BIBLIA


VERSIONES DE LA BIBLIA. 9. VERSIONES MODERNAS A. VERSIONES ESPAÑOLAS DE LA BIBLIA. La historia de las versiones de la Biblia en España comprende una vasta literatura, perdida en buena parte, y cuyo estudio dista todavía mucho de haber alcanzado unos resultados satisfactorios. La tarea de traducir la B. a las lenguas habladas en España comienza ya a mediados del s. IX con la versión al árabe hecha por Juan Hispalense, arzobispo de Sevilla (cfr. J. M. Casciaro, Las glosas marginales árabes del Codex visigothicus legionensis de la Vulgata, «Scripta Theologica» 11, 2, 1970, 303339). Pero aquí nos vamos a referir solamente a las versiones realizadas en castellano, con algunas indicaciones también a la lengua catalana, y, finalmente, a la vascuence. En el presente art. prescindimos de los comentarios a la B. o a libros o partes de ella (v. VII), de los cuales existen notables y abundantes obras en la historia de la literatura española, especialmente de los s. XVI, XVII y XX.
      Versiones castellanas. Podemos distinguir cuatro periodos, diferenciados, de modo más o menos claro, por circunstancias culturales o eclesiásticas: 1) traducciones medievales; 2) versiones renacentistas y modernas hasta el decreto de la Inquisición de 1782; 3) desde el decreto de 1782 hasta 1944; 4) de 1944 a nuestros días.
      1) Versiones castellanas medievales. La primera versión completa de la B. al romance castellano parece ser la que se ha convenido en llamar Prealfonsina (J. Llamas, La versión bíblica castellana más antigua, primera sobre el texto original, «La Ciudad de Dios» 163, 1947, 547598). No se conserva íntegra, pero sí la mayor parte: los principales códices de esta versión son los I16 y 118 del Escorial, del s. xiii (ed. parcial crítica de A. Castro, A. Millares y A. J. Battistessa, Buenos Aires 1927, con el título de Biblia medieval romanceada). Puede decirse que era una excelente traducción por su fidelidad, hecha sobre los textos originales y sobre la Vulgata de modo mezclado.
      La segunda B. completa registrada fue la llamada Alfonsina, por haberse incluido en la Grande e General Estoria de Alfonso X el Sabio (v.): incluía todos los escritos de la B., unos íntegros, otros extractados. En el A. T. coincide relativamente con la Prealfonsma, aunque parece que es independiente, más ceñida al texto de la Vulgata. Algunos códices de la Alfonsina presentan armonizaciones con la Prealfonsina; ello demuestra la gran difusión y prestigio de ésta; así ocurre, p. ej., en el códice escurialense YI6 (de la Alfonsina): el copista corrigió la Alfonsina a la vista de la Prealfonsina.
      Se habla también entre los eruditos de un conjunto de cuatro versiones distintas, que por sus relaciones mutuas y las armonizaciones efectuadas por los copistas, que dificultan la nítida distinción de los textos, se ha convenido en llamar Postalfonsina. Los trabajos de traducción fueron realizados en el s. XIV, y en ellos tuvieron amplia participación judíos españoles, conversos y no conversos. Dentro de este conjunto cabe distinguir una versión hecha por judíos no conversos, que comprendía sólo los libros protocanónicos del A. T. (v. II A, 1); manuscritos representantes de ella son los escurialenses 115 y 1I;7. Distinta de ella es otra, también hecha por judíos no conversos y con el mismo contenido, representada en el ms. escurialense 113 que, sin embargo, parece copiado por judíos conversos; esta segunda versión parece ser la base de la posterior Biblia de Ferrara, impresa en esa ciudad en 1553 y de la que haremos mención después. Una tercera versión, dentro del grupo postalfonsino, es la designada por Biblia judoocristiana, del s. XIV también; hecha por judíos conversos, preferentemente a partir del texto hebreo; se reduce al A. T. y se conserva en el ms. escurialense 114 (cfr. J. Llamas, Biblias medievales romanceadas, Madrid 1950).
      Independientes del grupo postalfonsino existen varias B. notables, hechas en el s. XV. Una de ellas está conservada parcialmente en el ms. escur. JII19: debió ser también hecha por judíos y debía contener todo el A. T. Pero la más célebre de todas éstas es la conocida por Biblia de Alba: el ms. es propiedad de la Casa del Duque de Alba, que hizo una excelente edición facsímil en dos vols., Madrid 192022; contiene los protocanónicos del A. T. y fue hecha entre 1422 y 1433 por el rabino Mosé Arragel de Guadalajara, por encargo de Luis de Guzmán, Maestre de Calatrava; es trad. directa del hebreo, con abundantes glosas; Arragel tuvo en cuenta las versiones castellanas precedentes, pero tradujo con criterio propio y trabajo personal (G. M. Savany, Una joya bíblica española, La Biblia de la Casa de Alba, «Rev. Españ. de Estud. Bíbl.» 2, 1927, 139148).
      Por lo que se refiere al N. T., hacia 1450, el judío converso Martín de Lucena tradujo, directamente del griego, los cuatro Evangelios y las Epístolas de S. Pablo, por encargo del Marqués de Santillana; aunque el texto no se conserva hoy día, hay referencias de que debió ser una excelente traducción, probablemente la primera hecha en España directamente del griego. Entre las versiones bíblicas parciales, merece todavía mencionarse la versión directa de los Salmos hebreos hecha por Herman el Alemán, Obispo de Astorga (m. 1272).
      2) Versiones castellanas renacentistas y modernas hasta 1782.
      a) Católicas. La protección de la fe católica contra la proliferación de doctrinas menos rectas o heréticas, que utilizaban las versiones y comentarios de la B. como uno de los vehículos de propagación de falsas ideas, provocó una serie de medidas disciplinares del Magisterio eclesiástico en torno a los años del Conc. de Trento. Se exigían una serie de garantías doctrinales para el uso de versiones de la B. en lenguas vulgares: asegurar la fiel traducción de los textos sagrados, para evitar que, aprovechando la ocasión de la traducción y de sus comentarios, no se introdujesen doctrinas heréticas o peligrosas; para ello los trabajos debían hacerse bajo la vigilancia de los obispos; para la impresión se requería también la aprobación de la jerarquía eclesiástica, que no debería darse sin un minucioso examen de las traducciones y de sus notas. Teniendo en cuenta estas circunstancias, juntamente con el extendido conocimiento del latín en las personas cultas de todas las profesiones en la época renacentista, puede comprenderse cómo la publicación de versiones castellanas de la B. en aquellos tiempos no corresponde a lo que cabría esperarse en un principio del amplio desarrollo de los estudios bíblicos en la España renacentista y de su gran pujanza espiritual y cultural (una muestra de ello son las ingentes empresas de las políglotas de Alcalá y de Amberes, v. BIBLIAS POLÍGLOTAS, en VI, 8, A y B). También hay que añadir la situación provocada por los «judaizantes» y otros grupos religiosos: tales circunstancias justifican sobradamente las medidas pastorales de protección de la fe católica adoptadas por la Iglesia y la Corona españolas y que repercutieron en un aumento de las garantías exigibles en las versiones bíblicas en romance (cfr. M. Revilla, La controversia..., y J. Enciso, Prohibiciones españolas..., o. c. en bibl.).
      Todas estas circunstancias explican que, de hecho, durante los s. XVI-XVIII, el uso de la Vulgata latina en España sustituyera en gran medida al empleo de las versiones en lengua española, y aunque se hicieron relativamente bastantes y de notable valor, buena parte de ellas no se editaran en la Península sino en fechas muy posteriores a su realización, o bien se editaran fuera de España, o no lograran su publicación. La crítica moderna ha editado en las últimas décadas, de modo erudito, algunas de aquellas versiones, o ha recensionado sus características.
      De principios del s. XVI son las dos notables versiones hechas por Ambrosio de Montesinos, respectivamente de Evangelios y Epístolas para todo el año (Madrid 1512 y 1601) y Epístolas, Evangelios, Lecciones y Profechas (Amberes 1544 y 1608); ambas versiones tendían a facilitar la lectura en español de los textos bíblicos del Misal, aunque la segunda rebasando las lecturas litúrgicas.
      Juan de Robles (m. 1572) hizo una trad. bíblica castellana, que, sin embargo, sólo llegó a publicarse en 1902 por el P. Llaneza. Inéditas permanecieron también las traducciones de los Evangelios, de autor anónimo fechada en 1530, y de Mateo y Lucas del P. Sigüenza.
      El Salterio fue objeto de muchas y notables traducciones durante el s. XVI, que corrieron diversa suerte. Así, se conoce la 2a ed. de Medina 1545, prohibida después por la Inquisición. La de Juan de Soto esperó unos años, hasta 1615; no tanto, sin embargo, como la de Fray Luis de Granada, no editada hasta 1801. A lo largo del s. XVII vieron la luz pública, entre otras, la versión de Antonio de Cáceres y Sotomayor, obispo de Astorga (Lisboa 1615), y la de José de Valdivielso (Madrid 1623). Fernando de Jarava hizo tres distintas: El Salterio (Amberes 1543, 1546 y 1556), Lecciones y Salmos del oficio de difuntos (Amberes 1540 y 1550) y Salmos penitenciales, Cantar de los Cantares y Lamentaciones (Amberes 1543 y 1556). Finalmente, La Selva sagrada o Rimas Sacras del Conde Bernardino de Rebolledo, incluye la trad. del Salterio (ed. de Colonia 1659, Amberes 1661 y Madrid 1778).
      Traducciones de otros libros de la S. E. se llevaron a cabo durante el s. xvi, aunque su publicación se retrasase hasta el s. XVII o incluso el XVIII. Tal es el caso, por ej., de las excelentes traducciones de Fray Luis de León del libro de Job (ed. Salamanca 1799) y del Cantar de los Cantares (ed. Salamanca 1798); o de los Proverbios de Alfonso Ramón (ed. Madrid 1629), y del Apocalipsis de Gregorio López (ed. Madrid 1678).
      El N. T completo, traducido directamente del griego por Francisco de Encinas, fue editado en Amberes 1543, dedicado a Carlos V. Pero el autor fue suspecto de influencia protestante y todos sus libros prohibidos, incluido el N. T.
      b) Protestantes. La primera versión española protestante fue la de Juan de Valdés (m. 1541) sobre los Salmos (inédita hasta 1880, Bonn) y Romanos y 1 Corintios, con comentarios (ed. por Juan Pérez de Pineda, Venecia 1556, y Usoz, Madrid 1856).
      La primera protestante de toda la B. fue la de Casiodoro de Reina, granadino. Preparó su traducción durante doce años, y fue publicada en Basilea 1569; se le ha llamado Biblia del. Oso, por el grabado de la portada. De ella afirma M. Menéndez Pelayo: «...sabía poco hebreo y se valió de la traducción latina de Santes Pagnino... De la Vulgata hizo poca cuenta, pero mucho de la Ferrariense...» (Historia de los heterodoxos españoles, ed. BAC, p. 115); le reconoce mérito literario y esfuerzo de traductor. En general, las raras versiones protestantes españolas no tienen especial valor ni interés, aunque algunas organizaciones protestantes las han reimpreso varias veces.
      La clásica traducción protestante al castellano ha corrido bajo el nombre de Cipriano de Valera. Éste, según confesaba él mismo, siguió estrictamente la de Casiodoro de Reina, si bien corrigiendo algunas cosas tras cotejar el trabajo de Casiodoro con varias versiones afamadas en otras lenguas europeas y sin tener en cuenta la versión griega de los Setenta ni la latina Vulgata, es decir, ateniéndose sólo a textos hebreos. Fue publicada en Amsterdam 1602; después ha tenido numerosas reediciones a cargo de sociedades bíblicas protestantes inglesas, que la han difundido por todos los países de lengua hispánica, sufriendo leves correcciones y amplios aumentos de anotaciones e índices.
      c) Judaicas. La actividad traductora de los judíos españoles medievales se reflejó también después de la imprenta y de la expulsión de España. Ya en 1497 se publicó el Pentateuco en Venecia, revisado en Constantinopla 1547.
      Pero de especial relieve es la llamada Biblia de Ferrara o Ferrariense, editada en Ferrara 1553, debida a los traductores Duarte Pinel y Abraham Usque, bajo el patrocinio de Jerónimo Vargas y Yom Tob Athias. Como era usual en las traducciones hechas por judíos, es literalísima del texto hebreo masorético. Se reimprimió muchas veces; pero la edición bilingüe hebreocastellana de 1762, patrocinada por Abraham Méndez de Castro, tiene peculiar interés. Los cultivadores de la historia de la lengua castellana han dado importancia a esta versión desde el punto de vista lingüístico.
      Por lo demás, la B. de Ferrara ha sido la base de las varias trad. posteriores del A. T., totales o parciales, hechas por judíos de habla castellana. Entre éstas son abundantes las versiones del Salterio (la de David Abenatar Melo, Francfort 1626, Amsterdam 1628, 1650; la de Efraim Bueno y Jonás Abravanel, Amsterdam 1650, 1723; cte.), del Cantar de los Cantares (la de David Cohen Carlos, 1631, inédita; y la de Mosé Belmonte, Amsterdam 1724, 1764 y 1766), y sobre todo del Pentateuco (Paráfrasis comentada, Amsterdam. 1681; Los cinco libros de la Sacra Ley Divina, Amsterdam 1691, hecha por José Franco Serrano, que ha visto por lo menos cinco ediciones más; también Manasséh ben Israel tradujo el Pentateuco, Amsterdam 1627 y 1655, basándose ampliamente en la de Ferrara y otras anteriores).
      3) Versiones castellanas católicas entre 1782 y 1944. El 20 dic. 1782 se publicó un Decreto de la Inquisición Española por el que se abría un ancho cauce para la edición de la B. en lengua vulgar. Las condiciones históricas, que habían aconsejado tomar cautelas especiales, habían desaparecido: ni la herejía protestante, ni los casos de judaizantes, presentaban ya peligro general para la doctrina católica en suelo hispánico. únicamente imponía la normal censura eclesiástica y que las traducciones fueran editadas con notas aclaratorias a los pasajes de más difícil interpretación. El Decreto, por lo demás, se situaba en un ambiente eclesiástico muy distinto ya al de los s. XVI y XVII. De todos modos, tras el Decreto se produjo una espléndida floración de trad. castellanas de la B.
      En efecto, en 1784 Ignacio Guerea publicaba en Madrid su versión de los Hechos de los Apóstoles. Al año siguiente se editaba la versión del epistolario paulino por Gabriel Quijano. Ángel Sánchez daba a la estampa sucesivamente las trad. de los Proverbios (Madrid 1785), Eclesiastés (ib. 1786), Salmos y Eclesiástico (ib. 1789). Anselmo Petite publicaba la trad. de los Evangelios (Madrid 1785) muchas veces reimpreso después. Ricardo Valsalobre traducía las Epístolas Católicas (Madrid 1785), y José Palacio el Apocalipsis (ib. 1789). Eugenio García daba a las prensas los libros de los Reyes (Madrid 1790). Pedro Antonio Pérez de Castro volvía a traducir el Salterio (Madrid 1799) y lo mismo hacían Pablo Olavide (ib. 1800) y Diego Fernández (ib. 1801). Mientras tanto, el Cantar de los Cantares era traducido por Plácido Vicente (Madrid 1800).
      No sólo aparecieron durante aquellos quince años que siguieron al Decreto de 1782 traducciones de libros sueltos o grupos de ellos. La B. completa apareció editada, en lengua castellana, en diez lujosos volúmenes (Valencia 179193); era traducción del escolapio Felipe Scío de San Miguel, Obispo de Segovia (m. 1786). La B. de Scío, reimpresa desde entonces múltiples veces, fue hecha sobre la Vulgata SixtoClementina, pero se observan multitud de casos en que es indudable que tuvo a la vista el texto griego del N. T.., pues en varios pasajes la traducción de Scio perfecciona el texto de la Vulgata latina a la vista del original griego. No merece la trad. de Scío el vituperio de M. Menéndez Pelayo, que la calificó de Kdesdichadísima» (Hist. de los Heter. Esp., ed. BAC, p. 116): D. Marcelino debió fijarse sobre todo en el estilo literario, que, claro está, es algo rebuscado como corresponde a los modos literarios dé la época. Desde el punto de vista técnico, el trabajo de Scío es muy valioso, teniendo en cuenta la época, no sólo por la traducción, sino también por las notas, y debe pasar a la historia de las versiones castellanas de la B. en un puesto de honor (cfr. M. Balagué, Reivindicación de la Biblia del P. Scío, KAnalecta Calasantiana», 1961, 395461).
      Pero mención muy especial, en esta historia de las trad. españolas, merece indudablemente la versión completa de toda la B. realizada por Félix Torres Amat (Madrid 1823-25) en 9 volúmenes. Como la de Scío, está hecha sobre el texto de la Vulgata; tuvo la ventaja de poder utilizar el trabajo precedente de Scío, en el que se apoya, pero es independiente e indudablemente mejor en todos los aspectos: escriturístico, literario y cataquetico. Torres Amat murió en 1847, siendo Obispo de Astorga. Declara haber tenido también a la vista el borrador de una trad. inédita sin acabar del P. J. M. Petisco S. J. (m. 1800); por esta causa ha sido impresa muchas veces con el nombre de PetiscoTorres Amat, y hasta de Petisco solamente; es difícil averiguar hasta qué punto Torres aprovechó el trabajo de Petisco, pero parece lo más probable que fuera sólo parcialmente, y tal vez en muy pequeña parte. En todo caso, la B. castellana de Torres Amat continúa siendo todavía una excelente versión del texto de la Vulgata y ofreciendo calidades en cierto modo aún no superadas: fidelidad de versión, pureza y claridad de estilo, acierto de vocabulario, perfectamente en armonía con la terminología religiosa y catequética castellana, notas muy acertadas para el uso popular y piadoso de la B., al mismo tiempo que posee una gran solidez doctrinal y teológica; incluso no es nada despreciable, para su época y ambiente, la erudición escriturística que refleja. En suma, la B. de Torres Amat puede compararse con las mejores versiones de su tiempo en las lenguas más cultas de Europa y todavía resiste, con gran firmeza, el insoslayable desgaste del tiempo y del desarrollo de la ciencia bíblica de los tiempos modernos.
      Mientras tanto en Iberoamérica se, difunfían también traducciones de la B., como p. ej., la indirecta de Galbán Rivera (México 183133, en 25 vols.), trad. de la francesa de Vencé, con las notas de Calmet.
      Como ha podido apreciarse, en los primeros lustros que siguieron a 1782 hubo una verdadera eclosión de versiones españolas de la B., totales o parciales. No obstante la decadencia general de las ciencias y las letras en España por aquellas décadas, que se reflejaba paralelamente en la menor producción teológica, y, sobre todo, de menor originalidad y calidad que en los s. xvi y xvii, las trad. de la B., por el contrario, se siguieron editando; y fueron trabajos no sólo numerosos, sino en buena parte de notable calidad. Así, además de los ya dichos, Tomás Gonzáles Carvajal tradujo en verso y prosa los libros sapienciales del A. T. (Madrid 1827-32) y el Pentateuco (ib. 1827). Particularmente los Salmos fueron objeto de numerosas traducciones, algunas con comentarios como la de José de Virués (Madrid 182527, prohibida por el arzobispado de Toledo) y la de Fr. José Agustín Calvo (Madrid 1839). La segunda mitad del s. xix fue ya más escasa en nuevas versiones: el mercado bíblico se abasteció principalmente de la reedición de las ya efectuadas en las primeras décadas que siguieron a 1782, especialmente, las completas de Scío y Torres Amat y los Evangelios de Petite. No obstante habría que mencionar en este periodo las trad. de varios libros hechas por Francisco Caminero, Obispo de Oviedo, al—ledor de 1880, aunque algunas no fueran publicadas sino después (p. ej., Job en Madrid 1923).
      Las primeras décadas del s. xx ofrecen una reactivación de los trabajos bíblicos: se hicieron nuevas y excelentes reediciones de la B. de Torres Amat, con reelaboración de notas explicativas y comentarios. De esta época merece especial mención la edición bilingüe latinocastellana del N. T. por Carmelo Ballester, Obispo de Vitoria, con latín de la Vulgata y castellano de Torres Amat; Ballester introdujo epígrafes, notas e índices de gran utilidad para la lectura espiritual y la predicación (ed. de Barcelona 1920, 1933-34; TournaiParís 1929, 1936; y otras muchas ed. hasta nuestros días). El card. Isidro Gomá (v.) difundió ampliamente la lectura del N. T., preparando ediciones populares, entre las que destacan sus Evangelios concordados (Barcelona 1936, seguida de seis ed. más hasta 1954), a base sobre todo de las versiones de Scío y de Torres Amat.
      Pero al lado de las reediciones y adaptaciones de las más afamadas versiones del s. XIX, desde la primera década del XX se emprendieron traducciones enteramente nuevas, como fenómeno importante, ya no sólo a partir de la Vulgata, sino de los textos originales, aunque reducidas al N. T. Así, J. J. de la Torre traducía directamente del griego el N. T. (Friburgo de Br. 1909), y, años más tarde, traducía también el N. T. directamente del griego D. García Hughes (Madrid 1924), versión de un gran valor filológico. Severiano del Páramo hacía una erudita traducción de los Salmos a partir del texto hebreo (Santander 1941). Romualdo Galdoz seleccionaba Las cien mejores poesías de la Biblia (entresacadas principalmente de Salmos y Proverbios) en versión también de los originales (Madrid 1942). J. Ma Bover (v.) publicaba una armonía de los cuatro Evangelios, a partir de la Vulgata pero con colación del texto griego (El Evangelio de N. S. Jesucristo, Barcelona 1943). Con ello sé preparaba un relevante acontecimiento, la Biblia de Nácar y Colunga de 1944, que, trad, directa de los originales hebreo, arameo y griego, iba a ser la pionera de un nuevo y exuberante movimiento de versiones directas de los textos originales.
      4) Versiones castellanas de 1944 a 1970. Estos 25 años últimos han sido, sin comparación con ningún otro periodo, los de mayor fecundidad traductora de la Biblia. Destaca en primer lugar el hecho de hacerse casi todas de los textos originales; en segundo lugar el gran núme,o de versiones, totales o parciales; en tercer lugar la calidad de las mismas, muy desigual, lo cual hace pensar que en no pocos casos hubiera sido mejor aunar esfuerzos, repartirse la tarea entre los muchísimos traductores, y haber hecho éstos un trabajo con mayor detenimiento y perfección. No obstante estas desigualdades, entre todas ellas hacen_ a estos 25 años los más importantes de toda la, historia española de las traducciones de la B., tanto por lo que atañe a su aspecto científico, como al divulgativo y litúrgico. Esta especie de explosión de versiones ha de enmarcarse dentro de varias coordenadas confluyentes: el impulso y apertura dados a los estudios bíblicos y a la investigación y uso de los textos originales por la enc. Divino Af flante Spiritu de Pío XII (1943); los fenómenos pastorales de espiritualidad y apostolado laicales, que promovieron de modo extraordinario la lectura de la S. E.; los movimientos bíblicos y litúrgicos que comenzaron a sentirse en España, cada vez con más intensidad, a partir del final de la guerra española (1939); finalmente, la pastoral derivada de la aplicación de los criterios del Conc. Vaticano II ha venido a dar nuevo estímulo a todos estos factores, aunque a veces una cierta improvisación, ignorancia o no adecuada interpretación de los criterios conciliares ha creado no pocos confusionismos, llegándose a empobrecer el valor de las traducciones o de las notas de algunas ediciones de la B. anteriormente más correctas.
      Por ordenar de algún modo las traducciones bíblicas de 1944 a 1970, podemos distinguir: a) las B. científicas; b) las B. populares y para la liturgia; pero teniendo en cuenta que es una distinción aproximada y convencional.
      a) Biblias científicas. Queremos indicar aquí aquellas en las que parece ha predominado un esmero por finalidades escriturísticas, filológicoliterarias, aunque no hayan omitido, desde luego, las más espirituales y pastorales.
      Indudablemente, el acontecimiento inicial fue la Sagrada Biblia traducida directamente de los textos originales por Eloíno Nácar (N. T.) y Alberto Colunga (A. T.; v.). Apareció en Madrid 1944 (ed. BAC), a los nueve años alcanzaba la 5a ed., y en 1970 llegaba ya a 30 ed.; de ella, además, se han hecho muchas ediciones separadas del N. T. y de los Evangelios. La general aceptación tenida entre amplio público demuestra sus características bien logradas: estilo literario claro y diáfano, que hace que se lea con agrado; las notas, más espirituales que eruditas, que aprovechan a la generalidad de los lectores; las introducciones, de vía media entre el carácter científico y el divulgativo. En cuanto a la fidelidad de traducción cabe decir que desde la la ed. fue bastante aceptable, no obstante numerosas imperfecciones y ligerezas: opción poco decantada en las lecciones originales variantes; solución rápida de los textos de sentido difícil o controvertido. En suma, una B. hecha muy inteligentemente pero de modo demasiado rápido en su la ed. y con no excesiva consulta de trabajos monográficos, que podían haber dado en algunas ocasiones una mayor fidelidad a la trad. del texto sagrado. La crítica se dio cuenta inmediatamente de la valía y trascendencia de esta versión, al mismo tiempo que denunciaba defectos de detalle; los autores fueron revisando y corrigiendo éstos; a su muerte, discípulos suyos han cuidado ediciones posteriores, con notas, a veces, menos acertadas. En resumen, la B. de NácarColunga, que tuvo el mérito de haber sido la primera versión científica completa y directa de los originales, obtuvo también una singular aceptación en el ámbito divulgativo y popular, recibió algunas mejoras en sucesivas ediciones de sus autores, pero después su valor teológico, escriturístico y piadoso ha bajado.
      El camino emprendido por Nácar y Colunga animó a los eminentes filólogos José Ma Bover (especialista en crítica textual y exégesis del N. T. griego; v.) y Francisco Cantera (catedrático de hebrero de la Univ. de Madrid) a dar a las prensas, en la misma BAC, una nueva Sagrada Biblia (Madrid 1947), trad. directa de los textos originales, que en los diez primeros años alcanzó hasta la 4a ed., mientras se hacían 'otras varias del N. T. o de los Evangelios. La B. de BoverCantera venía a completar la de NácarColunga. En efecto, por lo que se refiere al A. T., el prof. Cantera conseguía una fidelísima versión, la más fiel seguramente de las publicadas hasta la fecha en la literatura española; basada en la 3a ed. crítica del texto hebreo masorético de Kittel y Kahle (v. vit), representaba un trabajo de crítica textual y perfección filológica extraordinario; el castellano es también purísimo, quizá alguna vez arcaizante de puro castizo. En cuanto al N. T. y a los deuterocanónicos griegos del A. T., Bover ofrecía una versión científicamente muy segura también, más que la de Nácar; pero Bover no conseguía un castellano tan fluido como Cantera, Nácar y Colunga; por ello, el N. T., siendo muy correcto, no agrada tanto al lector. En cuanto a las introducciones a los libros, la B. de BoverCantera subraya especialmente el aspecto literariohistórico, y algo así ocurre con las notas explicativas, sobre todo en el A. T. Por estas características, esta B. es más científica que popular, más apta para la consulta escriturística que para el uso piadoso, aunque tiene la gran virtud de ofrecer una traducción de fidelidad al sentido absolutamente garantizado.
      Digamos, para terminar, que ambas B., de NácarColunga y BoverCantera, iniciaban con extraordinaria competencia, honradez científica y ortodoxia doctrinal, la nueva era de las tirad. bíblicas castellanas. Parecía que, como había ocurrido casi siglo y medio antes con las B. de Scío y Torres Amat, las dos nuevas iban a acaparar la atención editorial por una larga época. Pero fue así sólo en parte.
      En efecto, en 1948, el escriturista argentino Juan Straubinger, publicaba el N. T. en Buenos Aires, y en 1951 el A. T. en la misma ciudad, apareciendo en volumen lujoso y completo toda la B. en edición castellana hecha en Estados Unidos. Excelente B. también la de Straubinger, pero aparecen demasiadas coincidencias literales con la NácarColunga y aun con la antigua protestante de Cipriano de Valera; no obstante, en modo alguno puede hablarse de plagio: Straubinger corrige frecuentemente a la la ed. de NácarColunga, y casi siempre con acierto; lo único que se puede afirmar es que utilizó ampliamente el esfuerzo de sus predecesores. Ello, en definitiva, resta, sin embargo, valor de originalidad a Straubinger, aunque su traducción sea excelente.
      Pero la actividad traductora de los escrituristas católicos parecía como si se hubiese desencadenado. Hagamos una reseña, no exhaustiva.
      En 1948 aparece el Nuevo Salterio latinoespañol de Juan Prado (Madrid, ed. El Perpetuo Socorro); se trata de una «traducción rítmica y literal» a partir del hebreo y teniendo a la vista la nueva versión latina, hecha poco antes por los profesores del Pontificio Instituto Bíblico de Roma (cfr. reseña en «Estudios Bíblicos» 7, 1948, 504=506). Juan Leal, por su parte, editaba una Sinopsis de los Cuatro Evangelios, Madrid 1954 (ed. BAC; 2a ed. corrgg. 1961), precedida de introducción y acompañada de notas: la trad. era directa del texto griego; la calidad de la misma no supera las de Nácar y de Bover, pero se mantiene poco más o menos a la misma altura y es honradamente original; la novedad y valor es la distribución en columnas «sinópticas» (reseña en «Estudios Bíblicos» 14, 1955, 3456). El veterano profesor Severiano del Páramo daba poco después otra versión de Los Cuatro Evangelios de hl. S. Jesucristo, Santander 1960 (ed. Sal Terrae); se trataba de una versión muy cuidada, hecha sobre la ed. crítica del texto griego de A. Merk (v. VII), pero optando con criterios propios, en multitud de casos, en la elección de las variantes; el trabajo de Páramo, desde el punto de vista de la crítica textual y de estudio concienzudo de detalle, representa un pequeño paso adelante en las traducciones; las notas son de muy cuidada solidez y ortodoxia doctrinal (reseña en «Cultura Bíblica» 19, 1962, 114).
      Biblias completas vuelven a aparecer varias. En 196162 se edita en Barcelona otra Biblia, a cargo de un extenso equipo (F. Puzo, E. Bosch, L. Brates y R. Giménez); directa de los originales pero con las notas traducidas de la Sacra Bibbia italiana dirigida por A. Vaccari; esta B. tendrá mucho menor éxito que las anteriores completas ya reseñadas y, verdaderamente, no representó avance digno de consideración sobre los ya dados.
      Mayor éxito que ésta ha tenido la llamada Biblia de la Familia, Barcelona 1962 (ed. Planeta; 4a ed. 1967). Se trata de un muy lujoso volumen con abundantes ilustraciones, con el propósito de constituir un libro clásico en la biblioteca de los hogares cristianos. Las características tipográficas a eso van dirigidas, pero el contenido no responde a esa intención. Al contrario, la escasez de notas aclaratorias y la brevedad de las introducciones, cuando las hay (falta, p. ej., una introducción a los Evangelios), y la índole de todas ellas, no responde al título. En cambio, la traducción es una de las más serias desde el punto de vista filológico. En efecto, la trad. de los originales hebreos del A. T. ha sido hecha por el prof. Francisco Cantera Burgos, que ha revisado muy a fondo su trad. de 1947, publicada en la alabada B. de BoverCantera; la nueva trad. es de una perfección filológica tal, que en ese momento, 1962, puede decirse la mejor versión del texto masorético que haya aparecido en la historia de la lengua castellana; el estilo literario sigue las características apuntadas respecto a la versión de 1947: una decantadísima pulcritud y pureza, con frecuencia algo arcaizante, pero en sentido de ningún modo peyorativo (al prof. Cantera ha ayudado su equipo de asistentes en la cátedra de hebreo, profesores J. Cantera, F. Díaz, J. L. Lacave y C. Muñoz). Por lo que respecta a la trad. del N. T. griego, el prof. José Manuel Pab6n ha conseguido también una traducción filológicamente de las más perfectas que se han hecho en castellano. Contrasta con la perfección de ambas traducciones, la pobreza y superficialidad de las notas e introducciones, carentes de valor científico, exegético y pastoral; de ellas no se ocuparon los traductores, por la condición puramente filológica de éstos, y la editorial encomendó esta labor a un clérigo, cuyo nombre omito de intento, de gran valía como historiador y literato, pero no especialista en los campos de la Teología y Escritura, ni de la Catequética (efr. reseña en «Scripta Theologica» II, 2, 1970, 559562).
      La última B. científica completa ha sido la edición española de la Biblia de Jerusalén, que sigue en todos los aspectos las características de la ed. original francesa (reseña en «Scripta Theologica» II, 2, 1970, 551-558). Los preparadores españoles, dirigidos por J. A. Ubieta, han puesto un esmeradísimo cuidado en diversos aspectos: fidelidad al sentido, consignación y homogeneización de los pasajes paralelos, estilo literario e incorporación íntegra de las introducciones y notas de la edición media francesa. La B. de Jerusalén es la que quizá más estrictamente se acomoda al género de B. científica por la índole de sus notas e introducciones, consignación de pasajes paralelos y relacionados, etc.; para el uso de teólogos y escrituristas, es decir, para un uso «científico» es, por todas estas circunstancias, la más útil y perfecta de cuantas existen hoy día en el mercado de habla hispánica. Cabría advertir, sin embargo, que no está concebida como B. popular: la índole de sus notas e introducciones no es la más apta para la lectura de personas poco cultivadas en los estudios teológicos o escriturísticos; para estas personas, las notas sobre todo resultarán excesivamente eruditas y poco sencillas o adaptadas a las exigencias más inmediatas de tipo ascético o moral; tampoco preside el trabajo una orientación catequética.
      b) Biblias populares y versiones para la liturgia. Este género ha sido propiamente el más abundantemente representado en los últimos 25 años. Puede citarse ya en 1942 La Biblia para los niños, Antiguo Testamento, Barcelona (ed. Luis Gil¡): es un extracto pedagógicamente acertado de los principales pasajes de la historia bíblica (reseña en «Estudios Bíblicos» 2, 1943, 312). Entre las ediciones parciales pueden citarse el Nuevo Salterio latinocastellano de V. Sánchez Ruiz, Madrid 1946 (ed. Apost. de la Prensa): a doble texto, latino del nuevo salterio de los prof. del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, y castellano, correlativo del anterior; es de carácter desde luego vulgarizador (reseña en «Estudios Bíblicos» 5, 1946, 119).
      Simultáneamente un grupo de escrituristas de la AFEBE (Asoc. para el fomento de los estudios bíblicos en España), dirigido por Andrés Herranz, traducía el Nuevo Testamento (Segovia 1954, 1959); se trata de una ed. popular de amplia difusión y notas sencillas. El texto, sin superar tampoco las mejores traducciones recientes, es muy honroso en varios aspectos: fidelidad al sentido, claridad, probidad científica; las notas breves y apropiadas a su finalidad y de sólida doctrina. De esta edición se ha hecho después otra abreviada y sinóptica de los Santos Evangelios, dirigida a «personas no iniciadas».
      De características parecidas al N. T. de la AFEBE son los Santos Evangelios, Madrid 1958 (Casa de la Biblia), trad. directa del griego por un grupo de profesores del efímero «Centro bíblico hispanoamericano»; ha llegado en 1967 a la loa ed. Es una traducción sencillamente correcta, con escasas notas, insuficientes por su cantidad y calidad para los fines propuestos: se echan de menos notas explicativas a pasajes esenciales (Eucaristía, mesianidad y divinidad de Jesús, etc.); lleva un breve índice doctrinal, muy sucinto e imperfecto.
      Aunque casi todas las versiones, después de 1944, se hacen a partir de los textos sagrados en lengua original. todavía se vuelve a traducir de la Vulgata latina: tal es el caso del Nuevo Testamento de ed. Herder (Barcelona 1960): edición sin relevancia, de carácter divulgativo (reseña en «Cultura Bíblica» 19, 1962, 115).
      De 1960 es también una nueva trad. directa del griego de los Evangelios, debida a Felipe de Fuenterrabía (ed. en León). A su vez, la trad. de la Sinopsis evangélica de J. Leal de 1954, ligeramente corregida, es de nuevo dada a la prensa en forma de edición normal de Los Cuatro Evangelios, Madrid 1962 (Apost. de la Prensa): las notas son enteramente nuevas, así como las breves introducciones; es también obra sin relevancia, aunque correcta.
      Características específicamente populares, incluso para uso de los niños, tiene la Pequeña Biblia del pueblo cristiano, Zamora 1963, hecha por B. Martín Sánchez: carácter catequético elemental (reseña en «Cultura Bíblica» 20, 1963, 244). Indirecta, del italiano, es la ed. española de Pietro Vanetti, El Evangelio unificado, Barcelona 1964 (ed. ELER): selección de pasajes evangélicos, acompañada de cita de los paralelos; es una especie de elemental «armonía» evangélica de carácter catequético (reseña en «Cultura Bíbl.» 22, 1965, 251).
      Nueva trad. completa es La Santa Biblia, Madrid 1964, de ed. Paulinas, preparada por un grupo de escrituristas de la Casa de la Biblia, dirigido por Evaristo Martín
      Nieto; principales colaboradores son A. G. Lamadrid, B. Martín Sánchez y M. Revuelta. Constituye una buena y correcta traducción, que no supera, sin embargo, en líneas generales las grandes B. precedentes de NácarColunga, BoverCantera y CanteraPabón. En cambio, las amplias introducciones generales y especiales, así como las notas explicativas, relativamente abundantes, tratan de ser más sencillas y claras y más completas en el género de alta divulgación (reseña en «Cultura Bíblica» 22, 1965, 308); sin embargo, se mantienen muchas veces en una postura minimizante respecto a las interpretaciones y datos tradicionales, dando en ocasiones por sentadas interpretaciones o hipótesis históricas discutibles o no del todo seguras. Ya hemos señalado, al empezar a ocuparnos del periodo 194470, que muchos editores desde algo antes de 1970 han empeorado el valor teológico y ascético de ediciones anteriores; ello hay que tenerlo en cuenta en todo lo que vamos diciendo y diremos.
      Carácter elemental y popular, con menos información en introducciones y notas, tiene la Sagrada Biblia de ed. Regina, Barcelona 1966, también trad. completa y directa de los textos originales sagrados. Dirigida por Pedro Franquesa (principal traductor del A. T. hebreo) y José Ma Solé (único traductor del N. T.), han colaborado de diverso modo R. Serra, M. Roure, C. Palacín, J. M.a Codina, J. Sidera y L. Gandol. Traducción correcta, aunque tampoco representa avance alguno sobre las grandes B. Es lástima que las notas explicativas no vengan a pie de página, sino al final del volumen.
      Muy distinta orientación de todas las precedentes ha constituido el Nuevo Testamento, trad. directa del texto griego, hecha por el prof. José Ma Valverde, Madrid 1966 (ed. Cristiandad). Fue precedida por una versión, de iguales características, de los Evangelios, llamada Las Buenas Noticias del Reino de Dios. El traductor ha querido expresar en términos y estilo castellano moderno y vulgarizante, el estilo y vocabulario del griego semitizante del N. T., despojando a su traducción de «semitismos, helenismos» y giros y vocablos «arcaizantes» castellanos; pero en ese intento, ha roto con muchas cosas buenas, sobre todo con gran parte del vocabulario religioso castellano, ya logrado en siglos de literatura religiosa y catequética; con ello, su lectura resulta a veces sorprendente. Por otro lado, la traducción, técnicamente considerada, tiene frecuentes imperfecciones y arbitrariedades. Desde luego ha sido un intento de encontrar fórmulas nuevas y actuales de expresión; la empresa y sus resultados, mezcla de aciertos y desaciertos, la ha hecho, con razón, muy discutida por la crítica. En cuanto a las brevísimas introducciones y notas, adolecen de un gran desconocimientó de la teología y la exégesis bíblicas y de los principios orientadores de una sensata catequesis cristiana.
      De características completamente contrarias a la anterior es la de Juan Prado, Santos Evangelios de Nuestro Señor Jesucristo, BarcelonaMadrid 1967 (ed. El Perpetuo Socorro). Es una versión muy cuidada y fiel del texto sagrado, con notas explicativas muy ponderadas en la línea de una tradicional doctrina catequética (reseña en «Cultura Bíblica» 25, 1968, 128).
      También en 1967 aparecen dos nuevas trad. del Nuevo Testamento, debidas respectivamente a Carlos de Villapadierna (Madrid, ed. Difusión Bíblica) y a Santiago García Rodríguez (ib., ed. Coculsa). Podemos calificarlas a ambas de simplemente buenas, sin que añadan avance alguno, ni por lo que se refiere a la traducción, ni por lo que respecta a las notas explicativas (reseñas en «Cultura Bíblica» 25, 1968, 128). De carácter más estrictamente popular es la Biblia para la Familia, Evangelios, debida también a S. García Rodríguez, Bilbao 1968 (ed. Desclée de Br.); contiene partes escogidas de cada Evangelio, con un prólogo y divisiones en perícopas, cada una con introducción y conclusión, en la que se incluyen Salmos; pero no es trad. original, sino tomada de la ed. esp. de la Biblia de Jerusalén; el trabajo, tal vez útil en su género, puede resultar también algo artificioso (reseña en «Cultura Bíbl.» 26, 1969, 256).
      Especial mención entre las trad. populares de la B. hay que dedicar a la versión del Leccionario de la Misa, en sus tres ciclos A, B, C, editado por la Comisión Episcopal de Liturgia, que se encuentra en periodo de experimento y que será sometido seguramente a profunda revisión. De las repercusiones de esta versión oficial en la vida del pueblo cristiano no es necesario extenderse, pues son obvias. Pero precisamente por ello, a esta versión, como a ninguna otra, hay que exigirle cualidades de fidelidad, valor catequético y claridad. Por otro lado, el respeto que merece una trad. oficial para la liturgia, debe hacer nuestro enjuiciamiento ponderado. Es indudable que ha representado un esfuerzo ímprobo para los varios preparadores, y que muestra una labor realizada en profundidad; hay que subrayar que la colaboración de muchos expertos ha dado al texto una gran competencia científicobíblica. Con todo respeto, sin embargo, sea permitido apuntar un no pequeño defecto de fondo, que afecta al criterio de traducción: ésta aparece desvinculada en gran medida del vocabulario religioso acostumbrado en los catecismos de la doctrina cristiana y en la literatura religiosa en general. En otras palabras, pensamos que Biblia y Catecismo deben ser coordinados, para que el pueblo sea debidamente instruido desde ambas vertientes de su formación: no debe haber disociación entre el vocabulario de las lecturas bíblicas de la liturgia y los textos catequéticos; es cierto que son éstos los que deben seguir a aquél, pero también que la expresión castellana de los textos litúrgicos no debe despegarse de pronto de lo que forma el acervo religioso del pueblo. Sea simplemente apuntada esta consideración. Otra tendencia o criterio que parece haber prevalecido en la versión litúrgica es el de la «vulgarización» y «actualización» literarias de vocabulario y expresiones; criterio perfectamente legítimo y fundado, de una parte, en la índole literaria prevalente de los mismos escritos sagrados (especialmente de la mayor parte de los del N. T.), y de otra, en razón de la claridad del texto sagrado para el nivel cultural medio del pueblo cristiano. Pero en no pocos casos, los giros o vocablos resultan excesivamente «vulgares» y «actualizados» para un uso público, no coloquial, y para una utilización escrita, no hablada; sabido es que el lenguaje escrito, por lo general, tiene unas exigencias y unos usos, que no reciben del todo aquellas expresiones que se permiten en el lenguaje hablado.
      La última B. popular de que tenemos noticia haya sido publicada es el Nuevo Testamento, Versión ecuménica, 1 y 2 ed. Barcelona 1968 (ed. Herder). Trata de «ofrecer a los cristianos de Iberoamérica (incluida España) una nueva versión española que fuera aceptable por todos, sin distinción de Iglesias o confesiones particulares...». Bajo la dirección efectiva y el trabajo fundamental y final del P. Serafín de Ausejo (católico, español), han colaborado: E. BaezCamargo (metodista, México), F. de Fuenterrabía (católico, España), J. M. González Ruiz (católico, España), 1. Mendoza (luterano, España), L. F. Mercado (luterano, Puerto Rico), S. Muñoz Iglesias (católico, España) y M. Picazo (católico, Perú). Técnicamente, el N. T. ecuménico es una traducción bien preparada a partir del texto original griego. Las introducciones y notas, abundantes, pero siempre breves, están presididas por esos criterios de denominador común, que quieren servir para «toda clase de creyentes cristianos», lo que implica a veces una postura minimizante o confusa. Por ello, las notas o los títulos de algunos pasajes son insuficientes para una recta y completa exposición catequética y exegética católicas: esto atañe, como es de prever, sobre todo a algunos textos sobre temas fundamentales de la fe cristiana menos compartidos por los no católicos, como son los referentes a la Eucaristía, primado de San Pedro, ministerio sacerdotal, devoción a la Virgen María, virginidad, etc. La versión «ecuménica», pues, ha de ser considerada sólo desde una perspectiva técnica con respecto al ecumenismo (v.) y con vistas a un posible fomento del estudio de la B. en ese campo; para la formación espiritual y doctrinal de un cristiano católico no presenta utilidad (reseña en «Scripta Theologica» 11, 1, 1970, 230-234).
      Versiones catalanas. La literatura ha dado a luz numerosas y valiosas traducciones de la B., totales o parciales, desde el s. xii hasta nuestros días. La historia de estas versiones tiene un cierto paralelo con la historia de las trad. en castellano, a excepción de la última etapa, en que las grandes trad. catalanas, a partir directamente de los textos originales, se adelantan en tres lustros a las castellanas. Por ello, aunque de modo más sucinto, podemos distinguir unas épocas casi paralelas.
      1) Versiones catalanas medievales. Aunque la existencia de versiones catalanas en el s. xii es segura, no está, sin embargo, suficientemente documentada. En cambio, hay suficiente documentación a partir del primer tercio del s. XIII; en efecto, el Conc. de Tarragona de 1233, por la Constitución de 7 febr. 1235, manda se entreguen a los obispos los ejemplares de la B. en lengua romance: ello prueba, no sólo la existencia de traducciones al catalán, sino también una cierta difusión; pero la disposición mencionada no debió cumplirse puntualmente ya que, de una u otra manera, los textos bíblicos fueron narrados en catalán. La primera trad. completa de la B. al catalán, que nos conste, es la de Jaume de Montjuich, que hizo la versión en tres años (1287-90), por encargo del rey Alfonso II de Aragón; a esta B. parecen corresponder los ms. 376 a 486 del fondo español de la Biblioteca Nacional de París, que contienen el Psalteri y el N. T. respectivamente.
      En el mismo s. XIII hay que datar la B. rimada de Romeu Sa Bruguera (ms. 776 de la Bibl. Colombiana de Sevilla), que comprende los Salmos y extensos fragmentos de los Evangelios de Mateo y Juan. Queda abierta la cuestión de hasta qué punto estas versiones dependen de otras anteriores.
      Del s. XIV hay cuatro fragmentos, que pueden pertenecer a dos Biblias diferentes. Por otro lado, Jaime II de Aragón (a quien el célebre médico y humanista Arnau de Vilanova había aconsejado la lectura en romance de la B.) recibía el 23 nov. 1319 un magnífico ejemplar de la B. en lengua catalana, que había pertenecido al infante Don Jaime. Algunos eruditos piensan que esa traducción puede ser la misma del Códice Peiresc (ms. 2, 3 y 4 del fondo españ. de la Bibl. Nac. de París); hay edición parcial del códice, hecha en 1906 en Barcelona por R. Foulché Delbosc .(Cántic dels Cántics).
      En el s. xv la divulgación bíblica es mayor. En dialecto valenciano, Fray Bonifaci Ferrer (m. 1417), hermano de S. Vicente, termina a principios del XV su versión completa de la Biblia. Numerosos códices posteriores se proponen como testigos parciales de la versión de Bonifaci; incluso la ed. impresa del Psalteri, Barcelona ¿1480?, de la que se conserva al menos el ejemplar de la Bibl. Mazarina de París, parece reproducción de la versión de Bonifaci; lo mismo que la Biblia molt vera e cathúlica, Valencia 1478, de la que se conserva fragmento de un ejemplar en la Hispanic Society of America de Neto York. Esta edición de 1478 fue «diligentment corregida, vista e reconeguda» por el inquisidor Borrell; sin embargo, la B. de 1478 no fue la primera impresa, pues en un inventario de 8 abr. 1475, el «cavaller Pere Garro» poseía otra impresa.
      Versión distinta es la del Salterio, impresa en Venecia 1490 por Hertzog, y debida al humanista Joan Roís de Corella, y corregida por Juan Ferrando de Guevara. Se conservan de ésta tres ejemplares y fue reeditada en facsímil en 1929 por J. Barrera en S. Feliu de Guixols.
      2) Versiones renacentistas y modernas hasta 1782. Correspondiendo a la decadencia de la literatura catalana en los siglos renacentistas, hay un eclipse de la actividad traductora de la Biblia. Asi, en 1515 se reedita la B. de Fr. Bonifaci. Pero ya no hay versiones nuevas publicadas, hasta 1835 en que aparece en Barcelona Lo Nou Testament... en llengua catalana, amb preséncia del Text original (reed. Madrid 1888) del protestante J. M. Prat Colom.
      3) De 1782 a 1928. El Decreto de la Inquisición española de 1782, que daba amplias facilidades para la edición de la B. en lenguas vulgares, tuvo una repercusión más tardía en la literatura catalana que en la castellana. Así hay que esperar a 1900 para que aparezca la eclosión de versiones, que en castellano se había producido más de un siglo antes. En efecto, en 1900 A. Balbuena i Tusell publica los Proverbis y al año siguiente Cántic dels Cántics y L'Eclesiastés. Por los mismos años, T: Sucosa i Vallés traduce Els Salms de David (Tarragona 1901) y El Cantar dels Cantars (ib. 1906), ambos á partir del texto hebreo.
      Simultáneamente F. Clascar hacía unos primeros ensayos de traducción parcial de los Evangelios y concebía el propósito de traducir toda la Biblia. De hecho sólo salieron a la luz los Sants Evangelis, I Matheu (Barcelona 1908) y Lxode (1925); se trataba de una trad. muy buena, lo mismo que las amplias notas explicativas; pero el ambicioso plan no dio otros resultados, que sepamos.
      Mucho éxito popular tuvo la versión de M. Serra i Esturi, El S. Evangeli de N. S. jesucrist i els Fets dels Apástols (Barcelona 1912), hecha a partir de la Vulgata; durante unos años tuvo varias reediciones. La acogida de la versión de M. Serra movió al centro Foment de Pietat Catalana a impulsar los estudios y divulgaciones bíblicas católicas; de este modo, en 1924 hacía el Foment una popular y muy numerosa edición del texto de Serra i Esturi, cuidadosamente revisado.
      4) De 1928 a 1970. En 1928 aparecía el primer volumen de un ambicioso proyecto, que no ha sido terminado aún; se trataba del plan de una B. cpmpleta, con los textos latino y catalán paralelos; Foment de Pietat era también el patrocinador e impulsor de la empresa. En 1928 y 1929 se publicó todo el N. T. (vols. VII y VIII del proyecto); en 1932, Salms, Proverbis, Eclesiastés, Cántic (vol. IV); en 1935; Saviesa, Eclesiastic, Isdzas, Jeremias (vol. V). Pero después el proyecto ha quedado inconcluso, salvo una revisión a fondo de Els quatre Evangelis, hecha por R. RocaPuig (Barcelona 1961).
      Al impulso dado por Foment de Pietat, se sumó el de la Fundació Bíblica Catalana que, con el mecenazgo de F. Cambó, inició en 1927 una serie de publicaciones. La primera fue la Sinopsi Evangélica, que seguía el texto griego de M. J. Lagrange, con traducción catalana de Ll. Carreras y J. Ma Llovera. Pero lo más interesante era el ambicioso proyecto de una amplia edición de toda la B. en 14 volúmenes: traducción, introducciones, notas, mapas, etc.; el N. T. va acompañado del texto griego en las págs. pares; los volúmenes fueron apareciendo desde 1927 a 1948 y constituyen una gran B., que ha llevado a cabo muy valiosamente el proyecto inicial; principales colaboradores de esta empresa han sido: J. Alabart, M. Balagué, A. 141. de Barcelona, E. Bayón, A. Bertoméu, C. Cardó, M. de Castellví, J. bia Millas Vallicrosa, N. del Molnar, C. Montserrat, A. M. Ribó, R. RocaPuig, y J. Trepat.
      Simultáneamente, los monjes de Montserrat (v.) iniciaban otra empresa más voluminosa (proyecto de 32 tomos), de traducción de toda La Biblia, versió dels textos originals i comentara. Contiene la trad. catalana directa dé los originales, el texto latino de la Vulgata, introducciones, comentarios e ilustraciones diversas. Se inició su publicación en 1928 y han aparecido hasta la fecha: Pentateuco (3 vols.); libros históricos del A. T. (7 vols.); Salmos (2 vols.); varios vols. de ilustraciones, mapas, etc.; Profetas y Job (5 vols.); y varios vols. del N. T.; aun hoy día está sin terminar. El promotor de esta magna empresa fue el abad A. Ma Marcet; en la primera etapa el principal colaborador fue el ilustre escriturista B. Ubach (v.), al que se unió R. Augé, que fue el gran trabajador de la segunda etapa; después la obra ha sido continuada por J. Riera, S. Obiols y, finalmente, por P. M. Bellet, G. Camps y R. Díaz. Pero junto con esta editio maior se hizo una de formato pequeño, de gran difusión, que ha tenido varias ediciones hasta 1970. Esta magna obra, por la diversidad de preparadores, es algo desigual, tanto por lo que atañe a la traducción, como a los comentarios; hay que decir que, en su conjunto es muy valiosa y seria. Sobre la edición popular del Nou Testament, pels monjos de Montserrat, de 1970, hay que hacer, sin embargo, algunas observaciones: ha sido sometida a revisión respecto de las dos primeras básicas (2a de 1961), consistente en una tendencia a la vulgarización y a la «desacralización» del vocabulario (p. ej., «copa» en lugar de «cáliz»), y en una desafortunada minimización de los valores catequéticos de las notas: son sintomáticas las que se refieren, p. ej., a la institución de la Eucaristía, primado de Pedro, etc., donde se dejan de expresar las formulaciones precisas de la fe (no existe en esas notas afirmación expresa de la presencia real eucarística, valor sacrificial y conexión con el sacrificio de la cruz, etc.). Por las repercusiones pastorales, son de lamentar estas omisiones y vaguedades de las notas en una traducción de carácter popular.
      Un último laudable esfuerzo de la Fundació Bíblica Catalana ha sido la aparición de La Biblia de Catalunya, Barcelona 1968 (ed. Alpha), en un solo volumen de 2340 p., fruto del trabajo de unos cuarenta colaboradores de Cataluña, Valencia, Baleares y Rosellón. La traducción directa de los originales va acompañada de introducción general, introducciones especiales y notas. El género del trabajo podría calificarse de alta divulgación; no es propiamente popular; es en general serio y concienzudo. La diversidad de colaboradores aparece en una cierta falta de homogeneidad en cuanto a criterios y calidades; es patente la diversidad de extensión y orientación de las notas explicativas y, en cierto modo, de las introducciones especiales. Desde luego, la Biblia de Catalunya ha venido a llenar en buena parte la laguna que existía en lengua catalana de una moderna B. De tamaño medio (reseña en «Scripta Theologica» I, 2, 1969, 541543).
      Versiones vascas. Se sospecha fundadamente que deben existir no pocos ensayos de traducción parcial de la B. al vascuence, que no llegaron nunca a tener difusión y menos a imprimirse; esto afectaría sobre todo a las perícopas litúrgicas y a los Evangelios. De hecho, la primera trad. que se conoce fue la del calvinista Juan de Lizarraga (La Rochelle 1571), que sólo comprende el N. T.; a lo que parece, es trad. del francés; de ella se hicieron varias reediciones (p. ej., la de Cazalis, Bayona 1874). También protestante fue la de Pedro de Urte, que sólo hizo Génesis y Pxodo hasta 22,6; el trabajo fue realizado hacia 1700, pero permáneció inédito hasta 1894, en que fue impreso de modo erudito por E. Thomas en Oxford.
      La primera versión vasca católica es la del sacerdote Juan de Haraneder, sólo del N. T., hecha en 1740 y no impresa hasta 1855 en Bayona, por M. Harriet (éste sólo editó los cuatro Evangelios con retoques al trabajo de Haraneder).
      De 1838, Madrid, es la edición en vasco del Evangelio de S. Lucas, hecha por el médico Oteiza, reeditada varias veces después (Madrid 1884 y varias reed. posteriores por la Sociedad Bíblica de Londres). Asimismo en Oxford 1884 apareció la versión del Génesis.
      Como puede verse, hasta el s. xix no se imprimieron ni casi se hicieron versiones al vascuence. Parece ser que la primera completa de toda la B. no se publicó hasta 185965 en Londres, debida a J. A. Uriarte O. F. M. y al capitán francés Duvoisin, alentada por el príncipe Luis Luciano Bonaparte; la versión se hizo a base de la Vulgata y de la española de Scío. Además de esta versión completa, aparecieron otras varias parciales en varios de los dialectos vascos. Entre ellas está el N. T. en labordino (Bayona 1826); de otras se tienen referencias más o menos completas y documentadas, como: la versión del libro de Jonás, hecha por Etchenique en dialecto vasconavarro; la de Inchaupe, de contenido impreciso, en dialecto suletino; la de Salaberry en bajo navarro.
      Más importante que las precedentes fue la del P. R. de Olabide, Bilbao 192631, que tradujo todo el N. T. directamente del griego, con gran fidelidad al sentido y excelente calidad literaria: hubo de adaptar vocablos y crear neologismos. Olabide dejó prácticamente terminado, en 1942, la versión de todo el A. T., que fue editada en Bilbao 1958 bajo el cuidado de F. Echevarría.
      En nuestros días hay en curso otros intentos de versiones, especialmente de las lecturas litúrgicas, que hacen pensar en una ampliación y perfeccionamiento de los trabajos precedentes.
     
     

 

J. Ma CASCIARO RAMIREZ.

 

BIBL.: F. PÉREZ, La Biblia en España, en Verbum Dei, Comentario a la S. Escritura, I, Barcelona 1956, 8798; M. DE TUYA y 1. SALGUERO, Introducción a la Biblia, I, Madrid 1967, 579590; P. N. TABLANTE, Castellanas, versiones, en Enc. Bibl. II, 174183; R. DíAz CARBONELL, Catalanas, versiones, ib. I,215218; S. BARTINA, Vascas, versiones, ib. VI,11612; F. PLAINE, (versions) espagnoles de la Bible, en DB 2, 19521965; J. M. C. DONÁIS, (Versions) catalanes de la Bible, en DB 2,345346; F. G. DE VIGOUROUX (Versions) basques de la Bible, ib. 1,14961499; M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los Heterodoxos españoles, Santander 1948, especialmente vol. II; ID, Biblioteca de traductores españoles, Santander 195253.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991