matiz de interiorización: «en espíritu». Es una
expresión perfectamente semítica, que, al parecer, se encuentra también
una vez en los escritos de Qumran (1 QM 14,7) (v.). Sería lo mismo
decir: pobres de corazón (Mt 5,8; 11,29, etc.); o, con expresión
igualmente hebraizante: los que tienen espíritu de pobreza (ruah `anawah).
Este matiz no es una disimulada evasión del realismo de la pobreza,
antes al contrario, exige su autenticidad, señalándole como centro la
intimidad vital del ser, la infalsificable sinceridad del alma.
Recapitulando: la primera b. brotó en un clima específico de
profunda religiosidad. No es fórmula económica, sociológica ni
clasística. Los pobres del Evangelio son los `aniyyim`anawim de Isaías y
de toda la tradición proféticomesiánica. Los sencillos de alma piadosa,
humilde y paciente; connaturales al.menosprecio, a la aflicción, al
desamparo, en docilidad resignada hecha confianza en solo Dios;
profesionales, puede decirse, por tanto, de la oración suplicante y
segura. El concepto de pobre evangélico no se puede definir con
palabras: su comentario en carne viva son los santos. La b. no canoniza
el pauperismo (v.); educa el corazón, arte divino, previo y superior a
todo programa sociológico. En una colectividad donde todos empezasen por
practicar la primera b., sería «añadidura» al Reino de Dios para todos
un nivel de vida muy superior al que ha sido siempre sin la b., para la
inmensa mayoría. Al subrayar el carácter interior de esta primera b.,
que es, por decirlo así, su «alma», no se afirma ni insinúa que esta
«alma» pueda desarrollar su vitalidad sin estar unida a su carne y
sangre, que es la práctica de la pobreza efectiva. Sin ésta no habría
espíritu de pobreza, por faltarle su primordial condicionamiento de
sinceridad. Baste haber sugerido este difícil y complejo tema de
ascética, que requiere una más amplia explanación (v. POBREZA).
2.a Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la Tierra.
En muchos _ códices y ediciones del Evangelio esta b. (exclusiva de Mt)
ocupa el tercer lugar; no hay razones suficientes para decidir cuál es
la ordenación más primigenia. Las palabras de Jesús son casi una cita
del Salmo 36(37),11; y están en paralelismo sinónimo con la b. de los
pobres. En efecto, la palabra hebrea que corresponde a mansos es °anawim,
pobres en el sentido bíblicoreligioso, subrayando los coeficientes de
espiritualización. El texto griego, praels, cifra la indefinible
superconceptual fisonomía de la mansedumbre evangélica: la serena bondad
humilde de los «pobres de Dios», la que se manifiesta en benignidad
compasiva, ungida, modesta, abnegada, dócil; es la luz del rostro de los
santos, la de Cristo (cfr. Mt 11,29 y 21,5). Recibir en posesión (o
heredar) la Tierra (se entiende la Tierra Santa, la Tierra prometida)
fue ideal del Pueblo de Dios (v.) peregrino en el desierto, conforme a
la promesa de Dios a Abraham (Gen 15,7; 28,4). El ideal, que parecía a
veces terreno, es en realidad espiritual y mesiánico. En el Evangelio se
manifiesta que es objetivamente sinónimo de heredar el Reino de Dios.
3:a Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Esta b. (segunda en muchos códices y ediciones) en la redacción de Mt
refleja de nuevo el texto clásico del «Mesías de los pobres» (Is 61,13).
En Le (6,21b) tiene forma de felicitación directa a los discípulos; en
Mt principio general de ascética cristiana. El dolor (por metonimia, el
llanto) no es precisamente condición, precio o catarsis propedéutica al
gozo; el dolor conforme al Evangelio lleva la «felicidad» vitalmente en
su entraña, como en la sementera está la mies (v. DOLOR III y IV). La
única exégesis sincera de esta b. es la experiencia cristiana de la
cruz, y los exegetas son los santos (cfr. 2 Cor 1,35). La «consolación»
o paraclesis era un tema mesiánico muy conocido; entre otros nombres,
los rabinos daban al Mesías el de Menahem o Consolador (cfr. Le 2,25).
El pasivo en tercera persona sin sujeto de acción es un hebraísmo
religioso, frecuente en Mt, para evitar la mención explícita del nombre
de Dios; «serán consolados» equivale a Dios los consolará (Apc 21,4). El
futuro es escatológico (h.c 16,25), connotando su ya actual pregustación
en espíritu.
4.1, Bienaventurados los hambrientos y sedientos de justicia,
porque ellos serán saciados. En Le (6,21a) se proclama, sin más, la
«felicidad» de los que tienen hambre. El hambre es uno de los elementos
más aflictivos de la pobreza; para subrayar su angustia, se desdobla a
veces en el binomio: hambre y sed. Recuérdese la experiencia de Israel
en el desierto (v. DESIERTO II). Dicha experiencia sirvió, además, como
paradigma arquetípico de la transfiguración religiosa del hambre. Ante
todo, como ejercicio de confianza en solo Dios, con el máximo de
obediencia (cfr. Dt 8,16). Y luego, como sintonización del alma con el
hambre corporal, al coelevarla a deseo apasionado de otro Pan, que es la
PalabraVoluntad de Dios (Mt 4,24, a la luz de Dt 8,1 ss.). Es la
profunda pedagogía del ayuno (v.) bíblico cristiano. San Mateo, más
explícito, manifiesta en su redacción que la b. del hambreaflicción es,
sobre todo, la aspiración ardiente de justicia; el ideal de justicia es
ante todo vertical, es decir, viene de Dios, línea recta del íntegro
existir humano en paralelismo de amor y acción con la Voluntad del Padre
(v. JUSTICIA I); se acerca mucho, pues, a la idea usual y práctica de
santidad (v.). «Serán saciados»: alusión a la alegoría del Banquete
escatológico (Apc 19,9, etc.), connotando su ya actual íntima
pregustación.
5 .~, Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos serán
tratados con Misericordia. El pasivo impersonal se resuelve, como en la
tercera b., en: Dios tendrá Misericordia (divina, infinita,
escatológica) de aquellos que hayan tenido misericordia (humana,
temporal) de sus hermanos (v. MISERICORDIA). Ningún comentario mejor que
el juicio final (v.) según Mt 25,314.6; o, por contraste, la parábola
del servidor ingrato (Mt 18,2335).
6.a Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios. Esta b. parece inspirarse en el Salmo 23(24),3.4.6. La expresión
puros de corazón, como hebraísmo, puede significar los que tienen alma
sencilla, recta, sin doblez en su trato con Dios y con los hombres. Por
contexto general de Mt es antifarisaica (cfr. 23,2528); imperativo de
esa limpieza interior, sincera y espiritual, previa al acceso de
intimidad con Dios (v. PURIFICACIÓN II y ni). Ver es verbo de
experiencia personal; ver a Dios supone cierto contacto con Él:
litúrgico (en el Templo), místico y, en el más allá,, cara a cara en su
Gloria (V. LITURGIA; MÍSTICA II; CIELO).
7.a Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados
hijos de Dios. «Serán llamados», equivale a Dios los llamará. Es decir:
serán y son ya, por pregustación anticipada del máximo don escatológico.
La filiación divina (v.), en su pleno sentido neotestamentario, es la
máxima elevación posible de la persona humana en dimensión ontológica y
psicológica. «Los pacificadores»; a la letra: los que hacen paz, según
el riquísimo contenido cristiano de esta palabra (v. PAZ III; PAZ
INTERIOR); los artífices y apóstoles de la Paz. Esta b. y las dos
anteriores son exclusivas de Mt.
8.a Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Esta última b. és elevación a
principio temático de una exultante felicitación de Jesús a sus
apóstoles maldecidos y ultrajados «por Él» (Mt 5,11), «por el Hijo del
Hombre» (Le 6,22): por su fidelidad al ideal de la justicia (cfr. b.
4.a). El martirio (v.) como victimación por la verdad fue siempre gaje
del profetismo en la tierra (Mt 5,12; Le 6,23), y el apóstolprofeta
encuentra en él (no sólo «por él» o «con él») su gozo inefable.
La doble mención del Reino de Dios, en la primera y última b.,
«incluye» las b. según Mt en la irisación de los máximos valores de ese
Reino: liberación de los afligidos (3.a), juicio de misericordia para
los pecadores (5.a), Patria de los peregrinos (2.a), Templo (6.a) y
Familia (7.a) de Dios Padre en la intimidad de su Banquete escatológico
(4.. ). La suma de las cualidades que beatifican a los miembros del
Reino define el rostro del hombre cristiano, que es el rostro del
auténtico hombre desde que Dios se hizo Hombre en Cristo. Porque las b.
son autorretrato de Jesús, y «perfectus vitae christianae modus», canon
del cristiano perfecto en el Reino de Dios (S. Agustín, De Sermone
Domini in monte, lib. 1, 1,1: PL 34, 1229). V. t.: LEY VII, 4; FELICIDAD
II.
I. GOMÁ CIVIT.
BIBL.: S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, 12 q69 (ed. BAC, V, Madrid 1954, 512533, con comentarios); G. CHEVROT, Las Bienaventuranzas, 4 ed. Madrid 1959; F. ASENSIO, Las Bienaventuranzas, Bilbao 1958; S. BARTINA, Los macarismos del Nuevo Testamento, «Estudios Eclesiásticos» 34 (1960) 5788. Además de los Comentarios a los correspondientes pasajes de los evangelios de S. Mateo (v.) y S. Lucas (v.), véase la riquísima bibl. especializada de J. DUPONT, Les Béatitudes, 2 ed. BrujasLovaina 1958 (I, 347358): Cada año se publican libros y artículos sobre el tema, v. la lista completa en el Elenchus Bibliographicus de la rev. «Biblica» (completado por el de «Verbum Domini») en su sección correspondiente.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991